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En la Santísima Trinidad de El Hobbit, El Señor de los Anillos y El Silmarillion que compone el universo tolkineano, la lucha del Bien contra el Mal, de la luz contra las tinieblas, es el motivo de fondo. El tiempo puede pasar, y de la Edad de los Primeros Nacidos, los aristocráticos, hermosos e inmortales elfos, se pasa a la de los Hombres. Los antagonistas pueden cambiar: un archimalo, Morgoth, cede su trono oscuro a un malo-no-tan-poderoso-pero-más-astuto, Sauron, contra cuyas maquinaciones deben luchar primero elfos y enanos, y luego los humanos.

Pero hay un enemigo que hasta el final se mantiene. No es la inmensa y venenosa Ungoliath, ni su aún peligrosa pero relativamente diminuta descendiente Ella-La-Araña. No es Ancalagon el Negro ni Smaug ni ninguno de los terribles dragones, sino seres mucho menos poderosos que, mil veces vencidos aunque nunca definitivamente exterminados, se mantienen dando guerra hasta el final.

Por supuesto, se trata de los orcos. Si superarañas y dragones vendrían a ser algo así como los campeones del mal, los orcos son los soldados de línea de las tinieblas, la carne de cañón oscura, el material gastable, las piezas sacrificables.

Poca memoria queda de los nombres de los caudillos orcos, si es que hubo algunos. Poco o nada dejó escrito el propio Tolkien sobre la vida cotidiana de los miembros de esta raza, que sólo parecen existir por y para la guerra.

Sus orígenes tampoco resultan muy claros. En el Silmarillion se insinúa vagamente que, tal como los fortísimos y estúpidos trolls son una corrupción maligna de la fortaleza de los ents, los primeros orcos surgieron a partir de cautivos elfos torturados hasta la locura en las mazmorras del Señor Oscuro, y probablemente también corrompidos por su negra magia.

Cualquiera se preguntaría: si se dispone de poder taumatúrgico suficiente para operar la metamorfosis, ¿para qué sirven entonces los tormentos? Por mucho que se torture a un lobo nunca se obtendrá un perro, sino apenas un lobo loco, magullado y desesperado.

Y es que los orcos no son ni mucho menos los siervos ideales del mal. No son creaciones que se enorgullezcan de su propia oscuridad, como los dragones, o depredadores cuya ética egoísta los impulse sólo ocasionalmente a luchar del lado de las tinieblas, como las arañas. Caricaturas torturadas del esplendor élfico, raza maldita desde su aparición, esclavos pervertidos por, para y de su creador, los orcos viven una eterna crisis de autoestima: se odian y desprecian a sí mismos y odian a todas las razas de la Tierra Media… pero especialmente a los elfos porque su existencia les recuerda lo que ellos un día fueron. Su peor pecado, su crimen, no es la caída, sino su aceptación de tal ignominia en vez de buscar la redención. En vez de morir de vergüenza por ser lo que son, los siervos del mal sólo tratan de despojar a otros de su condición. Al precio que sea. No les importa quedar tuertos para dejar ciegos a otros.

Su psicología es la del outsider, el forastero, el solitario, el fuera de la ley, el marginal. Se encuentran horribles y quisieran destruir a todos los que les recuerdan su fealdad. Podrían ser los soldados perfectos, porque su odio es tan terrible que los hace despreciar la muerte. Pero no es sólo la rabia lo que hace a un buen combatiente. Se necesita luchar por algo y no sólo contra algo para poder alcanzar la victoria.

En cambio, los orcos no tienen aspiraciones propias de grandeza o encumbramiento. Ni iniciativa. Dejados a su aire, se esconderían del sol en oscuras grietas, comiendo alimañas blancuzcas y ciega[1]. O como máximo emprenderían depredaciones aisladas y torpes contra los asentamientos de humanos, elfos y enanos, incursiones que terminarían por ser su ruina cuando los esfuerzos aunados de varios guerreros, cazadores o campesinos indignados lograran sobreponerse al asco y temor que inspirase su figura deforme, y se atrevieran a desafiar su fuerza y ferocidad.

No es casualidad que éste sea el rol reservado por los cuentos tradicionales a los ogros[2]: depredadores terribles pero aislados del mundo que los considera engendros, mundo al que depredan desde los márgenes sin atreverse a socavar sus mismas bases.

Sólo en la obra de Tolkien los ogros se reúnen en ejércitos e intentan derrocar la hegemonía del bien, la normalidad y la luz. Pero no lo hacen por propia decisión; ya hemos visto que el odio no basta para generar iniciativas.

Es el miedo el que los hace luchar. No el miedo a la luz, a las antorchas o al acero de los «normales», sino el miedo a algo más oscuro y terrible que ellos mismos: el Señor Oscuro, el mal hecho carne… o, al menos, Ojo.

La vida lejos de la luz, despreciados por todos, obligados a asistir a la grandeza de sus antiguos parientes, puede ser horrible, pero hay algo más horrible todavía esperando en las mazmorras a los que desobedezcan y no la afronten. Nacidos en la tortura y el terror, el pánico al Gran Torturador es la única fuerza capaz de hacerles olvidar sus recelos ancestrales y colaborar en una empresa conjunta… y mejor aún si ésta es diseminar la muerte y la destrucción entre los normales que los desprecian y odian. Donde hay un látigo, hay un camino, y si es de sangre, hierro y fuego, mejor.

La historia humana enseña que los esclavos aterrados nunca fueron buen material para ejércitos. O se les usaba como «tropas auxiliares»[3]. O, si eran realmente fieros y competentes guerreros, se les convertía en cuerpo de élite, especie de siervoseñores, cautivos pero con privilegios. Aunque ¿por qué obedecer las órdenes de un señor en vez de mandar uno mismo? ¿Por qué no rebelarse y hacer la guerra por cuenta propia?[4]

Pero no hay rebelión posible contra el Gran Rebelde, el Ángel Caído, el Opositor de Ilúvatar, el Valar Renegado. Ni tampoco contra su sucesor, Sauron. Éstos son poderes de otra liga. Simples elfos transfigurados en orcos están fuera de peso en esta contienda. La pelea sería de mono amarrado contra león. No se rebelan los ratones contra el rey de la selva, ni aún siendo cientos.

Pero una manada de ratas puede ser un arma terrible en manos astutas e inescrupulosas. Los orcos, siempre peleándose entre sí, a duras penas capaces de colaborar, que sólo respetan la fuerza, son la hoja oxidada y carcomida, pero terrible de todas maneras, que esgrime el Señor Oscuro contra la Tierra Media.

No es un chantaje ni una amenaza. No es un «Ríndanse o sufrirán el ataque de mis huestes». El ataque es tan inevitable como la picadura del escorpión.

Y no es tampoco éste un ejército invasor; una tropa que conquista procura ganarse de algún modo al menos el respeto, si no la simpatía, de los pueblos que vence porque necesita reinar sobre los nuevos territorios y nadie quiere gobernar un desierto arrasado. A cambio de sometimiento, el contrato no escrito es que los nuevos amos ofrezcan supervivencia y un mejor gobierno[5].

Pero Sauron no ofrece alternativas reales, no hay que creer en las engañosas palabras que brotan de la boca untuosa de sus heraldos. Es la muerte o la muerte, la destrucción o la destrucción. Ni siquiera sus colaboradores están seguros; el mismo orgulloso Saruman descubre demasiado tarde que no es un aliado en igualdad de derecho, sino sólo un subordinado más, otro peón sacrificable.

El Señor Oscuro y por extensión sus fieles[6] orcos no quieren gobernar a los habitantes de Arda tal como son. Quieren borrarlos, para regir una tierra habitada sólo por sus corruptas creaciones. El ejército orco no quiere prisioneros, no acepta rendiciones, sólo busca la destrucción total. Es una legión de exterminio, una horda destructora como no lo fueron las peores incursiones de los caribes o los vikingos, ni las columnas del fiero Timurleng devorando Asia, como apenas si se atrevieron a serlo las divisiones de la Wehrmacht nazi conquistando Europa.

Y, aunque el miedo a su terrible y astuto comandante sea su mayor talón de Aquiles, son de todos modos un ejército temible. Su fuerza reside en que no tienen retaguardia que proteger ni a la que regresar victoriosos o vencidos. No son los hijos escogidos de un pueblo que marchan al frente dejando atrás mujeres, padres e hijos vulnerables. Es un pueblo-ejército, la guerra total convertida en nación, una cultura sin civiles no combatientes. Un orco pacífico es tan inconcebible como un elfo humilde o un hobbit frugal. Todos y siempre van armados, la armadura es para ellos como una segunda piel, luchar es un lenguaje que dominan con mucha más maestría que la propia y ríspida Lengua Negra. La batalla es lo que los define y esclaviza.

Se podría decir que desde pequeños llevan armas, que aprenden a combatir antes de gatear… si no fuera porque nunca habla Tolkien de cachorros orcos. Ni de hembras, ni siquiera con la elíptica referencia a las enanas «que son pocas y no se distinguen mucho, porque también tienen barbas». Y es ahí donde cualquier antropólogo se llevaría las manos a la cabeza y aullaría: «¡Imposible! Un pueblo-ejército formado sólo por varones es un callejón sin salida demográfico».

En efecto, la historia humana conoce sociedades guerreras similares, formadas sólo por varones en edad beligerante, como los Soldados Perros de los cheyennes americanos o las órdenes caballerescas medievales, como Templarios y Teutones… pero aunque muchas poseyeran un rígido y excluyente espíritu de casta elegida, todos eran hijos de mujer y sus filas se alimentaban de las de la cultura o etnia a la que pertenecían. ¿Cómo se autoperpetúa una raza sin hembras? ¿Por generación espontánea?

Aún suponiendo que los orcos hayan conservado, si no la inmortalidad de los elfos que fueron, al menos su larga vida, su misma razón de ser es ser carne de cañón. Y si mueren a racimos bajo las armas de los ejércitos de la luz… ¿cómo podrían las hordas negras reponer sus efectivos?

¿Acaso eran tantos en un principio que todavía al final de la Tercera Edad quedaban suficientes como para formar ejércitos? No, porque con todas las bajas sufridas batallas tras batalla habría que suponer que el contingente inicial era tan numeroso que los defensores del orden de Arda habrían perecido arrollados por la simple fuerza de su número.

¿Y si algunos hubiesen esperado dormidos, como reservas, tal y como Ilúvatar hizo dormir a los siete primeros enanos para que no arrebataran a sus predilectos elfos el honor de ser los Primeros Nacidos? Tampoco parece muy probable. ¿Es que tan malos guerreros eran los elfos que Morgoth pudo atrapar vivos a tantos en los días de su esplendor? ¿O sería que por cada elfo torturado surgían dos orcos?

Otra teoría, planteada por el fan noruego Björn Noberg, que toda hembra élfica o humana violada por un orco luego sólo paría orcos resulta un poco traída por los pelos… y recuerda sospechosamente lo que ocurría con los bárbaros rogüshkoi en la novela de ciencia ficción Los valerosos hombres libres, segundo tomo de la Trilogía del Anomo del imaginativo Jack Vance. Además de ser genéticamente alambicada[7], me cuesta imaginar al remilgado profesor siquiera pensando en violaciones masivas como sistema de reproducción de sus ejércitos malignos: las damiselas humanas o élficas de su saga temen ser vejadas, golpeadas o devoradas por los orcos… pero, ¿raro, no?, nunca les preocupa ser violadas.

¿Puritanismo victoriano… o será que entre las cosas que perdieron los elfos prisioneros durante la tortura no estaba sólo la belleza sino también la sexualidad y sus atributos corporales? Porque tampoco se insinúa siquiera una homosexualidad de casta militar, como la que existía entre los hoplitas griegos o los samurais del Japón Feudal. Simplemente, no pensaban en eso y ya.

El surgimiento de los Uruk-hai, tal vez por ser más reciente, está, en cambio, bien claro: el renegado Maia los crea con conjuros a partir de la tierra, la sangre humana, la piedra y alguna cosita más. Son una raza superior de orcos, mestizos de hombre, más fuertes, más altos, más astutos, y sobre todo, que no temen a la luz. ¿Vigor híbrido? ¿O el equivalente del famoso herrenvolk, los superhombres arios de los nazis?[8]

Soldados surgidos ya adultos de la tierra como Palas Atenea de la frente de Zeus. Entonces resulta que sí se trata de generación espontánea, y aunque el serio antropólogo frunciría el ceño, no cabe duda que, desde el punto de vista puramente logístico, un ejército cuyas filas se nutren de lo inanimado[9] tendría asegurada una reposición prácticamente inagotable de fuerzas. Al menos, mientras los poderes taumatúrgicos de sus líderes no se debilitaran.

Uno de los recursos argumentales que distinguen a la ciencia ficción es, partiendo de una premisa irreal, desarrollar luego lógicamente el universo que resultaría. Y aunque Tolkien ni escribía ni tenía en muy alta estima al género, es factible suponer que usó el mismo método para esbozar la «sociedad» de sus orcos.

Tomando como base el limitado concepto inicial de que ni nacen de vientre ni crecen ni añoran el sexo, moduló una cultura mutilada, pero fascinante y riquísima en su retorcimiento.

En la Tierra Media no hay mucha religión: los dioses son reales y poderosos: ¿para qué ocuparse de rendirles cultos? Los elfos, por ejemplo, inmortales, orgullosos y cercanos a los Valar, son virtuales semidioses admirados, pero no adorados por algunas otras razas. Los orcos no tienen nada parecido a un culto porque su cultura es de algún modo una teocracia. Su Señor Oscuro, a la vez Padre-Creador, Comandante en Jefe y Supremo Ejecutor, fue un ente sobrenatural que se rebeló[10] contra la hegemonía de Ilúvatar, generador de Arda con su canción, negando su saber absoluto y su omnipotencia.

No son supersticiosos tampoco, porque las magias a las que temen son perfectamente reales, y de su pasado élfico heredaron una especie de sexto sentido que les avisa cuando las cosas «huelen raro» y que su paranoia de eternos objetos del odio general incrementa más aún. En cuanto a magia… con astuta prudencia, el General Oscuro no puso en manos de los que creara con la tortura poderes similares a los de los Nazgul, por ejemplo. Si los reyes humanos portadores de anillos de poder cayeron hacia la penumbra llevados por su propia ambición y son por eso los más fieles servidores del Dueño del Anillo Único, a los elfos cautivos nadie les preguntó si querían ser degradados a orcos… así que mejor no arriesgarse a que la historia de los mamelucos pasando de esclavos a dueños se repitiera en la Tierra Media. Sobre todo considerando que lo que hace superior a Sauron no es su fuerza física: ¡en El Señor de los Anillos ni siquiera tiene cuerpo!, sino su astucia malévola y sobre todo su condición de Gran Nigromante ante el que incluso el poderoso Saruman se reconoce segundo y al que el mismo Gandalf se sabe incapaz de derrotar frente a frente. Entregar voluntariamente parte de ese enorme poder a esclavos útiles, estúpidos y temerosos, pero siempre resentidos y por ello peligrosos, sería tonto. Y Sauron tenía muchos defectos, pero no el de ser escaso de entendederas.

Pero ¿qué cultura puede tener un pueblo sin hembras, sin sexo, sin voluntad, sin futuro? Una puramente utilitaria, por supuesto.

¿Qué necesita un pueblo-ejército? Armas y armaduras para destruir a sus enemigos, comida y bebida que les den energías para hacerlo, una medicina especializada en curaciones de urgencia sobre el campo de batalla para cuando las cosas van mal, y poco más.

Tolkien, al describir las armas y corazas orcas, dice que no son hermosas, pero sí efectivas y concebidas para infundir temor, así que al menos se les puede conceder cierta retorcida habilidad para la herrería. Aunque primitiva y limitada: no deben ser muy expertos en aleaciones, porque el mithril élfico les causa admiración y rabiosa envidia. Además, la frecuente mención de óxido recubriendo su armamento, y de espadas y lanzas rotas y cascos y escudos abollados en plena refriega traiciona que el templado tampoco es su fuerte. ¿Se trata acaso de armas de hierro puro, en contraste con los resistentes aceros de enanos, humanos y elfos?

Parecen poseer también ciertas aptitudes rudimentarias para la decoración: cabe suponer que el ojo de Sauron o la mano blanca de Saruman que usan como distintivo en sus uniformes no se los bordaría, cosería o pintaría el mismo Señor Oscuro ni el traicionero mago blanco luego devenido multicolor. Que, mientras los ejércitos élficos y humanos marchan al combate con rutilantes armaduras y abigarradas sobrevestes, los orcos, tropa nocturna por excelencia[11], se ataviaran de negro, indica que tal vez la militarmente hablando muy avanzada noción del camuflaje no les es del todo ajena, ¿o quizás su vista habituada a la penumbra ha perdido la sensibilidad a los colores?

Sus cascos rematados por púas o cornamentas de animales dicen bien claro que buscan un efecto psicológico de terror. No se lucha tan bien cuando el miedo paraliza los miembros. Y como en varias ocasiones Tolkien hace hincapié en lo irregular del aspecto de las huestes orcas, cabe suponer que las armas, armaduras y decoraciones de cada orco son dejadas a su propia iniciativa… detalle por otra parte muy acorde con su feroz individualismo.

En cuanto a comida, no deben ser muy remilgados. Un ejército sin retaguardia, como sabe cualquiera con nociones elementales de estrategia, es un depredador por necesidad. Obligado a subsistir forrajeando las zonas que arrasa no puede estar formado por gourmets, sino por omnívoros pragmáticos que no le harían ascos a la carroña, a la carne de sus enemigos derrotados… o hasta a la de sus congéneres con menos suerte en combate.

Un ejército tan adaptable gastronómicamente hablando que es capaz de devorar lo mismo a sus propios muertos que a los del enemigo, no necesita cargar muchas vituallas en una contienda. Eso no significa que no tuviesen sus preferencias de menú. En un hipotético libro de recetas de cocina orca, junto a sapo hervido y filete descompuesto de oso, deberían figurar exquisiteces como la sopa de doncella o el fricasé de hobbit. No hay que olvidar que Merry y Pippin casi sirven de cena a sus captores antes de que el ataque de los rohirrim les diera la oportunidad de huir al bosque de Fangorn. Pero no creo que a los orcos les preocupara mucho el sabor o el grado de cocción del asado mientras pudiera comerse, así que su cocina no debe ser muy refinada ni abundante en especias o condimentos sofisticados[12].

En cuanto a las prácticas médicas de los orcos hay que suponer que, como los elfos que antaño fueron, y pese a su amplia dieta y desastrosa higiene personal, rara vez enferman o sufren los achaques de la vejez humana[13] y que su vida nómada constante no hace muy temible la amenaza de los venenos. Su saber médico debe consistir casi exclusivamente en la curación de heridas… pero, aunque sea por pura práctica, deben ser cirujanos de campaña bastante eficaces, si bien es de sospechar que sus remiendos no son muy estéticos. ¿Y? A fin de cuentas, si se trata de infundir terror al enemigo, ¿hay algo mejor que una buena cicatriz dentada o un queloide bien abultado?[14]

La artesanía orca, si es que existe algo así, debe ser rudimentaria y escasa. ¿Para qué perder tiempo en construir cantimploras, botas y esas cosas si otras razas las fabrican mejores? Basta con golpear o morder al dueño de la que más gusta y asunto resuelto.

Música, es obvio que no conocen otra que el bramido de los olifantes y el retumbar de los tambores de regimiento. Quizás jactanciosas, elementales y rítmicas canciones de marcha[15] al rudo estilo del US Marine Corps. Los orcos no son vikingos ni dejan sagas llenas de bellas imágenes del combate. Tampoco ninguna oda llorando su hogar perdido o la muerte de los chicos de su batallón, ni églogas cantando el delicioso sabor de la carroña de hobbit en salmuera o lo bien que arde la cabaña de una familia rohirrim… con la familia adentro, por supuesto.

Si alguna clase de arte puede esperarse que desarrollen los orcos, por pura lógica deben ser las marciales. Pero Tolkien insiste en describirlos una y otra vez como luchadores fuertes y feroces, instintivos y tenaces pero torpes, sin un auténtico dominio de las artes del combate aunque llegan a alcanzar notable y peligrosa habilidad en aquellas modalidades que no implican el enfrentamiento directo con la habilidad de otros oponentes, como por ejemplo en la arquería o el uso de la honda. Y, confiados en su fuerza bestial, amén de naturalmente armados con garras y colmillos como están, no cabe esperar que desarrollen métodos complejos de lucha a manos libres como el karate o el kung-fu. Cuanto más, un rudimentario pancracio o lucha libre. Pero ni eso; al máximo que llega Tolkien es a describirlos golpeando toscamente a algún prisionero o enemigo. En realidad, combatientes que desde su primer aliento llevan armas con ellos y a los que nadie trata de desarmar porque a nadie le interesa tomar como prisioneros, no deben tener muy a menudo las manos desnudas.

Pero aunque no son muy hábiles, los orcos son extraordinariamente resistentes. Condenados a la infantería[16], son capaces de moverse a paso redoblado o a la carrera con una celeridad que, como Aragorn, Legolas y sobre todo Gimli tuvieron ocasión de comprobar, no es cosa fácil imitar. Ésta es una de las características que debió hacerlos especialmente temibles y útiles para los planes de su Oscuro Señor: pequeños contingentes de orcos, avanzando veloces entre las sombras, podrían pasar inadvertidos hasta que se reuniesen en una gran fuerza sitiadora. Los avances de ejércitos completos, como el de las tropas Uruk-hai de Saruman contra la fortaleza del Abismo de Helm, debieron ser más bien excepcionales.

Obligados por el Señor Oscuro a una esforzada y vagabunda vida castrense, probablemente los más despiertos echen de menos la soledad de su cueva, en la que, aún pasando hambre y siempre cuidándose de la furia de los «normales», al menos ningún látigo, hierro candente o hechizo los obliga a marchar jornadas interminables pesadamente armados ni pelear hasta la muerte. Pero ¿qué pueden hacer? ¿Acaso declararse en huelga? Los guerreros élficos, humanos o enanos disponen del libre albedrío: pueden desertar, aunque ello signifique cargar para siempre con el estigma de la cobardía. Pero los pobres, malditos orcos ni siquiera tienen esa opción: siervos desde su origen, esclavos de los oscuros designios de su creador, sólo son orcos mientras luchen y obedezcan.

Un buen término contemporáneo para resumir su situación podría ser Servicio Militar Obligatorio Permanente. Descontando la ocasional satisfacción de devorar a alguien, incendiar algo o vencer en alguna escaramuza, su existencia tiene muy pocas satisfacciones, y por si fuera poco, pende siempre de un hilo. Con razón se la pasan gruñendo y de mal humor; ¡así no hay quien viva!

 

 


NOTAS

 

NOTA 1: Como Gollum… [VOLVER]

NOTA 2: En italiano, la palabra para «ogro» es precisamente «orco». [VOLVER]

NOTA 3: Interesante eufemismo para expresar que se les enviaba adelante a que el enemigo se cansara masacrándolos. [VOLVER]

NOTA 4: Como hicieron los mamelucos, que de esclavos en la guardia del sultán de Egipto pasaron a ser sus amos hasta que los destronó Napoleón. [VOLVER]

NOTA 5: Así actuaban los persas, los romanos, los mongoles y todo conquistador con dos dedos de frente. [VOLVER]

NOTA 6: ¡Qué remedio les quedaba sino serlo! [VOLVER]

NOTA 7: Y de que la obra de Vance es muy posterior. [VOLVER]

NOTA 8: Muchos paralelismos han señalado los estudiosos de izquierda entre las letales hordas hitlerianas y los salvajes ejércitos oscuros de Sauron… aunque también entre los aristocráticos, superiores y rubios —aunque no siempre— elfos y los «arios puros» made in Deutschland, así que todavía se discute la filiación política de Tolkien y su obra con el mismo encono que la de Robert Heinlein. Como si a algún fan le importara mucho… [VOLVER]

NOTA 9: Como los guerreros nacidos de dientes de dragón contra los que combate Jasón en su gesta por el Vellocino de Oro. [VOLVER]

NOTA 10: Y cualquier semejanza con el non servam de Luzbel no es pura concidencia. [VOLVER]

NOTA 11: O hasta que llegaron los Uruk-hai. [VOLVER]

NOTA 12: Ni siquiera suponiendo que las naves corsarias de los numenoreanos negros o las caravanas de mumakiles de los hombres del Sur mantuvieran un activo comercio de tales sustancias exóticas, a semejanza de lo ocurrido en nuestro medioevo histórico. [VOLVER]

NOTA 13: Como si, por otro lado, con tanta batalla pudieran realmente hacerse viejos. [VOLVER]

NOTA 14: Paralelismos en la historia humana pueden buscarse en la estética machista de los hunos, que encontraba más hermoso a un guerrero mientras más cicatrices mostraba, hasta el punto que llegaban a autoinflingirse heridas a sangre fría. Cicatrices y tatuajes tribales se conocen también entre varias etnias negras, como los bantúes y masais, o los maoríes neozelandeses y algunos pieles rojas norteamericanos. Por no hablar de los estudiantes alemanes que hasta fecha reciente exhibían muy orondos sus cicatrices faciales de duelos con sable. [VOLVER]

NOTA 15: La Lengua Negra, casi alérgica a las metáforas, no debía dar para mucho más. [VOLVER]

NOTA 16: Cualquier caballo decente preferiría la muerte a servir de montura a un orco. Y, aunque feroces y astutos, los wargos no eran tantos como para formar escuadrones montados. [VOLVER]

 

 

Este artículo se vincula temáticamente con El breve romance entre el orco y la elfa, de Juana Gallego y El Gaucho de los Anillos, de Otis Dill.


Axxón 224 – Noviembre de 2011

Artículo de autor latinoamericano (Artículo: Ensayo : Literatura: Fantástico : Fantasía : Seres fantásticos : Cuba : Cubano).

2 Respuestas a “«La raza maldita ¿o imposible?», Yoss”
  1. Javier dice:

    «Tolkien, al describir las armas y corazas orcas, dice que no son hermosas, pero sí efectivas y concebidas para infundir temor, así que al menos se les puede conceder cierta retorcida habilidad para la herrería.» Léase asesino ninja.

  2. Nuglam dice:

    Nunca había leído una critica tan aguda y sutil del régimen castrista…

  3.  
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