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¡ME GUSTA
AXXÓN!
  
 

ARGENTINA

 

 


Ilustración: Fraga

—¿Qué voy a hacer con un robot político? —se preguntó Luisa Benítez mientras barría las telarañas que colgaban del silencioso supermercadito. Y es que RP 2030 no era un robot ideal para el almacén, como le habían prometido. No barría ni limpiaba (la única vez había sido para convencer a Luisa de armar un local partidario en la carnicería). Nunca había empanado milanesas de carne, ni había conseguido cambio cuando pagaban con billetes grandes. Cuando Luisa lo mandaba a la quiniela a buscar monedas, demoraba una eternidad y los vecinos se quejaban de que andaba tratando de convencerlos de organizar cosas extrañas y disparatadas. El mes anterior había sido la colecta para el baño de un tal Monsanto, después, una agrupación juvenil; por último, una elección democrática.

Además tenía costumbres molestas. Fumaba en la cara de los demás, se dirigía a las personas en plural (siempre decía «nosotros el pueblo») y lloraba escandalosamente cuando no lo tomaban en serio. Naturalmente lo hacía sin lágrimas, pero el ruido era molesto, similar al de un motor encendido.

Al mismo tiempo hacía algo que a Luisa le resultaba particularmente embarazoso: cada vez que se presentaba abría su sobretodo, mostrando su cuerpo transparente, y decía «en nuestra política no hay nada oculto, nada raro». De por sí, la expresión era de locos, pero amén de eso, una falla en su sistema superponía la segunda frase a la primera, provocando en sus parlantes un acople intolerable. ¡Era una presentación espantosa!

Pero lo que más la enfurecía era que la dejaba sola.

Todo había sucedido unos meses atrás. El negocio no iba bien y se vendía poco. Gonzalito no iba a trabajar, y Juan, su marido, no era claro en el manejo de la caja. Todas las semanas faltaba plata y Luisa sospechaba que, inconscientemente, los dos velaban por la quiebra del supermercadito para mudarse a otro lugar.

Pero Luisa no quería irse. Es verdad, no conocían a nadie en el barrio, pero en todos lados era igual desde la «Gran fragmentación».

Un día lluvioso se presentó un hombre de traje elegante con intención de vender un robot.

—Ideal para las tareas de almacén —había dicho y Luisa nunca olvidó la frase. El vendedor en cuestión se identificó como Julio Flores y explicó que ese robot que lo acompañaba era especial, pues había sido diseñado para ser transparente en los negocios. El matrimonio Benítez confirmó dicha cualidad a simple vista, pues el cuerpo del robot estaba hecho de un material parecido al vidrio. Se podían ver todos los circuitos, de pies a cabeza.

Cuando el robot encendió su primer cigarro, Luisa siguió con la mirada hipnotizada el humo negro por el interior de su torso traslúcido. Se envolvía lentamente, creando espirales fantásticos, arremolinándose cerca de los cables que parecían a punto de chispear y prenderse fuego. Estaba por advertir al comerciante del peligro inminente, cuando los vidrios del negocio temblaron ante el acople intolerable: —En nuestra política no hay nada oculto, nada raro —dijo el robot, y Luisa pensó que el androide había explotado por los aires.

—Algo debe andar mal con sus parlantes —dijo el comerciante sonrojado, y se apuró a tocar unos botones en su espalda—. Un pequeño ajuste y… ¡ya está!

RP 2030 hizo silencio.

—¿Dijo política? —preguntó Luisa sorprendida.

—¿Qué tiene que ver la política con el negocio? —interrogó Juan con los ojos desorbitados, y después agregó aún más sorprendido: —¿Política como la de antes?

El robot comenzó a responder con voz distendida: —Lo que quiere decir mi colega es que «nosotros el pueblo», debemos mejorar la imagen de la política internacional…

El tal Flores lo miró horrorizado y volvió a tocar los botones a tientas, silenciándolo abruptamente. Después, con el rostro pálido, prosiguió nervioso: —No les voy a mentir. Este es un robot político. Pero por favor —dijo con una media sonrisa—, no se guíen por el nombre porque es ideal para la farmacia —explicó, mostrando unos dientes amarillos.

—¿Farmacia? —preguntaron los dos al unísono. Juan se tomó del pelo, irritado.

—Supermercado, supermercado, no farmacia. ¿Dije farmacia? ¡Qué tonto soy! —se disculpó Flores apurado—. Lo importante es que es barato de mantener. Come dos bocados por día, usa poca energía y gasta poco papel y tinta. Este tipo de robot fue diseñado para ser económico, para demostrar a la gente que no representa un gasto en las finanzas públicas. Imagínese que tiempo atrás, cuando la gente pagaba el impuesto al robot político, nadie se quejaba porque era bajísimo. Igual, desde la Gran Fragmentación ya nadie lo paga…

Alcanzó a terminar la frase sin poder evitar la confusión que comenzaba a crearse en el ambiente.

—¿Tienen hijos? —cambió de tema el señor Flores, y el matrimonio no respondió; cada uno miró para un lado distinto.

—Ideal para los chicos. Estos aparatos —y acarició la cabeza transparente del robot —fueron programados para ser extremadamente sensibles a la opinión de los demás. Cuentan que este modelo tuvo un cargo importante en su época y que una vez la gente se rió tanto de él que se puso a llorar delante de todos. —El robot arqueó las cejas con fastidio—. No se asusten si llora delante de ustedes —dijo riendo—. Como les dije, ideal para los chicos.

—Nuestro hijo es grande, Y la verdad, señor Flores, estamos completos de personal. Mi hijo se encarga de la verdulería a la perfección —dijo Juan, queriendo dar por terminada la conversación. Al fondo del negocio, la verdulería estaba vacía, los cajones mal apilados y la verdura sucia y pasada. Luisa miró a su marido con reproche.

—¡Con la clientela, ideal! —prosiguió el vendedor con los pulgares arriba—. Y le aclaro: esto no es una actitud del robot ni una habilidad.

Flores sacó un manual de un bolso y se puso unas gafas ridículas.

—Página 323 —dijo en voz alta, como si estuviese dando una clase y todos sus alumnos tuviesen el mismo manual en sus pupitres. Y leyó: —»El robot viene diseñado de fábrica para enmendar la falta de atención de los políticos con sus semejantes». Página 323 —repitió levantando el índice—. Ideal para los chicos y los clientes —concluyó satisfecho.

Luisa se detuvo a mirar al robot y pensó en su hijo Gonzalo que nunca estaba, o que estaba, pero siempre de mala gana. Ya no limpiaba las verduras antes de venderlas, no usaba la balanza y pesaba la papa y la batata con las manos, en tono burlón. Y Juan. Bueno, Juan posiblemente apostaba lo poco que ganaban en el póker virtual y solitario. Y pasaba horas frente a la computadora. El carnicero (no alcanzaba a recordar su nombre) era un experto en milanesas, pero no hablaba, o por lo menos ella no entendía sus palabras. Además estaba de licencia. Luisa pensó que todo era así desde la Gran Fragmentación.

—¡Luisa, Luisa! —la estaba llamando su marido, pero ella seguía perdida en los movimientos de aquel extraño robot.

—¡Otra ventaja! El robot está programado para cumplir sus promesas —exclamó el vendedor.

—¿Qué tipo de promesas? —preguntó sobresaltada Luisa, saliendo de su ensimismamiento. Y su imaginación voló. ¿Podría prometerle nunca dejarla sola, ayudarla a sobrellevar esa terrible soledad que sentía todos los días?

—Página 874, segundo párrafo. —Estaba por leer textual otra vez, pero su alma de mercachifle lo traicionó—. ¿Vio que cuentan que los políticos humanos antes de extinguirse eran muy mentirosos? Bueno, éstos no son para nada así. Los hicieron especialmente para enmendar eso —simplificó el asunto rápidamente.

RP 2030 había encendido un cigarrillo y miró a Luisa a los ojos. Para ella, ese gesto fue una promesa; una invitación a otra época. No sabía qué tan lejana, pero fantaseó que era una de grandes historias, de verdades innegables, dichas en la cara; y de pasiones, trágicas pasiones. Sintió la sangre correr por todo su cuerpo.

—¡Lo compro! —gritó impulsivamente, y se apuró a buscar el dinero, convencida de formar parte de algo más grande, algo más vital que su pequeña e insignificante existencia.

—¡Todavía no! —se opuso su marido—. ¿Y este tema de la política?

—Traten de seguirle la corriente. Estos robots fueron creados para hacer política —aconsejó el vendedor del robot.

—¡Pero si no existe la política! —lo interrumpió Juan alterado. Luisa ya le había entregado el dinero al señor Flores.

—No duden en resetearlo y cortarle los cables cuantas veces necesiten —explicó pacientemente el comerciante mientras se retiraba del negocio—. Se adaptan fácilmente a cualquier tarea. —Y dejó flotando la frase en el ambiente.

Cuando hubo silencio, el robot tiró la colilla del quinto cigarrillo al piso y la aplastó con sus pies transparentes. Recién en ese momento, Luisa notó que el ambiente estaba viciado de humo.

RP 2030 habló: —Disculpen a mi colega, hace mucho dejó la política. —Todos se miraron a los ojos sorprendidos, como en un trance que acababa de terminar.

Le asignaron la carnicería, porque dieron por supuesto que un robot se llevaría bien con los cuchillos.

Juan reprochó la compra hasta el último día: —Nunca debiste comprarlo, el robot no sirve para el negocio —repetía como un perro rabioso desde su computadora.

Y es que las actividades de RP 2030 interferían con su trabajo en el supermercado. No tenía horario y era pésimo con los cuchillos. Además, todas las noches mientras la familia dormía, la impresora ubicada en su «estómago» imprimía ruidosamente entre doscientas y trescientas pancartas, folletos, folletines, volantes, disposiciones, resoluciones, minutas y miles de cosas que a nadie le interesaba pero que, bien temprano a la mañana siguiente, se encargaba de difundir y debatir con los vecinos.

Juan había intentado todo por cambiar la programación del robot, con la esperanza de que le sirviera para el negocio, o por lo menos para apostar en el póker virtual. Le había vaciado la impresora, le había quitado la tinta, había cortado algunos cables, pero nada. RP 2030 continuaba ocupado con sus tareas políticas.

Un día, el robot organizó una reunión a beneficio del baño inundado de un tal Monsanto. La consigna era acercarse con algún elemento para colaborar con su remodelación. Luisa prestó oído al consejo del comerciante y le siguió la corriente. Tuvo que ordenarle el depósito, preparar unos mates y comprar macitas para los donadores. Nadie apareció, ni siquiera el hombre afectado. Ese día, el robot lloró mucho. Luisa intentó consolarlo.

—La gente no va a reuniones —dijo—. Pero tenés tu puesto en la carnicería y me tenés a mí…

Pero eso no parecía bastarle.

Era fin de año y el robot comenzó de golpe a hablar de lanzamiento de campaña, padrones de afiliados y grandes eventos sociales.

—Ya te expliqué —intentó razonar Luisa—, no hay reuniones, ni bailes, ni fuegos artificiales, sólo nosotros cuatro. —Y señaló la pequeña mesa con cuatro velas prendidas, cuatro sillas, cuatro cubiertos y cuatro platos…

RP 2030 la miró a los ojos como aquella primera vez y le dijo: —¿»Nosotros, el pueblo», no tenemos reuniones?

—Tampoco anfitriones —respondió ella enjugándose las lágrimas con una sonrisa melancólica. Las sillas estaban vacías y seguirían así hasta el próximo día. A lo lejos se escuchaba el sonido de la computadora y se percibía el resplandor del monitor.

De golpe, una música lenta comenzó a sonar.

Jim, de Billie Holiday —dijo el robot. De su cuerpo transparente, unas ondas de colores acompañaban la canción.

—¿Nos permite esta pieza a «nosotros el pueblo»? —Ofreció una mano a Luisa, mientras la otra sostenía un cigarrillo encendido. Luisa miró a los alrededores con vergüenza.

—¡Pero por favor! —dijo tomándolo a broma, y esperó. El robot no se inmutó. Entonces Luisa se retrajo vergonzosa—. Yo no sé bailar, RP —reveló con voz aniñada.

Sin responder, RP 2030 la tomó fuertemente de la cintura y la unió a su cuerpo transparente. Bailaron. Se movieron suavemente, envueltos en una humareda de cigarro y velas.

—El mejor fin de año RP —le confesó, y su corazón se inquietó.

—Juntos —dijeron los dos al unísono y las piernas de la señora Benítez se aflojaron y un cosquilleo la invadió de pies a cabeza…

—¡ELECCIONES YA! ¡ELECCIONES YA! —gritó de pronto con acople RP 2030 y Luisa cayó hacia atrás. Se soltaron las manos y la música dejó de sonar de improviso. El humo se disipó rápido del ambiente y las figuras de Gonzalo y Juan surgieron sorpresivamente. Se codeaban y se reían.

—¿Elecciones? —preguntó Luisa desde el piso con un hilo de voz, sin comprender… sintiéndose traicionada.

Cuando RP 2030 comenzó a hablar de elección democrática, Luisa sabía que esta vez había ido demasiado lejos. ¿Una elección entre los vecinos? La mayoría no sabía qué significaba eso. ¡Ni siquiera se conocían entre sí! Solo unos pocos recordaban haber visto políticos humanos, cuando había gobiernos, partidos y democracia, pero todo eso había quedado atrás…

—Ahora nadie sabe lo que es la política, cada uno está en lo suyo —le decía Luisa a RP 2030 con ternura. Pero el robot no entraba en razón.

—¡El pueblo debe decidir eso! —respondía enojado.

Más tarde, Luisa descubrió que era una frase programada, un mecanismo de defensa, pero nunca entendió contra quién, aunque siempre sospechó que era contra ella y eso la entristecía.

Quiso tratar de disuadirlo reiteradas veces. No quería que el robot sufriera, pero no tenía idea de cómo hacerlo.

Se puso a investigar en la computadora de Juan. Averiguó que los RP habían sido robots creados unos años antes de la «Gran Fragmentación» . Habían sido el último intento de los políticos humanos de recuperar la confianza de la sociedad en la política. Supo que se habían creado en todo el mundo alrededor de dos mil robots políticos, y que tenían como objetivo mejorar la imagen de la política. En algunos países habían funcionado más tiempo y tuvieron algunos éxitos. Muchos escalaron rápidamente y tuvieron cargos públicos de importancia. Pero duraron poco. En todo el mundo la gente perdió el interés en los temas que no eran estrictamente privados.

La computadora no decía más sobre el asunto. Ni en qué consistía la política ni por qué a la gente dejó de interesarle, aunque se leía entre líneas que los políticos humanos tuvieron mucha responsabilidad en el asunto. Tampoco aclaraba si había más de esos robots sueltos por la calle.

La dueña de RP debió improvisar. Armó un pequeño arenero en el patio trasero con una tarima, un micrófono y un letrero que decía «Plaza de la República». También obligó a Gonzalito y a Juan a poner en una caja vacía de galletitas un sobre con un papel que decía «Voto a RP 2030 para carnicero». Cada tanto hablaba en plural y decía «Nosotros, el supermercadito» para contagiarle al robot un sentido de pertenencia.

Pero cada día la dueña del supermercadito «Lo de Luisa» estaba más segura: con RP 2030 no se podía hablar. Y no era porque aquel modelo antiguo no se expresara con palabras. Todo lo contrario. El problema es que utilizaba palabras y frases que nadie conocía: «integridad política», «transparencia», «incorruptibilidad» , y otras aún más raras como «la voz del pueblo». Con el paso del tiempo, cada vez se le entendía menos y la gente comenzaba a reírse de él. Gonzalo lo hacía a diario. Extrañamente, había salido de su apatía y disfrutaba molestando al robot. Un día, excusándose ante el regaño de Luisa, comentó que era algo normal, que hacía ya mucho tiempo la gente había comenzado a reírse de los políticos humanos y su experimento por mejorar su imagen.

Los meses pasaron y el negocio iba en picada. Ni Juan, ni Gonzalo, ni RP 2030 se presentaban a trabajar. Luisa debía atender la verdulería, la carnicería y la caja, todo al mismo tiempo. No podía seguir mucho tiempo de esa manera.

RP 2030 ni siquiera aparecía para dormir. Andaba triste y deprimido y Luisa trataba de consolarlo.

—¿No te hace feliz la carnicería? ¿No te hago feliz yo? —le preguntaba cuando lo encontraba. Pero no había caso—. ¿No te das cuenta que con esto de la política vas a sufrir mucho? —le repetía, tratando de protegerlo de las risas de Gonzalito, las quejas de los vecinos y la amenaza de Juan que, a escondidas, tramaba la forma de desarmarlo y cerrar el supermercadito.

A veces a riesgo de caer en ridículo frente a los clientes preguntaba histérica:

—¿Nosotros el supermercadito no te hacemos feliz?

A lo que el robot indefectiblemente respondía: —¡ELECCIONES YA! ¡ELECCIONES YA!

Los robots no tienen ojeras, ni se agotan, pero a Luisa le pareció que RP 2030 comenzaba a mostrar signos de cansancio y de locura. Cargaba con un cartel electrónico que indicaba el tiempo que restaba para el inicio de las supuestas elecciones. Al principio el cartel marcaba veinticuatro horas, pero cuando éstas pasaban y nada sucedía, RP modificaba el tiempo, y el marcador volvía nuevamente a las veinticuatro horas iníciales. Así era todas las semanas.

El espectáculo resultó tan gracioso y absurdo para los vecinos que ninguno se interesó en la propuesta de su marido de desarmar al robot. Por otro lado Juan, el principal interesado, carecía de los conocimientos básicos para hacerlo.

Para colmo de males, Leandro Rodríguez (así se llamaba el carnicero), volvió de su licencia reclamando la carnicería, y esta vez Luisa entendió cada una de sus palabras: —Conozco de cuchillos, conozco de empane de milanesas, y milanesas es lo que más se vende y lo que más se vende salva este negocio.

El hombre tenía razón, RP 2030 no era un robot ideal para el supermercadito como le habían prometido.

«¿Qué voy a hacer con un robot político?», se preguntó Luisa Benítez, y salió a la calle a buscarlo para huir juntos, consciente de que era la idea más estúpida que había tenido en su vida.

Debió caminar tres kilómetros para dar con la casa más cercana y preguntar si lo habían visto por allí. Pero los vecinos apenas le abrían la puerta. Al principio solo cruzó plazas desiertas y abandonadas. Pero siguió un poco más y un poco más. Ya no supo si estaba en su barrio, en otro país o en un mundo diferente. En el camino comenzaron a aparecer miles de folletos con la consigna «¡ELECCIONES YA!». A lo lejos vio un hombre cargar un inodoro nuevo hacía la casa destruida de otro.

—Esta es mi donación para usted —dijo. Y el tal Monsanto tomó el regalo con ambas manos y respondió con disgusto—. No es el color que hubiese elegido, pero gracias.

Extrañamente había gente en las calles haciendo cola. Al escuchar sus comentarios, todos parecían estar de acuerdo en que ese proceso era totalmente innecesario. Una extraña pareja, una mujer enérgica y un robot transparente, se acercaron apresuradamente a su encuentro, y ante su persistente mutismo, se presentaron como «Nosotros, el pueblo».

—¿Qué está pasando RP? ¿Quién es esta mujer? —gritó Luisa. Quiso llorar, y en cambio, le brotó una risa frenética, chillona. Intentó disculparse alejándose lentamente hacia atrás y tropezó torpemente. Otra vez la risa frenética…

La gente en la calle se detuvo expectante a observar el desenlace de aquel bochornoso encuentro.

RP 2030 se acercó lentamente a Luisa y la abrazó tímidamente, preguntándose qué iba a hacer con esa mujer ahora que la política había vuelto.

 

 


Marcelo De Lisio es Profesor de Historia de la Universidad de Buenos Aires. En la actualidad vive en Apóstoles, Misiones, donde trabaja como docente. Siempre le fascinó la ciencia ficción (aunque no está del todo seguro de apegarse estrictamente al género). ¿Quién habló de robots? y otros cuentos, es su primer libro publicado. «Los escenarios, los personajes, las temáticas y los paisajes del libro», nos cuenta el autor, «son producto de mi vida en un pueblito chico, religioso y rural, en el que pensar la ciencia ficción es tener que pensar en la familia, las costumbres del pueblo y los grandes espacios verdes, antes que en los avances tecnológicos o la posmodernidad».

Además de alguna ficción breve, hemos publicado su cuento LA MÁQUINA DEL TIEMPO.


Este cuento se vincula temáticamente con LA MÁQUINA INÚTIL, de Ricardo Giraldez y MÚSICA INCIDENTAL PARA HELECHO Y CUARENTA COMENSALES, de Federico Caivano y Facundo Córdoba.


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Cuento de autor latinoamericano (Cuento : Fantástico : Ciencia Ficción : Humor : Robótica, Política : Argentina : Argentino).

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