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02/Nov/04




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A 66 años de la emisión radial de "La Guerra de los Mundos"

El 30 de octubre de 1938, el locutor y actor estadounidense Orson Welles transmitió por la estación radial CBS su famosa adaptación de La guerra de los mundos de H. G. Wells. A continuación, los fragmentos más álgidos del programa que causó pánico y desesperación colectiva.

(Página/12, Futuros) Damas y caballeros, interrumpimos nuestro programa de música bailable, para comunicar a ustedes un boletín especial de Intercontinental Radio News. A las ocho menos veinte, hora central, el profesor Farrell, del Observatorio de Mount Jennings, de Chicago (Illinois), reporta estar observando varias explosiones de gas incandescente, que se suceden a intervalos regulares sobre el planeta Marte. El espectroscopio revela que el gas es hidrógeno y que éste se dirige hacia la Tierra con enorme velocidad.

Se reporta que a las 8:50 PM un enorme y llameante objeto, que se supone es un meteorito, ha caído en una granja de las cercanías de Grovers Mill, Nueva Jersey, a veintidós millas de Trenton.

Supongo... sí, supongo... que es esto que tengo directamente delante de mí, medio enterrado en un amplio pozo. Ha debido caer con una fuerza terrorífica. La tierra está cubierta con las astillas de un árbol con el que debe de haber chocado antes de tocar el suelo. Lo que yo puedo ver del objeto mismo no se parece mucho que digamos a un meteoro. Al menos a ninguno de los meteoros que yo he visto en mi vida. Más bien se parece a un enorme cilindro. El metal de la cubierta es... Bueno, tampoco he visto nada parecido a eso en toda mi vida. Su color es algo así como de un blanco amarillento. (...) ¡Un momento! ¡Algo sucede! ¡Damas y caballeros, esto es espeluznante! ¡El extremo más cercano del objeto está comenzando como a pelarse en escamas! ¡La cabecera empieza a dar vueltas como un tornillo! ¡El objeto debe de estar hueco! (...) ¡Se está moviendo! ¡Mira, la maldita cosa esa se está destornillando! ¡Hacia atrás! ¡Fuera de ahí! ¡Atrás digo! ¡Tal vez hay dentro hombres que tratan de salir! ¡Pues está ardiendo al rojo vivo! ¡Van a arder como ascuas! ¡Atrás, atrás, allí! Damas y caballeros, esto es lo más tremebundo que yo he visto en mi vida. ¡Un momento! Alguien se desliza afuera por el hueco de la cabecera del objeto. Alguien o... algo. Yo puedo advertir cómo hacia afuera de ese negro agujero dos discos luminosos miran... ¿Serán ojos? Pudieran ser de una cara. Pudiera ser... ¡Santo cielo! Algo se arrastra como serpenteando fuera de la sombra, como una serpiente grisácea. Ahora otra más, y otra. A mí me parecen como tentáculos. Ahora puedo advertir el cuerpo de ese ser. Es grande como el de un oso y reluce como el cuero cuando está mojado. Pero ¡ese rostro...! Es... es algo indescriptible. Apenas puedo contenerme para no alejar mi vista de él. Los ojos son negros y brillan como los de una serpiente. La boca es como una "v”, de cuyas comisuras cuelgan gotas de saliva, que parecen temblar y dar latidos. El monstruo –o lo que eso sea– apenas puede moverse. Parece que el peso lo derrumba... tal vez la fuerza de la gravedad o algo así. El ser ese se está levantando... La muchedumbre se echa hacia atrás. Sus ojos han visto ya bastante. Esta es la más extraordinaria experiencia... Apenas puedo encontrar palabras... Yo estoy estrechando conmigo y retirando hacia atrás el micrófono, al mismo tiempo que les hablo. Tengo que hacer un alto en mi narración, hasta tanto encuentre una nueva posición. Una figura encorvada se levanta del hoyo. Puedo adivinar algo así como un breve rayo de luz dirigido contra un espejo. ¿Qué es esto? Un chorro de llamas salta de ese espejo y se dirigea los hombres que avanzan. ¡Los derriba a todos! ¡Santo Dios, todos ellos se están abrasando! Los bosques... los patios de las granjas... los tanques de combustible de los automóviles... el fuego se extiende por todas partes. Se acerca hacia aquí. Unas veinte yardas hacia mi derecha...

Damas y caballeros, tengo que anunciarles un grave suceso. Aunque ello pueda parecer increíble, las observaciones de carácter científico por un lado y la evidencia de nuestro propio testimonio por otro, nos hacen creer, de una manera incontestable, que estos extraños seres que aterrizaron en la campiña de Jersey esta noche última, son la vanguardia de un ejército invasor procedente del planeta Marte.

Nuestro ejército ha sido barrido... La artillería, la aviación... todo ha sido barrido. Esta puede ser nuestra última emisión. Permaneceremos aquí hasta el final. La población está asistiendo a los servicios religiosos que se celebran debajo mismo de nosotros, en la catedral. (...) Las calles se encuentran abarrotadas de gente. El ruido de la muchedumbre es semejante al de la noche de Año Nuevo en el centro de la ciudad: Un momento, ¡atención!... El enemigo está ahora a la vista; precisamente encima de Palisades. Se ven cinco grandes máquinas. (...) Allí surgen como una cadena de nuevas torres en la parte occidental de la ciudad... Ahora levantan sus manos metálicas... ¡Ha llegado ya el final!

Los monstruos se han establecido en una tierra firme: han arruinado a la nación más grande del mundo. (...) No nos queda nada que hacer. Estamos deshechos. Estamos exterminados.

Mis ojos se sintieron atraídos hacia la inmensa bandada de negros pájaros que planeaban directamente debajo de mí. Dando grandes y pesados giros llegaron hasta posarse sobre la tierra, y allí ante mis ojos, duros y silenciosos, pude contemplar a los marcianos, desparramados por el suelo, y a las negras aves que picoteaban sus cuerpos y rasgaban jirones negruzcos de carne de sus cuerpos muertos. Más tarde, cuando estos cuerpos pudieron ser examinados en los laboratorios, se halló que habían sido exterminados por las bacterias de la putrefacción y de las enfermedades, contra las que sus sistemas fisiológicos no se hallaban preparados...

Extraño me parece el mirar a los niños que juegan en las calles. Extraño me parece ver a los jóvenes que pasean sobre el césped, donde las nuevas hojas primaverales van borrando las últimas huellas negruzcas de una tierra lastimada. Extraño me parece ver entrar a los curiosos en el museo en donde se exponen ante el público las piezas desarticuladas de una máquina marciana. Extraño, por último, me parece todo cuanto recuerdo de la primera vez que la vi, brillante y limpiamente recortada, fría y silente, en el atardecer de aquel último gran día.

Este es Orson Welles, damas y caballeros, fuera de personaje para asegurar a ustedes que La Guerra de los Mundos no tiene otra significación que la brindada por la festividad. Ha sido la versión del Mercury Theatre de lo que, normalmente, se suele hacer envolviéndose en una sábana, saliendo de repente detrás de un arbusto y gritando ¡buh! Así pues, hemos hecho lo que hemos podido. Hemos aniquilado el mundo ante sus oídos y destruido totalmente el Columbia Broadcasting System. Espero que se sientan aliviados al saber que lo hicimos sin mala intención y que esta institución se encuentra en perfecto estado. Así pues, adiós a todos y recuerden, por favor, por lo menos hasta mañana, la terrible lección que han aprendido esta noche. El invasor gesticulante, ardiente y globular de su sala de estar, era un habitante de la calabaza con remiendos, y si el timbre de su puerta suena y no hay nadie al abrir, no ha sido ningún marciano... es Noche de Brujas.


            

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