Exaltación Después de quince años, ayer volví a ver "Amadeus", la película de Milos Forman sobre la vida de Mozart, sobre la obra original de Peter Shaffer. Bien, sirva esto a modo de excusa: habiendo visto la película ayer tarde, la idea que intento exponer apenas ha tenido tiempo de ser esbozada. Los que me conocen están acostumbrados a este tipo de balbuceos, veamos qué sale de todo esto. Sí, la película. Amadeus. Es maravillosa. Cuando tenía catorce o quince años atribuí esa maravilla a la acción, al ritmo impuesto a las escenas por la música, al incomparable conflicto central (Salieri tiene la vocación divina, pero no el talento; Mozart tiene el talento, pero el tipo es un "tiro al aire": borracho y lujurioso), a la composición de los personajes... Sin embargo, aún hace quince años, yo sabía que había algo más, algo que no supe y que hoy puedo expresar con palabras. Esperemos que no sean muchas. ¿Qué tienen en común esta película y la aclamada "Como agua para chocolate" –dirigida por Sánchez Arau, 1991–; o con la novela "El perfume" de Patrick Süskind –1985–; o con la novela de Arthur Clarke, "Cita con Rama" o con el cuento largo "La persistencia de la visión" de John Varley? Este punto en común es el que no pude expresar a mis quince y hoy propongo que descubramos. Un trabajo policial, casi. Hagamos una pequeña enumeración de los hechos salientes, para refrescar la memoria. Seré un tanto bestial al acotar y resumir argumentos, pero quiero llegar al punto en común, no me importan los atajos.
¿Van viendo lo que yo veo? Todas estas obras nos llevan a un lugar o a un estado por el que no hemos transitado (la mayoría de nosotros, citadinos, lectores de CF). Cada una de estas obras exaltan una dimensión, una nueva sensibilidad, que la mayoría de nosotros teníamos atrofiada. Amadeus nos enseña a escuchar a Mozart, a admirarlo con la misma devoción que Salieri. Antonio Salieri nos comunica un poco de su pasión y sensibilidad, es la lupa que exalta los detalles y los hace sublimes. En El perfume, Süskind hace lo mismos, pero con el mundo de los olores y de los aromas. El efecto final del libro es casi físico (como si nunca antes hubiéramos olido una rosa, u percibido un perfume). La persistencia... es más increíble aún. Esta comunidad de humanos, pasada por el filtro de esas incapacidades (una afección que los vuelve ciegos y sordos, pero que exalta los otros sentidos), parece realmente alienígena. Y el tema es, entonces, nuevas formas de comunicación antes minimizadas por la existencia del oído y la vista, ahora elevadas a la categoría de relación imprescindible dentro de la comunidad. En resumen, estas obras funcionan como llaves hacia nuevos conocimientos, o como camino hacia el desarrollo (limitado, pero maravilloso) de sensibilidades que teníamos por desconocidas o recónditas. ¿Podríamos poner en similar categoría a "Dune" (de Frank Herbert) y la sensibilidad a la falta de agua, o a "La mano izquierda de la Oscuridad" (de Úrsula K. Leguin), con ese punto de vista tan particular? La lista dependerá de cada uno. En todo caso los invito a compartir la experiencia. Alejandro Alonso, (c) 2000 |