El ojo y la mano

Sergio Gaut vel Hartman

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El Ojo, entre muchos otros talentos, tiene uno adecuado a este comienzo: puede viajar al pasado y capturar imágenes de otros tiempos. Observa los brillantes ochenta, eufóricos de progreso ilimitado, los setenta con sus apasionadas luchas por alcanzar el Gran Cambio Social, los sesenta del deslumbramiento de la Utopía y así hasta llegar a épocas míticas, legendarias, cuando el mundo estaba por hacerse ¿Qué presentíamos? ¡La felicidad! Sí, presentíamos la felicidad. O nos parecía. Las maravillas contadas por los narradores junto al fuego escondían tesoros, bendiciones de tiempos mejores. Hoy no tenemos dudas: unos locos visionarios prefiguraron el escenario en el que vivimos. Nada nos sorprende porque desde hace muchos años caminamos con ellos.

Eso es el Ojo, al fin y al cabo: una acumulación de visiones dislocadas. De Homero al Dante, de Wells a Leinster, de LeGuin a Lem... pasando por todos los que ustedes imaginan, y algunos de los que no imaginan también. Hemos creado, entre todos, un territorio propicio para erguir la antena y captar las señales. Esto es el Ojo. Y no es poco.

Hay mucho para captar. La posibilidad de reciclar lo viejo, acceder a lo nuevo e inventar lo próximo marca la diferencia entre nuestros días y cualquier período de la historia que se elija comparar. Eso ya lo dije en otra parte y me sirve para dar un paso por terreno firme antes de aventurarme en la pantanosa psicología social de Fromm. (Fromm habría sido un excelente escritor de ficciones). En El Miedo a la Libertad se analizan los componentes neuróticos de la personalidad, diferenciándolos de los "sanos" y se los tipifica así: "Los psiquiatras aceptan como un supuesto indiscutible la estructura de su propia sociedad, de tal manera que, para ellos, la persona no del todo adaptada lleva el estigma de individuo poco valioso; por el contrario, suponen que la persona bien adaptada socialmente es muy valiosa desde el punto de vista humano y personal". Por un lado tenemos un mundo de complejidad creciente, una aldea global que nos acribilla con estímulos y exigencias, con productos que deben ser comprados y consumidos y tarjetas de crédito que deben ser pagadas. Nos tienta con imágenes de paraísos fabulosos y al mismo tiempo elige reestructurarse continuamente, apoyándose en excusas como la eficiencia y la rentabilidad, una práctica que margina del mercado laboral a más y más personas, alejándolas más y más de los paraísos fabulosos que ofrece. Desde la visión positiva, casi positivista ("todo para experimentar") a la triste realidad de "tarjeta de crédito cancelada" hay un territorio que merece ser explorado. La sociedad ha propuesto un modelo (de consumo; un cáncer cuyas metástasis alcanzan todos los confines del planeta) que hunde al individuo en la neurosis, precipitándolo en un pozo negro de frustración y desencanto por exceso o impotencia. ¿Las personas que consumen poco y mal son "socialmente poco valiosas"? ¿Son "socialmente valiosas" las personas que gastan y contribuyen a la creciente mercantilización de las conductas? Como consecuencia directa de este escenario existe un número creciente de personas mal o poco adaptadas, individuos socialmente poco valiosos, pero simultáneamente los mejores consumidores, para destruir o destruirse, de los productos más rentables inventados por el Hipercapitalismo: armas y drogas. Entre esas alternativas de inadaptación social, se han colado las conductas de todos aquellos que rechazan tanto el consumo tradicional, de cosas y más cosas que al cabo no se pueden pagar, y las de aquellos que "eligen" (en este caso "elegir" es casi un eufemismo) las actitudes fronterizas: asesinar (bajo cualquier pretexto), suicidarse (con cualquier adicción).

Así como en los sesenta aparecieron los rebeldes de carretera, al estilo de Easy Rider, y los rebeldes de festival rockero, como Woodstock, en los setenta se gestaron auténticos movimientos revolucionarios, grupos ideológicamente fundamentalistas que eligieron la violencia y pusieron en jaque al Poder, interpretando de ese modo que la Utopía debía ser impuesta, desconociendo los tiempos y métodos de los demás habitantes de la Tierra. Al cabo fueron enérgicamente desarticulados, sin reparar en costos o delicadezas éticas. Sucedió en todo el planeta, desde nuestro país a Italia y de Indonesia a Sudáfrica. Pero los ochenta fueron otra cosa; con las promesas de paraísos consumistas y shoppings y canales de compra directa a la vuelta de la década, la conducta colectiva de las masas medias se fue modelando y amansando; el ganado, conducido por estrechos túneles de mano única, fue a parar al transporte que lo llevaría al matadero. ¿Dónde estamos? ¿Qué nos espera?

Descubro que el Ojo se asoma a la ventana, pura y exclusivamente para que observemos realidad y ficción fusionadas en una matriz de signos que merecen el esfuerzo de una decodificación. No sé si eso es lo que le interesa a los lectores, pero a mí sí me interesa.

¿Dónde estamos? La profecía no es uno de mis talentos, pero no hace falta gran cosa advertir las señales en cientos de películas, miles de programas de TV. Forrest Gump implantó algunas de las ideas motoras: el mundo será de los que no se rebelen; hasta los tontos pueden ser felices; las oportunidades están ahí, sólo hay que saber extender la mano, etc. The Truman Show consolidó el mensaje. Si algo debe cambiar que sea en el shopping, puertas adentro. Esto es consecuencia directa del pánico febril instalado en aquellos que han empujado (y siguen empujando) a la gente hasta el borde del precipicio. Han armado todo tipo de trampas para mantener a los sujetos peligrosos fuera de la discusión y todo tipo de escenarios para que no aparezcan nuevos sujetos peligrosos. El cine, el video, la TV (aire y cable, según pelo y piel), son los instrumentos elegidos. La publicidad, en sus múltiples variantes (encubierta, subliminal, explosiva, seductora) es su virus más precioso. Cada film que aparece en las pantallas contiene un alto porcentaje de directivas modeladoras de la conducta. La violencia de Asesinos por Naturaleza, Los Perros de la Calle, Tiempos Violentos o Asesino Profesional es, en ese sentido, catalítica, propiciatoria de un fenómeno de descarga que modera la presión acumulada por las desventuras y frustraciones de la vida cotidiana, pero condicionante de modos de actuar, que a la corta o larga afectan al individuo en formación. La distancia entre Metrópolis y Forrest Gump queda perfectamente zanjada con la diferente aplicación de los principios de acondicionamiento del individuo. En la década de 1920 el heroísmo consistía en servir a los ideales de Patria, porque los Enemigos (simplificando) eran "los de afuera". En la década de 1990, desaparecido el comunismo de la faz de la Tierra, los enemigos son los fantasmas del fracaso y el no poder acceder a la compra de los objetos ofrecidos - sugeridos - inducidos desde las diversas pantallas. ¿Alguien reparó en el inquietante hecho de que los términos "comunismo" y "consumismo" son casi anagramas? Consumismo tiene una "s" más, una "s" que bien podría interpretarse como plural, una pluralidad interna, porque consumir es el derecho de todos los humanos que habitan el planeta (y algunas privilegiadas mascotas), digo, ubicando la digresión en la ruta del puro delirio. ¿Alguien recuerda cómo era la vida antes de 1990? ¿Antes de que nos atosigáramos de películas de todo corte alquiladas en el video club del barrio y vistas de a docena por fin de semana? ¿Alguien recuerda cómo era la vida antes de que el cable multiplicara las "opciones" hasta el infinito? ¿Antes de Internet? Han sido años y años de drogadicción electrónica, de adicción al más insidioso de los " cambios" . Y como consecuencia de eso quedamos preparados para la globalización y esa globalización tiene por objetivo vendernos alguno de los productos que genera el Sistema. ¿Dónde, sino en la pantalla, aprendimos qué es drogarse, cómo se consigue, cuánto cuesta, para qué sirve, qué efectos causa? Quizá "salgo poco", pero nunca tuve ocasión de recibir lección alguna al respecto en la vida cotidiana. Y eso que hablo de la droga (o las armas, da igual) para ejemplificar con una exageración el mecanismo válido para todos y cada uno de los productos que el Sistema induce a comprar y consumir para seguir comprando. ¿Mencionamos el rock? ¿Ya hablamos del fútbol? ¿Dijimos algo de la cultura light? Corto, pero bien orientado, Asimov en El Sol Desnudo anticipó el vicio del confundir realidad y pantalla. Con la realidad virtual a la vuelta de la esquina (y nuevas drogas químicas y electrónicas en experimentación, pero muy pronto en las sienes del caballero y la cartera de la dama) el horizonte de las formas de esclavitud del siglo XXI está a la vista. La victoria de La Empresa y el Mercado sobre todas las Utopías delirantes puestas en marcha a principios del siglo XX asegura un sueño de Poder individual al alcance de la mano de cualquiera. Pero sólo un sueño. Los ideólogos de la Tercera Vía (secuaces por izquierda de la globalización, como Blair) afirman que la Utopía no existe, que nunca existió. La pregunta siguiente cae de madura: ¿para qué entonces todo el esfuerzo de aquellos que reflexionaron sobre el Hombre? ¿Recorremos la autopista hacia Ningunaparte?

No me corresponde augurar la morfología de los nuevos rebeldes (y si estuviera en condiciones de hacerlo me callaría, por un mínimo sentido de la seguridad individual y para no poner sobre aviso a los Kapos del Sistema), pero es indiscutible que en alguna parte se está gestando la Resistencia. Una Resistencia basada, en primera instancia, en el rechazo de los mecanismos de dominación en curso: TV, drogas, música, deportes (uno diferente para cada nivel social y cultural), que se ubica, en segunda, en formas activas de participación alternativa, quizá camufladas en los mismos medios en que se desarrollan los primeros, pero con una orientación claramente distinta. Tal vez han visto, como el Ojo, que nos comportamos como lemmings: vamos de cabeza al precipicio; estamos sumidos en una escalada hacia ninguna parte, en medio de un impulso suicida inducido por la globalización mercantilista, las ansias de poder y riqueza de los grupos dominantes y el desprecio por la vida misma de los demás individuos. Ya no se trata simplemente de las heridas que determinadas medidas económicas producen en la gente, se visualiza un proyecto que desprecia al individuo que, al mismo tiempo, dice querer rescatarlo de la gris uniformidad de la colectivización y el estatismo. Todo, simplemente, para abonar la teoría de que ninguna Utopía es posible y que Fukuyama tuvo razón.

El Ojo ve, pero omite los detalles (o se los deja a los lectores, verdaderos cómplices de la Resistencia). Y cuando menciono el término Resistencia hablo de un Resistencia diferente de lo que cualquiera puede imaginar repasando la Historia de la Humanidad. Y así como adhiero (como adherí en el cuarto de siglo largo que llevo publicando lo que escribo) a la especulación como método sistemático para cartografiar el futuro, también adhiero total y enfáticamente a esa Resistencia, aún cuando no comprendo la mayoría de sus códigos y formas, aunque no me corresponda ver la otra orilla. Más allá de la noche oscura que profetiza la ficción contemporánea (con buen Ojo, porque ningún paraíso de cielos azules y aguas transparentes puede salir de la cloaca en la que nos hemos metido) tal vez exista un territorio luminoso, feraz y prometedor.

Para empezar a recorrer ese camino he puesto la Mano en acción, aunque más no sea desde esta cómoda posición de crítico escéptico y anarquista. Supongo que no dejaré de moverla.

Sergio Gaut vel Hartman, noviembre de 1999.