Revista Axxón » «Los niños de abajo», Maximiliano Chiaverano - página principal

¡ME GUSTA
AXXÓN!
  
 

Argentina

Tropezó con varias rocas, pero al fin pudo asir a su hermana que se columpiaba peligrosamente en el precipicio, más profundo que el mismísimo infierno. Sus manos le dolían horrores, pudo ver cómo la sangre empapabasu chaqueta.

La niña, de un parecido impresionante con él, era débil y pequeña. El esfuerzo la destruía y no tenía idea de cuánto podría seguir adelante. El niño, que llevaba la delantera, escudriñó las tinieblas y procuró avanzar por los sitios menos peligrosos de la cavernosa estructura, siempre hacia arriba, a la esperanza, a la salida, la superficie.

Ninguno de los dos contaba a esas alturas con demasiada convicción de llegar y mucho menos de encontrar la salvación en aquel mundo que no conocían.

Por mucho tiempo se preguntaron si realmente existía, si no se trataba de un simple cuento de sus antepasados para que los niños se asustaran en las frías y solitarias noches. Sí, puede que fueran sólo historias. Eso no interesaba a Nomué y Ninfania, su tierra ya no era parte de esta realidad, huir a otro lugar era lo único que podían hacer.

Nomué descansó unos minutos sobre una saliente pronunciada, ella se acurrucó a su lado, buscó protección en su único hermano, su última conexión con el pueblo extinto.

Él se durmió y soñó con lo que poco tiempo atrás era su hogar. Abajo, tan hermoso, tan viejo, tan lleno de vida. Abajo…tan muerto ahora… Imágenes atroces lo visitaron, sus padres aplastados por bloques de piedra, sus amigos calcinados por la lava ardiente que recorría las calles de la aldea convirtiendo todo en un infernal río de fuego.

Despertó. Ninfania permanecía recostada y dormitando en su regazo.

¿Qué tanto podría subir?, se preguntaba incesantemente. Intentó convencerse de que llegarían a estar a salvo. Le intimidaba la idea que sus abuelos le habían dado acerca de Arriba, ellos hablaron de criaturas extrañas y grotescas deambulando por doquier, matándose entre ellas, asesinando a sus hijos y hermanos.

¿Acaso era mejor morir allá arriba que junto a su pueblo? Nomué dio gracias a que su hermana no había escuchado todas las leyendas.

Reanudaron la penosa travesía en la oscuridad a pasos lentos y seguros, la zona no era estable, ni siquiera los exploradores de Abajocon más experiencia que ellos se atrevían a subir a esos pasajes indómitos.

Adelante no existía más que roca. Millones de dientes que extendiéndose a través de todo el conducto lo convertían en un mar cavernoso de afiladas cuchillas. Nomué tenía entendido que un simple roce con aquellas formaciones abriría una herida fea. Se propuso guiar a su hermana por un costado abierto, menos empinado aunque no menos peligroso.

Tras subir unos metros, Ninfania tropezó con una de estas peligrosas salientes. La mano fuerte de Nomué no consiguió sostenerla. Rodaron los dos juntos contra una de las paredes de la galería.

Él se golpeó la cabeza y una de las cuchillas se clavó en su brazo izquierdo traspasándole la carne. Aulló de dolor. La niña se revolcó contra su hermano. Amortiguada por el cuerpo de Nomué, salió ilesa del accidente. Lloriqueó y abrazó a Nomué, a pesar de que el vestido se teñía con la sangre que fluía a borbotones del brazo abierto del chico.

—¡Ayúdame! —pidió, susurrante— ¡Sácame de esta cosa!

La chiquita se refregó sus ojos y tomándole la mano, quitó la esquirla que lo atravesaba de lado a lado.

El dolor era insoportable y punzante, Nomué jamás había sentido tal desesperación en su corta vida. Sea como fuere, salvaguardar a Ninfania era su prioridad máxima, por más que pereciese en el intento.

—¿Puedes seguir, Nomué?

—Faltaba más… camina adelante, yo te sigo, trata de evitar las estalagmitas —le dijo con voz casi imperceptible.

Después de trescientos metros, Nomué cayó tendido en el piso sobre su propio lago de sangre. No tenía caso continuar, agonizaba.

—Nina… por favor, sigue, después te alcanzo —le pidió.

Ninfania no pudo contener el llanto y se acostó a su lado rodeándolo con los brazos; en cierta forma, se sentía culpable.

—No, no, no es tu culpa, Nina —le dijo, leyendo sus pensamientos—. Eres lo único que queda de nuestra gente, ¡ve y sube!

Al terminar de decir estas palabras, se durmió para siempre, dejando a la niña totalmente sola, en camino a un universo legendario, desconocido y tal vez imaginario.

Por una hora larga derramó mil lágrimas sobre el cadáver de Nomué.


Ilustración: SBA

Apretando sus labios continuó la escalada interminable que comenzara allá, en las puertas olvidadas de la destruida aldea de Abajo, donde toda su vida había transcurrido pacífica y llena de acontecimientos felices, rodeada de sus seres más queridos.

¿Se moriría también? ¿Podría llegar arriba? Como respuesta a sus interrogantes, una diminuta luz enrarecida se coló por entre lejanas grietas, pocos metros encima de ella.

Corrió al encuentro del otro lado, al exterior, a la superficie nunca vista.

Una brisa limpia hizo contacto con su rostro pálido y Ninfania tuvo la seguridad de que llegaba el fin del camino, lo que su hermano buscaba. Su hermanito… y arriba tan cerca. Volvió a entristecerse, esta vez no se detuvo.

Le punzaron los ojos. El aire que llenó sus pulmones era más puro, con aromas extranjeros y hermosos nuevos sonidos. Ante ella se extendía un terreno más grande que cualquiera de los que existía en su tierra natal. Cientos, tal vez miles de kilómetros. La hierba verde-amarillenta lo cubría absolutamente todo hasta donde la vista le alcanzaba. Unas curiosas criaturas voladoras le llamaron poderosamente la atención, iban de aquí para allá saltando y llevando pajillas.

Quedó anonadada por la inmensidad del firmamento azul profundo y cegada por la fuerte luz solar, a la que se acostumbró en varios minutos. Tanta luz… Era verdad, la otra existencia se encontraba ahí, lejos de ser leyenda. Los ancianos no mentían.

Ruido. Lo percibió a lo lejos con cierta debilidad, luego se intensificó gradualmente, algo nuevo para Ninfania se acercó y no tenía nada que ver con las criaturas saltarinas. Lo pudo ver moverse por sobre los altos pastos a una velocidad inquietante. Se trataba de una cosa grande y escandalosa. Parecida a los gigantescos hacedores de luz de Abajo. Pero, ¿quién sabe? ¿Y si eso tenía vida?

La cosa se encaminó directo a Ninfania. Ella, curiosa e intentando ser lo más amable posible con los habitantes del nuevo mundo, saludó riendo a la mole de color roja.

El ser no respondió, se limitó a proseguir su camino. Pisoteó los grandes pastizales y pasó sobre el delicado cuerpo de Ninfania, quien no tuvo tiempo de emitir siquiera un lamento final.

 

Ricardo sintió un brusco movimiento anormal de la cosechadora y enseguida cortó la ignición. La maquinaria escupió unas cuantas quejas y se detuvo.

«¡Mierda!, algo se trabó en las cuchillas otra vez…»pensó indignado. Bajó de la cabina. Fue abriéndose paso en el maizal hasta la parte delantera del aparato.

Vomitó varias veces al ver aquella monstruosidad entre las aspas. Llamó a su jefe por celular, sin dejar de contemplar los largos brazos lechosos, llenos de nauseabundas manchas negras. Larga y puntiaguda la cola escamada…

Estaba muerta, esa cosa estaba muerta, el hecho lo tranquilizó.

 

 

Maximiliano Chiaverano vive en Cañada de Gómez, Santa Fe, República Argentina. Es autor de «Anatema Carmesí» (Editorial Amaru) y sus trabajos pueden verse en el blog Legado Hereje. Hemos publicado en Axxón: 23.

 


Este cuento se vincula temáticamente con EL HOYO, de Óscar Bribián, FAST FOOD, de Javier Fernández Bilbao, ¿ME LLEVAS AL PARQUE?, de Luis Salgado

 

Axxón 207 – mayo de 2010
Cuento de autor latinoamericano (Cuento : Fantástico : Fantasía : Mundo subterráneo : Infancia : Argentina : Argentino).