EL BOLETO

Juan Vicente Mañanas Abad

España

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Jueves 15 de Abril de 1920, amanecer.

Cagarme es mi primer impulso del día. Me cago en mi jefe, me cago en mi trabajo, me cago en mi maldita estampa y en el frío que hace, joder. Nunca encuentro el momento de cambiar el aislante de la ventana y siempre acabo igual: tiritando como un pollo desplumado respirando el frío que se ha ido colando por las grietas y abrazando una bolsa de agua poco más que tibia ya desde la medianoche.

Calzo como puedo las pantuflas y voy al baño a ver si el agua helada me termina de despertar. Como siempre, soy incapaz de encontrar algo para desayunar así que me lanzo con el estómago vacío a la calle.

El sol apenas rasca una niebla tan espesa que carros, gentes, mulas y taxis a cada momento aparecen por sorpresa justo delante mío y, como la calle Riera es estrecha a conciencia, casi me tengo que abrazar a la pared para que no se me coma un taxi. El cabrón del taxista apenas me dirige un gesto desde el pescante, agarrado a las cinchas de la motora haciendo pasar la cabina a un escaso palmo de mis narices. Dentro un par de gordos ricachones disfrutan del interior climatizado, y de un par de chicas escasamente vestidas con plumas y transparencias, seguramente unas coristas que acaban de seducir en algún cabaret de moda a golpe de talonario. Yo, en cambio, madrugo cada mañana para ir a un taller que cada día parece estar más lejos.

Realmente me dan ganas de escupirles al vidrio.


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Documento: Extractos recogidos en la comandancia de los Mossos de Escuadra al respecto de la declaración del sr. Ferrán Vinyets con fecha 20-04-1920.

[...] Tengo ante mí al señor Vinyets, Ferrán de nombre, natural de Centelles y residente en Cerdanyola del Vallés. Permanece sentado ante mí retorciendo una oscura gorra de paño con sus manos encallecidas. Tiene la mirada ausente, llorosa y clavada en el suelo.

Procedo a tomar declaración.

—Señor Vinyets, su mujer jugaba a la lotería con sus compañeros de trabajo ¿No es cierto?

Inicialmente Ferrán me mira casi asustado, como si no hubiera reparado en mi presencia hasta que le he dirigido la palabra.

—¿Cómo dice, señor?... Sí, es cierto. Una vez cada semana la Lotería Grossa. Se turnaban cada semana, el mismo número. Pagaban tres duros por el boleto de Sa Grossa y se lo guardaban en casa.

—¿Quiere decir, pues, que el boleto no era custodiado siempre por la misma persona?

—No, no señor no, uno cada semana. Se iban turnando... mi Rosita [sollozo], Martina la repartidora, Paquito el limpiador y Manel el de la impresora.

En este punto confirmo la información prestada al respecto por el resto de testigos: Manel Cotrina era el encargado de custodiar el boleto premiado en la semana precedente al día de autos.

Tras esperar unos instantes para que el señor Vinyets se calme y deje de llorar, prosigo con el atestado.

—¿Conocía usted al Manel Cotrina en persona? —le pregunto.

—Apenas, señor, apenas, sólo de vista. Nunca llegué a charlar con él ni puso él nunca interés en conocerme. Lo más lo veía por las mañanas, cuando llevaba a Rosita al trabajo en el carro del reparto.

—¿Reparto, dice?

—Sí señor. Cada mañana reparto embutidos y quesos de Cárnicas Revilla por casas de comidas y posadas de esta parte del Vallés. Así me gano la vida, señor, engancho a Txispa al carro y a repartir. Txispa es mi mulo, un buen animal, mucho más fiable que esas [sollozo]... esas malditas locomotrices que nunca se sabe cuando [sollozo]... cuando te van a dar un disgusto. [llanto].

Aquí me veo obligado a detener de nuevo las indagaciones por indisposición del declarante. Es, de todas formas, de lo más natural que el señor Vinyets reaccione de esta manera ante la simple mención a los vehículos de vapor.

Cabe señalar en este momento que las anteriores declaraciones denotan el mismo ambiente laboral para los implicados: relación relativamente distendida sin conflictos aparentes. Hay ciertas menciones despectivas al respecto de la persona y gestión del señor Facundo Marín III, gerente de "Impresiones Marín", pero no es algo que haya afectado al presente atestado.


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Jueves 15 de Abril de 1920, dos cuartos de nueve.

Hoy me toca esperar de nuevo en la puerta del taller, mientras el vaho de mi respiración contribuye a la niebla, a que llegue Rosa con las llaves del taller. Miro de calentarme los pies pateando el suelo y entierro mis manos en los bolsillos del abrigo.

Al poco rato, oigo el carro de los Vinyets. El marido detiene el carro en la esquina de la carretera para Sabadell y ayuda a su mujer a bajar dando y recibiendo mimitos, la verdad es que me dan algo de envidia.

Saludo a Rosa mientras ella, todo entusiasmo, empieza a darme la brasa con el ruido de las llaves como música de fondo.

—Hola Manolito. —Sabe de sobras que odio el diminutivo. —¿Te acuerdas de que hoy sortean Sa Grossa?

—Sí, Rosita, sí. —"Haz el favor de abrir la maldita puerta", digo para mis adentros.

—Sa Grossa, ay Sa Grossa... ¿Has pensado lo que harías con tanto dinero?

—No, Rosa, no lo he pensado.

—Ay, pues yo, Manolito, me compraría una casa nueva y conseguiría convencer a mi Ferrán de que se comprara un carro nuevo, uno a motor, a ver si así me prospera el hombre...

—Sí, Rosa.

—... ¿Porque dónde quiere ir, el muy infeliz, a parar montado en un carro como los pobres? O quizás haríamos uno de esos cruceros de lujo a Marte, ahora que están tan de moda. Porque ¿sabes? Antes era un peligro con tanto salvaje, pero parece que los ingleses lo han dejado bien limpito. Y además, me ha dicho mi prima...


Justo antes de rebasar los límites de mi paciencia, curtida tras innumerables mañanas como ésta, la buena de Rosa acierta con la maldita llave y entramos.

Aún nos quedan unas cuantas horas hasta que llegue el señor Marín, rara es la jornada en que se presenta antes de comer. En mi mesa, al lado por desgracia de Rosa y su cháchara, los encargos del día. Agarro el eterógrafo para dibujar los carteles encargados mientras Rosa mantiene lo que ella entiende como silencio de oficina, pero "comentando algunas cosillas".


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[...]

—¿Y cuándo vio, señor Vinyets, al señor Cotrina por última vez?

—Ese jueves por la mañana, señor, cuando llevé a Rosita al trabajo. Creo que se lo dije antes.

—Sí, es cierto, perdone. Hábleme ahora con más detalle del trato que tenían respecto al sorteo, por favor.

—Claro, señor, como le dije antes, cada semana uno de los compañeros se guardaba el boleto de Sa Grossa. Lo compraba el lunes y se lo guardaba en casa, pero cada uno tenía apuntado el número que era para mirarlo al día siguiente.

—Ya veo. ¿Y cómo acordaron el reparto del premio?

—¿El premio? ¿Se refiere al dinero, señor?

—Sí, eso, el dinero.

—Pues... a repartir a partes iguales, claro, eso es, partes iguales. No le puedo decir cuánto podría ser, por que Sa Grossa cambia cada semana y, claro, las partes también cambian.

Tal como pasa en tantos conflictos alrededor de los sorteos compartidos, los implicados se contentaron con un pacto verbal y del todo informal al respecto de los premios.


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Jueves 15 de Abril de 1920, las dos tocadas.

Llega por fin la hora de comer y salimos todos del tugurio en el que trabajamos. Con la comida me pasa lo mismo que con el desayuno: no existe. Así que no tengo más remedio que ir al Sancho, el bar de la esquina, a por un bocadillo que me comeré un par de calles cuesta arriba, al lado de la fuente, donde da más el sol y se atisba algo de horizonte.

Masticando con toda la parsimonia que soy capaz, poca prisa que tengo de volver, aprovecho el calor del sol del mediodía como un lagarto sobre una piedra y trato de relajarme con el poco paisaje que se ve entre los edificios que intentan imitar las formas de la Escuela Gaudí. Casi enmarcado entre ellos se acerca poco a poco un dirigible de propaganda con uno de esos anuncios de turismo marciano con los que Rosita me ha dejado la cabeza como un bombo.

Volviendo de comer me encuentro con la sorpresa de la semana. El seboso del señor Marín ha tenido a bien de colarme un encargo de última hora. Como no es él quien pringará, no tiene problema en quedarse con pedidos urgentes que nadie acepta.

"Venga Manolito", me dice con el dichoso nombrecito, "hazlo por la empresa, que ya me acodaré de ti, hombre. Que el cliente tiene mano en el concejo conurbano de Barcelona, ya sabes lo bien que va un enchufe de éstos". Y el muy cabrón las quiere para mañana, que necesita distribuir los pasquines este mismo fin de semana. Así que me dejaré las pestañas toda la maldita noche mientras el señorito se va de juerga por casinos y cabarets.

Consigo terminar el diseño para última hora de la tarde, justo cuando Rosa termina la contabilidad. Ella me mira con cara de pena y mira de reojo la placa en la que trabajo mientras se pone el abrigo y me deja las llaves del taller en la mesa.

"¡Visite Marte! ¡Mida su coraje en el desierto carmesí! ¡Navegue por sus milenarios canales junto a su prometida! ¡No desperdicie esta oportunidad de vivir todo un mundo de aventuras y delicias!", es la horterada que proponen como frase publicitaria. Un acto de ironía cósmica en forma oferta especial de Viajes Flabiol. Cuerpo medio en letra blanca romana en el margen derecho con los datos de la agencia, el destino del viaje ocupando un tercio del cartel y mi propia cosecha para el resto. Todo sobre una espectacular puesta de sol en un canal marciano, cuidadosamente copiada en la placa con la policromadora. Ya sólo falta ver lo que tarda esta vez la impresora en sacar 2000 carteles sin tara.


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Jueves 15 de Abril de 1920, un cuarto para medianoche.

Era demasiado esperar, este viejo trasto apenas es capaz de dar más de 100 copias sin desviar el menos uno de los colores. Pierdo toda la noche en duermevela despertado periódicamente por la impresora y su lastimera alarma de error.

Acabo amaneciendo sobre un charco de babas en la mesa de control, soñando con un mundo seco y cálido de arenas color sangre y ominosos canales. Un mundo sobre todo libre de frías nieblas qu te hielan el despertar y de Facundo Marín, el gran cabronazo. Compruebo las copias y doy el infierno por terminado. Tras cerrar el taller como buenamente puedo entro al Sancho para pedir un colombiano doble, negro como el olvido, y un buen par de rosquillas del pueblo.

Sancho, dueño y camarero, se sorprende al verme tan pronto y me pasa "Sa Vanguārdia" mientras me prepara el desayuno. Paso hojas sin apenas interés hasta que llego a la sección de loterías y sorteos. No me lo puedo creer. Saco el boleto del monedero y lo comparo. ¡No hay duda, número y serie coinciden! ¡En menos de nada seré tan rico que me saldrán los duros por las orejas! "¿Seré?" me pregunto al recordar el trato con los compañeros del taller.

Pago a Sancho con sorprendente alegría y su buena propina. Salgo a la calle y me pierdo en la niebla mientras me pregunto: ¿Qué les debo realmente a los del taller?


-7-

[...]

—Pues si no le importa, señor Vinyets ¿Podría relatarme con detalle lo ocurrido el día de autos?

—¿Cómo dice, señor?

—El viernes por la mañana, el día del sorteo.

—Sí claro, el viernes... Como casi cada viernes, me tocaba desayunar sólo porque mi mujer lo primero que hacía nada más levantarse era ir a por el periódico para ver el número premiado. Volvió completamente esperitada gritando "¡Sa Grossa! ¡Sa Grossa! ¡Que nos ha tocado Sa Grossa!". Y así, sin desayunar siquiera, me hizo preparar a Txispa para ir a casa de Manel [Cotrina, el custodio del boleto premiado]. Cuando llegamos aporreamos la puerta como locos para darle la buena noticia. Nadie contestaba y al final salió su casera y nos abrió. Dentro no había nadie ni quedaba casi nada. Sólo unas llaves y un sobre encima de la mesa de la cocina.


Ilustración: Ferrán Clavero

—¿Cojió usted alguno de los dos objetos que menciona o algo del piso?

—¿Como dice, señor? No, no señor, por supuesto que no. Bastante tenía yo con seguir a mi mujer por el piso buscando a Manel. Estaba como loca.

Cabe decir que las llaves eran las del taller "Impresiones Marín" y la carta iba dirigida a la casera. Contiene una sarta de groserías referentes a la fianza del alquiler de la vivienda.

—¿Loca, dice usted?

—Sí, señor, loca como llevada por los diablos. Ay mi Rosita, ya no llegaba a decir nada en cristiano. Sin que pudiera detenerla salió corriendo para la calle. Bajó las escaleras como una centella y no fui capaz, no señor, bien sabe Dios, pero no llegué a tiempo. Apenas veía la puerta cuando ya se oían los gritos. Rosita, mi pobre Rosita, un taxi, [sollozo] mi pobre Rosita estaba debajo de la motora. Dios, mi Rosita, que no respiraba, que no miras Rosita, [sollozo] que haré ahora, Rosita. [llanto]

En este punto doy de momento por terminadas las pesquisas sobre el pobre señor Marín. Pido que le traigan un licor y más pañuelos de celulosa.


-Epílogo-

Facundo Marín III, malnacido e indolente, abre levemente los ojos, bosteza un sordo mujido hacia el techo de su dosel, se frota los ojos con el dorso de una mano y con la otra se rasca sus redondas nalgas, sonrosadas como la tripa de un cochino. Tras la puerta del lujoso dormitorio se oye el suave murmullo de la servidumbre, afanándose en limpiar el Palacio Marín y proveer diligentemente el capricho con el que se pudiera despertar el señor.

Horas faltan todavía para el despertar del patrón. Facundo Marín III, apenas consciente, prefiere seguir entre sábanas de seda buscando recuperar un sueño que difícilmente puede superar su vida real. Dormirá hasta que se canse de la horizontal, sin importar si el día es festivo o laborable.

Rosa y Ferrán madrugaron a pesar del día. Pronto empezó el último día que podrán compartir. Ella apenas vive ya engullida por la maquinaria de la locomotriz y él llora desesperado tratando de atrapar la vida que con la muerte de Rosa se le escapa para siempre. Llora y grita clamando al cielo por una razón para su desgracia mientras una estela rasga el firmamento. Es el primer aerostrado de la mañana surcando los cielos, casi imperceptible en la distancia, donde Manel Cotrina disfruta de su primer habano auténtico con sabor a justicia poética volando plácidamente hacia el enlace con el transplanetario rumbo a Marte y sus canales.



Juan Vicente Mañanas Abad nació y vive cerca de Barcelona, en una pequeña ciudad llamada Cerdanyola del Vallés, justo al otro lado de las montañas que aprisionan la capital catalana contra el mar. Allí mismo estudió biología, lo cual le dejó secuelas tales como el vicio de Internet y la dolencia de los juegos de rol. Con el tiempo consiguió hacer oficio del vicio y sus aptitudes narrativas como director de juego derivaron en la necesidad de escribir. Este nuevo vicio lo practica con la colaboración de su esposa Magda y la curiosidad de sus gatos Mei y Totoro.


Axxón 150 - Mayo de 2005
Cuento de autor europeo (Cuentos: Fantástico: Ciencia Ficción: Steampunk: España: Español).