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Los insectos
[Caracteres generales] [La cabeza] [Las antenas] [Los órganos bucales] [La región torácica] [Las patas] [Las alas] [La región abdominal] [El endosqueleto, los músculos y el sistema nervioso] [Los órganos sensoriales] [Los ojos] [Los organos auditivos y productores de sonidos] [Luminosidad] [Respiración y circulación] [El aparato digestivo] [Glándulas sericíparas, odoríferas, etc.] [La reproducción] [La metamorfosis] [Tipos de larvas y ninfas] [Regímenes de vida] [Mimetismo] [Clasificación]

Insecto del Orden Hemiptera

La mayor parte de los animales terrestres que pueblan nuestro planeta son insectos. El número de especies que se han descrito ya supera el millón, aunque todos los naturalistas opinan que aún quedan muchas más por describir. Sobrepasan, por tanto, a todos los restantes animales terrestres reunidos, y en comparación a los vertebrados su número es, en realidad, en extremo elevado.

A pesar de tan enormes proporciones, el grupo de los insectos forma una división bastante natural de los artrópodos, que se puede caracterizar con sólo decir que en los animales que de él forman parte la respiración se verifica por medio de tráqueas, que no tienen más que un par de antenas y que su cuerpo está dividido en tres regiones y provisto de sólo tres pares de patas, lo que le ha dado origen al nombre de hexápodos, con el que muchos los designan. Por otra parte, son los únicos artrópodos en que existen las alas.

En general se trata de animales de tamaño pequeño, ya que su talla varía desde un cuarto de milímetro que miden los más pequeños coleópteros e himenópteros, hasta 28 centímetros de longitud que alcanzan los mayores insectos-palo ó 24 a 28 centímetros que, de punta a punta de sus alas abiertas, miden las mariposas de más desarrollo. Pero no son muchos los insectos que alcanzan estas dimensiones extremas y la inmensa mayoría son de tamaño más bien reducido. Quizá sea ésta la razón de la poca importancia que, en general, se ha venido prestando a estos animales, a los que, al menos por estar muy relacionados con la vida humana, debería estudiárseles con mayor interés. Sin embargo, en los últimos lustros se ha notado una considerable reacción en este sentido, tanto en la investigación de las especies que ocasionan daños a los vegetales y constituyen a veces plagas de mucha importancia en la economía social, como de las que son portadoras de gérmenes productores de enfermedades.

Pero antes de seguir más adelantes se impone que expongamos con cierto detalle los caracteres generales que presentan los insectos.


Caracteres generales

El cuerpo de los insectos tiene un tegumento quitinoso, más o menos resistente, pero nunca endurecido por sales calizas. Cuando este tegumento es fuerte, aun después de muerto el animal conserva indefinidamente su forma y proporciones; mas cuando es débil y flexible, se va arrugando y cambia más o menos de forma a medida que los órganos internos se secan.

Se conserva mejor o peor acusada la segmentación del cuerpo, que siempre aparece constituida por tres regiones, por lo común bien fáciles de apreciar: la cabeza, el tórax y el abdomen.

La cabeza es la región donde están colocados los principales órganos de los sentidos: ojos y antenas, así como también el aparato bucal; el tórax lleva articulados por debajo los tres pares de patas, que sirven para la marcha, la natación, el salto, etc., y por encima, cuando existen, los órganos del vuelo; y el abdomen, por último, suele presentar pocos apéndices en general reducidos a los que lleva en su extremo y que están más o menos relacionados con las funciones reproductoras.

Cada una de estas regiones está integrada por cierto número de segmentos. Así, la cabeza parece estar formada por una cápsula constituida por seis segmentos soldados, de los que cuatro, por lo menos, conservan sus apéndices en el insecto adulto: las antenas, las mandíbulas y los dos pares de maxilas. El tórax está integrado por tres segmentos, distinguibles sin confusión, que reciben los nombres de protórax, mesotórax y metatórax; y la región abdominal aparece asimismo constituida por varios segmentos, cuyo número típico es el de doce. Si sumamos todos los segmentos del cuerpo veremos que son veintiuno, número que alcanzan también algunos crustáceos, como el cangrejo de río, y determinados arácnidos (como, por ejemplo, el alacrán), y aun diversos artrópodos de otros grupos, por lo cual parece ser un detalle bastante característico de todos ellos.

Volviendo a la pared externa del cuerpo, conviene señalar que la superficie quitinosa no siempre es lisa o desnuda. Puede, por el contrario, presentar todas las variaciones imaginables, y además, en muchos casos, hallarse cubierta de pelitos o escamas. Conviene distinguir entre los primeros diferentes clases y sobre todo los que están provistos en su base de terminaciones nerviosas y actúan, por tanto, como órganos sensitivos. Las escamas, tan abundantes en las mariposas, así como en algunos tisanuros y colémbolos y en las alas de los mosquitos, son, en realidad, pelos modificados, que han sufrido un ensanchamiento. Por lo demás, no es raro encontrar formas intermedias que pueden situarse, como puente de empalme, entre el pelo y la escama.

La coloración de los insectos es debida a dos causas distintas: unos son colores pigmentarios, o sea, derivados de substancias que tienen la propiedad de absorber ciertas ondas luminosas, reflejando otras; pero los colores nacarados de las alas de muchas mariposas y los iridiscentes de otros muchísimos insectos son ocasionados por la estructura del tegumento, en unos casos, o de las escamas, en otros, que determinan fenómenos físicos de interferencia y quizá de difracción. Con frecuencia las coloraciones se deben, a la vez, a la presencia de pigmentos y a modificaciones estructurales.

Cada uno de los segmentos o metámeros del cuerpo está constituido por una porción dorsal o terguito y otra ventral o esternito. A uno y otro lado existen unas regiones denominadas pleuras.


La cabeza

Como antes hemos indicado la cabeza forma una cápsula o epicráneo, en la que los especialistas distinguen múltiples regiones, designadas con los mismos nombres que se emplean en el estudio de la cabeza humana, aunque no se corresponden sino de modo bastante vago. El epicráneo lleva por delante y por encima una pieza articulada, llamada clípeo o epistoma, e inferiormente dos piezas, la gula y el submentón, en ocasiones fusionadas.


Las antenas

Las antenas son un característico par de apéndices de aspecto, tamaño, estructura, número de partes o de artejos que las forman, etc. en extremo variables. Cuando hablemos de los distintos insectos, será ocasión de describir cómo tienen sus antenas pero ya ahora conviene señalar los que responden a los tipos más corrientes. Cada una de éstas ha recibido un nombre, y así se llaman filiformes cuando constituyen a modo de filamento formado por un número no muy crecido de artejos; setáceas, cuando los artejos son incontables, y la antena toma el aspecto de un pelo o hilo; pectinadas, si varios de los artejos tienen proyecciones hacia un lado y la antena recuerda, por su aspecto, un peine; hojosas, cuando en vez de ser proyecciones finas las que lleva cada artejo, los terminales aparecen transformados en una lámina más o menos grande, mazudas cuando los últimos artejos son más gruesos que los demás, terminando la antena en una porción engrosada, como ocurre en las mariposas diurnas, y plumosas, si el vástago central aparece provisto a uno y otro lado de múltiples pelos o plúmulas.

En algunos casos se distinguen partes o regiones en la antena. Por eso veremos que puede haber un largo artejo basal o escapo, sobre el que se articulan, formando codo, una serie de pequeños artejos que constituyen el funícolo, los últimos de los cuales están ensanchados, y más o menos fusionados entre sí dando lugar a la maza. Las antenas han sido consideradas siempre como uno de los órganos más característicos de los insectos; y son tan generales, que sólo faltan en los proturos.


Los órganos bucales

Los órganos bucales son también muy variados. Pueden estar dispuestos para la masticación y trituración de los alimentos, o bien para la succión de líquidos; pero en unos y otros casos parecen corresponder a un tipo común. La disposición primitiva la conservan los masticadores en los que vemos que la boca está formada por un labro o labio superior, articulado sobre el epístoma un par de fuertes piezas o mandíbulas, de movimiento lateral y que carecen de palpo; y dos pares de maxilas, piezas menos fuertes que las anteriores provistas de palpos y de las que el último par está soldado en la línea media formando el labio inferior. Existe, además, una lengua o hipofaringe, que en algunos géneros primitivos lleva un par de piezas denominadas maxilulas o también placas superlinguales.

En los insectos no masticadores, los diversos órganos que acabamos de enumerar se modifican profundamente. En gran parte de los himenópteros, por ejemplo, el labro y las mandíbulas permanecen fieles al tipo normal, mientras que las maxilas y el labio se transforman para constituir un órgano lamedor. En las mariposas, el aparato bucal, que es chupador, toma la disposición de una larga trompa arrollada en espiral (de aquí el nombre de espiritrompa con que se la conoce), constituida por las maxilas, muy prolongadas y acanaladas por dentro, que constituyen un llamativo órgano de succión, al paso que las otras partes bucales aparecen atrofiadas, a excepción de los grandes palpos labiales; en casos excepcionales, las mandíbulas pueden existir. En los hemípteros, el aparato bucal es asimismo chupador, pero de un tipo muy distinto, pues forma el llamado pico articulado, que, en su parte más visible, aparece constituido por el labio inferior, muy alargado y acanalado por encima, en cuya canal quedan alojadas las mandíbulas y maxilas adoptando la forma de finas cerdas de aserrada extremidad. Existe también el labro en forma de pieza triangular muy aguda, cubriendo dorsalmente la base de las cerdas indicadas. En los dípteros, el mismo labio inferior forma una trompa o probóscide, que encierra cierto número de cerdas, hasta seis; de las cuales dos, que siempre son pareadas, representan las mandíbulas y maxilas, en tanto que las otras dos, impares, corresponden a la epifaringe y a la lengua o hipofaringe.


La región torácica

Los tres segmentos que constituyen la región torácica son semejantes en forma y tamaño, como puede verse en muchas larvas y en los adultos de los tisanuros y de algunos otros insectos; pero con frecuencia uno de ellos presenta mayor o menor desarrollo que los otros dos, y no es raro que los dos últimos aparezcan más o menos unidos entre sí. En unos casos resultan casi iguales en tamaño, como en las libélulas y los termes, cuyos dos pares de alas son idénticos o muy semejantes; y en otras existen diferencias de desarrollo a favor del mesotórax, como en las abejas y avispas, por ser éste el segmento que lleva las alas más grandes. Lo mismo ocurre en los dípteros, desprovistos de alas metatorácicas. En los saltamontes y chicharras el protórax presenta gran desarrollo respecto a las otras dos regiones; y en cambio, en otros ortópteros, como los insectos-palo, dicha región es bien reducida.

En algunos insectos, como los himenópteros, pasa a formar parte de la región torácica el primero de los segmentos del abdomen; y algo de esto sucede también, aunque en menor grado, en los saltamontes y en las tijeretas.

En cada uno de los segmentos torácicos podemos distinguir el semianillo dorsal del ventral. Los tres semianillos dorsales llevan los nombres de pronoto, mesonoto y metanoto; y los ventrales los de prosternón, mesosternón y metasternón. Las secciones pleurales están formadas por dos piezas, el episternón y el epímero, las cuales contribuyen a constituir la cavidad cocotiloidea, o sea, aquella en la que se aloja la cadera.


Las patas

Cada uno de dichos segmentos lleva su par de patas correspondiente. Estas aparecen constituidas en su origen para andar o correr, y constan de una porción basilar o cadera, por regla general corta; y una pequeña pieza articular, el trocánter, seguida de dos largos segmentos que forman las palancas de la extremidad: el fémur y la tibia. Esta lleva, a continuación, un tarso constituido por varios artejos.

El desarrollo de las diversas partes enumeradas varía en extremo. Así las caderas, que, como hemos señalado, son cortas por lo general, pueden aparecer muy largas, como en las patas anteriores de los mantis; el trocánter puede ser doble; el fémur, en vez de ser fino, puede estar muy ensanchado, como en las patas saltadoras de los grillos y saltamontes; y las tibias anteriores aparecen, a veces, ensanchadas y presentan denticulaciones en sus bordes, como ocurre en muchos insectos cavadores. Por último, el tarso es variable respecto al número de artejos que lo integran, número comprendido entre cinco y uno, y, además, puede ser diferente en un mismo insecto según el par de patas que estudiemos. La fórmula tarsaria tiene mucha importancia en la clasificación de los insectos, por lo que existen nombres especiales, como los de pentámeros, tetrámeros, trímeros, dímeros y monómeros, para designar el número de artejos de los tarsos, y el de heterómeros, que se aplica cuando dicho número no es igual en los tres pares de patas, como ocurre en la carraleja, que posee cinco en los tarsos de los dos primeros pares y cuatro en los del tercer par. En algunos coleópteros existe dimorfismo sexual respecto al número de artejos, y así vemos que los machos son pentámeros, mientras que las hembras son heterómeras, por no estar dotadas más que de cuatro artejos en los tarsos anteriores.

No es raro que los fémures o las tibias tengan dientes o espinas fijas o articuladas, pero es más frecuente el que las tibias presenten espinas terminales articuladas, que reciben el nombre de espolones. Los tarsos suelen llevar en su último artejo un par de uñas, y, además, entre éstas se desarrollan a menudo ampollas, lóbulos o pelos táctiles, que reciben nombres diversos.

Las patas pueden servir para funciones muy distintas de las de marchar o correr. En tal caso, por lo general, es uno de los pares el que aparece modificado. De ahí el que los saltamontes y algunos coleópteros crisómelidos presenten grandes patas posteriores dispuestas para el salto; los alacranes cebolleros, sus patas anteriores provistas de llamativos útiles para cavar y cortar las raicillas de las plantas que se les interpongan al practicar sus galerías; y los notables mantis, patas anteriores conformadas para capturar las moscas de que se alimentan. En los coleópteros acuáticos las patas suelen estar más o menos ensanchadas y son utilizadas a modo de remos, o bien los dos últimos pares aparecen bastante reducidos y son propios para patinar sobre el agua, como ocurre en los girinos.


Las alas

Los insectos son los únicos animales dotados de órganos destinados exclusivamente para el vuelo. Esta facultad existe en otros animales; pero en ellos son las extremidades anteriores modificadas las que sirven para dicho objeto. En los insectos, en cambio, las alas se presentan como estructuras especiales, que ninguna relación tienen con las patas. De ellas pueden existir dos pares, correspondientes a los dos últimos segmentos de la región torácica.

En los insectos primitivos faltan las alas, por lo que son considerados como derivados de animales que nunca las tuvieron; pero también pueden faltar en otras especies, que corresponden a grupos que en su mayoría las poseen, y en este caso se debe a atrofia o reducción, tendencia que se aprecia con gran claridad en los insectos que son parásitos durante toda su vida. Puede asimismo faltar el segundo par de alas como ocurre en los dípteros y en los machos de las cochinillas, en los que aparece representado por unas piezas especiales; y alguna rara vez es el primer par el que está muy reducido, como se ve en los machos de los aberrantes estrepsípteros. En todos los escarabajos o coleópteros, el primer par, más o menos endurecido, constituye los élitros destinados a la protección del segundo par durante el reposo. También en los ortópteros es de consistencia mayor que el segundo par, pero sin llegar a la que presentan los élitros de los coleópteros, por lo que reciben el nombre de alas elitroideas. En muchos hemípteros, sólo aparece endurecido en su mitad basal, mientras permanece membranoso en el resto; en este caso constituye los hemélitros.

Las alas están formadas por una superficie membranosa doble, a la que dan consistencia ejes rígidos, quitinosos, o sea, las nerviaciones que constituyen su esqueleto o armazón. Su forma es más o menos triangular, y en ellas puede distinguirse un margen anterior o costal, otro externo o apical, y un tercero interno o anal. Los tres ángulos que determinan estos lados reciben los nombres de humeral, ápice del ala y anal. El ala está articulada sobre la región torácica, por su ángulo humeral; y la articulación suele ser muy complicada, ya que en ella intervienen diversas piececitas especiales.

Los ejes rígidos a que antes hemos aludido forman la nerviación alar, cuyo estudio viene a ser uno de los puntos más difíciles de la Entomología. Pero no todas las nerviaciones son de igual importancia, y por eso se las puede distinguir en principales y secundarias. Por otro lado, forman campos más o menos distintos en el ala, o constituyen celdillas cerradas, cuyo número, posición, etc., es en extremo variable. Este hecho proporciona excelentes caracteres para la clasificación de los insectos. En unos, las nerviaciones son tan numerosas y las celdillas tan abundantes que el ala tiene el aspecto de estar formada por un pedazo de gasa, como ocurre en las libélulas; y en otros, las celdillas son pocas en número, pero muy definidas en estructura y posición. También son muchos los insectos en que las nerviaciones no llegan a formar células o celdillas cerradas.

La superficie alar, como la del cuerpo, puede ser lampiña; pero es muy frecuente que se halle cubierta de pelitos. En todas las mariposas lo está de escamas empizarradas.

El movimiento de los dos pares de alas durante el vuelo suele estar coordinado en muchos insectos, actuando ambos pares con simultaneidad, como si fuesen uno solo, para lo cual existen diversos medios de sujeción de las alas anteriores con las posteriores según se verá en los capítulos destinados a los himenópteros y lepidópteros.


La región abdominal

El abdomen está compuesto por una serie de segmentos, variables en número y desarrollo, pero que, en general, son semejantes entre sí. La articulación de unos segmentos con otros varía también mucho, pudiendo presentar toda clase de movimientos, como ocurre en las tijeretas y los coleópteros estafilínidos, o bien ser rígido, como si fuese de una pieza. En algunos insectos, pertenecientes a grupos muy distintos, se observa que los segmentos terminales del abdomen son cada vez más finos y están retraídos unos dentro de otros, como los elementos de un telescopio; y no se distienden sino en el momento de la puesta para poder introducir los huevecillos a una cierta profundidad en el suelo o en los tejidos de un vegetal, haciendo el papel de un oviscapto, aunque no pueden considerarse como un oviscapto verdadero, pues éste es de origen apendicular.

La articulación del abdomen con la región torácica puede ser por toda su anchura, en cuyo caso se dice que es sentado, o por medio de un pedículo o peciolo. Conviene recordar que en la mayoría de los himenópteros el primer segmento abdominal pasa a formar parte de la región torácica, por lo que el primer segmento aparente de los que constituyen el abdomen en dichos animales es, en realidad el segundo.

No siendo en los insectos inferiores, que corresponden al grupo de los apterigógenos, no aparecen apéndices en el abdomen sino en su extremo posterior. En aquéllos los apéndices son variables en estructura, número y disposición, y existen no tan sólo en la extremidad, sino en todos o en algunos de los siete primeros segmentos. En las larvas de los insectos pterigógenos pueden también existir apéndices en los mencionados segmentos, pero desaparecen en los adultos. En las hembras se observa con frecuencia cómo los apéndices correspondientes a los segmentos octavo y noveno, y en los machos, los de este último solo, forman parte de los aparatos copuladores o los destinados a la puesta, como son los oviscaptos tan patentes en los grillos y chicharras. En muchos insectos se conservan también los correspondientes al segmento undécimo, que constituyen un par de cercos, rígidos o multiarticulados, los cuales, a veces, determinan alguna de las particularidades más llamativas del insecto, como las pinzas de las tijeretas.


El endosqueleto, los músculos y el sistema nervioso

El tegumento externo del cuerpo se invagina en diversas regiones y da origen a un conjunto de piezas interiores duras o apodemas, que se denomina endosqueleto, y sirve para proporcionar puntos de inserción a los músculos y sostener ciertos órganos.

Los músculos son estriados, tanto los voluntarios como los involuntarios. El sistema muscular no forma una pared que rodee al cuerpo, y es en extremo complicado. En relación a su tamaño, la fuerza de los insectos es muy grande, desde luego muchísimo mayor que en los vertebrados, y es de notar que, en proporción, es mucho mayor en los más pequeños, como las hormigas.

El sistema nervioso central está formado por los ganglios o masas cerebroides, el collar esofágico, el ganglio postesofágico y la doble cadena infraintestinal. En las masas cerebroides pueden reconocerse tres porciones: procerebro, deutocerebro y tritocerebro. El primero representa los dos ganglios unidos del segmento a que corresponden los ojos, a los cuales inerva, así como a los ocelos; el segundo está formado por el par de ganglios del segmento antenal, integrado por los lóbulos olfatorios, y el tercero está constituido por los ganglios del tercer segmento cefálico, que carece de apéndices; de éste parten los tractos que determinan el collar esofágico. La masa ganglionar subesofágica está integrada por la fusión de los pares de ganglios correspondientes a los segmentos que llevan las mandíbulas y los dos pares de maxilas. A continuación sigue la cadena nerviosa, que, en su máximo, llega a estar formada por tres pares de ganglios torácicos y once abdominales. Esta disposición se ve en los insectos primitivos y en muchas larvas, pero en general dicho número es mucho menor, a causa de las concentraciones que ha experimentado la cadena, fusionándose varios pares de ganglios. Existen, además, algunos nervios viscerales, que forman un sistema simpático esofágico y otro ventral; el primero inerva el intestino anterior y el medio, el corazón y otras partes y el segundo, el intestino posterior y los órganos genitales.


Los órganos sensoriales

Los órganos sensoriales consisten en pelos sensitivos, táctiles, olfatorios o gustativos, que pueden ocupar diferentes posiciones, y además, en órganos propios, como los ojos, oído y otros, que llegan a alcanzar gran complicación. Los primeros son táctiles y radican en pelos que difieren de los restantes del cuerpo por llegar hasta su base una terminación nerviosa, merced a la cual pueden recoger los estímulos exteriores. Estos pelos sensitivos están colocados en las antenas, palpos y patas, pero también se distribuyen por todo el cuerpo. El sentido del olfato es mucho más delicado que el del gusto, y por regla general sus órganos receptores aparecen mucho más desarrollados. Los olfativos se localizan por lo común en las antenas, y adquiere este sentido en algunos insectos tal viveza que puede competir con el de los vertebrados más sensibles, como es el caso de los escarabajos enterradores.


Los ojos

Los órganos visuales corresponden a dos tipos: los ojos sencillos u ocelos y los ojos compuestos. En los primeros es necesario distinguir los centrales, que pueden ser tres y coexistir con los ojos compuestos, de los laterales, que vemos sobre todo en las larvas y ocupan la misma posición que los ojos compuestos de los adultos. El número de estos ocelos laterales es variable, y pueden existir a cada lado desde uno solo hasta un grupo formado por seis o más. Cada ocelo ofrece una estructura algo semejante a la de uno de los elementos que integran los ojos compuestos o facetados.

Éstos se hallan constituidos por la agregación de un número variable de elementos oculares, denominados ommatidias, de modo que cada ojo está formado por tantos elementos como facetas presentes. Dicho número oscila dentro de términos muy amplios; y así vemos que en algunas hormigas no pasa de 6 a 9; en otras varía de 100 a 600, y llega a más de 1.000 en los machos de algunas especies. En la mosca doméstica suman 4.000; en la mariposa calavera, 12.000; en la esfinge del convólvulo, 27.000, y aun pueden rebasar esta elevada cifra algunas libélulas. Varía también el tamaño de las facetas de unos a otros insectos y aun dentro de un mismo ojo, y a veces es posible distinguir dos regiones en que son de tamaño diferente. En la mayoría de las especies, las ommatidias tienen forma exagonal, por estar muy apretadas unas con otras, y si observamos un trozo de ojo al microscopio veremos que presenta aspecto muy semejante al de un panal; pero en otros casos, no aparecen tan apretadas entre sí y entonces conservan su contorno circular. Excepcionalmente los ojos compuestos pueden ser dobles, caso que vemos en los coleópteros girinos y en los machos de algunas efémeras, como resultado de haberse separado cada ojo en dos partes, a veces bastante alejadas una de otra. Los ojos compuestos pueden faltar en algunos insectos que viven enterrados, o entre los que habitan en la hojarasca de los bosques o en las cuevas; y pueden verse también variados ejemplos en que los ojos se encuentran en vías de regresión.

Las ommatidias presentan de fuera a dentro las siguientes partes: la córnea o porción transparente, más o menos convexa, segregada por las células corneales; a continuación, el cono cristalino, formado por varias células; y seguidamente, la retínula, asimismo de origen pluricelular. Descansan interiormente sobre la membrana basal o fenestrada, a través de la cual pasan las fibras nerviosas que unen la porción retinular de las ommatidias con los lóbulos ópticos del cerebro. Cada ommatidia está rodeada por células pigmentarias que la aíslan ópticamente de las demás.

La función visual es muy distinta si se consideran los ocelos o los ojos compuestos. Aquéllos están conformados en un plan que quizá se asemeja más a la simplicidad del ojo humano que a los compuestos de los artrópodos. La teoría más aceptada acerca de la visión por medio de estos últimos es la de Müller, o de la visión en mosaico, de la que ya hemos hablado. La perfección que alcanzan los ojos compuestos es en verdad extraordinaria.


Los organos auditivos y productores de sonidos

Son muchos los insectos capaces de producir sonidos diferentes, para lo que a veces poseen estructuras especiales. Ello nos hace sospechar, desde luego, que también han de estar dotados de órganos auditivos. Consisten éstos, en su forma más sencilla, en grupos fusiformes de elementos sensitivos, que por su extremidad distal pueden estar unidos al tegumento o bien terminar libremente en la cavidad del cuerpo. Tales órganos se denominan también cordotonales. En aquellos insectos en los que estos órganos presentan un grado más completo de desarrollo, aparecen cubiertos por una especie de tímpano o porción en que el tegumento es más fino y constituye una membrana externa vibratoria. Encontramos esos tímpanos en lugares del cuerpo muy distintos. En los grillos y en las chicharras aparecen a uno y otro lado en la porción basilar de las tibias anteriores; y en los saltamontes, en el primer segmento del abdomen, también a uno y otro lado, en el semianillo dorsal.

La producción de sonidos se verifica mediante la fricción de una parte del cuerpo contra otra, por vibración de las alas, o con la intervención de un órgano especial, como el que tienen las cigarras. Ningún insecto está dotado para emitir sonidos de origen bucal (vocales). La propiedad de producir sonidos puede existir en ambos sexos, pero lo corriente es que aparezca limitada al masculino, como en el caso de las cigarras, y sin duda una de sus finalidades más importantes es la atracción sexual. Los órganos estridulatorios son muy variados y aparecen en posiciones distintas de unos insectos a otros. Así, lo que produce los sonidos en los grillos y chicharras es la fricción de dos porciones modificadas de sus alas anteriores, mientras que en los saltamontes se originan por el frotamiento de la cara interna de los fémures posteriores, que lleva unos tuberculitos salientes, contra la superficie de los élitros. En los escarabajos, la fricción se produce entre un trozo de superficie que presenta el aspecto de lima por tener estrías longitudinales, y otro en que hay alguna porción saliente que raspa sobre aquélla. Organos semejantes se encuentran en muchos himenópteros y en otros insectos.

Otros sonidos son debidos a la vibración de las alas, y los percibimos, por tanto, cuando el insecto está volando. Se trata de un zumbido más o menos fuerte, que no hay que confundir con otros zumbidos, más intensos, que también producen los dípteros, y que no se sabe con exactitud a qué se han de atribuir: si a la vibración de la región torácica, a rápidos cambios de forma de dicha región, o al ser expulsado el aire a través de los estigmas torácicos.

En las cigarras hay un órgano especial para la producción del canto, que consiste en la vibración de una membrana ejercida por un músculo, y modificada y ampliada luego por estructuras apropiadas. Este órgano está situado en la base del abdomen por debajo, a uno y otro lado.

Por último, hay insectos capaces de producir sonidos golpeando ciertas partes de su cuerpo contra los objetos que les rodean. Esto es lo que ocurre, por ejemplo, con un pequeño coleóptero (Anobium), que perfora los muebles y produce sonidos dando cabezazos contra la superficie en que descansa.


Luminosidad

Ciertos insectos son luminosos, como saben muy bien quienes han visto alguna vez en una noche calurosa el vuelo de las luciérnagas. La luminosidad es debida, en unos, a órganos lumínicos propios, y en otros, a bacterias luminosas. En los coleópteros es donde se encuentran la mayoría de los insectos luminosos, y entre ellos deben citarse, como más conocidos, los gusanos de luz (Lampyri, Luciola, etc.) y los cucuyos (Pyrophorus). En estos últimos, los principales órganos productores de luz aparecen situados a uno y otro lado del tórax, mientras que en los primeros lo están en la porción terminal del cuerpo. En algunos de ellos esta facultad se halla casi circunscrita a las hembras, que son ápteras y conservan durante toda su vida aspecto larvario, mientras que los machos son alados.

La producción de dicha luminosidad no determina calor, y parece debida a oxidación de una substancia llamada luciferina, producida por otra, que se denomina luciferasa, transportada por la sangre.


Respiración y circulación

La respiración se verifica en los insectos por medio de tráqueas, o sea por tubos que se ramifican por el interior del cuerpo y de los apéndices, y comunican con el exterior por aberturas dispuestas por pares, que reciben los nombres de estigmas o espiráculos. El aire penetra por estas aberturas y llega hasta las más finas ramificaciones que rodean los órganos, las cuales se anastomosan muchas veces unas con otras, de tal modo que en aquellos insectos en los que este aparato es más perfecto, basta con que uno de los estigmas esté abierto para que el aire circule por todo él. En los bordes de cada abertura hay unos pelitos ramosos apretados que filtran el aire a medida que penetra en las tráqueas; éstas son elásticas y muy sólidas merced a un repliegue interno, a modo de filamento arrollado en espiral. Este notable aparato respiratorio permite que el aire llegue directamente hasta los tejidos y células y puedan verificarse los cambios gaseosos en todos los puntos del cuerpo a un mismo tiempo. En muchos insectos alados las tráqueas presentan dilataciones o vesículas que reciben los nombres de sacos aéreos, destinados, al parecer, a proporcionar la mayor cantidad de oxígeno demandada por la gran actividad muscular que ejercen aquéllos durante el vuelo, y no a disminuir la gravedad especifica del cuerpo como antes se creía.

En las larvas acuáticas de muchos insectos aparecen unos órganos mal llamados branquias, colocados sobre varias regiones del cuerpo o bien en el interior de la porción rectal del tubo digestivo. Mediante estas falsas branquias, el aparato traqueal queda adaptado a la respiración acuática sin sufrir grandes modificaciones, y en ellas se verifica la purificación del aire contenido en los troncos traqueales con que comunican.

La circulación es muy incompleta en los insectos a causa de la perfección del aparato respiratorio. Existe un órgano impulsor de la sangre, el vaso dorsal o corazón, que por delante forma una aorta, más o menos definida, y que impulsa en determinada dirección a la sangre; ésta pasa después a la cavidad general del cuerpo y a los apéndices, deslizándose entre los espacios que dejan entre sí los diversos órganos, de modo que no existen, por regla general, venas o arterias, como presentan otros artrópodos.


El aparato digestivo

El tubo digestivo consta de diversas partes, distintas de unos a otros insectos, como varía también su longitud, que puede ser igual a la del cuerpo, o bien mayor, a veces mucho, en cuyo caso describirá diversas curvas o circunvoluciones. En conceptos generales puede decirse que es más largo en los insectos que se alimentan de los jugos de las plantas y más corto en los que tragan partículas sólidas, ya vegetales o animales.

Atendiendo a su origen embrionario puede dividírsele en tres partes: el intestino anterior, el medio y el posterior. El primero y el último están constituidos por invaginaciones de la pared del cuerpo y conservan la capa quitinosa que la cubre; el intestino medio es de origen endodérmico y puede ser muy reducido. En el trayecto del tubo digestivo pueden distinguirse, además, diversas regiones, que reciben los nombres que se emplean en los vertebrados, como faringe, esófago, molleja, estómago, etc. En los chupadores, la faringe musculosa tiene mucha importancia por ser la encargada de hacer la aspiración de los líquidos, a través de la trompa.

En el tubo digestivo vierten su secreción diversas glándulas. En la porción bucal lo hacen las salivales, de formas variadas y a veces muy numerosas; y en las paredes del estómago o ventrículo quilífico, pequeños ciegos que se presentan a veces sobre sus paredes. Un poco por detrás del punto de unión del intestino medio con el posterior desembocan unos tubos llamados de Malpighi, en número y longitud muy variables, que son órganos excretores, encargados de separar y hacer salir al exterior los productos del metabolismo de la sangre, por lo que desempeñan un papel semejante al de los riñones.


Glándulas sericíparas, odoríferas, etc.

En las larvas de las mariposas y de las frigáneas existen glándulas productoras de seda, substancia que utilizan para tejer los capullos o tubos que les sirven de protección, ya sea durante toda la vida larvaria o tan solo en el período de crisalidación. Estas glándulas son las labiales modificadas; tienen forma cilíndrica y presentan, a veces, mucha longitud y grosor. En otros insectos, que también pueden producir seda, como las larvas de los neurópteros, dicha substancia es originada como una secreción de los tubos de Malpighi y por unas glandulitas situadas en los tarsos anteriores en las embias.

La seda que producen ciertas orugas es bien conocida por todos, pues con ella se fabrican magníficas telas. La especie que en general se cría para la obtención de tan estimada fibra es el Bombyx mori, cuya oruga es conocida con el nombre de gusano de la seda; pero como se verá más adelante, son numerosas las orugas que segregan fibras de posible utilización por la industria.

También son de gran utilidad las glándulas sericíparas mismas, que, estiradas en fresco, proporcionan excelentes hebras, muy utilizadas en cirugía, conocidas con el nombre de «crin de Florencia».

Los insectos poseen otras glándulas: las venenosas, como ocurre en las avispas, abejas y otros himenópteros, productoras de substancias que, vertidas en la pequeña herida hecha por el aguijón, producen una irritación casi siempre dolorosa.

Muchos hemípteros, como las chinches de campo, están dotados de glándulas abdominales productoras de una substancia cuyo olor, tan característico, queda durante algún tiempo en la mano si se toca a alguno de dichos insectos. En muchos carábidos, y en algunos otros coleópteros, existen glándulas anales que producen líquidos de olor desagradable y valor defensivo. En los carábidos escopeteros o bombarderos, estas substancias se volatilizan tan pronto entran en contacto con el aire, produciendo pequeñas explosiones perceptibles al oído.

Son muchos los insectos productores de cera: baste recordar, como uno de los casos más típicos, el de las abejas, que utilizan, después de elaborada, la cera que producen determinados sectores de su abdomen. En muchos homópteros y en las cochinillas, la cera es segregada por toda la superficie del cuerpo, formando el animal, con hebras y filamentos, una cubierta a modo de pruina que a veces sobrepasa mucho en longitud al resto del cuerpo. La cera producida por una cochinilla que vive en China se utilizaba para la fabricación de bujías y otros usos.


La reproducción

Puede decirse que todos los insectos son unisexuales (ya que en ellos no existen sino contadísimos casos de hermafroditismo), y con frecuencia ofrecen diferencias, más o menos grandes, entre uno y otro sexo, no sólo en lo referente a los caracteres sexuales primarios, sino también en un conjunto de particularidades o caracteres sexuales secundarios como talla, coloración, forma, desarrollo comparado de la cabeza o de algunas de sus partes (antenas, ojos, mandíbulas), de los órganos del vuelo o de las patas, etc. Estas diferencias dan origen al dimorfismo sexual, tan apreciable y tan curioso en muchos insectos.

La fecundación tiene lugar mediante la cópula. En ocasiones, los productos masculinos se reúnen en unas masas, o espermatóforos, que quedan adheridas a la hembra durante cierto tiempo. Los huevecillos rara vez se desarrollan en el cuerpo de la madre, aunque ocurre en algunos casos que permanecen en él hasta la fase de larva (como en la moscarda) o hasta la de pupa (como en la mosca borriquera). Por lo general son depositados en sitios ocultos, aunque en algunos casos estén por completo al descubierto. Si esto acaece suelen quedar protegidos por pelos o escamas de la madre, como sucede en algunas mariposas, o bien colocados alrededor de tallos, peciolos o finos tronquitos, en ocasiones muy adheridos unos a otros y dispuestos con maravillosa perfección. Los mantis y las cucarachas los protegen envolviéndolos con una cubierta coriácea, de forma precisa en cada especie, que constituye la llamada ooteca. Pero la mayoría de los insectos esconden los huevecillos, ya debajo de las piedras, ya enterrándolos en el suelo, o bien disponiéndolos debajo de las cortezas de los árboles o en sus grietas, y a veces hundidos en el tronco o en el espesor de tallos y hojas. Los parásitos los colocan en las orugas, crisálidas o huevos de otros insectos. Con objeto de poderlos introducir en la tierra o en los tejidos de un animal o vegetal, las hembras de muchos insectos están provistas de oviscapto, o sea, un órgano de forma alargada, más o menos duro, que pueden clavar, y por cuyo interior pasa el huevecillo hasta quedar a la profundidad que el insecto juzga conveniente.

En algunos insectos se presenta un fenómeno muy interesante, conocido con el nombre de partenogénesis, que por primera vez se observó en los pulgones. Consiste en la reproducción sin el concurso del macho, de modo que los huevecillos se desarrollan sin haber sido fecundados. Las partenogénesis pueden presentarse de modo accidental; pero en otros casos es contante, o bien cíclica, esto es, las generaciones partenogenéticas alternan con las sexuadas. De esto último tenemos claro ejemplo en los pulgones, en los que hay seguidas varias generaciones partenogenéticas y vivíparas hasta el otoño; en esta época aparecen los machos, y entonces las hembras son fecundadas y ponen huevecillos, que quedan durante el invierno en dicho estado y que en primavera darán lugar a nuevas generaciones partenogenéticas.

Mas no sólo existe la partenogénesis como medio de reproducción de los adultos. También hay algunas larvas que pueden reproducirse de igual manera. El caso es conocido con el nombre de pedogénesis, como se observa en ciertos dípteros (Cecidómidos), en los que las larvas dan lugar a nuevos individuos.

Otro fenómeno interesantísimo, asimismo observado en los insectos, es la poliembrionia, que consiste en la producción de dos o más embriones de un solo huevo, que se divide por gemación. El número de estos embriones puede ser de 12 ó 15, de un centenar o superior a 1.000, derivados todos ellos de un mismo huevo. En algunos casos se encuentran orugas o crisálidas de mariposas que han sido atacadas por diminutas avispitas poliembriónicas, cuyo cuerpo está repleto de las larvas de estos calcídidos, y se ha llegado a obtener hasta unos 3.000 individuos de una sola larva.

En los termes, abejas y hormigas, existen a veces diversas clases de individuos en una sola especie: así vemos que, además del macho y de la hembra, puede haber otras formas, como son las obreras y los soldados, que son individuos en que los órganos genitales no se desarrollan por completo.


La metamorfosis

El desarrollo de los insectos es muy variado y diferente según las especies. Así vemos que algunos, al nacer son meras miniaturas de los padres, como ocurre en un grillo o un saltamontes, que alcanzarán la forma adulta por crecimiento seguido, marcado por diversos cambios de tegumento, por la aparición de los órganos del vuelo y por el desarrollo de los genitales. Se dice de éstos que tienen metamorfosis sencillas, y presentan, tanto de jóvenes como de adultos, un mismo tipo de aparato bucal, ya masticador, como en los ejemplos citados, ya chupador, como en los hemípteros. En otros insectos, las larvas son acuáticas y aéreos los adultos; mas a pesar de este cambio de vida, su desarrollo no está interrumpido por un periodo ninfal o de reposo, por lo que se les puede estudiar entre los de metamorfosis sencillas. Es lo que ocurre en las libélulas y efémeras. En un tercer grupo están incluidos los insectos que, de jóvenes, son muy distintos de como más adelante han de ser, revistiendo la forma de larva u oruga, en la que no es posible reconocer al adulto. El paso de larva a adulto está marcado no sólo por grandes modificaciones, sino también por un período en que el animal no se mueve (salvo en contados casos), o, al menos, no puede trasladarse de un sitio a otro. Esta etapa es conocida con el nombre de ninfa, pupa o crisálida.

Los insectos que tienen metamorfosis sencillas, o paurometábolos, sufren, durante su desarrollo, tan sólo diversas morfosis de crecimiento, en las que el animal se desprende del tegumento quitinoso en que ya materialmente no cabía, y aparece con uno nuevo, mayor. Por esta causa el insecto no va aumentando poco a poco de tamaño, sino que el crecimiento se verifica como por saltos en cada uno de los cuales se aprecia un desarrollo mayor. Hacen su aparición en una de estas morfosis los órganos del vuelo, en forma de pequeños muñones, que en la morfosis sucesiva serán ya bastante mayores, y que al terminar la última se extenderán y tomarán la forma y aspecto característico de las alas que les correspondan. Durante el proceso de su desarrollo el animal no deja de alimentarse. Los cambios de tegumento no significan sino otros tantos breves períodos de quietud, los precisos para que el nuevo tegumento tome consistencia y pueda servir de inserción a los músculos.

En el segundo grupo, o hemimetábolos, la vida del animal ofrece dos períodos diferentes, el primero de los cuales tiene lugar dentro del agua y el segundo al aire libre. Durante su vida larvaria han de respirar dentro del agua por unas falsas branquias que, en realidad, son simples tráqueas modificadas mientras que al llegar a adultos la respiración se efectuará por medio de tráqueas normales. Existe en ellos, por lo tanto, alguna mayor diferencia entre la larva y el adulto que en los paurometábolos. Después de haber sufrido diversas morfosis de crecimiento, llega el momento en que las larvas acuáticas, abandonando el agua, suben a la superficie apoyándose en alguna planta o ascendiendo por las piedras, hasta cruzar el espejo líquido. Entonces quedan inmóviles un corto tiempo, mientras su tegumento se hiende por encima y da paso al adulto. Este ha de permanecer quieto el tiempo indispensable para que sus alas tomen consistencia, conseguido lo cual comenzará un activa vida aérea, muy distinta de la que hasta aquel momento ha gozado en el seno de las aguas. No existe, por tanto, en ellos, un periodo ninfal de reposo, ni cambios notables en su estructura interna.

El tercer grupo comprende los insectos de metamorfosis complicadas u holometábolos. Las formas jóvenes, larvas u orugas, activas y muy voraces por lo general, van acumulando los materiales que requieren para su ulterior desarrollo y sufriendo diversas morfosis, hasta que llega un momento en que han completado su crecimiento en esta fase, y entonces después de haberse escondido en tierra o resguardado debajo de una piedra o en un capullo tejido para este objeto o simplemente al aire libre, se transforman en ninfa o crisálida. En ésta ya se perciben a veces las partes y apéndices del futuro insecto, aunque de modo más o menos vago, como si estuviese envuelto en un sudario; pero en otros caso el animal parece haber vuelto al período de huevo, de un huevo grande, en el que, ni exterior ni interiormente es posible reconocer ni a la larva de que procede ni al adulto que va a originar. En esta forma permanecen más o menos tiempo, sin moverse ni alimentarse. Entre tanto se verifican en su interior importantes cambios, a veces una casi completa desintegración de los tejidos o histolisis, seguida de una reconstrucción de las estructuras o histogénesis que han de ser necesarias al adulto. Al fin, la crisálida o ninfa, cuyo tegumento se rajará en forma especial, da paso al insecto adulto o imago. Éste aparece ya en la forma definitiva, en la que no crece más y no toma, en muchos casos, sino pequeñas cantidades de alimento, las necesarias para compensar el desgaste que experimente su organismo. El adulto vive relativamente poco tiempo, por lo común el preciso para la fecundación y puestas de los huevecillos que han de perpetuar la especie.

Por circunstancias especiales existen en el desarrollo de algunos insectos diversas fases supletorias, como indicaremos al tratar de las cantáridas y sitaris en los coleópteros, y de las mantispas en los neurópteros. En estos casos se dice que el insecto presenta hipermetamorfosis; y en ellos suelen distinguirse dos tipos de larvas: la primera es activa y busca el medio de llegar hasta las larvas o provisiones almacenadas por otro animal, a cuyas expensas ha de desarrollarse, y la segunda, en que se transforma la primera después de logrado su cometido es por completo diferente de forma, sin patas, y apropiada para ir dando fin de las provisiones que otro almacenó con muy distinto objeto.


Tipos de larvas y ninfas

En las larvas se distinguen varios tipos. Algunas se asemejan por la forma del cuerpo y apéndices a los insectos primitivos, como las campodeas, por lo que se las ha denominado larvas campodeiformes; tiene patas torácicas, pero no abdominales, y el cuerpo es recto y estrecho; son, por lo general, zoófagas y muy ágiles. Otras son las conocidas orugas en las que, además de las torácicas, existen patas tuberculosas en el abdomen que les sirven para andar. De ellas es buen ejemplo el gusano de seda. En otras, el cuerpo grueso y cilindráceo, provisto de patitas torácicas, aparece curvado y descansando, no sobre la superficie ventral, sino sobre uno de sus costados: son las larvas melolontoides, como las de los escarabajos sanjuaneros y las melolontas. En muchos otros tipos, las larvas carecen por completo de apéndices; su cuerpo es más o menos vermiforme, y puede presentar caprichosas y notabilísimas formas, en especial en algunos de los pequeños himenópteros parásitos del grupo de los proctotrúpidos y calcídidos.

En las ninfas o pupas también pueden distinguirse diversos tipos. En las verdaderas ninfas, o pupas libres, se reconoce bastante bien la forma del cuerpo del adulto, sobre el que aparecen aplicados los apéndices, como ocurre en los neurópteros, coleópteros e himenópteros. En las crisálidas, o pupas obtectas, características de las mariposas y dípteros ortorrafos, las alas y apéndices están más apretados contra el cuerpo y cubiertos por el tegumento quitinoso en forma que no hacen sino ligero relieve. Las pupas de los dípteros ciclorrafos constituyen un tercer tipo, pues en ellas se conserva el último tegumento larvario, que se endurece y queda formando una protección o cápsula, el pupario, al animal que encierra, al que no está soldado; las de este tercer tipo se denominan pupas coartadas.

Las ninfas permanecen inmóviles; pero es necesario recordar que casi todas las crisálidas pueden mover más o menos su abdomen de un lado a otro y que las ninfas verdaderas tienen a veces algunos movimientos. En las rafidias incluso llegan a mover con gran soltura varias partes de su cuerpo.


Regímenes de vida

En los insectos puede hacerse una gran división según su régimen de vida. Unos se alimentan de los vegetales, al paso que otros viven a expensas de sus congéneres ya como insectos carnívoros o predatores, ya como meros parásitos. El número de insectos, y, sobre todo, la multitud de individuos de cada especie, es con frecuencia tan considerable que si pasamos la vista por el reino vegetal y nos damos cuenta de las distintas especies que viven a expensas de cada planta, cuyas hojas, raíces, tallos o frutos devoran, lo que podrá parecer extraño es cómo en los millones de años que van transcurridos de vida común sobre la Tierra, que se remonta por lo menos a la época carbonífera, puedan existir aún vegetales. El equilibrio se mantiene, sin embargo, gracias a que la gran familia de los insectos está dividida en dos bandos, uno de los cuales se dedica sin cesar a combatir al otro, a cuyas expensas vive. La otra regulación es más simple: ya que los insectos son muy específicos con sus plantas alimento, cuando nacen demasiados y producen excesivo daño, entonces se produce una mortalidad por falta de alimento, que permitirá que las plantas se recuperen. De este modo se regula la cantidad máxima de individuos de una especie de insecto que puede existir en cada momento.

La oposición de los insectos entre sí ha sido aprovechada por los que se dedican a la entomología aplicada, para poner frente a las especies perjudiciales el ataque de sus enemigos, y lograr que, a los desmanes producidos por unos insectos, sean otras especies del mismo grupo las que les pongan coto. Tal es el procedimiento de lucha biológica que constituye, en unión de los métodos de cultivo y los sistemas técnicos (mecánicos, químicos o físicos), los tres medios en uso para combatir a los depredadores de los cultivos. También merece ser citado aquí otro aspecto muy curioso y muy útil de la entomología aplicada. Es el de utilizar los insectos para reducir el desarrollo de ciertas plantas invasoras. En la India, por ejemplo, una planta exótica importada, conocida con el nombre científico de Lantana, se multiplica tanto que invade las zonas de cultivo e impide el crecimiento de las plantas útiles. En este caso, la función del entomólogo consiste en buscar cuáles son los insectos que más perjudican a dicho vegetal, y procurar que se desarrollen lo más posible.

Las relaciones de los insectos con la Medicina son también de grandísima importancia, por ser en muchos casos transmisores de enfermedades para el hombre y para los animales domésticos. Baste citar los ejemplos de la enfermedad del sueño, el agente de la cual es transmitido por la mosca tsé-tsé; del tifus exantemático, difundido por los piojos; de las moscas comunes, que pueden llevar los gérmenes de muchas enfermedades; de los mosquitos de diferentes clases, vehículos del dengue, fiebre del Nilo, paludismo, fiebre amarilla; de los Flebotomus, inoculadores de la fiebre de tres días y del botón de Oriente; de los hemípteros que transmiten el mal de Chagas, etc.


Mimetismo

Las coloraciones y formas que presentan los insectos están en muchos casos destinados a que el animal resulte poco visible en los sitios en que acostumbra a vivir, y por consiguiente a encontrar en ello su mejor defensa. Así veremos los maravillosos insectos-palo, que imitan tallos o ramitas; las mariposas y chicharras, de alas que parecen hojas, etc. Todo hace suponer que las coloraciones chillonas y llamativas quieren llevar a sus enemigos al convencimiento de que se trata de animales no comestibles o venenosos, por lo cual suele denominárseles coloraciones protectivas.

Hay otras especies, a las que con propiedad puede aplicarse el nombre de miméticas, que copian el aspecto de insectos de otros grupos. En general, una especie débil e indefensa imita a otra más fuerte o provista de aguijones, y de ello son buen ejemplo las larvas del ortóptero mirmecofana y de los hemipteros nabis, que imitan a las hormigas; los numerosos dípteros que copian a himenópteros, etc.


Clasificación

Son muy numerosas las clasificaciones que se han propuesto para los insectos, basadas casi todas ellas en la forma del aparato bucal, en las metamorfosis y en las alas. Pesando ventajas e inconvenientes, hemos procurado simplificar lo más posible, y asimismo, reunir los distintos órdenes en dos subclases de extensión muy desigual:

Subclase apterigógenos

Proturos
Colémbolos
Tisanuros

Subclase pterigógenos

Ortópteros
Tricópteros
Dermápteros
Himenópteros
Pseudoneurópteros
Tisanópteros
Pseudortópteros
Hemípteros
Coleópteros
Dípteros
Estrepsípteros
Lepidópteros
Neurópteros

Algunos autores establecen una división dentro de la subclase de los pterigógenos, atendiendo a las metamorfosis y al modo de desarrollo de los órganos del vuelo, y así los separan en exopterigógenos y endopterigógenos. Los primeros son los que tienen metamorfosis sencillas, y en ellos falta por lo común el estado de pupa o ninfa, y los órganos del vuelo se desarrollan al exterior (ortópteros, dermápteros, pseudoneurópteros, pseudortópteros, tisanópteros y hemípteros). Los segundos tienen metamorfosis complicadas, presentan siempre un periodo de ninfa o crisálida, y los órganos del vuelo se desarrollan en el interior del cuerpo (coleópteros, neurópteros, tricópteros, himenópteros, dípteros y lepidópteros). Recientemente, los colémbolos han sido separados de los insectos y ubicados en una nueva rama.

Insectos de Argentina y el Mundo
Artículos — 15/nov/2003
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