01/Sep/04
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Borges tenía Internet
Si en la actualidad es difícil definir Internet, su alcance, sus implicancias, su efecto sobre la gente, para Jorge Luis Borges, en cambio, aun sin conocer la
"Red de redes", la cosa fue muy fácil. Lo que sigue es un ejemplo de que este genial escritor tenía Internet, o al menos se anticipó a definirla en aquel universo
fantástico que dejó como legado.
(La Voz del interior, Córdoba.net) Cae por su propio peso comenzar este ejercicio con "El Aleph", creación que, para muchos observadores, encierra
una definición de la Web en la descripción que el personaje Carlos Argentino Viterbo hace de ese sitio que da nombre al relato: "El lugar donde están, sin
confundirse, todos los lugares del orbe, vistos desde todos los ángulos".
Más adelante, cuando el narrador describe su experiencia como observador del Aleph, encontramos lo que podría ser el testimonio de un principiante en la
Red, quien, al maravillarse, relata con pasión su viaje navegación en Internet: "Vi el populoso mar, vi el alba y la tarde, vi las muchedumbres de América, vi una
plateada telaraña en el centro de una negra pirámide, vi un laberinto roto (era Londres)...".
Inmediatamente después, podemos encontrar algo referente al chat, o una experiencia de intercambio de e-mails, ya que sigue: "...vi
interminables ojos inmediatos escrutándose en mí como en un espejo, vi todos los espejos del planeta y ninguno me reflejó...". Lo que sigue es una descripción
de lugares, cosas y sensaciones, como la propuesta de un portal de misceláneas: "...vi en un traspatio de la calle Soler las mismas baldosas que hace 30 años vi
en el zaguán de una casa en Fray Bentos, vi racimos, nieve, tabaco, vetas de metal, vapor de agua, vi convexos desiertos ecuatoriales y cada uno de sus granos
de arena, vi en Inverness a una mujer que no olvidaré, vi la violenta cabellera, el altivo cuerpo, vi un cáncer de pecho, vi un círculo de tierra seca en una vereda,
donde antes hubo un árbol, vi una quinta de Adrogué, un ejemplar de la primera versión inglesa de Plinio, la de Philemont Holland...".
Es tentador seguir, pero este fragmento alcanza y sobra para demostrar que "ese lugar donde están, sin confundirse, todos los lugares del orbe", es muy
parecido a Internet ¿O es Internet? Sobre esa duda se basa la posibilidad de que Borges haya conocido Internet, ya sea porque la tenía en su casa, o la conoció
en el sótano de los Viterbo. Hay detalles mínimos que no se pueden dejar pasar por alto, como el de esa mujer que no puede olvidar, ya que, según dice, la vio
"en Inverness", ciudad del Reino Unido cuyo nombre suena sugestivamente parecido a Internet. ¿Por qué no vio a la mujer en Canterbury, Coventry o
Liverpool? Sencillamente porque ninguno de esos nombres suena parecido a Internet.
El libro de arena
Pero si una sola referencia no basta, hay más. En "El libro de arena", ya desde el comienzo, Borges, para introducir al lector, sin querer, vuelve a definir Internet,
está vez desde lo matemático: "La línea consta de un número infinito de puntos; el plano, de un número infinito de líneas; el volumen, de un número infinito de
planos; el hipervolumen, de un número infinito de volúmenes...". Sí de la definición del Libro de Arena se trata ¿qué es Internet sino un libro de arena, un
hipervolumen compuesto de un número infinito de volúmenes?
"Me dijo que su libro se llamaba el Libro de Arena, porque ni el libro ni la arena tienen principio ni fin", relata luego. La Web, como la arena, tampoco tiene
principio ni fin. Más adelante, quien le vende el libro al relator, reafirma: "El número de páginas de este libro es exactamente infinito, ninguna es la primera;
ninguna, la última... Si el espacio es infinito estamos en cualquier punto del espacio. Si el tiempo es infinito, estamos en cualquier punto del tiempo". Sólo desde
una PC conectada a Internet podríamos lograr este punto de observación en espacio y tiempo.
Adicción
Pero este relato no se queda allí, el efecto que produce el Libro de Arena en el protagonista es idéntico a la adicción que produce Internet en algunos usuarios.
"Me quedaban algunos amigos; deje de verlos. Prisionero del libro, casi no me asomaba a la calle... Declinaba el verano y comprendí que el libro era
monstruoso. De nada me sirvió considerar que no menos monstruoso era yo, que lo percibía con ojos y lo palpaba con 10 dedos con uñas. Sentí que era un
objeto de pesadilla, una cosa obscena que infamaba y corrompía la realidad". Ni al mejor crítico de Internet se le ha ocurrido una frase que la supere.
Hasta aquí vemos cómo Borges no sólo fue capaz de definir Internet con distintos argumentos, sino también de describir sus efectos en usuarios débiles a los
que la vida dejó con la guardia baja.
Pero hay más para el asombro, algo así como el origen de Internet. Al menos eso es lo que parece la historia de la biblioteca del Congreso del Mundo, el
delirante proyecto del multimillonario uruguayo Alejandro Glencoe, personaje del relato El Congreso, quien a fines del siglo XIX se propuso formar una especie
de gobierno o consejo suprainternacional del que sería presidente. Quienes lo acompañan en la empresa, deciden que el organismo debería contar con la mejor
biblioteca del mundo, la que comienzan a formar con los más elevados textos de consulta de la época: "...los atlas de Justus Perthes y diversas y extensas
enciclopedias, desde la Historia Naturalis de Plinio y el Speculum de Beauvais hasta los gratos laberintos de los ilustres enciclopedistas franceses, de la
Britannica, de Pierre Larousse, de Brockhaus, de Larsen y de Montaner y Simón".
A esta altura, cualquier detractor está en condiciones de decir: Eso no es Internet, ya que en Internet está todo, no sólo lo bueno, preciso y complejo, sino
también lo malo, impreciso y vago. Pero no se apure, eso último también estaba en la biblioteca del Congreso del Mundo, ya que el personaje llamado Twirl,
tras invocar a Plinio el Joven en aquello de "no hay libro tan malo que no encierre algo bueno", propuso la "compra indiscriminada de colecciones de La Prensa,
de 3.400 ejemplares de Don Quijote, en diversos formatos, del epistolario de Balmes, de tesis universitarias, de cuentas, de boletines y de programas de teatro.
Todo es un testimonio, había dicho". Para los defensores de Internet, toda la porquería que se amontona en páginas y sitios inútiles también son un testimonio.
Hay muchos ejemplos más de que Borges tenía Internet, como "La biblioteca de Babel", o la conducta de "Funes, el memorioso", pero es bueno descubrirlo en
la inagotable experiencia de leer, aquella que a este escritor le permitió ver mucho más allá de su tiempo.