EL TRICENTENARIO DE MAYO

Martín Cagliani

Argentina

Hacía seis años que Trevor Paglini era cadete de la filial argentina de Houghton Mifflin cuando la novela que revolucionaría el mundo fue depositada sobre sus esqueléticas manos. Poco era lo que él sabía sobre esa obra, pero conocía algunos rumores que circulaban por la editorial desde hacía tres meses. Trevor miró el manuscrito, torpemente anillado y mal fotocopiado; él no estaba capacitado para analizar mucho más. Lo que sí había escuchado era que en esa novela se justificaba la leyenda que estaban distribuyendo por Internet sobre el viaje en el tiempo que habrían realizado los malvinenses para modificar el presente.

Trevor recorrió los pasillos hasta que llegó a la oficina del editor estrella de la editorial.

—¿Señor Velasco? —preguntó Trevor, parado bajo el vano de la puerta.

Velasco levantó el rostro y miró sin ver, su mente permaneció unos segundos más en el universo del manuscrito que estaba evaluando.

La oficina de Velasco era un lugar excesivamente pulcro. Los libros ordenados por colores en los estantes, los manuscritos apilados en perfectas columnas en derredor del centro del escritorio, donde descansaba la notebook del editor.

—¿Sí? —preguntó Velasco.

—Los jefes le mandan este manuscrito —explicó Trevor, mientras adelantaba el manuscrito, pero sin entrar en la oficina.

—Pase —dijo Velasco. Sabía muy bien qué era lo que traía el cadete.

El muchacho se acercó con timidez. Velasco tomó el manuscrito y leyó la cubierta de cartulina: Cuando fuimos franceses, por Nathaniel Artifex.

—Gracias —dijo el editor, y Trevor salió de la oficina.

Velasco sabía muy bien de qué se trataba. No había recibido notificación oficial, ningún jefe lo había contactado para avisarle que le llegaría el manuscrito, pero estaba al corriente sobre qué era lo que esperaban de él. Los jefes ya tenían planeado el gran lanzamiento de la obra, que creían un éxito de ventas antes incluso de que la leyese un editor.

Velasco había escuchado comentarios de que querían lanzarla de allí a seis meses, para el festejo del bicentenario de la Revolución de Mayo. Así que Velasco sabía que no debía ubicar ese manuscrito en la posición que le correspondía: en la pila más alejada. Con pesar, dejó la apasionante novela de Carlos Gardini que tenía enfrente, y comenzó a leer la nueva.

Nomás en la primera página detectó dieciocho errores de ortografía y seis horrores gramaticales, sin contar las repeticiones de palabras. Una de éstas lo obligó a dejar el manuscrito y a acudir a la notebook.

Escribió "separatistas malvinenses" en el cuadro de diálogo de Google: 186.219 resultados. La mayoría eran foros, que no aportaban mucho. En la tercera página de resultados encontró lo que buscaba: una copia exacta del e-mail que venía circulando por la red desde hacía meses.

Velasco tenía la sospecha de que ese mail lo habían creado los jefes, como una especie de campaña publicitaria previa. Sabía que la novela de Artifex había llegado a la editorial hacía seis meses, y recién ahora se la daban a un editor. Era imposible rastrear el origen del mail, pero Velasco estaba seguro de que o los jefes, o Artifex mismo, habían propagado el rumor, la leyenda.

El mismo protagonista de la leyenda la había desmentido. Alberto Viator era un filántropo que se había hecho multimillonario al encontrar petróleo en los campos que tenía en las Malvinas. Velasco había leído ese mail varias veces, pero lo que no sabía era que Viator tenía muchos científicos bajo su mando en Malvinas. Por lo que Velasco sólo conocía la leyenda, que pensaba era infundada. Ésta decía que Viator había creado un sistema para viajar al pasado. En el correo se detallaba cómo una máquina con potentes rayos láser, que igualaban el calor generado por el núcleo del Sol, formaba un cilindro con la potencia necesaria para retroceder en el tiempo. Cualquier cosa que se disparase en una espiral por ese cilindro se abría camino hacia el pasado.

Viator, en el mail, era el líder de los separatistas malvinenses que enviaron a uno de los suyos al pasado para asesinar a Mariano Moreno. Acto que realizaron porque pensaron que así solucionarían sus problemas.

Lo que Velasco conocía sobre los separatistas malvinenses era sólo que tenían un partido político que abogaba por la separación de la provincia de Malvinas del resto de la Mancomunidad de Argentina. El resto era mito, pensó. Enseguida se sintió culpable por haber perdido tanto tiempo divagando. Siguió leyendo la novela.


Al medio día, el cadete Trevor volvió a asomarse a la oficina de Velasco. Lo encontró como la vez anterior, sumido en el universo del manuscrito. Los jefes habían enviado al cadete a chequear cómo andaba la lectura.

—Perdón —dijo Trevor, y luego de una pausa prudente, agregó—: Voy a comprar comida para otros editores, ¿quiere que le traiga algo?

Velasco se tomó unos segundos para privar a sus ojos de las letras y palabras y volcarlos sobre el rostro maltratado por el acné de Trevor.

—Bueno, lo de siempre, Trevor —respondió Velasco, y volvió a bajar la mirada hacia el manuscrito. Trevor pudo adivinar que por lo menos tenía la mitad leída.

—¿Cómo va eso? —se animó a preguntar el cadete. "Con esto me gano un aumento", pensó.

—Ése sándwich de peceto, Trevor, vos sabés mejor que yo.

—No, yo decía por esa novela que está leyendo.

Velasco se sorprendió; no estaba acostumbrado a que nadie lo interrogara por las obras que leía y menos un cadete. Era un quiebre muy fuerte para su rutina, y eso lo hizo sentirse asqueado. Se levantó de la silla y fue al baño a lavarse las manos. Cuando volvió a la oficina, varios minutos más tarde, el cadete seguía allí.

—¿Sí? —le preguntó.

Trevor se sintió muy pequeño en ese momento; la valentía del posible aumento se le escapó. Negó con la cabeza y se fue por el pasillo.

Velasco volvió a sentarse, e iba a tomar el manuscrito, pero se dio cuenta de que otra vez había olvidado secarse las manos. Las refregó contra el pantalón y tomó la novela. Antes de continuar con la lectura hizo un informe mental de la obra; le gustaba hacerlo una o dos veces antes de terminar de leerla.

Era obvio que la novela no había sido corregida por nadie, los correctores tendrían mucho trabajo con ella. Pero a pesar de estar plagada de errores de ortografía y gramática, era una novela muy entretenida, y Artifex no tenía un mal dominio de la historia. La profundidad de los personajes era lo que había conquistado a Velasco, y como agregado la trama le resultaba muy rica.

Cuando el cadete lo interrumpió, estaba justo en el punto medio de la obra. Era un best seller típico, pensó, tenía ese formato de película de Hollywood que tanto detestaba, pero en este caso había algo que le permitía disfrutar la lectura. Serían los personajes, pensó. En la novela, tras el triunfo de Napoleón en Europa, el conquistador se había hecho con el poder en España y Portugal, y al poco tiempo había tomado el control de las colonias españolas. Le había otorgado el gobierno de América al Virreinato del Río de la Plata. Entonces en el presente dramático de la novela, América del Sur era un único país, que había ganado la autonomía en 1906. Cuando se habla de fechas, el lector se daba cuenta que no había existido la Revolución de Mayo. Velasco disfrutó de esa ruptura de la realidad.

El protagonista de la novela era un multimillonario que lideraba el movimiento separatista malvinense. En esa realidad alternativa Malvinas había sido la única provincia que había seguido siendo criolla por completo, y entonces querían separarse de la gran nación sudamericana. Para el punto medio de la novela Velasco se enteró, junto con el protagonista, de que ese presente que vivían era producto de un viaje en el tiempo. El protagonista descubre una inmensa conspiración para anular la Revolución de Mayo.

Velasco quedó satisfecho con su informe, que a la vez hizo que sintiese más aprecio por la obra, porque le permitió verla en un sentido general, sin prestarle tanta atención a los personajes. Cuando iba a sumergirse nuevamente en el manuscrito, Trevor se asomó por la puerta.

—El sánguche —dijo, con una sonrisa.

Velasco se sorprendió de no haber notado antes que el cadete usaba frenos en los dientes.

—Gracias —respondió Velasco, y lo depositó en una mesita pequeña que tenía junto al escritorio para ese tipo de ocasiones. Cuando vio que Trevor se había ido, volvió a introducirse en el manuscrito.

El protagonista descubrió un manuscrito en el archivo general de Buenos Aires, al parecer redactado por un grupo de jóvenes pro franceses. Según los datos del fichero, databa de 1805. Estaba catalogado como el primer cuento de ciencia ficción de América del Sur. Pero el protagonista investiga por diversos medios y descubre que es el manifiesto de seis jóvenes argentinos que se habían hecho millonarios con Internet. Allí relataban cómo habían diseñado una máquina del tiempo igual a la que se describía en el mail que había leído Velasco. Y se contaba cómo habían descubierto que si mataban a ciertos personajes clave de la Revolución de Mayo, ésta no tendría lugar. Decidieron viajar los seis al pasado para probar su teoría.


Ilustración: Aradano

En el manifiesto decían que habían logrado viajar, y enumeraban a quienes habían ultimado. Finalizaban con la conclusión de que para ellos no había cambios aparentes, pero que tal vez estos sólo se verían en el futuro, y por eso querían dejar por escrito lo que habían hecho.

Para que el verdadero mensaje del manifiesto fuese descubierto lo habían titulado: "Cómo triunfarían los separatistas malvinenses". Esperaban que en la nueva Argentina también existiese ese grupo y rescatase su manifiesto de los archivos.

Velasco terminó de leer y aspiró muy lentamente. Abrió el primer cajón del escritorio, corrió la fotografía de su mujer que guardaba allí, y tomó el Toblerone. Le gustaba comer un trocito de ese chocolate suizo cada vez que terminaba un manuscrito.

La novela era atrapante, pensó. Tenía una trama rica, con subtramas atractivas. Varios personajes muy bien construidos, que harían furor entre los lectores. Era sin duda una obra que sería un éxito de ventas. Pero lo que más lo convencía a Velasco de que vendería cientos de miles de ejemplares era que se trataba de una novela muy verosímil.

Velasco había escrito su tesis de licenciatura analizando la historia contrafactual y las ucronías. Eran pocas las novelas de ese estilo que resultaban tan creíbles. El presente de los seis jóvenes argentinos que modificaron el tiempo había sido una Argentina que se había originado en la Revolución de Mayo de 1810 y que en 1816 había declarado su independencia de la España que había dejado de existir bajo el empuje conquistador de Napoleón Bonaparte. Al poco tiempo se había formado la Mancomunidad de Argentina, dependiente de Gran Bretaña. Ésta había logrado la autonomía completa para 1910, en el primer centenario de la Revolución de Mayo. "O sea, igual que nuestro presente", pensó Velasco.

No le costaría al lector ubicarse en la tesis de la obra. Ahora Velasco ya no tenía dudas de que el mail que andaba circulando por la web había sido fruto de la mente de algún empleado de promoción de la editorial, o del mismo autor. Porque, de cierta forma, se unían las dos historias. En la novela unos viajeros del tiempo anulaban la Revolución de Mayo y nos convertían en franceses. En el mail que había leído Velasco se hablaba de matar a Mariano Moreno, justo antes de que realizase su viaje a Londres en busca de ayuda para la independencia.

Pero todos sabemos hoy en día que gracias a que Moreno no murió, llegó a Inglaterra y consiguió ayuda, luego pudimos unirnos a los británicos, y hoy en día somos parte de la Mancomunidad de Naciones. Si Moreno no hubiese llegado a Londres, quien sabe, tal vez estaríamos en el Tercer Mundo como los otros países de América del Sur.

Pero por suerte podemos celebrar el tercer centenario de la Revolución de Mayo en una de las naciones más avanzadas del mundo.

25 de mayo de 2110.



Martín Cagliani nació en 1974. Estudió Antropología e Historia y también Guión de Cine y Televisión. Se dedica a escribir desde hace apenas unos tres años, aunque siempre tuvo la manía de inventar historias en su cabeza. Es un lector empedernido. Publicó muchos artículos de historia y periodismo científico, algo a lo que se dedica esporádicamente. Ya han aparecido dos cuentos suyos en antologías y va por más. Dirige GOLWEN, un e-zine inclinado a lo fantástico. Hemos publicado en Axxón: LAS REGLAS POR ALGO ESTÁN (141), EL ARCHIVO MAGGI (143), DEBAJO DE LA CAMA (149), EL MANIÁTICO (150), EL EMBAJADOR DE CULMAR 6 (162), EL PUEBLO QUE SALIÓ DE LA NADA (167), UN HOMBRE QUE ESCRIBE (169).


Este cuento se vincula temáticamente con "HOMBRES Y PIEDRAS", de Alejandro Alonso (125)


Axxón 181 - enero de 2008
Cuento de autor latinoamericano (Cuento: Fantástico: Ciencia Ficción: Viaje en el tiempo: Ucronía : Argentina: Argentino).