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¡ME GUSTA
AXXÓN!
  
 

ESPAÑA

I’ve forged the weapons of the sinners

I’ve died eight hours every night

I’ve built the path of the fire

I’ve found the chasm of the truth

I’ve ruled the kingdom of ruthlessness

I’ve led the harvester of light

Warreh Spawn. The Omega Nightmare.

 

 

La música enlatada dejó de sonar y la muchedumbre comenzó a agolparse en torno al escenario. Sin especial prisa, caminé en la misma dirección que ellos para buscar un lugar donde tener buena visibilidad. No tan cerca como para que me aplastaran los de la zona posterior y algún cretino aprovechara para que se le fuera la mano, pero tampoco tan lejos como para ver a unos puntitos cantar y tocar la guitarra.

La música empezó a sonar por los altavoces con mayor volumen, indicando que el espectáculo ya estaba a punto de comenzar. Todo el mundo estaba pletórico, porque sentían que estaban a punto de ver un concierto que nunca serían capaces de olvidar.

Y así iba a ser, en efecto. No como ellos habían imaginado, pero así iba a ser. En realidad yo era la única que estaba en aquel momento segura de lo que iba a pasar, y por eso me mostraba más nerviosa que nadie, cogiendo el colgante con la mano derecha, como si fuera un crucifijo. Esto va por ti, Sergio, no hacía más que pensar para intentar calmarme. Esta será mi venganza.

Pero me estoy precipitando. Ya estoy contando la historia demasiado deprisa. Y en realidad no entiendo bien por qué lo estoy haciendo, ya que sé que es una historia que nadie va a poder leer jamás. Tal vez necesite contármela a mí misma, comprender que todo lo que ocurrió, ocurrió de verdad. Tal vez lo único que necesite sea desahogarme y ésta sea la única manera de hacerlo, ya que por desgracia no puedo ir a un psicólogo a contar nada de lo que sé.

En realidad no debería ni siquiera estar escribiendo estas palabras. Ya sólo el mero hecho de que lo haga nos está poniendo en peligro a todos. Imagino que sencillamente es superior a mis fuerzas. Al fin y al cabo, estudio periodismo. Esto es lo que me enseñan a hacer, contar las cosas que descubro, sobre todo si poseo información que nadie más posee.

Y lo más divertido es que en realidad no sé muy bien por dónde debería empezar. En qué momento poner el inicio de la historia para contarla de la manera más sencilla posible. El problema es que soy parte de ella, y por ese motivo no podré contarla con objetividad.

Si lo pienso bien, creo que todo empezó con el colgante.

Yo y mi empeño por la cultura egipcia. Se me metió entre ceja y ceja que quería un colgante con la forma de un ankh, un símbolo de faraones que representa a los muertos y que era usado por gran cantidad de aficionados a la música gótica y siniestra. La ocasión vino cuando una exposición temporal llegó a la ciudad de Madrid, cerca de la Puerta de Europa. A la salida vendían montones de regalos, cada cual más feo y absurdo que el anterior, como lapiceros con dibujos de Horus o pisapapeles con forma de pirámide. Pero entre toda aquella maraña de artefactos había una modesta sección de bisutería, y en ella vendían pequeños colgantes con la forma de un ankh, hechos en plata. Pregunté por el precio, temiéndome que costarían un dineral, pero para mi sorpresa, apenas ascendía a cuatro euros. Compré tres unidades y desde entonces se convirtió en mi colgante favorito.

A veces me pregunto si a Sergio no le hubiera ido mejor si yo nunca hubiera comprado ese colgante. Pero eso, ahora, ya no tiene remedio.

Lo cierto es que fue gracias a ese colgante que le conocí. Estaba de marcha con unas amigas por los bajos de Moncloa y en uno de tantos bares heavies de por allí, cuyo nombre no recuerdo porque tal vez ni siquiera llegué a fijarme entonces, él estaba con un par de amigos que estaban a punto de marcharse. Yo ni me había fijado en él y todo eso lo sé porque Sergio me lo contó mucho más tarde. Al ver mi colgante, se acercó y aún recuerdo lo que me dijo.

—¿Eres la Muerte?

Le miré sorprendida, sin saber qué contestar. Pero al poco rato comprendí por qué lo decía. A mí también me gustaba Neil Gaiman.

—No —me limité a contestar, mientras mis amigas se alejaron discretamente.

—Me alegro, porque eso quiere decir que mañana podría volver a verte.

El concepto de Neil Gaiman de la Muerte es que cada cien años, y durante un solo día, puede tomar forma mortal y pasear entre nosotros. Vale, no es la mejor frase para ligar con una chica. Pero al fin y al cabo tampoco fue un mal tema de conversación. A mí y a muchas de mis amigas nos encanta el rollo gótico, como a muchas otras chicas. No hay más que ir una noche por el centro de la ciudad y ponerse a contar los bolsos con bordados de Pesadilla Antes de Navidad.

Sergio estuvo la mayor parte de la noche con nosotras, y volvimos a verle la semana siguiente. Después de eso quedamos solos por primera vez, y no hace falta que cuente lo que ocurrió en días posteriores. No es, por otro lado, algo que necesite contar para desahogarme puesto que nunca lo olvidaré.

Tiene gracia. Ahora pienso que tal vez yo sí que fui la muerte para él.

Sergio y yo teníamos bastantes gustos comunes, no todos por supuesto (odiaba el queso, alimento que a mí me encanta), y uno de los más importantes era la música. Al fin y al cabo no habíamos coincidido en el mismo local por mera casualidad. Cuando mis padres no estaban en casa solíamos ir allí y pasarnos horas enteras escuchando discos y charlando, y había veces en que llegábamos a enrollarnos con la música puesta, ya fuera al ritmo de «Nothing Else Matters» o al de «Enter». A veces el vecino de enfrente, que era un poco quisquilloso, golpeaba la pared para que bajáramos el volumen de la música, pero solían ser incidentes aislados sin mayor importancia.

Solíamos dejarnos los discos por decenas, aunque luego tardábamos un montón de tiempo en devolvérnoslos. Un poco acabamos por considerar que los discos de uno eran los del otro y viceversa. Gracias a Sergio escuché por primera vez a Ayreon o Porcupine Tree, y al mismo tiempo gracias a mí él escuchó a The Gathering, Ten o Nightwish.

Más o menos fue por aquel entonces cuando descubrí a Soundscream.

Como la mayoría de los buenos grupos heavies, Soundscream era de Europa del Este, en concreto de Finlandia. Llevaban bastantes años tocando, pero se habían hecho famosos a partir de su trabajo más reciente, Destiny Oblivion. Tenían un estilo bastante peculiar, que mezclaba el heavy sinfónico típico de bandas como Dream Theater o Spock’s Beard, demasiado densas para mi gusto, con un toque muy personal y melódico, más propio de mis grupos favoritos. Eran seis miembros en total, de los que dos tocaban la guitarra eléctrica, uno la batería, uno los teclados y dos cantaban a dúo todas las canciones, algo ciertamente peculiar.

Le pasé a Sergio el disco y no tuvo que escucharlo mucho para darse cuenta de que aquel grupo era muy bueno, y que no tardarían en cosechar gran éxito, cosa que no se hizo esperar. Aunque su anterior trabajo tenía varios singles que tuvieron cierta modesta acogida y los fans empezaron a escuchar con calma sus trabajos anteriores, de los que se rescataban varias canciones destacadas, no fue hasta su siguiente trabajo, Monster on the Prowl, editado un año después del anterior, que alcanzaron por fin fama mundial, sobre todo gracias a la canción «Rising» y la que daba nombre al disco.

Sergio y yo nos hicimos fans incondicionales del grupo. Nos compramos camisetas suyas que, además, se revalorizaron poco tiempo después debido a que su logotipo, dos eses entrelazadas, levantó mucha polémica porque se empezó a comentar que era una apología del nazismo. Ya se sabe, esa clase de estupideces que se dicen, como cuando se retiró la portada inicial del Nine Lives de Aerosmith porque los dibujos que aparecían en ella eran ofensivos para muchos hindúes. El tipo de asuntos que ayudan aún más a mejorar las ventas del grupo, como bien saben en la industria discográfica.

Con el reconocimiento mundial empezaron las giras, y Sergio y yo estuvimos en la primera de ellas, aclamada en todas las revistas y en Internet y de la que además sacaron un doble álbum en directo, aunque yo ya había escuchado la mayoría de las canciones en un bootleg que había conseguido a través del Emule, donde además, si uno se fijaba bien, podía escucharse, entre la estruendosa voz del público —lo malo de las grabaciones clandestinas es su escasa calidad— la voz de Sergio y la mía, pletóricos de emoción. Después de aquello tuvieron una segunda gira al año siguiente, aun a pesar de no hacer sacado ningún nuevo trabajo, y luego, con el lanzamiento de su nuevo disco, Deception Ghost, hicieron una nueva gira, pero en esa ocasión solamente por Europa, para disgusto de los fans americanos, su segundo gran foco de éxito.

En aquel momento estaba muy lejos de saber que ese disco sería, de hecho, el último de Soundscream, y aquella gira la última que llevarían a cabo. Pero no porque se separaran, ni porque cambiaran de cantante. El motivo fue aún más extraño, y a veces pienso en él como en el final de los tiempos felices y el comienzo de mi infierno particular.

Cuando ocurrió estaba en el tercer año de periodismo, y Sergio en su penúltimo año de matemáticas. Una noche lluviosa, mientras el grupo estaba grabando los temas de su nuevo trabajo de estudio, el cual nunca llegó a editarse, hubo un accidente en la sala de grabación. Nadie sabe muy bien qué es lo que ocurrió, pero parece que la mesa de mezclas tuvo algo que ver, o tal vez fue la maraña de cables que estaba desperdigada por todas partes como la hierba de una selva tropical. El caso es que comenzó un incendio que no tardó en extenderse a toda velocidad, y que acabó por propagarse a todo el edificio. Murieron un total de veinticinco personas, casi todas asfixiadas, encerradas dentro del estudio, entre ellas el productor, el encargado de sonido y muchos otros técnicos. Murió también Henri Häyrynen, uno de los dos cantantes del grupo. Las llamas se cebaron con él y quedó completamente irreconocible.

El resto de los miembros del grupo, a pesar de tener mejor suerte que su compañero, tampoco salieron ilesos de la situación. Sufrieron gran cantidad de quemaduras de segundo grado, por lo que estuvieron hospitalizados durante semanas mientras se curaban. Las quemaduras les habían dejado desagradables cicatrices, y en la mayoría de los casos habían desfigurado también sus rostros.

Aquel fue el día que nació Warreh Spawn.

No tardaron en anunciarlo en cuanto salieron del hospital por su propio pie. Ya no habría más discos de Soundscream. Aunque nunca lo dijeron explícitamente, todos los fans supusieron que la causa era la muerte de su compañero, al que consideraban un miembro insustituible del grupo. Muchos se quejaron por la decisión, argumentando que Queen siguió llamándose así a pesar de la muerte de Freddie Mercury, y que en White Lion sólo quedaba Mike Tramp, el cantante, como parte de la formación original.

Ahora, sin embargo, dudo que fueran esos los verdaderos motivos. Dudo, incluso, que no se alegraran de la muerte de su compañero.

Pero eso no quería decir que abandonaran el mundo de la música, ni mucho menos. Anunciaron a bombo y platillo que pronto sacarían un disco bajo el nuevo nombre de Warreh Spawn. Cuando les preguntaron en una entrevista a qué se debía la elección del nuevo nombre, el que ya era su único cantante, Allan Forsström, se limitó a contestar que se trataba de toda una iconografía que no tardaríamos en conocer.

Poco después apareció el primer nuevo single de Warreh Spawn. Había mucha expectación, sobre todo porque muchos fans de Soundscream tenían la esperanza de que se tratara de alguna canción de la formación anterior reciclada para el nuevo grupo. La decepción, sin embargo, fue inicialmente mayúscula porque se veía a las claras que el nuevo sonido poco tenía que ver con el que habían practicado hasta aquel entonces. Aún hoy en día las canciones inéditas del disco de Soundscream que no vio la luz siguen siendo eso, inéditas. De vez en cuando aparece algún listo por Internet diciendo que tiene las maquetas originales, pero no tarda en comprobarse que no es más que un bulo y se trata de material sobradamente conocido.

De todos modos antes dije que la decepción fue inicialmente mayúscula, y sólo inicialmente, porque el nuevo estilo de Warreh Spawn comenzó a ganar muchos adeptos. Yo no fui una de ellos, ya que no me gustaba el giro que había dado su música, pero Sergio se interesó por ellos aún más de lo que se había interesado por Soundscream. Comenzó a coleccionar grabaciones piratas y ver todas las entrevistas que podía, entrevistas a cada cual más extraña que la anterior. En una de ellas, por ejemplo, preguntaron a Allan Forsström por el accidente y cómo se sintió, y él, con su nueva voz, que se había convertido en mucho más grave a causa del incendio, y su mirada quemada, dijo que «en realidad, sentí frío, mucho frío. Pero él nos salvó».

Aun así, debo admitir que ese rollo siniestro no hizo más que aumentar sus ventas hasta límites insospechados, y eso sólo con un par de canciones y otros tantos covers a la venta en el mercado. Su estilo era extremadamente emocional, con contrastes entre agresividad y melancolía muy acusados, mucho más que los de grupos como Opeth o Nine Inch Nails. Su dedicación a cada canción era, en cierto modo, patológica. Nunca en la vida he escuchado a alguien desgarrar tanta rabia y tristeza, ni siquiera a Kurt Cobain en sus últimas canciones, ya cerca de suicidarse. Y no sólo al cantante me refiero, también a los guitarristas —que lejos de perder técnica debido a las quemaduras habían mejorado considerablemente—, a lo teclados e incluso al batería, el instrumento impersonal por excelencia.

Sergio empezó a obsesionarse seriamente con ellos. No hacía más que escuchar las escasas canciones que había en el mercado una y otra vez. Decía que no seguían las normas armónicas del sonido, que de hecho era como si se burlaran de esas normas para engendrar emotividad por medio de la carencia de ritmo. En aquel momento tampoco le hice mucho caso, pero era consciente de que sabía lo que se decía. Al fin y al cabo, fue él quien me hizo apreciar por primera vez los extraños acordes de Radiohead.

Un día, de hecho, se presentó en casa con uno de los singles y me dijo que lo pasara a formato mp3 para que lo escucháramos en el Winamp, un programa de ordenador para archivos de audio. Dijo que me fijara en el ecualizador, esas barras que suben y bajan al ritmo de los graves y agudos, y lo que vi me dejó muy inquieta. Las barras se movían de una manera que no sé explicar, pero sé que no había nada canónico en ellas, era como si se movieran de manera caótica, no ordenada. Tampoco lo sé explicar mucho mejor que esto, Sergio me solía hablar a menudo de la teoría del caos y de los armónicos pero no cogía mucho más que las ideas básicas.

De todos modos, lo que más me inquietaba de Warreh Spawn eran sus diseños de portada.

En la vida había visto dibujos tan perturbadores como aquellos, y soy una admiradora declarada de H. R. Giger. Transmitían una sensación extraña, preocupante, más aún cuando supe que los dibujos habían sido sugeridos por los miembros del propio grupo. Como no tardé en comprobar por mí misma, había una recurrente obsesión por el número cinco en toda aquella maraña iconoclasta, y no sólo en los dibujos, también en la duración de las canciones, siempre múltiplo de cinco, y en el recurrente uso de un emblema que consistía en cinco puntos negros unidos entre sí en forma de x, uno en el medio y los demás a los lados. En páginas interiores del booklet del single —algo bastante insólito para tratarse de una simple canción— decían que se debía a que el cinco era el número de Warreh, y también la manera más sencilla de acudir a él.

Yo aún seguía preguntándome quién o qué era Warreh cuando leí aquello, pero no tardé en averiguarlo con la portada de su primer disco, uno de los dibujos más perturbadores que he visto jamás.

En él aparecían cinco hombres, por llamarlos de alguna manera, aunque sería más correcto decir que eran unos engendros humanoides. Su piel era repugnante, asquerosa y llena de protuberancias, y me recordaba vagamente a los monstruos de Silent Hill. Los pies y las manos eran amorfos, aunque parecían capaces de sostener objetos, y en el dibujo, de hecho, cada uno de ellos llevaba un instrumento, los mismos que el grupo: dos guitarras, un teclado, una batería y un micro. En el rostro tenían una boca, todos la misma, como una especie de cepo de carne y músculo. Carecían por completo de pelo y, aparte de la boca, su único rasgo facial era un agujero en medio de la frente, del tamaño de una pelota de ping pong, agrietado e irregular por los bordes, y que no dejaba ver más que oscuridad a su través.

Sin embargo ese no fue el dibujo que más me asustó, ya que al fin y al cabo los instrumentos hacían mucho por desvanecer aquella sensación estresante. Fue uno que había en las páginas interiores el que hizo que me estremeciera de verdad. Se trataba de una variante del anterior más sofisticada. En él aparecían las mismas cinco criaturas, y en la misma posición, pero ya no llevaban instrumento alguno. En lugar de manos, por otro lado, cada una de ellas tenía extraños apéndices, que no tardé en reconocer como lo que el grupo definía como «armas de la naturaleza». Eran, sin embargo, evocaciones a artrópodos, insectos y otra clase de animales para nada similares a los mamíferos. Había pinzas de cangrejo, colas de escorpión, patas de mantis, comillos de araña y trompas de mosquito, y aunque en otros dibujos esa combinación cambiaba o variaba de animales, la de esa ilustración en concreto me resultó la más extraña y, también, la única que logró provocarme un escalofrío, como si sintiera que aquella fuera la de verdad y las otras las de mentira, fuera lo que fuera la verdad y la mentira en aquel momento.

El otro detalle de novedad que me asustó del dibujo fue que los agujeros de la frente ya no estaban vacíos. Del que llevaba un micro en la portada salían cuatro cordones umbilicales, y desembocaban en el agujero de los otros cuatro seres, quedando así todos unidos con todos. Pero no tenía la sensación de tener ante mí a cinco seres distintos. Tenía, más bien, la sensación de estar viendo a un solo ser. No sé explicarlo mejor, pero sé que no soy la única que lo sintió así. Sergio también opinaba lo mismo que yo, y el propio grupo decía que ese dibujo era la imagen de Warreh, el Guerrero. En una entrevista les preguntaron de dónde habían sacado la idea de toda aquella escenografía, y ellos dijeron que todo estuvo hecho desde el principio. Que le vieron en el incendio, luego en sueños. Más tarde en pesadillas. Y por último, mencionaron varias páginas web donde oyeron hablar de él, en especial sessenkrad.com, página que ya me había llamado la atención al verla en los agradecimientos de las páginas finales del libreto. Sin embargo, por mucho que busqué, y que buscó Sergio, nunca llegamos a encontrar esa página, aunque estuviéramos tras ella por motivos distintos. Como con todo, había gente en los foros de música heavy que decía haberla visitado, pero uno nunca puede fiarse de lo que lee en Internet.

En cuanto al disco en sí, su título no daba mucho pie a la originalidad, puesto que tenía el mismo nombre que el del grupo. La primera sorpresa vino, sin embargo, cuando se comprobó que ninguna de las canciones anteriormente publicadas aparecía en el mismo, y estaba formado enteramente por temas nuevos, quince para ser exactos. Las canciones seguían en la misma línea de los singles, cosa que era de esperar, y aunque no me gustaban debía admitir que había gran calidad en ellas, mucha más de la que hubiera esperado de un grupo que sólo quería transmitir odio y desesperación a partes iguales.

De hecho, aún hoy en día me planteo por qué exactamente no me gustaban. Pero no tardo en llegar a la conclusión de que no merece la pena que me lo plantee. Tal vez tenía la suerte de ser más resistente a esa música. Puede que haya algo muerto en mi interior que me impida conectar con ella. En cualquier caso, es la confirmación indiscutible de que soy rara.

Digo que tenía suerte de ser resistente a esa música porque a medida que los meses pasaban y Sergio escuchaba una y otra vez aquel disco endemoniado, empezó a caer en una honda depresión. Se concentró menos en sus estudios, empezó a salir cada vez menos, y poco a poco fui comprobando que se desvanecía de su interior el hombre del que me enamoré en aquel local de los bajos de Moncloa.

En cuanto vi lo que estaba ocurriendo traté de hablar con él, de no hacer oídos sordos. Pero era demasiado tarde. Era como si le estuvieran robando la ilusión, la esperanza o lo que sea que hace a los humanos ser como somos. Su comportamiento podía deberse a muchos motivos, eso es cierto, pero sabía que se debía a ellos. A Warreh Spawn.

Y lo sabía por los otros casos que había escuchado en Internet.

La música de Warreh Spawn ejercía un efecto negativo en muchas personas. Convertía en grises sus vidas, les arrebataba la luz interior. Y no de manera natural. Hay muchas canciones, muchos grupos, que producen en mí una gran sensación de tristeza y desolación. Nada me pone tan triste como escuchar «Restless» de Within Temptation o «Falling Again» de Lacuna Coil, pero es una tristeza que evidencia que por dentro estoy cargada de emociones, que necesito en ese momento que me abracen o que me consuelen. La tristeza que produce Warreh Spawn, por llamarla de alguna manera, es una tristeza maligna, enfermiza. Que sólo busca el dolor por el dolor.

Es por eso que un buen día comprendí que Sergio estaba muerto, y que de hecho su muerte se había producido mucho tiempo atrás. Pero lo peor de todo, lo más terrible de todo, fue cuando comprendí que era yo quien le había matado. Yo le dejé discos de Soundscream, yo le animé a escucharlos. Yo le presenté al Diablo.

Hola, ¿eres la Muerte? Tal vez lo fuera.

Por eso, una vez que dejé de ver a Sergio definitivamente, o quizás él dejó de verme a mí y al resto del mundo, no lo sé bien, me dediqué en cuerpo y alma a investigar más sobre Warreh Spawn, pero no como una aficionada a la música, sino como la aspirante a periodista que era. La posibilidad de que le pasara a más personas lo que le había pasado a Sergio me aterraba, sobre todo cuando escuché que Finlandia estaba planteándose llevarles a Eurovisión, en un intento de repetir el éxito alcanzado con Lordi.

No fue mucho lo que pude descubrir, pero sí que me resultó sospechoso. Al parecer todos los familiares de los miembros del grupo habían sido hospitalizados por depresiones severas, y algunos de ellos habían intentado suicidarse, como la mujer de Janne Ahokas, el batería. Muchos fans atribuían esos sucesos tanto al desgraciado incendio y las consecuencias psicológicas que trajo para ellos como a la creciente presión de la fama, pero yo no lo creía ni lo creo así. Esos incidentes también estaban en el pasado de muchos de ellos, especialmente en el de Allan Forsström, cuyo padre intentó matar a su madre y después suicidarse, pero fue detenido por su propio hijo.

Una investigación más exhaustiva en el pasado de los miembros del grupo dio lugar a una coincidencia que no dejó de resultarme extraña: muchos de esos episodios coincidieron con los esfuerzos musicales por separado de los miembros de Warreh Spawn. El comportamiento agresivo del padre de Allan Forsström comenzó al tiempo que él montaba su primera banda, Legend. Faiz Erola, uno de los guitarristas, se divorció al poco de ingresar en Soundscream. Parecía como si sólo fueran capaces de arruinar la vida de los demás a través de la música, y que después del accidente esa capacidad se viera agravada.

Sea como fuere, me decía una y otra vez, tenía que detenerles. A costa de lo que fuera. Pero la ocasión no llegaba.

Hasta que apareció el Lorca Rock.

El Lorca Rock, que se celebra en verano todos los años, en la ciudad de Lorca, en Murcia, es uno de los festivales de música heavy más importantes del país. Ese año los cabezas de cartel serían Apocalyptica, Helloween y Warreh Spawn. De hecho, éstos cerrarían el festival, un honor más que considerable teniendo en cuenta que sólo tenían un disco editado, aunque como siempre, todo el mundo tenía la falsa esperanza de que, faltos de repertorio, tocarían canciones de Soundscream.

Compré una entrada con meses de antelación, un billete de tren y esperé pacientemente a que llegara mi momento.

El viaje hasta allí fue sencillo, aunque no me había sentido tan sola en toda mi vida. Siempre iba con Sergio a todos los conciertos y festivales, y la sensación de estar allí sin nadie, sólo con mi tienda, y mi mochila, acampada junto a cientos de personas en el recinto cercano al escenario, fue como una losa que cayó sobre mi autoestima. Pero tenía que sobreponerme, puesto que tenía una misión que cumplir.

El primero de los dos días del festival me limité a disfrutar de los conciertos como una espectadora más, escuchando la furia vikinga de Amon Amarth y sobre todo las increíbles canciones melancólicas de Apocalyptica. Pero por muy tristes que fueran, por mucho que desgarraran mi corazón, sobre todo por recordarme a Sergio con temas como «Farewell» o «Bittersweet», seguía siendo una sensación de vitalidad la que me recorría por dentro, no el vacío del alma que suponía escuchar a Warreh Spawn.

Aquella noche, dentro de la tienda, tumbada sobre la esterilla y el saco, no pegué ojo, aunque tampoco hubiera sido fácil conseguirlo con la fiesta que había montada en el exterior. Al día siguiente me levanté pronto y fui a las duchas, si es que se podía llamar así a unas cañerías incrustadas en la pared de las que salía agua. Me duché desnuda, aprovechando que estaba sola, y me limité a estar tumbada el resto de la mañana. Cuando llegaron las tres y media, hora a la que empezaban los conciertos, empecé a poner en marcha el plan.

Ignorando todos los conciertos anteriores —cosa que me dolía como una puñalada en el corazón— me limité a rondar por la zona vip, intentando ver cómo se movían los artistas por allí. No tardé en localizar el almacén de las bebidas, y junto a ellas, el agua con limón. Antes de ir al festival había hecho mis deberes como periodista, y sabía que Allan Forsström siempre pedía agua con limón para los conciertos, al menos cuando era uno de los dos vocalistas de Soundscream. Parecía que había cosas que no cambiaban.

Después de eso colarme temporalmente no fue demasiado difícil. Me gané al gorila que vigilaba la puerta diciendo que sólo quería ver esa parte del escenario, no hablar con nadie, para comentarlo en mi blog. Eso unido a mi atuendo, lo más escaso posible, y a mi camiseta —»no soy virgen, pero hago milagros»— me abrieron todas las puertas que necesité en aquel momento.

La siguiente parte fue un poco más delicada. Tuve que esperar al momento justo en que nadie me estuviera vigilando, aunque sólo fuera cuestión de segundos. Para mi fortuna, como sospechaba, el envase coincidía con el del resto del recinto, o si no hacer el cambiazo hubiera sido un poco más complicado.

Me limité a coger el agua con limón y poner en su lugar la botella que llevaba, igual en todo salvo en que estaba repleta de lejía.

Luego salí de allí y me limité a disfrutar del resto del festival, puesto que aún quedaban por actuar los Heaven Denied, que habían vuelto a reunirse de nuevo con Mindself, su primer guitarrista, después de años separados.

Finalmente llegó la madrugada, y la actuación de Warreh Spawn estaba ya pronta a comenzar. La gente se agolpó frente al escenario, y agarré el colgante con la mano derecha. Lo que estaba a punto de suceder sería algo difícil de olvidar. No sabía si la lejía mataría al vocalista del grupo, pero esperaba que por lo menos arruinara su voz para siempre. En todo caso, era muy posible que me acabaran descubriendo, no en aquel momento pero seguro que más tarde, cuando ataran cabos.

El grupo se empezó a hacer de rogar, cosa extraña en un festival, donde todos los grupos deben ser muy puntuales para evitar acumulación de retrasos, y la gente comenzó a corear su nombre. Aun así, sin embargo, seguían sin aparecer.

Aquello no era exactamente lo que esperaba que sucediera. ¿Echaría un trago el cantante antes de empezar?

Finalmente apareció uno de los organizadores del festival sobre el escenario. La gente comenzó a abuchear, pero aun así se explicó. El grupo se había encerrado en su camerino y no lograban hacerles salir por lo que era posible que la actuación tuviera que suspenderse.

Por supuesto, nadie abandonó el recinto. Siempre cabía la posibilidad de que empezaran tarde, ya que eran los últimos en tocar.

Al cabo de una hora, el mismo tipo de antes volvió a coger el micro. Había llamado a los bomberos del pueblo para que echaran la puerta abajo.

Cuando los bomberos llegaron y cumplieron con su objetivo, a quien hubo que llamar fue a la policía.

Todos los miembros de grupo estaban muertos. No hacía falta un análisis muy exhaustivo para comprender que se habían suicidado en masa. Pero esto, claro, no lo supe hasta el día siguiente, cuando regresé a Madrid. En aquel entonces se limitaron a decirnos que el grupo estaba indispuesto, y por eso, me pasé toda la noche preocupada, pensando que mi plan había tenido éxito pero que no tardarían en buscarme y apuntarme con el dedo como culpable. Ahora pienso que posiblemente nadie nunca bebió siquiera de aquella botella.

De ese modo fue como la carrera musical de Warreh Spawn tocó a su fin, pero no su popularidad. Igual que le pasó a Nirvana o a Sex Pistols, las ventas del disco de Warreh Spawn se dispararon y no tardó en ser considerado una obra maestra del género.

Al fin parecía que todo había terminado. Al menos, Warreh Spawn no podría expandir más su maligna semilla.

Pero no contaba con una cosa.

No contaba con la carta.

Una carta de suicidio que se encontró junto a los cuerpos y que parecía haber sido redactada por Allan Forsström pero firmada por todos en conjunto. Estaba escrita en finlandés, y desde que se hizo pública pasó a engrosar toda la iconografía del grupo.

 

 

Soundscream

 

La esperanza es un lujo que los seres humanos no podemos permitirnos. Nubla nuestra capacidad, nuestro potencial. Sólo las mentes enfermas pueden destacar sobre el resto. El precio de ello es la autodestrucción.

[…]

Los sueños, sin embargo, son la clave. En los sueños ellos nos guían, nos enseñan el camino, del mismo modo que él nos lo enseñó. Los sueños son una parte esencial de la naturaleza humana. Son reveladores, fascinantes. Si conociéramos vuestros sueños, podríamos destruir vuestra alma en cuestión de segundos.

[…]

No lloréis por nosotros. En vez de eso, escuchad nuestro disco. Es nuestra influencia sobre vosotros la que nos hace inmortales.

 

 

Aunque sólo recuerdo algunos párrafos, como los que están escritos arriba, la sensación general que me produjo leer la carta, no mucho más larga, fue angustiosa. No por las palabras, ni por lo que decían, sino por dónde lo decían. Eran frases muy extrañas para encontrarse en una carta de suicidio. Aparte de eso, el hecho de que la carta tuviera un título me resultaba aún más extraño, y para colmo, el título era el nombre de su anterior grupo, como si estuvieran llevando a cabo una broma macabra y póstuma.


Ilustración: Pedro Belushi

Hubo mucho debate en Internet, por supuesto. Todo el mundo buscaba el significado de esas palabras, lo que querían decir, y eso me asustaba. Pero lo que más me asustó fue el día que comprendí qué era lo que significaban en realidad.

Porque todos los fans buscaban significado en las palabras, pero no comprendían a lo que se estaban enfrentando. No comprendían que el verdadero lenguaje de Warreh Spawn estaba en la música.

Aún sigo sin comprender bien cómo lo deduje. Supongo que fue la idea apropiada en el momento apropiado. Ahora daría cualquier cosa por olvidarlo.

Cogí el texto original de la carta, escrito en finlandés, y lo pegué en un documento de Word. Cerré el documento y lo miré un buen rato: Nuevo documento de texto.doc, ponía. Decidí ponerle nombre: Soundscream.doc, y creo que fue en ese momento cuando tuve la idea. Cambié la extensión del archivo: Soundscream.mp3.

Una canción.

O no, traté de razonar. No tenía por qué sonar de ninguna de las maneras. De hecho, lo más probable sería que no sonaría en absoluto.

Pero cuando comprobé el tamaño del archivo y pude ver que era de varias megas, más de lo que hubiera considerado lógico, un escalofrío recorrió mi espalda.

Por un momento me quedé quieta, muerta de miedo, mirando el archivo de música recién creado, como si pudiera cobrar vida y atacarme en cualquier momento. A pesar de estar sola, agarré los auriculares y me los puse, y cuando estaba a punto de abrir el archivo y escuchar la canción, me detuve. No tenía el valor para hacerlo.

Pero mi curiosidad era demasiado fuerte como para detenerme en ese punto.

Me puse los auriculares desenchufados, de modo que no escuchaba nada ni a nadie, y puse en marcha la canción, bajando ligeramente el volumen.

Lo primero que pude ver era que realmente algo estaba sonando, o al menos, como poco, un silencio que duraría exactamente cinco minutos.

Lo siguiente que llamó mi atención fueron las formas que realizaba el ecualizador, formas extrañas que traían vagas imágenes a mi mente, sobre todo por el hecho de asemejar una silueta vagamente parecida a una cabeza con un agujero en medio.

Al mismo tiempo, el sol se ocultó. A toda velocidad, a pesar de estar en pleno verano y estar cercano el mediodía. A pesar de que apenas había nubes en el cielo. Y puede que no tuviera que ver con nada de lo anterior, pero ese acontecimiento estará indisociablemente unido a los anteriores en mis recuerdos.

La canción terminó, y me quité los auriculares. El siguiente paso fue eliminarla de mi ordenador, hacer como que nunca había existido.

Fue por la tarde cuando me enteré del suicidio de mi vecino de al lado, el mismo al que —alguna vez— solía molestar la música. Al parecer, se había abierto la cabeza contra la misma pared que solía golpear cuando Sergio y yo le molestábamos.

Desde entonces he tratado de olvidar todo lo sucedido, pero no soy capaz de hacerlo y a veces cometo el error de recordarlo de manera consciente, como en este momento, con esta historia que invariablemente tendrá que acabar eliminada, por el bien de todos nosotros. Porque en una nota de suicidio que ha sido estampada en millones de camisetas y reproducida en miles de páginas web, que ha sido transcrita en carpetas y apuntes de estudiantes aburridos, e incluso recitada en voz alta por los fans más declarados, yace el arma capaz de aniquilar a la humanidad. Sólo es cuestión de tiempo, y algún día alguien tendrá la misma idea que yo, alguien abrirá la puerta al horror que Warreh Spawn conoció de primera mano, y entonces será el fin de todo y de todos.

Algún día.

 

 

Magnus Dagon es un seudónimo de Miguel Ángel López Muñoz. Nacido en Madrid en 1981. En el año 2006 ganó el Premio UPC de novela corta, publicada después bajo el sello de Ediciones B. Ese año fue finalista también del Premio Andrómeda, al año siguiente del Premio Pablo Rido y en el 2009 ganador del IX Certamen de Narrativa Corta Villa de Torrecampo. Ha publicado relatos en numerosas publicaciones digitales y de papel. Es miembro de la asociación Nocte de escritores de terror. En abril de 2010 salió a la venta su primer libro, “Los Siete Secretos del Mundo Olvidado”, con la editorial Grupo Ajec. Es cantante y letrista del grupo musical Balamb Garden, que se puede escuchar AQUÍ.

Hemos publicado en Axxón: EL LÁNTURA (167), EL BRILLO DEL MAL (168), EL IMPERIO CAOS (173), NUEVO COMIENZO (174), COCHES AZULES (197), LOS NUEVOS DESCUBRIMIENTOS PERDIDOS: LOS HOLOGRAMAS (199), EL JUGADOR (207), BEYOND (209)

 


Este cuento se vincula temáticamente con EL COLOR QUE CAYÓ DEL CIELO de H.P. Lovecraft, BEYOND de Magnus Dagon, LUCY EN EL PAIS DE LOS MONSTRUOS de Ricardo Bernal, EL CONCIERTO de Isidro Martínez Palazón

 

Axxón 210 – septiembre de 2010
Cuento de autor europeo (Cuento : Fantástico : Terror : Ser fantástico : Música : España : Español).

 

 

Una Respuesta a “«Warreh Spawn», Magnus Dagon”
  1. laura dice:

    eiii weee pon los mas cortosss estan megga largoss asi nadie lo vas a copirrr :)

  2.  
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