Revista Axxón » «La verdadera y muy edificante historia de los xeiniformes (o de por qué en el universo no hay estrellas verdes)», Pedro Pablo Enguita Sarvisé - página principal

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Hace mucho tiempo, tanto que el Big Bang aparecía sólo en los relatos de ciencia-ficción, existió la que fue la civilización más importante de la historia del Universo. Por supuesto, nos estamos refiriendo a los xeiniformes.

Bueno, a decir verdad los pulpútridos de Savarage Bis nunca han aceptado el veredicto y se autoproclaman «civilización más importante del Universo». Sin embargo, debido a que la única baza con la que cuentan es la posesión de un islote seco y rocoso, la reivindicación de los pulpútridos goza de escasa aceptación.

En cambio, los xeiniformes tenían muchos motivos para que les consideraran la civilización más importante del Cosmos. Para empezar, eran unas entidades de tamaño adecuado, ni muy grandes ni muy pequeñas. Vivían encima, debajo, en el centro y a los lados del Universo y, puestos a concretar, por todas partes. Tenían todo cuanto una cultura desarrollada podía desear pues disfrutaban de noches frías, de inductores endoplasmáticos y poseían el don de la inmortalidad, aunque este último lo usaban sólo en las ocasiones especiales.

Pero lo que realmente hacía que los xeiniformes descollaran entre la mediocridad del resto de civilizaciones era su trabajo, pues eran reputadísimos pintores de estrellas verdes, producto del que siempre había preocupante escasez. En su mostrador de pedidos nunca faltaban emperadores, sanguinarios dictadores y vizcondes, todos dispuestos a aflojar una indecente cantidad de dinero por la distinción que otorgaba tener una estrella verde.

Los orígenes de los xeiniformes se perdían en la oscuridad de los tiempos. Hasta tal punto era antigua su raza que muchos les pedían que aclararan cuál era su grado de implicación en la creación del Universo. Algunos decían que eran incluso más antiguos que el Universo, cosa evidentemente absurda porque en aquella época no existían las estrellas verdes. Los xeiniformes no contestaron nunca las preguntas sobre sus orígenes, no por mala educación, sino porque reservaban sus libros de historia sólo para las cosas realmente importantes.

Ilustración: Axxón

Todo iba bien hasta que, un día, alguien fue a verles. Los xeiniformes no solían recibir muchas visitas, fundamentalmente porque pocos querían oírles hablar durante horas enteras sobre el pintado de estrellas de color verde. Pero aquella entidad sí que quería entrevistarse con ellos y, para que su llegada fuera apoteósica, se hizo anunciar con el estallido de varias supernovas. Ya que el visitante se había tomado tantas molestias, los xeiniformes abandonaron sus talleres y fueron a ver qué sucedía.

Allí le encontraron. Para no perdernos en descripciones superfluas diremos lo básico: era feo, muy feo, tan feo que resultaba difícil de ver. Si queremos concretar basta decir que era más feo que un gusano de las marismas, hasta tal punto que la luz lo esquivaba para no entrar en contacto con él. Apoyaba un brazo en los anillos de un planeta mientras hacía repiquetear sus dedos con impaciencia contra un desafortunado cometa, de sus ojos nucleares salían chispas y tenía un campo magnético verdaderamente maligno.

—Tengo entendido que os consideran la civilización más importante del Universo. He venido para que reconozcáis que soy yo la entidad más importante —espetó altaneramente con voz metálica.

—Eso no es ningún problema —contestaron los xeiniformes—. Puedes quedarte con el título porque a nosotros no nos interesa.

Y, dicho esto, se dieron media vuelta y volvieron a sus talleres de pintado de estrellas verdes.

La entidad no se tomó a bien la respuesta y, creyendo que los xeiniformes le estaban ninguneando, volvió a llamarles mientras hacía estallar otras tantas supernovas.

—Exijo que quede clara una cosa: yo soy el ser más importante del Universo.

Los xeiniformes se miraron entre sí extrañados y, tras revisar sus libros de contabilidad, emitieron su veredicto.

—Si eres tan importante querrás tener una estrella de color verde —sugirieron.

La entidad se enfadó aún más y, haciendo un beligerante uso de su fuego nuclear, achicharró a cuantos xeiniformes se encontraban delante. Pero no se detuvo ahí, siguió con su flamígero plan carbonizando todo lo que se le puso al alcance. ¡Venga a achicharrar! Planetas, estrellas e incluso el vacío del espacio, que nunca le parecía suficientemente achicharrado. Ante tanto ensañamiento hasta su maligno campo magnético se asustó un poco.

Y, hecho esto, se marchó por donde había venido, no sin antes avisar que habría más represalias si los xeiniformes no reconocían su preeminente posición.

Los xeiniformes nunca habían tenido un enemigo, así que recurrieron a la ayuda profesional. La encontraron en un inventor nómada que vivía en su carromato de motor iónico. El inventor, cuyo rizado bigote alcanzaba dimensiones faraónicas, era todo un genio. Contaba en su haber la invención del cuchillo sin filo, los residuos radiactivos y la anestesia sin dolor. También había inventado la rueda, aunque el mercado —decía amargado— no estaba todavía preparado para un producto tan innovador. Tras una cháchara de varias horas, les ofreció un invento digno de una raza tan insigne como la suya: el Extensor Polivalente de Alcance Agresor.

—Parece un palo —recusaron los xeiniformes.

Indignado, el inventor se subió a su carromato iónico y los xeiniformes tuvieron que recurrir a todo su poder de persuasión (y buena parte de sus pastitas de té) para conseguir que se quedara. Finalmente, el inventor se ofreció a realizar una demostración en las afueras de su planeta, a medio camino de una luna que siempre salía con retraso. Atizó con su palo la luz que venía del sol, pero no logró efectos espectaculares. A pesar de eso los xeiniformes decidieron comprar el artilugio, pues era mejor que nada. Lo que no tenían claro era si debían comprar uno o dos millones de unidades, lo que produjo que el bigote del inventor se estirara de repente. Por cierto, preguntaron, ¿no lo tendría de color verde?

Y entonces, cuando el avispado vendedor esperaba ya recoger en forma monetaria los frutos de su esfuerzo, reapareció la entidad y lanzó una andanada de bombas nucleares, de cabeza múltiple y accionadas por un sofisticado mecanismo de cuerda. Una de las explosiones alcanzó de lleno al inventor y este, pese a un uso entusiasta del palo, acabó igual de incinerado que todo lo demás.

La entidad siguió adelante y mató a todos los xeiniformes que vivían en un planeta de tamaño respetable. Aumentó sus amenazas, exhibió todo su arsenal de insultos y, finalmente, volvió a irse.

Los xeiniformes, necesitando con premura un remedio, pusieron un anuncio en el periódico de la galaxia local, en la sección de ofertas de empleo.

Una raza de asesinos contestó su oferta. Vivían en un cúmulo de estrellas chiquitito pero muy bien amueblado. Eran unos auténticos profesionales: en todos los milenios que llevaban prestando sus servicios ningún asesinado se había quejado y, por si no fuera suficiente, ofrecían garantía de dos años.

—¡Garantía! —exclamaron los xeiniformes.

—Algunos asesinados no respetan el contrato y resucitan —explicaron de forma muy eficiente los asesinos.

Y, dicho esto, se pusieron manos a la obra. Dieron a elegir a los xeiniformes entre varias formas de asesinato, todas ellas estupendas, y marcharon con ánimo resuelto a acabar con la entidad.

Las cosas tampoco les salieron bien a los asesinos. Los xeiniformes sospecharon que la situación se estaba torciendo cuando los cañonazos de neutrones no hicieron mella en la entidad. Las suspicacias se volvieron más firmes cuando los asesinos salieron huyendo mientras la entidad lanzaba una andanada tras otra de rayos láser. Sus recelos se vieron confirmados cuando comprobaron que los asesinos no se detenían a recoger el cheque de sus honorarios a pesar de que tenía bastantes ceros e incluso un par de infinitos, que siempre quedan muy bonitos en un cheque. En su lugar, los asesinos siguieron huyendo, violando todas las leyes de tráfico espacial conocidas y varias leyes de física relativista que no lo eran tanto.

La entidad, más enfadada aún si cabe, se puso a destruir los talleres de estrellas verdes de los xeiniformes. Andamios, paletas, y botes de pintura quedaron desparramados por el espacio y el estropicio fue tan mayúsculo que varios agujeros negros se embozaron con tanta pintura.

Hasta ahí podíamos llegar. Los xeiniformes decidieron que, para librarse de tan insidiosa molestia, lo mejor era ponerse a resolverlo por sí mismos. ¡Y vaya si se pusieron! Decidieron construir una bomba, pero no una bomba cualquiera, sino una bomba grande y bonita como no se había visto hasta entonces. No fue fácil, empezaron siendo unos absolutos legos en materia de sustancias explosivas pero dos semanas después sus progresos eran tan notables que habían destrozado dos laboratorios de tamaño continental. En ese momento llegaron a la conclusión de que el explotonio era la sustancia ideal para la construcción del artefacto. De hecho, compraron tal cantidad de explotonio que el gremio de terroristas acusó a los xeiniformes de estar acaparando las reservas.

La bomba alcanzó dimensiones tan colosales que a duras penas cupo entre tanto planeta y asteroide. Cuando llegó el momento de transportarla hubo que desviar de curso alguna estrella y cortar el tráfico de varias autopistas intergalácticas. Finalmente, para darle un toque de distinción, la envolvieron con una bonita trenza de supercuerdas y la colocaron en la entrada de su galaxia.

Y ahora, a esperar.

No tuvieron que aguardar mucho tiempo. Los equipos de televisión desplazados hasta allí retransmitieron con todo lujo de detalles cómo la entidad se plantó allí y deshizo el lacito de supercuerdas. Tanto fue su entusiasmo que olvidaron mantener la proverbial distancia de seguridad y, por motivos nada misteriosos, se perdió la señal.

En realidad no hizo falta ninguna cámara para saber que la bomba explotó. ¡Menuda explosión! Superó ampliamente la categoría de nova, de supernova, de GRB e incluso la de petardazo cuántico. De hecho hubo que ampliar la escala de deflagraciones en tres grados más (alboroto, pedorreta y zambombazo) hasta que, finalmente, quedó ubicada la categoría de zambombazo de grado seis.

Algunas gentes incultas aseguran que el sonido no se propaga en el espacio debido a que precisa la existencia de materia. Eso es, obviamente, erróneo. La realidad es que la deflagración fue tan morrocotuda que el espacio-tiempo se volvió sordo, momento a partir del cual ya no se escuchó nada, ni los cánticos de los gravitones ni la grave voz de los agujeros negros. El espacio-tiempo se estiró, rompió y arrugó y nunca más volvió a ser el mismo. La zona aún se considera peligrosísima y, a pesar de los carteles avisadores, no son pocos los que han caído por una de las grietas del espacio.

De los xeiniformes nunca más se supo. Se buscó activamente sus restos entre los rescoldos mas no se halló nada salvo un buen puñado de estrellas recién pintadas de color verde, listas para entregar. Los estudiosos examinaron pacientemente la zona y dictaminaron que nada, absolutamente nada, podría haber sobrevivido a la explosión.

A pesar de todo, los viajeros más aventurados aseguran que en los remotos confines del Cosmos aparecen de vez en cuando estrellas de color verde.

 

 

Pedro Pablo Enguita Sarvisé nació el 9 de noviembre de 1975 en Barcelona, donde sigue viviendo actualmente. Estudió Ciencias Físicas y actualmente trabaja para una empresa informática si bien no como informático. Además de escribir su principal afición es hacer deporte. La inspiración la encuentra donde puede y nunca (NUNCA) toma notas porque si después lee las notas estas no le gustan. Publicó en Axxón el cuento «Copyright». También ha publicado en otras revistas electrónicas: «Huyendo de la realidad» en NGC3660, «La guerra de la felicidad» en BEM On Line y «Máquinas de matar» en Nuevo Mundo.

 


Este cuento se vincula temáticamente con RAZA SUPERIOR, de Guillermo Galli, UNA HISTORIA VERDADERA, de Víctor Gallardo Barragán, MICROMEGAS, de Voltaire

 

Axxón 202 – noviembre de 2009
Cuento de autor europeo (Cuento : Fantástico : Ciencia Ficción : Humor : Razas extraterrestres : España : Español).