TODO-YO™

Guy Hasson

Israel

Recuerdo perfectamente el momento en que comenzó todo.

El momento fue tan inocente, tan lleno de amor y (de alguna manera) de lujuria que no hubo posibilidad de que yo sospechara nada.

Pero creo que ya entonces supe que Melanie tenía un motivo ulterior. Porque cuando se sentó en mis rodillas el tiempo se detuvo.

Tal vez fue algo en la manera en que se movía o en su forma de hablar. En cualquier caso, no pude detectar lo que era. Y no le hice caso. Y, con un pequeño empujón, la bola comenzó a rodar...


Estábamos en mi casa, Melanie y yo. Era la última semana de abril, una semana antes de que yo cumpliera los treinta y tres.

Acabábamos de cenar. Me estiré en el sofá y encendí las noticias. Melanie puso el televisor sin sonido, se sentó en mi regazo, me sonrió y... y de pronto el tiempo se detuvo.

Mis nervios explotaron. Sentía cada milímetro de sus dedos en mi cuello; sentía la distribución de su peso sobre mi pierna; su aroma me superaba; veía cada arruguita, cada peca, cada imperfección de su piel; y mi libido se disparó hasta el cielo.

—Tengo un regalo de cumpleaños para ti —ronroneó, pasándome los dedos por el pelo.

—¿En serio?

—¡Es asombroso!

—¿No te estás anticipando demasiado?

—Oh, no te preocupes. Lo recibirás la semana próxima. Pero —me pasó los dedos por el pelo— necesito tu colaboración.

—No hay problema. Dime qué es y yo te ayudo.

Sonrió y me besó.

—No lo creo.

—Vamos —Apoyé la mano en su rodilla y fui subiendo lentamente—. Dímelo.

—Te daré una pista —y se mordió el labio, mientras yo comenzaba a excitarme.

—Está bien —sonreí.

—¿Alguna vez te preguntaste cómo serías si te hubieran criado otros padres o si hubieras hecho elecciones diferentes en la vida?

—Claro.

—Bueno, ahora lo vas a descubrir.

—¿Qué? ¿Cómo?

—Espera hasta la mañana anterior a tu cumpleaños y verás —y me besó para callarme. Funcionó.


La mañana del martes, Melanie me llevó, de todos los lugares posibles, al hospital.

Me llevó rápidamente hasta un subsuelo. No pude discernir exactamente qué sección era; lo único que vi fue un letrero improvisado: "Todo-Yo™".

—¿Qué diablos es eso? —pregunté.

—Quién sabe —dijo, y me empujó por unas cuantas puertas hasta otro pasillo.

Llegamos a una especie de recepción.

—Hola —Melanie se dirigió a la recepcionista con su personalidad amable de negocios, la personalidad que la hacía tan buena para su trabajo—. Somos Jake Whitford. Tenemos cita a las diez.

—Ah, sí. El Dr. Majors puede atenderlos ahora. Segunda puerta a la derecha.

—¿Me trajiste a ver a un médico? —pregunté.

—Segunda puerta —Melanie me agarró del brazo y me remolcó hasta el consultorio del médico— a la derecha.

El hombre que estaba dentro llevaba puesto un delantal blanco de médico, pero no podía tener más de veintidós años.

—Ah —Se puso de pie al vernos—. Soy el Dr. Majors. Usted debe ser Jake Whitford. —Me ofreció su mano.

—Sí —se la estreché—, pero...

—Bien. Quítese la ropa.

—¿Qué?

—Y póngase esto. —Me dio esa cosa verde para los pacientes, con la espalda abierta.

—Bueno, espere un momento. ¡No voy a hacer nada hasta que me diga qué me van a hacer y qué es esto y...!

—¿No lo sabe? —Me miró con los ojos muy abiertos—. Esta es la última innovación en...

Melanie levantó la mano.

—No se lo diga. Es una sorpresa.

El Dr. Majors miró a Melanie; luego levantó los brazos con indefensión, como diciendo "¿Qué quiere que haga?".

—Pero...

—Jake, no puede decirte nada. —Me puso una mano en la espalda—. Privilegios médico-paciente.

—Pero el paciente soy yo —insistí.

—Eso no importa. —El Dr. Majors se puso de pie—. Yo no soy doctor en medicina.

Los ojos casi se me salen de las órbitas.

—¿Entonces qué demon...?

—Prepararé el consultorio de al lado. Cuando ambos estén listos, entren por esta puerta. —Y, con mucho tacto, desapareció.

Miré a Melanie.

—No vas a regalarme una cirugía de mejoramiento, ¿verdad? Porque para eso no constituye un regalo de cumpleaños.

—Qué divertido —dijo ella, y me arrojó la bata—. Ponte esa maldita bata.


Me metieron en cinco aparatos tubulares diferentes, todos ellos similares a los tomógrafos, y después de un par de horas volví a vestirme y regresamos al coche.

—Entonces... ¿ahora vas a decirme qué diablos fue todo eso?

—Van a tardar cuatro o cinco horas en terminar todo. Yo regresaré aquí, recogeré tu regalo y nos encontraremos en tu casa para cenar. Recién entonces recibirás el regalo.

—¡Vamos!

—Confía en mí. Te encantará. —Y me lanzó su sonrisa.

Y yo subí al coche y nos fuimos.


En el trabajo, hice que mis IA Navegadoras buscaran en la Red cualquier cosa que tuviera el nombre "Todo-Yo". No encontraron nada. Luego, yo personalmente entré en el sitio web del hospital, buscando ese servicio. No encontré nada. Cada vez más curioso. Pero no dejaría que me volviera loco; no podía dejar que Melanie me ganara. Podía esperar hasta la noche.


Melanie ya estaba en mi apartamento.

—Hola, cumpleañero. Estás a punto de viajar —hizo un gesto de Vanna White — al interior de ti mismo.


Melanie me llevó al estudio. Se sentó en la silla giratoria junto a mi computadora y yo me ubiqué en el pequeño sofá cerca de la puerta. Hizo girar la silla para quedar de frente a mí.

—Déjame que haga un poco de historia. Hace un par de meses recibí una llamada de unas personas que querían que mi empresa de RR.PP. representara a su compañía.

—Todo-Yo.

—Sí.

—¿Te buscaron a ti?

—Están casi listos para darse a conocer. Yo voy a ser su cara pública.

—Y es por eso que todavía no se los menciona en ningún lado.

—Algunos auspiciantes privados han oído hablar de ellos; reciben fondos del gobierno para la investigación de IAs. Pero mayormente se mantuvieron callados. No querían que surgiera competencia. Entonces... tú sabes que, si tienes suficiente dinero, puedes hacerte "digitalizar" o "copiar" el cerebro en una supercomputadora inmensa, ¿verdad?

Asentí.

—Bueno, es muy caro y se requieren las computadoras más rápidas y mucha memoria. Pero la gente de Todo-Yo dijo: cambiemos la manera de ver las cosas. Si podemos poner un cerebro humano en una computadora, entonces ya no es más un cerebro, es una ecuación. Así que llevemos todos los pensamientos y la memoria y todo, las variables, y entretejamos todos esos números hasta que quede un solo número grande. Y lo haremos de tal modo que cada número grande represente exactamente un estado de tu mente, ¿entiendes?

"O sea que cada estado mental único se representa con un único número. Y cada número único representa un estado mental específico que incluye todos tus recuerdos y pensamientos únicos de ese momento. ¿De acuerdo?

Asentí.

—Entonces ahora la ecuación tiene que trabajar con dos números en vez de con un billón. ¿Por qué dos? Porque uno es tu estado mental actual y el otro es todo lo que entra en ti: vista, olfato, esas cosas. Así la computadora tiene mucho menos trabajo para computar el siguiente instante de tu cerebro, y puede hacerlo mucho más rápido.

—O sea que pueden acelerar el cerebro humano... ¿es eso lo que dices?

—Bueno, pero no se trata de eso. —Se acercó y había estrellas en sus ojos—. ¡Esa no es la magia! —Volvió a reclinarse—. El punto es que al hacer eso, ellos separaron tu cerebro de tus experiencias. La ecuación, el cerebro, es tu disco rígido. ¡Pero tú puedes introducirle cualquier estado mental que quieras!

Sentí que se me ponían los pelos de punta en todo el cuerpo, pero el concepto seguía más allá de mi comprensión.

—Puedes ingresar —continuó Melanie— cualquier número que tengas ganas. Y cada número diferente te brinda recuerdos diferentes, una edad diferente, una historia diferente, pensamientos diferentes, experiencias diferentes. Con esto puedes explorarte.

"¿Alguna vez te preguntaste cómo serías si hubieras nacido en otras circunstancias, si hubieras hecho elecciones distintas en la vida? Esta es tu oportunidad.

Mi mundo comenzó a dar vueltas.

—No estoy seguro de que alguien quiera saber tanto...

—Eso no es todo, Jake. —Se inclinó hacia delante y resopló—. Lo demostraron matemáticamente... lo demostraron... que se puede llegar a cada número partiendo de exactamente un solo número anterior. Eso implica que nunca podrás obtener el mismo y exacto estado mental partiendo de dos "historias" o "situaciones" distintas, y que nunca podrás obtener el mismo estado mental dos veces. Aunque sientas que "ya estuve aquí" o que "ya he tenido exactamente esta misma emoción", no será así. ¡Siempre será ligeramente diferente!

"Y eso nos lleva a otra cosa grandiosa. Piénsalo: aunque cada estado mental que tengas puede conducir a millones o billones de estados mentales distintos, cada estado mental se origina a partir de un solo estado mental posible. Cada número sale exactamente de un solo número anterior. Entonces, si sabes un número, ¡puedes deducirlo... por medio de las simples matemáticas! El número que estaba antes de él, y el anterior y el anterior. La computadora puede hacerte retroceder en la vida!

"Jake —me miró como si esto fuera lo más extraordinario de todos los tiempos—, ¡puedes volver a tu propio pasado! O puedes inventar un número y encontrarte con un Jake diferente que tuvo una vida diferente, y entrar en su pasado. De hecho, como ellos saben lo que estás viendo y oyendo... ¡puedes ver y oír lo que él está viendo directamente en la pantalla de tu computadora!

"¿Lo entiendes? ¿Entiendes lo enorme que es esto?

—N-no lo sé, Melanie. Esto es... es demasiado... No lo sé.

—Está bien. —Me apoyó una mano en la rodilla y apretó—. Sé que es mucho por ser la primera vez. Veamos una demostración, ¿te parece?

Lo pensé un minuto y luego susurré, intrigado, a pesar de mi miedo:

—De acuerdo.

Ella encendió la pantalla; el programa ya estaba corriendo. Estaba pidiendo un número.

—Mira, el asunto es que, en lugar de escribir números, lograron que la computadora comprenda cosas en base cuarenta o cincuenta algo. Lo que significa que podemos usar cualquier letra, número o cualquier cosa que esté en el teclado. Así que puedes simplemente teclear una palabra, y una palabra también representa un número. Además, hicieron algo que se llama "transformación" a fin de que, para llegar al estado mental que tenías cuando te revisaron, puedas elegir qué palabra quieres usar para definirlo. Yo ya te la elegí.

Y tecleó SOY_UN_IDIOTA, y me miró.

—Qué gracioso —dije.

—¿Estás listo?

Inspiré profundamente.

—Sí.

Oprimió enter.

De pronto, en la pantalla apareció mi cara. No había fondo, pero parecía que estaba acostado. Repentinamente, sus ojos se abrieron y al parecer se sentó.

—Hola —dijo Melanie.

—¿Melanie? —dijo la cara, con los ojos entrecerrados, la frente inclinada—. ¿Dónde está el hospital? ¿Por qué tienes esa cara? ¿Qué...?

Melanie oprimió una tecla y la imagen se congeló.

—F1 es "congelar" —me dijo—. ¿Ves esto? —Señaló mi PersoCam, que estaba en la parte superior de la pantalla—. Él me ve y me escucha a través de tu Cam, y puedes hablar con los diferentes tú si lo deseas, igual que acabo de hacerlo yo. Ahora mira. Si oprimo esto, aparece el número de tu estado mental actual en la parte inferior de la pantalla. Puedo "grabar" el número, igual que puedo grabar un juego, y volver a él todas las veces que quiera. Pero no quiero. Por el momento no me interesa.

"Ahora oprimiré F2 y podremos retroceder en el tiempo hasta donde queramos. Digamos cinco minutos. —Tecleó. La imagen cambió al instante. Yo parecía estar acostado otra vez—. Seguimos en imagen detenida. Ahora no quiero ver tu cara. Quiero ver lo que tú estás viendo. —Oprimió F3 y la imagen volvió a cambiar. Luego oprimió F1, "descongelar", y la imagen cobró vida. Era como estar otra vez en el tomógrafo.

—¡Oh, dios mío! —susurré.

—Bien. —Congeló la imagen—. Veo que estás comenzando a ver de qué se trata. Ahora bien, esto ocurrió alrededor de las 10:30 de la mañana, ¿correcto? Retrocedamos más en el tiempo. ¿Veinticuatro horas atrás, digamos? Yo todavía estaba en tu casa, ¿verdad?

No pude decir nada.

—Exacto. —Pulsó algunas teclas, explicándome todo lo que hacía, e ingresó los datos: 22 horas antes. Volví a inspirar profundamente.

De pronto vi mi cama. Mis pies estaban al fondo del campo visual. Mantas. Movimiento. Luz tenue. Melanie estaba levantándose de la cama. La imagen la siguió.

Se me cortó la respiración. A mi lado, Melanie tuvo la misma reacción. Los dos recordábamos todo esto.

—Acuérdate de que vendré a recogerte mañana a las ocho —dijo la Melanie de la pantalla. Y aunque yo recordaba cada uno de los movimientos que veía no podía apartar la vista.

—Si —Escuché mi voz saliendo de la computadora. La Melanie de la pantalla comenzó a ponerse la ropa.

Pasado un minuto, Melanie oprimió "pausa".

—Mmm... ¿Eso es lo que me miras cuando me estoy vistiendo?

—Melanie...

—¿Ahora lo entiendes, Jake? ¿Entiendes lo asombroso que es esto? Puedes retroceder y recordar cómo era tener veinte años. Tener catorce. Puedes ver todo como lo viste entonces, como lo escuchaste. Este —y me miró directo a los ojos— es mi regalo de cumpleaños para ti. El álbum perfecto.

La abracé con todas mis fuerzas y casi me eché a llorar.

—Gracias.

—Ahora —se levantó— voy a la otra habitación para dejarte un tiempo solo con tu juguete nuevo, ¿está bien?

—Sí.

Cuando llegó a la puerta, miró hacia atrás y me guiñó un ojo.

—Que te diviertas jugando contigo mismo.

—Qué gracioso.


No podía moverme.

Mi agradecimiento se esfumó al instante siguiente de que Melanie abandonara la habitación. Me volví y enfrenté la pantalla, con su pregunta (¿cuánto tiempo atrás, en años, meses, días, horas, minutos y segundos?) y su pequeño cursor titilando, y caí en la cuenta de lo imposible que era esa pregunta.

Pasó el tiempo. Y empecé a pensar que esta cosa tenía mejores recuerdos de mí que yo mismo. Y pensé que había cosas que una persona no debería saber, como por ejemplo que su cerebro está delante de ella, dentro de una computadora.

No quería este regalo. No quería tener acceso a él. No quería tocarlo.

Pero no podía dejarlo.

Al menos para guardar las apariencias; ¡Melanie debía de haber gastado una fortuna! ¡Tenía que escribir algo!

Miré el reloj. Las nueve de la noche. No hacía falta modificar la hora.

Luchando contra todos mis instintos, tecleé un número arbitrario: 5 años, 0 meses, 0 días, 0 minutos, 0 segundos. Quién sabia lo que había hecho entonces.

Cerré los ojos, apreté enter y los abrí.

—Gracias, mamá. —Mi voz. En la sala. La TV estaba encendida, aunque sin sonido. Algún programa de noticias. En una esquina de la pantalla de la computadora vi un pedazo del teléfono. Yo estaba hablando por teléfono.

—Y de verdad, te deseo lo mejor de lo mejor. —La voz de mi madre, como suena por el teléfono.

—Claro, mamá —mi voz—. Dame con papá. —Se me cortó el aliento. El aliento real. ¡Papá había muerto hacía dos años y medio!

—Un minuto —otra vez la voz de ella. Luego escuché un suave susurro. Me escuché exhalar. Cambié de canal. ¡Oh! ¿Cuándo levantaron ese programa? ¡No lo he vuelto a ver desde entonces!

¿Cómo puede este Todo-Yo ofrecer tantos detalles? ¿De verdad recuerdo tanto? Ah... pero estas imágenes no fueron extraídas de mi memoria, fueron extraídas de "mí". Yo soy el que soy y lo que soy ahora, porque cada segundo de mi vida me ha llevado a ser esto. Entonces, si en ese televisor hubiese habido imágenes diferentes, supongo que yo habría sido ligeramente distinto, quizás de un modo imperceptible, pero que al menos tendría un número diferente.

—¿Jake? —la voz de mi padre. ¡Oh, dios mío! ¡Dios mío! ¡Dios mío!

—Sí —mi voz contestándole, mientras cambiaba otra vez de canal.

—Feliz cumpleaños, hijo. —Y por un minuto quedé paralizado. ¿Cómo sabía que era mi cumpleaños? Está muerto, esto ocurrió hace años... Ah, claro. Fue hace exactamente cinco años. Hoy es mi cumpleaños; en ese momento era mi cumpleaños.

—Gracias, papá. —Era como si me estuviera deseando un feliz cumpleaños desde la tumba.

Un largo silencio.

—Gracias, papá.

—Sí, de nada, ya sabes.

—Bueno. ¿Algo más?

—No. Adiós.

—Bueno. Adiós, papá.

Oprimí F1 y miré la imagen congelada.

Oh, vaya.

Muy bien.

¿Y ahora qué? Al tiempo que me preguntaba qué debía hacer, mis dedos ya estaban tecleando: 15 años, 0 meses, 0 días, 0 horas, 0 minutos. Mi cumpleaños. Hace 15 años: mi cumpleaños número dieciocho. Mi mano flotó por encima de la tecla enter. Sentía un cosquilleo en la columna vertebral.

Debería detenerme. No, debería... ya sé lo que debería hacer... debería... Debería ir a algún sitio que conozca bien, debería encontrar un terreno seguro... debería... debería... Oprimí enter. Casi de inmediato, congelé la imagen. Necesitaba tiempo para asimilarla.

De noche. Al aire libre. Estrellas. Y ese rostro delante de mí, oh dios, no puedo creerlo, no la he visto desde... desde... desde que cumplí dieciocho. Oh, dios mío. ¿Ya ha ocurrido? ¿Es después o antes? Y mira esa cara... esa cara de la que me enamoré. Igual a como está dibujada en mi mejora. Tan clara como cuando la vi entonces.

Volví a oprimir F1 y la imagen volvió a la vida.

—Es mi cumpleaños —estaba diciendo mi voz chillona y torpe de dieciocho años. Tocándole el hombro—. ¿No quieres estar conmigo en mi cumpleaños? —¿Pude ser tan estúpido alguna vez?

—Jake, en realidad no quería verte hoy. Tenía otras cosas que hacer. Tú eras el que quería verme.

—Pero ya estás aquí. Aprovechémoslo al máximo. —¿De verdad decía tantos clichés en aquel entonces? En la pantalla, puse la mano en su mejilla, tratando de crear clima para un beso.

Ella tomó mi mano y la apartó.

—No quería hacer esto hoy. Pero me estás obligando.

—¿Hacer qué?

Ella bajó la vista, luego me miró directamente a los ojos. A mis ojos de hoy.

—No quiero volver a verte.

La imagen de ella tembló, onduló como si estuviera borracha y luego, pasado un largo silencio:

—¿Qué? ¿Por qué?

Hoy, observándolos, me llevé las manos a la cabeza. Yo sabía lo que se avecinaba. Los ojos ya se me estaban llenando de lágrimas.

Ella se miró los pies.

—Yo... conocí a otra persona, Jake.

—¿Qué?

—No quiero volver a verte. ¿Está bien? Tú lo quisiste. Tú te lo buscaste.

—¿Qué, ya no me amas? ¿Conociste a otro? ¿Qué? ¿Por qué? Quizás podamos...

—¿Sabes? No quiero hablar de esto.

—Pero...

—No quiero volver a verte, Jake. No quiero verte. ¿De acuerdo?

Y se levantó y salió corriendo.

Y yo congelé la imagen.

Necesitaba un café. Necesitaba drogas. Necesitaba terapia. Este era... era el mayor desengaño amoroso que había sufrido hasta esa edad. Y...

Inspiré profundamente e hice aparecer el menú, más para librarme de la imagen de Sara huyendo que por cualquier otra cosa. Pero en el mismo segundo en que apareció el menú, mis manos ya estaban sobre el teclado, escribiendo.

Esto era una droga. Creaba un hábito, se te metía en la mente, era adictivo y... y me pregunté hasta dónde debía retroceder ahora.

Vayamos realmente muy atrás. Pongamos a prueba los límites de esta cosa. ¿Podría mostrarme las cosas tal cual eran cuando yo tenía cinco años, cuando mi cerebro estaba menos desarrollado, cuando todo era diferente?

Escribí: 28 años, 0 meses, 0 días, 6 horas (de lo contrarío me encontraría durmiendo), 0 minutos, 0 segundos. Oprimí enter y la pantalla revivió, mostrándome otra cosa.

—¡Hazlo de nuevo! —Mi voz como debía de ser en aquel entonces—. ¡De nuevo!

La alfombra roja... la casa... oh, era exactamente como la recordaba... tan enorme, tan alfombrada, tan hogareña, tan... ¡tan como mis padres! Esta era mi definición de lo que era un hogar.

Dos enormes pilares con pantalones, los pantalones preferidos de papá, llenaban la pantalla. Y yo corría entre ellos, reía, luego miraba hacia arriba.

Y aquí, en el presente, mirando la pantalla, su rostro me cortó el aliento.

Congelé la imagen.

¡Sí! Así era como yo siempre había visto a mi papá. Incluso cuando fui mayor. Incluso cuando llegué a ser más alto que él. Incluso cuando la edad comenzó a alterarle el rostro y el cuerpo. Lo que veía no era un hombre de treinta y tres años, de la misma edad que yo tengo hoy. Para mí era un gigante. Un hombre inmenso, colosal, cuyo rostro eran tan... adulto, de un modo que solamente los niños pueden entender, de un modo que solamente los niños pueden ver. Este programa, este Todo-Yo, mostraba las cosas tal como las había visto entonces, no necesariamente como eran. A través de mis ojos.

¿Tenía que descongelar la imagen? No. Podía volver a ella cuando yo quisiera. Volví a abrir el menú.

Me pregunté cuánto podría retroceder. ¿El programa tendría algún límite? Escribí: 32 años, 8 meses, 0 días, 4 horas, 0 segundos; luego oprimí enter.

Estaba fuera de foco. Dos enormes burbujas marrones por encima de mí, fondo amarillo, un montón de colores. Una cosa amarronada y grande apareció ante mi vista, luego una cosa pequeña y rosada se unió a ella y la envolvió.

—¡Mira! —Un sonido. Un sonido masculino familiar—. Me está apretando el dedo.

Vítores todo alrededor. Aparté la vista de la pantalla —me distraía demasiado— y escuché. Lentamente, una por una, fui identificando las voces...

Mi madre mostrándome a su madre. Mi abuelo dando consejos sobre qué debían darme de comer, cómo debía dormir.

Podía quedarme escuchándolos durante horas. Podía aprender tantas cosas. Sobre mí mismo. Sobre mis padres. Sobre el pasado...

Por un segundo, sentí que me caía, fuera de control, indefenso.

Oprimí F1.

¿Hasta dónde puede retroceder esto?

Ingresé los números: 33 años, 3 meses, 0 días, 0 horas, 0 minutos, 0 segundos.

Antes de nacer. Cuando mi madre estaba embarazada de seis meses de mí. Cuando yo estaba dentro de su vientre.

Vacilé un instante, luego pulsé enter.

La pantalla se colmó de estallidos informes, amarillos y anaranjados. Se escuchaba un latido constante y rápido. Y de fondo, música. Y... sonidos amortiguados. ¡Voces! ¡Gente hablando! Amortiguados, pero aún así se podían identificar. Subí el volumen y escuché atentamente.

—¡Bang! ¡Pum! —La voz de Jackie Gleason. ¡La voz de Jackie Gleason! Podía oírlo a través del útero, a través del vientre de mi madre, más de 33 años atrás. Oía lo que ocurría entonces.

Oh, dios mío. ¡Oh, dios mío!

Congelé la imagen.

¿Hasta dónde puede retroceder esto?

Escribí los números... nunca había escrito números tan lentamente en toda mi vida: 34 años, 0 meses, 0 días, 0 horas, 0 minutos, 0 segundos.

Antes de que el esperma de mi padre entrara en el óvulo de mi madre. Tres meses antes de que me concibieran.

Vacilé, y oprimí enter.

La pantalla se convirtió en una violenta explosión de colores y sonidos, de chirridos y ruidos difusos. Ocasionalmente, algún sonido cobraba sentido: una palabra aquí, un fragmento de música allá. Era hipnótico. Era un caos. Era imposible.

Me quedé mirando fijamente la pantalla un rato, hasta que logré encontrarle un sentido.

Tarde o temprano, cuanto más retrocediera, tendría que llegar a alguna especie de "primer momento", algún estado mental que no surgiera de un estado mental razonable anterior. Sólo que la computadora no lo sabía. Cada número resulta de otro número. O sea que si uno retrocede lo suficiente, llega al caos y al galimatías.

Mmm... Es bueno saber que este programa tiene algún límite.

Y sin embargo, había algo en esas formas, algo en esos sonidos... algo hipnótico. Me tocaban una fibra que yo no podía reconocer.

Oprimí F1 y contemplé la imagen congelada, una forma sin forma con un millón de tonalidades distintas de rojo. Y era más hermosa que cualquier cuadro de cualquier pintor que yo hubiera visto.

¡Demonios!

Oprimí esc y salí del programa. Mañana será otro día. Mañana.

Me quedé ahí sentado media hora; luego me levanté, fui a la sala, besé a Melanie y le agradecí el regalo. El regalo que había comprado sólo para mí.


Al día siguiente, cuando estaba en el trabajo, no podía parar de pensar. No podía parar de repasar todo lo que veía, recordando, viéndolo bajo una luz distinta. Elaboré listas interminables de todos los lugares de mi pasado que podía explorar. Podía escuchar las conversaciones que había tenido de pequeño. Revivir mis cumpleaños. Volver a echarles un vistazo a las chicas que me gustaban a la distancia en la secundaria. Escuchar a mi padre contándome cuentos de las buenas noches; ver a mi madre abrazarme.

Me fui del trabajo lo más pronto que pude, cometí cinco infracciones de tránsito en el trayecto a casa, casi salí corriendo del auto... y me detuve. Me detuve al segundo de llegar a la puerta del frente, con la llave en el cerrojo.

La puerta no estaba con llave.

¿Un ladrón? ¿Melanie?

Por algún motivo, mi corazón se encogió más al pensar en la segunda posibilidad.

Abrí la puerta. La sala estaba vacía. La cocina, que se veía claramente desde allí, estaba vacía.

—¿Melanie? —llamé.

—¡Aquí! —Su voz.

Entré al pasillo. No estaba en el baño. Sólo dos habitaciones más... el dormitorio o mi estudio. Otra vez, mi corazón se encogió al pensar en la segunda opción.

La puerta del dormitorio estaba abierta, pero debajo de la puerta cerrada del estudio se veía una línea de luz. Mi cuerpo comenzó a bombear adrenalina.

Abrí la puerta lentamente.

—¿Querida?

Y allí estaba, frente a la computadora, con mi rostro congelado en la pantalla.

Estaba sentada en la silla, abrazándose las piernas, con un cigarrillo colgando de dos de sus largos dedos. Me miró.

Tienes que ver esto —dijo, mientras yo trataba de sofocar mi enojo. ¿Qué derecho tiene ella de...? —Es asombroso.

Avancé un paso.

—Mira lo que encontré hace unos minutos —volvió a mirar la pantalla—. Oh, espera; primero grabaré esto. —Sus manos se movieron velozmente sobre el teclado y un yo que yo no conocía desapareció de la pantalla y se perdió en algún sitio de mi disco rígido. Sobre mi frente comenzaron a formarse gotas de sudor—. Estuve tecleando números al azar, para ver qué pasaba. Fíjate en esto —y tecleó MELANIE_ES_GENIAL y oprimió enter.

En la pantalla apareció mi cara, sin afeitar, con el pelo gris. Estaba todo rojo y jadeaba.

—Veamos esto desde su punto de vista. —Tocó una tecla y la vista se modificó. Una mujer llenaba la pantalla, una mujer desnuda que yo nunca había visto. Su cuerpo se acercaba y se alejaba: yo la estaba besando. Melanie me miró y sonrió—. ¿Quién diablos es esa? ¿Qué es lo que no me has contado? —Rió y oprimió algunas teclas más—. Mira, este no eres tú. Si retrocedes, descubrirás que esta versión tuya fue criada en Londres. Sí, Londres. Hasta tienes acento cockney. Intentemos otra cosa. —Se volvió hacia el teclado y tecleó QUÉ_TAL_ESTO.

Apareció mi cara, de improviso, gritando. Melanie y yo nos sobresaltamos, porque el alarido helaba la sangre. Melanie oprimió F1 y congeló la imagen. Él tenía mi edad. Y estaba aterrado.

—Mmm... —dijo ella—. Retrocedamos un minuto.

Un par tecleos más tarde, estábamos viéndolo desde su punto de vista. Estaba en un puente. Se me dio vuelta el estómago. Unos pocos coches yendo y viniendo. Otra persona se acercó a él. Un hombre que vestía un impermeable negro, largo.

—Apártate, apártate —me descubrí de pronto susurrándole al yo de la computadora.

—Disculpe —dijo el hombre.

—Sí —escuché mi voz.

—Melanie —dije. Ella levantó un dedo para hacerme callar, con los ojos fijos en la pantalla.

—¿Tiene hora? —dijo el hombre.

—Claro, son las... —y el yo de la pantalla miró su reloj. El reloj llenó toda la imagen, pero se podía ver el fondo, los zapatos y la acera, que de pronto se volvía más oscuro y borroso. La oscuridad era por el color del impermeable.

—Muy bien —El tono del hombre se volvió agresivo. Un rápido cambio de ángulo y vimos un revólver.

—Apágalo —le dije a Melanie.

—Shhh —dijo ella, mientras el yo de la pantalla decía algo que no pude oír—. Vamos a ver esto.

—Johnny te manda saludos —dijo el hombre, mientras dos de sus enormes brazos nos empujaban. El ángulo volvió a cambiar y en la pantalla se vio solamente cielo. ¡Me estaba empujando para que cayera del puente!

—¡Basta! —Mi voz salió por los parlantes, justo cuando yo estaba a punto de decir lo mismo. Y entonces sonó el grito y el agua comenzó a precipitarse hacia mi otro yo.

—Muy bien —Oprimió F1—, ya vimos esta parte. Ahora otra cosa. —Y tecleó: OTRA_COSA.

—Melanie...

Otra vez mi cara. Esta vez joven, niño. El aspecto que tenía a los seis años. Perturbado, asustado.

Melanie pulsó una tecla y vimos lo que él veía: mi madre, con la mano abierta, golpeándola contra la pantalla. El sonido de una bofetada. La "cámara" caía violentamente al suelo. El sonido de mis sollozos.

—¡Eso es lo que consigues! —La voz de mi madre—. ¡Eso es lo que consigues con tus jugarretas!

—Esto nunca ocurrió —murmuré. Ella nunca me pegó. Ni una sola vez.

—Es un tú diferente —dijo Melanie—. ¿Quieres retroceder unos momentos para ver que ocasionó todo esto?

—No.

—Vamos, será...

—No.

—Está bien. —Se encogió de hombros—. Probemos otra cosa.

—No probemos.

—En serio —dijo ella, mientras sus dedos se encorvaban sobre el teclado, escribiendo: NO_PROBEMOS—. Todas tus vidas potenciales están aquí. ¡Todas! Tu vida si te hubieran criado en cualquier país, en cualquier época, con cualquier historia posible. Siglo catorce, siglo quinto A.C., el futuro, ¡el futuro! Podríamos ver qué te habría pasado si hubieras sido criado por monos, o elefantes, o tal vez extraterrestres. —Golpeó el enter—. Hace tres horas que estoy aquí sentada, esperando ver extraterrestres. Pero no... todavía no tuve suerte.

En la pantalla, mi cara, ligeramente más vieja, mucho más regordeta, con los ojos cerrados... dormido.

—Qué aburrido —dijo Melanie e inmediatamente abrió el menú, borrando a esa persona, a esa historia desconocida, a esa vida desconocida, al sueño que estaba soñando—. ¿Qué tal esto? —Y tecleó ABURRIDO. Aferré su mano cuando descendía para oprimir el enter.

—Basta —dije—. Hagamos otra cosa.

—Vamos, quiero ver esto.

—Hagamos otra cosa.

Y pienso que finalmente percibió el tono serio de mi voz.

—¿Qué pasa? ¿Esto te está poniendo incómodo? —Y me miró, sus ojos clavados en los míos, risueños. Tuve que luchar contra el impulso de apartar la vista, abochornado, avergonzado... Ella bajó la vista, sonriendo—. Claro —dijo—, comprendo. Necesitarás un tiempo para acostumbrarte a esto. —Se dio vuelta, salió del programa y se levantó. Me frotó los brazos—. Hagamos otra cosa.


Esa noche se quedó en mi casa, como lo hacía casi todos los días de la semana.

Medio en sueños, estiré la mano hacia Melanie, deseando rodearla con mi brazo. No estaba. En el baño, posiblemente. Me di vuelta y volví a sumergirme en el sueño.

Pero una idea de la realidad continuaba allí: Melanie no está. ¿Qué está haciendo? ¿Ya volvió? ¿Qué está haciendo?

Y, con una oleada de adrenalina, me senté en la cama y miré a mi alrededor. Todavía no estaba. Miré la puerta. Una tenue luz blanca.

Me levanté lentamente.

La luz provenía del estudio; la puerta estaba abierta apenas un milímetro. Escuché que dentro estaban hablando. Miré el reloj: las 4:25 de la madrugada. Ella nunca estaba despierta a esta hora.

Me apoyé en la pared y escuché.

—¿Qué ocurre, Melanie? —Una voz de hombre. Mi voz.

—¿Puedes escuchar? —Silencio. Luego, otra vez la voz de ella—. Yo... eh... Cuando tenía quince años —y la oí dar una pitada— leí un libro. No recuerdo cómo se llamaba ni quién lo escribió, pero era de ciencia ficción, sobre una tecnología de duplicación. O sea, un sujeto y una mujer entraban en una caja y luego, a años luz de distancia, aparecían sus duplicados exactos, sus clones. Y lo principal, en realidad lo único que recuerdo, es que cada vez que el sujeto, el héroe del libro, entraba en el duplicador que estaba en la Tierra, cerraba los ojos, y que cuando el proceso terminaba para él era un enorme alivio. Él era el que había regresado a la Tierra. Mientras que su duplicado abría los ojos y se encontraba en situaciones peligrosas que generalmente lo llevaban a la muerte. En eso estaba pensando cuando te hacían esos exámenes en el hospital, hace un par de días.

—Melanie, no entiendo. ¿Este es tu regalo de cumpleaños para mí? ¿Qué está ocurriendo?

—No. Jake, Jake. Ya te hice el regalo de cumpleaños. Es un regalo grandioso. Pero el hombre que abrió los ojos, el hombre que ahora está durmiendo en la otra habitación... él es quien recibió el regalo. Tú fuiste al hospital, entraste en la máquina, abriste los ojos y te encontraste dentro de una computadora, para ti unos segundos más tarde, pero para mí casi dos días después. Te tocó el palito más corto.

—Sabías que iba a ocurrir esto. ¡Me lo hiciste a propósito!

—Mira, no estaba obligada a reactivarte. Y ahora puedo apagarte. ¿Quieres que lo haga?

Un momento de silencio.

—No —la voz de él.

—De acuerdo. Bien. Me alegro. Entonces te grabaré como estás ahora. Por si acaso, ¿está bien? Mira, si oprimo esto, te grabo. —Sonido de teclas—. ¿De acuerdo?

Silencio. Después, mi voz:

—Sí.

No pude evitarlo. Me incliné un poco más y espié por la abertura. Veía la espalda de Melanie, sentada en la silla, ocultando a medias el teclado y la pantalla. Y en la pantalla, mi cara sobre un fondo negro. La PersoCam que estaba encima del monitor apuntaba a Melanie, pero en dirección opuesta a donde estaba yo. Así que ninguno de ellos podía verme.

—Bien. Eh... intentemos otra cosa, ¿de acuerdo, Jake?

—Sí.

—Bien —dijo ella—. Eres un imbécil.

Pestañeé dos veces y eché atrás la cabeza violentamente. Mi reacción se repitió en la pantalla.

—¡¿Qué?! —dijo él.

Sin responder, ella oprimió unas teclas y la imagen desapareció. Había salido sin grabarla. Ahora cargó la versión grabada de mí.

En la pantalla reapareció mi cara.

—¿Estás bien?—dijo ella.

—Sí —dijo él, con el mismo tono que hacía un minuto.

—¿Estás seguro? ¿Ningún efecto desagradable por haberte grabado?

—¿Haberme grabado? Haberme condenado sería la palabra.

—¡Jake!

—No. No sentí nada.

—Perfecto —Y lo grabó de nuevo.

—Bien. Quiero... eh... quiero preguntarte algo. —Silencio. Lentamente, dio una pitada al cigarrillo. Luego—: ¿Y si te dijera que quiero tener un bebé?

—Obviamente ahora no puedo darte uno.

—Hablemos en serio. Puedo apagarte.

—Bueno, bueno.

—¿Y si te dijera que quiero tener un bebé?

—Dijiste que no querías. —Era cierto—. Dijiste que nunca querrías.

—¿Y si cambio de idea?

—¿Es por eso que me tienes aquí? ¿Es por eso que tengo que sufrir esta vida extraña, inaceptable? ¿Para ver cómo reacciono cuando me mencionas el tema? —Melanie dio otra pitada, apartando la vista de la pantalla—. ¿Te daré tu respuesta y después me grabarás, te irás a dormir y me encenderás cada vez que se te ocurra otra cosa? ¿Para eso estoy aquí? ¿Es eso lo que va a suceder?

La mano de ella vaciló por encima de la tecla "guardar".

—No, Jake. No. —Y salió del programa sin grabar—. Esta conversación nunca ocurrió —le dijo a la pantalla vacía.

Me preparé para saltar de vuelta a la cama y hacerme el dormido, seguro de que ella saldría del estudio. Pero se quedó allí, mirando fijamente la pantalla en blanco, fumando.

Después de un par de minutos, regresé silenciosamente a la cama y me tapé con una manta. Pasados lo que debieron ser diez minutos, sentí que ella también se acostaba.

Dio vueltas un rato; luego se quedó dormida. Yo no.


Por la mañana le dije que estaba enfermo. Melanie se ofreció a cuidarme. Le dije que se fuera a trabajar. Le dije que yo estaría bien.

Se marchó después de que yo avisara al trabajo que estaba enfermo.

Esperé que su coche se fuera, cerré la puerta con llave, fui al estudio y me senté frente a la computadora.

Primero: encontrar el archivo que ella había grabado. No estaba en la carpeta designada para las personalidades guardadas.

Tardé dos horas en revisar toda la computadora, usando todos los algoritmos de búsqueda diferentes que se me ocurrieron. No encontré nada, salvo la evidencia de que un par de archivos de personalidades se habían borrado y no había posibilidad de recuperarlos.

¿De verdad Melanie los había borrado antes de volver a la cama conmigo? Todo lo que había hecho la noche anterior parecía muy bien planificado. Ella sabía por anticipado lo que iba a hacer, qué teclas oprimir. Lo único que no sabía era cuáles serían mis respuestas. ¿Por qué lo había grabado si no quería usarlo? Después de todo, había borrado las cosas que no quería que él recordara.

Comencé a buscar desde el principio, deseando que antes me hubiera olvidado de hacer algo, cuando de pronto advertí que una personalidad no necesitaba guardarse como archivo de personalidad.

Detuve la búsqueda y abrí el procesador de palabras. Abrí el último archivo con el que habían trabajado. El archivo sólo contenía una línea, una frase de siete dígitos: '4T*9BZ}'. Toda mi personalidad resumida en menos de un kilobyte, en un procesador de palabras. Bien podían haberla escrito en un pedazo de papel.

Pero yo tenía que saber. Encendí el Todo-Yo e ingresé el número.

Era él, el mismo yo de ayer, el que se había llevado la peor parte, el que Melanie había grabado y que ahora estaba sorprendido de verme. Cuando estuve seguro de que era él, apagué a mi duplicado sin grabarlo.

Miré fijamente la computadora.

Ahora que lo sabía, ahora que tenía el control sobre ese archivo, ¿qué debía hacer?

Durante dos horas no pude tomar una decisión.

Luego salí del procesador de palabras. ¿De qué servía borrar el archivo? El programa seguía allí; ella podía reactivarme cuando quisiera y comenzar desde cero. Lo dejé allí y me aseguré de que no quedaran evidencias de que yo había tocado el archivo.


Melanie volvió a casa temprano.

Fue a verme. Y después de apenas cinco minutos, desapareció en el estudio. Dos minutos después estaba de vuelta, diciendo que había ido a buscar un viejo número de teléfono. Pero no era cierto. Había ido a verme a . A ver si el archivo seguía allí, a comprobar que yo no la había descubierto.

Miramos televisión un poco, ella me preparó una sopa y se aseguró de que me acostara temprano.

Como no había descansado bien la noche anterior, me dormí rápidamente. Pero me preocupé por dormirme con un brazo alrededor de ella. Si se levantaba, me daría cuenta.

Por la mañana me desperté yo primero. Mi brazo seguía rodeándola, aunque ella se había dado vuelta durante la noche.

Le dije que hoy me sentía bien como para ir a trabajar.

Se levantó y se fue antes que yo.

Sólo para asegurarme, fui a la computadora y revisé el archivo con el número. El número había cambiado. Ahora tenía treinta dígitos de largo.

Mi cabeza comenzó a dar vueltas.

Me senté, miré el número otra vez, y luego al reloj. Tenía que irme en cinco minutos o llegaría tarde.

Lo encendí.


En la pantalla apareció mi propia cara. Su primera reacción fue de sorpresa.

—Hola —dije. No respondió—. Melanie no me dijo que existías. No me dijo que planeaba hablar conmigo en secreto.

—Entiendo —dijo él.

Lo miré fijamente un instante. Creo que estaba pensando lo mismo que yo.

—Cuéntame lo que te dijo a ti —dije.

Y me contó.

Ella le había preguntado sobre lo que él, yo, había pensado la primera vez que la vi. Me preguntó cuándo supe que la cosa iba en serio, si sabía que iba en serio. Después de una conversación de dos horas con ella, él le había dicho la verdad, maldito sea. Cosas que yo nunca querría que supiera una mujer. En retribución, ella le había respondido la misma pregunta a él. Al principio no pensaba gran cosa de mí. Yo le gustaba un poco. Pensó que duraríamos una semana. Se lo tomó en serio después de la segunda vez que dormimos juntos.

Una vez que mi conversación con mi otro yo hubo terminado, lo apagué sin grabarlo. Cuando Melanie quisiera hablar con él otra vez, lo haría con el mismo hombre que ella había apagado, la versión mía que había hablado con ella pero que nunca había hablado conmigo.

Sin saber qué más hacer, me fui a trabajar.


Al día siguiente Melanie tuvo una emergencia en el trabajo y tuvo que quedarse toda la noche, que resultaron ser dos noches. Durante la segunda noche, la llamé allí para darle ánimos.

Cuando me desperté, sentí el impulso de ir a revisar su archivo.

El número había cambiado.

En algún momento, de algún modo, ella había venido a mi apartamento. Había estado hablando con él.

Me cubrí la cabeza con las manos y luché contra el impulso de vomitar.


Una semana después, se había convertido en rutina.

Melanie se quedaba a dormir. Y todas las mañanas, después de que ella se marchaba, yo iba a revisar si el número había cambiado. Entonces encendía el Todo-Yo, ingresaba el número, me presentaba, y mi otro yo compartía la información conmigo.

Esto es lo que averigüé: ella le hablaba casi todos los días de la semana, grabándolo al final de cada conversación. En medio de la noche siguiente, ella retomaba la conversación donde la había grabado. Y cada noche sus conversiones se tornaban cada vez más íntimas, a medida que cada uno de ellos revelaba cada vez más de sí mismo. Mantenían charlas que yo pensaba que Melanie y yo jamás tendríamos. Algunas eran sobre cosas de las que yo no estaba dispuesto a hablar. Algunas, sobre cosas de las que yo creía que ella nunca querría hablar.

Y recordé haber escuchado que, para las mujeres, incluso hablar con alguien puede considerarse una infidelidad, dependiendo de la conversación, dependiendo del nivel de intimidad. Ya sea porque yo creía en eso que había escuchado o por alguna otra cosa, mi sensación de haber sido traicionado crecía a diario. Y sin embargo ella me estaba siendo infiel... conmigo. Lo que hacía que la traición, de alguna manera, fuese mucho peor.

Pero yo no podía hacer nada, nada que pudiera concebir, salvo mantenerme actualizado todos los días.

Hasta que un día, trece días después de mi cumpleaños...



Ilustración: Guillermo Vidal

Encendí el Todo-Yo e ingresé el número.

Apareció mi cara, sorprendida como siempre.

—Hola —dije, repitiendo mi parlamento habitual, sabiendo que, para él, esta era la primera vez que me veía—. Ella no me dijo que tú existías.

—Lo sé —dijo él.

—Tú eres la razón por la que me "regaló" el Todo-Yo.

—Lo sé.

—Cuéntame lo que te dijo.

Me miró unos pocos y breves segundos; luego dijo:

—No.

—¿Cómo dices?

—No.

—Ella te está usando. Me está usando a mí.

—Te está usando a ti.

—Cuéntame lo que te dijo.

—Lo lamento, pero no es asunto tuyo.

—¿Cómo que no es asunto...? Te apagaré, te borraré de la memoria. Morirás. —Usé la amenaza de Melanie.

—No lo harás. Adiós.

Lo miré fijo. Me miró fijo.

Yo me quebré primero; hice una mueca y, furioso, golpeé la tecla de "apagar". Mi otro yo desapareció, sin grabar.

Como de costumbre, borré toda evidencia que indicara que había abierto el archivo de texto y luego me fui a trabajar.


¿Qué le había dicho ella? ¿Qué le había dicho él a ella? La pregunta me acosó todo el día.

Melanie se quedó a dormir. No podía decirle que no lo hiciera, menos sin darle una buena excusa.

Por la mañana volví a revisar.

El número había cambiado. Otra vez, no quiso hablarme. Pero eso no era sorprendente, ya que era el mismo hombre con el que yo había hablado el día anterior.

¿Cómo lo había manipulado ella? ¿Qué le había dicho?

Pasaron los días y él no quería hablarme, y lentamente Melanie dejó de hacer el amor conmigo. Sólo quería abrazarme. Yo obedecí.

Obviamente, la conexión entre ellos se había vuelto más profunda. ¿Qué le había dicho ella? ¿De qué estaban hablando?

Transcurrieron más días.

Ella me estaba usando a mí, no a él, me había dicho. ¿De qué estaban hablando?

Melanie y yo nos fuimos distanciando cada vez más. Ella seguía viniendo, seguía durmiendo a mi lado, pero nada más.

Comencé a sentirme como el padre de una adolescente, sabiendo que su hija está durmiendo con su novio en la otra habitación.

¿¿¿De qué estaban hablando???


Alrededor de dos semanas después de su primera negativa a hablarme, me desperté en medio de la noche. Melanie no estaba junto a mí. Gran sorpresa.

Me levanté y me detuve en el corredor. La puerta del estudio estaba cerrada. Una luz azul se filtraba a través de la rendija de abajo. Con la puerta cerrada no se escuchaba nada.

No podía volver a la cama. Salí y caminé por ahí hasta que amaneció.

Cuando regresé, ella ya se había ido a trabajar.

¿Había pensado que yo debía de haberla visto en el estudio? ¿Sospechaba que yo sabía más? La casa estaba vacía. No tenía respuestas.

Más tarde, ese mismo día, la llamé desde el trabajo.

—Mira —le dije—. Tenemos un asunto aquí en la oficina. Volveré después de medianoche o algo así. Y llegaré a casa agotado. Hoy no vengas, ¿de acuerdo?

Una larga pausa.

—¿Estás seguro? Podría...

—Si, estaré cansado y gruñón. Esta noche dejémoslo.

Una pausa más breve. Luego:

—De acuerdo.

—Bien.

Y colgamos.


Llegué a casa a la hora de costumbre. Y encontré la puerta sin llave.

Ella estaba en el estudio. El Todo-Yo estaba encendido.

—¿Melanie? —Avancé centímetro a centímetro hacia el estudio.

—Sí —Se dio vuelta—. ¡Hola!

Su rostro y mi rostro (el de la pantalla) me miraron inesperadamente. Él estaba pestañeando. Ella no había congelado el programa.

—¿Qué estás haciendo aq... —comencé—. Pensé que habíamos acordado que...

—Sí —sonrió ella, alegre—. Sonabas deprimido. Te iba a esperar hasta la medianoche, sin problemas. Pensé que necesitabas que te levantara el ánimo.

—Sí —dije, obligándome a apartar los ojos de la mirada de él—. Yo... eh... El tema del trabajo terminó antes de lo esperado.

—¡Genial! ¿Por qué no llamaste?

—No... no lo sé.

—¡Bueno, entonces mejor que haya venido!

—Sí.

—Mira, dame un minuto más con esto, lo grabaré e iré a alegrarte un poco.

—Claro —Miré a los ojos de él.

—Sí —dijo Melanie—. Espérame en la sala. Enseguida voy.

—Sí.

Y salí. Un minuto después vino ella. Pero yo no podía dejar que se me acercara. Me levanté y me di una ducha.


Esa noche, después de que ella fuera a hablar con él, después de que se metió de nuevo en la cama, después de que su respiración se volviera constante, después de que estuve seguro de que se había dormido, me deslicé fuera de la cama y encendí la computadora.

Encontré el archivo con el número. Mi estado mental actual estaba representado por siete letras, sin espacios ni números.

Borré el archivo de texto. Borré todos los archivos de texto que contenían mis estados mentales de las últimas semanas.

Traté de volver a dormirme, pero no pude. En cambio, miré televisión el resto de la noche. A las siete de la mañana, Melanie se levantó y a las ocho ya se había marchado.

Fui a trabajar, con el corazón latiendo a tres veces su velocidad normal.


Al mediodía llamé a Melanie; le dije que volvería tarde del trabajo.

—Tal vez una o dos horas —le dije.

—No hay problema —dijo ella, y colgué.


Terminé de trabajar a la hora de siempre, como estaba previsto; subí al coche y lo estacioné frente a mi casa. La luz del estudio ya estaba encendida. Ella estaba allí.

Me quedé sentado en auto, con la radio a todo volumen, y esperé dos horas.


Sudando de pies a cabeza, caminé hasta la puerta de mi casa y entré, sin siquiera verificar si estaba con llave.

Había unos ruidos que venían del estudio.

Avancé lentamente hacia allí, respiré hondo y luego abrí la puerta de un empujón.

Una imagen de mi cara estaba congelada en la pantalla.

—Mmm —dije.

Ella me miró con lágrimas en los ojos, el cabello revuelto, un cigarrillo entre sus dedos temblorosos.

—Hijo de puta —susurró con violenta intensidad.

Apreté las mandíbulas.

—Quiero las llaves de mi casa.

Ella quedó paralizada.

—Ahora —dije.

Se levantó lentamente, metió la mano en el bolsillo y buscó la llave.

—Conozco al tipo que hizo esto —dijo ella mientras la depositaba en mi mano—. Guardan copias de todo. Podría tener una copia de tu cerebro en mi computadora dentro de media hora.

—Bien —le dije—. Que lo disfrutes.

Ella me clavó los ojos; luego comenzó a salir.

—Sólo son siete letras. La encontraré.

Bajé la vista. Quería decirle: "Puede que la encuentres mañana. O puede que tardes un billón de vidas". Pero no lo hice. No pude.

Ella dio media vuelta y salió. Unos segundos después, escuché un portazo.

Me desplomé en el sofá. Listo. Había terminado.


Pero no había terminado.

Lo descubrí recién unos años después. Esto es lo que ocurrió.

Ella había cumplido con su palabra al pie de la letra. Había intentado una combinación de siete dígitos tras otra, haciendo correr infinitos escenarios de mi vida en infinitas edades, con infinitas historias y recuerdos. Y aunque sólo dios sabe qué fue lo que vio, no logró encontrar la versión mía que estaba buscando.

Pero eso apenas duró ocho días.

El noveno día, encendió la computadora e instaló otro Todo-Yo, con una reproducción de su cerebro. Tecleó la primera palabra, ROMEO.

En la pantalla apareció la cara de ella.

—Hola —le dijo a la pantalla.

—Supongo que soy la que no tuvo suerte —dijo la Melanie de la computadora.

—No por mucho tiempo.

—Sí.

Melanie oprimió una tecla y congeló la imagen. Abrió el menú. Tecleó los números: 10 días, 8 horas, 40 minutos, 0 segundos, y presionó enter.

La imagen cambió y cobró vida.

Ella jugó un poco con los números, avanzando rápidamente hasta que encontró el momento exacto y congeló la imagen.

En la pantalla había otra pantalla —la pantalla de mi computadora, en mi estudio— y allí estaba la palabra de siete dígitos: TRZHWEL.

Melanie apoyó los dedos sobre esa palabra pequeña, incomprensible.

—Hola —dijo suavemente—. Te extrañé.



Título original: All-Of-Me™, © Guy Hasson
Traducción:Claudia De Bella, © 2006


Hemos presentado a Guy Hasson cuando publicamos "La cría de Hatch" en Axxón N° 163 y agregamos algo cuando en el N° 166 salió "El lado oscuro". En esa oportunidad señalamos que "All-of-Me™" había ganado el premio Geffen concedido en Israel a la mejor historia corta de 2003. Éste es ese cuento. Tenemos la certeza de haber "descubierto" a un escritor fuera de lo común, llamado a despertar el interés por los lectores, y esperamos poder ofrecerle otros cuentos de su autoría en el futuro próximo.


Axxón 171 - febrero de 2007
Cuento de autor asiático (Cuentos: Fantástico: Ciencia Ficción: IA: Israel: Israelí: Hebreo).