Revista Axxón » «Crónica del XXI», Claudio G. del Castillo - página principal

¡ME GUSTA
AXXÓN!
  
 

CUBA

 


Ilustración: Duende

Ignoro cómo escapó La Esperanza de la barbarie. ¿Por qué en nuestras tierras aún crecen la yuca, el maíz y el cacao; de dónde proviene el agua cristalina que atesora el pozo junto a la iglesia; qué capricho de la Naturaleza legitima el cinturón verde que nos aísla de los Parajes Yermos?

¿En qué lugar del planeta se oculta La Esperanza?

Mis interrogantes se destrozan los nudillos contra las viejas puertas del pueblo; ya no queda nadie que conozca las respuestas. El que no murió, ciertamente las ha olvidado. La época en que cada inquietud era satisfecha se esfumó con el último visitante en su sano juicio a quien nuestra gente diera hospitalidad, hace más de medio siglo. Después, solo han venido los Extraños.

Y a esos no puedo preguntarles; a esos tengo que matarlos.

Me llamo Abelardo y soy el jefe de los Guardianes de La Esperanza, un pequeño asentamiento rural que el sudor de nuestros antepasados erigió no muy lejos del mar. Los Guardianes asumimos con abnegación este trabajo, solo retribuido con largas jornadas de vigilia e insufribles padecimientos. Claro, alguien ha de hacerlo. Si no, ¿quién protegería a La Esperanza de los Extraños? «Ellos no pueden entrar en nuestros dominios«, este es mi credo. Por eso organizo patrullas de cuatro a seis personas, armadas con machetes y rifles, y las distribuyo a lo largo de la franja costera y el lindero exterior de la selva que nos embolsa. Pues no es un secreto que una invasión de los Extraños acarrearía la perdición a La Esperanza.

Mi abuelo paterno era bruto como un arado, lo cual no le impidió coleccionar recortes de periódicos hasta el 36, año en que la imprenta exhaló el postrer suspiro.

«Las figuritas… ¡que me gustan, carajo!», se justificaba.

Tener bajo el colchón de su cama los únicos vestigios de la Historia pre-holocausto que se conservaron, le granjeó la consideración de sus paisanos. De perdurar las clases sociales de antaño, quizá él hubiera aspirado a la alcaldía del pueblo. A la sazón, la posición equivalente en responsabilidad y prestigio era la de jefe de los Guardianes. Y eso fue mi abuelo: jefe de los Guardianes, como más tarde lo seríamos papá y yo.

La amargura y la tristeza consumieron al pobre anciano en el 73, cuando una incursión masiva de Extraños anunciara el final del Invierno Eterno. Entonces vinieron friks del oeste y el camposanto de La Esperanza floreció como nunca. Cinco lápidas llevan el Capdevila o el Pérez de la familia, dos se nombran como mis padres. Los retazos de periódicos y un cuaderno donde papá vertía sus reflexiones fueron su legado al morir ellos.

A veces, cuando me permito un descanso, dejo mi puesto de observación en el promontorio que domina la playa y me voy hasta el bohío. Allí releo en silencio las páginas amarillentas del abuelo, tratando de pintar en mi cerebro mi propio cuadro, siquiera impreciso, de lo que debió pasar, sus consecuencias. Pero soy hijo de la Era Ominosa y siempre termino preparando un tilo para mi cabeza adolorida. Vencido, me refugio en los apuntes de papá, a quien ser alumno brillante del último maestro que hubo en el pueblo le sirviera para exprimirle el jugo a los periódicos y así formarse una opinión digna de crédito. Y mientras me sumerjo en su cuidada caligrafía me persuado de que, fuera de La Esperanza, no hay nada más…

«… porque una vez cotejadas las piezas de tan complejo puzzle, la conclusión se insinúa irrevocable.»

«El siglo XXI heredó la teoría de la Exogénesis, que postulaba que la vida había arribado a nuestro planeta a lomos de un asteroide. Es posible. Lo que sí es innegable es que los asteroides trajeron consigo la desolación y la muerte.»

«Todo tiene un comienzo y un fin, y el comienzo de nuestro fin tiene una fecha: el 11 de septiembre de 2021; día en que la sonda japonesa Hayabusa II se posó en el Itokawa y, al igual que su predecesora, tomó muestras de su superficie. En esta ocasión no un gramo, sino un kilogramo. ¿Qué buscaba? Microorganismos. En 2023 la Hayabusa II debió descender en el Centro Espacial Tanegashima; en vez de ello se desintegró al penetrar en la atmósfera terrestre. Y ese kilogramo de polvo impío del Itokawa se esparció a los cuatro vientos, cual estornudo del cielo sobre nuestras cabezas.

«El Japón, Australia, África, la India, China… ¿Cuántos países no verían a sus habitantes deambular como zombis hablando una lengua extraña, mirando al firmamento…? ¡Quemando campos y ciudades!, pues solo la vista del fuego aplacaba sus ansias de luz; como si no fuese suficiente para ellos la luz del sol, la luna y las estrellas.»

Así aparecieron los primeros Extraños: los kawas; seres enigmáticos de pupilas al rojo rubí. Y las llamas de un infierno ajeno se ensañaron con la Tierra.

La Gripe de Dios se extendió como una sarna mal curada…

«… pese a que la Eugenics Corp. acelerara en 2025 las pruebas a su Inhibiter y lo lanzara al mercado a un precio «asequible». Poco después, una secuencia de códigos errónea en la programación de los nanobots se hizo evidente y retiraron la vacuna de circulación. Demasiado tarde. Para ese momento los nanobots jugaban a los médicos con el ADN de sus víctimas y se replicaban en su torrente sanguíneo.

«Cien millones de ricachones fueron testigos de cómo los subyugó la necesidad de nutrirse con minerales tomados directamente del suelo; y sintieron que sus órganos se solidificaban y su piel se endurecía, adquiriendo un tinte cobrizo. Hechos que solo los desconcertaron los instantes previos a que la lógica booleana fuese su única razón, y la certeza de un futuro de inmortalidad, su presente.»

Más Extraños: los droides; de propósitos tan oscuros como sus ojos.

Y llueve sobre mojado: la Tierra, antes calcinada, ahora con los restos de su flora en surrealista competencia por los alimentos.

Pero en aquella época al menos se conocía qué sucedía en el mundo…

«… y dentro del caos reinaba cierto orden siempre que no fuesen vulnerados los bloqueos terrestre, aéreo y naval impuestos a las regiones afectadas. Multiplicados por mil resucitaron los fantasmas de Auschwitz, Dachau,Ravensbrück, Treblinka, Yagry, Guantánamo…Y pareció que habíamos recuperado el control.»

Así fue un tiempo. Hasta que ocurrió lo del Apophis, en 2036, y lo que quedaba de humano y civilizado se fue a la mierda.

«La probabilidad de que el asteroide colisione con la Tierra es de 1 en 45000, aseguraban los expertos de la NASA. No obstante, los rusos dieron luz verde a un costosísimo proyecto y, en solitario, diseñaron la nave Hércules. Su objetivo era acoplarse con el Apophis para darle un empujón que lo expulsara de su trayectoria fatídica. La semana ulterior al despegue, el director de Roscosmos filtró un comunicado a la prensa. Explicaba, en breves líneas, que a los veintidós minutos de iniciada la maniobra, el propulsor iónico de la Hércules había fallado. Una fuga de xenón, dijo. Nadie se preocupó. Si era de 1 en 45000… En algún sitio entre Vermont y Montreal…»

… cayó el Apophis, grande como un campo de caña. No querría haber estado allí, no.

«Cada sismógrafo del planeta registró el impacto. Los medios de comunicaciones pronto se saturaron con las estremecedoras imágenes satelitales: un hongo cárdeno de gigantescas proporciones afloraba cual grano purulento en el rostro de La canica azul.»

«La noticia ocupó merecidamente los titulares durante… un día. Lapso suficiente para que los Estados Unidos y Canadá tomaran un respiro y desataran su ataque nuclear contra Rusia. Que respondió. Y en menos de lo que se tarda en contarlo cada país miembro de una alianza, y con ojivas nucleares en su arsenal bélico, se creyó en el deber de obsequiarle a su enemigo una generosa dosis de gigatones. Con lo que se ganó el derecho a recibirla.»

«Los escasos supervivientes quedaron a merced de la radiactividad, el frío y la pandemia. O de la solución evolutiva hallada por la Naturaleza en el recién estrenado entorno: las mutaciones. Agresivas mutaciones.»

La Tierra envenenada, glacial y en silencio. Y nuevos Extraños proliferando: los friks; criaturas arteras de pupilas iridiscentes. Todo mezclado.

Excepto en La Esperanza.

Por eso estoy en el promontorio, mirando al mar, y no sé qué pensar de esa enorme vela que asoma en el horizonte, aproximándose veloz desde el este. Pues ningún Extraño ha arribado a nuestras costas con el viento del este.

Jamás.

Del norte sí que han llegado muchos droides y friks. Sus raquíticas balsas, hundidas a medias por el peso de la brea impregnada en la madera, casi siempre son arrastradas por la corriente, que los hace naufragar en los Escollos de Acero. Los que consiguen pisar la playa mueren ahogados bajo un aguacero de balas. De los Parajes Yermos, al oeste y al sur, vienen kawas y algún que otro droide. También friks, que emulan con las cucarachas, si de cantidad y difusión se trata. Los escabrosos senderos de las Montañas Colapsadas son su ruta habitual.

Podría contar con los dedos de mis manos los Extraños que han burlado mi cordón de Guardianes. Cuando esto ha ocurrido, hemos peinado la selva para cazarlos como a animales.

Porque eso son, ¿no?

Cierta noche nos topamos en un calvero con un frik, un kawa y un droide. O mejor: una droide. El insólito acontecimiento evocaba el chiste ese de: el párroco, la puta y un tonto de La Esperanza coincidieron frente a las ruinas del Correo…

Supongo que el frik atrapó al nieto de Martín mientras el muchacho se entretenía correteando jutías para asarlas en una hoguera. Cuando, orientándome por los alaridos, llegué con mi patrulla al lugar, el frik ya le había destazado el vientre a Ignacito y le brindaba una porción al famélico kawa. Este no entendió su ofrecimiento. Creo que ni siquiera le prestaba atención. Él solo quería su luz, así que le prendió fuego a una mata de guayabas con una tea de la hoguera y se sentó, con los brazos en alto, a contemplar las estrellas.

En eso se les unió la droide.

Era gorda y canosa, con cara de niña. Y usaba un vestido muy deteriorado, pero idéntico al de la actriz que entrevistan en uno de los periódicos (¿Quién sospecharía que una señora de apariencia tan respetable buscara el sustento en la tierra?).

No bien la droide clavó sus ojos negros en el kawa, se le acercó parsimoniosa y le retorció el cuello con gesto preciso. Acto seguido se volteó hacia el frik, que azotaba el suelo con la cola, espantado.

Rugiendo de ira abandoné mi escondite y salté al calvero.

Cinco disparos en el tórax por poco no me bastan para despachar a la droide. El kawa se murió él solito. Antes me pareció que farfullaba esa suerte de letanía adormecedora; aunque por el sonido que escuché, pudieron ser los grillos en el robledal cercano. De inmediato encañoné al frik, que jugueteaba nervioso con dos cuartas de intestino en una garra.

—¡Reviéntalo, Abelardo! —gritaron a mis espaldas.

El frik agachó la cabeza como el crío que no halla la manera de justificar su fechoría y apuró el bocado que tenía en suspenso en la garganta.

Se atoró.

Las convulsiones o el miedo lo hicieron vomitar. Luego se replegó sobre sí, temblando. Y aún sin mirarme, tocó mi pecho y el suyo con la garra en que sostenía la tripa ensangrentada y gruñó:

—Ab…Ablarrd, Yonng. Yonng, Ablarrd.

Le hundí el cráneo de un culatazo.

Sepultamos allí mismo los despojos de Ignacito. Quiso la Providencia que Martín no estuviera para ver aquello. Después de alimentar la hoguera con los cadáveres de los Extraños, sofocamos el incendio incipiente y nos llenamos los bolsillos de guayabas. De regreso al poblado me ardían los ojos. Debió de ser el humo.

La embarcación se aproxima a la costa, allá donde la selva se diluye en mangle y uva caleta y penetra en el mar. Del tamaño de la iglesia, su armazón es lo más caprichosa e informe que cabría imaginar; y sus invisibles tripulantes la guían torpemente, arriesgando absurdos zigzags, propiciando bandazos de miedo. Mas la suerte es su brújula. A duras penas sortea los Escollos de Acero y encalla en la arena.

Bajo del promontorio con los talones rozándome la nuca. A la sombra de unas palmeras, la tropa despide el XXI a chicharrones de puerco y ronazos. Desafinan una antigua melodía, hoy carente de significado. Escupo las malas noticias. Corremos como posesos hasta la playa.

Los Extraños han desembarcado. Feo: no son menos de cuarenta. Exceden en número el total de Guardianes de La Esperanza. Como se encuentran en el límite del alcance de nuestras armas y no andamos sobrados de balas, le ordeno a mis compañeros que me sigan.

A rastras, ocultándonos entre los matorrales, avanzamos furtivos hasta donde están ellos. Diría que ya solo nos separan unos ochenta pasos. Desde la trinchera a la que nos lanzamos casi de cabeza, comprobamos que no son friks. Es un alivio. Si fueran kawas podríamos darles la pelea; si son droides…

La piel cobriza de los Extraños se adivina bajo los harapos que visten. Me muerde la angustia. Bueno, pensándolo mejor, los kawas son sensibles a las radiaciones solares y estos vienen de lejos, seguro… No, no apostaría un boniato a que son kawas; mi vista no es la que solía ser.

Me volteo para pedirle su opinión al compañero más cercano. Es Martín. ¡A buen árbol me arrimo! El viejo está más cegato que yo de tanto resplandor que ha cogido vigilando la playa. Está enfrascado en llenarle el buche a su escopeta de dos cañones con esos proyectiles que recubrió con el cuero de un droide. Según él, no hay peor cuña que la del mismo palo. El resto de la tropa elige su blanco. Cuchichean entre ellos:

—Al cariflaco bigotón le meto una por el culo y…

—¡Vive Dios que si el chico se libra de mis perdigones de cinco milímetros…!

Miguel solo atina a balbucear incoherencias con voz gangosa. Por sus aspavientos desmañados, interpreto que disparará al tuntún. No me preocupo, siempre le doy balas de salva. En él la consanguinidad se ha cobrado otra víctima: sus padres son primos. ¿Será el destino de La Esperanza albergar un hato de bobos? Más interrogantes. Últimamente me rondan como guasazas.

Desisto y vuelvo a lo mío. Los Extraños se dispersan por la playa. Miran en derredor, apuntan a la selva con gestos frenéticos, se tumban de espaldas en la arena… Parecen locos. Decenas de locos. Si bien con el intelecto suficiente para construir un barco apto para la navegación. Ahora no recuerdo quién especuló sobre qué pasaría si un droide se contagiara con la Gripe de Dios. ¿Sería el párroco en su perorata dominguera del Apocalipsis? Lo remoto de la posibilidad no me ayuda a tranquilizarme. Sus implicaciones, lo admito, me ponen la piel de gallina. ¡Si tan solo pudiera verles los ojos a esos cabrones!

¡Qué va!, estamos muy lejos.

Miguel reclama mi atención. He percibido en sus gañidos cierta nota de urgencia. Señala vagamente al horizonte. Muy, muy feo. Dos velas más se perfilan en el este, que hoy se ha empeñado en colmarnos de sorpresas. Mi primer impulso es enviar a Miguel al pueblo para que avise a la gente y traiga más Guardianes —a todos—, pero temo que se entretenga persiguiendo mariposas y lo necesito aquí. Es una bestia con el machete. Quizá después. ¡Sí, sí, después! Una muchacha de cabello rubio se ha apartado del grupo de Extraños y camina arrastrando sus pies por la arena, con la mirada clavada en el suelo. De súbito, se detiene donde comienza la franja de césped que bordea la línea costera, a un tiro de piedra de la trinchera. El sudor me lame la frente y las axilas mientras simulo el graznido del totí. Es la orden de aprestarse a disparar: la joven se ha inclinado para tomar un puñado de tierra. Nuestra tierra.

La estruja, la huele.

Oigo a mi alrededor imprecaciones contenidas, las oraciones del párroco, el martillar de las armas.

La joven se embarra el meñique con una pizca de tierra… ¡y la degusta con la punta de la lengua! El gatillo de mi springfield se aprieta contra mi dedo, el percutor se impacienta. Entonces descubro los garabatos en la proa. Y aunque desde aquí no distingo… ¿qué importa? ¡Es un nombre! ¡El barco tiene nombre! De mis labios escapa un «pitirre«, señal inequívoca de «cautela».

Un seco bang me contesta.

¡Coño su…! ¡Miguel largó una salva!

Los Extraños se incorporan y corren hacia nosotros. ¿Qué fue eso? ¿Alguien ha gritado «María»? El doble estampido de una escopeta junto al oído me aturde, el fogonazo me deslumbra… No lo suficiente. No lo suficiente para que no pueda fijarme en los ojos de la muchacha quien, con su sonrisa colgando de un boquete horrible, ha reculado hacia atrás.

Sí, he visto sus ojos —tan azules como un día lo fueran el cielo y el mar— y mis pulmones estallan:

—¡No disparen, cojones!

 

 

Claudio G. del Castillo (Ajimalayo) nació el 13 de septiembre de 1976 en la ciudad de Santa Clara, Cuba. Es ingeniero en Telecomunicaciones y Electrónica y tiene un diplomado en Gerencia Empresarial de la Aviación. Actualmente trabaja en el aeropuerto internacional Abel Santamaría. Es miembro de los talleres literarios Espacio Abierto y Carlos Loveira. Integrante de la Red Mundial de Escritores en Español (REMES). Alumno del curso online de relato breve que impartiera el Taller de Escritores de Barcelona en el período junio/agosto de 2009.

Ganador del I Premio BCN de Relato para Escritores Noveles (España) en 2009. Mención en la categoría Ciencia Ficción del I Concurso de Fantasía y Ciencia Ficción Oscar Hurtado 2009 (Cuba). Tercer Premio del Concurso de Ciencia Ficción 2009 de la revista Juventud Técnica (Cuba). Finalista en la categoría Fantasía del III Certamen Monstruos de la Razón (España). Premio en la categoría Fantasía del III Concurso de Fantasía y Ciencia Ficción Oscar Hurtado 2011 (Cuba). Finalista en la categoría Terror de la IV Muestra Cryptshow Festival de Relato de Terror, Fantasía y Ciencia Ficción (España). Primera Mención en la categoría Cuento del Festival del Humor Aquelarre 2011 (Cuba). Finalista en el IX Certamen Internacional de Microcuento Fantástico miNatura 2011 (España). Mención en el Concurso La Casa Tomada 2011 (Cuba). Tercer Premio en el III Concurso La cueva del lobo (Venezuela). Segundo Premio en el Concurso de Ciencia Ficción 2011 de la revista Juventud Técnica (Cuba). Primera Mención en la categoría Ciencia Ficción del IV Concurso de Fantasía y Ciencia Ficción Oscar Hurtado 2012 (Cuba). Premio en las categorías Cuento y Guión Inédito del Festival del Humor Aquelarre 2012 (Cuba).

Ha publicado sus cuentos en Próxima, Axxón, miNatura, Korad, Juventud Técnica, Guamo, Isliada, Qubit, Cuenta regresiva, NGC 3660, La cueva del lobo, Cosmocápsula, Cryptonomikon 4 (antología), Tiempo Cero (antología), Terapia de progresión y otros cuentos (antología) así como en los blogs del grupo Heliconia.

Hemos publicado en Axxón numerosas ficciones breves, además de: K/T, ESCENARIO 0: VALLE DE CHESSICK, ESCENAS DE LA PRESIDENCIA ¡ESTÁN AQUÍ! y HA MUERTO BROWNHAIR.

«Crónica del XXI» fue publicado en el número 9 del ezine cubano Korad y obtuvo una primera mención en el concurso Oscar Hurtado 2012.


Este cuento se vincula temáticamente con AL OTRO LADO DE LA LLANURA, de Carlos Pérez Jara; EL PEZ POR LA BOCA, de Daniel Flores y NOTAS AL PIE, de C. C. Finlay.


Axxón 235 – octubre de 2012

Cuento de autor latinoamericano (Cuentos : Fantástico : Ciencia Ficción : Distopía postapocalíptica : Cuba : Cubano).

Una Respuesta a “«Crónica del XXI», Claudio G. del Castillo”
  1. luis enrqiue dice:

    Magnifico, increíble el poder del la imaginación que tienes, bien fueron aquellos años que no querías seguir estudiando y dedicarte a la literatura, mírate hoy todo un señor de los cuentos de ficción, tienes dos grandes jobit, tus letras y tu trabajo, un abrazo bien fuerte un te quiero del tamaño del mundo tu hermano

  2.  
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