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¡ME GUSTA
AXXÓN!
  
 

ESPAÑA

 

 


Ilustración: Valeria Uccelli

Era la noche señalada. Por fin el trabajo de las últimas semanas iba a dar su fruto. Habían estado investigando por aquella urbanización día tras día para ver si alguna de las lujosas casas quedaría vacía y expuesta para un asalto.

Cualquiera podía ser un objetivo interesante, ya que era el barrio de los más acaudalados. Muy mal se tenían que dar las cosas para que allí donde entraran no hubiera dinero u objetos de alto valor económico. Pero los hados parecían haberse congeniado para generar una víctima de lo más propicio.

La urbanización tenía una sencilla estructura de calles perpendiculares entre sí, formando un cuadrado perfecto. La casa en cuestión se encontraba en uno de los vértices del cuadrado, por lo que tenía otro par de residencias junto a ella. Enfrente tenía el vacío, una amplia extensión de terrenos baldíos que esperaban permisos para construir una ampliación de la urbanización.

La posición de la casa era ideal para el asalto. Imposible encontrar una en la zona situada en un lugar más expuesto y solitario. E iba a estar vacía durante tres semanas, ya que la familia se había marchado de vacaciones. Todos: el matrimonio con los dos niños. Habían dejado para cuidarla una asistenta que acudía cada dos días un rato por la mañana para regar las plantas y abrir las ventanas para que la residencia se aireara.

Todo era ideal. Quedaba superar el sistema de alarma y Roberto se dedicaba a eso. No debía resultarle problemático, ya que un amigo en la empresa que había instalado la seguridad en toda la urbanización le había dado las indicaciones para entrar en la casa, sin levantar sospechas de que alguno de los instaladores estuviese involucrado. El amigo de Roberto, obvio, había exigido a cambio una cuarta parte de las ganancias. Eso generó discusión. Se iba a llevar lo mismo que los otros tres pero no iba a correr riesgo de ser atrapado. Nico se negó en redondo, hasta que debió asumir que sin su ayuda no había nada que hacer. Aceptó.

Roberto había ingresado al predio saltando una zona del vallado especialmente vulnerable. La alarma no funcionaría hasta que intentara acceder al interior de la casa, pero ellos no lo harían hasta que la alarma estuviese desconectada.

Cuando lo consiguió, Roberto le abrió a sus dos compañeros, que entraron por la puerta principal.

—¿Te ha resultado complicado?

—Como quitarle un caramelo a un niño.

Con la alarma desactivada todo era coser y cantar. Entraron directamente al salón. Aunque había algunos aparatos electrónicos de cierto valor, lo que vieron en la primera inspección era decepcionante. Alfonso dio indicaciones a sus dos compañeros, señalando la escalera al piso superior.

—Arriba puede haber algo más interesante. Subid mientras yo miro qué podemos llevar de aquí abajo.

Roberto y Nico subieron y registraron las habitaciones. Joyas, ordenadores portátiles, algún reproductor de música… La excursión saldría rentable, pero no tanto como habían imaginado. Quizá se habían hecho demasiadas ilusiones pensando que encontrarían alguna obra de arte, algo que les diera una ganancia millonaria.

Nico buscaba en el armario del cuarto que debía ser de la hija de la familia cuando oyó que Alfonso hablaba desde el piso de abajo. No entendió sus palabras, pero notó cierto tono de alarma en su voz. Quizá había problemas. Puso más atención y pudo distinguir algo.

—Mira, chaval, no queremos problemas. Tranquilo. Quédate quieto y no te haremos daño.

Había aparecido alguien en la casa. Eso no debería haber pasado. Algo se les había escapado y ese error podía llevarlos al enfrentamiento físico. No estaban preparados aunque portaban bates de béisbol como arma.

Nico salió del cuarto de la niña y se dirigió hacia la escalera. Al borde de ésta vio a Ricardo visiblemente nervioso. Se acercó a él.

—¿Qué es lo que pasa?

Ricardo se limitó a señalar hacia el piso inferior. Pudo ver a Alfonso, con el bate de béisbol en las manos, como si estuviera a punto de recibir un lanzamiento, y también pudo ver con quien hablaba.

Era un crío, o por lo menos lo parecía. No debía tener ni diez años y estaba totalmente desnudo. Estaba muy delgado, casi desnutrido y tremendamente sucio; su piel estaba cubierta de porquería. El pelo, que le llegaba a la altura de los hombros, se veía apelmazado, como si no se hubiera lavado en semanas.

El niño se encontraba en cuclillas en el suelo y miraba a Alfonso mientras él le hablaba.

Alfonso sonrió y señaló un sofá.

—Mira, chaval, siéntate y quédate tranquilo. Nosotros nos iremos pronto y será como si nada hubiera pasado.

Fue cuestión de un instante. Alfonso no había terminado de pronunciar la última palabra cuando, a velocidad asombrosa, el niño dio dos saltos de animal y se le lanzó al cuello y lo mordió salvajemente. La estancia se manchó con sangre. Alfonso cayó al suelo con el niño sobre él y la cabeza apenas sujeta al cuerpo por pequeños jirones. En apenas un momento y dos mordiscos casi se la había arrancado.

Entonces el niño se volvió hacia la parte superior de la escalera y Nico pudo ver su boca cubierta de sangre, pero lo que más le llamó la atención fueron sus enormes y brillantes ojos azules, que destacaban en la oscuridad de ese sucio rostro.

Nico empezó a retroceder. Roberto se quedó inmóvil enarbolando el bate. Y volvió a ocurrir. Con apenas tres saltos de naturaleza animal, el niño llegó hasta Roberto. Éste lanzó un golpe pero el pequeño lo esquivó, saltando del pasamano de la escalera a una pequeña mesilla que sostenía un jarrón, que acabó roto en el suelo. Roberto no tuvo una segunda oportunidad. Quiso volverse para volver a enfrentar al niño cara a cara pero éste se anticipó y se subió a su hombro, lanzándole una dentellada en pleno rostro. Roberto gritó y balanceó el bate ciegamente tratando de dar un golpe, pero empujó movió el aire mientras el niño mordía su cara una y otra vez.

Nico sabía que tenía que huir, pero la escena de la violencia bloqueaba la escalera. No tenía escapatoria. Simplemente retrocedía y retrocedía, alejándose.

Finalmente Roberto se desplomó y rodó escalera abajo. Su rostro había sido reemplazado por una especie de puré rojo que derramaba sangre a los escalones. El niño se quedó en cuclillas observando cómo caía.

Nico había aprovechado la desigual pelea para alejarse todo lo posible. Había llegado hasta la puerta de una habitación que no habían revisado hasta ese momento. La mejor opción era entrar y bloquearla para después escapar por la ventana.

Abrió la puerta y el ruido hizo reaccionar al niño, que hasta el momento parecía haberse olvidado de él. Cuando vio los ojos azules dirigirse hacia él no esperó más, se metió dentro y cerró. Tuvo un instante para ver cómo la bestia se dirigía hacia él, pero esta vez no lo suficientemente veloz. Se estrelló contra la puerta.

Las puertas de la casa eran bastante sólidas. Además aquella tenía cerrojo. Una vez bloqueada, el niño tendría bien difícil acceder a ella.

Se alejó de la puerta mientras le oía golpearla al otro lado con violencia, gimiendo como un animal.

Debía huir de esa pesadilla como fuera. Se dirigió a la ventana y fue como si una roca golpeara su estómago. La ventana tenía una reja de hierro. Estaba atrapado en aquella habitación, con el monstruo al otro lado de la puerta.

Estuvo sentado bajo la ventana pensando furiosamente, mientras el tiempo transcurría sin medida. Debía hacer algo. Si aparecería la asistenta por la casa, lo que habían visto no le hacía suponer que ella fuera a resultar de ayuda. No podía apostar de ningún modo que nadie que viviera o entrara habitualmente en aquella casa fuera normal. De hecho era posible que la asistenta tuviera, entre otras labores, la obligación de dejar comida para aquel niño.

Se dio cuenta de que hacía bastantes minutos que no había ruidos al otro lado de la puerta. Se acercó, se arrodilló y pegó la cara al suelo para tratar de ver por debajo. Y se encontró los ojos azules mirándole. El niño estaba haciendo exactamente lo mismo que él.

Retrocedió, apartándose de ese escrutinio. Al rato se quedó dormido sin darse cuenta. La tensión le había agotado. Cuando despertó no tenía ninguna noción de la hora que era, pero debía ser por la mañana. Cayó en la cuenta de que lo que le había arrancando del sueño era el ruido del motor de un coche aparcando frente a la casa. Al asomarse a través de la ventana vio a la asistenta que estaba por entrar a la vivienda.

No sabía cómo podía reaccionar ella ante su presencia y los restos de lo sucedido la noche anterior. Corrió a la puerta de la habitación y se arrodilló para mirar por debajo. El niño estaba durmiendo en el suelo, allí mismo. No había posibilidad de salir sin despertarle.

Con espíritu de resignación decidió dejarse llevar por los acontecimientos. Pegó la oreja a la puerta con el fin de escuchar qué ocurría al otro lado. Una voz femenina llegó desde el piso de abajo.

—Dios mío, ¿qué ha pasado aquí?

Cualquiera podría pensar que al ver los vestigios de la carnicería la mujer habría perdido los nervios, pero el tono de su voz indicaba sorpresa y un ligero disgusto; nada de terror. Parecía que lo que más le molestaba era la suciedad.

—Señorito Víctor, ¿está usted bien? ¿Dónde se encuentra?

Un ruido justo al otro lado de la puerta parecía indicar que el niño había despertado y se había incorporado para alejarse de allí. Aprovechó para mirar por debajo. La asistenta estaba enfrente, al final del pasillo, y acariciaba el pelo de Víctor, cubierto de sangre seca.

—¿Qué ha pasado, señorito Víctor? Se ha puesto usted perdido. Necesita un buen baño. ¿Quiénes son esos hombres en el suelo?

De repente, Víctor se excitó y se liberó de la mano de la asistenta. Señaló hacia la puerta y salió corriendo hacia ella.

Se alejó y pegó su espalda con la pared contraria, antes de escuchar cómo el niño volvía a golpear violentamente la madera.

—¿Quéocurre en esa habitación? ¿Hay alguien ahí dentro? ¿Hola?

No sabía si contestar. Optó por guardar silencio.

—Voy a por el juego de llaves.

Sintió frío corriendo en su espalda. En breves instantes la puerta se abriría y no podía saber exactamente qué le esperaba, pero tenía la certeza de que no iba a ser nada bueno.

En pocos instantes volvió a escuchar la voz de la mujer y un tintineo de llaves.

—Señorito Víctor, voy a abrir. Quédese detrás de mí; no me desobedezca, es una orden.

Escuchar el sonido de la llave entrar en la cerradura y vio cómo cedía el cerrojo. La puerta se abrió poco a poco y la asistenta ingresó con cautela. Sin embargo, sus ojos se dirigían al niño, que se encontraba detrás de ella, sentado en el suelo, mirándole fijamente y respirando con retenida violencia. Intuía que deseaba lanzarse encima de él, pero las palabras de la mujer le retenían.

—¿Quién es usted?

Balbuceó algo, no eran siquiera palabras.

—Me da la impresión de que ustedes pretendían robar en esta casa, ¿estoy en lo cierto?

Le hablaba como la abuela que le llama la atención a un niño pequeño. El tono no difería demasiado del que usaba con Víctor.

—Por favor, déjeme marchar.

Le corrían las lágrimas. Se encontraba bajo la ventana, en cuclillas, como un animal asustado, y aunque hablaba con la mujer sus ojos no se apartaban del niño, que le miraba fijamente, respirando agitado, como esperando el permiso para atacar.

—No, no puedo dejarle marchar. Lo siento mucho. No podemos dejar que nadie que haya visto al señorito Víctor salga de esta casa. Podría correrse la voz de su existencia y actuarían las autoridades. La familia le quiere demasiado. Sería una tragedia que pretendieran llevárselo.

Se arrodilló ante la mujer.

—No se lo contaré a nadie, lo prometo. Sólo déjeme marchar, y no permita que me haga nada, por favor.

La mujer se mostró más severa.

—¿Es que no me ha oído? Únicamente las personas de confianza pueden abandonar la casa tras haber conocido al señorito Víctor. Es una criatura demasiado especial para que se conozca su existencia. ¿Imagina lo que podrían hacerle en una institución? Con más motivo si se descubren las muertes. Podía caer la desgracia sobre esta familia.

Una mano de la mujer empezó a acariciar el pegajoso cabello del niño, que pareció relajar un poco su respiración. Aunque no dejaba de mirarle.

—Soy de fiar, lo prometo.

La mujer soltó una pequeña carcajada.

—Qué fácil es decir eso. La confianza no se consigue con unas simples palabras, debe demostrarse. ¿Cree usted que me va a convencer con esa promesa entre lágrimas?

Desesperado, no sabía qué responder. Dijo lo primero que se le pasó por la cabeza, con aire resignado:

—¿Qué tendría que hacer para ganarme su confianza? Haré cualquier cosa, lo que sea.

La mujer se mantuvo pensativa unos instantes.

—No es cuestión de un acto puntual. Es un proceso que requiere tiempo, mucho tiempo. No puedo decirle cuánto, pero le aseguro que no sería sencillo ni breve.

Se sentó en el suelo sin fuerzas siquiera para sentir desesperación. Cruzó su mirada con la del niño. Éste ya no se mostraba tan excitado, pero mostró los dientes sin que pudiera descifrar si era una sonrisa o un gesto de agresividad.

—No me importa. Haré cualquier cosa por ganarme su confianza. No me importa cuánto tiempo lleve.

La mujer reflexionó un instante antes de dibujar algo parecido a media sonrisa.

—Está bien. Le daremos una oportunidad. Espero que cuando vuelvan los señores no se molesten por ello; de cualquier manera no es la primera vez que ocurre algo parecido y las cosas acabaron bien.

Miró a Víctor y él dirigió sus ojos hacia ella.

—Señorito Víctor, hágame el favor de vigilar a este caballero. Que no escape. Voy a por las cadenas.

 

 


José Manuel Mariscal, español, ha publicado escritos en varios medios, incluyendo dos novelas: Dioses de Barro (Amazon, 2012, ASIN: B00ND5E89S) y Todopoderoso (Valinor, 2015, ISBN: 9781514604861).

Relatos publicados en antologías: «Pedazos» (Tiempo de relatos VII – Editorial Booket, 2010, ISBN: 978843271503900) y «Nada» (80 Microrrelatos más – Mundopalabras, 2013).

Colaboraciones en revistas: «El alumno nuevo», en Valinor nº 3 (Junio 2014); «Descomposición», en Tiempos Oscuros nº 3 (Julio 2014, ISSN: 2340-8332); «Todo a mi alrededor», en Penumbria nº 21 (Septiembre 2014); «Carretera de Moebius», en Valinor nº 8 (Noviembre 2014); «La serpiente escondida», en Almiar – Margen Cero nº 77 (Noviembre 2014); «Pedazos», en Maelstrom (Enero 2015) y «El niño», en Valinor nº 11 (Febrero 2015).

Ha salido finalista del VII Premio Booket para Jóvenes Talentos (2010) por el relato «Pedazos», ganador del II Premio Blogosur (2012) en la categoría de Mejor Blog Sevillano de Deportes por «Amigos de Colusso Vs. Amigos de Kukleta» (junto a Rafael Lamet) y finalista del II Certamen de relatos de terror La Mano Fest (2014) por el relato «El niño», con el que aparece en Axxón por primera vez.


Este cuento se vincula temáticamente con ¿HA OÍDO LLORAR A LOS LOBOS?, de Daniel Flores y QUIZÁS CON ANÍBAL, de Dennis Mourdoch Morán.


Axxón 270

Cuento de autor europeo (Cuento : Fantástico : Horror : Antropofagia : España : Español).

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