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Bellush es un prolífico escritor de Nueva York. Se dedica a la escritura hace años, ha colaborado en varias revistas norteamericanas.

Creer o no creer, ésa es la cuestión. Durante años millones de individuos han debatido sobre el tema de la superstición y lo que hay más allá de la muerte. Ninguno llegó a buen puerto. Sin embargo, este relato nos muestra que puede no ser bueno discutir estas cuestiones filosóficas cuando se está dado vuelta con el alcohol y las drogas.

Escéptico
Richard Bellush, Jr.
EE.UU.

A las 5:00 de la mañana, las criaturas noctámbulas de la ciudad tienden a regresar a sus guaridas. Llevando cerveza, los cuatro escalaban cuatro tramos de escaleras hasta el 4H, el departamento de Heather en Chelsea, una zona asequible y marginal de la parte baja de Manhattan. Los departamentos de Nueva York que no poseen elevador, a menudo están numerados según el estilo Europeo con la esperanza de que los inquilinos incapaces de realizar actos elementales de aritmética no advirtieran el tramo extra de escaleras. Pero también, una adecuada mezcla de drogas puede ayudar a eso. Heather una vez le había contado a Arthur que había visitado un edificio embrujado que tenía un piso de subida y ocho de bajada. Ella le presentó esa geometría variable como la prueba de un fenómeno paranormal del que habría sido testigo. Pero Arthur más de una vez la había ayudado a subir por escalones que sólo provocaban en ella un tenue contacto con su conciencia, por lo que el testimonio de Heather, o de cualquier testigo con similares características, tenía menos credibilidad que la que podría llegar a permitir un escéptico.

El 4H era un rectángulo de 10 por 20 metros que incluía baño, cocina y una habitación multiuso. Inclinada sobre una caja plástica de huevos que se hundía por el peso, yacía una TV. Situado en lo alto de la TV se encontraba un parlante. En otro lugar, una colchoneta que podría plegarse en algo parecido a un sofá estaba abierta y cubierta con sábanas y frazadas arrugadas. Por todas las superficies había esparcidas ropas, botellas vacías de cervezas, juguetes para gatos, CDs, platos usados de papel, cosméticos y objetos familiares que a simple vista no eran reconocibles. Y acomodado sobre una chaqueta en el suelo se encontraba un gato negro. Heather se estableció en medio de las prendas, sobre la colchoneta abierta, aspiró profundamente el bong y le pasó el dispositivo a Martin. Él inhaló, tosió y se lo dio a Krista mientras Heather abría una Budweiser. Heather se volvía muy supersticiosa para los estándares de Arthur cuando se encontraba drogada. Estando sobria, Heather voluntaria y sensatamente se entretenía con las explicaciones naturales de cualquier evento extraño. Pero esta noche ella no había sido tan sensata. La última vez que Arthur había visto a Heather así de sílica, ella le había preguntado si él era un vampiro que estaba tras su alma. Había sido una pregunta muy seria.

—Gracias por el viaje a casa, Arthur. Y también por el paseo por la parte alta de la ciudad. No me gusta visitar a mi conexión en un taxi. Estoy muy feliz de que vos y Martin hayan ido al club esta noche.

—No hay problema. Aunque no podía creer que estuvieras fuera y sin coche a las 4:00 de la mañana.

Heather disfrutaba jugar el rol de valiente niña mala en frente del conservador Arthur. Tomó de su bolso una pequeña bolsa de plástico con polvo blanco. Sacó una pequeña cantidad con su larga uña y le ofreció el dedo a Kristia. Kristia inhaló el contenido, un poco con cada fosa nasal. Heather repitió el proceso con Martin. Arthur, como siempre, declinó la oferta. Heather se encogió de hombros y olfateó su propia uña cargada.

—No somos lo suficientemente parecidos, ¿o sí?

—Estoy asombrado de que ustedes dos se lleven bien —observó Martin.

—Sí, ella usualmente no molesta a los clientes… a excepción de aquellos muchachos bonitos con cola de pony y Harleys que ofrecen dulces para la nariz diciendo: "¡Psssst! Pequeña niña." —Krista hizo la pantomima manteniendo apretada una fosa nasal y aspirando ruidosamente.

—Arthur es un estirado, pero él es un estirado muy lindo —explicó Heather

—¿Un estirado rico?

En parte para finalizar con esa discusión, Heather sacó provecho de más cocaína y de nuevo ofreció su dedo. Acto seguido volvió a autoabastecerse de manera generosa.

—¡Woo! ¡Eso sí es un saque! —Martin aspiró

—Tú lo tienes bebé. —Krista pinchó con el dedo la barriga cervecera de Martin—. Déjame disciplinarte. Escucha a Mama Kris. Desapareceremos esa panza y desarrollaremos una buena salud. Come lo que te diga y haz el ejercicio que te dicte, así serás un cebo esculpido para putas. Todas las prostitutas estarán sobre ti.

Arthur siempre encontró ese estilo de bromas urbanamente artificiales demasiado tonto, pero decididamente no tanto como la fila danzante de aspirantes a patanes. Sin embargo, viniendo de Krista, una nativa de Beirut, eso era casi surreal.

—¿Cuánta gordura me sacarás? —preguntó Martin

—La gordura es mala. Bebe estas seis cervezas, Martin. —Krista levantó su blusa revelando un estómago con firme musculatura—. Inmediatamente te sacaremos un cuarto.

—¿Otro saque? —ofreció Heather.

—Seguro.

Martin observó a Arthur con curiosidad. —Arthur, vos no bebés ni fumás ni te drogás, pero todos tus amigos lo hacen. ¿Qué me decís?

—No lo sé. ¿Qué me decís?

—Dice que te estás perdiendo grandiosas drogas —interrumpió Heather—. La yerba mala es hipodrónica y el saque es tan bruto como lo prevés.

—Lo creo. La última vez que te vi de esta manera vos me preguntaste si yo era un vampiro.

—¿Y qué le respondiste?

—Que no.

—Pero si lo fueras no lo dirías.

—Ah.

—No estoy yendo a ningún lado con vos.

—Ah.

—Hay más en el mundo de lo que dices que existe, Arthur. Hay vampiros. Hay fantasmas, Arthur. Yo los he visto. Vos podrías verlos si abrieras tu mente.

El escepticismo y ateísmo de Arthur eran rasgos que molestaban enérgicamente a Heather. Ella, en realidad, prefería verlo como un vampiro disfrazado.

—Vine de Virgina, una tierra cubierta de sangre. Allí, los fantasmas están por todos lados. Una noche estaba conduciendo a casa bajo la lluvia y vi a una mujer negra cruzando el camino. Otras personas también la vieron. Yo me detuve para ofrecerle un aventón, abrí la puerta pero ella había desaparecido.

—Déjame repasar el asunto. Una vieja mujer negra caminando sola por el Sur. Y una pickup se detiene con un chirrido. Tú también hubieras desaparecido.

—No es gracioso.

—No intentaba serlo.

—En otro momento, mis amigos y yo estábamos haciendo una fiesta en una casa que rentábamos. Yo vi la forma de una cara en la pared con un sombrero de derby. Todos mis amigos también lo vieron cuando se la mostré. ¡Podés preguntárselo! Todos gritaron. ¡Ellos te lo afirmarán!

—¿Haciendo una fiesta en dónde? No importa. Es igual. Con una gran voluntad uno puede ver cualquier cosa que crea. Y quizás, cualquier cosa a la que le temas. Incluso yo podría ver ahora mismo una imagen en la pared si eso deseara.

—¡Arthur, muchas veces sos un burro intelectualoide con la mente cerrada! Ésa es la única cosa que me preocupa de vos.

Arthur casi no bromeó al pensar que la única cosa que a ella le preocupaba sobre él era su condición de vampiro, sino que lo reconsideró. —Hay un argumento que dice que los únicos con mentes cerradas son los místicos. Ellos se niegan a aceptar la evidencia de que el mundo trabaja a favor del deseo y los pensamientos tenebrosos.

—En este mundo hay poderes y energías que exceden lo que podés tocar con tus dedos, Arthur. Te voy a enseñar.

Heather sostuvo el cristal de su cadenita.

—Levanta tu mano, Martin.

Ella hizo pendular el cristal de un lado a otro delante de la palma de Martin.

—¿Sentís el calor cuando la punta del cristal pasa sobre tu mano?

—Sí, lo siento —dijo Martin con sinceridad mientras bebía un trago de cerveza.

—¿Y vos Krista?

—Mierda, sí.

—Ahora probálo vos, Arthur…. ¿Lo sentís?

Arthur vaciló antes de responder. —No. Yo tengo conciencia de lo que siente mi mano cuando el cristal le pasa por encima. Por lo tanto siento un cosquilleo. Pero el origen de todo esto soy yo, no el cristal. Yo no siento ningún calor proveniente del cristal.

—Sólo estás siendo terco.

—Cerrá los ojos —sugirió Arthur—. Mantené tu mano y dejáme hacer pendular el cristal. Ahora decime si sentís el calor cuando el cristal está sobre tu mano.

Heater cerró sus ojos mientras Arthur le sacaba el collar y movía la piedra sobre la mano levantada.

—Ahora… ahora… ahora… ahora… ahora… ahora… ¿Qué tal lo hice? —preguntó.

—Resultado ambiguo —respondió Martin—. Heather estuvo bien dos veces y mal otras cuatro. Sólo fue un resultado aleatorio.

Heather expresó su desdicha. Aspiró otra uña cargada y abrió una cerveza. Luego siguió adelante con cuestiones metafísicas muy similares a la concepción religiosa de "Star Wars".

—Yo no soy Cristiana pero hay un montón de verdad en la Cristianismo. También la hay en el Budismo. Yo creo en dos dioses. Hay un dios de oscuridad tanto como un dios de luz. El lado oscuro es muy poderoso y las personas son atraídas hacia él porque le da lo que quieren durante su vida. Pero la reencarnación es un hecho y uno evoluciona hacia la luz sólo cuando te asocias a ella. Aunque muchas personas están en el cerco. No son ni completamente buenas ni del todo malas, pero tarde o temprano tendrán que decidir en qué lado están. Las que elijan la luz tendrán momentos muy difíciles. Recibirán mucho abuso. Pero nunca se vengarán. Tenés que saber que las personas a veces te tratarán mal.

Martin eligió ese momento para citar una de las frases favoritas, aunque poco original, de Arthur. —Como Art siempre dice: "No dejes que ninguna buena intención sea castigada".

Heather lo miró espantada. —¡No me hables sobre Art! Permanezco noches en vela pensando en él. Vos sabés, yo desecho muchas de estas cosas cuando estoy sobria —dijo dirigiéndose hacia Arthur—. Pero cuando estoy volando, estoy en sintonía con las formas en que las cosas son en realidad. Así que pienso que tal vez sos muy peligroso. ¿De qué lado del cerco estás?

—No acepto tu cosmología. No hay un lado oscuro. Ni uno lumínico. Tampoco hay un cerco.

—Decís eso porque tal vez ya has elegido el lado oscuro.

—Ah.

Krista se tambaleó sobre su pie. —Tengo que irme. Mi niñera está haciendo horas extras. —Se encorvó para aspirar otro saque del dedo de Heather y luego le chocó los cinco.

Martin también se levantó. —Sí, ha sido interesante amigos, pero dentro de cuatro horas tengo que estar en el trabajo. —Miró a Krista:— ¿Una niñera?

Krista sonrió. —¿Podrías escoltarme a casa?

—Sí, al menos que la dama —Martin miró a Heather—, se alarme al ser dejada con un peligroso ser del lado oscuro.

Heather se encongió de hombros. —¡Escalofriante, bebés!

Detrás de ellos, la puerta se cerró con un chasquido. Y Heather miró a Arthur.

—¿Sos un vampiro?

—No creo en ellos.

—¿Sos un vampiro?

—Me has visto durante el día.

—Eso no importa. Los vampiros no son como en las películas. Ellos están detrás de las almas humanas.

—No hay semejante cosa

—¿No crees tener un alma?

—No.

—Yo tengo una. Una buena. Sé que soy una caja de basura, Arthur. Realmente tengo llevo una vida equivocada. Pero no lastimo a otras personas. A la única que lastimo es a mí misma. Mi Karma es pura. Eso atrae a las brujas y a los vampiros hacia mí. Pero soy fuerte y mi fuerza los asusta. Incluso en el trabajo hay una vampira que me esquiva porque sabe que puedo dar vuelta su mal. Ellos no me podrán tener si no me les entrego por mi propia voluntad. Es por eso que no les temo aunque prefiero salir con buena gente como Krista. La otra noche caminaba con Susan, que es una bruja negra. Yo temblaba de frío. Ella se dirigió a mí y me dijo: "No tenés que tener miedo, Heather." ¡Estaba tentándome para arrojarme un hechizo que me hiciera entrar en calor! Yo misma podría hacer eso. Pero esas son las estupideces que la brujas hacen. Ellas usan sus poderes para sus logros personales y confort terrenal, lo cual envenena sus almas y su karmas. Yo no haré eso. Y se lo dije.

Había elementos de la historia que Arthur creía. Un número sorprendente de mujeres neoyorkinas, sobre todo las que trabajaban en bares y clubs nocturnos, se proclamaban brujas. A un gran número les gustaba creer en brujería. Susan se encontraba en el grupo. Ella trabajaba en Gulps, un bar que abastecía tanto a los a los yuppies que pretendían ser de la clase obrera. Heather también trabajaba allí como moza. Y Arthur sabía que la vampira mencionada por Heather era Vanesa, quien era muy popular entre los clientes masculinos de Gulps y que vestía de negro, teñía su pelo de negro, blanqueaba su piel con maquillaje y tenía sus colmillos de forma vampírica. A ella obviamente le gustaba jugar ese papel. Y la magnitud en que esas personas se auto-engañan eran las cosas en que las opiniones de Arthur y Heather diferían.

Heather se dio otro nariguetazo. Sus ojos adquirieron una mirada intensa como siempre que ella volaba por la cocaína.

—Lo siento, Arthur. Vos siempre has sido tan bueno y generoso conmigo. No debería acusarte de ser algo como eso. Sos una buena persona. Pero tu propio karma está en peligro. Debes aprender que hay fantasmas, brujas, vampiros y demonios. ¿Alguna vez te has levantado y tuviste que aspirar tu aliento? Eso era un demonio que te estaba hundiendo. En el mundo hay mal con verdadero poder y fuerza. ¿Crees en el mal?

—El mal es lo que cualquier filósofo de moda dice que es.

—Estás equivocado y te pones en peligro. ¿Creerás en tus oídos? ¿Creerás en tus ojos?

—A menudo lo hago.

—Conversa con un fantasma. Hazlo ahora. Háblale a un pariente muerto. Sólo abre tu mente. Oirás la respuesta.

Arthur parodió a Svengali. —Eso podría sólo ser Arthur hablándose a sí mismo.

—¡No, no lo sería! —insistió ella con exasperación—. Voy a evocar demonios. Esto dañará mi karma pero puedo repararla. Tengo tanto bien que no me destrozará.

—No. No lo hagas.

—¿Por qué no? ¿No es que no crees? Aunque me creerás cuando lo haga. ¡Ellos se arremolinarán alrededor tuyo y morderán tus piernas! ¡Verás cosas que te harán cagar! Tengo que hacer esto para salvarte, Arthur.

—No. Porque sé lo que va a suceder. No veré nada. Entonces quedarás resentida conmigo porque pensarás que dañaste tu karma inútilmente.

—Verás algo —dijo ella mientras sacaba velas del estante. Luego limpió un espacio en el piso, organizó las velas mediante un patrón fijo y encendió un fósforo.

—Te dije que no lo hicieras.

Heather se sentó con los ojos cerrados entre las velas encendidas. Luego los abrió lentamente y una mirada de horror sobrevino a su cara. —¡Están revoloteando sobre ti! ¡Su saliva está goteando sobre tus hombros! ¡No me digas que no sientes a esa cosa arañándote la pierna! ¿Qué es lo que ves? ¡Dime!

Arthur se sentó tranquilamente en la silla cercana al escritorio.

—Te veo a ti, al departamento. No hay nada más.

Heather vio los ojos de Arthur escudriñándola de la cabeza a los pies. Por su expresión podría decirse que estaba evaluando su cordura.

—Se han ido. No estoy loca, Arthur. Estuvieron en mi habitación. ¡Podrías haberlos visto si solo te lo hubieras permitido! —Había desesperación en su voz.

Arthur caminó hacia ella, tomó las mejillas de Heather con sus manos y la besó. Ella se lo permitió durante unos minutos antes de empujarlo.

—Esta noche no, Arthur. Estoy demasiado agotada. —Lucía exhausta. La bolsa de coca estaba vacía.

—OK, nena. Te hablaré pronto.

Heather permaneció sentada entre las velas. Había lágrimas en sus ojos.

—Voy a salvarte, Arthur. Ése es mi trabajo.

—Buenas noches, Heather.

Arthur se dio media vuelta, caminó hacia la puerta y movió el picaporte. Y, mientras los dientes de Heather se hundían en su cuello, estuvo más incrédulo que temeroso.

Traducido por Martín Brunás, 2001

Axxón número 109 - Diciembre de 2001