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Editorial - Axxón 115

Me siento a escribir esto minutos después de la ceremonia de apertura del mundial de fútbol 2002. Un esmerado y hermoso trabajo de la gente de Corea, en el que mostraron muy bien su cultura, pero sin dejar afuera la tecnología y los cambios que produce el avance de los tiempos. Fue interesante ver esos hombres con vestimenta de monjes budistas, o algo similar (temo estar equivocando la imagen), con sus ropas milenarias y exóticas, con sus instrumentos de caña y bronce, tambores e intrincados estandartes, junto a cantantes pop con el mismo aspecto (hablando en general) que Shakira o Ricky Martin. Vimos hombres y mujeres con ropas típicas mezclándose en la danza con una especie de teletubies con caras de pantalla de TV. Los temas de los segmentos fueron la paz, la unión, la comunicación y el entendimiento entre las personas.

Una muestra de sagacidad la de los coreanos. La comunicación es el fenómeno que marca más fuerte la vida de las personas de esta era. Si hubiese escrito este Editorial hace una semana, lo dicho sería expresión puramente intelectual; pero hoy puedo decirlo visceralmente: me tocó estar incomunicado unos cinco días —sin teléfono—, lo que para mi mente (no para mi estómago, claro) fue como si me faltara la comida, el agua y el aire. ¿Por qué sin teléfono? Porque los muchachos de la provincia de Buenos Aires se están robando los cables. Lo hacen a plena luz del día: esta vez fue un domingo a las catorce horas. Pude determinarlo con precisión porque antes del almuerzo usé el teléfono y luego de comer traté de conectarme a Internet. Silencio en la línea.

No fue un corte común: nadie en el barrio tenía teléfono (excepto los que poseen un celular, por supuesto). Toda mi actividad digamos "productiva" de hoy en día está relacionada con esa línea. No tenerla me hizo sentir al borde del abismo, incluso más que hace un poco más de un año, cuando se acabó el contrato que tenía con la última empresa que tenía de cliente (y, por supuesto, mis ingresos para la supervivencia). Alguno que lea esto pensará que estoy exagerando, ¿"en el abismo"?, vamos. Pero para que me entiendan cabalmente debo agregar algunos detalles: la Telefónica (ya sabéis que es la misma que la vuestra, amigos españoles) de repente se volvió autista. En el número de Información todos los que atienden se lavaban las manos: hay que llamar a Servicio Técnico. La línea de Servicio Técnico, como todos saben, es atendida por una máquina. Lo único que decía era: "Su pedido está registrado y lo atenderemos dentro de los plazos estipulados". Me preguntaba cuáles serían esos plazos. En ese triste período entre que se cayó la línea y me enteré de que éramos por lo menos ocho manzanas sin servicio me llegaron los más terribles rumores: hay 100.000 personas sin teléfono. No, son 200.000. hay gente que hace un mes que no tiene teléfono. No, dos meses. Otra gente —afortunados— lleva diez días esperando.

Por suerte el servicio volvió en cinco días, justo cuando estaba por cargar la computadora para llevarla a lo de mi madre, a catorce cuadras (suficientemente lejos como para haberse salvado del corte). Hoy pensaba mandar a Telefónica, o llevar en mano, una carta de protesta e intimación. Fueron momentos feos. Con tecnología, una portátil, celular, conexión satélite, me hubiese salvado. No tengo posibilidad de acceder a esa tecnología.

Y caigo en el tema de esta época. La comunicación es algo extraordinario. Un director de revista se comunicaba antes por carta, con retrasos del orden de un mes cuando se trataba de gente de otros países. Con suerte quince días. Hoy estoy sentado contestando mensajes en línea y ahí mismo me llega la respuesta de lo que acabo de escribir a alguien del otro lado del mundo. Costo: pulsos telefónicos locales. Me cuesta más caro comunicarme por teléfono con mi familia que está a 300 kilómetros, por ejemplo. Ni hablar de comunicarme con amigos en una provincia del norte, a cerca de dos mil kilómetros de distancia. Todo esto está muy bien, pero... ¿seguiremos contando con la tecnología?

Esperemos que sí, aunque en Argentina no está para nada asegurado. Cada uno de estos mensajes que escribo, este texto y el material que preparo cada día para atraer y entretener a los lectores, el material de noticias que recopila Alejandro para informar día a día, llega porque todavía perdura la tecnología que adquirió Argentina en los últimos años. Con plata prestada, que ahora no podemos pagar. ¿Seguiremos conectados? Repito: espero que sí. Si Argentina no paga la deuda, ¿nos permitirán estar conectados al mundo? Uno diría que sí: hasta Afganistán sigue en línea (alguna persona o personas de allá han entrado a la página de Axxón, por eso lo sé).

Las comunicaciones son esenciales para el progreso, no concibo una sociedad de hoy que pueda progresar sin ellas. Y son un factor esencial en la guerra y el poder. No sólo para atacar y tener preponderancia. También para coordinar y para detectar y para prevenir. De qué sirve tener avanzadillas, espías, informantes si no pueden hacer llegar los datos. De qué sirve tener las mejores armas si no se sabe lo que está pasando atrás de una colina a la que hay que dirigirse. Un escritor de CF inglés, Arthur Clarke, inventó la idea del satélite geosincrónico. Hoy estos satélites —quienes los controlan— rigen el mundo. Saben mucho más que nosotros sobre el clima, incluso es posible —porque ya se hablaba de esto en términos prácticos hace cuarenta años y no creo que se hayan quedado dormidos— que puedan controlar el clima. No digo que sea fácil como en los cuentos de CF (mover un dial y ponerlo en "lluvia"), pero es posible que una escuadrilla de aviones o helicópteros (por qué no pequeños cohetes) pueda hacer que un frente de tormenta descargue su agua en el lugar deseado (piensen en qué importante es el agua —la falta o el exceso— y el clima reinante en un área agropecuaria para la producción de alimentos; y para cualquier actividad organizada). Si los habitantes del "lugar deseado" en el que se descargó la tormenta por obra y gracia de los que tienen el comando de los satélites no necesitaba esa lluvia, o los habitantes de más allá del "lugar deseado" sí la necesitaban y no llegó, bueno, la inundación o el exceso de agua (o granizo, o viento, o nubosidad) o la sequía será problema de ellos. Que inventen su propio sistema de control.

Eso sí, ni se te ocurra desarrollar tecnología parecida, porque para los que tienen el control será "un arma peligrosa en manos equivocadas".

Así está el mundo. Cuando lean esta revista y disfruten de ella, comprendan que es gratis para ustedes —lo ha sido desde hace más de doce años y seguirá siéndolo mientras podamos—, pero que no se hace gratis. Conectarse a Internet, tener la computadora encendida... y comer, cuesta plata. Esperemos seguir teniendo la mínima cantidad para seguir viviendo y seguir haciendo lo que nos gusta.

Eduardo J. Carletti, 1 de junio de 2002

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