Centenares de millones de años hacia el pasado, en un planeta que giraba alrededor de una estrella periférica, una verdadera revolución estaba a punto de gestarse.

Ese planeta rebosaba de vida submarina, que nunca se había animado a salir a la superficie. Las condiciones estaban dadas, pero los organismos parecían negarse a salir del agua y continuar la evolución sobre la tierra.

Alguien tuvo que venir a ayudarnos en nuestro camino evolutivo porque, obviamente, ese planeta es nuestra Tierra.

No cualquiera puede ingresar a esta selecta elite. Sólo seres inteligentes e instruidos, preparados para todo, responsables y eficientes en su accionar, pueden llevar a cabo la dificilísima misión de guiar la evolución de la vida en el Universo.

Dice el Manual Normativo del Encarrilador, en algunas de sus muchísimas páginas:

«El Agente deberá establecer el estado de la evolución del planeta que visita.»

«El Agente deberá comprobar las desviaciones, cuantificarlas, informarlas a este Centro y esperar las instrucciones correspondientes.»

«El Agente, siguiendo estrictamente estas instrucciones, deberá encarrilar la evolución en el sentido correcto, especificado en la Sección Normas sobre la Correcta Evolución de un Planeta, ubicadas en la página 327189 de este Manual.»

Aquí empiezan las crónicas de El Encarrilador. A través de ellas, tal vez podamos entender por qué somos como somos.

con ustedes, la tira >>