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ARGENTINA

 

Teresa Pilar Mira de Echeverría
Teresa Pilar Mira de Echeverría

AXXÓN: ¿Alguna vez fuiste Teresita?

 

Teresa Pilar Mira de Echeverría: Toda mi infancia.

También «Tere», sobre todo ahora, para los amigos, y otras variaciones intermedias más o menos cortas o largas.

El único pseudónimo que usé en mi vida, para un concurso, era bastante literal: Ómicron Ceti, o sea, la estrella variable «Mira», aunque, en realidad, son dos.

Incluso se pueden generar combinaciones bastante graciosas, como «T. Mira»… O, si incorporo mi apellido materno —el cual aprecio inmensamente, pero no uso porque si no sería algo así como un nombre kilométrico—: Mira-Segura…

¿Por?

 

 

AXXÓN: Pregunté porque me interesó tu infancia. Es que estuve leyendo tus estudios y cátedras (me impresionó bien, debo confesarlo). Hurgué buenamente entre tus saberes, en definitiva. Y me gustaría saber qué injerencia tuvo Teresita en todo esto. Simple curiosidad de preguntón. Aunque uno nunca sabe.

 

TPM de E: Uy, la infancia… Tuve una infancia magnífica. Hija única, mis padres: obreros autodidactas y locos por la literatura. De mi viejo aprendí a leer los clásicos de la modernidad cuando tenía nueve o diez años: Víctor Hugo, Dostoievski, Dickens, y a jugar ajedrez y a escuchar y a razonar las cosas. De mi vieja, a apreciar la poesía (Machado, Hernández, Lorca), las novelas de misterio, la pintura, la música, a sentir a fondo, a apasionarme por las buenas causas aunque estén perdidas. Mi abuela me transmitía esa cosa fresca y mágica de las artes curativas y las plantas, que yo medio me la creía y medio la analizaba con escepticismo, pero que hoy valoro profundamente. Eso primigenio, junto con los cuentos y las «historias de antes».

Yo era la típica nerd (bah, hoy lo sería, en esa época el nombre era «traga»). Colegio católico de chicas. No era muy sociable, me llevaba mejor con la gente grande, salvo honrosísimas excepciones.

Me apasionaba la literatura, el arte, la ciencia. Mucho. Hablaba bastante con la bibliotecaria, que me introdujo a Scott y Verne (caballería y viajes fantásticos, ¡guau!).

A los once, Carl Sagan mediante, decidí que iba a ser astrónoma, y en casa lo tomaron como lo más normal del mundo. Mi viejo me regaló 2010, odisea dos de Clarke, y todo empezó: el viaje por las lunas jovianas con don Arthur todavía me pone la piel de gallina. Supongo que ese fue mi norte por otros once años más hasta que largué o, mejor dicho, la astronomía me largó a mí.

A ver, un día típico mío de la infancia era: despertarme temprano —a mi completo y total pesar, odio madrugar (fijate el amor que le tendría a la astronomía luego, que para llegar a la Plata a tiempo de la primera clase, me despertaba a las 3 y tomaba el primer colectivo de las 4 AM, por tres años y medio)—, ir al cole donde aprovechaba a leer en la biblioteca en las horas libres o ver libros de arte, recuerdo uno de Corot que me tenía loca, evadir gimnasia como podía, aprovechar el recreo para confraternizar con un par de chicas que también estaban «al margen» como yo, en casa almorzar, hacer la tarea rápido y ahí sí: leer y ver en la tele mucho Viaje a las Estrellas, y Galáctica, y MacGiver y Sábados de Súper Acción con pelis muy clase Z, y a la noche las estrellas en el jardín. Entre medio, escribía, pero la mayor parte del tiempo estaba «con la cabeza en las nubes» o leyendo (mucho, de todo, pero más de ciencia ficción y de ciencia) o jugando con mis perros o ¡criando musgo!

Recuerdo soñar mucho despierta, muchísimo. Inventar historia tras historia. Siempre tenía la cabeza en el futuro, más allá. Por eso tal vez mis recuerdos son una mezcla tanto de cosas reales como ficticias.

Buena parte de eso se lo debo también a mis viejos, que me habían hecho una especie de oasis en medio del despelote del país y del mundo. Y eso que ellos y los amigos de la familia militaban. Tuve un apoyo incondicional, siempre. Dos personas increíbles. De ellos no sólo saqué el amor por el conocimiento y el arte, sino el amor por los ideales.

Puff, familia idealista si las hay. Todavía hoy.

Y con Guillermo Echeverría, mi esposo, seguimos la tradición, jejeje. Tengo mucho que agradecer.

Lo de la filosofía fue en realidad algo que, después reconocí, se había venido gestando desde esa época de la infancia. Incluso de esas preguntas metafísicas que uno se hace de chico, ¿viste?, pero que no reconocí hasta no pasar por lo que, para mí, fue una gran crisis.

Y también a eso debo agradecerle.

 

 

AXXÓN: ¿Qué vendría a ser el «Inconsciente Estructural»?

 

TPM de E: A ver, Inconsciente Estructural es un concepto acuñado por Claude Lévi-Strauss, el filósofo y antropólogo creador del estructuralismo. Tiene un poquito de Freud y mucho de Jung (aunque esto último no lo digamos fuerte porque hasta desde el más allá nos va a mandar a pasear). Lévi-Strauss sostenía que el «hombre» es un ente social, no individual. El Inconsciente Estructural es el inconsciente del hombre en tanto sociedad. O sea, un inconsciente colectivo único, que subyace en todos los individuos, y que es el sitio de donde manan nuestras acciones en su más profunda verdad. Por ejemplo él decía que todo el mundo, al aprender el lenguaje materno, utiliza enseguida estructuras gramaticales universales: sujeto (una sustancia), predicado (un acto), cómo coordinarlos, etc., sin siquiera saber que son eso. Y no hace falta saberlo porque lo aplicamos inconscientemente, casi como una actividad refleja.

Así, habría un solo inconsciente para toda la humanidad, y eso significa que sus estructuras afloran aquí y allá, en cada individuo de cada época de cualquier cultura, y lo hacen siempre del mismo modo. Por eso, explicaba él, el mismo símbolo, el mismo átomo mítico, se repite una y otra vez a lo largo de la historia, en diversas culturas. Para él, el Inconsciente Estructural posee un solo Mito, El Mito (como el monomito de Campbell), y cada mito particular, cada historia contada por el hombre, en definitiva, no es más que una expresión local, reducida y parcial, un escorzo del único Mito, de la única historia.

Lo mismo pasaría respecto a la sociedad, a las relaciones de parentesco como filiación y alianza, etc.

Y, en definitiva, lo mismo pasaría con toda actividad humana.

Conscientemente nuestro ego individual o nuestra expresión cultural local se esfuerzan por otorgar sentido, por explicar; pero en última instancia, el verdadero motivo es inconsciente y colectivo. Seríamos para Lévi-Strauss las terminales de una única CPU, nuestra relativa independencia nos empuja a explicaciones parciales pero, en realidad, el que dicta todo, el que tiene la posta y sabe el porqué, es el procesador central.

Abejas que creen que se les ocurrió una idea genial para hacer un panal, sin saber que el instinto le viene dictando ese patrón a su especie, generación tras generación durante eones. Creen ser sus autoras, pero son simples intérpretes.

Sin embargo, el Inconsciente Estructural en sí mismo no es más que un nivel de expresión (de ser, si querés) de la propia Estructura que en realidad lo abarca todo. Sería algo así como la expresión a nivel humanidad de la única estructura que subyace a todo: al cosmos, a la materia-energía, a todo.

¡Es muy volado!

Parte de la teoría es muy asfixiante, pero otra parte es realmente alucinante.

 

 

AXXÓN: O sea que, apoyándonos en esta teoría, podemos decir, por ejemplo, que las pirámides diseminadas por el mundo, y construidas por diferentes culturas que ni siquiera se rozaban, son una cualidad del «Inconsciente Estructural» y no de acciones extraterrestres, por decir algo.

 

TPM de E: Sí, es un ejemplo. Una estructura de tipo piramidal podría ser vista como un elemento estructural que se repite, incluso como un patrón mental común a los seres humanos.

Pero, en este caso, el ejemplo es lo suficientemente amplio como para que «haga trampa», porque ni siquiera haría falta ser un partidario del estructuralismo para explicar el fenómeno. Para que nos sirva de ejemplo debería ser algo que supuestamente sólo pueda ser explicado estructuralmente, o que al menos dicha explicación sea la más acertada o «económica», Ockham mediante.

La forma piramidal, la resemblanza con una montaña, etc., es lo suficientemente abstracta y general como para que surja aquí y allá en la historia de la humanidad por otros motivos —abstracción, deducción, analogía, etc.—, lo mismo sucedería, por ejemplo, con la representación de la planta circular en una construcción (desde una iglesia a un tipi) o la utilización del cuadrado como representación de los cuatro rincones del cosmos, la totalidad, etc. Allí también hay simple observación del espacio que nos rodea: las montañas que se elevan hacia el cielo tienden a presentar una forma vagamente triangular, la salida y puesta del sol marcan puntos opuestos y su perpendicular denota otros dos: los cuatro puntos cardinales, el sol y la luna (muchas veces) son circulares. Todo eso puede ser resultado de la observación de los mismos elementos por diferentes hombres que están dotados de la misma capacidad de abstracción mental por pertenecer a la misma especie.

El Inconsciente Estructural bucearía en algo un poco más profundo. Por ejemplo, si esas pirámides se utilizan siempre con el mismo fin o si están ligadas a la misma clase de símbolos en diferentes culturas que tienen diferente simbología.

Te pongo un ejemplo. En Europa existe el cuento de Cenicienta, probablemente surgido de un mito anterior. Cuando los europeos llegaron a América y lo relataron, fue adaptado por el pueblo zuñi como «La cuidadora de pavos». Hasta ahí tenemos un simple traslado de la situación de un marco de referencia a otro. Pero luego se vino a saber que ya había en América una historia similar… aunque diferente: «El muchacho ceniza». Este mito es anterior a la conquista. Es un caso de paralelismo mucho más peculiar, porque es punto por punto una inversión del cuento europeo. En lugar de ser femenino, el protagonista es masculino; en lugar de ponerse un vestido que lo hace bello, se come un vestido que lo hace feo; en lugar de tener una familia doble (madre y madrastra), es huérfano; etc. ¡Hasta el nombre coincide! Es decir, la utilización de las cenizas como símbolo central en ambos casos. Ambos son, por ejemplo, mediadores entre clases o formas sociales, etc.

Ahí es donde Lévi-Strauss ve la mano del Inconsciente Estructural, porque no es una simple repetición de patrones lo que se da, es una verdadera inversión de la narración que conserva los patrones estructurales pero torsionándolos (simétricos e inversos, los llama Lévi-Strauss): lo que allá es femenino, acá es masculino; lo que allá es lindo, acá es feo; lo que allá es externo, acá es interno, etc. Los códigos se mantienen, pero su polaridad cambia, se invierte. Para Lévi-Strauss es como si una enorme mente inconsciente hubiera diseñado un sistema binario y expresara las posibles combinaciones aquí y allá, en una cultura y otra.

 

 

AXXÓN: ¿Una mente inconsciente diseñando un sistema planetario binario de vida consciente? ¡Mierda! ¡Me diste flor de idea!

Pero vayamos por partes: cortito y al pie: ¿qué son y qué relación tienen «Antropología Filosófica», «Filosofía de la Religión» e «Inconsciente Estructural»? Lo otro lo tocaremos más adelante.

 

TPM de E: ¿Cortito? Bien, trataré de decir algo coherente.

Inconsciente Estructural ya mencioné más o menos lo que es. Bien, si el hombre es un ser colectivo, la teoría clásica antropológica desde el punto de vista filosófico, es decir, desde el desentrañamiento de un saber sin supuestos —cosa que creo imposible— o, al menos, cada vez más consciente de sus supuestos, queda de lado, y el individuo deja de ser sujeto de la antropología. Por eso Sartre criticaba a Lévi-Strauss diciéndole que él estudiaba a los hombres como si fuesen hormigas. No es el hombre el individuo, vos o yo, sino el conjunto.

Por otro lado, la filosofía de la religión estudia el fenómeno religioso desde el punto de vista, no tanto del objeto que le correspondería más a una teología, sino del sujeto (el hombre, otra vez antropología filosófica) y, sobre todo, de la relación entre ambos (la religión) en sus múltiples expresiones. Bueno, el Inconsciente Estructural daría armas para correlacionar los aspectos similares en las expresiones de esas religiones. Ese estudio no diría nada del objeto (Dios), sino de la forma en que el hombre concibe, imagina, cree, etc., en ese objeto y cómo se relaciona con él en tanto, justamente, objeto de su fe, imaginar, concebir, etc.

Uniendo los puntos anteriores: el estructuralismo podría analizar al sujeto colectivo hombre, y ver cómo se relaciona, en cualquiera de los parámetros que dimos más arriba, con un ser del tipo de «lo Sagrado». Y, sobre todo, desde el punto filosófico, abordar el tema de por qué es una constante el que no existan pueblos sin algún tipo de idea de lo sagrado. Y digo «sagrado» porque «religión» es un término específico y no tan extendido, y porque lo mismo ocurre con la palabra «Dios», aunque no así con el concepto base del que participa, que es mucho más amplio.

 

 

AXXÓN: ¿Existe algún cuento o novela donde se pueda ver alguna de estas relaciones?

 

TPM de E: ¿Entre antropología, religión e Inconsciente? Pufffff. Pero la cuestión es, dónde no, porque la visión de estos parámetros está en el ojo del investigador y no siempre en la intención del autor, jejeje. Pero yo lo veo presente en muchísimos autores, que son, fundamentalmente, los que investigo… justamente por ese motivo.

Doy algunos ejemplos, si querés. Dune de Frank Herbert, en uno de sus múltiples niveles, trabaja con esta idea que relaciona lo sagrado con lo inconsciente y, obviamente, con lo antropológico. Pero donde mejor se ve es en Los creadores de Dios que es un laboratorio a escala de Dune. Ahí tenés una idea fascinante: la de «crear» mediante capacidades psíquicas X, inventadas por el autor, un dios; pero un Dios en toda su escala, algo así como: las creaturas creando a su creador, y que éste de verdad sea su creador. Una paradoja maravillosa que después salta con toda su fuerza en Paul Muad’Dib, el Mesías nacido antes de tiempo, y en la lucha entre lo sagrado y lo humano dentro del mismo personaje… O tal vez, mejor aún, Leto II en Dios emperador de Dune. O los propios gusanos de arena como ouroboros temporales, es decir, serpientes que se muerden la cola, seres autosustentados: absolutos.

Roger Zelazny lo hace, en cierta medida, en Tú, el inmortal, porque lo que aflora después de la hecatombe nuclear es la vivificación o encarnación de los mitos colectivos de la humanidad. El mito hecho carne.

Úrsula Le Guin, en el ciclo de Terramar, trabaja con los arquetipos junguianos: la Sombra en Un mago de Terramar, el Ánima en Las Tumbas de Atuán, etc., aunque, por supuesto, no se reducen a esto ni mucho menos.

Muchas veces los autores de la mejor fantasía lo hacen, porque el material mismo con el que trabajan, lo sepan o no, al ser eminentemente mítico-simbólico, está muy ligado a lo inconsciente colectivo.

El propio Dan Simmons juega siempre en el límite entre lo colectivo y lo individual en el ciclo de Hyperion. Sobre todo cuando trabaja con las mentes colectivas IA donde se genera, incluso, una suerte de Inconsciente Colectivo artificial.

Philip José Farmer, en Noche de luz, hace un trabajo sobre la noción de deseo, en todas sus facetas, que es fascinante en ese sentido. Pero donde mejor se lo ve es en Carne, un libro poderosamente mítico, donde toda una sociedad está actuando los mitos en vivo y en directo, actualizándolos en el sentido de «encarnándolos», justamente. Claro que es obvio que, si se trata de trabajar con el inconsciente del propio lector, Relaciones extrañas es el mejor juego de retroalimentación que he visto hacer: un toque maestro.

Por supuesto que Philip K. Dick no hace más que volver sobre estos tres temas una y otra vez. En él lo sagrado es central. Pero, bueno, Dick había leído mucho a Jung, y eso influenciaba su concepción de modo directo. Así como también puede percibirse esa visión en algunas obras de Samuel Ray Delany, sobre todo en La intersección de Einstein, con el juego de personajes-arquetipos constante.

Pero, volviendo a Dick, su fuerte impronta gnóstica hace que el trabajo con la relación entre lo sagrado y lo humano, a través del inconsciente —pensemos en la religión mercerista de ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, la base de Blade Runner— se convierta, a medida que el tiempo avanza, prácticamente en el eje de su escritura: Valis (Sivainvi), Las invasiones divinas, Los tres estigmas de Palmer Eldritch… ¡El propio Ubik! Con la invención de una sobrevida que es casi un Inconsciente Colectivo entrópico, contra el cual lucha la fuerza reorganizativa de lo vital-sagrado: el propio spray de Ubik, o «la gracia divina» como dice Pablo Capanna.

Un ejemplo patente de creación de mitología y trabajo fuera del ámbito de lo sagrado pero con sus reglas o elementos, y donde se ve una suerte de nacimiento de mundus imaginalis —de mundo imaginativo que cobra fuerza y peso específico propio hasta insertarse en lo que podemos llamar malamente lo «real»—, y que se sostiene hasta hoy, es el propio H. P. Lovecraft y su magnífico ciclo de Cthulhu. Aquí el ejemplo es también la relación entre el autor mismo y su obra, que termina siendo apropiada por lo colectivo. No olvidemos el enorme énfasis que él pone en lo onírico como rastro de ese mundo perdido, no sobrenatural, pero sí sobrehumano.

 

 

AXXÓN: Vos tenés publicado en PRÓXIMA un cuento hermosísimo titulado «Otoño». ¿Te acordás el instante de la creación? ¿Tenés algún grupo de gente con que comentar ideas o te las arreglás sola?

 

TPM de E: Gracias por lo de hermosísimo.

Sí, me acuerdo. Y permitime arrancar al revés, con la segunda pregunta, para poder dar mejor respuesta a la primera.

Con un grupo de dieciséis personas (Laura, Verónica, Adriana, Roxana, Paula, Patricia, Daniel, Guillermo, Lex, Rolcon, Facundo, Federico, Omar, Jorge y Max), tenemos un «taller» de escritura entre pares. Es decir que en rigor no está dirigido por nadie. Ni se dictan clases de enseñanza ni nada de eso, sino que todos colaboramos con todos, aportando lo que sabemos no sólo de escritura sino respecto a los temas en los que tenemos algo que aportar. Nos reunimos todas las semanas en un bar de Avenida de Mayo: hablamos, reímos, proponemos ejercicios. Es más un grupo de amigos ayudándonos mutuamente que un taller propiamente dicho. En esas reuniones surgen ideas e inspiración, pero sobre todo, es el sitio donde tenemos una suerte de «refugio» para charlar, debatir y compartir sobre ciencia ficción, fantasía y terror. Alguien dijo alguna vez que era un «hogar» para todos, y yo lo siento así. Allí hay talentos impresionantes. Nos llamamos «Los clanes de la luna Dickeana», en alusión al libro de Dick, Los clanes de la luna Alfana. Y, como en esa obra, todos estamos un poco «tocados», je, pero en el buen sentido.

Un día estábamos discutiendo varias cosas a la vez, como siempre. Eso es una fija. Pero cosas que se retroalimentan, que te hacen pensar, meditar, sacarle punta al lápiz del cerebro e hilar fino, meterte en cuestiones profundas a partir de algo risueño o simple y que luego, como bola de nieve cualitativa, se transforma en una discusión digna de grabarse. A veces hasta parece que no tiene nada que ver con la ciencia ficción… pero, igual que decía un profesor mío respecto de la filosofía, TODO tiene que ver con la ciencia ficción. Porque, en definitiva, es libertad pura.

Creo recordar que algo del tema en cuestión había sido la idea de cómo comprender al «otro». Es decir, cómo hacer para entender de verdad, sin prejuicios, sin preconceptos, lo que otra persona, cultura, etc., piensa o siente. Y lo mismo al revés: cómo comunicar lo que uno siente en lo más íntimo a los demás. Obviamente éste es un tema clave para que el que quiere escribir.

Desde chica tenía esa preocupación que me obsesionaba: por ejemplo, todo lo que uno experimenta ante un paisaje de otoño (mi estación favorita del año), no sólo como sensación física sino vivencialmente, metafísicamente, «espiritualmente» si querés llamarla en tanto inmaterial, profunda, propia. Todo eso, ¿cómo se lo puedo comunicar al otro?

Es como decir: por más que te explique lo que es una rosa y lo que despierta en mí, sólo poniéndote frente a ella vas a comprender lo que digo… y ni así totalmente, porque lo que vos sentís frente a esa rosa es tuyo y tan único como lo que yo siento.

Bueno, el «otro» por antonomasia en la ciencia ficción es el extraterrestre. Siempre me gustó una noción teológica que dice que Dios al comunicarse no comunica algo propio de él, o algo proveniente de él (su palabra, etc.), sino que se comunica a sí mismo. Bueno, en cierto sentido, cuando nos comunicamos, nos comunicamos, es decir, nos damos, nos entregamos. En lo que decimos vamos nosotros mismos y nuestras convicciones, nuestro ser cambiante. Comunicar podría ser, en su forma más auténtica, comunicarse a sí mismo a otro.

En ese marco, se me ocurrió que una manera práctica de que eso sucediera entre dos especies diferentes, podía pasar por «formar» a alguien y, a su vez, aprender de los efectos de esa formación en ese ser tan distinto. O, tal vez, de una manera más drástica, de asimilarlo, de hacerlo consustancial con uno mismo.

Por eso los dos modos de «aprender».

Uno, cargado de miedo y sospecha. Un modo exógeno, es decir, externo al ser que se intenta comprender. Y todo esto en aras de una falsa «objetividad» en el peor de los sentidos: la de convertir al otro en un «objeto» de observación, lo cual, desde el vamos, impone una barrera infranqueable y deja al observador incólume e intocado en medio de sus prejuicios. Con esto último quiero decir: conocer, para este tipo de investigador, no implica en él maduración ni cambio alguno, al contrario, lo deja imperturbable.

El otro modo sería el empático, basado en el consustanciarse con el otro. En un conocimiento pleno. Y eso, como dice Orson Scott Card en El juego de Ender, te lleva al amor indefectiblemente. Y sobre, todo, te lleva a cambiar. El que se relaciona con lo conocido y se inmiscuye con él, el que intenta empatizar no para entender sino para comprender —que es una manera de «abarcar» al otro dentro de uno—, siempre termina «modificado», alterado, conmocionado por eso que estudia. ¡Y pobre si no fuera así! Leopoldo Marechal dice en Descenso y ascenso del alma por la belleza algo así como «la pena de jugar con fuego y no quemarse».

Finalmente, el cuento plantea el problema que me surgió a mitad de camino: ¿Cómo compaginar o no ambos puntos de vista? ¿Cómo enfrentar entre sí a los distintos «investigadores»? Y, más que nada, ¿qué consecuencias tienen para el alma o la esencia humana esos modos de comunicarse?

Así que arranqué con la descripción de lo que el otoño provoca en mí, como autocomunicación, pero puesto en boca de un alienígena. Luego, vino la imagen del chico bajando a ese planeta extranjero y entrando en un orden no humano, que no le exigía tampoco dejar de serlo (aunque no pudieran mantenerlo en estado «puro», palabra que no me gusta para nada).

Finalmente, nunca sé a dónde va una historia, empieza y trato de seguirle el ritmo, ver a dónde quiere ir. Jamás sé cómo termina un relato al empezarlo.

El cuento fue leído, comentado, y apuntalado en el taller varias veces. Me acuerdo que Rolcon me sugirió un punto de vista nuevo, uno que no había tenido en cuenta y que, junto con un comentario de Dany, reorientaba todo el final. Pero todos aportaron muchas cosas buenas.

Lo más sorprendente fue cuando, después de haberlo enviado por mail para que le dieran una primera leída, llegué al taller y me dijeron: ¡Qué bueno está! Ese apoyo sincero inicial, antes de las correcciones, es para mí invaluable.

Bueno, para redondear la respuesta: Yo antes escribía sola y, si bien la tarea de escribir es para mí placentera y dolorosa a la vez, es fundamentalmente transformadora. Ahora no creo poder volver a hacerlo sola de nuevo, no después del tesoro que implica tener una banda de amigos que son parte activa de esa creación y de esa transformación.

 

 

AXXÓN: Por ahora me interesa eso que dijiste recién: «no sólo como sensación física sino vivencialmente, metafísicamente, ‘espiritualmente’ si querés llamarla en tanto inmaterial, profunda, propia. Todo eso, ¿cómo se lo puedo comunicar al otro?». Bien, tocaste algo que a mí me persigue desde pibe: podemos inventar seres increíbles, pero no podemos inventar un color nuevo, o un sentimiento nuevo. Por lo menos, yo no puedo. Por ejemplo: ¿Cómo le hago entender al otro un color que él verá en escalas de grises?

 

TPM de E: Bueno, ahí parece haber dos cosas implicadas: la novedad y la comunicabilidad. Son dos aspectos de lo que en algún momento de la modernidad se llamó el «solipsismo».

Solipsismo nace de unir las palabras en latín «solus» e «ipse», y vendría a ser algo así como «sólo en mí mismo». Cuando los filósofos trabajaron con la idea de que lo que capto, lo que veo, incluso lo que razono, es o arranca en una representación mental, una «imagen» en mi cabeza, entonces la idea de estar encerrados en uno mismo los aterró.

Se puede poner un ejemplo a partir de esa imagen. Hasta ese momento se creía que «ver» implicaba «asomarse» al mundo a través de los ojos, como si mi cabeza fuese una casa y mis ojos las ventanas. Así —en términos de pensamiento o veracidad, por ejemplo— yo podía incluso comparar si la idea que tenía dentro de mi cabeza coincidía con la cosa que había «fuera» de mí. Para seguir con el símil, a partir de la modernidad el hombre se da cuenta de que los ojos no son ventanas sino cámaras de filmación; y que mi cabeza es como la sala de un cine, sólo que no tiene, ni nunca tendrá, puertas ni ventanas. De modo que mi única conexión con el afuera es lo que se proyecta en la pantalla a partir de las «cámaras-ojo». La pregunta inmediata que surge es: ¿y si frente a las cámaras hubiese un tipo que sostiene una postal y yo creo que ese es el mundo? (el genio maligno de Descartes, o la Matrix de los Wachowski, o el cerebro en la caja de Lem). ¿Y si mis ojos sólo ven lo que pueden captar del mundo y hay mucho más que nunca podré captar? ¿Y si soy el único que existe y todos los demás son producto de mi pensamiento, porque en realidad sólo tengo pantalla y ni siquiera cámaras, y las imágenes que veo las creo yo? Y, suponiendo que hubiera otros «cines clausurados»: ¿cómo sé que ahí ven lo mismo que veo yo en el mío?

Permitime la digresión, pero: ¿ves por qué para mí filosofía y ciencia ficción son indisolubles?

Ok, vuelvo a la rama en la que estábamos. Según ese tipo de pensamiento, no hay modo que sepa o comunique algo a otro. Por eso el solipsismo es tan temido. Y es algo que tarde o temprano todos pensamos en algún momento de nuestra vida.

El resto de la historia de la filosofía fue una lucha contra eso. Intentando encontrar patrones comunes, o recuperar la existencia fuera de mi mente, o explorando certezas lógicas, porque si no puedo salir de mi «cine», no puedo comparar si lo que veo coincide con lo que es, etc.

Si me preguntás a mí, yo creo en la empatía, en el compartir un mismo pathos, un mismo sentimiento, una misma visión aunque desde diferente ángulo, más que en la comunicación directa. El ponerme parcialmente en el lugar del otro para intentar captar lo que él ve. Es decir, yo no puedo transmitirte lo que siento o cómo es el rojo para mí, sólo puedo intentar empatizar con vos, llevarte por el camino de mi experiencia y ver hasta dónde se puede repetir el resultado. Cuando relato un cuento, todos los detalles —que en mí suelen ser bastantes barrocos— tienden a eso, a una identificación, a una descripción por empatía. No puedo comunicar algo totalmente nuevo porque no tengo la experiencia. O sea, se pueden imaginar cosas nuevas, pero los ladrillos, los elementos de esa cosa nueva están basados en la experiencia. Y eso en todos los sentidos, no sólo respecto a un «nuevo color» sino a un nuevo concepto.

Husserl decía que cada conocimiento utiliza como categoría un conocimiento anterior. Más allá del problema del «primer conocimiento» —que podría ser una estructura mental humana innata y ahí arranca todo—, la idea es que yo, como decía un profesor mío: veo un cisne por primera vez y digo «¡Hey, un pato con cuello largo!». Luego veo que NO es un pato, y entonces avanzo hacia un nuevo concepto, el de «cisne». Mi experiencia anterior me sirve como calibre y como pre-juicio, y cumple la doble función de un trampolín: impulsarme y quedarse atrás.

Ahora bien, cuando escribimos un cuento, el lector y el escritor empatizan, o al menos eso es lo que se intenta. El lector entonces utiliza sus propias categorías y así recrea el cuento en su mente. Si tienen experiencias en común, su recreación será más cercana a la que el escritor soñó; si no es así, entonces el lector le dará un aspecto nuevo, impensado incluso por el propio autor. Pero como básicamente ambos somos humanos —todavía—, entonces hay cosas universales en común que pueden compartirse, transmitirse.

La experiencia previa de cada uno es decisiva aunque no excluyente. Atahualpa Yupanqui dice en un verso: «a nadie enseña el hambre más que al que hambreó». Bien, yo no puedo saber hasta el último fondo lo que implica tener hambre si nunca lo sufrí, pero puedo empatizar, porque el sufrimiento humano es un hecho universal y común… A menos que vivas en un frasco de mayonesa, que los hay… Pero, ¿eso es vivir?

¿Y toda esta perorata qué significa? Bueno, que para mí la transmisión absoluta de una idea o pensamiento, etc., no es posible. El otro siempre es él mismo y yo soy en última instancia yo. Parece una perogrullada pero es trascendente: hay un fondo último, único, propio, incomunicable entre las personas, un límite final que es, en realidad, el que nos individualiza. Claro que también podemos empatizar, tener cosas en común. Pero el punto de vista es siempre el propio. El esfuerzo en la comunicación es lo que vale la pena, lo que, en el caso concreto de la literatura, la empuja hacia adelante.

¿El resultado? El relato se coescribe. Mi lector jamás podrá saber al 100% lo que yo tenía en mente al escribir ese cuento, y yo nunca podré saber al 100% lo que él tiene en mente al reescribirlo —porque eso es leer: interpretar, resignificar—. Podemos acercarnos más o menos, pero unificar la visión, nunca. Y eso es maravilloso, es mágico, porque cada cuento o novela o relato se transforma, multiplicándose entonces, en miles de relatos a medida que cada lector lo reconstruye. Y uno puede atisbar, otear en el aire, los nuevos mundos que se forman a partir del propio. Y tal vez eso es lo que hace que todo valga la pena.

 

 

AXXÓN: A lo que yo iba es que no sólo no puedo comunicar un color «nuevo» a otro (lo otro), tampoco me lo puedo inventar para mí mismo.

 

TPM de E: Por eso hablaba de experiencia previa como forma de nuevas experiencias. La creación es una forma de experiencia. Hay un límite en el material de base con el que trabajás y eso no tiene que ver tanto con el acervo de lo conocido como con la propia estructura mental humana. Por mucho que nos esforcemos —o mejor aún, mientras más nos esforcemos—, lo único que puedo hacer es pensar como humano. Por ende, no puedo pensar el mundo como lo haría otro tipo de conciencia. No es tanto que no podamos acceder a «nuevos colores» —por medio de un dispositivo, etc.—, no es una cuestión de no haber tenido una determinada experiencia, sino que es nuestro propio límite o, si querés: somos nosotros en tanto límite. Aún si veo en el espectro ultravioleta por medio de un aparato, eso debe ser traducido en algo que mis ojos, que mi mente, pueda interpretar, algo para lo que estén diseñados: el espectro visible, un color determinado, como para seguir con el ejemplo.

De modo que sí, es posible «pensar» en algo que no podamos pensar, pero no determinarlo, conocerlo, inventarlo. Y ese es el desafío humano.

Somos como el rey Midas, sólo que en lugar de transformar en oro todo lo que tocamos, humanizamos todo lo que pensamos; es decir, lo pasamos por el tamiz de nuestra forma de captar eso que podemos llamar, a falta de una palabra mejor, «realidad». Pero, ¿te das cuenta todo lo que puede hacerse aún con esas limitaciones o gracias a esas limitaciones?

Lovecraft era un maestro en eso: hablaba sin hablar de cosas inenarrables, suscitaba terrores que jamás describía. Pero no es sólo por el hecho de que, de esa manera, cada uno puede aterrorizarse más con lo que se imagina, sino porque el espacio con el que trabajaba era nebuloso, vago, impreciso. En definitiva, él trabajaba en y con el límite mismo de posibilidad de manifestación de algo «completamente otro», ajeno a lo humano.

Claro que no te podés inventar un nuevo color… pero podés proponerlo. Y eso genera en la mente de los demás una catarata imaginativa más grande que la enunciación de algo específico. Es como un koan zen, es como jugar con la frontera de lo concebible. O, sea, es ciencia ficción.

 

 

AXXÓN: ¿Solipsismo vendría a ser como tener un onanista talibán dentro del bocho?

 

TPM de E: No, para nada. Sobre todo porque el onanismo no es un problema en lo más mínimo. La relación con el propio cuerpo incluye el placer como una de sus formas. En cambio, el solipsismo es un problema existencial profundísimo; la certeza o la cuasi certeza de que estoy absoluta completa e irremediablemente solo, aislado, hundido en mí y sin posibilidad, no sólo de comunicarme con un otro, sino de siquiera saber si es que existe otro aparte de mí. Es algo que hiela la sangre. Limita con la locura, pero más que nada con la desesperanza, porque si fuera así, ¿qué clase de mecanismo perverso nos hace necesitar y anhelar el contacto con el otro, para luego descubrir que ese otro es un imposible? ¿Ves lo trágico del asunto y por qué todos los filósofos le huyen espantados, tarde o temprano? Es algo así como enfrentarse con uno mismo, no como posibilidad de, sino como límite absoluto.

No hay goce en el solipsismo, no hay placer, ni autoexploración, como podría haberlo en el goce sexual del propio cuerpo. Y si hay conocimiento es un conocimiento trágico… casi como el de Odín dando un ojo para obtener la sabiduría de saber que va a morir. Aquí —en el solipsismo me refiero—, sería como conquistar, a un duro precio, el saber de que la soledad es la única condición humana posible.

 

 

AXXÓN: ¿Por qué la filosofía y la ciencia ficción son indisolubles?

 

TPM de E: «Para mí». Aclaro porque puede haber millones que no opinan de ese modo.

En mi caso, pienso que lo que la filosofía trata teóricamente o desde un sistema de pensamiento riguroso, la ciencia ficción lo hace desde el aspecto «práctico». Quiero decir, ambas se plantean el «que tal si», ambas se esfuerzan por mirar las cosas desde un punto de vista alternativo. Trabajan para quitarnos de nuestro entorno, y así poder observarnos «desde la vereda de enfrente» o, como diría Foucault, desde «lo Otro» respecto de mí.

Este extrañamiento, este juego de extrapolaciones, es fundamental en su operatoria.

Y, sobre todo, ambas se esfuerzan por correr los límites de esta construcción a la que llamamos «realidad».

Pensar infinitos mundos posibles es cosa común para el filosofar, Leibniz se dedica a explorar esas posibilidades en el 1600. Un tema que es muy caro a la ciencia ficción.

Incluso, en el siglo XX, los filósofos han utilizado la ciencia ficción como fuente, no sólo de ejemplos, sino como campo de exploración. Y muchos escritores de ciencia ficción han filosofado en sus obras. Por ejemplo: Gilbert Durand trabaja con robots para hablar del simbolismo, mientras que «Yo, robot» puede considerarse, sin ningún inconveniente, un ejercicio de hermenéutica basado en las tres leyes de la robótica, cuento por cuento.

Derek Parfit propone experimentos de teletransportación mental y reconstrucción de cuerpos a distancia, para discutir sobre la identidad personal; pero Philip K. Dick ha trabajado con ese concepto todo el tiempo.

Por eso me gusta, justamente, la definición que Dick da de sí mismo: «un filósofo ficcionalizador».

Los temas de la ciencia ficción, aún los temas más duros o aparentemente más simples, poseen una profunda impronta filosófica. ¿Hay algo más profundamente humano que los marcianos de H. G. Wells o los de Ray Bradbury, aludiendo cada uno a su época y su entorno?

Pienso en Damon Knight hablando de lo incognoscible o de la finitud en «Dio», o en Gibson reflexionando sobre los límites en «Regiones apartadas», y digo: ¡eso es filosofía de la más alta escuela! ¡Ni que hablar de Lem, por Dios!

La historia de zombis se transforma en verbo de intolerancia, de deshumanización, de consumismo desenfrenado (el zombi come sin por qué ni para qué, y los sobrevivientes suelen refugiarse en el Sancta Sactorum de un shopping), de trascendencia meramente material. Pero —como alguna vez pusimos en una nota, y perdón por la cita, pero me parece pertinente— «también gira en torno a elucubración sobre esencias: ¿qué nos hace humanos…? ¿La racionalidad?, ¿los sentimientos?, ¿el cuerpo?, ¿la memoria?, ¿el espíritu?, ¿nuestras elecciones?, ¿nuestros defectos?». Podemos pensar en más de un cuento o novela tratando acerca de cada uno de estos temas: la empatía dickeana, la corporalidad farmeriana, la racionalidad técnica clarkeana; la espiritualidad de Blish, la trascendentalidad de Sturgeon, la palabra de Watson, el dolor de Silverberg, el silencio de Le Guin…»

 

 

AXXÓN: Se está por estrenar una película de ciencia ficción con el carilindo de Tom Cruise. ¿Por qué será que las pelis de ciencia ficción baten récords de taquilla mientras los libros languidecen en los estantes de las librerías?

 

TPM de E: Mmm… ¿es carilindo? A mí me gusta más Jude Law, jeje. Bueno pero mis gustos no son regla, me parece fascinante el rostro de Ron Perlman.

Primero que nada, tengo que aclarar que el cine me fascina y que hay películas que han influido en mí tanto como un libro. El cine es una forma de arte, y puede ser tan elevada y maravillosa como cualquier otra forma artística.

Respecto a la pregunta, sé que puede o suele decirse: que es el impacto de la imagen y lo sensorial, frente al esfuerzo de recreación imaginativa; o que la película viene predigerida —cada vez más los directores explican hasta el último detalle con tomas y diálogos que dicen una y otra vez lo mismo para que a nadie se le escape, etc.—. Pero, no sé si es así.

O si es sólo así.

No es algo en lo que haya pensado mucho. El cine es tan ritual como la lectura. Exige el mismo grado de compromiso con la trama, la misma «suspensión de la realidad», etc. Por ahí es… ¿el tiempo? Leer implica un esfuerzo en cuanto a inversión en tiempo, también un esfuerzo de comprensión, de reinterpretación que en las películas es más directo, más acotado.

Pero no creo que la cosa vaya por ahí tampoco. Vos decís que los libros de ciencia ficción se quedan en los estantes durmiendo, pero las sagas de miles y miles de páginas no lo hacen. Es más, cuando más larga y más tomos tiene una historia, más se vende.

Tal vez lo que ambas cosas tengan en común sea la forma de expresión de la trama. El grado mayor o menor de complejidad. Y no digo complicación. «Canción de hielo y fuego» es hiperatravesada y muy bien escrita. Igual me gustan mucho más Tuf y sus viajes, respecto a George R. R. Martin.

Por ahí es la visibilidad de los símbolos.

A ver… Un caso aparte son los libros de Dick. Por ahí es mejor empezar con la excepción y no con la regla. Dick fue llevado al cine muchas veces, y por lo general salvo magnas excepciones como Blade Runner o, si se lee entre líneas —o entre claves de iluminación en este caso—, Minority Report o la excelente Una mirada a la oscuridad, lo que se transmite es la narración, no la simbólica o la complejidad mareante y asombrosa de sus tramas. Pero como los símbolos en Dick no son evidentes, sino que van enredados en la propia cotidianeidad del relato, ellos se transmiten solitos a la pantalla y entran, tal vez, de un modo inconsciente.

Lo que quiero decir es que la polifonía de un libro es, por fuerza, reducida a unos pocos sonidos en el cine, y así entran más fácilmente en el espectador. Lo mismo con las grandes sagas modernas más comerciales, dejo aparte a Tolkien, Herbert y otros, donde el símbolo es evidente, claro, directo o no se sostendría a lo largo de tantas páginas.

Pero cuando el libro es… «profundo», y no en el sentido de «sesudo» o «esnob», sino en cuanto tiene muchas capas de lectura, muchos niveles —varios incluso que se han formado desde el inconsciente del propio escritor—, entonces es un desafío.

Ahora bien, ¿cómo saber si es un desafío si no lo leo? Bueno, eso tiene que ver con la habitualidad.

El cine es, en definitiva, masivo. Llega a más gente. Es fácil de acceder. Es barato y tiene buena prensa. Está «bien vendido». Todos los noticieros me cuentan qué título se estrena este jueves y además me dan el ranking de lo más visto. Incluso tiene un submundo propio, formado por los actores y sus vidas, que son un metarrelato.

La literatura exige, como todo, que alguna vez hayas entrado en contacto con ella: si no la conocés, y si encima te dejás llevar por la propaganda ideológica de lo que es «aburrido» o «difícil», ¿cómo la vas a buscar?

Yo tengo alumnos adultos que con sólo explicarles, ni siquiera leerles, de qué va La mano izquierda de la oscuridad de la Le Guin o Duna de Herbert, se han metido a leerlos y, de ahí, han seguido sumergiéndose en la ciencia ficción.

¿Será eso?

 

 

AXXÓN: Será eso, nomás. Cambiando de tema, y para aflojar tensiones inexistentes, te propongo un juego que espero te guste: ¿Cómo hubiera escrito (una idea, solamente) Cordwainer Smith la saga de las Fundaciones? ¿Y cómo Poul Anderson «El Señor de los Anillos»?

 

TPM de E: Te estás refiriendo a dos escritores que me gustan mucho. Supongo que es un ejercicio de ciencia ficción en definitiva; un ejercicio de extrapolación, quiero decir.

Con la formación profesional de Cordwainer y su propio interés, creo que el punto de conflicto con la saga de Asimov sería el concepto eje de la serie: la psicohistoria. El tratamiento del hombre desde las ciencias duras que realiza Asimov, casi como un campeón de Comte —incluyendo al Mulo que, en última instancia, también queda asimilado en el propio sistema—, es muy interesante, pero también es reduccionista en muchos casos. En el fondo, Cordwainer Smith ha hablado de otro tipo de Imperio y de la superación del mismo, pero desde una perspectiva más Dilthey, más… no sé si es la palabra correcta, pero a falta de una más certera: «empática» o incluso, «simpática» —en tanto simpatía como «sentir con», sentir con el otro—. La instrumentalidad es un registro paralelo, en el sentido de alterno, al propuesto por Asimov. Y más aún lo es el redescubrimiento del hombre. Desde mi perspectiva personal, la visión de Cordwainer Smith es más compleja y profunda. Reúne aquellos rasgos más significativos del hombre que siempre está coqueteando con la locura.

Si el extremo que representa Asimov es racional o hiperracional, incluso en su tratamiento de los sentimientos, el de Cordwainer Smith bucea en esa área que la razón apenas si rasguña: el inconsciente, la religiosidad, lo simbólico, lo no-racionalizable, y sobre todo: el pathos. Es decir, el sentimiento o emoción más íntimo y definitorio de un estado existencial humano o del propio ser humano.

Incluso hasta se podrían hacer unos trazos estructural-simbólicos, medio a las apuradas, pero que me parece interesante desarrollar: Asimov tiende al robot como símbolo, al triunfo de la conciencia y la razón. Cordwainer Smith tiende al animal como símbolo, el subpueblo es la representación de esa porción prístina, fundamental, inherente e imposible de ignorar, de todo ser humano. Si lo comparamos con el pensamiento de Scheler, Asimov podría representar la Forma pura y Cordwainer Smith la Fuerza, sin la cual toda forma queda inerte. Algo así como Susan Calvin y C’Mell, ¿no?

Y ahora «El Señor de los anillos» por Poul Anderson, je. Lo primero que me viene a la mente, tal vez por un juego de asociaciones, es «No habrá tregua para los reyes», el cuento de Anderson. Yo no creo que el problema fuese pasar de un género a otro (o subgénero, depende cómo se lo vea), o sea: de la fantasía a la ciencia ficción, eso lo hace casi todo el tiempo el genio de Roger Zelazny y de modo magistral. Hasta Anderson mismo tiene relatos de fantasía. Me parece, nuevamente, que la clave de la reescritura de un libro por otro autor podría pasar por las características de pensamiento de cada uno, no tanto por la forma. Hay un algo de autodeterminación en los dos autores que me parece lo más familiar entre ellos. Seguramente Sauron sería un extraterrestre, algo tan «otro» como lo es en Tolkien. Pero el concepto de «mal», en cuanto destrucción pura, sería más sutil en Anderson. En Tolkien, por fuerza de la simbólica que usa —que me parece brillante—, los personajes alternan entre la complejidad y el arquetipo, y así debe ser porque el relato es abierta y directamente mítico. En la ciencia ficción la mítica está velada, oculta en lo cotidiano, no es Fuego, Aire, Tierra, Agua, etc., sino, por ejemplo, como en los símbolos de Dick: aerosoles, basura, comida chatarra, drogas, etc. Creo que Anderson no hablaría, entonces, de un poder destructivo puro, del mal en estado puro como Sauron sino que el esquema se matizaría, se diluiría en grises, más cercanos a Boromir por ejemplo… No sé, alguien con los fines correctos en mente y los medios equivocados. O alguien que no ha comprendido cabalmente cuál es la esencia de lo que intenta salvar. Tal vez Sauron fuera, en el relato de Anderson, un salvador bienintencionado que no ha comprendido a quienes quiere salvar o que es demasiado «pagado de sí mismo» para aceptar que no lo sabe todo. O un intento de gobierno mundial militarizado o simplemente centralizado. Me encantaría ver cómo se convertiría lo mágico en ciencia dura, y la Tierra Media en una región de la Galaxia, donde varios universos se interceptan o algo así. En lugar de hablar en la mente se reconfigurarían las neuronas. Si lo intentara hacer yo, es decir, recrear lo que Tolkien escribió en clave andersoniana —algo completamente desquiciado—, en lugar de anillo, como algo malo en sí mismo, que es poder absoluto y concentrado, usaría el campo de fuerza personal de «Escudo invulnerable» que al activarse, y siendo una especie de burbuja, hasta recuerda la realidad alterada que sufre el portador del anillo. De este modo, la solución no sería fundir el anillo en los fuegos de Mordor, sino hacer millones de réplicas del campo de fuerza. La clave, claro está, pasaría por modificar el símbolo: de anillo que controla a otros, a campo de fuerza que me protege a mí de los otros… De ahí que la solución sería crear un verdadero «nosotros» integrativo a partir del supuesto «otro» de quien me tengo que defender.

Obviamente el tema de la libertad en ambos autores es central, así que, ese podría ser el hilo conductor para el traspaso. En Tolkien en un juego libertad-destino, en Anderson en uno más político.

 

 

AXXÓN: ¿Qué tiene Dick que no tengan otros?

 

TPM de E: ¡Suena a despechado!

Tiene eso, lo que tienen los otros, pero lo desarrolla de un modo único.

Me es difícil hablar de Dick, porque es como cuando te enamorás: inexplicable.

Yo no digo que sea mejor que nadie, digo que es paradigmático y, para mí, un ídolo de la escritura de ciencia ficción.

Él sabe tocar cuestiones profundamente metafísicas, hondas de verdad, y lo hace a través de una simbología tan vieja como el mundo, pero nueva en su forma de expresión: la de las cosas cotidianas.

Es fácil detectar el símbolo del fuego o la pirámide o el árbol como eje del mundo, etc. Pero Dick hace eso, como te decía antes, con aerosoles y mugre. Él «revela» lo que hay oculto tras lo cotidiano, transfigura lo rutinario en arquetípico, sin que deje de ser rutinario. Por eso uno se puede quedar con la historia loca que cuenta, o con las dudas implícitas que vuelca (realidad/irrealidad, vida/muerte, humano/inhumano, etc.), pero también puede ver cosas ocultas a simple vista que, de pronto, te abren los ojos y la mente de un magnífico golpe.

Y encima, como es cotidiano, te involucra en eso.

Por ejemplo, en Ubik hay una escena en la que el protagonista va a recibir a alguien en su casa. Esa persona tiene que entrar, pero la puerta se abre sólo con una moneda, y ella misma se lo dice. Hay que pagar para abrir la puerta de tu propia casa. El protagonista no tiene plata, así que intenta forzar las bisagras. En eso llega otro, que le va a presentar a una chica que va a desencadenar todo un proceso en la novela, y él abre la puerta con su moneda. ¿Te das cuenta cuántos niveles hay ahí?

Primero y básico: el extrañamiento y el sarcasmo respecto de nuestra sociedad. Presos por el dinero. No podemos salir de nuestra propia casa sin pagar. Lo nuestro ya no es nuestro, es un bien comercial. Lo más íntimo y seguro, nuestro refugio, se ha perdido en aras del capitalismo último.

Segundo: La puerta. Guau, qué símbolo. La puerta es el umbral del cambio, el cruce peligroso de Campbell, y todo cruce exige un precio. No podemos creer que crecer, cambiar o avanzar sean gratis. Algo hay que sacrificar, entregar a cambio. Acá, como anunciando el tema central del libro, la puerta es algo así como Caronte: exige la moneda para llevarte al otro lado.

Tercero: El protagonista no paga, primero quiere pasar gratis, trampear, y luego deja que otro lo haga por él. Ok, ya sabemos que entonces, de alguna manera, tarde o temprano, él tendrá que hacer un sacrificio porque no lo ha hecho cuando debía hacerlo.

Cuarto: La puerta habla. Te habla. Eso es fabuloso. Ha hecho de lo mecánico un oráculo. El protagonista se pelea con la puerta, discute. Conociendo a Dick ahí incluso hay referencias gnósticas cristianas: cada pasaje de un mundo a otro exige una contraseña, una clave de conocimiento que el protagonista obviamente no posee.

Y esa es sólo una escena pequeña, unos pocos párrafos nada más. Imaginate el resto del libro escrito a ese ritmo, con esa densidad.

Eso es lo que, para mí, tiene Dick, una densidad de escritura magnífica. Y, obviamente, eso no quita que otros también lo tengan.

 

 

AXXÓN: Varias preguntas en una sola: ¿La ciencia ficción y la Fantasía cada vez se mezclan más? ¿O no? ¿La Filosofía no podría ser también inseparable de lo Fantástico? ¿Religión y Fantasía son opuestos de una misma vara?

 

TPM de E: Acá, en primera instancia, voy a ser copiona, no por no querer dar una idea personal, sino porque justamente adhiero a la de este escritor. Zelazny decía que él escribía ciencia ficción y fantasía indiscriminadamente y que las mezclaba, no porque fuesen la misma cosa sino, justamente, porque no lo son.

Para él, escribir es auto comunicarse. El autor se da, se entrega, en su obra. Y no puede ser de otra manera porque, en última instancia, la obra es un trozo del autor y está siempre basada en él porque sale de él y de él se alimenta. Bueno, Zelazny decía que, al igual que un ser humano, al igual que él mismo, sus obras tenían una parte consciente, racional, explicable, y una parte inconsciente, misteriosa, críptica. Entonces —agregaba—, en sus obras siempre había, para poder expresarse en ella en toda su plenitud de persona, una parte consciente hecha de ciencia ficción y un inconsciente expresado como fantasía.

Un capo absoluto.

Personalmente te diría que, justamente adhiriendo a lo dicho por Zelazny, no tienen por qué no mezclarse, al contrario, me parece un buen aporte. Uno de los escritores que más admiro es China Miéville, lo considero a la altura de los más grandes de la historia del género, pero él escribe fantasía con el estilo de la ciencia ficción. O algo así.

La Filosofía comparte con la ciencia ficción el rigor o el intento de rigor, pero limita con la fantasía por otro costado. A ver, primero te explico una postura mía y después voy al punto.

En filosofía se habla pomposamente de una instancia en la historia de la humanidad, llamada «el paso del mito al logos». Según esta postura, la aparición de los filósofos presocráticos marcaría el mágico instante en el que el pensamiento deja de ser mítico y pasa a ser lógico… Pues bien, si ese paso efectivamente sucedió, el pie todavía está en el aire. No considero, ni por un instante, que eso haya sucedido, porque no creo que sea posible y mucho menos deseable. Todos los filósofos siguieron trabajando, desde entonces, con un armazón lógico y un trasfondo tan mítico como siempre. El símbolo es también parte del pensamiento más racional, y lo único que hace un hiperracionalista es ignorar lo que, en el fondo, sigue anidando en él.

Desde esta perspectiva, la ciencia ficción y la fantasía caben como estas dos patas de la filosofía; sí, claro que sí.

En cuanto a religión. La religión es una manera de expresar lo Sagrado, no todos los pueblos tienen religión, aunque sí todos consideran algo del tipo de lo Sagrado. La religión es un andamiaje para esa cosmovisión, o esa experiencia existencial. Y hay muchos andamiajes diversos. Tienen en común con la fantasía y con la metafísica y con la propia ciencia ficción, que trabajan con símbolos, es decir, que se refieren a algo de lo que no se puede hablar más que oblicuamente, por ser en sí mismo inasible o, si es asible, entonces incomunicable como tal.

La diferencia es que una religión o una tradición religiosa, o una cosmovisión que incluye la contemplación de algo del tipo de lo Sagrado, aspiran a una trascendencia (o inmanencia) que dé sentido a la vida humana. En la literatura eso puede estar presente directa o indirectamente, pero no es su principal función o interés.

La literatura no busca salvarte el alma… aunque por ahí puede hacerlo.

 

 

AXXÓN: La Literatura no busca salvarte el alma aunque sí busca adeptos. Pero yo iba al tema de que si la Filosofía y la Religión son contrapuntos o son el mismo cuerpo con otras vestimentas.

 

TPM de E: ¿Busca adeptos? No me parece que los busque. Yo creo que más bien busca tocar, conmover, despertar, liberar. Sartre decía que un buen libro hacía que el lector se quedase incómodo después de leerlo, como si se le hubiera clavado una espina. Ese no es un buen programa para buscar adeptos, jeje. Tal vez la literatura de mercado, la no-literatura, es decir, la que toma la obra como un producto más a vender, trabaje en ese sentido. Pero la literatura en tanto arte, no lo creo.

En cuanto a la religión y la filosofía, insisto en lo que te dije antes: el modo en que abordan las cuestiones es diferente. Supongo que hay una mirada en común, pero no son en absoluto lo mismo. Pascal distinguía entre el dios racional y metafísico, el dios delimitado, contenido, de los filósofos, y el de la vivencia religiosa desatada, imprevisible; de lo completamente Otro.

Mirá, en el aspecto filosófico, por qué filosofamos va cambiando a medida que la propia filosofía muta y se retuerce sobre sí misma: porque nos maravillamos, porque dudamos, porque nos angustiamos… Pero lo religioso, en su aspecto místico esencial, más allá de su complejo cariz institucional, es otra cosa, a pesar de boyar cerca de la misma pregunta, tal como Huxley lo proponía: ¿para qué estoy en este mundo?

Hay un autor en estos temas, Otto, que dice que la experiencia de lo sagrado se presenta ante el hombre como algo «fascinante y tremendo». Cuando leo esto siempre me surge la imagen mental de un abismo que tanto atrae, maravilla e hipnotiza como aterra y conmueve.

Puede que religión y filosofía se acerquen al mismo tema, el del sentido del hombre, el «para qué carámbanos estoy acá», que es en definitiva: «qué estoy haciendo con este tiempo que tengo»; pero lo ven desde posturas distintas, no contradictorias —al contrario— pero jamás idénticas, a lo sumo paralelas.

En la facu tenía un profesor de Teología que era tan bueno que mis compañeros y yo cursamos con él más años de los que nos correspondía, por el solo placer de escuchar sus clases: Juan Adot. Él solía decirnos que la cuestión religiosa no pasaba por la mera comprensión (un poco parafraseando mal a San Anselmo: tan necio es buscar razones para creer; como, creyendo, no buscar razones de por qué creo), sino por la conversión; y ahí está el quid que diferencia religión de filosofía: la conversión. Él, desde la perspectiva cristiana, lo llamaba «el cristazo», pero lo podés pensar desde cualquier otra religión. El «cristazo» es una suerte de momento en el que todo cobra sentido, como un golpe en el que algo se te revela como esencial. Puede suceder ante un hecho límite, bueno o malo: la inminencia de la muerte, la felicidad de la vida nueva, enamorarse, etc. Pero también puede ser algo simple, «vulgar», común (como ese relato del Antiguo Testamento donde, para el profeta, Dios no está ni en los truenos, ni en los terremotos, ni en los rayos, sino en una brisa suave apenas perceptible). ¡Como la bolsa de plástico agitada por el viento de «Belleza americana»! Igual que con Siddharta Gautama (el futuro Buda), el ver en esa simple bolsa de plástico lo sublime, no es cuestión de la bolsa, sino de la mirada. Bueno, pensá en la religión como un sistema de entrenamiento: lo ideal es que te prepare la mirada, te enseñe a estar atento para cuando el «cristazo» pase, así no estás distraído y se te va de largo. Pero cuando eso pasa, es entre vos y lo Absoluto, le pongas el nombre que le pongas.

Tal vez, en última instancia, tal como las paralelas se juntan en el infinito, Religión y Filosofía convergen en la Mística. Un poco siguiendo a Ricoeur, podemos decir que el filósofo tantea alrededor de eso Misterioso y Sublime (el Ser, la Nada, Dios, cada uno le pone un nombre y caracteres distintos), y da vueltas, acercándose asintóticamente más y más a lo que nunca va a poder tocar. Pero, mientras lo hace, construye un discurso, un sistema o un obrar en torno a eso, que lo van cambiando a él y al mundo lentamente. El místico se tira de cabeza a ese Absoluto y regresa transformado por completo, pero mudo, porque lo que vio es imposible de comunicar, y busca formas simbólicas o artísticas, pero jamás puede decir lo indecible, por eso sólo le queda llevar a los otros hasta el borde y ver si quieren dar el salto. La idea es: ¿cuál de las dos experiencias elegirías?

 

 

AXXÓN: ¿Cómo ves a los escritores hispanoamericanos de ciencia ficción?

 

TPM de E: Uy, de maravillas.

Los veo con voz propia.

Desde siempre, cuando uno lee algo escrito por un norteamericano, y luego algo escrito por un inglés, la diferencia se nota. Sus intereses, su visión del mundo, todo hace que sean notablemente distintos. Y eso que comparten lazos culturales muy fuertes. Pero casi siempre uno puede decir quién es quién con facilidad.

La ciencia ficción rusa siempre tuvo su marca inconfundible, lo mismo que la francesa, etc.

Desde hace ya mucho tiempo, la ciencia ficción centroamericana, sudamericana y española empezaron, cada una a su ritmo, a tomar sus propias voces, a salir de la etapa de la «admiración al maestro» y crear universos propios que pueden seguir alimentándose de las eternas fuentes de esos maestros, pero cuyos giros e interpretaciones son únicos y esencialmente propios.

Un cuento cubano es netamente cubano. Se lo siente, se lo palpa. Y no hablo de modismos, hablo de impronta, de sensibilidad, de matriz de representación —o creación— de la «realidad». Un cuento sudamericano es también así. Los ítems están teñidos de lo que somos, pero sobre todo, la resolución de las cuestiones es originalmente nuestra.

Podemos estar hablando de un marciano, pero ese marciano… ¡vaya que si es nuestro!

Lo que me da un poco de miedo es que no se vean tanto como merecen, que no salgan a la luz como deberían. Que el prestigio de lo externo todavía pese tanto. Y no hablo ni de publicación (si no mirá Axxón y la obra maravillosa que hace, o revistas como Próxima o NM o Cuásar, que son las que yo conozco más) ni de circuito comercial, sino de autorreconocimiento. De empezar a escuchar más desde estos lares un: «Claro que valemos como el que más, y nuestros grandes merecen estar en el panteón de los gigantes de la historia de la ciencia ficción sin ninguna duda». No reconocimiento externo, sino merecido y largamente esperado autorreconocimiento. Sabernos buenos. Muy buenos.

El otro día estaba hablando con Jorge Korzan, y él me daba unos consejos sobre un personaje de un cuento que estamos escribiendo en grupo con Daniel y Facundo. Me decía: si lo van a hacer ruso, no puede decir esto de esta manera, hay un temple ruso que es tal y tal; a menos que sea ucraniano, entonces sería así y asá. Yo me quedé mirándolo y pensé: así somos nosotros. Nuestra ciencia ficción —que es tan del mundo como la norteamericana o la canadiense o la inglesa— ya tiene rasgos definidos, alguien podría estar diciendo en otro lado eso mismo de nosotros. Y nosotros la vertimos en nuestros cuentos aun cuando no los escribamos en lunfardo, ¿ves?

 

 

AXXÓN: ¿Y cómo ves la inclusión del lunfardo (argot)?

 

TPM de E: Je, me crié escuchando tangos desde las 6 de las matina.

La inclusión de cualquier argot la veo como una herramienta. A veces muy necesaria. Como un modo de expresarse.

Una cosa no quita la otra. Lo que quise decir antes era: hay una marca identificatoria profunda que es reconocible más allá de no ser patentemente visible. Como una especie de «perfume» de identidad.

La otra marca fortísima es la lengua, la palabra en sí. Esa es directa y, si acaso, juega en dos áreas: respecto al que participa del argot, es como un guiño de complicidad, como una marca de pertenencia; respecto al que no lo conoce, es como la apertura a un mundo nuevo, al descubrimiento de un sitio distinto, de un panorama y una cosmovisión a descifrar.

Así que, sí, me parece pulenta pulenta.

 

 

AXXÓN: ¿Cómo nació «Memoria», tu cuento que apareció en la antología «Terranova»? ¿Qué se siente estar al lado de escritores consagrados?

 

TPM de E: «Memoria» nació como parte de una serie de cuentos en los que todavía busco el tono propio, mi huella identificatoria. Pero no como algo artificial o un afán de «diferenciarme» sino como un autodescubrimiento: ¿qué soy y qué quiero decir? Es como una vuelta de tuerca más cuando ya te hiciste adicto a esto de escribir. Una especie de descenso a una capa más metafísica, la cual ya la ves venir desde hace tiempo, pero que a veces tarda en eclosionar.

Tuve que dejar que todo saliera sin ponerle límites y sin estar todo el tiempo, en cada frase, deteniéndome a pensar: «¿tiene sentido?, ¿está bien?» O sea, sin interrupciones. Después vino el pulido, y ahí mis amigos fueron fundamentales.

Como siempre que escribo, parto de una frase y de ahí veo adónde me lleva. Luego aparecen imágenes, cosas concretas casi inconscientes (como el Chevy Bel Air), y eso empieza a crear una dirección. El hecho de que sea engañosamente autobiográfico por parte del aparente protagonista —en realidad, directa e indirectamente protagonista a la vez—, también tiene mucho que decir de mí. Es como un juego de identificación y separación constante entre el escritor y sus personajes.

Lo que más me interesó es lo que más polémica armó en muchos sitios, es decir, hablar de lo que creo, afirmo, vivencio, personal y subjetivamente, que es el amor: algo sin límites en tanto tal, es decir, en tanto Amor. Y que es posible y que es algo sublime y carnal y libre y espiritual y esencial en la vida humana. Y que es capaz de elevarnos por encima de nosotros mismo, de hacernos ver el mundo transfigurado. Y no es romanticismo rococó, es todo lo contrario: es lucha y dolor y sangre, el impulso último del existir. Ni Poder, ni Muerte: Amor, pero como eros-agape-filía y mucho más todavía no dicho. Y es identitario en tanto especie y quizá nos supere incluso allí también. Amor como lo único que no puede constreñirse y que más se desea controlar, como diría Foucault. Algo que tolera límites de número, raza, género, sexo, piel, alma…

Creo que por ahí va el resto de mi trabajo, de mi temple en la ciencia ficción por ahora.

Mucho se lo debo a tipos valientes y que de verdad sabían escribir, como Philip José Farmer u Octavia Butler, personas con una profundidad que todavía estamos descubriendo. Y mucho más a quienes me quieren.

Una muchacha española, Cristina Jurado, que también escribe, posteó el mejor piropo que jamás podría haber imaginado recibir como «escritora» en mi vida. Decía que le habían dado ganas de ir a Marte para conocer a los dos personajes centrales del cuento y añadía, muy poéticamente, que estaba convencida de que aquel mundo era el hogar de esos personajes… ¡Guau! Te juro que lloré de lo lindo cuando lo leí —eso que mucha gente generosa dijo cosas hermosísimas y cosas terribles de ese cuento, cada uno según su legítimo sentir—, porque por un momento recordé lo que yo sentía cuando leía uno de esos relatos que te pegan fuerte, y casi podés hablar o palpar a los personajes… Saber que tu cuento representa eso para alguien es lo que paga todo. Así que «Memoria» es, en ese sentido, el cuento de los pantalones largos, el que salió a dar pelea en el buen sentido, y el que volvió con magullones y rosas. Lo quiero muchísimo.

¿Y qué se siente estar al lado de escritores consagrados? ¡Es el sueño del pibe!

Estoy dando saltos de alegría desde que me enteré que el cuento había sido seleccionado.

A ver… Ted Chiang. Yo quedé tan dada vuelta el día que leí «La historia de tu vida», no sólo porque el cuento era excelente, sino que —como Miéville, por ejemplo— leerlo me dio la seguridad plena de saber que el género tiene para rato, y que los genios siguen naciendo y creando. A partir de ahí, lo seguí fielmente.

Luego, Ken Liu, de quien primero leí «Quedarse atrás». ¡Por Dios! Qué fuerza, qué hondura de alma y de sentimiento.

Víctor Conde, de ideas brillantes. ¿Viste el cuentazo suyo en «Terra Nova»? ¡Uy! Ácido, arriesgado, sin miedos, volcado a la experimentación del medio mismo, de las palabras, de lo decible, de lo comunicable y hablando de lo comunicable justamente, como un loop sobre sí mismo. Impactante.

Y, entonces llego a él… ¡Ian Watson!

Cuando yo tenía alrededor de catorce años, salió una colección que me cambió la vida. ¡En los quiscos de diarios te vendían ciencia ficción! Para mí era magia o la respuesta a mis plegarias pueblerinas (por eso entiendo tanto a Jo Walton en «Entre extraños»). Era la colección Hyspamerica; esa de los libros azules y plateados. A veces podía comprarlos, a veces no, cuestiones de vil moneda; pero mis viejos, maravillosos y laburantes, se esforzaban mucho para que yo pudiera tenerlos. El número 16 de la colección era de un tal Ian Watson y se llamaba «Empotrados».

Yo ya venía de emoción en emoción y de apertura mental en apertura mental. Siempre in crescendo: Asimov, Simak, Blish… Llevaba los libros conmigo a todas partes, en los bolsillos de un saco, casi como objeto poderoso. Y entonces leo esa… explosión mental que es «Empotrados», y quedo fascinada —je, y el número 17 sería «Ubik», de Dick—. Admiro mucho, muchísimo a ese hombre capaz de escribir con esa fuerza, descarnada y racional al mismo tiempo. De más grande me dediqué a devorar cuanto pude de él, que no era mucho en español, así que a buscar en inglés qué podía obtener.

O sea, crezco admirando a Ian Watson, como parte fundamental de un panteón inalcanzable de escritores de ciencia ficción que marcan mi vida a fuego.

Y un día, me manda un mail Luis y me dice que voy a estar con esos tipos y, sobre todo, ¡con Ian Watson! ¡Mi ídolo desde la adolescencia!

Total: que todavía no lo puedo creer. Es sobrecogedor.

 

 

AXXÓN: Bueno, aquí vienen al caso mis primeras dos preguntas. Porque no creo que Teresita hubiese podido escribir «Memoria». O sí, pero… bueno, no sé cómo explicarme.

 

TPM de E: No, Teresita no hubiera podido escribirlo. Pero Tere tampoco podría haberlo hecho sin Teresita.

Lo que somos es la suma de las experiencias y de las personas que nos marcaron. Y sí, del conocimiento adquirido y, sobre todo, de las dudas y también de la certeza de lo infinito que resta por conocer. De lo poco que se sabe.

«Memoria» es, como toda otra cosa que escribo, parte de mí. Y yo soy el resultado de toda una historia. Supongo que la base personal existe, que no nacemos como tabula rasa, pero incluso eso que somos es en parte herencia, ¿no? Recombinación genética original de material preexistente, más un poco de azar… o de destino, cada uno le pone el nombre que quiere.

Ahora, lo que somos es, desde mi punto de vista, un pleno. En una palabra, somos en el pleno de nuestro ser. Eso significa que somos siendo ahora; pero también somos lo que fuimos, rememorado y actuando en consecuencia. Pero, cuando rememoramos, cuando recordamos algo, lo hacemos bajo el tamiz de nuestro estado actual, es decir, que nuestra actualidad tiñe nuestros recuerdos —no hay nada más proteico, más cambiante, que un recuerdo—. Así, un momento de la juventud que alguien padeció y mal, se convierte, bajo la luz de su vejez presente, en un idílico Edén perdido, o viceversa. Ese recuerdo trasfigurado, la suma de las máscaras que le pusimos y quitamos a lo que fuimos, sus reinterpretaciones, nos condicionan en este preciso momento.

E incluso lo que seremos nos afecta, en tanto horizonte de significación, en tanto verdad por venir: lo que soy en la medida de hacia dónde voy. O hacia dónde quiero ir. O hacia dónde pienso que es inevitable ir. Y esa visión futura siempre incluye, como eje —a menos que se sea muy ingenuo—, la incertidumbre.

O sea, yo no me veo como lo que soy, fui o seré, sino como fuisiendoseré, o algo así; más la intersección con los demás. Soy Tereteresita, jejeje.

Tere se alimenta de esa libertad maravillosa y esa confianza de la que Teresita disfrutó, de esa infancia que agradezco tanto. Del amor que recibió de sus padres.

Y también lo hace de las cosas que padeció. De un país que se comía a sí mismo, que desaparecía gente a la que no consideraba ni viva ni muerta, gente que intentaba borrar, que intentaba hacer que no fuera gente, que no fueran. Y que sí lo era: eran amigos, eran caras conocidas, eran vecinos, o la amenaza de que mis seres queridos lo pudieran llegar a ser. Una época que te hacía esconderte bajo las sábanas a la noche, donde los padres te daban seguridad con su cariño y su fuerza, pero vos rezabas para que algo más grande los protegiera a ellos. O que te hacía sobresaltarte en los cruces de caminos, ante los fusiles y los tanques. Y que también te hacía sentirte orgullosa de ser lo «otro» respecto a la muerte, lo «otro» respecto al horror, de oponerte, de plantarte, de estar rodeado de gente que tenía ideales y los vivía. Y de haber encontrado, con el tiempo, más gente así.

También se alimenta de la comprensión de los pocos, del sacrificio, de la sonrisa, de la sorpresa del sabio humilde, escondido en un rincón, que te entiende. Y de la incomprensión e intolerancia de los ciegos-con-ojos-para-ver, pero que ni siquiera saben que hay algo que no es como ellos y que tiene el derecho de ser. Soberbios de toda calaña que eligen ignorar, tal vez por cobardía o por simple vileza, la necesidad esencial humana de ser libre para SER como uno elige ser. El sacrosanto derecho de ser feliz sin joder a nadie y sin que te jodan a vos. El poder ser iguales siendo todos bien diferentes.

Y Tere se alimenta de la gente a la que no supo cómo ayudar y aún le duele. Y de la gente que le tendió la mano a ella, y también de la que se la quitó. De todo eso que, de una u otra manera, enseña. O sea, de todo lo significativo.

Y de los amigos, por Dios, sí, de los amigos, ¿qué sería sin ellos?

Y de ese Dios al que jamás le deja de rezar.

Y, sí, también de los libros y los estudios y los mentores y los maestros y los admiradísimos admiradísimos admiradísimos escritores de ciencia ficción. Lo bueno de lo leído es que, tal vez, te ayuda a que las vivencias no sean en vano, a que tengan sentido, a que dejen una huella significativa. A no surfear por la vida, bah. Y sobre todo, a ampliar el horizonte, alejándolo de tu nariz cada vez más y más y más, hasta que se pierde de vista.

Si no, sin todo eso, ni siquiera sería Tere.

Y mañana Tere seguirá mutando, sin duda.

 

 

AXXÓN: También algo me quedó picando en el área: el Amor como «religión» no codificada. O como algo que trasciende la tierra, lo terrenal. O como aquello inasible, inexplicable, que te brinda el enigmático combustible para ir más allá de lo soñado. ¿De dónde te viene esa idea?

 

TPM de E: Uy, de dónde no.

Es una junta de cosas. Primero de mi experiencia de vida, de mis viejos, de mi esposo, de mis amigos, de la inmensa suerte de hallar amor incondicional, verdaderamente incondicional a lo largo de mi camino. También de mis años de «catolicismo buscador». Me considero católica militante, pero el término militante difiere un poco del tradicional, en mí es más bien como… en lucha interna, no de fe, sino de crecimiento, de hacer mía esa religión, de tener una fe adulta. Mi visión de Dios es la de San Juan o la de San Agustín: amor. Puro y simple. Complejísimo, por ende. O sea, no como un sentimiento, sino como una realidad trascendente. Vivir amor —más que sentir—, no es lo mismo que encariñarse, o querer, o desear, o calentarse, o aficionarse, o apegarse. ¿Se puede decir? Para esos dos hombres, como para muchos otros en diferentes religiones o fuera de ellas, lo Absoluto es amor. Y ni siquiera está afuera, está dentro mío, como una trascendencia inmanente.

Para ellos amar es una experiencia mística en el sentido de unitiva: cuerpo, alma, espíritu, todo, todos…

Mirá esto: cuando estaba de novia con Guille —nos conocimos grandes ya—, él me prestó un libro; a mí me suena que era como una «prueba de amor», pero de verdad; como una especie de test final de compatibilidad, jejejeje. Él no sostiene eso, claro. El libro era «Cuerpodivino» de Theodore Sturgeon. Cuando terminé de leerlo me dije: «quiero casarme ya con este hombre que lee esto y lo sostiene». Y parece que él también, jejeje.

Eso que Sturgeon pone allí, eso mismo es lo que yo pensaba, y lo que creo. El amor es algo así como lo único que nos supera a nosotros mismos a pesar de surgir de nosotros mismos. Es libertad pura, tan pura que parece necesidad. Es transfigurador, y como todo cambio, duele, cuesta, pero vale la pena.

Bueno, en breve: la idea viene de la experiencia. Soy amada y amo.

 

 

AXXÓN: ¿Pensás que hay temáticas que se mantienen vigentes desde el inicio de la ciencia ficción hasta hoy día? ¿Hay escritores actuales que producen repeticiones de los principios de la ciencia ficción?

 

TPM de E: Las temáticas de la ciencia ficción son como capas que se mantienen en paralelo, siempre vigentes. No son capas geológicas aplastadas unas por otras, sino como realidades paralelas siempre actuales, siempre aquí. Capas cuánticas, ¿podría decirse así?

Creo que otra coincidencia feliz con la filosofía es que la ciencia ficción siempre se está refundando. Siempre está haciéndose de cero, sin dejar atrás a nadie, a ningún clásico. No se supera, se amplía. Como el frente de una ola que crece en anchura, con todo y todos allí adelante, espumeando y bullendo y bramando en primera fila. Desde Wells hasta el futuro escritor «consagrado» que, en este mismo momento, en algún lugar, está terminando su primer cuento de ciencia ficción.

Hablábamos recién de Ted Chiang, bueno, sus temas son clásicos, pero el modo en que los aborda es suyo; impecable y originalmente suyo.

Hay gente que saca ideas nuevas de los viejos odres de este universo, y eso es fabuloso. Pero hay quienes con el vino añejo de lo dicho mil y una vez crean una mezcla que es original y única y necesaria.

Me gustan las dos vertientes. Me encanta la variedad.

 

 

AXXÓN: ¿Te imaginás una Axxón sin Eduardo Carletti?

 

TPM de E: Sería otra Axxón.

Supongo que, a lo Hume, sería y no sería lo mismo. Pero es posible.

A ver, a la Axxón de Carletti —a él, por ende—, le debo más de lo compensable.

Yo nací y me crié en una ciudad que es en verdad un pueblo. Y muchas veces me sentía en el «cutis mundis», aislada. Cincuenta kilómetros de Buenos Aires no parecen mucho hoy, pero lo eran en mi infancia y adolescencia. Y, por mi modo de ser, de vivir en la literatura y los sueños y todo eso que muchos fans de la ciencia ficción tenemos en común, en mi caso, era medio ermitaña —un poco queriendo y otro sin quererlo—. No sólo los mundos que leía estaban lejos y fuera de mi alcance, también sus escritores y los demás lectores.

Cuestión que me sentía el «bicho raro», y no es que no lo fuera o que me molestara, al contrario, era casi una insignia de honor, lo jorobado era que no había más bichos raros a la vista.

Ya más grande, un día, encuentro que hay un concurso de cuentos de ciencia ficción por Internet. Todavía no conocía la revista porque mis fondos se repartían entre la facu, viajar en bondi e ir al cyber para poder ver Internet, lo cual limitaba mi tiempo de exploración —recuerdo que lo primero que puse en un buscador cuando por primera vez usé Internet fue «Dune – Frank Herbert», y temblando, como si fuese a recibir una revelación, jajajaja… y lo fue—. Bueno, me decidí y mandé un cuento mío, «Pax humana», que no salió ni entre los veintiún primeros, je. Me sentí un poco defraudada, como en todos los concursos que uno pierde y respecto a los que se ilusionó, sobre todo porque ese podía ser mi pasaporte para conocer otros «bichos raros» y lo estaba perdiendo.

Pero apenas dos días después de terminado el concurso, me llegó un mail a mi cuenta, invitándome a participar de la lista de Axxón. Me metí inmediatamente en la revista y me quedé patitiesa: ¡qué calidad, y nuestra, de acá, no del otro lado del mundo! Luego, entré en la lista…

Para hacerlo breve: mis mejores amigos, mis mejores momentos, el amor de mi vida: mi esposo, la sensación de encontrar esa gente y ese ambiente y esas posibilidades con los que soñaba de piba, a todo eso me abrió las puertas el Axxón de Carletti.

Imagino que, cuando pase la posta, Axxón representará otras cosas igual de significativas para otras «raras avis» de la ciencia ficción, y continuará resonando con otras melodías, pero con la misma fuerza. La impronta que él puso en Axxón es indeleble: esas raíces son eternas, porque además han ayudado a nacer a otros árboles, otras publicaciones distintas, propias, hermosas.

No puedo ni imaginarme el orgullo, no solo de hacer, sino de saber que se es el foco desde el cual otros salen a hacer. La plataforma, el buque-puerto desde donde otros barcos se hacen a la mar de la ciencia ficción.

 

 

AXXÓN: La obsesión de muchos escritores es «el primer encuentro», pero pienso que sería imposible comunicarnos a nivel de real comprensión. ¿O no?

 

TPM de E: ¿Sabés qué es lo bueno de la filosofía? Que te das cuenta de que no sabés nada, jejeje.

La verdad, no lo sé.

¿Es posible, en sí, una «real comprensión»? ¿Y qué vendría a ser?

Comunicarnos ya constituiría un paso grandioso.

Lo que sí sucedería es que ambos quedaríamos modificados para siempre, ya no podríamos ser los mismos. Un primer contacto —a menos que seamos tan horripilantemente superficiales como lo plantea el fenomenal cuento de Frederick Pohl «El día siguiente a la llegada de los marcianos»— nos tiene que cambiar en profundidad, aún si la comprensión no es posible, como en «Estación de extraños» de Damon Knight, o como en el ya mencionado «Regiones apartadas» de Gibson.

Yo lo veo casi como una cosmogonía, porque todo, absolutamente todo, se vería alterado para siempre. Y por eso entiendo que eso sea una «obsesión» de la ciencia ficción.

No sé si el primer contacto nos brindaría una comprensión plena de aquellos con los que nos contactamos, pero al menos inauguraría un intento, un proceso. Entonces pienso en «Solaris», de Lem… Y de lo que sí estoy segura es de que nos brindaría, tanto en lo bueno como en lo malo, una mejor comprensión de nosotros mismos. ¿No?

 

 

AXXÓN: Tengo un amigo que un día se le ocurrió empezar a leer ciencia ficción. Me pidió algo y yo, irresponsable de mí, le di uno de Charles Sheffield. ¡Horror! En definitiva no cazó una. Porque para los que nunca leyeron nada del palo, la ciencia ficción dura es inasible. Me costó mucho comprender que lo que para mí es como respirar para otros es un galimatías ininteligible. Así que te voy a pasar la responsabilidad a vos: ¿Qué diez libros debe leer uno que no entiende nada de nada y que quiere iniciarse en la ciencia ficción? ¿Y por qué esos libros?

 

TPM de E: ¡Ah, qué piola! ¿No hay una pregunta más difícil, por favor?

Y bueno, de vuelta con lo de la propia experiencia. Hay alumnos, en algunos cursos, que al ver mi completa y absoluta locura apasionada por la ciencia ficción, me preguntan, ¿qué leo? ¿Por dónde empiezo? Lo ideal es que uno conozca a esa persona, sepa cuáles son sus gustos e intereses, y en base a eso responda.

Y luego, siempre, hay que cruzar los dedos. Porque la ciencia ficción te llama o no.

Pero bueno, si no se puede ahondar en los gustos de esa persona, yo prefiero la variedad, ampliar el espectro lo más posible.

Acá voy:

10 relatos de Ciencia Ficción, (ignoro el genial editor que los eligió). Los cuentos están escogidos de una manera impecable, y son un muestrario de lo mejor de cada región interna de ciencia ficción, pero aún así hay una especie de cadencia que los unifica, que da sentido a que sean esos cuentos los que estén codo con codo. Para mí es un modo «suave» de empezar: Aldiss – «La estrella imposible», Asimov – «Visiones de robot», Bradbury – «El picnic de un millón de años», Clarke – «Antes del edén», Dick – «El impostor», Le Guin – «Las estrellas en la roca», Lem – «La Albatros», Matheson – «Desaparición», Sheckley – «Los monstruos» y Tiptree Jr/Sheldon – «Y he llegado a este sitio por caminos errados»…

La mano izquierda de la oscuridad, de Ursula K. Le Guin. Para que se enamore de la ciencia ficción bien hecha de entrada. Mítica, rica, profunda. El paladar tiene que acostumbrarse a lo bueno.

Duna de Frank Herbert. Compleja, con multitud de niveles, pero además con ritmo. Construye todo un universo alrededor del lector. O sea, llegamos al proceso de inmersión: el lector tiene que empezar a nadar y sumergirse en estanques casi infinitos.

La crema de la Ciencia Ficción, ed. Josh Pachter. Los cuentos están elegidos por sus autores, no siempre es lo mejor claro, pero hay algo en esa recopilación que es fascinante. Es una muestra tan variada y amplia, que es como poner toda la paleta de colores a disposición del lector. Pero es más agresiva que la primera recopilación, es una especie de flasheo fuerte. Los temas son más impactantes, el modo de tocarlos, más «agresivo» —tal vez porque son los elegidos de los propios autores—. Te nombro tres que son fundamentales para dar fuertes virajes de timón y así el lector se acostumbre a los cambios en el género: «Los hombres que asesinaron a Mahoma» de Bester, «Una galaxia llamada Roma» de Malzberg, «La nave que cantaba» de MacCaffrey. [Acá, en la última hoja, yo le pegaría una copia de uno o dos cuentos más, je: «Luz de otros días perdidos» de Bob Shaw y «Dio» de Knight].

2001, odisea espacial, de Arthur C. Clarke. No se puede evitar un clásico y menos en el inicio. Clarke es duro, sí, pero acá tiene una cualidad especial que lo hace épico. Podría haber puesto El fin de la infancia o Cita con Rama, pero esto es como un regreso a las raíces duras. Es la prueba a superar, pero una prueba de calidad, con sustancialidad. Llegar acá después de haber visto lo anterior, te hace disfrutar y cuestionar más.

Visiones Peligrosas ed. Harlan Ellison. Porque es el hito de la ciencia ficción. Si ya superó todo lo anterior, este es el paso siguiente. Es como una instantánea del momento en que el género da un salto cualitativo impresionante. Lo que hay allí es, sencillamente, revolucionario para la mente.

Relaciones extrañas o Los amantes de Philip José Farmer. A elección. Hora de ajustar el cinturón de seguridad y avanzar de frente. Hoy no son escandalosos, no son vertiginosos: son arquetípicos. Obligan a pensar, a buscar el trasfondo, a ver más allá de lo aparente. Si el lector ya llegó hasta aquí, sabe que hay que leer entre líneas. Incluso yo lo arrojaría a A vuestros cuerpos dispersos, la primera de Riverworld, pero hay que ver cómo viene nuestro lector.

La intersección de Einstein de Samuel R. Delany. O, lo que es lo mismo: ¡A todo o nada, muchacho! Esto es alta escuela, complejidad, maravilla, experimentación en el lenguaje. Un viaje iniciático, pero el del lector.

La estación de la calle Perdido de China Miéville. Un salto a lo actual, un salto de fe. Ahora estamos ante algo híbrido entre fantasía y ciencia ficción, exquisitamente realizado, y de una factura tal, que somos zarandeados una y otra vez en un universo deliciosamente terrible. De aquí, nuestro lector ya sale listo para el Gran Salto.

Ubik, de Philip K. Dick… Porque ya no hay más remedio.

Yo pondría muchos más.

El inicio, sobre todo, podría consistir en libros de temples diferentes para gente diferente: Mundo anillo de Larry Niven, para los más apegados a las ciencias duras. La melancólica joya narrativa Estación de tránsito de Clifford Simak, para los más poéticos. Mercaderes del espacio, de Frederick Pohl y Kornbluth para los que se interesan por un enfoque socio político intenso. Empotrados de Ian Watson, si la cosa pasa por la lingüística. Jinetes de la antorcha de Norman Spinrad, si es más metafísico. Señor de la luz, de Roger Zelazny, si pasa por lo religioso. Etc.

Y seguro que en cuanto relea esto digo: «¡Pucha, por qué no puse este o aquel!»

 

 

AXXÓN: ¿Qué distancia hay entre «Dextrógiro» y «Otoño»? ¿Por qué nombres de cuentos con una sola palabra?

 

TPM de E: En realidad yo los veo como partes de una misma etapa, pero por ahí es porque estoy dentro del contexto. Tal vez «desde afuera» se ven muy diferentes. «Dextrógiro» es un cuento tan mítico como «Otoño», en el sentido de que intento ser todo lo simbólica que puedo. La diferencia esencial estaría en que el primero es más literal en ese simbolismo y más experimental en cuanto a lo narrativo —experimental para mí, entiendo que para otra gente puede ser algo muy visto—; y, sobre todo, en que depende mucho del modo en que se cuenta la historia, más que de lo que se está contando; porque la narración misma es la protagonista. En cambio, el segundo es más indirecto en el modo de exponer los símbolos, pero más directo en tanto argumento y narración. Todavía los veo como fases que pueden coexistir: la de concentrarse más en la forma o concentrarse más en lo narrado.

Respecto a lo que quieren decir, los dos siguen siendo «transmutativos» o algo así. Los dos hablan de cambios a gran escala. Cambios micro-macrocósmicos.

«Dextrógiro» se centra en la posibilidad de que un hecho pequeño e insignificante tenga una repercusión inmensa: el simple cambio de dirección de giro de una tuerca. El universo entero se reacomoda en torno al personaje, y el personaje, a su vez, es un universo en sí mismo, porque su vida es un cosmos para él, tal como lo es para cada ser humano. La relación sigue siendo: parte y todo.

En «Otoño» pasa algo similar. Dos culturas, dos especies completas con eones de desarrollo paralelo, con miles de millones de miembros cada una, dependen, para su comunicación y mutuo entendimiento, de estos dos individuos que son, básicamente cada uno, un niño criado entre extraños. Y ese individuo con problemas comunes y privados, con esperanzas y miedos, con pequeños triunfos y sueños, se convierte en la pieza clave de la transformación de dos razas.

No sé hasta qué punto no se repite eso en la mayoría de mis historias, Ric. Lo que me preguntás me está haciendo pensar en esto por primera vez. En «Memoria» el destino de un mundo entero depende del amor de una persona… La misma atención al detalle está en «Contra toda probabilidad»… Quizás esa sea la temática recurrente: lo pequeño como germen de lo inmenso, lo terriblemente valioso de cada individuo, de cada mundo interior: cada ser humano como una especie en sí mismo. Y el amor como motor imprescindible de ese movimiento.

En los dos cuentos un universo completo gira para acomodarse a un simple individuo. La parte y el todo. La dignidad humana que vale mundos. ¿Qué otra cosa que el amor puede hacer equivaler un universo a un individuo? Tal vez esa era la dirección natural que los cuentos tenían que seguir si pretendían seguir buceando en esa temática (y digo «los cuentos» porque a veces siento que se escriben solos, jeje).

En cuanto al título, siempre tengo problemas con los títulos. No se me ocurren, doy vueltas y vueltas, y últimamente termino recayendo en una sola palabra, algo que condense la esencia de lo dicho o que dé un rasgo importante, o simplemente que me guste mucho.

 

 

AXXÓN: Hay algo que me viene obsesionando desde hace tiempo: ¿Por qué a la ciencia ficción se la exige tanto, mientras la literatura costumbrista puede reescribir «Romeo y Julieta» hasta el hartazgo? Leyéndote se me ocurre la temeraria, y espero que no errónea, idea de que el Inconsciente Estructural quizás esté más presente de lo que uno sospecha.

 

TPM de E: Jejejeje. Bueno, la ciencia ficción también ha escrito Romeo y Julieta, y en muchos casos tan bien como Shakespeare.

Lo bueno de Romeo y Julieta es que, bajo una trama simple, hay un juego complejo. O sea, en tres renglones se liquida el argumento, pero entonces viene lo bueno. Ese argumento es el soporte de algo mucho más rico, por eso tenía que ser simple.

El problema es que, si te quedás sólo con el argumento al desnudo, tenés un millón y medio de novelas, no costumbristas —que las hay maravillosas y en gran número—, sino cursis o mediocres. Ahora, si te concentrás en un solo aspecto complejo, tenés una obra maestra.

Julieta tiene el mejor parlamento filosófico que haya existido cuando, aparentemente sola, monologa acerca del valor del nombre, del concepto: ¿Acaso una rosa olería distinto si cambiase su nombre? ¡Guau! Eso es nada más ni nada menos que mil años de querella de los universales en una sola frase.

No está mal que Romeo y Julieta renazca una y otra vez. En el fondo es inevitable. Como decís vos, estructuralmente inevitable. Pero la cosa es cómo usaremos esos arquetipos. ¿Nos limitaremos a lo obvio o partiremos desde allí para dar el salto?

Ahora, respecto a la pregunta. La ciencia ficción nace como la otra mirada, es la otra mirada. Se le exige… NOS exigimos que no se quede anclada porque, de hacerlo, se traicionaría a sí misma. No puede, por definición, repetir miradas (y digo «miradas», no ideas o conceptos, sino enfoques). Nació para superar fronteras, derribar concepciones establecidas, mostrar las cosas desde aspectos no vistos hasta ahora, ¿cómo no se le va a exigir mucho? Tampoco creo que los escritores de ciencia ficción desearían otra cosa menor que dicha exigencia.

No es que la ciencia ficción esté obligada a ser «original», sino más bien que tiene que ser auténticamente «renovadora».

 

 

AXXÓN: Vos estás en la Fundación Vocación Humana y, dentro de esta, dirigís el Centro de Ciencia Ficción y Filosofía. ¿Me equivoco? Ahora bien, ¿me podés explicar qué tienen que ver el mito de Odín y la obtención de la sabiduría y el Ragnarok, con la tetralogía de Wagner, con «American Gods» de Neil Gaiman, y con «El Péndulo de Foucault» de Umberto Eco? Me explotó la cabeza cuando leí los Módulos de estudio.

 

TPM de E: Jajajaja, esa es la idea.

El curso que citás y que, sí, yo locamente diseñé —y Bernardo Nante, temerariamente apoyó—, es «Mitos antiguos y contemporáneos». Parte de la idea, un poco estructural, un poco hermenéutica, de que los mitos siguen recreándose en diferentes medios una y otra vez, a veces como reinterpretaciones, a veces de manera espontánea.

Lo que sostenemos en el curso es que el mito no es una mentira, ni una fábula, ni una explicación pre-científica del universo, ni siquiera una forma literaria, sino una especie de guía, de faro. Una suerte de «verdad profunda», de «historia verdadera» como decía Mirce Eliade, en el sentido de autenticidad esencial, no superficial.

Intentamos analizar un mito clásico, detectar sus mitemas o elementos constitutivos —micro-mitos, átomos míticos universales (incluso con sus niveles submíticos, si seguimos con la comparación), con cuyas relaciones se teje un determinado mito—, y luego ver cómo reaparecen, adrede o no, en la literatura, el cine, la dramaturgia, la pintura, la música, etc., a lo largo del tiempo. Es decir, cómo el mito se reinventa a través de nosotros: escritores y lectores.

Como era de esperarse, mi intención es siempre conectar con la ciencia ficción. Así, cuando vimos «La Odisea» de Homero, seguimos la línea: «Ulises» de Joyce – «Adán Buenosayres» de Marechal – «2001, odisea del espacio» de Clarke. Y cuando vimos «Las argonáuticas», el segmento era: «Moby Dick» de Melville – El ciclo del Grial – «Duna» de Herbert, etc. Ahora estamos con la «Epopeya de Gilgamesh» y la línea pasa por «El retrato de Dorian Gray» de Wilde, por «Frankenstein» de Mary Shelley, etc., etc.

Pero vamos al caso que citás y en el cual me va a ayudar otro profesor y muy buen escritor de ciencia ficción: Federico Caivano.

El mito del sacrificio de Odín, en sus variantes, es un mito denso y trágico como pocos. Tenés a un dios que se da cuenta de que hay un saber que no posee. El saber, en definitiva: la sabiduría, encarnada en las runas, que pueden entenderse como la suma de previsión y poesía. Es decir: ciencia y arte, devenir y absoluto, libertad y necesidad, etc. —el símbolo acá es muy rico—.

Ahora bien, este dios de los dioses, este ser fuertemente vivaz, pleno, potente, voluntad desatada, furia e imprevisión, de repente es capaz de hacer este autosacrificio, este «crucificarse» con su propia lanza en el árbol Yggdrasil (que literalmente significa «el corcel de Ygg»; siendo Ygg una de las formas de denominar a Odín), el árbol del Cosmos, la columna o eje que sostiene la cosmicidad, o sea: el orden mismo del universo.

Y además entrega un ojo, se lo saca como cántaro para que Mimir le permita beber de las aguas de la sabiduría. Ahora bien, lo primero puede verse como un cambio de mirada (algo que aparece muy a menudo en los mitos, pensemos en Horus y en Edipo… y en Paul MuadDiben El Mesías de Duna o en el Neo de Matrix, revoluciones), un sacrificar este punto de vista, esta visión carnal, por una más profunda o, al menos, distinta, trascendente. «Ver con otros ojos», ¿no? Y luego, el pozo de las aguas de la sabiduría es subterráneo, infernal, inconsciente. Lo más denso, lo más oculto, lo más desdeñado o negado de nosotros mismos: de ahí nace la riqueza, la «fuente del conocimiento».

Bien, esos son dos mitemas —de muchos otros que hay— en los que podemos hacer foco, para ejemplificar. Pero, ¿y qué descubre Odín con las runas? ¿Qué secreto se le revela? El de su propia finitud. El ragnarök, el ocaso de los dioses. Sacrificar un ojo para obtener la sabiduría, el conocimiento de que vas a morir, es un tema muy pero muy serio. Es un tema que toca el sentido.

Odín decidirá dar batalla, pero el destino está fijado y él lo sabe, y lo enfrenta con el grado de libertad que la propia necesidad le permite, pero exprimiéndole todo el jugo que pueda y como sea. Es la mejor de las luchas: la lucha perdida.

Wagner toma este tema y lo trabaja en dos vertientes: el argumento y la música misma, el temple de cada escorzo de esa monumental pieza. Y decide hacerla así: gigantesca, digna de los dioses y su final. Aquí yo me detengo en un pasaje o dos, pero sobre todo en la relación entre Wotan (la versión germana de Odín) y su hija, la valquiria Brunilda. Él es la ley; ella, su verdadera voluntad. Entre ambos se da el tira y afloja entre el deber y el querer, que habita a todo ser humano, y por esa razón Brunilda se permite a sí misma hacer lo que su padre quiere pero no puede: salvar a Sigfrido. El nudo en Wagner no parece pasar tanto por las historias de amor individuales que una y otra vez se suceden sino por la lucha eterna Amor-Poder (representado por el anillo de los nibelungos… ¡Sí, el mismo de Tolkien!). Es como si el universo entero, aquello que sostiene Yggdrasil, y sus habitantes —todos y cada uno de los personajes de la tetralogía wagneriana—, no fueran más que el interior de la cabeza de Wotan-Odín, el teatro de sus pensamientos, el sitio donde de desarrolla su lucha interna que, por ser un dios, es también esencialmente externa y universal.

Y entonces viene Neil Gaiman. Un genio en el manejo de los símbolos. American Gods incluye a Odín en su faceta postsacrificial: el tuerto itinerante, el vagabundo sabio, curtido por ese saber: el de la propia finitud de todo. Trágico, manipulador, socarrón, admirable, como todo dios mítico. Es el señor Miércoles, que para nosotros, latinos, sería «mercurial», pero para los anglosajones deriva del Wotan germano, o sea, Odín. Aquí, los dioses europeos no tienen fuerza en tierra americana, o deben mutar para adaptarse a la nueva «deificación» que el mundo moderno realiza de otras cosas: fama, dinero, banalidad, etc. El rägnarok es una necesidad en este escenario, un modo de que ese tándem Loki-Odín, Yin y Yang, obtengan fuerza del propio combate; porque, de no ser así, la verdadera muerte se da por inercia e identificación —como Bilkis, el personaje de la reina de Saba—, y no tanto como entropía nihilizante, sino como transmutación. Algo así como un cambio de naturaleza. Te doy un ejemplo: un centauro es un hombre unido a la fuerza viva, desatada y magnífica de la naturaleza salvaje e indómita representada en su mitad equina; un automóvil es un centauro moderno, en el cual la fuerza a la que se une el hombre es mecánica, inerte, «hija» y no «madre» del propio ingenio humano, instrumentalizada. Y encima se nos vende publicitariamente como panacea de todo: un hombre con el auto indicado ha obtenido la ambrosía divina que le permite conquistar a la mujer deseada, o tener la familia perfecta o el trabajo soñado, dependiendo de sus deseos. El símbolo se mantiene, hasta cierto punto, pero debe, por fuerza, mutar para adaptarse al nuevo mundo. Lo mismo les sucede a los dioses de Gaiman. El fin de los dioses no es su muerte, sino su pervivencia. Y la sabiduría es aquí un vulgar ojo de vidrio en un morral… o no.

Ahora viene Eco y su péndulo. Acá Yggdrasil es doble: es el péndulo mismo, porque el Cosmos ya no está quieto ni es eterno, sino que es científicamente representable en un modelo, semoviente, expansivo, calculable; pero Yggdrasil también es el árbol sefirot de la cábala, lo místico, lo oculto, lo trascendente, lo oracular. Y así se va de las runas como oráculo a la computadora Abulafia (fundadora de la cábala profética) como barajadora de probabilidades —ya que también ha pasado el «pendular» tiempo del determinismo científico— y, finalmente, al caos o a un orden alterno.

En ese árbol se inmola involuntariamente —o, tal vez, voluntariamente de modo inconsciente— Belbo, uno de los protagonistas, el más místico. Pero, alrededor de ambos árboles, los personajes que presumen de ser sabios, los vanidosos, crean o recrean una historia que cobra vida propia. Y lo hace, tal vez, porque la verdadera sabiduría es caótica, o tal vez porque, como en la novela, conduce al sacrificio mortal final, o tal vez porque, en verdad, eran más sabios de lo que suponían… O porque otro tipo de sabiduría tomó la posta: la de la irracionalidad del caos, o la divina.

Bueno, más o menos así se trabaja, estructural y hermenéuticamente en los cursos. Lo que pasa es que tenemos cuatro clases para desarrollarlo, je.

 

 

AXXÓN: Como volviendo al principio de esta entrevista, vos escribiste recién: «Parte de la idea, un poco estructural, un poco hermenéutica, de que los mitos siguen recreándose en diferentes medios una y otra vez, a veces como reinterpretaciones, a veces de manera espontánea.». ¿Tiene esto último algo que ver con el Inconsciente Estructural?

 

TPM de E: El Inconsciente Estructural es un supuesto, como todo inconsciente. Porque, en última instancia, en cuanto se vuelve consciente ya no es él, de modo que una constatación consciente de un inconsciente es una contradicción en sí misma.

Como supuesto es útil, ¿qué es en realidad? No lo sé. Pero, insisto, en tanto supuesto funciona bien. Desde ese punto de vista, sí, tendría que ver, pero con reservas. Es decir. También podríamos hablar del Inconsciente Colectivo junguiano, como ya lo hicimos antes, por ejemplo, que es menos reduccionista y tiene rasgos muchísimo más ricos.

Lo que yo rescato de esos dos postulados de Inconsciente, sin pontificar ninguno, es la posibilidad de que ciertos arquetipos, en el sentido de ciertas hormas universales comunes a los seres humanos, importantes para su vida y su comprensión de sí mismos y del mundo en el que están y del que son parte constitutiva, se manifiesten una y otra vez en los seres humanos de cualquier época y cultura.

Pero hasta ahí llega mi ligazón con un Inconsciente de este tipo, es decir, Estructural. Porque, si nos atenemos a él estrictamente, entonces no habría «nada nuevo bajo el sol» y, sin embargo, yo sí considero que lo hay, y mucho.

Ponele que la horma sea universal, inconsciente, etc. Perfecto, pero es sólo eso, la horma. De ahí mi interés en la tesis por intentar unificar ese concepto con el de hermenéutica, para poder reintroducir la novedad, la posibilidad de cambio, de creación.

Los mitos siguen recreándose, ¿son siempre el mismo mito? Estructuralmente, sí. ¿Son, entonces, siempre el mismo mito? Hermenéuticamente, no.

Parece una contradicción, pero no lo es. Hay una base común, que surge humanamente aquí y allá, pero el modo en que se expresa, el tinte que capta, la forma que adopta, es nueva en cada caso, y eso no modifica una característica accidental o se manifiesta como un cambio cosmético, sino que es un rasgo que afecta lo esencial.

¿Renacerá Gilgamesh en una colonia orbital en Urano, en el año 3.457? Seguramente sí. ¿Será el mismo Gilgamesh? Sí y no. Podemos entrever rasgos universales, temas esenciales: la finitud, la amistad, la completitud, el equilibrio, la desmesura… pero no podemos ni imaginarnos la riqueza, la torsión, la novedad que planteará y el modo en que lo hará.

Por eso me gusta la visión de Gastón Bachelard, la cual yo llevo bastante más hacia el extremo que el propio autor: todo es imaginación en el ser humano, el resto de sus facultades son sólo regiones dentro de ésta. Y la imaginación es creación. Puede que le sea imposible crear ex nihilo, de la nada, su materia prima; pero el modo en que la organiza es siempre nuevo y no tiene límites.

 

 

AXXÓN: Con la cabeza aún más explotada y quemada que antes, me despido deseándote lo mejor. Voy a guardar por mucho tiempo esta entrevista, para mí reveladora. Muchas gracias. La Redacción de AXXÓN te agradece tu predisposición y tu buena onda. Son tuyas las últimas palabras.

 

TPM de E: Uy, je.

Gracias, es lo primero que me surge.

Y asombro es lo segundo. Porque, ¿qué hago yo, ignota total, siendo entrevistada por ustedes? ¿Qué hago yo, que todavía me siento un «bicho raro», siendo entrevistada en la revista que me permitió entrar en el mundo de la ciencia ficción en vivo y en directo?

A vos, Ricardo, te agradezco y también a Dany, Silvia y Edu, y a toda la gente que hace Axxón.

Es raro y hermoso ver que uno puede dedicarle la vida a lo que más ama y, en mi caso, mi vocación pasa primero y centralmente por la ciencia ficción. Es un privilegio y un honor poder compartir con ustedes, con todos los lectores, con los amigos, eso que tanto me apasiona.

¿Y puedo dar un «gracias» más? Un modesto agradecimiento que siempre soñé dar —y, muchas veces soñé recibir, je—. A vos que estás leyendo esto, por la paciencia de leer este barullo de ideas que siempre estoy soltando, y por darle sentido a mi hablar con tu presencia: Gracias de verdad.

 

 


Axxón 242 – mayo de 2013

9 Respuestas a “«Entrevista a Teresa Pilar Mira de Echeverría», Ricardo Giorno”
  1. M.C.Carper dice:

    Un gran talento y una excelente persona. Esto también amerita varias lecturas para asimilar la dimensión del contenido. Cosa extraña, lo mismo me ocurre con sus cuentos. Felicitaciones, Tere.

  2. Jorge dice:

    Imperdible esta estrevista. Adelante!!!!

  3. Nolberto dice:

    Teresa y Ricardo: Entre los dos, me partieron el bocho. Debo gritar algo: Es tanta, pero tanta la ignorancia de este viejo cuentero y a veces poeta, que llegué a subestimar la onda literaria de lo fantástico y de la ciencia ficción. Creo que en mis (aproximadamente) 80 cuentos hay dos fantásticos y ninguno de ciencia ficción. Me parecía un mundo hecho para que mis nietos jueguen con la compu, un sesgo que se agotaba en Bradbury y pocos referentes más. Al leer las respuestas de esta (para mí) enciclopedia con alma que es Teresa me dan ganas de leerlo todo, como si tuviese un tercio de mis 80 años. ¿Alguno de ustedes puede decirme cómo conseguir, desde mi San Nicolás, esos diez cuentos que menciona Tere como el abc del género, o algo más o menos iniciático? Si son ediciones actuales podría conseguirlas mi librera, o bien podría depositar en la cuenta de alguien, una cosa así.
    ¡Me alegraron la tarde! Abrazo a los dos. (¿Felicitaciones? Es tan insuficiente el lenguaje…)

    • Ricardo Gioirno dice:

      Muchas gracias por tus palabras, Nolberto. En realidad no sé dónde se consiguen los libros que menciona Teresa, pero podés ir investigando en este sitio que me pasó Poggi: http://sideravisus.wordpress.com/

      Un abrazo
      Ric

      • Ricardo Giorno dice:

        ¡Me olvidé de lo más importante! La Revista AXXÓN contiene una cantidad impresionante de cuentos de CF. Voy a seleccionarte algunos, Nolberto, y con tu permiso te voy a enviar los links a tu casilla.

  4. Néstor Darío Figueiras dice:

    TERRIBLE ENTREVISTA!!! Todavía releyéndola, porque no se puede asimilar de una: IMPOSIBLE. Tengo el enorme placer de contarme entre los amigos de Tere y Guillermo, y la verdad es que son excelentes personas y escritores. Puntualmente Tere es una autora descomunal con un futuro más que brillante. Felicitaciones, Ric!!!

  5. Ermanno Fiorucci dice:

    Ricardo lo volviste a hacer: tremenda entrevista a una brillantísima entrevistada con la cual, en el ámbito intelectual, comparto muchísimos puntos… además de la admiración por Dick. De querer destacar algo de la entrevista tendría que usarla toda… Sin embargo, Teresa, me resuelve ese “trabajón” al comienzo:”… pero, igual que decía un profesor mío respecto de la filosofía, TODO tiene que ver con la ciencia ficción. Porque, en definitiva, es libertad pura.” Y con qué brillantez hizo la dicotomía entre solipsismo y subjetivismo: “Bueno, que para mí la transmisión absoluta de una idea o pensamiento, etc., no es posible. El otro siempre es él mismo y yo soy en última instancia yo. Parece una perogrullada pero es trascendente: hay un fondo último, único, propio, incomunicable entre las personas, un límite final que es, en realidad, el que nos individualiza.” ¡Brillante… Sartre no lo hubiese dicho mejor.
    Y paro aquí para no caer en la apología de la gran Teresa Pilar Mira de Echeverría… y tú eres más peligroso que mono con una ametralladora preguntando 
    En fin, repito: Gran entrevista y extraordinaria entrevistada… la disfruté muchísimo.

  6. Yunieski dice:

    Una entrevista deliciosa, llena de estímulos intelectuales. Ideal para ser leída varias veces. Felicitaciones a Ricardo y Teresa.
    Saludos,
    Y.

  7. Teresa dice:

    Muchísimas gracias a todos, son muy generosos conmigo.
    Y, sobre todo, muchas gracias a Ric.
    Es un honor salir en una entrevista en un sitio al que le debo mucho y al que admiro tanto como Axxón.
    Besos.
    Teresa

  8.  
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