La
yunta e torres
Capítulo 4
Buscando a los dos chiquitos
los compañeros seguían.
Diban por el cuarto día
de darle duro y parejo,
cuando vieron a lo lejos
que encima se les venían.
“Son jinetes”, dijo el elfo
que tenía vista e’ lince.
“Son como unos ciento quince
con uniforme entrazaos,
dos caballos desmontaos,
y hay uno con un esguince.”
Ahí llegaron los milicos
no mucho rato después,
y encerraron a los tres
ordenaos como en desfile,
con los sables y jusiles
brillando con altivez.
“¡Tenga mano, tallador!”,
los encaró el capitán.
“En los pagos de Rohán
no dentra cualquier pelao.
Van a esplicarme qué están
buscando por estos laos.”
“Le andamo’ atrás a unos orcos
pa’ limpiarles la caracha”,
dijo el Guimli e’ mala facha.
“Digamé quién lo priegunta
si usté no quiere hacer punta
debajo el filo e’ mi hacha.”
“Señor enano insolente,
soy el comendante Eumer,
y yo quisiera saber,
si prieguntarles se puede,
quién caracho son ustedes
pa’ acá venirse a meter.”
“Tá güeño”, se metió el Trancos,
“no peliemos que es al ñudo.
Acá el amigo orejudo
es Legolas, y el enano
que se ve tan yesquerudo
se llama don Guimlidiano.”
“¡Y yo me llamo Aragorn,
heredero de Elendil!”
y la peló a la Anduril
pa’ enseñarla al comendante.
El sable estaba brillante
como si juera un candil.
Le pintó rápido el cuento
al que montaba el corcel:
la salida e’ Rivendel,
lo del Boromir y el mago,
y que llegaron al pago
persiguiendoló al infiel.
“De no crer”, decía el otro
y se rascaba la porra.
Golvió a calzarse la gorra
y prieguntó respetuoso:
“¿Qué pasó con esos cosos
pa’ que sin pingos los corran?”
“Agarraron”, dijo el Trancos,
“a dos compañeros nuestros
llevandolós con cabestros,
por estos rumbos juyendo.
La huella vamos siguiendo,
que pa’ esas cosas soy diestro.”
Le contestó el comendante:
“Esos orcos, sepalón,
los quemamo’ en un jogón
endijpué de la pelea.
Por allá entuavía humean
como achuras al carbón.”
“Por un casual”, dijo el Trancos,
“en el medio de ese guiso,
¿no habrán visto unos petisos
que de altor poquito miden?”
“A ésos sí que no los vide;
nomás orcos y mestizos.”
“Si es cierto lo que decís,
ésa sí que es cosa rara”,
comentó estrañao don Ara.
“No me los huelo dijuntos.
A ver si todo este asunto
de una güena vez se aclara.”
Les esplicó el comendante
que se estaba haciendo oscuro
y que andaba con apuro
por dirse con sus jinetes,
y les prestó un par de fletes
para el camino tan duro.
“Anden con tiento en el monte,
ahí se aparece la viuda.
Pasensé a prestar ayuda
cuando ya de güelta estén,
que mi tío don Teodén
se la está viendo peluda.”
“Entran y salen los orcos
como si juera su casa,
además nos amenaza
don Sarumán, el vecino,
y encima el patrón se pasa
escuchandoló a un ladino.”
El Aragorn contestó:
“Lo viá ir a ver a don Teo.
El asunto está más feo
de lo que vos me contás.
Ya no va a durar la paz:
se viene flor de aporreo.”
El Trancos de un solo salto
montó el pingo más grandote;
diba en pelo y del cogote
el Legolas agarrao,
y el enanito, enancao,
diba como perro en bote.
Y allá salieron montaos
al azulejo y el bayo,
galopando como rayo
y asustando a las perdices
en busca e’ los dos gurises
por el pago e’ los caballos. |