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El género utópico en la Argentina:
la obra de Eduardo de Ezcurra

Carlos Abraham

 
 


1-

Un área poco explorada en las historias de la literatura argentina es el de los numerosos antecedentes decimonónicos del género literario denominado por los anglosajones science-fiction. La mayor parte de los trabajos críticos sólo se ha ocupado de las obras de Eduardo Ladislao Holmberg, entre cuyos principales textos cabe citar Viaje maravilloso del señor Nic-Nac [al planeta Marte] (1875) y Horacio Kalibang o Los autómatas (1879), y de Leopoldo Lugones, cuyos relatos de Las fuerzas extrañas (1907) aparecieron previamente en periódicos y revistas porteños entre los años 1895-1897. Otros autores, como Carlos Monsalve y Atilio Chiappiori están aún a la espera de atención académica.
      Existen cuatro corrientes literarias que en la última década del siglo XIX desembocan en el género ciencia-ficción: A)- La utopía cientificista. El género utópico tradicional, cuya función es la especulación acerca de una sociedad perfecta, comienza a incorporar en sus descripciones elementos técnicos y científicos futuristas, especialmente a partir de la revolución industrial (finales del siglo XVIII), época en la que comenzó a resultar imposible concebir una sociedad superior que no tuviera un mayor desarrollo técnico que la presente. Entre los principales ejemplos cabe citar Erewhon (1872) de Samuel Butler y The coming race (1871) de Bulwer Lytton. B)- Los "viajes extraordinarios". La literatura de aventuras para públicos juveniles, que solía transcurrir en tierras remotas y desconocidas, había entrado en un momento de crisis con el descubrimiento y exploración de todas las comarcas del globo por exploradores como Cook (en Oceanía) y Burton, Speke y Livingstone (en África). La solución fue que las tramas recurrieran a artilugios mecánicos, que posibilitaban a los protagonistas llegar a sitios aún inaccesibles al hombre. El autor paradigmático de esta corriente es Julio Verne, que recurre al submarino en Veinte mil leguas de viaje submarino, a un gigantesco proyectil en De la Tierra a la Luna, al globo aerostático en Cinco semanas en globo, etc. C)- La novela gótica. Este género, desarrollado en Inglaterra a mediados del siglo XVIII, constaba de lúgubres historias de espectros, vampiros y cadáveres redivivos. Hacia principios del siglo XIX, los autores comenzaron a incorporar justificaciones científicas a la existencia de sus monstruos, para lograr mayor verosimilitud. El principal ejemplo es el Frankenstein de Mary Shelley, en el cual se utiliza el reciente descubrimiento del efecto de animación producido en los tejidos musculares por la corriente eléctrica. D)- La literatura basada en temas esotéricos. En el período 1850-1920, las ciencias ocultas eran vistas como un continuum de la ciencia oficial: se consideraba que los terrenos del saber aún no explorados por la ciencia oficial eran sondeados por las ciencias ocultas, que funcionarían así como una suerte de vanguardia del conocimiento. Por lo tanto, los relatos de experimentos esotéricos estaban salpicados de elementos tecnicistas y especulaban a menudo con situaciones típicas de la ciencia ficción. Entre los ejemplos más característicos puede citarse Un viaje a Arturo (1920) de David Lindsay y Las fuerzas extrañas (1907) de Leopoldo Lugones.
      La utopía cientificista tuvo numerosos cultores en la literatura rioplatense del siglo XIX, sobre todo a partir de la publicación de Looking backward or The year 2000 (1888) de Edward Bellamy, texto modélico del género. Entre los principales ejemplos destacan Buenos Aires en el año 2080 (1882) de A. Sioen, El socialismo triunfante o Lo que será mi país dentro de 200 años (1898) de Francisco Piria (fundador, dicho sea de paso, de la ciudad uruguaya de Piriápolis), y Buenos Aires en el siglo XXX (1891) de Eduardo de Ezcurra, obra que centrará nuestro análisis.

2-

Eduardo de Ezcurra nació en Buenos Aires en 1840 y murió en la misma ciudad en 1911. De profesión jurista, fue discípulo de Lucio Vicente López (a quien dedica su libro). En su pensamiento se aprecia la influencia de Ihering, Carle, Bluntschli y Juan Bautista Alberdi (quien, por otro lado, también cultivó la sátira en su novela Peregrinación de Luz del Día).
      En 1891, Ezcurra publica Buenos Aires en el siglo XXX, en una edición de la Imprenta de Juan A. Alsina. El libro es una utopía futurista donde dos personajes, Andros y Filos, deciden componer una sátira a los vicios sociales y a los malos procederes políticos de su tiempo, pero sin aludir directamente al mismo, sino ubicando la acción en el siglo XIX, para que su crítica asuma una forma sesgada, indirecta, que debido a su necesidad de decodificación (y, por lo tanto, de participación activa del lector) genera un efecto más intenso y profundo, evitando además, gracias a esta formulación mediada, el caer en un mero libelo o diatriba. Sin embargo, no se nos detalla el contenido del libro de Andros y Filos, sino sus fuentes de inspiración en la decadente ciudad de Fisiócrata (el nombre futuro de la actual Buenos Aires) en el siglo treinta. Por supuesto, esta trama es una inversión paródica (una irónica "puesta en espejo") del auténtico proceso desarrollado por la novela de Ezcurra, que mientras habla del siglo XXX está indirectamente hablando del siglo XIX.
      Otro motivo para situar la crítica sociopolítica y cultural en un ámbito futuro es la necesidad de evitar la mención de nombres propios, que podrían con plausibilidad iniciar pleito al autor. El uso de la alegoría permite a Ezcurra referirse a hechos y hombres de su época de un modo reconocible pero no comprometedor. Esto es notorio en su sátira al diario "La Nación", fundado por Bartolomé Mitre: "El principal diario era El gran papel de la mañana. Su fundador era un distinguido historiador patrio (...). Tuvo la habilidad de hacerse del cariño del Pueblo Soberano, en medio de sus sucesivos errores, que le valieron por otra parte más estimación y más renombre. (...) El gran papel de la mañana se había heredado de padres a hijos, y las inteligencias que formaban parte de su cuerpo de redactores perdían enseguida su personalidad".
      El siglo XXX descrito por Ezcurra (es decir, el siglo XIX) es un ámbito descaradamente mercantilista donde cada componente de la sociedad piensa sólo en su propio beneficio y no en el bien común: "En una zona que se creyó fuera la tierra de promisión, imperaba la decadencia moral, en medio de la agitación del utilitarismo y del guarismo... Los hombres sinceros eran los menos en Fisiócrata. En cambio, los falsos componían las mayorías. ¿La igualdad ante la ley... del dinero? La túnica de la república había quedado en poder de unos cuantos, cuando pertenecía a todos". No sólo impera la corrupción en la política, sino también la mediocridad en el ámbito cultural (periodistas, actores, eruditos): los puestos en las academias son comprados por magnates en busca de prestigio; los filólogos, con falta de rigor y basándose en documentación no comprobada, postulan (por ejemplo) que el nombre antiguo de la ciudad de Fisiócrata no era Buenos Aires, sino Buenos Aries, debido a la importancia que tuvo en el siglo XIX el ganado lanar (aries, en latín, significa carnero).
      Esta ácida crítica posiciona a Buenos Aires en el siglo XXX como una voz disidente en la literatura argentina de la "generación del 80", eminentemente optimista. Es importante para contextualizar la obra tener en cuenta que fue escrita en el período de la crisis económica de 1890, causada por la desenfrenada especulación financiera y por irreflexivas políticas comerciales que generaron un amplio endeudamiento del sector público.

3-

La acción de la novela transcurre en una ciudad llamada Fisiócrata (nombre futuro de Buenos Aires). Esa onomástica no es arbitraria: funciona como una referencia al espíritu mercantilista y especulador de la sociedad argentina, satirizado por Ezcurra (recordamos que, cuando el autor habla del siglo XXX, está en realidad hablando de forma simbólica del siglo XIX). En la descripción de la urbe se magnifican hasta la apoteosis los elementos definitorios de la modernidad, especialmente la migración interna del campo a la ciudad y las innovaciones tecnológicas.
      La ciudad ocupa una superficie de 25 leguas cuadradas, con una población de 15 millones de habitantes de las edades legales. Está dividida en cuarteles, los que a su vez se subdividen en parroquias. Las dos principales avenidas se llaman "El pasado" y "El porvenir". Citando el texto: "Los principales boulevares están techados. Parecen grandes corredores de cristal esmerilado, que se pierden a la distancia en una arcada colosal, con sus medias naranjas o rotondas en las boca-calles. Debajo de ellos, en los pisos inferiores de los edificios de diez pisos, edificados según el gusto arquitectónico moderno, se puede contemplar un mundo de tiendas y almacenes lujosísimos". Las novedades científicas son extrapolaciones de las ya presentes en 1891: la iluminación eléctrica ("A la noche, iluminados por el asfalto de las fachadas y el inmenso número de grandes y pequeños focos eléctricos, se diría que en los boulevares las sombras no se conocen y que impera la claridad de un perpetuo día"), los ferrocarriles y automóviles ("El público viaja en vehículos automáticos de todas formas, en velocípedos, en ferrocarriles grandes y pequeños, como los tranvías de otros tiempos, los unos por encima de los edificios y los otros por los afirmados de goma elástica que pavimentan las vías"), los sistemas de comunicación, entre los que destaca una "máquina telefonográfica", y los implementos de trabajo, entre los que se cita a la máquina de escribir. Como puede apreciarse, el texto de Ezcurra, más que constituir una anticipación plausible del futuro, constituye un interesante muestrario de las expectativas y preocupaciones de los intelectuales argentinos del siglo XIX.
      Sin embargo, este progreso material tiene un lado oscuro: la decadencia de la ética y, en segundo lugar, del gusto artístico. Según el autor, Fisiócrata es "la colosal ciudad de los pasmosos progresos y de las supinas banalidades". Este postulado tiene su origen en el proceso de modernización desarrollado por la generación del ochenta: el rápido desarrollo agroganadero del país, orientado principalmente hacia la exportación, había estimulado una intensa especulación bursátil, centrada principalmente en las ventas y arriendos de campos, que no ponía reparos en perjudicar los intereses nacionales. Por otra parte, el aumento del poder adquisitivo en las clases altas permitió que éstas realizaran importaciones de bienes culturales basadas más en los dictados de la moda que en una meditada valoración estética (por ejemplo, las parodias de obras clásicas y el vodevil).
      Una de las maneras más explícitas en que se ejerce la crítica a esta situación (y que aproxima a la novela al grotesco teatral) es la aplicación a cada personaje de nombres ilustrativos de su profesión y nivel moral. Entre los personajes retratados de modo positivo, figuran la sirvienta Confianza y el profesor Buenasfuentes; entre los retratados de modo negativo, el presidente Reaccionario, el explorador Bobo, el sabio Lainocenciatevalga, el doctor Advenedizo, el valiente general Zapallada, el orador Picodeoro, el agente bursátil Manolarga y el más elegante de los dandys, Alberto Cerebrochato. Esta transparente valoración de los personajes ya desde su designación permite definir al texto de Ezcurra como una típica pieza alegórica, en la más pura tradición de la distopía (también llamada utopía crítica o antiutopía, y de la cual los ejemplos más conspicuos son Un mundo feliz de Aldous Huxley y 1984 de George Orwell).

4-

La notoria carga de ácida crítica social posiciona a Buenos Aires en el siglo XXX de Eduardo de Ezcurra como una voz disidente en la literatura argentina de la "generación del 80", cuyos más conspicuos representantes (por ejemplo, Cané)) se caracterizan por su optimismo. Esto posiciona al texto en una línea próxima a la de escritores como Eugenio Cambaceres, quien en Sin rumbo (1885) presenta el spleen, el hastío, y la decadencia de las clases altas. Una idea recurrente en Ezcurra es que los problemas actuales (es decir, del siglo XIX), de no ser solucionados, llegarán a hipertrofiarse en el futuro. El texto también socava la noción de "progreso indefinido" característica del positivismo, al asimilar progreso científico con decadencia moral y social.
      Pese a la anteriormente mencionada posición excéntrica de Ezcurra con respecto a la literatura del 80, existe un notorio rasgo en común. Su minuciosa crítica a los problemas sociales del país está sustentada, sin embargo, en una visión clasista (típica, por otra parte, de la generación del 80, como lo vemos en Prosa ligera de Cané, en En la sangre de Cambaceres, en Irresponsable de Manuel Podestá, etc, textos en los cuales las figuras del inmigrante italohispánico y del "inmigrante interno" con sangre aborigen aparecen estigmatizadas). Los cuestionamientos a las clases altas no tienen como objetivo una apertura hacia los sectores populares, sino que constituyen sólo una autocrítica tendiente a una mejor consolidación del sistema imperante.
      Esta visión clasista se articula en dos isotopías:
      a)- La paranoia a la infiltración en las instituciones detentadoras del poder político y cultural de individuos pertenecientes a clases sociales bajas ("advenedizos", los llama el texto). Éstos pertenecen a dos grandes grupos. Por un lado, ex proletarios enriquecidos y de ascendencia extranjera. Se trata de nuevos ricos con apellidos italianos y maneras toscas. En este sentido, la novela se instaura en la amplia tradición de las visiones negativas referidas a la incorporación de los inmigrantes a las funciones desempeñadas por la élite criolla, que sentía grandes temores a ser superada en número y desplazada. Por el otro, proletarios con raigambre telúrica pero con antepasados negros o indios (recordemos que se trata de una época aún muy cercana a la "Conquista del Desierto" llevada a cabo por Roca) que buscan ocultar sus orígenes por medio de una constante simulación.
      b)- El temor al accionar atávico y violento de las multitudes. Se trata de otro supuesto frecuente del pensamiento sociológico en el siglo XIX, trabajado entre otros por José María Ramos Mejía en Las multitudes argentinas, que postulaba que el individuo, al estar inmerso en un grupo (mitín político, o reunión deportiva), perdía su personalidad autónoma, actuando como simple masa. En el texto de Ezcurra, funcionan como un tópico constante. Cuando la multitud está compuesta por elementos sociales de las clases bajas, es descripta como una entidad amorfa y anárquica que amenaza los logros de la civilización; cuando lo está por miembros de las clases altas, la crítica se dirige hacia la trivialización y la banalización que sufre la psiquis del individuo culto al ser penetrado por los sentimientos y pasiones de la muchedumbre (por ejemplo, la tendencia a alabar libros y obras teatrales no por sus méritos sino por su popularidad). Es decir: en un caso, se produce un rechazo taxativo; en el otro, se desarrolla lo que podría llamarse una "crítica interna" en el seno de la clase social.
      Puede afirmarse, entonces, que Buenos Aires en el siglo XXX constituye un texto literario atravesado por algunas de las principales cuestiones y problemáticas del pensamiento nacional en los últimos años del siglo XIX, en especial los temores frente a la inmigración masiva y a la lucha de clases). La pertenencia al género utópico (mejor dicho, distópico), con sus amplias posibilidades para la sátira y la especulación acerca de la evolución futura de una situación social determinada, es una condición ineludible para tal densidad semántica.

5-

En el texto, además, puede apreciarse una constante de la literatura del período: la utilización privilegiada de ciertos espacios para presentar frisos de la sociedad. Entre ellos, podemos mencionar el teatro, los paseos públicos y los salones de baile. Estos espacios permiten al escritor el manejo de un número elevado de personajes, en el cual están representadas las distintas clases sociales, interactuando entre ellas y consigo mismas. Como ejemplos de novelas que utilizan tal recurso, podemos mencionar Naná (1882) de Emile Zola (auditorio teatral), Memorias del subsuelo (1864) de Fedor Dostoievsky (paseos públicos), y Rojo y negro (1830) de Stendhal (salones de baile).
      En el texto de Ezcurra, como en los otros arriba mencionados, tales espacios comunitarios son el escenario del desarrollo de intrigas, disputas y alianzas, motivadas por intereses económicos, culturales, amorosos o relativos a la búsqueda de fama y de prestigio. Entre los tópicos principales figuran el resentimiento y la envidia de las clases bajas hacia las altas, y la soberbia y decadencia moral de estas últimas.
      Se produce una entronización del rumor como recurso narrativo principal: en las escenas de espacios públicos prácticamente desaparece el diálogo en su estructura pregunta / respuesta: en su lugar hay un "coro" omnipresente de voces que denosta y ensalza a los diversos personajes, realiza comentarios sobre temas triviales, etc. Este "coro" está compuesto por un elevado número de breves frases o parlamentos de los que no se indica el emisor, lo que genera la sensación de estar oyendo fragmentos dispersos de diálogos de una multitud.
      La exhibición de tales interacciones permite a Ezcurra realizar una intensa crítica social, en la que predomina el énfasis en los resultados negativos de la obsesión del lucro: "¿Cómo no ha de existir el imperio de la apariencia, de la mentira, de la decadencia, si todos los movimientos, las acciones, lo intelectual, lo moral y lo material del hombre marcha al compás del metal. (...) Algunos creen amar, cuando lo que aman en puridad es el dinero. Forma sociedades con semejantes sentimientos y tendrás patente la laxitud moral y la decadencia de nuestras razas. Pero anda tú a decírselos, y tendrás por toda contestación "alaridos brutales de indignación", o te tratarán despreciativamente de envidioso, de miserable visionario".
      Esta crítica social constituye la finalidad principal de la obra. La prueba es que en los diálogos entre los dos personajes principales, Andros y Filos, aparecen continuamente citas de textos de filosofía social y política, como el Catecismo positivista de Augusto Comte y El contrato social de Juan Jacobo Rousseau. Las citas son explícitas: hay notas a pie de página donde se indica la procedencia de las mismas. Este rasgo, inédito en la literatura de la época (debido a que destruye la ilusión mimética que buscaban generar las novelas realistas y naturalistas), permite posicionar a Buenos Aires en el siglo XXX como una clara "novela de tesis", a medio camino entre la pura narrativa y el ensayo..
      Con esta reflexión finalizamos este breve panorama del libro de Ezcurra, una utopía futurista prácticamente desconocida dentro de la historiografía literaria argentina. Esperamos haber contribuido a despertar interés no sólo hacia esta obra, sino también hacia la vasta masa de textos olvidados o poco conocidos (y a menudo de alta calidad) que existen en la literatura nacional, y que resultan imprescindibles para una cabal comprensión de nuestro pasado y de nuestro presente.

Carlos Abraham, 2002
Axxón 113 - Abril de 2002

 
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