«El Año de la Inundación», de Margaret Atwood

Margaret Atwood piensa que ella no escribe ciencia ficción. A Ursula K. Le Guin le gustaría disentir

En mi opinión, El Cuento de la Criada, Oryx y Crake y ahora El Año de la Inundación son todas novelas que ejemplifican una de las cosas que hace la ciencia ficción, que es extrapolar imaginativamente los acontecimientos y tendencias actuales a un futuro cercano que es mitad predicción, mitad sátira. Pero Margaret Atwood no quiere que ninguno de sus libros sea catalogado como ciencia ficción. En su reciente, brillante colección de ensayos, Moving Targets, dice que todo lo que ocurre en sus novelas es posible e incluso que ya pudo haber ocurrido, por lo tanto sus historias no pueden ser ciencia ficción, que es «una ficción en la cual ocurren cosas que hoy no son posibles». Esta definición arbitrariamente restrictiva parece diseñada para evitar que sus novelas sean relegadas a un género todavía rehuido por lectores de miras estrechas, críticos y adjudicadores de premios. Margaret Atwood no quiere que los intolerantes literarios la empujen dentro del gueto literario.

¿Quién la puede culpar? Me siento obligada a respetar su deseo, aunque me fuerce, también, a una posición falsa. Podría hablar de su nuevo libro más libremente, más sinceramente, si pudiera hablar de él como lo que es, usando el vívido vocabulario de la crítica de la ciencia ficción moderna, alabándolo como corresponde a un trabajo de inusual imaginación aleccionadora e invención satírica. Como están las cosas, me debo restringir a mí misma al vocabulario y expectativas propios de una novela realista, aunque esas limitaciones me fuercen a una postura menos favorable.

Entonces, la novela comienza en el Año 25, el Año de la Inundación, sin explicación de a qué época corresponde ese vigésimo quinto año, y, durante algún tiempo, sin explicación de la palabra «inundación». Entenderemos que fue una Inundación Seca, y que el término se refiere a la extinción de -aparentemente- todos excepto unos pocos integrantes de la especie humana por una epidemia sin nombre. La naturaleza y los síntomas de la enfermedad, a excepción de la tos, no están descriptos. No hace falta una descripción de tales acontecimientos cuando son parte de la historia o de la experiencia del lector; una referencia a «la Peste Negra» o a «la gripe porcina» es suficiente. Pero aquí el fallo en describir la naturaleza de la enfermedad y los días de su peor virulencia convierte a la epidemia en una abstracción, novelísticamente ingrávida. Quizá basada en el principio de que todo lo que pasa en su novela es posible o que ya pudo haber ocurrido y por lo tanto es familiar para el lector, la autora reparte la información útil a cuentagotas. A veces me parecía que estaba pasando por una prueba de inteligencia relacionada con adivinar a partir de indicios, leer entre líneas y reconocer alusiones a una novela anterior, y que no la estaba aprobando.

El Año de la Inundación es una continuación, no exactamente una secuela, de Oryx y Crake. Varios personajes del libro anterior aparecen, junto con instituciones como los Jardineros de Dios y las Corporaciones. Los Jardineros son una secta eco-religiosa, que cultiva huertas en los tejados, los cuales pueden ser defendidos de las pandillas y merodeadores que infectan las calles, e intenta seguir un camino de armonía con la naturaleza en medio del colapso de la civilización. Presentada con ironía y afecto, la de los Jardineros es una invención vívidamente memorable. En cuanto a las Corporaciones, no son las queridas y familiares corporaciones que ahora controlan a nuestros gobiernos en forma más o menos subrepticia. En la novela ningún gobierno nacional parece estar funcionando. El escenario puede ser el alto Medio Oeste de Estados Unidos o Canadá, pero no hay geografía, ni historia. Las Corporaciones, y en particular su rama de seguridad CorpSeCorps, tienen el control total. Como en el libro anterior, las Corporaciones poseen toda la ciencia y la tecnología para fomentar el crecimiento capitalista y mantener tranquila a la población, mientras destruyen los recursos y el balance ecológico del planeta a un ritmo que va en continuo crecimiento. La manipulación genética ha estado ocupada produciendo monstruos inútiles o nocivos como conejos verdes, mapaches-zorrinos, y cerdos parcialmente racionales.

Como puede ver, el mundo del Año 25 no es una mejora respecto al mundo de otra gran novela realista, 1984. Es, si es posible, aun más deprimente, la mayor parte de la humanidad muerta y los pocos sobrevivientes sobrellevando una existencia evidentemente desesperada. Ni Beckett podría hacer que una escena tan desoladora fuera soportable por algunos cientos de páginas. Una gran parte de la novela tiene lugar en flashbacks que se remontan al Año 5, cuando las cosas estaban mal, pero no tan mal aún. Y la historia encuentra su vitalidad en los personajes a través de cuyos ojos vemos estas escenas. Probablemente lo que recordaré del libro en el transcurso de un año no serán sus acontecimientos sombríos, sino a las dos mujeres, Toby y Ren.

Una de las características que supuestamente distinguen a la ficción «popular» de la ficción «literaria» es la naturaleza de los personajes que encarnan la ficción. En una novela realista esperamos encontrar personalidades individuales de alguna complejidad; en una película del Oeste, de misterio, romántica o de espionaje, aceptamos o damos la bienvenida a los tipos convencionales, incluso a las figuras estándar -el Vaquero, la Heroína Llena de Vida, el Hacendado de Pensamientos Oscuros. Por supuesto, en cualquier ejemplo podemos obtener todo lo contrario de lo que esperamos. La supuesta distinción es violada tantas veces en ambas direcciones que casi no tiene sentido. Pero hay una clase de ficción donde la compleja, imprevisible individualidad es verdaderamente muy rara. Se trata de la sátira, y la sátira es una de las facetas más fuertes de Atwood.

La idiosincrasia y los sentimientos de los personajes en Oryx y Crake eran de escaso interés; se trataba de figuras al servicio de una obra de moralidad. El Año de la Inundación es menos satírica en el tono, menos ejercicio intelectual, menos mordaz y sin embargo más dolorosa. Se ve en su mayor parte a través de los ojos de las mujeres, mujeres sin poder, cuyos caracteres individuales y temperamentos y emociones son vívidos y memorables. Tenemos menos de Hogarth y más de Goya.

El afecto y la lealtad se sienten con fuerza; las relaciones amorosas entre los personajes son inolvidables. Tales lealtades se afirman, por supuesto, en contra de todas las probabilidades, y como todo lo que Toby, Ren, Amanda, y los Jardineros son y hacen, pronto terminarán en el bruto fracaso de todas las intenciones humanas. Aún así esas lealtades surgen como los brotes de marzo. En este verde y diminuto peso pluma en la balanza del Destino insistimos en ver una esperanza vasta, irracional. Y en algún lugar aquí, en alguna parte de esta afirmación irracional, pienso, yace escondido el corazón de la novela.

Esto explica por qué los himnos de los Jardineros, impresos cada tercer capítulo junto con meditaciones de sermón, pueden leerse como parodias benévolas del misticismo hippie, del fervor verde y de la ingenuidad religiosa, y al mismo tiempo, pueden tomarse con mucha seriedad. Sus ritmos de libro de himnos y sus movimientos evasivos blakeanos son apropiados para sus sentimientos, que no son tan simples como podrían parecer a primera vista:

«Excepto que el Hombre solo busca la Vengatividad,
Y escribe sus Leyes abstractas en piedra;
Para esta falsa Justicia que ha hecho,
Tortura el miembro y aplasta el hueso.
¿Es ésta la imagen de un dios?
¿Mi diente por el tuyo, tu ojo por el mío?
Oh, si la Venganza moviera las estrellas
En lugar del Amor, no brillarían».

En una apostilla, Atwood nos invita a oír los himnos de los Jardineros cantados en sus sitios web y a usarlos «para propósitos amateurs devocionales o medioambientales». Esto parece indicar que ella misma quiere decir lo que los himnos dicen.

Pero cualquier afirmación de esta autora estará cercada con todo el alambre de púas, las espadas llameantes y los rottweilers de ojos rojos que pueda convocar. Gran parte de la historia es violenta y cruel. Ninguno de los personajes masculinos está desarrollado del todo; hacen sus papeles, no más. Las mujeres son personas reales pero desgarradoras. Los capítulos de Ren son la letanía de un alma dulce resistiendo una degradación interminable con interminable paciencia. La naturaleza de Toby es más ruda, pero se la pone a prueba hasta más no poder. Quizá el libro no es una afirmación en absoluto, sólo un lamento, un lamento porque lo poco que tuvieron de bueno los seres humanos -el afecto, la lealtad, la paciencia, el coraje- se deshizo en el polvo a causa de nuestra estupidez arrogante, nuestra inteligencia de mono y nuestra loca repulsividad.

No es reconfortante descubrir que una cierta cantidad de los experimentos genéticos resultaron en humanoides diseñados para reemplazar a la humanidad. ¿Quién quiere ser reemplazado por personas que se ponen azules cuando quieren sexo, de manera que los enormes genitales de los hombres están azules todo el tiempo? ¿Quién quiere creer que una historia en la que ocurre tal cosa no es ciencia ficción?

Las frases finales del libro me resultaron inesperadas, no el aparentemente inevitable final atroz o la caída agónica, ni la salvación deus-ex-machina, sino una sorpresa, un misterio. ¿Quiénes son las personas que vienen con antorchas, cantando?

Tendrá que leer esta extraordinaria novela y decidirlo por usted mismo.

Fuente: Ursula K. Le Guin, The Guardian. Aportado por Eduardo J. Carletti