Telempatía: Un futuro con neuronas conectadas en red social

Michael Chorost argumenta que pronto podrá conectar nuestros cerebros directamente uno con el otro. Pero, ¿usted querrá esto?

Imagine un mundo en el que no hay necesidad de expresar sus pensamientos o emociones en palabras, donde se puede dejar que otros experimenten nuestros estados cerebrales directamente. Esto es lo que Michael Chorost llama «telempatía»: la capacidad de sentir las emociones de otra persona a través de una conexión tecnológica a su cerebro. Suena como algo muy lejano, pero gracias el estado de la tecnología actual de última generación, puede que no sea imposible.

De hecho, Chorost conoce de primera mano lo que significa cablear su cerebro directamente a un dispositivo electrónico.

En su primer libro, Rebuilt: How becoming part computer made me more human, algo así como «Reconstruido: Como convertirme parcialmente en computadora me hizo más humano» (Souvenir Press, 2006), Chorost relató su experiencia de recibir un implante coclear después de ser sordo. En World Wide Mind, ofrece una vez más una impresionantemente vívida historia, y es un placer seguirlo en su visión futura de seres humanos con cerebros conectados directamente, un escenario que dejaría obsoletas las redes sociales basadas en la web, como Facebook, ya que la información fluiría directamente a través de redes sociales de cerebros. La Red Mundial (World Wide Web) sería suplantada por una mente mundial.

Entre las aplicaciones clínicas actuales de las interfases cerebro-computadora están las que se basan en la electroencefalografía (EEG), que se pueden utilizar para lograr que las personas con parálisis severas operen una computadora con sus pensamientos, y también en los estimuladores profundos del cerebro, que se utilizan para tratar los síntomas motores en la enfermedad de Parkinson y distonía.

Estas tecnologías sofisticadas parecen obsoletas en comparación con lo que se describe en el libro de Chorost. Lo que necesita Chorost para lograr la telempatía total son nanocables que serpenteen a través de los capilares del cerebro, enviando y recibiendo información, y optogenética: rayos láser que pueden activar y desactivar neuronas individuales de acuerdo a la longitud de onda de la luz. Ya se ha demostrado que se pueden hacer crecer nanocables en los cerebros de los roedores, y la optogenética se ha utilizado en roedores para activar memorias individuales y generar comportamientos específicos.

Sin embargo, como misionero tecnófilo, a veces Chorost sobrestima la tecnología. Él no sólo presenta a la optogenética como una herramienta prometedora para la investigación básica, sino también como una terapia que tuerce el camino para enfrentar la enfermedad de Parkinson, sin efectos secundarios, y se la presenta como si fuese una «fruta madura». Eso sería genial, pero es demasiado optimista. Aunque existen terapias que utilizan la l-dopa y la estimulación cerebral profunda (DBS), actualmente no hay cura para el Parkinson, y las expectativas poco realistas con la DBS ya son causa de decepciones post-tratamiento. El desconocido impacto de una herramienta que aún se está investigando debe ser presentado con mucho más cuidado.

También hay obstáculos prácticos. Por ejemplo, como es probable que los niños sean los primeros en los que se aplique la tecnología de la mente mundial, ¿cuántos padres consentirán una cirugía en el cerebro de sus descendientes, y cuántos médicos querrán hacerlo? Chorost argumenta que si estos dispositivos se desarrollan con tanta rapidez como se desarrollaron los implantes cocleares, también pasarán a ser rutina. Pero olvida un punto crucial: la cirugía de implantes cocleares, que consiste en perforar el cráneo, no está exenta de riesgo, pero se justifica por el beneficio terapéutico. No se vislumbra ningún beneficio comparable para la cirugía opcional del cerebro que él propone.

La Mente Mundial (World Wide Mind) es una provocadora historia acerca de cómo la tecnología se conectará con el cerebro cada vez más íntimamente, uniendo la humanidad con internet, ofreciendo tecnología para compartir experiencias y emociones. Obliga al lector a repensar no sólo sobre la neurotecnología, sino también acerca de lo que es la comunicación, el contacto de las miradas y el de un cuerpo con el otro. Dejando de lado los riesgos de la cirugía, los lectores menos tecnófilos se preguntarán, sin embargo, ¿por qué querríamos establecer una red mundial emocional? Pero esto podría ser apenas una pregunta de una mente anticuada, que todavía no se ha registrado para tener su cuenta de Facebook.

Jens Clausen, autor de este artículo, es profesor asistente en el Instituto de Ética e Historia de la Medicina en Tübingen, Alemania

Fuente: New Scientist. Aportado por Eduardo J. Carletti


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