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Sobre la muerte del Asimov
carta abierta de Domingo Santos

 

De los cuatro intentos que se han hecho en España de publicar la revista Asimov en nuestra lengua, me he visto directamente involucrado en tres de ellos. Dejando a un lado el primero, el de Ediciones Picazo, estuve a cargo de todos ellos en el momento de su desaparición. El de Planeta-Agostini, del que me hice cargo después de que Carlo Frabetti, que lo inició, tuviera que dejarlo a causa de sus otros compromisos, fue debido simplemente a la política de su editor: al parecer rendía beneficios, pero no los suficientes como para alcanzar los mínimos establecidos por Planeta. El de Multimedia fue un desastre totalmente imputable al editor, que sin encomendarse a Dios ni al diablo quiso hace una revista literaria de ciencia ficción tamaño tabloide creyendo que iba a vender tantos ejemplares como Interviú o unos pocos menos, no importaba. Y en cuanto a la edición de Robel...

Es curioso con lo ocurrido con la edición de Robel. Desde el momento en que el propio editor anunció su cese (cosa que no suele hace en la práctica ningún editor acerca de ninguna de sus publicaciones), no han dejando de surgir las voces de siempre: que ese cese ya estaba cantado desde un principio, que habían habido ciertos elementos que no dejaron de ponerle palos en las ruedas, que existía todo un contubernio judeomasónico contra ella, que si hubo incluso presiones políticas...

Bien, desde mi perspectiva de director de la misma, déjenme explayarme un poco sobre el asunto y poner algunos puntos sobre las íes.

En primer lugar, debo decir, en contra algunas voces sibilinas, que la edición de Robel del Asimov tuvo desde un principio el apoyo completo e incondicional de todo el público, como lo han demostrado a lo largo de su vida las constantes cartas de felicitación y apoyo, y sobre todo las innumerables cartas de condolencia y también de apoyo que hemos recibido y seguimos recibiendo tanto su editor como yo de todo el fandom desde el momento mismo del anuncio del cese de su publicación. ¿Entonces?

Bien, ha habido toda una serie de factores que han motivado esa decisión, largamente meditada. En primer lugar, déjenme decirles que Robel no es un editor al uso. Es uno de los pocos editores que he conocido (de hecho, sólo he conocido a otro como él, y a lo largo de mi vida he conocido a muchos) que edita libros no para ganar dinero, sino porque le gusta. (De hecho, al principio de nuestros contactos para editar la revista, le propuse la posibilidad de entregarle el número totalmente confeccionado, listo para entrar en máquinas, y rechazó indignado la idea: ¿pretendía privarle del placer de confeccionar él cada número?)

Así, el Asimov español presentó desde un principio toda una serie de factores que no suelen darse en este tipo de publicaciones. En primer lugar, fue una edición digna, casi me atrevería a decir lujosa. Sus ejemplares tenían el lomo cosido, no pegado (parece algo que no tiene mucha importancia, pero que redunda y mucho en la longevidad del producto). Su papel era de calidad. Tenía un diseño (cosa que han alabado todos los lectores). Tenía detalles. Se veía desde su primera página que era un producto hecho con amor. Y su precio, en relación con su contenido y su calidad, era bajo.

Entonces, ¿cuál era el problema? Bien, en primer lugar, y debido a todas estas circunstancias, la revista resultaba un producto caro de coste. En general, para establecer el precio de venta, el editor suele multiplicar el precio unitario de coste por cinco. Según esta regla, el Asimov bimestral hubiera tenido que venderse por algo más de 19 euros. Se vendía pues a un precio político, con la esperanza de que el volumen de ventas acabara compensando este desequilibrio. Robel se conformó desde un principio con llegar a cubrir gastos, nunca anheló hacerse millonario con la revista (aunque supongo que por supuesto eso no le hubiera disgustado).

¿Qué pasó pues? Los enterados de siempre dijeron en su momento que el pase de la revista de mensual a bimestral fue el primer síntoma de que las cosas iban mal. Los enterados de siempre suelen ser estúpidos, siempre. El pase se debió simplemente a que, en las condiciones en que trabajábamos, la periodicidad mensual era una carga tanto para el editor como para mí, que nos ganamos la vida con otras cosas. Robel consideraba el Asimov como un hijo suyo, y se encargaba personalmente de prácticamente todo lo relativo a la revista, desde controlar el proceso de producción hasta responder a toda la correspondencia. Por mi parte, lo que yo le cobraba por llevar la revista era un precio simbólico que no cubría ni una décima parte del tiempo que empleaba en ella. La producción mensual nos absorbía demasiado de nuestro tiempo, que debíamos robar a otras cosas.

¿Entonces? Bien, todo el mundo sabe que el fandom de la ciencia ficción es fiel, entusiasta..., y limitado. Y muchas veces cuesta llegar hasta él. Uno de los problemas que tuvo desde un principio la revista fue su distribución, que es la base para que una publicación sea conocida por el gran público. Distribuir con eficiencia una publicación de corta tirada es siempre peliagudo, y francamente, en general la distribución de la revista (como todas las distribuciones que hay en España excepto las de los grandes editores que se distribuyen a sí mismos) era mala. Y no culpo específicamente a los distribuidores por ello; todos los elementos de la cadena, y en particular los libreros, tienen buena culpa de ello. (Un ejemplo: como prueba le pedí hace un tiempo al quiosquero/librero que hay en la tienda de debajo de mi casa que me consiguiera «una revista que ha salido que se llama «Asimov ciencia ficción», sin especificar editor, y al cabo de los meses me dijo simplemente que no había podido encontrarla, y me preguntó si realmente se publicaba, y dónde, porque si no no podía ayudarme).

Pero ése no es el único factor determinante. Ciertamente (aunque ningún editor habla nunca de cifras concretas de ventas con sus colaboradores, y todos lloran siempre acerca de «lo mal que va el negocio»), durante el primer año el Asimov tuvo pérdidas, o apenas cubrió gastos. Ignoro las cifras de este segundo año (una de las características de muchos distribuidores es que sus liquidaciones se demoran por principio cuatro, cinco y hasta seis meses), pero no creo que revelaran un aumento espectacular (en mis heroicos tiempos, Nueva Dimensión no conoció un cierto despegue hasta el cuarto o quinto año, y era otra época). Sin embargo, eso no hubiera frenado a Robel, que como ya he dicho no tenía como primera prioridad forrarse con la revista, sino que buscaba la satisfacción de hacer un producto digno y gozaba haciéndolo. Pero entonces vinieron los propietarios de la edición norteamericana, mejor dicho, la agente que representaba a dichos propietarios.

Los norteamericanos suelen pensar que en España, ese lejano país de toros y pandereta que no saben ubicar en los mapas, se atan los perros con longanizas. En un principio se consiguieron los derechos del Asimov yanqui a un precio razonablemente satisfactorio. Otro de los motivos del pase de la revista de mensual a bimestral, por cierto, aumentando su número de páginas, fue el que, publicándola mensualmente, sólo aprovechábamos un 75% del material americano al que teníamos derecho; cuando se les comunicó el cambio al inicio del segundo año, no pusieron ningún reparo en ello.

Sin embargo, cuando llegó la hora de renovar el contrato para el tercer año, Robel se encontró con una doble sorpresa. Al parecer, los yanquis creían que la edición española de la revista era una bicoca que estaba haciendo multimillonario al editor, y querían su tajada del pastel. De modo que: a) exigieron un aumento sustancial de los derechos para el tercer año, y b) donde dije digo digo diego, reclamaron con efectos retroactivos que el segundo año se les pagara como si la revista se hubiera seguido publicando mensualmente.

Ante esa tesitura, y tras hacer Robel muchos números, se llegó a la conclusión de que seguir editando la revista en estas condiciones era totalmente inviable, dado por un lado el lento crecimiento de las ventas y por otro lado la posibilidad (muy plausible) de que al cuarto año los norteamericanos volvieran a incrementar sus tarifas, creyendo que el Asimov español era un gran negocio. Durante los últimos dos meses el correo electrónico robel/santos santos/robel ha echado humo, buscando posibles soluciones. Todas las soluciones posibles no eran más que meros parches. De modo que finalmente tuvimos que afrontar los hechos y plegarnos a lo inevitable. A ambos nos ha dolido enormemente (creo que a Robel más; yo ya estoy curtido en estos avatares; él aún no), pero hay que ser realistas.

De modo que permítanme decirles desde aquí a los enterados de siempre, a los partidarios del contubernio, a quienes han visto incluso motivos políticos a todo el asunto (un corresponsal hasta me habló de presiones políticas porque el Asimov era una revista non grata a algunos miembros, no sé si del gobierno o de la oposición -¿o serían algunos nacionalistas?─), que las cosas suelen ser más simples que esto. A la lentitud del aumento de las ventas, que hacen que las perspectivas de futuro del Asimov español sean a largo plazo (pero que en sí no hubieran motivado, al menos por el momento, ninguna decisión drástica), le ha dado el golpe de gracia las pretensiones del editor norteamericano de aumentar sustancialmente los derechos. Así de sencillo. Todo lo demás que pueda decir la gente, como me señaló no hace mucho un amigo, son puras mandangas.



© 2005 Domingo Santos

Domingo Santos, seudónimo de Pedro Domingo Mutiñó es el gran patriarca de la ciencia ficción española. Escritor, traductor y director editorial, entre sus grandes logros se cuenta la colección de ciencia ficción de Ultramar, la mítica Nueva Dimensión y varios intentos de Asimov ciencia ficción, el último con Ediciones Robel que acaba de concluir.

Carta publicada en BEMOnline el 9 de noviembre de 2005, reproducida con permiso del autor.

Axxón 156 - noviembre de 2005

 
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