FAMILIA DEL VEINTIUNO

Moisés Cabello Alemán

España

—¿Cómo dice? —dijo Federico Rodríguez, muy enfadado.

—No tiene saldo suficiente para tener un hijo, lo siento —replicó Esteban, banquero habitual de Federico.

—Oiga, mi mujer y yo llevamos quince años ahorrando los cuarenta mil créditos necesarios para el parto requerido por la ley. Usted me dijo que con eso bastaba.

Esteban entrelazó sus dedos mientras miraba la mesa, buscando las palabras.

—Sí, cuarenta mil créditos son suficientes para un parto legal y cubren todas las mejoras y vacunas que la ley requiere para cada ciudadano, pero me temo, señor Rodríguez, que sus ingresos son insuficientes para sacarlo adelante apropiadamente.

—¡Pardiez! ¿Y qué ingresos necesito?

—El triple de los que tiene ahora.

Federico lanzó un bufido de incredulidad.

—¿Es que sólo los ricos pueden tener hijos, o qué?

—Comprendo su frustración, pero no olvide que, sin estas medidas, su hijo podría tener una vida mucho más corta y llena de problemas...

—... como los que ha tenido todo cristo hasta hace veinte años...

—... sin olvidar la superpoblación. Es un importante paso en la calidad de vida que ya adoptaron antes que nosotros los países circundantes. ¿No está al tanto de la esperanza de vida que poseen los nacidos en la ilegalidad?

—¡Porque les niegan la atención médica, no te jode! —exclamó Federico furioso, incorporándose para marcharse.

—Siga pidiendo ayuda, señor Rodríguez. Otras familias en su situación lo han conseguido. No desista.

Se marchó del banco en silencio, pero con el gesto serio y los puños apretados, pensando en cómo darle la noticia a Clara, su mujer.

De camino a su casa pensó en lo bonita que había sido, en su juventud, la aprobación del parto de garantía. El Estado pagaría a las farmacéuticas la mitad de los costos de una protección única contra miles de enfermedades conocidas, que el recién nacido jamás padecería. Con el tiempo comenzó a parecer horrible tener hijos sin tales adelantos, así que se prohibió, y el Estado subió los impuestos para hacerse cargo de los gastos del proceso.

Pero las farmacéuticas continuaron añadiendo mejoras que el Estado ya no se podía permitir. Crearon un lobby para forzar la obligatoriedad de dichas mejoras y, antes de que surgiera el escándalo de pagar los partos —además de los impuestos—, fabricaron una ola de pánico mediático sobre la superpoblación mundial y sus efectos en el clima y el medioambiente.

De pronto, quien no accedía se convertía en un monstruo.

Cabizbajo, escuchó un pitido desagradablemente familiar llegando a su casa.

Lo que me faltaba, pensó. Justo hoy...

El origen estaba en la pequeña explanada de tierra tras su edificio. Seis niños de no más de doce años jugaban sentados en el suelo con vehículos de juguete, de los cuales al menos dos emitían pequeños destellos rojizos.

—¡Eh! ¿Qué pasa aquí?

—Don Federico —exclamó uno de ellos—, por favor, no se lo diga a nuestros padres...

Reconoció a la mayoría como hijos de sus vecinos.

—¡Maldita sea! —exclamó, furioso por el día que llevaba—. ¿Sabéis en qué brete me estáis metiendo? ¡Ahora va a figurar en mi DNI electrónico!— Jamás podría ocultar que había estado tan cerca de la infracción, y que había sido testigo de ella. ¡Si no los denunciara por piratería sería cómplice!

—Yo puedo jugar con siete —dijo uno tímidamente.

Pero los chiquillos no tardaron en señalarse entre ellos.

—¡Es Álvaro, señor! ¡Se puso a jugar con nosotros cuando ya éramos cuatro!

—¡Mentira! —gritó éste—. ¡Yo llegué antes que tú!

—Eh, eh, da igual quién fuera —quiso parar Federico—. Ya deberíais estar hartos de ver los anuncios sobre propiedad intelectual. Si habéis comprado vuestros juguetes con permiso para jugar con cuatro personas más, sólo puede ser con cuatro.

Cada juguete lo explicaba perfectamente al encenderlo.

—Da igual que uno de vosotros lo haya comprado con el permiso para siete, eso sólo le disculpa a él, los demás estáis pirateando los juguetes.

—No se lo diga a nuestros padres, por favor...

Federico intentó calmar sus ánimos. A fin de cuentas, sólo eran niños.

—Da igual, pagaré yo la multa, pero que sea la última vez. Comprobad siempre en el reverso de cada juguete a qué distancia de otros debe estar para que no se considere un juego cooperativo, y recordad que no son sólo vuestros padres, cada vez que violéis la licencia de uso de vuestros chismes involucraréis a cualquiera que esté cerca de vosotros. ¿Y qué haríais frente a una demanda colectiva? ¿Eh?

Cuando entró en el ascensor, hizo caso omiso de su cansina vocecita electrónica.

—Hola, señor Rodríguez. Veo que ha visitado el banco esta mañana. Si tiene problemas con sus finanzas, no dude en consultar las soluciones de Préstimus, palabra en clave: money-prestimus. Que tenga un buen día.

Al llegar a su casa le contó todo a Clara, quien encajó la noticia mejor de lo que pensaba. En el fondo ambos sabían que podía ocurrir, así que decidieron sentarse a hacer cuentas y rascar hasta el último crédito. Después de tanto tiempo no podían tirar la toalla sin más.

—¿Nos queda alguna parte de la casa sin patrocinio? —preguntó Federico—. Ayer, mientras me afeitaba, vi en el espejo un anuncio de Yioh Limited en el que se ofrecían a subvencionar salones a cambio de usar sus muebles y tener cuadroanuncios de sus asociados en las paredes.

—Déjame ver —replicó ella, toqueteando en la pantalla de la mesa con manchas de grasa de comer encima—. El salón ya nos lo pagó por entero TetraCola, con exclusividad para siete años más. Qué va, Fede, tenemos toda la casa paga por patrocinadores, nunca nos pudimos permitir subvenciones parciales sin exclusividad.

—¡Espera! ¿Y el balcón? La del quinto ha puesto en la barandilla un panel publicitario de Alix Corp, y nuestra terraza es más grande que la suya...

Clara le miró fijamente, pensativa.

—Dudo que tenga permiso de la comunidad y nosotros ya tenemos dos advertencias por las quejas sobre el volumen de aquellos timbreanuncios que instalamos el año pasado. Uno más y nos echan, y lo que deberíamos a los patrocinadores...

La pareja suspiró al unísono, frustrada.

—No nos queda otro remedio —dijo Federico a su mujer—. Al final vamos a tener que pasar por el aro.

—¿Tú crees? —respondió ella, con tono de derrota.

—Esto nos supera. Ya no tengo fuerzas ni esperanza para más, tenemos que replantearnos esto.

Clara comprobaba una y otra vez sus datos financieros en busca de otra manera, pero tuvo que rendirse ante la evidencia.

—Un hijo clandestino no es lo que nos habíamos planteado, Fede —concluyó, con tono apagado—. Pero si no queda más remedio...

—No tiene por qué ser clandestino.

—Y yo no puedo creer que ahora tú saques esa alternativa —dijo ella, de mala gana.

—Eh —replicó él, viendo sus acuosos ojos—, tener un hijo patrocinado no tiene nada de malo.

—No, claro, sólo va a tener un tercer padre...

—No va así, Clara, piénsalo. Viviríamos en una urbacorp al servicio de alguna compañía importante. Es cierto que perderíamos algunos derechos, pero dejaríamos de tener problemas económicos. Nos pagarían la casa, el nacimiento de nuestro hijo, su educación, le darían un trabajo en la compañía... ¡Ni siquiera tendremos que piratear recetas! ¿Te imaginas la cantidad de platos que podemos preparar?

—Pues mi compañera Maricruz se mudó hace unos meses a una urbacorp de MontSanto y dijo que tenía que discutir con el tutor designado por la compañía incluso si el crío debía estudiar religión o no —se limitó a decir Clara—. Yo no quiero discutir con nadie más que tú esas cosas, ¿entiendes?

—No dramatices, eso depende de la persona. Es cierto que designan a un tutor para que vele por el crío... piensa que también es su inversión. Pero la ley les obliga a actuar por su bien y a llegar a un consenso con los padres en temas importantes. Mi hermano conoce a un tutor de Puma Research y dice que es muy buena gente, no van todos por ahí diciéndote lo que tienes que hacer con tu hijo.

—Pero...

—¿Qué quieres? —dijo él, algo nervioso— ¿Un crío que tenga que correr el riesgo de acudir a médicos no titulados, de educarse en soledad con los asistentes electrónicos? Y si nos pillan no será sólo la multa, sino un nuevo titular de prensa mostrándonos como a otros padres monstruosos que han dejado nacer a su hijo en algún antro clandestino. No creo que quieras pasar por eso.

Clara suspiró, exhalando un cansancio de años.

—Pensándolo bien —dijo por fin—, en nuestra situación tampoco disfrutamos de las libertades que perderíamos con el patrocinio de nuestro hijo.

—No seas tan derrotista, cariño. Será empezar de nuevo —tranquilizó él, agarrándole la mano—. ¡Y en una casa sin publicidad!

Ella se la apretó y, mirándole fijo a los ojos, terminó de aceptarlo.

—¿Vamos? —añadió, ladeando la cabeza hacia la puerta.

Acudieron ambos al banco, en el otro extremo de la calle; Federico comprobó con alivio que los niños ya se habían ido del terraplén, bien por la bronca o porque alguien había terminado delatándoles. En cualquier caso ya no involucrarían a Clara.

—¡Señora Soto! —exclamó Esteban al ver a Clara con Federico— ¡Cuánto tiempo! Precisamente he hablado esta mañana con su...

—Lo sé —cortó ella—, hemos tomado una decisión.

—Nos mudamos a una urbacorp —añadió Federico.

Una sonrisa iluminó el rostro del banquero, quien les instó a tomar asiento.


Ilustración: Pedro Belushi

—¡Bien, bien! ¿Se han decidido por alguna? —dijo, sentándose sin perder la sonrisa. No era para menos, por aquello se llevaba una buena comisión.

—¿Cuál nos recomienda? —dijo Clara.

—Veamos, las más solicitadas ahora mismo son Herrera Metanac, Industrias Yang, Microogle Corp, Shiva Consortium y Alix Corp. Por su perfil económico recomendaría Industrias Yang. Con suerte les enviarán a alguna de sus urbanizaciones costeras.

—¡Cerca del mar! —dijo Clara a su marido, sin esconder su emoción.

—Suena bien —admitió él.

—¿Yang? ¡Sea Yang entonces! —exclamó Esteban toqueteando su consola, visiblemente animado—. En apenas un mes podrán mudarse.

—Tenemos toda la casa patrocinada, no sé si habrá algún problema por romper los contratos al dejarla... —se preocupó Federico.

—Descuide, Yang se ocupa de todo. Y ahora supongo que querrán gestionar...

—Queremos tener a nuestro bebé —dijo Clara.

—Faltaría más, todo va a cuenta de Yang. Veamos... Historiales clínicos bien... sin antecedentes penales... ¿Niño o niña?

—Varón —respondió Francisco.

—Estupendo, eso os da una pequeña bonificación por la ley de regulación de la población.

—Los tutores de Yang no son tan entrometidos como otros de los que he oído hablar, espero... —inquirió Clara.

—No puedo hacer ese tipo de valoraciones, señora Soto —replicó Esteban—, pero piense que si es una de las más solicitadas, será por algo.

—Al final le pondremos Santiago, ¿verdad, cariño? —preguntó Federico a su mujer.

Ésta asintió con un nudo en el estómago, sabiendo que por fin iban a tener un hijo.

—Santiago Rodríguez Soto —añadió ella, degustando cada palabra.

—Lo siento —se lamentó el banquero con una pequeña mueca—, Yang sólo permite nombres chinos. Pero hay algunos muy occidentales, que conste. Cuestión de pronunciación, en su red hay asistentes que les guiarán.

—Esto no me gusta —dijo Federico, un poco cansado con el panorama—. ¿Ahora también pueden decidir el nombre por nosotros?

—Nadie escoge el nombre, sólo el idioma. Hace poco se aprobó, pero sólo en el caso de nacimientos en urbacorps, en los que al fin y al cabo nadie está obligado a instalarse.

—Sí, ya, siempre nos joden poquito a poquito, y así hemos acabado...

—Venga, Fede, no estropees el momento después de todo lo que me dijiste en casa —le recriminó Clara.

—Haga caso a su mujer, señor Rodríguez. No se disguste en un momento tan importante. ¡Las familias Soto y Rodríguez van a crecer! Es una gran noticia. Podrán tratar los detalles desde su casa, a través de nuestra red.

La sonrisa con la que Esteban terminó la frase les dio a entender que ya había acabado con ellos, así que optaron por despedirse. A la salida del banco, y en un mar de emociones contradictorias, Federico recibía un efusivo abrazo de Clara, que sonreía radiante. Él no pudo sino sentir un profundo alivio al ver terminado el calvario que habían pasado durante años.

Tendrían un hijo, después de todo.



Moisés Cabello Alemán nació en la isla canaria de Tenerife en 1981. Vive en La Laguna, Santa Cruz de Tenerife, España. Su primera novela, Multiverso Armantia, vio la luz en la red en 2005 y hoy por hoy prepara la tercera parte de la serie, además de haber publicado varios relatos cortos.


Este cuento se vincula temáticamente con SOPORTE VITAL, de Marcelo López González (167), COPYRIGHT, de Pedro Pabro Enguita Sarvisé (186), y PAREJA, de Juan Pablo Noroņa Lamas (155)


Axxón 195 - marzo de 2009
Cuento de autor europeo (Cuento: Fantástico : Ciencia Ficción : Mundo futuro : Condiciones de vida : España : Español).