Revista Axxón » «Norte profundo», Jairo Ramos Parra - página principal

¡ME GUSTA
AXXÓN!
  
 

COLOMBIA

Haiku de la Rana
(Dos traducciones posibles):

 

Un viejo estanque:
salta una rana ¡zas!
chapaleo.

 

Un viejo estanque.
Se zambulle una rana:
ruido del agua.

 

Matsuo Bansho

I

 

Para llegar al templo había que atravesar una avenida bordeada de cerezos que aún continuaban florecidos, a pesar de estar terminando la primavera. Una suave brisa transportaba el crujir de ramas en una especie de murmullo apenas perceptible, mientras un olor dulzón permitía intuir que en algún parte las flores ya caídas empezaban a descomponerse.

No había visitantes esa mañana. Sólo se escuchaba el agua de una fuente que debía estar en alguna parte, en algún jardín, tal vez al final de alguno de los interminables pasillos.

El jardín lunar se encontraba oculto tras un bosquecillo de abedules blancos. Un sendero empedrado lo alejaba aún más, y unas barandas de madera trataban inútilmente de encerrarlo. No había pájaros, y en el cielo las nubes se habían retirado discretamente, como corriendo un ligero telón, desvelando un paraje que detenía el tiempo y el aliento… Parecía como si una mano cósmica hubiese vertido pacientemente un enorme tazón de plata derretida sobre el suelo, la arena y las piedras, para crear una orgiástica escala de grises, una inquietante exuberancia monocromática… era como si alguien, desde algún tiempo ya olvidado, estuviese tratando de comunicarnos el silencio.

 

 

II

 

Encendió un cigarrillo y se acercó a la ventana. Estaba apenas amaneciendo, y las luces de los comercios empezaban a diluirse en el sol incipiente, mientras unos pocos transeúntes se apresuraban aún somnolientos.

—No hay necesidad de preocuparse tanto —dijo el hombre—. No creo que haya alguien allá abajo espiando…

El humo del cigarrillo le producía algo de náusea pero no quería tirarlo. Miró de nuevo hacia las esquinas, hacia los quicios de las puertas de la acera de enfrente, esperando que un destello fugaz revelase alguna figura, algún movimiento, alguna mirada furtiva.

—Nunca está de más estar atento —contestó—. Es sólo cuestión de tiempo que den con este lugar… no me gustan las sorpresas.

Corrió la cortina y se recostó en la pared. Un enorme cansancio empezaba a apoderarse de su cuerpo. Quería alejarse de la penumbra y la humedad que lo rodeaba. Quería no recordar, quería olvidar, deshacerse de la culpa cerrando y abriendo sus enormes ojos, destruirla con movimientos mecánicos, repetitivos, fugaces…

—Los seres humanos no somos más que unos malos actores actuando en una obra de teatro aún peor —dijo el hombre—. Nos empeñamos en seguir interpretando nuestros roles, montando las mismas escenas, las mismas tramas, las mismas intrigas, todas mediocres… Usted por lo menos se alejó de eso, rechazó el guión que le ofrecieron y montó su propio espectáculo… aún teniendo la certeza que todo sería en vano, que sólo podría lograr el fracaso. Aunque debo confesar que me intriga un poco saber cómo piensa salir de todo esto.

—No pierda usted el tiempo filosofando, amigo, no tiene sentido. En la vida todo es muy sencillo, todo se reduce a tomar decisiones, no importa si son correctas o incorrectas… además creo que es cobarde atribuir a razones externas lo infame de nuestros actos. En cuanto a salir de todo esto… no sé… cualquier paso que dé, cualquier opción que elija, no conducirá a nada.

Se detuvo. Sintió un nudo en la garganta.

—Humm… Pensé que usted era un hombre de acción.

—Desafortunadamente he sido testigo de tantas cosas… han logrado tanto… un disparo en mi cabeza sería inútil, no escaparía de nada, no me salvaría de nada. No quiero divisiones, el terror al pensar en esa posibilidad es más grande que mi deseo de redención.

—Pero tendría la satisfacción, aquí y ahora, de no darles el gusto de hacer justicia.

Se acercó de nuevo a la ventana. Corrió un poco la cortina y comprendió que ya habían llegado, tuvo la certeza de que ya estaban allí. Alguien detrás de un cristal le observaba con curiosidad, tal vez con pena. La calle, sin embargo, estaba aterradoramente vacía.

El hombre trató de sonreír, pero sólo logró deformar su rostro con una mueca. Tal vez el pánico había empezado a corroer su cuerpo. Encendió otro cigarrillo, buscó un taburete y se sentó a su lado.

—Tan sólo debo decir que fue un placer conocerlo, darle refugio estos días.

—No se preocupe —respondió—. Si estoy en lo cierto, nos volveremos a ver.

Trató de esbozar un gesto de esperanza pero no pudo, todo dolía demasiado.

—Usted se equivoca, amigo, la eternidad no existe.

Unos pasos se escucharon en el pasillo, algunos murmullos, algunos roces de metales. Alguien llamó a la puerta… el humo del cigarrillo aún le producía náuseas.

 

 

III

 

Estaba empezando a hacer calor. El profesor Takeishi le pidió a uno de los soldados que estaban allí de guardia que abriese una de las ventanas mientras se sentaba en el escritorio. La brisa de la mañana empezó a apoderarse del lugar.

El hombre estaba frente a él, recostado en su asiento y dormitando. Luego, poco a poco, se fue incorporando. Su rostro estaba lleno de moretones y la sangre seca le daba una apariencia siniestra. Abrió los ojos, eran enormes. El profesor Takeishi examinó el dossier lentamente, y anotó en el margen derecho de la primera página, «caucásico». No quería enfrentar ese rostro en ese momento, así que empezó a leer.

Se fue enterando, a pesar de la jerga militar y la caligrafía desigual, de que unos campesinos habían encontrado al hombre desnudo no muy lejos de la ciudad. Una patrulla había ido a buscarle, y, al parecer, no había ofrecido resistencia alguna. Desde el día anterior estaba detenido en los cuarteles de la Inteligencia del ejército. La sangre y los moretones, pensó, se debían tal vez a los métodos de interrogación, al parecer ineficaces, de su amigo el inspector Omoto.

—No soy militar —le dijo en inglés el profesor Takeishi—. Soy lingüista y sólo estoy aquí para servir de intermediario, para obtener de usted algo de información.

—El inglés no es mi lengua —dijo el hombre—. Pero creo que podremos entendernos.

El profesor Takeishi retiró el dossier y miró fijamente al hombre. Su rostro, lejos de expresar angustia o preocupación, parecía demasiado sereno, tal vez lejano.

—Debo confesarle que esta situación me resulta bastante incómoda, podría decir que molesta… pero debido a la guerra hay poco personal calificado. Puede usted hablar libremente, le escucho.

El hombre sonrió, y el profesor Takeishi no pudo dejar de sentir cierta lástima. Sabía que el único motivo de esa entrevista era obtener información, despejar un misterio, y que al hombre le esperaba inevitablemente un pelotón de fusilamiento. No habría tribunal militar, no se perdería tiempo en trámites burocráticos.

—No lo abrumaré con detalles que estoy seguro usted no entenderá —dijo el hombre—. El universo es más extenso que lo que usted se pueda imaginar, tiene muchos rincones, muchas esquinas, muchas encrucijadas, muchos callejones… en algún lugar, en algún quiebre del espacio y el tiempo, perdido ya entre la bruma y la niebla, alguien ha sido condenado a muerte y ha sido enviado aquí para que se cumpla la sentencia.

El profesor Takeishi sintió como si le hubiesen hecho un disparo a quemarropa. Se levantó del escritorio. Estaba bastante cansado, no había logrado dormir los últimos días pensando en su padre enfermo, y comprendió que no estaba de ánimo para soportar un interrogatorio de varias horas que tal vez al final no condujese a ninguna parte. Recogió el dossier y se dirigió hacia la puerta.

—Espere —dijo el hombre—. No estoy loco…

—Lo entiendo perfectamente —contestó el profesor Takeishi—. Estamos en una guerra, usted es el enemigo, y cree que burlándose logrará escapar de su destino. Pero debe entender que hacerse pasar por demente no lo salvará. Todos estamos locos, esta guerra es de locos…

El hombre ocultó el rostro entre sus manos. Suspiró profundamente, se puso de pie. Uno de los soldados se adelantó para someterlo, pero el profesor Takeishi lo detuvo con un rápido movimiento de la mano.


Ilustración: Maléfico

—Sólo recuerde algo, por favor —dijo el hombre—. Así no me crea, recuerde esto, no lo borre de su mente: no soy emisario, no soy mensajero. Soy sólo una víctima más. En esta ciudad, que no conozco, que no puedo siquiera referenciar, pasará algo espantoso, algo tan destructivo y abrumador que escapa a todo entendimiento. Alguien lo sabía, ha abierto una puerta y me ha lanzado aquí, seguro de mi destrucción.

El profesor Takeishi se encogió de hombros. En otro momento, tal vez, aquello podría haber sido bastante entretenido, el tema de conversación para una de las reuniones con sus colegas, algo para reflexionar abrigado por el calor del fuego en invierno, pero no… ahora no. Abrió la puerta y salió de la habitación bastante molesto. Se acercó al escritorio del secretario y le dijo:

—Por favor, recuérdele al inspector Omoto que soy lingüista, no psiquiatra. Y que no tengo tiempo para perder.

El secretario, asustado, tomó nota rápidamente.

—Infórmele también que no me busque más, no voy a estar disponible por algún tiempo.

—¿Se irá de Hiroshima? —le preguntó, tímidamente, el secretario.

El profesor Takeishi miró la puerta cerrada y sintió una especie de nostalgia, un sentimiento de vacío que no lograba comprender, como el vértigo de una caída libre.

—Sí —dijo—. Mi padre ha vuelto a recaer en su enfermedad, debo partir hoy mismo para Osaka. Por favor, infórmele al inspector Omoto.

 

 

IV

 

En primavera el sacerdote Takeishi se retiraba al pabellón más lejano del templo para escribir Haikus. En otoño, sin embargo, regresaba a sus habitaciones habituales para estar rodeado por sus crisantemos, que amaba profundamente. Los veranos, sobre todo después de la guerra, se refugiaba en el bosquecillo de abedules blancos para construir su jardín lunar.

Los crisantemos son flores que necesitan poca luz…

 

 

Jairo Ramos Parra nació en Cali, Colombia. Es comunicador social y trabaja en fundaciones educativas. Además es escritor aficionado.

Este es su primer trabajo publicado en Axxón.


Este cuento se vincula temáticamente con VERGÜENZA, de Graciela Lorenzo Tillard; 82 FICCIONES APOCALÍPTICAS, de Damián Arturo Madrigal Aguilar; LA VISITA, de Varios Autores y EL HOMBRE ATÓMICO, de Cristina Lasaitis.

Axxón 212 – noviembre de 2010

Cuento de autor latinoamericano (Cuentos : Fantástico : Ciencia Ficción : Viajes en el tiempo : Segunda Guerra Mundial : Colombia : Colombiano).

3 Respuestas a “«Norte profundo», Jairo Ramos Parra”
  1. Moises Jose Ramos dice:

    :D Muy bien tio buena historia.

  2. paola dice:

    estoy con moises muy bueno xD xD excelente final la verdad

  3. iriana dice:

    estoy con moises el cuento muy bueno :D muy bueno bueno, ECXELENTE

  4.  
Deja una Respuesta