Revista Axxón » «Demolición del lote 37», Maximiliano Ponce - página principal

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AXXÓN!
  
 

ARGENTINA

 

 


Ilustración: Efraín Guillen Morales

Oculto detrás del telón, Sabaka tiritaba. Cada tanto apoyaba el revólver sobre las tablas del escenario y hundía las manos en los bosillos. Era casi de noche. A lo lejos, oyó un ruido grave; las pesadas bolas de demolición habían empezado a arrasar los lotes vecinos. Todavía estaban lejos, pero pronto lo alcanzarían. Cuando terminara su turno tirarían abajo el lote 37.

Con el mentón apoyado en las rodillas, Sabaka recordó los acontecimientos que lo habían llevado hasta allí. Aquella tarde, una amenaza de bomba en el tren lo había obligado a bajarse dos estaciones antes. Después de dar vueltas largo rato por un barrio desconocido, dobló en una esquina sin nombre y entonces las vio por primera vez: las impolutas oficinas de Recuerdos Concretos S.A.

—Cierre los ojos —le ordenó un hombre calvo, de barba milimétrica. El mapeo era gratuito y apenas duraba quince minutos—. Ahora introduzca la cabeza en el interior de la máquina.

Sabaka obedeció. Percibió un patrón regular de luces impactando sobre sus párpados cerrados.

—Se llama Extractora de Imágenes, aunque en la jerga todos la conocemos como la Sanguijuela. —Sabaka oyó la risa del doctor como si estuviera debajo del agua—. Igual no hay de qué preocuparse, es inofensiva. Ahora, siga mis instrucciones…

Al principio vio figuras geométricas, desordenadas. Un momento después apareció el contorno del viejo escenario. El patio de la escuela parecía vacío. El amplio telón, rojo y pesado, ocultaba toda la pared del fondo. Sabaka subió lentamente por una escalerita ubicada a uno de los costados. Las maderas crujían bajo sus pies. A través de las chapas se filtraba una luz verdosa que le teñía la piel de los brazos. Exploró la escena en detalle.

—Toque los objetos, sienta los olores del ambiente… —lo guiaba desde afuera la voz subacuática.

Sabaka deslizó sus dedos sobre las gastadas superficies. La madera astillada. El telón áspero e impregnado de polvo. Detrás del escenario encontró un hueco repleto de sillas rotas, oxidadas. Aspiró el frío olor a hongos y humedad.

Todo estaba intacto, como la última vez.

Si tenía paciencia, podría cambiar el rumbo de ese último encuentro. Masha correría con cuidado la pesada cortina y se acercaría, en silencio. Esta vez él la miraría a los ojos, le pediría que no se vaya. O quizás la besaría, sin pensarlo…

—Buen trabajo —sonrió el doctor, mientras despegaba los electrodos—. Tenemos todo lo que necesitamos para la reconstrucción. —Observó un gráfico de torta—. Casi no hay baches, fisuras. Si todos tuvieran su capacidad de evocación nuestro negocio sería diez veces más rentable.

Sabaka asintió, con timidez, mientras se abotonaba la camisa. No prestaba atención a las palabras. Su mente estaba en otro lado. En el escenario, el telón…

Con un leve ruido de tijeretazos, la máquina había empezado a cristalizar su recuerdo en una larga cadena de unos y ceros.

 

 

La explosión fue como un rugido.

Sabaka levantó instintivamente el arma y apuntó hacia la cortina. Oyó el laborioso chirrido de una pala mecánica, ruido a escombros. «Otra demolición», pensó. «Un poco más cerca esta vez».

Su corazón palpitaba con fuerza. Miró hacia atrás. «Si tan solo hubiera una silla sana para esperar hasta el final», se lamentó… Pero la reconstrucción había sido fiel: un amasijo de caños y tapas de madera sin clavos.

 

 

La mujer del escritorio, rubia y delgada, con cara de pájaro, miró en la pantalla de su computadora una reproducción del sueño lúcido de Sabaka. Golpeó unas teclas.

—Tres meses —murmuró—. Tres meses para la materialización completa.

La sala de espera estaba repleta de cuadros, una muestra de la destreza de los constructores. Sabaka los observó, con detenimiento. Una celda de castigo de Auschwitz. Un camarín lleno de flores. Un patio trasero con yuyos muy largos. El interior de un Dodge color mostaza. Un ascensor antiguo con el espejo roto. Un sótano con arañas y telarañas… Cada viñeta encerrada en un lote de quince por quince.

—Cuánto —repitió Sabaka. Ahora se refería al dinero.

La mujer mencionó una suma de seis dígitos, y sin esperar una respuesta le entregó un manojo de formularios.

—¿Y esto? —Señaló con el dedo un rectángulo rojo, con letras muy pequeñas en su interior.

—Para evitar problemas —explicó la mujer—. Según los registros, la mayoría de nuestros primeros clientes desarrollaba una relación muy fuerte con sus lotes. Querían quedarse a vivir ahí para siempre. Eso derivaba en todo tipo de complicaciones. Problemas psicológicos y legales. Así que dispusimos una condición: ahora, el servicio sólo dura 24 horas. Después, la obra es destruida.

Sabaka firmó, con desagrado, la «Cláusula Mariposa».

 

 

Pasos vacilantes sobre la grava.

El círculo luminoso de una linterna trazó un ocho del otro lado del telón. Era un agente; una ronda de inspección nocturna. Sabaka contuvo la respiración. La luz y los pasos desaparecieron.

Masha nunca llegaría; a esto ya lo sabía. Pero había decidido habitar ese último recuerdo hasta el final. Lo había decidido, quizás sin saberlo, cuando pisó por primera vez las blancas oficinas de Recuerdos Concretos S.A. en busca de un folleto informativo…

El día de la entrega, un cuidador lo acompañó hasta la ubicación de su lote. Caminaron a través de un sinfín de avenidas. El predio parecía un enorme set de filmación. Durante el recorrido, Sabaka vio un grupo de obreros, en plena construcción.

—Disculpe, ¿eso está bien? ¿Esa casita del árbol no es demasiado grande?

Junto a un tronco muy ancho descansaba una enclenque casita de madera en la que cabía un adulto de pie. La habían rodeado con sogas gruesas y comenzaban a subirla mediante un sistema de poleas.

—Son recuerdos de la niñez —explicó el agente—. Son los menos confiables en cuanto a relación espacial, pero también los más pedidos. Nosotros respetamos las proporciones, por más aberrantes que sean. No las traducimos a la percepción de un adulto, aunque contamos con la tecnología para hacerlo ¿sabe?

—Entiendo.

Siguieron andando.

—La verdad —reflexionó el agente, con una sonrisa distraída—, no nos gusta decepcionar a nuestros clientes.

 

 

Sonó la escandalosa chicharra que marcaba el check-out. Una luz roja, intermitente, empezó a brillar en el poste ubicado frente al lote 37. Era la señal. El fin de su estadía en el pasado. Sabaka se estremeció. Los agentes ya estarían en camino. Revisarían todo y después la gran bola destruiría su recuerdo como si fuera un castillo de arena. Entonces, ya no tendría nada de donde aferrarse, ninguna esperanza. ¿Y la memoria? No era más que un soplo insípido sin el refugio de un recuerdo material. No, no lo permitiría, defendería ese pedacito de tierra aunque… Sintió un vacío helado en el pecho y su corazón volvió a golpear con fuerza.

—Sabaka —murmuróde nuevo la voz afónica, del otro lado del telón— soy yo… ¿Qué querías decirme?

Era una voz dulce, aniñada… la voz de Masha. Había vuelto. Era su oportunidad. Esta vez no lo arruinaría; la abrazaría y no la dejaría ir. Le diría todo aquello que siempre le había querido decir y nunca se había animado… pero, ¿era posible? Había pasado mucho tiempo desde aquella vez. ¿Cuántos años tendría hoy? ¿Y cómo es que aún se acordaba de él? Sin embargo era su voz, su inconfundible voz. De eso no había dudas…

—Si querés hablar, hablemos —concedió Masha, ante la falta de respuesta—. Pero acá afuera. Ya sabés, no tengo mucho tiempo… Me esperan.

Sabaka escondió el revolver entre las sillas rotas y se irguió de un salto. Estaba decidido. Corrió la pesada tela de un manotazo pero no alcanzó a ver nada. Una luz blanca lo encegueció. Antes de poder reaccionar sintió el frío metálico de unas esposas alrededor de sus muñecas.

—Lo siento, amigo.

Era una voz distinta, de hombre adulto, ligeramente familiar. Sabaka se sacudió, con furia, pero no logró escapar; lo tenían bien sujetado. Frente a él reconoció al mismo agente que lo había guiado el día anterior hasta su lote.

—Masha no está —se disculpó—. Pero tenemos su voz. La sacamos de su cabeza. —Elevó el megáfono a la altura de su boca—. ¿Ve? —Ahora sonaba como una chica de diez años—. Lamentablemente tuvimos que llegar a este extremo. Es nuestro sistema de seguridad. Su cinta nos advirtió sobre este riesgo. —Volvió a su voz original—. Usted se imaginará: clientes que mueren aplastados por sus propios recuerdos… No es muy buena publicidad, ¿no?

Lo hicieron avanzar, a empujones, en dirección a la salida. Los pasillos y avenidas estaban vacíos. En el horizonte todavía brillaba una delgada línea amarilla, debajo de las primeras estrellas que salpicaban la curva azulada del cielo.

Mientras se alejaban del lote Sabaka oyó a sus espaldas un crujido de maderas y caños y chapas. Apretó los ojos con fuerza, pero era inútil: no había manera de dejar de escuchar.

 

 


Maximiliano Ponce nació el 25 de septiembre de 1984 en Castelar, Buenos Aires. Desde 2011 vive en San Luis, donde trabaja como profesor de inglés en escuelas rurales. Sus faros literarios son Kafka, Rulfo, Dick y Orwell. Es autor de poemas, crónicas y textos de ficción. Este es su primer cuento publicado y forma parte de una colección de relatos en plena elaboración. Dice que aunque incursionó en otros géneros, es en la ciencia ficción donde encontró los medios expresivos apropiados para plasmar sus ideas.

Esta es su primera aparición en Axxón.


Este cuento se vincula temáticamente con MEMORIAS, de Eduardo J. Carletti, y LA MEJOR REALIDAD, de Ricardo Axel Casal.


Axxón 271

Cuento de autor latinoamericano (Cuento : Fantástico : Ciencia Ficción : Memoria, Simulación : Argentina : Argentino).

3 Respuestas a “«Demolición del lote 37», Maximiliano Ponce”
  1. Jorge dice:

    Muy bueno, diría excelente

  2. Nedda dice:

    Me gustó mucho, emotividad vs tecnología.

  3. Hola. Antes que nada quiero decir que soy primo de Maxi, por lo tanto no esperen imparcialidad de mi parte. Más allá de lo profundo de este cuento, (porque créanme que tiene mucho sentido filosófico, más del que el mismo autor está dispuesto a compartir), quiero destacar que fue coyuntural para él. Abrió una puerta, señaló un camino, forjó una espada literaria que no como destino otra cosa más que el éxito y la luz. Hoy, siendo en el hemisferio austral el segundo día de otoño en el décimo séxto año del presente milenio, dejo expresa constancia de tal profecía. El tiempo será testigo… y el destino juez. Avanza, Maxi primo querido, que las letras son todas tuyas.

  4.  
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