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Tren subterráneo de New York rebosa de microbios desconocidos

La estación South Ferry en el extremo de Manhattan todavía se asemeja a un ambiente acuático después de que se inundó durante la tormenta de 2012, y casi la mitad de los microbios cuyo ADN fue mapeado son desconocidos

Una imagen famosa de la historia de la vida real en el interior del sistema del metro de Nueva York es ahora un poco más completa con la identificación de los fragmentos de ADN que se extrajeron de las superficies del sistema, como bancas, columnas y molinetes giratorios de entrada. Los investigadores identificaron cerca de 1.700 especies de bacterias, virus y eucariotas, creando un mapa «metagenómico» del ambiente. Un grupo de puntos en esa cuadrícula aportó un exacto recordatorio de cuán inundada y abrumada estuvo la ciudad hace más de dos años, cuando la golpeó la supertormenta Sandy.

La estación South Ferry en el Bajo Manhattan llena de 25 metros de agua de la supertormenta Sandy. Recientemente, los investigadores encontraron 10 especies de bacterias que normalmente se encuentran en los ambientes acuáticos fríos aún presentes en la estación. Crédito: MTA

Casi la mitad del ADN mapeado provino de organismos que aún no están documentados, remarcando cuánto sobre el mundo de los microbios que nos rodea sigue siendo desconocido para la ciencia. Los resultados se detallan en el ejemplar del 5 de febrero de Cell Systems. El investigador principal del estudio, Christopher Mason, profesor asistente en biomedicina computacional en el Weill Cornell Medical College, dice que los resultados son «semejantes a pararse delante de una selva tropical y detenerse atemorizado pore la cantidad de diversidad disponible allí.»

El ADN más común de los identificados en la muestra proviene de las bacterias. Y aunque sobresalen las cepas de los agentes causantes de ántrax y peste bubónica, la gran mayoría de las especies identificadas eran inofensivas. No se han reportado casos de ninguna de estas enfermedades en la Gran Manzana (Big Apple) en los últimos años, lo que sugiere que estas especies están, de algún modo, como parte de su entorno urbano natural. Mason dice que estos fragmentos de ADN peligrosos se dieron sólo en bajas concentraciones, por lo que podrían haber sido fragmentos que otras bacterias recogieron a través de la transferencia horizontal de genes, o incluso provenir de organismos muertos. La mayor parte de las bacterias identificadas son tipos que prosperan plácidamente en nuestra piel y no son de preocupación para Mason. «En todo caso, me he vuelto mucho más confiado subiéndome en el metro», dice.

Pero los investigadores encontraron que una de las estaciones no era como las demás. La estación South Ferry en el Bajo Manhattan (Lower Manhattan) tenía el perfil más singular de bacterias en el sistema, y todavía se parecía a un ambiente marino. Cuando la oleada de la tormenta del huracán de arena golpeó la ciudad en 2012, la estación se llenó con unos 57 millones de litros de agua que se elevaron a 25 metros de altura sobre la base de la estación. La Autoridad Metropolitana de Transporte (Metropolitan Transit Authority, MTA) calculó en el momento que la reconstrucción de la estación costaría us$ 600 millones y tomaría tres años. Parte del alto precio derivó del hecho de que el agua salada dañó casi toda la electrónica de la estación.

Sin embargo, con la destructiva agua de mar llegó vida. Los investigadores aislaron 10 especies de bacterias que sólo fueron encontradas en South Ferry. Entre éstos se encontraban Shewanella frigidimarina, que se ha encontrado en el Mar del Norte, y Flavobacterium, que puede dañar ciertas especies de peces. Estas raras bacterias se encuentran generalmente en ambientes marinos fríos, por lo que los investigadores se preguntan si fueron arrastradas dentro del agua de la tormenta Sandy.

También se tomaron muestras en un total de 12 sitios en el canal Gowanus, la entrada de agua en el medio de Red Hook y Park Slope en Brooklyn que experimentó una intensa marejada después de la tormenta. Hubo un poco de superposición entre las especies que se encuentran en el canal y aquellas halladas en la estación en Manhattan, pero 10 especies sólo se encontraron en la estación South Ferry, lo que indica que realmente viajaron con la subida causada por el huracán Sandy.

 

 

Mason dice la microbiología en áreas de mucho tráfico en la South Ferry probablemente se parecerá a la de otras estaciones del sistema una vez que se vuelva a abrir, pero las zonas menos accesibles, como los túneles, podrían conservar su encantadora firma marina durante mucho tiempo. Mientras el cambio climático se intensifica, es probable que Nueva York vea marejadas más fuertes debido a la subida del nivel del mar y el lento hundimiento del propio Manhattan. Queda por ver cómo podrían afectarse entre sí, o a los seres humanos, la posible entremezcla futura de las comunidades acuáticas y terrestres.

Fuente: Scientific American. Aportado por Eduardo J. Carletti

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Resuelven el misterio de las piedras que se arrastran en el Valle de la Muerte

Después de más de setenta años de especulaciones de todo tipo, desde fenómenos paranormales, magnetismo e intervenciones alienígenas a las más diversas teorías geológicas, investigadores estadounidenses creen haber resuelto, por fin, el misterio de las piedras reptantes que se mueven solas en el Valle de la Muerte (Death Valley), California (EEUU)

Estas rocas de todos los tamaños parecen cobrar vida en Racetrack Playa, un lago seco y plano a 1,130 metros sobre el nivel del mar en el que dejan un rastro de movimiento, como si se desplazaran a placer. Las huellas dejadas en el suelo pueden ir en línea recta o ser curvas, prolongarse hasta decenas de metros y mezclarse unas con otras. ¿Cómo es posible?

Hasta ahora, a pesar de toda la atención que han suscitado, nadie había visto realmente cómo se mueven las rocas. Pero el pasado mes de diciembre, Richard Norris, oceanógrafo del Scripps Institution of Oceanography en La Jolla (California) y su primo James Norris, ingeniero, se convirtieron en los primeros testigos e incluso captaron imágenes del fenómeno en acción. Armados con cámaras time-lapse, una estación meteorológica y GPS, registraron la primera observación científica directa de los movimientos de las piedras.

Hipótesis previas achacaban este movimiento a fuertes vientos o a un hielo espeso en la superficie de la playa, pero los Norris se dieron cuenta de que no hace falta tanto. Según explican en un estudio publicado en la revista PLoS ONE, el proceso ocurre de la siguiente forma: la lluvia deja una capa de agua sobre la superficie seca de Racetrack Playa, creando un finísimo lago superficial. Cuando cae la noche, bajan las temperatura y el agua se congela, de manera que se forma una capa de hielo tan delgada como un cristal, de entre 3 y 6 mm, en la que las rocas quedan atrapadas.

VIDEO: ESPERE UN MOMENTO MIENTRAS SE CARGA

Pero bien entrada la mañana, el hielo comienza a derretirse y se quiebra. Sólo hace falta un viento suave de unos 5,4 metros por segundo para mover las placas heladas, que se desplazan a bajas velocidades de entre 2 y 5 metros por minuto. La trayectoria está determinada por la velocidad del viento y la del agua que fluye bajo el hielo, de ahí que sean tan variables. Los investigadores vieron moverse más de 60 rocas. A finales del invierno, se percataron de que la roca más viajera se había trasladado 224 metros.

 

 

Un fenómeno raro

Pero, ¿por qué estos investigadores han tenido tanta suerte y otros, que han intentado capturar las rocas en movimiento, nunca han visto nada? El Valle de la Muerte, como su nombre indica, no es el lugar más agradable del mundo y permanecer allí para hacer las observaciones suficientes requiere demasiada energía y paciencia, además de tener la suerte de dar con las condiciones meteorológicas adecuadas para el fenómeno. Además, el movimiento no es muy habitual. Según explica a la web de Nature Ralph Lorenz, un científico planetario que ha participado en las observaciones, las rocas se mueven raramente, «quizás unos pocos de minutos de un millón».

Fuente: ABC. Aportado por Eduardo J. Carletti

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Reconstruyen las tormentas extremas de los últimos 600 años

Por primera vez, los científicos han logrado detallar eventos extremos año a año en el lago Montcortès. Los resultados, que son extrapolables al Mediterráneo occidental, demuestran una relación directa entre la variabilidad de la Oscilación del Atlántico Norte (NAO) y la intensidad y frecuencia de las tormentas de la zona

Investigadores del Museo Nacional de Ciencias Naturales (MNCN) han logrado reconstruir la intensidad y frecuencia de las tormentas que se produjeron en el noreste de la península ibérica desde 1347 hasta 2012.

En concreto han analizado el registro sedimentario del lago Montcortès, situado en el Pirineo catalán. Los resultados obtenidos, que son extrapolables al Mediterráneo occidental, demuestran una relación directa entre la variabilidad de la Oscilación del Atlántico Norte (NAO) y la intensidad y frecuencia de las tormentas de la zona.

Es la primera vez que se consigue un registro paleoclimático de eventos extremos con datos cuantitativos tan exhaustivos y resolución anual. Gracias a la naturaleza del lago de Montcortès, el registro sedimentario es de extraordinaria calidad y refleja las fluctuaciones climáticas cada año. En verano, debido al calor, aumenta el número de algas en el lago. Este aumento propicia la precipitación de calcita que queda marcada en el registro sedimentario como si se tratara de los anillos del tronco de un árbol.

Frente a lo que cabría esperar, el siglo XX es el periodo con menor número de tormentas extremas frente al final del siglo XIX, cuando más tormentas se produjeron

“Las tormentas generan depósitos en los lagos, cuya composición y textura dependen de las características de la precipitación, del lago y de la cuenca de drenaje” explica el investigador del MNCN Pablo Corella. “A partir del análisis sedimentológico, geoquímico y geofísico de los sedimentos recientes del lago y de la correlación con los datos de precipitación de las últimas décadas se ha establecido el umbral mínimo de precipitación para eventos extremos (aquellos que tienen un periodo de retorno de cinco años) en 90mm/m2”, completa el investigador del Instituto Pirenaico de Ecología, del CSIC, Blas Valero.

Para analizar los datos de la muestra, los investigadores han extrapolado los datos de las precipitaciones recogidos en estaciones meteorológicas cercanas a los datos que han obtenido del registro sedimentario. Cuando se produce un evento extremo de lluvia, la cantidad de sedimento que se deposita en el lago arrastrado desde la cuenca de recepción aumenta y queda reflejado como una capa.

Gerardo Benito, investigador del MNCN que participa en el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC) comenta los resultados: “Frente a lo que cabría esperar, hemos descubierto que el siglo XX es el periodo con menor número de tormentas extremas frente al final del siglo XIX, la época en la que más tormentas se produjeron”.

La influencia de la NAO en la climatología

Los investigadores también han podido comprobar la relación directa que existe entre la Oscilación del Atlántico Norte (NAO, por sus siglas en inglés) y las tormentas. La NAO es un patrón climático que mide las diferencias de presión atmosférica entre los paralelos 65 (Islandia) y 37 (Islas Azores). “Cuando el índice NAO es positivo hay menos tormentas, porque los vientos que llegan del oeste cargados de humedad desvían su trayectoria hacia el norte de Europa. Sin embargo, cuando el índice es negativo los vientos no se desvían y hay más eventos extremos en el Mediterráneo”, concluye Corella. “Intuimos que existe relación entre los eventos de lluvia extremos y la radiación solar, pero aún no disponemos de datos concluyentes”.

 

 

Referencia bibliográfica:

J.P. Corella, G. Benito, X. Rodríguez-Lloveras, A. Brauer, B.L. Valero-Garcés. (2014) Annually-resolved lake record of extreme hydrometeorological events since A.D. 1347 in NE Iberian Peninsula. Quaternary Science Reviews 93: 77-90 DOI: http://dx.doi.org/10.1016/j.quascirev.2014.03.020

Fuente: Sinc. Aportado por Eduardo J. Carletti

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