Página Axxón Axxón 127

¿Quién es Otis?
Por el Lic. Carlitos Menditegui

Los investigadores y fisgones de vidas privadas no se ponen de acuerdo sobre la fecha y lugar de nacimiento de Otis; pero sólo los más dogmáticos entre ellos apoyan la hipótesis de que emergió de una fumarola sulfurosa del Vesubio en el año 666 d.C. Los demás, más cautos, coinciden en señalar que, si bien existe alguna evidencia circunstancial en contra, lo más probable es que pertenezca al género Homo.
      Tal vez la mejor fuente de información sobre la vida temprana de Otis sea su prontuario. A finales de los ’60 y comienzos de los ’70 tuvo varias entradas en la comisaría por experimentar con sustancias prohibidas, especialmente gas mostaza, trinitrotolueno y uranio-235. Efectivamente, se sabe que en aquellos tiempos hacía gala de una ideología marcadamente levógira, la cual lo llevó a inscribirse en un curso sobre mecánica del automotor. Abandonó tempranamente esa vocación técnica en medio de la mayor desilusión de su vida, al comprobar que las miles de revoluciones por minuto que desarrollaba esa máquina, que tenía por maravillosa, no eran de la clase que a él le interesaba. Más tarde proclamaría ante sus camaradas que el motor a explosión era una vil falacia, una contradicción doctrinaria (aún hoy le cuesta pronunciar esto) y una clara celada del demonio industrial y mercantilista, “que hierve a los hombres en la caldera de una máquina de vapor, asfixia sus pulmones con la ponzoña petroquímica de millones de chimeneas y caños de escape, y flagela sus carnes con correas de ventilador”. (De aquellas épocas arrastra su execrable oratoria.) A partir de entonces comenzó una etapa que quienes lo conocieron no dudan en calificar de auto-destructiva.
      Promediando la década, su vida dio un giro estimado en unos ciento setenta y tres grados y medio: después de ver las patillas de Isaac Asimov en el fondo de una lata de Toddy mientras leía Forastero en tierra extraña de Robert Heinlein traducido al piamontés, abandonó la lucha revolucionaria y se afilió a una secta sincrética que combinaba el culto a los platos voladores con una versión libre del método actoral de Konstantin Stanislavsky y las profecías apocalípticas cifradas en las recetas de cocina de Para Ti.
      En los años que siguieron recorrió el país de punta a punta, de un lado a otro y de arriba abajo junto a sus condiscípulos, predicando allí donde llegaban el mensaje de paz y salvación trasmitido a la humanidad por su profeta, el desaparecido contactado Adam Giorgiutti (1). Desde el púlpito instalado sobre el techo de su Fiat Lux, instaban a los pecadores a que dejaran de pecar; a los apóstatas, a que dejaran de apostatar al caballo perdedor; a los perjuros, heresiarcas y relapsos, a que dejaran de hacer eso que estaban haciendo; y a las hijas de los hombres de dieciocho a veinticinco años, a que dejaran una foto de cara y otra de cuerpo entero, para que eventualmente pudieran ser llamadas a integrarse a la augusta misión de darles sobrinos a los hermanos del cosmos.
      Fue en febrero del ’87, en un pueblito de las sierras de Córdoba, que la caravana fue a coincidir con una iglesia rival que vendía bolitas japonesas con la inscripción Made in the Atlantida y promocionaba tres salvaciones al precio de dos. Los testigos recuerdan cómo Otis, totalmente trastornado y fuera de sí (2), se abrió paso entre la multitud hasta alcanzar al orador y, mientras éste leía un pasaje del libro Yo era de Acuario, le arrebató la túnica ceremonial para a continuación echarse a correr en dirección a sus compañeros, quienes comenzaron a agitar a modo de bandera la prenda capturada mientras entonaban al unísono el salmo Acá está, acá está, que la vengan a buscar.
      Ahorraremos al lector (atentos a su naturaleza sensible y/o a algún que otro cuadro de morbo patológico del que hemos tenido noticia, y que podría derivar en conductas socialmente inadmisibles) la relación de los sórdidos y poco piadosos acontecimientos que resultaron de esta contraposición de dogmas de fe. Nos limitaremos a reseñar, pues es lo que nos interesa, que la última vez que se lo vio a Otis, éste huía raudamente de un adversario que, munido de una botella de agua energizada por el máximo gurú de su congregación, pretendía someterlo a una conversión forzosa (3). A partir de este momento se abre en la biografía de Otis un oscuro paréntesis, en el cual se dice que recibió algunos puntos y hasta que estuvo en coma; pero la verdad es que todo el asunto está repleto de signos de interrogación.
      Sea como fuere, no se volvió a saber nada de él hasta cinco años después, cuando un buque mercante de bandera noruega que llegaba al puerto de Rosario lo encontró flotando en el río. “Estaba desnudo y muerto de frío, y se aferraba a tres paquetes de yerba —declaró el capitán Lars Knudsen al informativo local De 12 a 14—. Dice que no se acuerda de nada, y por piedad le creemos.”
      Los médicos que lo examinaron pudieron determinar que, además de la amnesia y los tres misteriosos paquetes (de los que hablaremos más tarde), Otis tenía ahora una fobia incapacitante a ascensores y escaleras mecánicas, y la extraordinaria (diríase que casi inhumana) habilidad de poder decir con toda precisión cuánto adelantaba o atrasaba un reloj cualquiera con sólo mirarlo (4).
      Los más prestigiosos psicólogos, psiquiatras, hipnoterapeutas y obstetras asistieron a Otis, tratando de hacerle recuperar la memoria. Efectivamente, se acordó de muchas cosas: se acordó de dónde había dejado aquella bufanda anaranjada; se acordó de la letra de “Mano a mano” (de Celedonio Flores, con música de Carlos Gardel y José Razzano); se acordó de que tenía que pasar a buscar la ropa por la lavandería; se acordó de los cumpleaños de todos sus primos... Se acordó de todo, menos de los acontecimientos de ese agujero negro de su vida; razón por la cual siempre se acuerda de las madres de todos los especialistas que vio.
      Frustrado y deprimido, creyó encontrarle sentido a su existencia usando su rara virtud relojera en beneficio de la comunidad, y durante un tiempo se dedicó a ayudar a la policía a encerrar a toda suerte de delincuentes y malandrines. Pero pronto quedó claro que su talento, si bien desusado, era perfectamente inútil para toda pesquisa, y para desquitarse lo encerraron a él. Como tenía antecedentes, pasó un buen rato antes de que volviera a pisar la calle.
      Fueron días muy difíciles: los agentes y oficiales se burlaban de él, le gritaban “dale, decinos cuánto tiempo nos hiciste perder”, y le tiraban bolitas de miga de pan por entre las rejas. Cuando al fin salió, se había acordado de que detestaba a la especie humana.
      Actualmente sigue sin acordarse de gran cosa; pero gracias a una rigurosa terapia de piretroides y aspirinetas ha logrado controlar sus peligrosas pulsiones, sublimándolas en formas más o menos útiles y creativas; por lo que lleva una vida que, siendo generosos, podríamos llamar normal.

(1) Adam Giorgiutti (más conocido por sus acólitos como “el Príncipe Adam”) afirmaba canalizar mensajes telepáticos de extraterrestres del sistema Rana (“ranitas”). “En realidad no son nativos de allí —declaró en un talk show televisivo ante un grupo de astrónomos y obispos iracundos—; lo que pasa es que desde Rana el pulso telepático es más barato.” Fue la última vez que se lo vio.

(2) Lo que para algunos implicaría por definición una experiencia extracorporal, aunque esto aún hoy es materia de debate.

(3) Quienes estuvieron presentes recuerdan que el perseguidor parecía tener más confianza para sus fines proselitistas en la contundencia del recipiente que en las propiedades intangibles de su contenido.

(4) Habilidad que resulta tanto más sorprendente por cuanto Otis nunca aprendió a leer la hora, ni siquiera en relojes digitales.

Carlitos Menditegui es de Tostado, provincia de Santa Fe. Se licenció en Letras y Músicas por la Universidad de Cuyo (de cuyo nombre no se quiere ni acordar) y es autor de las autobiografías no autorizadas de varias celebridades. Desde hace unos años es el biógrafo oficial de Otis.


Página Axxón Axxón 127