1/Ago/04
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Demuestran por qué la venganza produce sensación placentera
Parece que hablar de "hambre de venganza" es menos metafórico de lo que se pensaba. Este sentimiento, del que se dice que puede tener funciones sociales
muy útiles, pone en marcha mecanismos similares a los que se activan cuando se tiene hambre y se piensa en comer.
(La Nación, The New York Times) Se puede fruncir el ceño ante ella, se la puede considerar moralmente baja. Sin embargo, los actos de venganza
personal reflejan un sentido de justicia con raíces biológicas. "La mejor manera de comprenderla no es considerarla una enfermedad, una falla moral o un delito
sino una conducta profundamente humana y a veces muy funcional", dice el doctor Michael Mc Cullough, psicólogo de la Universidad de Miami.
Durante mucho tiempo los antropólogos argumentaron que los actos de represalia mantienen a la gente controlada en aquellos lugares donde no existen leyes
formales o éstas no se imponen. "Recientes investigaciones determinaron que las comunidades estables dependen de las personas que tienen una inclinación nata
hacia el castigo de quienes violan las normas de la comunidad", sostuvo el doctor Joseph Henrich, antropólogo de la Universidad de Atlanta.
La mesa está servida
Utilizando la tecnología que estudia las ondas cerebrales, el doctor Eddie Harmon-Jones, un neurocientífico de la Universidad de Wisconsin, descubrió que
cuando a la gente la insultan se produce una gran actividad en la corteza prefrontal izquierda, que también se activa cuando se prepara para satisfacer el hambre
y otras necesidades. Esta actividad parece reflejar, según Harmon-Jones, no tanto la sensación que produce el hambre sino la preparación para expresarla, es
decir, la presteza para responder a esa sensación.
"Se ha demostrado que el manifestar la ira a menudo hace que aumente y lleve a mayor agresión", dijo el doctor Brad Bushman, psicólogo de la Universidad de
Michigan, "pero la gente la expresa por la misma razón por la que come chocolate."
Saborear el gusto puede ser suficientemente satisfactorio. Cuando a Kurt Raedle, 40, vendedor de la Ciudad de Kansas, (Missouri, Estados Unidos), le
robaron su saco de cuero nuevo en una fiesta, fantaseaba con la idea de poner sus manos encima del ladrón. Un mes más tarde, un amigo suyo vio al ladrón en
un bar usando su saco y avisó a Raddle, que lo llamó por teléfono.
"Se sintió culpable y quería enviarme el saco por correo, pero yo no acepté, quería que me lo devolviera personalmente, en la casa de mis padres". El castigo:
media hora de discurso sobre moral y lecciones de vida por parte del padre del señor Raddle, con su metro noventa y sus 100 kg. Esta clase de represalia está
cerca de lo que los sociólogos y filósofos llaman retribuciones merecidas.
El doctor John M. Darley, profesor de psicología y asuntos públicos en la Universidad de Princeton, afirma que tales acciones involucran un esfuerzo deliberado
para obtener una retribución a la medida del delito, a menudo teniendo en cuenta tantos detalles importantes sobre el transgresor y el delito como sea posible.
En algunos casos la gente mitiga sus sentimientos de ira haciendo pública su protesta. En un estudio realizado en 2003, el doctor Harmon-Jones estudió los
patrones de las ondas cerebrales en estudiantes a quienes se les había dicho que la universidad aumentaría mucho sus cuotas. Todos se enojaron, pero firmar un
petitorio para detener los aumentos dejó satisfechos a muchos.
Sin embargo, la naturaleza de este seudo apetito nos inducen a caer en el exceso: aquellos que se sienten víctimas de una mala acción a menudo la magnifican y
sueñan sensuales fantasías de revancha, como la destrucción de una casa o el bailar sobre una tumba.
Pensemos en esta urgencia como si fuera hambre, codicia, una carencia que el cerebro está tratando de llenar, "y de esta manera dijo el doctor Mc Cullongh,
podremos comprender por qué las fantasías de venganza pueden ser tan deliciosas". Pero también, dicen los investigadores poca gente quiere parecer vengativa.
"Lo ideal," dijo el doctor Robert Baron, un psicólogo de la escuela de gerenciamiento en el Instituto Politécnico Rensselaer en Troy, Nueva York, "es arruinar a
otro sin que ni siquiera se dé cuenta de lo que ha pasado." El doctor Baron estima que la diferencia entre los actos de venganza indirectos y los directos es de
100 a 1. La forma indirecta protege a la gente, pero le da un falso sentido de control. Una persona que se siente profundamente ofendida puede responder con
una venganza a medias, faltando a una cita, sumiéndose en el silencio por un corto período.
Pero el doctor Rosen afirma que esta táctica tan común le permite creer que ha mantenido su moral en alto. Concientemente o no, se dan a sí mismos espacio
para exigir más revancha. El problema, dicen los psicólogos, es que la respuesta reprimida de un hombre es el golpe dado a otro. Muchas de las personas que
el doctor Baron estudió esperaron años para ponerse en igualdad de condiciones con otros. Durante las entrevistas, algunos hasta se frotan las manos ante el
recuerdo, como los villanos de los dibujos animados.
Pero hay otras opciones, dice John Sawyer, 44, un hombre de negocios de Denver que vivía diariamente pensando en vengarse después de haber sido herido
durante un intento de robo. Le llevó seis meses recuperarse físicamente y alrededor de un año superar su enojo con los tres hombres que lo habían herido. Pero
los perdonó. "Y creo que perdonarlos fue mi propio modo de vengarme" dijo. "Fue una demostración de que no me habían vencido; como elevarme por encima
de lo que había sucedido y por encima de ellos."