Relaciones ordenadas, sociedades perfectas
«Yo, un insecto del orden de los himenópteros,
familia de los formícidos, me dirijo a vosotros,
los primates».
Pedro Gálvez: La Hormiga
«Ve a la hormiga, oh perezoso, considera sus
caminos y vendrás a ser sabio. Ella no tiene
jefe, ni inspector, ni soberano. Se prepara durante
el verano su pan, allega su comida durante la siega».
Proverbios, 6:6-8
He discutido con los amigos de la lista de Axxón acerca de la posibilidad de inteligencia en los insectos sociales. La visión antropocéntrica acerca de los animales considerados "inferiores" (¿desde el punto de vista de quién?) suele provocar risa en los que no han compartido días, semanas y meses observando, y conste que ya no digo "estudiando", sino tan sólo "observando" a estos insectos tan grandiosamente organizados, habitantes de la Tierra anteriores al Hombre e, indudablemente, futuros herederos de nuestro planeta cuando seamos capaces de cumplir de una buena vez nuestra misión autoimpuesta de aniquilarnos.
El improbable best-seller de la ciencia ficción y fantasía de Pedro Gálvez, La Hormiga, es una novela extraña y atractiva: su autor, un antropólogo malagueño, se recibió en la Universidad de Caracas y cursó estudios de entomología en la Ludwig-Maximilians-Universität de Munich. Con estos antecedentes, Gálvez desarrolla un texto que se supone escrito por la única hormiga pensante que haya existido jamás, que se autotitula "La hormiga que sabe desde hace poco" y, previsiblemente, firma sus trabajos con el apelativo latino de Formica sapiens recens.
Formica sapiens les escribe a los hombres sus memorias ("Reflexiones de un himenóptero para uso de los primates") en un tono doctoral y sucinto, y defiende la inteligencia de las de su especie diciendo: "Seres mucho más pequeños que yo no han vacilado en desperdiciar pluma y papel para llenar cuartillas propias con ideas ajenas...". Nada más cierto. Si Formica sapiens recens existiera de verdad, acaso consideraría este artículo como una justa reivindicación de aquellos organismos que han sabido construir una sociedad perfecta en base a relaciones mutuas verdaderamente organizadas, leales y concisas. ¿Llegaremos algún día a alcanzar logros similares?
Dejaremos esa pregunta para los sociólogos. Mas, ¿qué sabemos, exactamente, sobre las conductas de la hormiga y sus parientes?
Recientemente, el mundo escuchó con asombro inagotable la noticia de que una especie de hormiga oriunda de nuestra castigada patria (Linepithema humile) amenaza con conquistar, utilizando técnicas cooperativas y de división del trabajo, al continente europeo completo.
¿En qué se diferencia Linepithema —de aquí en más la llamaremos simplemente "Humile"— de las demás especies de hormigas? La respuesta, no por simple, deja de ser sorprendente. La mayoría de las especies fórmicas se organizan de tal modo que hormigas iguales pero de colonias diferentes se enfrentan en la guerra y luchan Normandías y Waterloos en miniatura hasta la muerte de uno de los grupos. Humile, en cambio, tiene la capacidad de reconocer a sus hermanas y cooperar para alcanzar el bien común, aunque los dos grupos provengan de nidos ubicados en los extremos opuestos de la colonia.
Humile llegó a Europa a bordo de plantas importadas (felicitaciones a los encargados de la cuarentena: no sólo la Argentina está llena de funcionarios incompetentes) y, en escasos 80 años, ha desplazado totalmente a las 20 especies indígenas del Viejo Continente y amenazan extinguirlas a todas. La colonia de hormigas argentinas ocupa hoy un territorio que va (y no se sorprenda por la enormidad que va a leer) desde el norte de Italia, pasando por el sur y centro de Francia, hasta la costa atlántica española. Estamos, pues, hablando de una colonia de hormigas extendida a lo largo de cinco países y 6.000 kilómetros lineales, ¡que no luchan entre sí y colaboran en el esfuerzo necesario para expulsar a las hormigas nativas de Andorra, Orense o la Costa Azul!
¿Qué llevó a Humile a lograr esto, un éxito que ni César ni Alejandro Magno ni Aníbal ni Napoleón hubiesen sido capaces de lograr?
La respuesta es simple y abismal: a la vista de la realidad latinoamericana actual, nos pone los pelos de punta, y ya quisiéramos votar a Formica sapiens recens cuando termine el asunto de "que se vayan todos" para que nos enseñase a proceder así: Humile, al revés que las demás hormigas, eligió la paz y la libre colaboración para resolver los problemas demográficos de sus colonias. Despreciando la agresión a hormigueros próximos de su propia especie, Humile simplemente une sus fuerzas con sus parientas, y obliga a retroceder a las especies distintas. Evidentemente, la ecología le importa un pimiento, sólo preocupándose por la supervivencia de los suyos. ¿Deducirán de esto alguna enseñanza los ecologistas, que suelen preocuparse por las ballenas mientras los niños humanos mueren de hambre?
Ironías y recriminaciones aparte: "La colonia europea de hormigas argentinas", afirmó el profesor Laurent Keller, de la universidad suiza de Lausana, "representa la mayor unidad de organismos cooperando que se ha descubierto en la Historia". Y le asiste razón. La colonia abarca varios miles de millones de individuos, distribuidos en millones de nidos, de Verona a Pontevedra y de Santander a Marbella.
Pero, para saber si un congénere pertenece a la misma colonia o no, la hormiga debe saber diferenciar a propios o extraños. ¿Cómo lo hace? "Los mecanismos de reconocimiento están basados en el olor de la hormiga, y este olor tiene raíces genéticas", nos dice el profesor Jürgen Heinze, mirmecólogo (entomólogo especialista en hormigas) alemán de la universidad de Erlangen.
Una parienta de la Humile argentina, la también gauchesca Iridomyrmex humilis (como ven, ambas tienen nombre que reputan su humildad), ha desarrollado una estrategia de ataque que imitaron Wellington, Tutmosis y Marco Antonio: en lugar de hacer como las demás hormigas, que luchan ciegamente atacando a diestra y siniestra hasta exterminar al enemigo o ser destrozadas, Humilis rodea al enemigo en lo que von Clausewitz llama "operación de pinzas", lenta, insensiblemente, para atacarla con ferocidad pero por retaguardia. Dos grupos se separan de la fuerza de combate principal y se traban en feroz meleé con las enemigas, pero por los flancos. La técnica militar del flanqueo hubo de esperar a Asurbanipal y Senaquerib para ser descubierta por los mamíferos: Humile la viene aplicando desde el Jurásico.
Acaso Humile haya aprendido sus técnicas de conquista geográfica de la misma Humilis. Anota Gálvez que esta hormiga, originaria de Brasil y Bolivia, se aclimató primero a la Argentina, el país latinoamericano que mayores posibilidades ofrecía para intentar la dominación del mundo —hoy día los emigrantes hispanoamericanos siguen aprovechando esta circunstancia—. Dice el autor: "En el año 1891, escondida en los cargamentos de café, llegó a Tennessee, Carolina del Norte y Texas. En 1907, durante la Guerra Anglo-Bóer, inició la invasión de África del Sur, escondida en los forrajes que la caballería británica importaba de la Argentina".
La carrera conquistadora de Iridomyrmex humilis es, como mínimo, tan impresionante como la de Alejandro Magno: ya en 1882 dominaba las Canarias, las Azores y Madeira, donde había exterminado a las hormigas autóctonas; en 1908 había ganado Ciudad del Cabo, donde era una plaga. Ir de Madeira a Lisboa fue para ella unas vacaciones, arrasó Oporto y luego puso sitio a España, que cayó sin lucha. Sus estrategas cruzaron a Francia por los Pirineos, y ni los placeres de la Costa Azul detuvieron sus afanes de conquista, que el propio Ramsés el Grande hubiera envidiado. En 1953 eran suyas Mallorca y Nápoles, Capri e Ischia. Al tiempo reinaba sobre París y Bruselas, y ni los rigores del clima en Berlín y Breslau pudieron disuadirla, ni los hielos invernales de Hamburgo. Antes de comenzar la Segunda Guerra Mundial, era ya la hormiga más endémica de Australia, donde derrota —y devora, porque es una especie antropóf... perdón, formicófaga— a todas las especies del lugar. Hoy puede encontrársela en todo el mundo, y se la conoce como "hormiga de hospital" porque, tontita como es, siempre prefiere los edificios con calefacción central, que le ahorran el trabajo de calentar a sus larvas.
La conducta de ciertas especies de hormigas, si no es inteligente (que sí lo es, como demostraremos más abajo), produce al menos una ilusión de raciocinio sencillamente escalofriante.
Cuando las hormigas legionarias migran, arrasando a su paso la tierra y devorando todo lo que encuentran, un grupo especial de guardia de corps protege, marchando por los flancos, a los batallones de nodrizas que transportan las larvas.
La "hormiga-sable amarilla", Strongylognathus testaceus, es una maestra del arte militar: avanza en perfecta formación, destacando grupos de observadores avanzados para detectar refugios de sus enemigas. Cuando las halla, las destroza.
Polyergu rufescens, llamada "hormiga amazona", aplica una estrategia perfecta: sus presas, algunas especies del género Serviformica (literalmente, "hormiga esclava", esclava de la Polyergu, claro) están condenadas si Rufescens anda cerca. Avanza el soberbio ejército en gigantescas cohortes de trescientos a quinientos mil infantes (Nabucodonosor no necesitó menos para derrotar a Jerusalén). Cuando encuentran un hormiguero de hormigas esclavas, envía sus patrullas de reconocimiento para descubrir el mejor punto para atacarlas. Una vez logrado esto, un grupo de vanguardia golpea a las primeras defensoras, volviendo luego a informar al grueso de la infantería acerca de la decisión y la fortaleza del enemigo. Luego, rodean el castillo enemigo, que precipitadamente construye fortificaciones, trincheras, muros y fosos defensivos con guijarros y palitos. Pero Polyergu tiene sus unidades de ingenieros, que pronto abren brechas en las murallas para que los infantes pesados ataquen los ahora indefensos túneles. El premio obtenido es, siempre, el descubrimiento de la "nursery" enemiga. Se las puede ver, entre las cinco y las siete de la tarde, regresando a su mínima Nínive hormiguesca, en perfecta formación, transportando entre sus temibles sables una ninfa o una larva cada una. Dejarán los bebés esclavos en manos de las nodrizas de su propio pueblo, y regresarán a destruir definitivamente el hormiguero de las esclavas. Rubescens practica el principio napoleónico de "guerra hasta la aniquilación total". Las ninfas y larvas esclavas se encontrarán, cuando sean adultas, en un nido de amazonas, recibirán un status social igual al del resto, e incluso acompañarán, como los indios renegados que cabalgaban junto a Roca o Custer, a las amazonas en el exterminio de otras colonias de su raza.
Lasius niger ha domesticado a un género de pulgones hasta un grado tal, que, como nuestros animales domésticos, el pulgón ha perdido incluso la voluntad de alimentarse. Si Níger no le da de comer en la boca, el pulgón muere de hambre. A cambio, se deja ordeñar una sustancia dulce de la que las hormigas se alimentan. Luego las Lasius regresarán a su nido, no sin antes dejar un destacamento en custodia de los pulgones. Más tarde vendrán los ingenieros viales, que talarán los pastos para construir el camino más directo desde la "ciudad" hasta el "ganado". Los arquitectos y los ingenieros construirán establos para que los pulgones no duerman a la intemperie, pequeña cúpulas de barro donde, además, sus "vacas" quedarán al resguardo de sus depredadores. Y una guardia militar con turnos, jerarquías y ordenamiento las protegerá de las incursiones de otras hormigas "cuatreras". Si hace mucho frío, esta guardia solicitará permiso para trasladar a los pulgones a una cámara caldeada del hormiguero. Un ejército de hormigas pastoras rotará a los pulgones para que se alimenten de las hojas de distintas plantas, trasladándolos a la siguiente cuando han terminado con la verdura de una. Las hormigas veterinarias les recortan las alas como hacemos con nuestros loros, para que los pulgones no puedan escapar volando. Toda una casta especial de nodrizas cruzará a los mejores pulgones, seleccionará sus huevos y cuidará de sus larvas, como cualquier granjero hace con su ganado económicamente productivo.
Lasius flavus, prima de la anterior, no sólo se dedica a la industria "láctea" sino también a la "cárnea". Los pulgones menos productivos van a la matanza para ser faenados. Si no dan "leche", son sacrificados y rápidamente transformados en nutritivos bifes y hamburguesas. Muchas especies de pulgones, como nuestros animales domésticos, ya no existen en estado silvestre y sólo se los encuentra en estado de "domesticación" en los complejos y túneles de las hormigas que los crían.
Algunas especies, ladronas de profesión, no se ganan el sustento por sí mismas, sino que roban el alimento de los depósitos de otras hormigas. Para ello, deben superar el obstáculo del olor, que es el medio por el que las hormigas diferencian a la tropa propia. Estas delicuentes del hormiguismo, ejecutan lo que podría llamarse un "secuestro exprés": sorprenden a una hormiga de la especie dueña del granero, la raptan vilmente, y se la frotan por todo el cuerpo para que el olor de aquélla enmascare y tape al suyo propio. Luego, se mezclan con las ordenadas filas de trabajadoras que ingresan al hormiguero, saludan a los soldados de guardia con un "buenassss..." cansino y lacónico, y los guardianes las reconocen equivocadamente como ciudadanas y las dejan pasar. Ya en el interior del hormiguero, la intrusa robará el alimento y se hará humo tranquilamente.
Podríamos seguir dando ejemplos, pero la falta de espacio nos obliga a conformarnos con éstos e interrumpirnos aquí.
Sin embargo, la pregunta "¿Pero son éstas conductas inteligentes?" aún no ha sido respondida.
El entomólogo indio Rajeesh Parwani explica que la inteligencia de los insectos sociales debe estudiarse a dos niveles: al individual, donde el comportamiento de cada ejemplar es sumamente simple e incluso a veces azaroso, y a nivel de la colonia o grupo, donde encontramos una fenomenología cooperativa y altamente autoorganizada.
Con el siguiente experimento, se llegó a conclusiones sorprendentes:
Se colocaron dos fuentes de comida equidistantes de un hormiguero. Las fuentes de comida eran repuestas regularmente, de modo que ninguna de las dos se agotaba nunca. Sabemos que las exploradoras buscan y encuentran las fuentes de comida, dejando tras de sí un rastro odorífero de feromonas para que las hormigas recolectoras puedan seguirlo hasta el alimento. Se estudió el comportamiento de las hormigas, observando cuáles fuentes de comida preferían. En la teoría, por consiguiente, el comportamiento de las grandes masas de hormigas recolectoras debía reproducir, en mayor escala, el de las pocas exploradoras que habían descubierto las fuentes de comida.
Sin embargo, no fue así. La cantidad de visitas a ambas fuentes de comida oscilaba de manera diferente a la de la proporción de exploradoras que había descubierto una y otra, contradiciendo la idea de que más hormigas irían al que presentaba más rastros dejados por más exploradoras. En la realidad, el número de visitas fluctuaba en una medida injustificable si cada hormiga sólo se dedica a seguir el rastro de una exploradora cualquiera.
Parwani consiguió aislar el modelo teórico que gobierna estas fluctuaciones. Cada hormiga, al salir del hormiguero, puede seguir una de tres conductas:
Este modelo, real desde el punto de vista experimental, contiene entonces un amplio grado de "libre albedrío" en la decisión que la hormiga toma al salir del hormiguero. Esta adaptabilidad, según Parwani, capacita a la colonia para adaptarse a una situación en constante cambio: en nuestro ejemplo, cambiar a la explotación de una nueva fuente de comida que se ha hecho repentinamente accesible, invirtiendo una costumbre adquirida. Ésta es, desde cualquier punto de vista, una excelente definición de "inteligencia".
"En otras palabras", explica el científico, "las hormigas procesan sus opciones en paralelo, explorando continuamente la manera de hallar mejores soluciones a un problema. Algunos, como Ormerod, usan mis tres reglas para explicar no sólo el comportamiento observado en las hormigas, sino también varios sistemas sociales, como por ejemplo la economía".
En el contexto económico, la regla 2) implica que los individuos no siempre actúan independientemente, sino que pueden ser convencidos o influenciado por opiniones o consejos ajenos (que nos digan a nosotros los argentinos, país conocido como Capital Mundial del Rumor Económico). Los nuevos modelos económicos, como los ABM (agent-based models, modelos basados en agentes), explican el mundo como un sistema fuera de equilibrio regido por las tres mismas leyes que gobiernan la alimentación de las hormigas. El mismo descubrimiento ha inspirado a los programadores la creación de algoritmos utilizados universalmente hoy en día, como los sistemas inteligentes que redireccionan las llamadas desde las líneas congestionadas del sistema telefónico de una gran ciudad hacia las que tienen menos tráfico. Todos los algoritmos de este tipo han sido copiados del comportamiento social de las hormigas, y tratan de imitar, a escala humana, la impresionante inteligencia colectiva de nuestro amigo el himenóptero.
Pero quedaría por averiguar de dónde proviene esa inteligencia colectiva.
Nigel R. Franks, en su estudio "Army Ants: A Collective Intelligence", (American Scientist, 77:139, 1989) nos da la respuesta.
Si uno coloca cien hormigas soldado sobre una superficie plana, caminarán en círculos, al azar, interminablemente, hasta morir de agotamiento e inanición. Pero, sorprendentemente, si en vez de colocar cien soldados uno pone un millón de soldados, los cien estúpidos guerreros perdidos en el desierto se transforman inmediatamente en un sofisticado súper-organismo, que comienza al momento sus legendarias expediciones de investigación y conquista y que es capaz de mantener la temperatura de la colonia en los ajustadísimos límites de un grado centígrado.
Nosotros, los humanos, poseemos una inteligencia individual, y también una inteligencia colectiva. Las hormigas, sin embargo, sólo poseen inteligencia colectiva. De a una son tan estúpidas como un funcionario gubernamental argentino (sólo que éstos se resisten a hacernos el favor de caminar lejos hasta morir de hambre).
¿De dónde sacan las hormigas su inteligencia grupal?
Del mismo sitio de donde la sacamos nosotros: de las comunicaciones.
El Dr. Franks escribe: "Parece ser que la inteligencia, natural o artificial, individual o colectiva, es una propiedad resultante de la comunicación colectiva. La misma conciencia humana es un epifenómeno de una extraordinaria capacidad de procesamiento. A pesar de que los expertos prefieren evitar las definiciones simplistas de la inteligencia, parece estar claro que la inteligencia requiere de la manipulación racional de información simbólica. Esto es exactamente lo que hacen las hormigas guerreras, que pasan de individuo a individuo toda su información a través de lectura y escritura de símbolos, a menudo bajo la forma de feromonas químicas, que estimulan al otro a cambiar sus patrones de comportamiento".
Por mucho menos, un libro de Mao o el Corán ha hecho que muchos humanos obren de la misma forma, aunque no con la eficiencia de un grupo de hormigas.
En su artículo, Franks explica dos comportamientos de las hormigas que son impresionantes por lo precisos: el conteo del tiempo y la técnica de navegación.
El mantenimiento de un reloj estable y preciso, posiblemente oculto en las profundidades del cuerpo de la reina, les confiere un ajustado ciclo de 15 días de nomadismo (tiempo que tarda el crecimiento de las larvas) seguido de 20 días de vida sedentaria (que las pupas necesitan para su desarrollo). Incluso la puesta de huevos por la jefa de la colonia se ajusta a este ciclo inviolable. Sin embargo, las expediciones al interior del bosque ocurren en ambas fases.
Más sorprendente todavía es el sistema que usan para elegir la dirección de sus expediciones de guerra: durante la fase sedentaria, las hormigas soldado envían sus grupos de exploradores u observadores avanzados en 14 direcciones diferentes, que cambian sucesivamente, en el sentido de las agujas del reloj, separadas unas de otras por exactamente 123° de arco. Este procedimiento se ha verificado como el necesario para dar tiempo a una presa o enemigo nuevo a aparecer en una dirección que ya había sido explorada anteriormente y se había mostrado sin interés.
Pero ¿cómo pueden las hormigas determinar la dirección en medio de un denso bosque tropical? Se piensa que son capaces de orientarse porque ven la polarización de la luz del sol. Sin embargo, a pesar de que las hormigas tienen ojos facetados, cada ocelo tiene sólo una faceta, lo que las incapacitaría para verificar el grado de polarización de la luz.
"El misterio es", dice Franks, "cómo hacen las hormigas soldado para orientarse, teniendo como tienen un sistema visual tan rudimentario. Imagino que toda la colonia se comporta como un gigantesco ojo compuesto, donde cada hormiga en el frente de ataque contribuye prestando a la colonia dos lentes multifacetados, para crear entre todas un inmenso ojo de 10 a 20 metros de ancho, con cientos de miles de facetas".
La inteligencia del hombre no ha logrado, hasta hoy, crear una sociedad perfecta. Esto ocurre porque, como se ha visto, para una sociedad perfecta es necesaria una inteligencia perfecta, basada en relaciones perfectas entre los miembros. Ya hemos visto desde siempre nuestros errores e incapacidades de procesamiento de información, comunicación y transmisión de ideas, sentimientos y emociones. Así nos va, y así nos irá si no cambiamos.
La hormiga, ese pequeño y en apariencia despreciable insecto a quien los antropocentristas se empeñan en calificar de "instintivo" o "no inteligente" ha demostrado, a la luz de nuestros conocimientos actuales, poseer una inteligencia colectiva mucho más perfecta que la que las sociedades humanas pueden aspirar a lograr jamás.
La clave, que ellas han descubierto hace más de 180 millones de años, es que la inteligencia individual no sirve para sostener una sociedad perfecta si las relaciones entre sus miembros no están ordenadas de una manera también perfecta.
Acaso, como dicen Gálvez y la mismísima Biblia, debamos aprender de las hormigas en vez de descartarlas como simples e insensatas máquinas biológicas.
Axxón 118, septiembre de 2002