ANOCHE-SER

Adrián M. Paredes

Argentina

Muy pocas son las personas que han tenido el honor de visitar la majestuosa Mansión Kadyvia. Sus jardines, de una hermosura incomparable, albergan especies vegetales procedentes de los mundos más exóticos, mundos de sistemas solares hoy olvidados en la bruma de la historia. Los jardineros ignorantes y supersticiosos han logrado difundir leyendas fantásticas sobre algunas de las flores y árboles que allí habitan, leyendas que abarcan desde mundos anteriores al origen de la humanidad, hasta civilizaciones inconcebibles borradas de la existencia por imperios despóticos.

Adkae se sentía honrada y a la vez temerosa de recorrer el sendero que conducía al edificio principal de la Mansión. La Dama Real Vincia Kadyvia la había mandado llamar para discutir un asunto de extrema importancia y hermetismo. Después de haber tardado dos horas en atravesar los míticos jardines, la limusina la había dejado en el último descanso donde podían llegar los vehículos, a unos quinientos metros de la suntuosa entrada. El último trecho tenía que hacerlo a pie.

Un mayordomo le dio la bienvenida y la hizo pasar a una inmensa sala donde la Dama Vincia la esperaba retrepada en un sillón, con una copa de licor en la mano.

Las presentaciones fueron breves. Adkae sabía perfectamente quién era la anfitriona y, por extraño que pareciera, la anfitriona conocía casi todo de la vida de la invitada; algunos empleados habían hecho bien el trabajo, lanzando redes atrapa-datos al inmenso mar del ciberespacio.

—Voy a ser directa —dijo la Dama—. Lo que necesito es una copia de la mente de mi bisabuelo. —Adkae sabía muy bien de quién hablaba la Dama Vincia; no existía ser humano en todo el cuadrante que no hubiera escuchado hablar del histórico arqueólogo de ruinas alienígenas Nikolás Kadyvia—. Sé que no es legal lo que estoy pidiendo, pero estoy dispuesta a financiar la operación, sin importar el costo, a cambio de obtener una copia con el mayor hermetismo posible.

Adkae, la HID: 50.004.0011, era famosa por sus trabajos en el estrecho ambiente de los caza-recompensas. Su hoja de servicios no siempre incluía trabajos legales. Muchos de ellos eran difíciles, peligrosos y mortales. A pesar de la experiencia, nada podría haberla preparado para adentrarse en las imponentes ciudades de silicio de Anoche-Ser.

—De acuerdo —dijo—. Acepto el trabajo. Pero voy a necesitar un mínimo de seis meses de planeamiento y por lo menos dos meses más para conseguir la tecnología necesaria.

La Dama aceptó las condiciones de Adkae, imponiendo sólo dos restricciones: debía trabajar sola, sin revelar a nadie el objetivo y naturaleza de la operación, y tenía prohibido investigar las razones por las que la estaba contratando.

A Adkae le pareció un trato justo.


Anoche-Ser. El único planeta no gaseoso del sistema. Repleto de ciudades de procesadores y memorias persistentes llamadas vulgarmente "ciudades de silicio", en honor al elemento químico que se utilizaba en las antiguas industrias electrónicas.

Las ciudades de silicio son inmensos mausoleos donde millones y millones de seres humanos han descargado la conciencia y los recuerdos antes de morir. Potentes y colosales procesadores extraen energía de los recursos naturales del planeta para generar una gama variada de universos virtuales, donde los persistidos pueden experimentar la vida eterna.

Las ciudades de Anoche-Ser fueron construidas en una época de profunda depresión para la humanidad. El terror a la muerte y la falta de religiones y misticismo habían sumergido a la galaxia en los siglos de la desesperación. Los desmesurados avances de la Ciencia se dedicaron a matar toda creencia espiritual, toda fe y esperanza en la existencia de una vida después de la muerte. Por eso la misma Ciencia presentó la solución: las ciudades de silicio, la Vida Eterna; un universo digital donde la mente podía persistir sin perder jamás la conciencia.

Tras la construcción de los primeros nichos de memoria, cada vez fueron más los hombres que firmaron para que al morir fueran persistidos en Anoche-Ser. Las ciudades fueron expandiéndose, en superficie y en altura, hasta transformarse en inconmensurables metrópolis que cubrían el volumen aprovechable del planeta. Los nichos se extendieron desde grandes alturas hasta varios kilómetros bajo tierra, donde el calor generado por el núcleo del gigante rocoso derretía cualquier plaqueta tecnológica.

Persistir al morir fue una vieja costumbre que duró cerca de cinco siglos. Hoy, después de cuatro generaciones, el hombre ha madurado lo suficiente para no temerle a la muerte, para enfrentar la existencia o la no existencia. En la actualidad ya son muy pocos, o casi ninguno, los que firman el documento de persistencia.

Los gobiernos interplanetarios han pactado no perturbar las vidas eternas de las ciudades de silicio, en pos de respetar las viejas creencias. No sólo se mantienen funcionando los poderosos procesadores de Anoche-Ser, sino que hay una ley muy rigurosa que dicta que está prohibido internarse sin permiso y/o perturbar el descanso eterno de los persistidos.

El castigo por violar esta ley es muy severo.


Cuando Adkae dijo que necesitaba por lo menos seis meses de planeamiento, no estaba sobrestimando la tarea. Todo lo contrario. Estaba siendo optimista. La Dama Vincia lo sabía. Ser atrapada por las inteligencias artificiales que vigilan Anoche-Ser podía implicar la pena de muerte in situ, sin juicio de por medio.

El precio que la Dama estaba dispuesta a pagar valía la pena el riesgo. Hacía tiempo que Adkae añoraba retirarse del negocio. Comprar unos cientos de hectáreas en un mundo alejado, en alguno de los brazos exteriores de la galaxia, fuera de la historia y el tiempo. Pero para cumplir ese sueño necesitaba una importante cantidad de dinero. Con lo que la Dama le pagaría al terminar la operación, Adkae podría adquirir el mundo que deseara.

Por otra parte, cualquier caza-recompensas cuerdo hubiera objetado que ninguna suma de dinero, ninguna jubilación onerosa, podía compensar el estrés, el meticuloso y arriesgado trabajo que implicaba violar las defensas de las ciudades de silicio. No era insensatez la palabra que mejor definía a Adkae. La caza-recompensas era muy prudente y profesional en todo lo que hacía. La palabra que mejor la definía era ambición. Sólo una persona extremadamente insensata o extremadamente ambiciosa podía creerse capaz de entrar en Anoche-Ser, encontrar un nicho, efectuar la copia íntegra de un persistido y escapar sin ningún castigo. Adkae pensaba que con absoluta dedicación y perseverancia podía hacerlo; por eso la Dama Vincia la había elegido.

No había manera de que pudiera filtrarse en forma remota. La seguridad de los cortafuegos era avanzadísima; no había truco informático, ni técnica que pudiera aplicar para vencer los poderosos algoritmos criptográficos que protegían los muros digitales de las ciudades. La única forma era entrar con una cápsula, internarse en el planeta físicamente y sobrevolar los corredores de nichos hasta hacer contacto directo con la conciencia del arqueólogo.

Nadie había hecho nada semejante en los seiscientos años de existencia de las ciudades de silicio.


Adkae tardó sólo siete meses y medio en planear la incursión y apenas un mes en conseguir la tecnología adecuada. Estaba sorprendida de lo bien que lo había estimado esa tarde en la Mansión Kadyvia, sin recursos ni investigación previa, sólo basándose en la experiencia.


Ilustración: Ferrán Clavero

La fase de adquirir la tecnología no había sido sólo crédito suyo. En su vida como caza-recompensas había conocido a muchos contrabandistas habilidosos que podían conseguir las cosas más rápido que lo que ella las pedía. Además, la subvención de la Dama Vincia había resultado un incentivo poderoso. Moviendo viejas influencias, cobrando favores y ofreciendo mucho dinero, Adkae podía conseguir cualquier artefacto de la galaxia en el menor tiempo posible.

Tras largos meses de estudios intensivos, débiles y esporádicos escaneos remotos, datos y paquetes de información adquiridos ilegalmente a precios exorbitantes, planos y más planos, simulaciones complejas de incursiones compuestas por cada vez más variables, riesgos, mapas y especificaciones técnicas, Adkae fijó un plan cuyas probabilidades de fracaso eran infinitesimales; en otras palabras: un plan que no podía fallar.

Como todo plan minucioso que involucra riesgos tan grandes en una operación ilegal, la primera etapa consistía en simular una muerte, su propia muerte.

Adkae embarcó en su vieja nave de carga y puso rumbo a Centauro, uno de los sistemas con mayor tráfico de la galaxia. La excusa: llevar unos contenedores de arena de Rhidel, arena que poseía propiedades curativas, para introducirlos en el mercado negro del cuarto mundo del sistema. Casi llegando a destino, la nave sufrió un pequeño desperfecto, que se agravó por la falta de mantenimiento que venían sufriendo las viejas instalaciones del carguero. Adkae perdió el control y la nave fue impulsada por la atracción gravitatoria de Centauro IV, precipitándose sobre la atmósfera. Los ciudadanos de las metrópolis más populosas del cuadrante fueron testigos de la colorida explosión que rasgó el cielo matutino como un inmenso meteorito fundiéndose en el firmamento.

Lo que nadie supo jamás es que Adkae no iba dentro, sino la más fiel y costosa copia robótica que la cibernética pudo lograr.

Dos semanas después de terminar la primera fase con éxito se hospedó con una identificación falsa en un humilde departamento de uno de los cinco sistemas vecinos de Anoche-Ser. Era un suburbio violento, ubicado en un país atiborrado de guerrillas y al borde del colapso social. Quizá fuera por las lejanas explosiones, los tiroteos, los gritos o las sirenas constantes que Adkae sufrió largas e intensas pesadillas durante toda la noche. Pesadillas que mezclaban las ominosas torres de nichos de las ciudades de silicio con miles de escenarios que podían concluir mal, percances que ya había erradicado en las simulaciones y que, al despertar a la madrugada, agitada, todavía pensando en ellas, se alegraba de que ya no representaran un peligro real. En muchos de los sueños aparecían presencias oscuras, siluetas alargadas y borrosas que trataban de hacer contacto con ella y la aterrorizaban.

A la mañana se despertó con sueño y puso rumbo a Anoche-Ser con una nave pequeña que había adquirido hacía unos días en el mercado negro del sistema Hot.

La fase más importante del plan estaba por llevarse a cabo.

Adkae abandonó la nave en la órbita de una luna pequeña que pertenecía al mundo de Anoche-Ser. En dos meses, la nave cruzaría el umbral de visibilidad y orbitaría la cara que enseñaba al planeta. No significaba que desde el lado oscuro los sensores de Anoche-Ser no pudieran detectarla, pero desde allí y con el dispositivo de encubrimiento era virtualmente imposible.

La cápsula era pequeña y estaba protegida por campos deflectores de última tecnología en encubrimiento de naves. Las simulaciones le habían mostrado a Adkae que ninguna inteligencia artificial podría detectarla, ni aunque volara a pocos metros de un sensor. Así que pudo recorrer los quinientos mil kilómetros que separaban al satélite del planeta y penetrar los escudos de las distintas capas de la atmósfera, arrojando bombas virtuales que abrían huecos en los cortafuegos y que eran el orgullo de los cripto-analistas más lúcidos de la época, para después internarse en una de las ciudades de silicio más antiguas e inmensas del mundo del descanso eterno.

Adkae nunca había estado más asustada. Aunque había simulado miles de veces este momento, nada se comparaba con estar navegando hacia las profundidades de Anoche-Ser. Ella sola, rodeada de inteligencias artificiales y persistidos, la única vida biológica en 5,12 años luz a la redonda, buceando más y más abajo hacia el interior del estómago de una bestia colosal, gestada por los terrores más acérrimos de una época desesperada.

Según los datos que había estado recolectando en los meses anteriores, sabía que el arqueólogo Nikolás Kadyvia se encontraba en el vigésimo tercer nivel subterráneo. Eso era bastante profundo. La proximidad al núcleo del planeta tornaba la atmósfera calurosa. Aunque el microclima de la cápsula la aislaba de la temperatura, no podía evitar sentir la presión de la profundidad en la que se sumergía.

Cuando llegó al nivel indicado, soltó diez sondas-murciélago que salieron disparadas en todas direcciones en busca del nicho de memoria de Kadyvia.

Hasta ese abismo llegaba la información que había conseguido. Ahora dependía de que las sondas encontraran el nicho.

Fue la hora más larga de su vida. Sumida en el silencio sepulcral de las profundidades de un cementerio, el cronómetro de la cápsula pareció detenerse y los nervios empezaron a jugarle en contra. Le vinieron a la mente las pesadillas de la última noche. La atormentaron todas las simulaciones fallidas y las leyes que había violado. Recordó su viejo y querido carguero. Lo vio estrellándose contra la atmósfera de Centauro IV, con los ojos cubiertos de lágrimas, esta vez tripulado no por una copia, sino por ella misma. Todavía seguía saltando de pesadilla en pesadilla, reviviendo la muerte a bordo de la nave, desconfiando de su imagen en el espejo del tablero. ¿Quién era ella ahora? ¿Un duplicado? ¿Una copia exacta de la verdadera Adkae? Cómo saberlo a ciencia cierta.

Entonces sintió una vez más la presencia de esas terribles sombras de la noche anterior, esas conciencias borrosas que intentaban comunicarse con ella. No se conformaban con violar sus pensamientos. La perseguían con susurros telepáticos. Intentaban alcanzarla con un frío mental que podía parecerse al de la muerte.

De pronto, una de las sondas-murciélago encontró algo. El panel se iluminó, arrancándola del sopor. Había pasado una hora desde que se había anclado en el vigésimo tercer nivel.

La sonda transmitía la ubicación exacta del nicho de Nikolás Kadyvia.

Encendió los motores y llevó la cápsula hasta ahí.

La sonda-murciélago se había apagado y dormía suspendida en la atmósfera junto a la entrada del nicho, con el localizador encendido transmitiendo las coordenadas.

Adkae desplegó el brazo mecánico, que estableció un enlace físico directo entre el nicho y la computadora de la cápsula.

Tenía la sensación de que algo no estaba bien.

Tenía la sensación de que estaba siendo observada, de que la habían descubierto.

El enlace leyó la cabecera de datos del nicho. Leyó el identificador y mostró el nombre en el panel.

Ninguna simulación, ninguna predicción ni cálculo pudo haberla preparado para enfrentar lo que la golpeó con desmesurada fuerza y la arrastró a la derrota absoluta.

El nombre que se leía en el panel era:


ADKAE - HID: 50.004.001


Una oleada de terror la dejó paralizada.

¿Dónde estaba? ¿Dónde estaba?

Recordó el carguero. Recordó los contornos geográficos del continente norte de Centauro IV proyectándose en el panel delantero, envuelto en llamas, las siluetas de los edificios acercándose a velocidad abisal.

Lo recordó como si hubiera estado ahí.

Y recordó los jardines alienígenas de la Mansión Kadyvia y los miles de mundos que había visitado. Los amantes que la habían enamorado bajo las lunas más inexplicables del universo. Los negocios concretados en ciudades infinitas, espacios infinitos, dimensiones infinitas. Cómo nunca se había dado cuenta, llevaba siglos viviendo aventuras imposibles, realizando proezas imposibles, cruzando las fronteras más remotas de la imaginación. Cómo se había olvidado de la enfermedad mortal, del pulso débil, de su mano temblorosa firmando el documento de persistencia para que la descargaran en el vigésimo tercer nivel subterráneo de la ciudad más antigua de Anoche-Ser.

Siempre había pensado que los persistidos recordaban su muerte, que al encenderse la conciencia dentro del espacio virtual del nicho todos los recuerdos volvían a ser recorridos por la electricidad, y una vida nueva, eterna, infinita, se desplegaba como una ventana panorámica hacia el futuro.

Por qué había olvidado su vida. Por qué estaba olvidando quién era.

Nunca hubiera elegido que fuera así.

Por qué sentía que rápidamente se iba olvidando de todo.


Silencio. Nada. Sólo las siluetas oscuras de las pesadillas. Sombras borrosas, alargadas. No las veía, sólo las sentía. Como conciencias ajenas a la suya, como intrusos.

—¿Quiénes son ustedes? —preguntó. No con su voz, sino con algo parecido al pensamiento.

—No tengas miedo, Adkae. No queremos hacerte daño. Venimos a ayudarte. Hace tiempo que tratamos de establecer contacto, pero nuestra tecnología no es del todo compatible con la tuya. Encontramos dificultades. No sé cuánto tiempo podrá durar este enlace. Hay un riesgo alto de que perdamos contacto en cualquier momento y de que tu mente vuelva a distribuirse en el espacio de los persistidos.

Toda esa información le llegaba junta a Adkae, sin un orden cronológico. La voz que no era voz, superponía las palabras como pensamientos que se enfocaban en su mente, como una masa uniforme de ideas.

—¿Dónde estoy?

—Estás en lo que tu raza llamaba Anoche-Ser, en una de las ciudades de silicio. Adkae, lo que tenemos que contarte es algo terrible. Tu raza ha desaparecido por completo, se ha extinguido. Aún no sabemos cómo. Los historiadores investigan los fósiles que yacen enterrados, dispersos a lo largo de los mundos de esta galaxia. Las ruinas arqueológicas de las extrañas e inmensas ciudades que edificaron son un absoluto misterio. Sabemos que eran grandes constructores y, como sociedad, debieron ser seres maravillosos para llegar a ser tantos y expandirse por tan vastas distancias.

»La de ustedes no es la primera raza alienígena que encontramos. Hay por lo menos diez razas más registradas, ubicadas en diez galaxias diferentes, que colonizaron parte o casi todo su espacio y murieron dejando pocos rastros de su existencia. Nosotros somos muy antiguos. Venimos de una galaxia donde también éramos los únicos. Tenemos una teoría muy fuerte que dice que las galaxias son islas flotantes en medio del espacio, creadas para incubar un único tipo de vida inteligente. Las razas nacen en algún planeta cuyas condiciones son favorables, se desarrollan, se expanden... y mueren...

»Somos los únicos seres que logramos escapar de los confines de nuestra galaxia y encontrarnos con otras civilizaciones. Por desgracia, todas las razas que conocimos se extinguieron hace millones de milenios. Hasta ahora.

»Si bien la raza humana ya no existe como tal, ha dejado este invaluable tesoro de conciencias, donde descansan las mentes, activas, lúcidas.

Adkae estaba bloqueada. Sólo recibía oleadas de información y apenas llegaba a tiempo para procesarlas.

—Nunca vimos nada igual. Estamos maravillados. Jamás se nos ocurrió que podíamos encontrar semejante testimonio vivo de una raza alienígena. Una tecnología que extrae los recursos de un planeta rico en minerales y alimenta con energía a millones de mentes que piensan, sueñan, recuerdan y viven en universos virtuales generados por montañas de procesadores. Mentes que pertenecieron a personas que vivieron en tiempos inmemorables.

»Cuando encontramos este mundo estábamos muy excitados. La decisión más lógica fue dedicar todos nuestros recursos a estudiarlo, pero sin perturbar el funcionamiento de las maquinarias, ni las vidas de los persistidos. Durante siglos nuestros mejores científicos e historiadores escanearon las memorias, estudiando sus vidas y sus costumbres. Es muchísimo lo que hemos aprendido, pero es muchísimo también lo que todavía no entendemos. La información que hay es demasiado abundante para asimilar en unos pocos siglos.

—Dicen que no perturban la vida de los persistidos. ¿Por qué están perturbando la mía?

—Porque en estos tiempos ha ocurrido algo terrible. Somos una raza avanzada; sin embargo, no estamos libres de las discordias y las peleas. Te sorprendería saber cómo en ciertas cuestiones la raza humana era mucho más avanzada que la nuestra. Estudiando la historia humana, descubrimos que atravesaron tiempos difíciles. Pero lograron superarlos y crecer como raza. Tenían mentes poderosas. Eran muy imaginativos.

»Nosotros, en cierto modo, tenemos mucho que aprender de ustedes. Son una raza maravillosa, ya lo dije, la más maravillosa que hemos encontrado.

»Estamos en guerra. Violentas batallas se libran en el espacio de esta galaxia y en mundos que antes eran los suyos. Las ruinas de sus ciudades se han convertido en objetos de fascinación para nuestra raza, fascinación enfermiza y desesperada. Se libran batallas interplanetarias para conquistar mundos. Emperadores desquiciados, militares codiciosos, se adueñan de los objetos antiquísimos y de los misterios milenarios.

»Nunca pensamos que esto nos pasaría. Pero está pasando.

»Muchos investigadores prevén milenios de barbarie. Algunos de los que estudiaron Anoche-Ser fueron contagiados por el miedo a la muerte y ahora mismo construyen necrópolis semejantes para persistirse.

»Atravesamos tiempos terribles.

»Anoche-Ser es la ruina más preciada de todas. Todas las facciones quisieran tener en su poder este mundo para consumir sus historias, para asfixiarse con estas vidas extrañas y antiguas. Nosotros, como científicos, somos una facción muy poderosa. Pero en los últimos tiempos otras nos han superado y hemos recibido ataques de ejércitos fuertísimos. Hay facciones que prefieren destruir cada torre de Anoche-Ser si no consiguen tenerlas en su poder. Así de codiciosos y egoístas son. Es tan triste que nos hayamos convertido en esto. Me da tanta vergüenza. Nosotros, los únicos que logramos salir de nuestra galaxia de origen.

»Anoche-Ser está en ruinas.

»Ha resistido muchos ataques, pero ya no resistirá ninguno más. Las torres principales han caído. Todas las ciudades arden y con ellas las mentes de los persistidos mueren de a millones, en un grito silencioso que ahogará la historia de tu raza en la profundidad de los tiempos.

»Adkae, tenemos que irnos. Las bestias vienen a devorar los últimos escombros de tu pueblo. Hace semanas que intentamos establecer contacto con los persistidos. Ya nos quedamos más de lo que podíamos. Un milagro, sólo un milagro, ha conseguido que lográramos despertarte, que lográramos alcanzarte mediante una simple historia. Intentábamos establecer contacto y nos asociaron con presencias sobrenaturales, nos llamaron "fantasmas", "intuición". Nos buscaron en su cielo y en su espacio, donde no tenían posibilidad de encontrarnos, y cuando se rendían nos atribuían nombres de dioses; hasta que volvían a creer y miraban una vez más al cielo.

»Acá estamos, Adkae. Es un milagro lo que nos ha contactado. Es la primera vez en la historia que hacemos contacto con un persistido, con un ser humano o con otra raza alienígena.

—¿Es por eso que recuerdo cada vez menos? ¿Porque Anoche-Ser está siendo consumido por el fuego y los procesadores se van apagando?

—Sí, es por eso. No tenemos mucho tiempo. Adkae, eres lo último que queda de la humanidad.

—¿Qué quieren de mí?

—Queremos llevarte. Queremos descargar tu mente antes de que sea irrecuperable. Pero no sabemos si podremos hacerlo. Jamás hicimos nada parecido. La tecnología de Anoche-Ser es totalmente incompatible con la nuestra. Nos llevó siglos entenderla y hay incompatibilidades que todavía no pudimos resolver. Todo lo que tenemos es una teoría de que puede funcionar; una teoría que dice que es posible descargar tu ser a una memoria de la nave y llevarte con nosotros a nuestro Reino, a nuestra galaxia.

»Es un riesgo inmenso. Puede salir mal. Puede salir muy mal.

»Pero no hay otra opción. Dentro de minutos, ya no habrá energía en todo el planeta. Anoche-Ser será un mundo de plaquetas muertas. Tu conciencia y la de todos los persistidos se apagarán y se borrarán para siempre.

—¿Para qué me están contando esto? ¿Por qué no me descargan y listo?

—Necesitamos tu aprobación. No podemos hacerlo sin tu consentimiento. Primero porque no es justo que no te involucremos en la decisión y segundo porque tu mente es capaz de provocar tal resistencia que nos hará imposible la descarga.

—¿Qué es lo que puede salir "muy mal"?

—No vamos a mentirte, Adkae. No lo mereces.

»Las incompatibilidades entre ambas tecnologías pueden provocar que perdamos muchos fragmentos tuyos. No sólo fragmentos de tu memoria, también fragmentos de tu conciencia, de tu capacidad de razonar y de pensar. Puede ser que resulte muy doloroso. Puede ser que tu mente incompleta quede atrapada en una memoria de la nave y no sepamos ni siquiera cómo encontrarla y borrarla para que no sufras más.

—Entiendo... Ya entiendo todo...

—Es tu decisión, Adkae. ¿Podemos comenzar con la descarga?

Adkae trató de asimilar todo lo que había recibido. Trató de imaginar las ciudades muertas del hombre, cubiertas bajo las arenas del tiempo. Trató de imaginar las torres de las ciudades de silicio ardiendo, desmoronándose sobre los niveles subterráneos. Escuchó el grito de millones de conciencias aplastadas por las torres ya muertas, el fuego consumiéndolo todo, el planeta devorándose a sí mismo. Trató de imaginarse feliz, persistida en la memoria de una computadora alienígena, comunicándose con estos extraños seres, casi incomprensibles, aprendiendo de ellos y ellos aprendiendo de ella. Trató de imaginarse frente a las ciudades del Reino alienígena, frente a la población hambrienta de conocimientos y de historias antiguas, contando una y otra vez sus aventuras. Y como una daga filosa que se hundía en el corazón, sintió la soledad, desnuda y descomunal; la soledad y el vacío expandiéndose por la existencia, anegando los rincones más remotos del Universo, como un virus que alguna vez esparció el ser humano.

Tal vez en la soledad vivía la extinción del hombre. Tal vez los siglos de desesperación nunca habían terminado. Tal vez el hombre nunca superó ese pánico a enfrentar lo desconocido, como ella no lo había superado cuando firmó el documento de persistencia.

Era hora de enfrentar al vacío.

Era hora de madurar.

Era hora de descansar. Descansar de verdad.

La mente estaba agotada.

—No quiero que me lleven —dijo—. No quiero que me descarguen. Quiero que me dejen en paz.

—De acuerdo. Es tu decisión. La respetaremos.

Las presencias se alejaron y se perdieron.


Adkae sintió de pronto felicidad absoluta. Sabía que sólo quedaba un procesador en funcionamiento en todo Anoche-Ser. Ese único procesador trabajaba para ella.

Había sido obra de ellos. Estaba segura.

La realidad se desplegaba como una ventana infinita hacia el futuro. Nacía, crecía, se desarrollaba y vivía en un mundo lleno de amor, odio, paz, guerra y muchas otras contradicciones. Era el único mundo que el hombre conocía. No había ninguno más. "Un mundo solo es demasiado pequeño para toda la humanidad", pensó una mañana mientras miraba la nieve cayendo cadenciosa a través del ventanal.

Adkae tuvo una profesión, se casó, tuvo descendencia y murió en un planeta llamado Tierra.

Y todo eso en el último segundo de existencia de Anoche-Ser.

El fuego alcanzó al último procesador.

La energía se apagó por completo.

La última persistida se apagó también, junto con el recuerdo de una raza entera. Se apagó en una cama de hospital en Buenos Aires, a las 13:45, o a bordo de un carguero espacial estrellándose en la atmósfera de Centauro IV, o a causa de una enfermedad mortal, firmando un documento con mano temblorosa.

Hoy, la humanidad descansa en paz.



Adrián M. Paredes es argentino del barrio de Villa Luro. Nació en 1982 y estudia en la Universidad de Buenos Aires, Ingeniería en Informática. Hasta hace unas semanas trabajaba como desarrollador en una compañía francesa de Videojuegos para celulares. Hoy, es un desempleado más; su principal objetivo es terminar la carrera.

Escribe desde muy chico. Porque sí. Siempre cuentos y novelas; el 90% de esas historias son de ciencia ficción o tienen que ver con ella. A pesar de su profusa producción inédita, hoy en día poco o casi nada es publicable, porque fueron escritos cuando era más chico y quizá más ingenuo... Pero por supuesto, eso ya está cambiando.


Este cuento se vincula temáticamente con MÁQUINA DE SANGRE, de Hugo Perrone (193), S. G. 7.0, de Samuel Carvajal Rangel (178) y MUCHACHA EN PABELLÓN CON FONDO DE VOLCANES, de Ricardo Castrilli (152)


Axxón 196 - abril de 2009
Cuento de autor latinoamericano (Cuento: Fantástico : Ciencia Ficción : Prolongación de la vida : Realidad virtual : Argentina : Argentino).