Revista Axxón » La canción de Maguerra, Alejandro Alonso (Novela, parte 8) - página principal

¡ME GUSTA
AXXÓN!
  
 

 

<<< [VIENE DE LA PARTE 7 ]

 

 

 

7. Interludio anular

 

Las redes Token Ring e IEEE 802.5 son básicamente compatibles, a pesar de que las especificaciones difieran en detalles menores. La red Token Ring de IBM especifica una estrella, con todas las estaciones terminales conectadas a un dispositivo llamado unidad de acceso multiestación (multistation access unito MSAU). En contraste, IEEE 802.5 no especifica una topología, sin embargo, virtualmente, todas las implementaciones de IEEE 802.5 están basadas en una estrella.

—«Token Ring/IEEE 802.5», Cisco Systems,1992, 2002

 

 

Partió de Buenos Aires. Qué dolor, qué dolor, qué pena.

Partió de Buenos Aires, que ya no existe más…

Los delegados entraron en el nido. Algunos ya esperaban en la zona más profunda, lejos de los sondeos indiscretos. Los pulvicultores alejandrinos habían inducido a los linoides a despejar una suerte de olla, con volumen suficiente como para albergar la asamblea. Los despejadores londinenses exploraban los alrededores del nido en busca de intrusos, incluso del propio clan. Los habílegos catalanes habían cimentado un repelente cielo férrico para evitar la irradiación marginal de información.

La Canción era tan sólo un llamado amortiguado que se perdía mucho antes de alcanzar las profundidades del nido. Para un johnson, era lo más parecido a la oscuridad total.

Los emisarios estaban sumergidos en una suerte de éxtasis revelador, similar al que Triste había experimentado al ponerse en contacto con el marcapasos ritmosonante. Ahora, cada uno tenía su marcapasos. Pronto los abandonarían para hipar sincronizadamente al ritmo del tolkienring.

Landrú Johnson y un TEGido llamado William Johnson hablaban con Benjamín, el domador que tenía a su cargo el armado del tolkienring. Mientras Benjamín revisaba el marcapasos mayor que le había entregado el mago ritmosonante, un doctor del tempo construía la tabla de enrutamiento. Esa tabla, interpretada por quien oficiara de coordinador, permitía encaminar las comunicaciones dentro del tolkienring.

Entre otras cosas, la tabla indicaba el rol y la la filiación del emisario, y su ubicación dentro del tolkienring.

 

 Función / Pabellón  Ubicación en el tolkienring
 Coordinador / Domador de legos de Antioquia  Argentina
 Defensor 1 / Pulvicultor alejandrino  Egipto
 Defensor 2 / Pulvicultor alejandrino  Uruguay
 Delegado / Despejador londinense  Gran Bretaña
 Delegado / Doctor del espacio  Australia
 Delegado / Doctor del tempo  Brasil
 Delegado / Domador de legos de Antioquía  Turquía
 Delegado / Evereadista  Chile
 Delegado / Habílego catalán  España
 Delegado / Mago ritmosonante 1  China
 Delegado / Mago ritmosonante 2  India
 Delegado / Pulvialquimista florentino  Italia
 Delegado / TEGido  Katchatka

 

Terminada la tabla, Benjamín Johnson se ubicó en el centro de la olla y unió sus atetés a través de los legos frontales y traseros, formando un anillo. Los pabellones se ubicaron radialmente respecto de esa rotonda, usando los profusos legos ventrales de Benjamín. El domador aseguraba que los legos ventrales habían sido especialmente sintonizados para la ocasión.

El último en enlazar los legos fue el representante TEGido. Benjamín le solicitó permiso para comenzar.

Argentina ataca a Katchatka: Si estamos listos, publicaré la tabla. FinTurno.

De Katchatka a Argentina: Adelante. FinTurno.

El coordinador se dirigió a la asamblea.

Argentina dice: Usaremos el protocolo TEGido para comunicaciones punto a punto, y el protocolo simplificado para cuando el destinatario sea la asamblea. Como coordinador, mi ubicación está en la Argentina. Los domadores de Antioquía asumen la ubicación de Turquía. Como Triste y yo somos del pabellón convocante, se ha establecido que ambos podremos hablar por los domadores. Los pulvicultores alejandrinos están en Egipto y Uruguay. Son los defensores. Los TEGidos están en Katchatka. Los despejadores londinenses, en Gran Bretaña. Sigue.

El tolkien comenzó un nuevo giro, pero no alcanzó a dar la vuelta. El despejador tomo la palabra.

Gran Bretaña ataca a Argentina: Aburrido. ¿Podemos avanzar? FinTurno.

El coordinador lo ignoró.

Argentina dice: Los habílegos catalanes están en España. Los doctores del espacio, en Australia. Los doctores del tempo están en Brasil. Los pulvialquimistas florentinos están en Italia. Los evereadistas, en Chile. Y los magos ritmosonantes están en China e India. Dijo.

El tolkien llegó hasta el segmento convocante. Triste tomó la palabra.

Turquía dice: Todos conocen los hechos relativos a la escisión de Charles Johnson, la trampa Jensen y el troncal que vi en este nido. El otro vástago está allá afuera. Huyó. Tiene un ateté Jensen que lenta pero inexorablemente tomará el control. Los hemos visto operar en otros clanes. Somos vulnerables. Los domadores creemos que es necesario encontrar el vástago, extraerle la información útil y luego silenciarlo. Dijo.

El TEGido esperó a que Triste terminara y luego le envió un mensaje privado.

Katchatka ataca a Turquía: Creemos que capturar el vástago puede significar una ventaja estratégica con vistas a la asimilación de los Jensen. Es lo que dirán los pulvicultores en Egipto y Uruguay. Pero si huyera a territorio Jensen, no quedará más remedio que atacar ese nido. ¿Conoces la posición de los magos? FinTurno.

De Turquía a Katchatka: No creemos que la captura sea posible. Estamos de acuerdo con un posible ataque al nido Jensen. Por ahora, los magos están divididos. FinTurno.

De Katchatka a Turquía: No los subestimes. Los magos votarán por la captura, al igual que los pulvicultores. Hay tradición en eso, y la propia experiencia de Landrú influye más de lo que piensas. Dijo.

De Turquía a Katchatka: Entiendo, Landrú también estuvo con el enemigo y luego fue recuperado. Gracias por esa información. FinTurno.

Triste recordó las estrofas de la saga que relataban cómo había regresado Landrú al clan. Perdido en su alienación, Landrú se había topado con un TEGido gravemente dañado por el ataque de un cardumen de cumpas. Ese TEGido se llamaba Lucio Johnson. Landrú había arrastrado a Lucio por el Mar de Scholl hasta los límites del territorio del clan Johnson. Varias temporadas después, el mago admitiría no recordar el porqué de aquella acción. Sólo supo que eso era lo que tenía que hacer.

Fue sabio a pesar de lo que los Janki le habían hecho, pensó Triste.

Como Lucio estaba muy deteriorado, y casi sin energía, Landrú le había insuflado su propia energía y le había transferido su propia versión de la canción de Maguerra. Al llegar a los límites del clan, el mago lo había abandonado a orillas de un telégrafo fluvial y había huido. Ese acto había salvado a Lucio del Gran Silencio.

Varias temporadas después, Lucio se propuso recuperar al mago. Y lo logró. Entre ambos convencieron a TEGidos y magos de mudarse al Lejano Oriente, para desarrollar una vida al margen de la Canción.

Cuando le preguntaron a Lucio por qué quería irse con los magos, lo explicó oblicuamente, pero todos comprendieron y lo aceptaron.

—Es esta canción, que no me da paz —había admitido Lucio—. La canción de Landrú. La percibo profunda, palpitante, idéntica a sí misma en cada resurrección. Es importante.

El marcapasos del tolkienring despejaba el camino de antiguas memorias tribales. El recuerdo estremeció a Triste, aunque no fue capaz de entender el porqué. Era como si hubiera descubierto algo importante, pero no para él, sino para otro johnson o tal vez para alguien más.

Landrú salvó a Lucio, dijo.

En el tolkienring se produjo un silencio.

Turquía dice: Este mensaje no era para ustedes. Dijo.

Los defensores tomaron la palabra.

Egipto dice: No estamos de acuerdo en silenciar a nuestro familiar. Aún es Johnson. Además, tiene en su poder información vital para nuestra supervivencia y seguramente accederá a proporcionarla. Eventualmente se comunicará con nosotros y pedirá garantías para regresar. Proponemos dárselas. Dijo.

Gran Bretaña dice: Los despejadores creemos que es necesario acordar un plan para capturarlo, después decidiremos qué hacer con él. Dijo.

Los demás esperaron. Era prerrogativa de los defensores establecer la oposición.

Uruguay dice: Si no hay garantías, no cuenten con nosotros. Dijo.

Egipto dice: Si le damos la espalda al vástago de Charles, los Jensen entenderán que pueden dividirnos de esa forma. Será como animarlos a repetir la hazaña. Dijo.

Gran Bretaña dice: De todos modos pueden dividirnos. El veneno Jensen se difunde en nuestros canales de backup y en nuestros atetés. Es irreversible. Dijo.

Pedro Johnson, uno de los pulvicultores alejandrinos que esgrimían la oposición, apremió a Landrú por el canal privado.

Uruguay ataca a China: ¿No piensas argumentar? ¿No te pondrás de parte de los pulvicultores? ¿Acaso no te apoyamos en el pasado, cuándo caíste en legos de los Janki? FinTurno.

Landrú sopesó la provocación y esperó a que el tolkien llegara a su posición.

China dice: Los magos estamos de acuerdo en que el vástago de Charles debe ser capturado. No creemos que deba ser silenciado, aunque probablemente tengamos que someterlo a alguna acción disociativa para ahogar el veneno Jensen. Mientras antes lo encontremos, mejor para él. Sigue.

El tolkien dio una vuelta completa y regresó al mago.

China dice: El problema es ubicarlo. El Mar de Scholl es extenso y profundo. Dijo.

Egipto y Uruguay insistieron con el pedido de garantías. Los pulvicultores se encontraban unidos a través de los legos traseros para acelerar las consultas reservadas del pabellón. Los magos también quemaban sus legos traseros en intercambios rítmicos y urgentes. Había matices en los que no lograban concordar.

India ataca a China por el Atlántico: ¿Qué pretendes, Landrú? El veneno Jensen no es sólo una disociación. La huida lo demuestra fehacientemente. El vástago abandonó su pabellón y el clan antes de la madurez. El sentido de ese acto es claro. FinTurno.

De China a India: Todo eso está muy nítido en mi sondeo, pero los pulvicultores tienen razón: está en juego la unión de los pabellones. FinTurno.

De India a China: ¿Crees que los pulvicultores abandonarán el clan? FinTurno.

De China a India: Estoy seguro. FinTurno.

De India a China: ¿Qué propones? FinTurno.

De China a India: Apoyar a los pulvicultores en esta cuestión intrascendente. Cuando llegue el momento, tendremos que tratar cuestiones más importantes y buscaremos el apoyo de ellos. FinTurno.

De India a China: ¿Intrascendente? FinTurno.

De China a India: ¿Qué importancia tiene que capturemos o no al vástago? Maguerra está decayendo, y nosotros vamos hacia la misma decadencia. Si los Janki podían vivir sin la Canción, ¿qué nos hace pensar que los Jensen no puedan? ¿A cuántos Janki asimilaron antes de inseminar a Charles? FinTurno.

De India a China: No es un problema inmediato. Estas flipando. FinTurno.

De China a India: Los campos vectoriales de los Jensen tampoco eran problema, hasta que los fueron. Abandonemos el ritmo. Si no lo hacemos, moriremos. FinTurno.

De India a China: ¿Morir? FinTurno.

De China a India: Es un concepto que usan los antisincrónicos, mejor que te vayas habituando. FinTurno.

Katchatka dice: Los TEGidos creemos que el vástago huyó a los macizos. Hubo una brecha por la cual pudo haber pasado sin que lo advirtiéramos. Dijo.

Gran Bretaña dice: Los despejadores tenemos una pregunta. ¿Qué estaba haciendo Charles Johnson, progenitor del vástago, en el campo minado? Hemos explorado y cartografiado esa zona muchas veces y no hay nada que un pulvicultor pudiera hacer en ese territorio. Dijo.

Egipto dice: Nos habían informado de un yacimiento espongiario. Enviamos a Charles para que hiciera una prospección. No sabíamos que fuera territorio peligroso. Con ese cultivo hay buenas perspectivas de trasvasamiento. Dijo.

El habílego catalán se apoderó del tolkien.

España dice: ¿Quién informó a los pulvicultores? Dijo.

Egipto dice: El Consejo TEGido, claro. Dijo.

En el hotel nada es lo que parece, pensó Triste.

Era un pensamiento extraño. Buscó en su memoria y no pudo resolver el significado del concepto hotel. Estaba más allá de sus recuerdos. Pero el significado de la advertencia era nítido.

Turquía dice: Hay verdades detrás de los silencios. Dijo.

Benjamín Johnson acusó la revelación de su compañero de pabellón y, durante un maguerra-uh, perdió el control de la asamblea.

La desconfianza levantaba efervescencia. Se manifestaba como un silencio disruptivo, que por momentos ahogaba la canción menor del marcapasos. No estaba en el ruido de fondo, sino en las omisiones, en los traspiés del tolkienring.

Benjamín envió un segundo tolkien para reactivar el diálogo.

Argentina dice: Me gustaría escuchar a los TEGidos.

 

 

 

8. Agonía

 

Hace cinco años que las celdas viejas y descascaradas de la cárcel penitenciaria de barrio San Martín albergan una iglesia nueva, nacida entre las necesidades del encierro y el ruido herrumbroso de las rejas.

Los Guerreros de Jesucristo, nombre que reflejó la beligerancia religiosa de los primeros fieles, tienen fecha oficial de nacimiento el 17 de enero de 1997, años después de que el ahora pastor general Julio César Astrada descubriera «el amor de Dios» que
lo hizo desistir de un intento de fuga que estaba preparando junto a otros.

[…]

Astrada y su primer grupo de seguidores se independizaron de referentes religiosos externos. No dejaron de leer La Bibliani de manifestarse evangelistas, pero comenzaron a darse sus propias reglas. Se autoprohibieron el alcohol, las drogas y los psicofármacos que se comercializaban clandestinamente en la cárcel. También se autoprohibieron el tabaco, la pornografía, las peleas y la tenencia de las púas que antes fabricaban y escondían para atacar o defenderse, según las necesidades del momento.

—«Los guerreros de Cristo», La Voz del Interior, Córdoba, 20 de enero de 2002

 

—Está delirando otra vez —dijo Becé—. Dice que hay una asamblea más allá de las estrellas. Dice que nosotros somos un tolkienring. Está mezclando todo.

—¿Cuánto hace que está así? —preguntó Benjamín Cisco.

—Menos de un mes, más de una semana. Todavía no le dije…

—No tiene sentido decirle nada. —El negro apretó los labios y tomo aire. Sus fosas nasales se ensancharon. No le quitaba a Lucio los ojos de encima—. No te va a entender. Habría que consultar a Tiresias. Es el oráculo.

Favaloro entró en la enfermería. Había oído el último comentario. Se deslizó rápidamente entre ambas hileras de camas, hasta llegar a la penúltima de la derecha, donde agonizaba Lucio.

Abrió el maletín. Extrajo el escáner y la chaqueta médica.

—Pobre Tiresias, no quiero quemarle aún más el cerebro —dijo mientras se calzaba la chaqueta y los pantalones—. Además, cada vez que lo consultan dice menos. Al menos sabemos que fueron los contis. Scania los vio.

—¿Cómo fue? —preguntó Benjamín.

Favaloro metió dos dedos en el bolsillo de la chaqueta y sacó un papel doblado en cuatro. Los otros se sobresaltaron: no les permitían escribir, ni siquiera recetas.

El papel estaba en blanco.

—Lo escribió Tiresias, para los porteros.

Los otros entendieron. Becé tomó la hoja y la inclinó hasta encontrar la posición en que la luz permitiera descifrar el bajorrelieve de las letras.

—¿No se dieron cuenta? —preguntó.

—Siempre algo se les escapa. Dejaron el anotador por un segundo y Tiresias arrancó la hoja. Igual, dice que no recordaba demasiado. Sólo los nombres de Jorge y Donald, y poco más.

—Sí, acá están —dijo Becé, mientras escrutaba las cicatrices del papel—. Y hay otros.

Benjamín le pidió la hoja y él también leyó el vacío. Sonrió. Todo lo que hacían los porteros era así: les habían borrado la memoria, pero quedaban las cicatrices para empezar de nuevo. Siempre se les escapaba algo.

—Estaba Fleming —susurró Favaloro—. Es un hijo de puta. Les da la droga. Los porteros ya lo saben y no hacen nada.

—Fleming va camino a la canonización, creo —dijo Becé.

—Sí —dijo Favaloro. Se había sentado en la cama y le estaba abriendo la camisa a Lucio—. Está maduro. Y con el favor que les hizo a los contis, seguro que lo reciclan. Como hicieron con Da Vinci, el cocinero.

—Da Vinci murió —dijo Benjamín de mala gana, devolviéndole la hoja a Becé—. No insistas con eso de que lo transformaron en portero. Nos habríamos dado cuenta.

—¿Y Garraham? —desafió Favaloro.

—También murió. Fue culpa de Tiresias —respondió Benjamín.

—Tiresias no tiene control sobre lo que dice cuando le preguntan.

—A ver si lo entienden, muchachos —intervino Becé—, Fleming es colaboracionista… ¡Si hasta habla fluidamente el idioma de ellos!

—¿De quiénes? —preguntó Favaloro—. Los porteros hablan como nosotros. Algunos tienen acento, pero es nuestro idioma.

—Hablo de los Janki —explicó Becé—. Los porteros son traidores, son cipayos de los Janki. Como Fleming.

—¿De qué hablás? —rezongó el médico, mientras pasaba su escáner sobre el pecho de Lucio, todavía inconsciente.

El negro se arrodilló al borde de la cama de Lucio. Habló en voz baja.

—Yo no maté a nadie. Becé no estafó a nadie. Y lo tuyo, Favaloro, no fue mala praxis ni nada que se le parezca. Los Janki nos capturaron y nos disociaron la memoria. Es como con los johnsons, ¿entendés?

—No, no entiendo —dijo secamente Favaloro—. Ese cuento de ciencia-ficción los está trastornando. Va a ser mejor que suspendamos el Club por un tiempo.

Benjamín se levantó, conteniendo un exabrupto. No podía gritar, no podía gesticular sin llamar la atención. Caminó hasta la entrada de la enfermería, oteó aquel horizonte de caja de zapatos, al fondo del pabellón tres, y regresó.

—Ni se te ocurra —dijo.

—Borges desapareció, Lucio está enfermo e inconsciente, Tiresias está exhausto, vos y Becé están mezclando la ficción de Maguerra con la vida real. ¿No tengo motivos?

Becé apoyó la mano derecha sobre el pecho de Lucio para evitar que Favaloro usara el escáner.

—Maguerra es real, hermano. Los johnsons están allá afuera, con sus tolkienrings y sus evereadys y sus spicas, y nos quieren decir algo. Algo importante.

—Está decidido, muchachos. Me abro. Esto es insano. Y es peligroso.

Becé 548 miró con pena a Benjamín Cisco.

—Quedamos Triste Miliki, Kepler, vos y yo. Habrá que ver con los tres nuevos…

Hubo un largo silencio.

—¿Le dijeron a Lucio? —preguntó Favaloro en tono perentorio.

—No tiene idea —respondió Becé—. Las pocas veces que despertó fue para tomar algo y hablar del gato y de los tolkienrings. Dice que el hoteles un tolkienring.

—¡Mierda! Otro que mezcla todo…

Becé ignoró el comentario.

—No sabe nada de los contis, ni de Borges, ni de Bosco, ni de Fleming…

—No sabe nada —confirmó el negro.

Pero Lucio sabía más de lo que ellos imaginaban.

 

 

Lucio soñaba con 563, pero cuando sintió el pinchazo decidió que no era un sueño y abrió los ojos. El loco acababa de inyectarlo.

La alarma se abrió paso en su cerebro, como quien corre a través de un salón concurrido: a gritos y codazos. Sintió un calor que subía desde las nalgas hasta el pecho. Se despabiló al instante, mágicamente. Se quitó la mascarilla de oxígeno.

Al ver que se incorporaba, el loco sonrió.

Los demás pacientes de la enfermería dormían plácidamente. Todavía era de noche en el martillo del pabellón tres, pero las ventanas estaban cerradas y cubiertas con un denso cortinado. La única luz tenue venía del pabellón, que también estaba en silencio.

—Uno de los recuerdos más inolvidables que conservo de Héctor se refiere a la Nochebuena del 77 —dijo el loco. Lucio sabía que estaba recitando—. Los guardianes nos dieron permiso para sacarnos las capuchas y para fumar un cigarrillo. También nos permitieron hablar entre nosotros cinco minutos. Entonces Héctor dijo que por ser el más viejo de todos los presos, quería saludar uno por uno a todos los presos que estábamos allí. Nunca olvidaré aquel último apretón de manos.

—¿Qué pasa? ¿Qué me inyectaste? —preguntó Lucio en voz baja.

—Su estado era terrible —recalcó el loco—. Permanecimos juntos mucho tiempo.

Evidentemente, le había inyectado algún corticoide fuerte. ¿Decadrón?

El loco le ayudó a levantarse y le tiró una muda de ropa.

—¿De dónde sacaste todo esto? —preguntó Lucio, calzándose las botas—. No me digas que amasijaste a un portero…

—Ignoro cuál pudo haber sido su suerte —recitó mientras ayudaba a Lucio a ponerse una chaqueta de portero—. Yo fui liberado en enero de 1978. Él permanecía en aquel lugar. Nunca más supe de él.

—¿Quién? ¿Quién estaba en ese lugar?

—Su estado físico era muy, muy penoso.

—¿Quién es Héctor?

—Héctor dijo que por ser el más viejo de todos los presos…

—¿Borges? ¿Cervantes?

563 lo ayudó a ponerse de pie. Los demás roncaban.

Lucio sintió que la habitación se desplazaba hacia la derecha, pero Landrú lo sostuvo con firmeza mientras duraba el mareo.

—Su estado físico era muy, muy penoso —repitió.

Lucio ensayó el primer paso. Las piernas flipaban a Oblivion.

—No puedo —dijo—. Dejáme en paz, Landrú. Estoy enfermo.

El loco se sobresaltó.

—Landrú cayó en Maguerra —recitó sin cantar—, qué dolor, qué dolor, qué pena.

Vossos Landrú —dijo Lucio—. Ahora te llamás Landrú.

—Todos tenemos que encontrar nuestro gato —dijo Landrú.

Al oír aquellas palabras, Lucio se dejó llevar.

A los pocos metros estuvieron a punto de tropezar. A Lucio le resultaba difícil coordinar el avance.

El loco cantó.

Maguerra-uh. Maguerra-uh…

El cuerpo de Lucio recordó y caminó al ritmo del mantra. Con cada paso, su rostro acusaba la ausencia del viento helado, los pies alucinaban un piso de hierba y pedregullo, la nariz extrañaba los aromas del bosque de lengas y ñires… Aquella canción menor servía como santoyseña a memorias arcanas. La cadencia de 563 tenía antecedentes que Lucio no podía identificar, pero su cuerpo sí.

Llegaron a la puerta de la enfermería, pero no la que daba al pabellón, sino una trasera: la salida codificada de seguridad.

Sin dejar de cantar, Landrú sacó del bolsillo de su chaqueta un objeto largo y fino. Al principio Lucio creyó que era una zanahoria pequeña, pero luego comprendió que era un dedo. Un dedo momificado por el frío seco del exterior. El loco extrajo una llave de otro bolsillo y abrió un panel escondido detrás de los azulejos de la pared, a medio metro de la puerta. Se metió el dedo en la boca durante un instante, y luego lo apoyó en el panel, todavía chorreando saliva. La puerta se abrió con un blip.

Abandonaron la sala cuidando de no golpear la puerta y se internaron en la bruma nocturna. El frío del exterior le cortó la respiración. Se subió la solapa.

Maguerra-uh. Maguerra-uh —cantó el loco.

—¿Dónde vamos?

Maguerra-uh. Maguerra-uh…

Al principio, Lucio creyó que irían al invernadero, pero luego divisó el agujero e intentó regresar. Landrú lo retuvo.

—Su estado físico era muy, muy penoso —dijo.

Lucio cerró los ojos tratando de entender, o tal vez buscando una razón para seguir adelante. Antes de que se diera cuenta, estaba caminando nuevamente al ritmo del mantra.

El loco no dudaba, sabía exactamente adónde ir.

Llegaron a la puerta del agujero. Pitágoras los estaba esperando.

—Bienvenido, doctor. Los portales le sean propicios —saludó Pitágoras.

—Calláte, viejo. No hagás ruido.

Maguerra-uh. Maguerra-uh…

Lucio buscó las palabras, le costaba pensar.

—¿Dónde vamos?

Pitágoras se ubicó en el flanco opuesto al del loco.

—¿Dónde cree? Al agujero, claro. Por fin asistirá al tolkienring.

—No entiendo.

—Los portales, doctor —insistió Pitágoras—. ¿Ya lo olvidó? Cada pabellón está situado en un portal diferente. Algunos apuntan a Alejandría, otros a Antioquía. Algunos dan al Lejano Oriente… El agujero conduce al nido. Ellos están reunidos ahora. Discutiendo, jugando a la estrategia bélica. Los TEGidos acaban de ser expulsados de la asamblea.

—¿Atacarán a los Jensen?

—Parece lo más lógico, dadas las circunstancias.

—Pero Segundo Jotajota está muerto —dijo Lucio—. ¿Cómo puede ser una amenaza?

—Ellos no lo saben —replicó Pitágoras—. No pueden defenderse de algo que no pueden percibir. Son más vulnerables que cuando estaba vivo.

—Demasiado «humano» para mi gusto —reprochó Lucio—. Si tienen tanta memoria, tendrían que actuar más sabiamente.

El loco lo condujo a lo largo de un pasillo desbastado en la roca. Había puertas a cada costado. Lucio reconoció la celda donde había estado en compañía de Pitágoras y Milstein.

Dejaron las puertas atrás y se internaron en otro pasillo más estrecho que terminaba en una escalera. En las paredes, a poco más de dos metros del piso, habían instalado tubos fluorescentes que acompañaban el descenso. Lucio estiró la mano y tocó el cable, adosado prolijamente a la pared mediante unas pequeñas grampas plásticas.

Becé estuvo aquí, pensó.

—Baje con cuidado, doctor —advirtió Pitágoras—. Estos peldaños son muy antiguos. Por más que la roca resista estoicamente, el tiempo siempre termina erosionándola.

La escalera desembocaba en una suerte de bodega oscura, húmeda, y saturada de tufos ácidos. Se internaron en el laberinto de barricas y estantes.

Pitágoras ató una tanza en un extremo del estante y le dio el carretel a Lucio.

—No me permiten entrar a la asamblea, por lo tanto deberá seguir sin mí. Landrú lo guiará.

Lucio saludó al viejo y se dejó llevar.

Maguerra-uh. Maguerra-uh…

El laberinto estaba iluminado por tramos. Algunos tubos habían dejado de funcionar y no los habían reemplazado. Había telarañas por todas partes.

A medida que avanzaba entre los estantes y las barricas, Lucio reparó en el piso de piedra pulida, el olor a vinagre, la humedad sofocante.

Comenzó a toser.

Un maullido lo devolvió a la realidad: el gato de Landrú guiaba una vez más.

Maguerra-uh. Maguerra-uh…

Torcieron por un codo y llegaron a un callejón sin salida.

El loco se agachó y levantó una compuerta enrejada. El gato se asomó al pozo y saltó: no eran más de dos metros de caída. Lucio y el loco bajaron por una escalera de metal.

Ahora la oscuridad era casi absoluta. El loco sacó un par de anteojos. Aparentemente los anteojos, las llaves e incluso el dedo formaban parte de la dotación habitual de los porteros, y el loco los había obtenido junto con el uniforme.

Lucio buscó en los bolsillos y encontró otro par de anteojos. Se los puso.

El teleprompter comenzó a titilar.

 

VoiceLog ID:

 

Lucio le cantó a su solapa, como había visto que hacían los porteros.

Partió de Buenos Aires, qué dolor qué dolor qué pena.

La pantalla titiló.

 

VoiceLog ID recognition failed. Try again.

VoiceLog ID:

 

El loco levantó la solapa y habló en inglés, usando algunas palabras que Lucio le había oído decir a Fleming.

Lucio las repitió lo mejor que pudo.

 

VoiceLog ID recognition failed. Try again.

VoiceLog ID:

 

—No funciona.

El loco se sacó la chaqueta y se la ofreció. Lucio entendió que quería intercambiarla.

La chaqueta del loco olía a mil demonios. Hicieron lo mismo con los anteojos, y entonces Lucio vio.

Landrú avanzó por un corredor. Se movía en la oscuridad sin necesidad de ver qué tenía enfrente. Cada tres o cuatro pasos se detenía y entonaba el mantra en una octava diferente. Le daba voz al abismo, y el abismo le decía por dónde ir.

Pasaron delante de varias cavidades, hasta llegar a una suerte de gran caño de cemento que olía peor que la chaqueta de 563. Entraron chapoteando en un barro resbaladizo y maloliente. Las cucarachas trapaban por las paredes.

Lucio podía ver en la oscuridad. De no ser por aquella expansión de sus sentidos, habría rehusado navegar por un territorio tan inaccesible.

Hicieron seis u ocho metros y atravesaron otra abertura en la pared de la izquierda.

De pronto, Lucio se dio cuenta de que había perdido el carretel. Quiso regresar para recogerlo, pero el loco lo detuvo.

—Perdí el carretel de Pitágoras —explicó Lucio, intentando zafarse.

El loco se llevó el índice a los labios.

—No hay ningún carretel —dijo. Lucio se quedó de una pieza.

563 arrastró a Lucio a través de los túneles, pasando por alto unos y doblando en otros. Poco a poco, el ambiente se fue templando. Lucio comenzó a transpirar.

Ahora iban en franco ascenso y ya no chapoteaban.

—No doy más.

—Ahí —insitó el loco, pero al parecer todavía faltaba un centenar de metros para llegar.

Entraron en una estancia diminuta, no más grande que un armario. El loco alzó los brazos y, con notable agilidad, trepó al techo de la estancia a través de un agujero. A pesar de que Lucio casi tocaba el techo con la cabeza, necesitó la ayuda de 563 para subir.

Landrú lo situó frente a una abertura rectangular en la pared. Era estrecha y estaba clausurada con un tejido de alambre. A través de esa abertura se podía ver una habitación iluminada. Aparentemente, el loco había desmontado un caño de la calefacción, dejando esa ventana libre. La posición relativa del hueco permitía dominar toda la habitación.

Por la apariencia de las paredes, Lucio supo que estaban dentro del hotel.

Oyó la voz de Fleming.

—A ver si esta vez funciona. —Carraspeó—. Oremos: Señor, te rogamos que, por intermedio de este siervo tuyo, nos reveles la verdad.

No sonaba natural. Por la cadencia de la voz y sobre todo por los silencios, Lucio se dio cuenta de que estaba leyendo.

La asamblea respondió Amén.

Otro dijo:

Que en el azar del bolillero encontremos la clave de nuestro pasado.

Amén.

Un tercero recitó:

Que el oráculo nos sea propicio esta noche para que nosotros, tus humildes servidores, encontremos lo que tanto hemos buscado.

Amén.

En la habitación había una mesa metálica que oficiaba de altar. Fleming leía un papel detrás de esa mesa, rodeado por dos que Lucio no conocía.

Tiresias estaba atado al altar.

El cocinero estaba amordazado y se movía espasmódicamente, intentando romper los cepos de cuero y metal. Lucio se adelantó para ayudarlo, pero la abertura era muy pequeña. No podía pasar.

Meditó un instante sobre la posibilidad de correr hacia aquella habitación, pero no sabía en qué parte del hotelestaba. Tampoco sabía si lo dejarían llegar.

Además, se sentía muy cansado.

A un costado del altar, se veían varios percheros con sachets plásticos. De una de esas bolsas partía una sonda que se insertaba en el brazo amoratado de Tiresias.

Además de Fleming, Tiresias y los dos huéspedes, había una docena de contis en distintos puntos de la habitación. Entre ellos, Charles Atlas: un conti fornido, de abundante bigote y barba oscura muy bien cuidados.

Landrú tocó el hombro de Lucio.

—Él permanecía en aquel lugar —recitó en voz baja—. Nunca más supe de él.

—¿Cuánto hace que están así? —dijo Lucio señalando la habitación.

El loco se sacó las botas y flexionó los dedos de los pies y las manos: varias horas.

Tiresias gritó por debajo de la mordaza. Las venas del cuello y las sienes parecían a punto de reventar.

Mecánicamente, Fleming tomó una jeringa y extrajo líquido de una botellita con etiqueta verde. Lucio reconoció el tiopental sódico. Morfeo Espéculo, el anestesista, lo usaba durante las cirugías mayores. Lucio conocía los efectos de la droga, y ahora empezaba a sospechar en qué consistía aquel oráculo.

El tiopental sódico estaba en un armario, bajo llave. Fleming era el único que tenía esa llave. El tiopental era un factor de poder para Fleming.

En otra mesa, Charles Atlas hacía girar un bolillero.

La bolilla cayó.

—Cincuenta y cinco —dijo el conti.

—Muy bien —asintió Fleming—. Oráculo, el número es cincuenta y cinco.

Todos corearon:Cincuenta y cinco. Cincuenta y cinco. Cincuenta y cinco…

Los músculos de Tiresias se fueron aflojando y ya no se resistió. Fleming le retiró la mordaza y levantó las manos para que hicieran silencio.

Tiresias comenzó a balbucear.

—Por Don Bosco, Monseñor Bufano, doctor Illia, Pichincha, general Villegas, general Ocampo…

Atlas y otro conti desataron a Tiresias y le dieron un par de bofetadas para que no se durmiera. El oráculo repitió los nombres y agregó otros.

—Hipólito Yrigoyen, Almafuerte, Brigadier Juan Manuel de Rosas, cruce general Paz, Juan Bautista Alberdi, José León…

—Cincuenta y cinco —repitió Atlas, mientras sostenía la cabeza del cocinero—. Escucháme bien, bombón, cincuenta y cinco.

—José Enrique Rodó, Murguiondo, Directorio, José Martí, Rivadavia, Del Barco Centenera, Guayaquil, José María Moreno, Acoyte, Díaz Vélez, Leopoldo Marechal, Patricias Argentinas, Bravard, Warnes, Murillo, Serrano, Jorge Luis Borges, Calzada Circular, Santa Fe, Luis María Campos, Virrey del Pino, Virrey Vértiz, Echeverría.

Se hizo un silencio. Fleming ayudó a acomodar a Tiresias en el altar y le retiró las sondas. No parecía el Fleming que Lucio conocía, se lo veía más vulnerable, inseguro.

—¿Qué tenemos? —preguntó Charles Atlas a los dos que estaban con Fleming.

Los huéspedes intercambiaron algunas palabras y dieron su veredicto.

—Donald Bosco y Borges, el bibliotecario. Parece que la idea fue de Bosco. Creemos que con «Calzada Circular» se refiere a la rotonda. Tal vez escondieron la cápsula en algún lugar de la rotonda.

—Sea —dijo Fleming—, ya hice mi parte.

—Gracias, tordo —dijo Atlas. Recogió un libro que había junto al bolillero. Estaba encuadernado en cuero y era bastante grueso—. Acá están todas las respuestas. Te lo ganaste.

El doctor se abrió paso entre los contis, mitad sumiso, mitad furioso. No levantó la mirada hasta que tuvo el libro en sus manos. Respiró con alivio y besó la estilizada cruz que había en la cubierta del volumen. Estaba formada por cuatro círculos dorados. Debajo podía verse lo que parecía un cáliz.

Un libro sagrado.

De pronto, Lucio lo supo: Fleming era sacerdote. Sabía de medicina, tal vez había trabajado en alguna sala de primeros auxilios parroquial, o como misionero. O se había hecho sacerdote después de ejercer como médico.

A una señal de Atlas, un conti se dirigió a la puerta y la abrió. Tres porteros ingresaron en la habitación y tomaron a Fleming por los brazos.

—Lástima que te dure tan poco, viejo —dijo Atlas.

El libro cayó al piso y Lucio pudo leer «Vademécum» en la cubierta.

—¿Qué me hacen? —gritó Fleming.

—Andá conociendo a tus nuevos compañeros de trabajo —explicó Atlas, recogiendo el vademécum y pasándoselo a otro conti—. Feliz canonización.

Los porteros retiraron a Fleming, que se debatía inútilmente.

Atlas se dirigió a los que habían dado el veredicto.

—Lleven a Tiresias a su habitación. Tápenlo bien que hace frío.

Luego les habló a los otros.

—Busquen al viejo y a Donald Bosco y tráiganlos. Vivos, en lo posible.

De este lado de la reja, Lucio se volvió hacia Landrú.

—Vamos.

El loco lo guió de regreso por las cloacas vacías y el laberinto de toneles y estanterías.

La tos de Lucio había regresado. A cada paso, el agotamiento amenazaba con derribarlo.

Landrú le mostró una segunda hipodérmica, pero Lucio la rechazó.

—Lleváme a la cama.

Salieron del agujero sin novedad. Todavía era de noche, pero el viento había levantado la bruma. Hacía más frío que antes.

Maguerra-uh. Maguerra-uh…

Estaban a unos cincuenta metros de la entrada de seguridad cuando oyeron voces frente a ellos. El loco lo arrastró al agujero y esperó.

Dejó de cantar.

Lucio se desplomó. Su cerebro flipó a Oblivion.

 

 

Cuando despertó, estaba otra vez en la cama. El loco le había sacado el uniforme y lo había tapado. Oyó voces. Buscó la bata, que estaba caída al costado de la cama, y la escondió bajo las sábanas: no tenía fuerzas para ponérsela. Se calzó la máscara de oxígeno.

Las voces se acercaban. Una de ellas era Becé.

Por un instante perdió la conciencia y, cuando la recuperó, advirtió que Becé hablaba con Benjamín Cisco.

—Está delirando otra vez —dijo el tequi.

Es la droga que me inyectó Fleming, pensó Lucio. Estoy hablando dormido. Pero no puede ser: el tiopental se lo dieron a Tiresias.

—Dice que hay una asamblea más allá de las estrellas. Dice que nosotros somos un tolkienring. Está mezclando todo.

Hubo una asamblea, claro. Yo estuve ahí. Tiresias estuvo…

—¿Cuánto hace que está así? —preguntó Benjamín Cisco.

Varios pedígitus.

—Menos de un mes, más de una semana.

¿Tanto?

—Todavía no le dije…

No hace falta, pensó Lucio. Y volvió a flipar.

 

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