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19/Oct/03

Lluvias en Venezuela traen regocijo a los indígenas: un manjar entomológico cae del cielo

La temporada de lluvia trae consigo un obsequio de la naturaleza para los pobladores de las remotas tierras de La Gran Sabana venezolana: se trata de las llamadas "hormigas de fuego", unos insectos tropicales que los lugareños aprecian por sus múltiples usos. Son insectos ansiosamente esperados por los indios pemones en el sureste de Venezuela.

Una pertinaz lluvia inunda los hormigueros que están alrededor de Vista Alegre, un pequeño poblado de pemones, conformado por 20 chozas de techos de palmas y paredes de arcilla, que está a unos 600 kilómetros al sureste de Caracas.

Con las lluvias, las hormigas conocidas como "bachacos", de 2.5 centímetros de largo, salen en estampida de sus agujeros para reproducirse. Las que se ven en la foto son hormigas reina, dotadas de alas para el vuelo nupcial. En ese momento es cuando los más jóvenes miembros de la comunidad pemón se aprestan a cazar las hormigas y depositarlas en recipientes plásticos.

Los niños no pueden resistirse la tentación de comerse las hormigas vivas. Antes de digerirlas les tiran de las alas, las patas y la cabeza. Algunos sostienen que el sabor de los insectos es similar al de la sangre. Los niños ríen frenéticamente mientras se esfuerzan por impedir que las hormigas salgan fuera de los envases.

Pero aparte de las alegrías que proporcionan a los niños, para los pemones la caza de las hormigas constituye una importante labor. Las indias utilizan los insectos para preparar un picante autóctono de la zona que forma parte de la alimentación diaria de los pemones, que subsisten gracias a una dieta basada en vegetales.

Los indígenas suelen comer junto con las hormigas un tipo de pan de mandioca llamado "casabe"; el "tuma", que es una salsa a base de espinaca, y una hoja conocida como "aurusa" que es hervida en una mezcla de agua y jugo de mandioca, y luego condimentada con ají o pimientas amarillas y verdes.

La india Guillermina Zogala hunde su mano en una olla repleta de agua y saca un manojo de hormigas ahogadas. Se sienta sobre un leño y comienza a arrancarle las alas antes de echarlas dentro de una vasija repleta de una burbujeante "tuma" de color verde oscura.

"Nosotros nos las comemos (las hormigas) de la misma forma como ustedes comen pasta o arroz. La única diferencia es que son picantes. No tenemos dinero para comer otras cosas", dice Zogala.

Zogala toma la olla caliente, con la ayuda de grandes hojas para no quemarse, y la lleva hasta una mesa de madera donde está servido un cubo de "kachiri", que es una bebida rosada con algo de alcohol que preparan los indios a base de harina de mandioca.

Los comensales mojan el casabe en la salsa llena de hormigas. Los pemones aprendieron a comer hormigas para poder sobrevivir en medio de las extensas sabanas venezolanas, interrumpidas sólo por altas montañas —conocidas como tepuy—, que a su vez son surcadas por caudolosos ríos e imponentes cascadas.

No fue hasta el 1900 cuando los indígenas pemones conocieron el mundo occidental, gracias a la labor de los misioneros católicos y protestantes que introdujeron las escuelas y las iglesias en la Gran Sabana.

Los residentes de la zona que atraviesa la ruta diez, la única carretera de la Gran Sabana, viven del turismo. Junto a la ruta, los lugareños venden artesanías y organizan paseos en los que ofrecen como aperitivo pollo y, por supuesto, "hormigas de fuego".

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