Revista Axxón » «Los conejos cogelones», Gonzalo Martré - página principal

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MÉXICO

 

Huertas el Pintor tenía un criadero de conejos ubicado en el vértice de un triángulo cuya base estaba ocupada por Amecameca al norte; en el sur, Ayapango, sobre la falda del volcán Popocatepetl. No es que fuera el lugar más adecuado para un criadero de conejos, pero era el único terreno de que disponía. Su única propiedad y tenía la ventaja de estar en un paraje solitario, alejado de la impertinente curiosidad de los vecinos y cercano a Sor Juana. Proveía de conejos a algunas fondas que sobre la carretera Amecameca -Cuautla ofrecían conejo asado al carbón, en adobo o al pastor los sábados y domingos. Popocatepetl es un nombre largo y difícil de pronunciar, por eso los lugareños le decían cariñosamente Popo o respetuosamente don Gregorio.

Huertas era artista pintor, no de brocha gorda. Allá abajo, en la populosa y calumniada Nezayork, compartía el triunvirato excelso de las artes plásticas con Lupus y Jorge Osorio. Una de sus manifestaciones artísticas más celebradas era efímera: el triunvirato conseguía una modelo (profesional o aficionada, daba lo mismo), la desnudaban ante un cerco de Coyotes literarios y los pintores escogían un trozo de piel sobre el cual pintaban al óleo, cubriendo cada centímetro cuadrado de toda su epidermis. Lupus prefería temas sombríos, macabros, un poco a la manera de los demonios de Goya. Huertas poblaba la piel de toros de lidia con su parafernalia de fiesta taurina; Osorio pintaba perros, prefería pintar los perros callejeros de Nezayork, entre más jodidos y lastimosos, mejor, canes en todas las actitudes posibles. Al final de la sesión, cuando la modelo deseaba quitarse la pintura, para no morir intoxicada, los poetas y narradores Coyotes se lo impedían y la modelo, en un lapso de tres días, moría frente a ellos. Los Coyotes aprovechaban esa larga agonía para componer poemas y cuentos cortos alusivos al suceso. La novela estaba reservada al Coyote Mayor quien hacía intervenir a su personaje favorito, el Eddy Tenis Boy, detective infalible.

Tan divertida práctica pictórica terminó cuando la policía de Nezayork recibió un pitazo, irrumpió en la última sesión y se llevó a Lupus y Osorio al tambo. Huertas huyó a la montaña, decidió pasar una larga temporada en aquel terreno de su propiedad que nunca había ocupado porque siempre se hallaba cubierto de nieve. Pero como desde hacía un año el cambio climático mundial hizo retroceder las nieves antes perennes hacia la cumbre, Huertas el Pintor instaló una conejera con un pie de cría de diez conejos: dos machos y ocho hembras. También se llevó su menaje artístico y comenzó a pintar paisajes porque por el momento consideraba excesivamente malsano el esmog de Nezayork.

Ya desde hacía unos diez años don Gregorio se había mostrado activo, después de siglos de pasividad. A veces sus fumarolas alcanzaban un kilómetro de altura, en otras ocasiones, en la noche se advertían resplandores rojizos y en ciertos momentos también vomitaba pedruscos. Una ocasión don Goyo vomitó cenizas, una negra nube espesa de cenizas que ensombreció una zona vasta a su alrededor. Por fortuna esas cenizas no eran tóxicas, pero de todos modos molestaban.

En seis meses Huertas el Pintor acrecentó su hato hasta treinta conejos, seis machos y los demás hembras. No se podía afirmar que el criadero mejorara la precariedad de sus ingresos, pero tenía para vivir lejos de la señora Justicia. Por lo pronto, no pagaba luz, no pagaba renta, no pagaba impuestos, pues la venta de sus animalitos era a la palabra. Como en cada pueblo del rumbo había al menos una foto suya ofreciendo recompensa, Huertas el Pintor se dejó crecer toda la pelambre facial y usaba un pasamontañas estilo Sub Marcos cuando bajaba a Amecameca para efectuar sus modestas compras, principalmente alimento para conejos.

Cuando don Goyo se enojaba, entonces el gobierno del Edomex ordenaba la evacuación de los habitantes de sus laderas, pero no todos abandonaban sus casas, entre ellos Huertas el Pintor, porque no podía trasladarse con sus cien conejos y, si los dejaba abandonados, lo más seguro es que le robaran al menos la mitad. No, no podía arriesgarse al éxodo.

Por eso, cuando oyó en su radio de pilas que don Goyo presentaba una actividad desusada y se pedía a los habitantes de las laderas que bajaran al menos hasta Amecameca, Huertas el Pintor hizo caso omiso. En efecto, don Goyo rugía en sus entrañas, vomitaba humo, vapores y gases completando su ira con una densa nube de cenizas negras. Mucha gente, asustada, bajó a buscar refugio en Amecameca; Huertas el Pintor desempolvó su atril, sus telas y pinceles y emprendió la tarea de captar la furia de don Goyo, soñó con ser un nuevo doctor Atl, con la diferencia de que, mientras Atl pintaba pinchurrientos volcancitos, él captaba la majestuosidad de las iras del viejo Popocatepetl. Soñó exponer una serie de cuadros en Bellas Artes o al menos en el MUNAL. Pero el ejército barrió las laderas en busca de remisos y lo bajó a empellones sin permitirle llevar uno solo de sus cuadros y mucho menos conejos; sin cortesías ni súplicas lo subieron a un carro militar. La ira de don Goyo era tanta que el convoy militar con cientos de evacuados no paró sino hasta Chalco.

Veinticuatro horas duró la tremenda cólera de don Goyo. La expulsión de gases fue intensa. La nube de cenizas alcanzó los dos kilómetros de altura y éstas cayeron no tan sólo sobre el valle de Chalco, sino hasta Texcoco y el Defe. La columna de gases no fue tan espectacular, porque eran apenas coloreados, entre amarillo y verde, pero éstos no se extendieron, sino que subieron verticalmente como si se tratara de una chimenea y alcanzaron más de diez kilómetros de altura. Esa columna perforó la capa de ozono de la supraatmósfera y le hizo un agujero. No muy grande, es cierto, como de un metro de diámetro. Ni tampoco de mucha duración pues la columna se debilitó y el agujero se cerró solo. Pero durante los treinta segundos que existió por ahí se precipitaron chorros de rayos cósmicos venidos desde el Sol, desde las estrellas cercanas y hasta de las galaxias más distantes. Los fotones que llegaron del Universo interactuaron con las moléculas de la atmósfera, dando lugar a la formación de un electrón y un positrón, y estos a su vez interactuaron con otras partículas, produciendo más rayos gama, los cuales originaron más electrones y positrones y otras subpartículas, como los neutrinos y los muones, que nuevamente produjeron rayos gamma y toda esa carga —cuya entrada permitió el agujero en el ozono— conocida como luz Cherenkov, invisible al ojo humano, incidió sobre los conejos del pintor Huertas. Ya el Nobel Mario Molina había advertido que de continuar la contaminación ambiental generada en el Defe y toda la inmensa área conurbana, reforzada con las periódicas explosiones del Popo, podría poner en peligro la capa de ozono suspendida sobre el volcán. Su predicción se vio cumplida, al Nobel le sobraba razón.

La luz Cherenkov cayó directamente sobre la conejera de Huertas. No mató a los animales, porque la negra nube la había atenuado un poco, pero alcanzó a modificarles su ADN, casualmente los aminoácidos de la hélice encargados de preservar y transmitir el código de la fertilidad. Esto es, alteró el mapa del genoma del Oryctolagus cuniculus.


Ilustración: Laura Paggi

Terminado el fenómeno volcánico los evacuados volvieron a sus pueblos y casas. Huertas el Pintor comprobó con felicidad que no le habían robado ningún conejo. Pero halló a su cría muy inquieta. Dos semanas después del baño cósmico todas las conejas estaban embarazadas. Al mes, todas las conejas habían parido, la población de su conejera subió a doscientos animalitos. Huertas el Pintor no cabía en sí de gozo: sus ingresos se duplicarían. Sin embargo, no pudo vender muchas conejas, porque éstas se embarazaron sin dilación y la población femenina era la que predominaba abrumadoramente.

Calculó que así salieran de su nuevo embarazo general, podría vender un superávit de cincuenta animales y tener pie de cría para aumentar su población. Por lo tanto, se preparó comprando más forraje para la conejiza.

Cuando la población «cargada» dio a luz a los veinte días, vinieron al mundo ciento cincuenta cachorros más, en su mayoría conejas. Estas se alimentaban ferozmente, pues a los pocos días fueron embarazadas por los conejos sementales. La población conejil no cabía en sí de gozo. ¡Siempre tenían ganas de coger! No había necesidad de esperar época de celo. Tal como en los humanos, conejos y conejas siempre estaban en celo, al igual que los humanos, los conejos no pensaban en otra cosa que en cogerse a las conejas e, irresponsablemente, exactamente igual que los humanos traían al mundo camada tras camada de bebés. Parecían chinos. Y los chinos a la viceversa.

En seis meses Huertas quebró. La superpoblación de su conejera era de tales dimensiones que rebasó y con mucho su capacidad de compra de forraje. Tenía mil conejos y el mercado estaba deprimido en virtud de que los turistas fin semaneros no consumían tanto conejo como era de desearse. Huertas el Pintor no tenía suficiente dinero para alimentar mil conejos, los fonderos no le compraban sus excedentes, no tenía para pagar el personal necesario para atender las conejeras y la situación se agravó cuando en dos meses tuvo ya dos mil conejos.

Huertas abrió la puerta de sus conejeras y dejó salir mil ochocientos conejos, quedándose con doscientos. El negocio se vino abajo definitivamente. Los conejos andaban en libertad por las calles de los pueblos, algunos morían a escopetazos pero la mayoría buscó refugios en las peñas altas de los volcanes y cavó túneles para seguir cogiendo a gusto.

La región se convirtió en la primera área productora de conejos del país. Todo el mundo tenía su conejera, y todo el mundo se enfrentaba al mismo problema de la sobreproducción. Los conejos se las arreglaban para aparearse con o sin la anuencia de los humanos.

Pronto poblaron las faldas del Iztaccihuatl tanto la vertiente poblana como en la mexiquense, que «hervían» de conejos. Los mexicanos no son muy afectos a comer conejo. En promedio, cada mexicano se come medio conejo al año. Esta bajísima predilección fue un incentivo para los conejos, que cogían furiosa, acalorada, desenfrenadamente.

La sobreproducción pasó de problema local (arrasaban con sembradíos diversos, como si fueran langostas, horadaban túneles en las bodegas que contenían granos, devastaban las bodegas de los mercados) a problema nacional, pues la plaga de conejos se fue extendiendo por el amplio territorio nacional hasta que la Secretaría de Agricultura y Ganadería —en manos de un licenciado, como era costumbre— decidió intervenir. Se formó una llamada Comisión contra la Plaga Conejera, encabezada por un licenciado, cual debía de ser, que acordó lo siguiente:

1.-Que la policía persiguiera a los conejos y los matara ahí donde los encontrara. Después, que los incinerara.

2.-En caso de ser insuficiente la policía, que interviniera el ejército.

El general Donoso, secretario de la Defensa, protestó: ya era demasiado andar persiguiendo narcos como para que ahora les encargaran los conejos. Pero ni modo, órdenes son órdenes y ahí salieron las tropas en sus vehículos, tanquetas, tanques, camiones, cañones, ametralladoras, etcétera, a perseguir conejos. Pero no mataban muchos. Los conejos cavaban incesantemente túneles e invadían municipio a municipio, estado a estado. La población conejeril, al año de iniciarse la cogedera masiva, se calculaba en cuatrocientos millones de cabezas y ya había invadido Estados Unidos por el norte, Centroamérica por el sur. Los mexicanos pobres (más del 50 % de la población), muy desnutridos, aunque no gustasen del conejo hicieron de este animal su dieta principal, de ahí que vieran con malos ojos que el ejército tratara de aniquilar la especie. El ejército, ya de por sí impopular, temido y odiado, era impotente para contener la plaga. Se importó gas mortífero, pero era contraproducente usarlo porque también morían los humanos. El CISEN, la CIA, la DEA, FBI y la PGR auxiliadas por el Instituto de Biología de la UNAM y por los zóologos de Chapingo, localizaron el foco de la plaga: la conejera de Huertas el Pintor. Como tenía cuerpo enteco y era bajito de estatura, le hicieron cirugía plástica en los ojos y nariz y lo presentaron en rueda de prensa como Huer Dien Ho, agente norvietnamita encargado de la destrucción del capitalismo; le cargaron la culpa de la crisis económica mundial y Estados Unidos solicitó y obtuvo su extradición. Se trató de inundar las galerías conejeriles, pero el agua no era suficiente y los conejos aprendieron a bucear. Cuando la población conejeril subió a cinco mil millones de piezas en el país, el señor General Secretario de la Defensa confesó su vergonzosa derrota. ¡No tenía presupuesto para el combate!

La plaga invadió Estados Unidos. Se extendió en todo su territorio. En invierno los conejos hibernaban pero seguían reproduciéndose, en primavera, verano y otoño el censo estimado era de cien mil millones de conejos en el vecino país.

En China, los conejos pronto duplicaron la población humana y en tres meses la triplicaron, pese a que los chinos se especializaron en hacer chop suey y chow mein de conejo.

En todo el mundo, la gente comenzó a morir de inanición, porque si bien había abasto suficiente de conejo, los cabrones roedores no se dejaban atrapar fácilmente y consumían más alimento del que producían. La producción de arroz en China fue consumida íntegramente por los conejos cogelones. La de trigo en Estados Unidos, ídem, la de papa en Alemania, ídem, la de cebada en todo el mundo, ídem, por lo tanto ya no hubo cerveza. Los cañaverales eran devastados, por lo tanto, ya no hubo azúcar, ni alcohol y lo peor: tampoco ron. La producción de maíz declinó a cero. Las tortillas y los corn flakes fueron un recuerdo nostálgico.

Los conejos, que ya decuplicaban la población mundial, vieron con buenos ojos pasar de herbívoros y granófagos a carnívoros. Comenzaron comiendo ratas, gallinas y pollos. Siguió el turno de los cerdos y las reses.

Un día, los niños en edad preescolar comenzaron a desaparecer…

La Unión Europea demandó la extradición de Huertas el Pintor y sus cómplices, Lupus y Osorio. Después de un juicio que duró dos años fueron sentenciados a morir arrojados desde lo alto de la Torre Eiffel. No sin que antes en el Museo de Arte Moderno de París exhibieran una muestra de su arte pictórico, de excelencia. Sotheby’s compró todo el lote. Fue el último que compró. Cuando los curadores fueron por él, hallaron que los conejos habían roído todo, menos tres cuadros.

 

 

Gonzalo Martré nació en Metztitlán, Hidalgo, en 1928. Realizó estudios de ingeniería química en la UNAM y fue profesor y director de la preparatoria Uno. Militó en los partidos Comunista Mexicano (PCM) y Socialista Unificado de México (PSUM). Ha escrito una obra extensa y variada que abarca novela, cuento, relato, ensayo, crónica y reportaje. Entre sus libros se destacan Los endemoniados, Safari en la Zona Rosa, La noche de la séptima llama, El Chanfalla, Dime con quién andas y te diré quién herpes, ¿Tormenta Roja sobre México?, Apenas seda azul, Los símbolos transparentes, y La emoción que paraliza el corazón. Con semejante obra a nuestro alcance no duden los lectores que Gonzalo será visitante asiduo de Axxón en los próximos meses.

Ya hemos publicado sus cuentos CUANDO LA BASURA NOS TAPE, LOS ANTIGUOS MEXICANOS A TRAVES DE SUS RUINAS Y SUS VESTIGIOS y LAS ALEGRES COMADRES DE HUIXNSOR.


Este cuento se vincula temáticamente con LAS ALEGRES COMADRES DE HUIXNSOR, de Gonzalo Martré; CONEJO, de Alberto Chimal y ROBO HORMIGA, de Hernán Domínguez Nimo.

Axxón 216 – marzo de 2011

Cuento de autor Latinoamericano (Cuentos : Fantástico : Fantasía : Humor: Genética : México : Mexicano).


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