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¡ME GUSTA
AXXÓN!
  
 

 

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. 14 .

Bienvenidos a Las Toninas

 

 

Eso anuncia, sin mucho entusiasmo, el arco que atraviesa la entrada al pueblo: las luces no funcionan, las letras despintadas son casi ilegibles, y numerosas manchas blancas de excremento de ave ultrajan su parte superior. La Ruta 11 está iluminada sólo por los faros del Torino y no hay siquiera un mísero retén de dos soldaditos. Un monolito de unos dos metros de altura con la silueta de las Islas tampoco escapa del estado de abandono general: una isla se desprendió y yace entre el yuyal.

Claudia y los chicos duermen en el asiento de atrás. Javier, con susurros, le va indicando a Bernardo cómo llegar.

Entrando al pueblo hay una CBV abandonada: inútiles surtidores se yerguen al cobijo de un enorme techo al cual le falta la mayoría de las chapas. En la construcción semiderruida que alguna vez fuera local gastronómico luces débiles delatan usos furtivos. Aún el logo de Gaucho-Cola ornamenta partes de la mampostería, se destaca la tipografía blanca sobre fondo azul, y parte del eslogan sobrevive al descostre. Un oxidado cartel de los primeros años de la guerra perdura mal colgado de lo que queda de la estructura, y chirría cuando el viento decide hacerlo bailotear:

 

SI QUIEREN VENIR QUE VENGAN

 

Los chalés son un muestrario de decrepitud, un tren fantasma que se sucede tras las ventanillas del Torino. Los faros del auto iluminan los altos matorrales que tapan los frentes. Las celosías cuelgan fuera de escuadra, las rejas están percudidas por el óxido, espesas telas de araña prosperan entre los frentes y las cenefas. Las calles de arena serpentean en medio de la oscuridad más absoluta, flanqueadas por enormes casuarinas, álamos y pinos. Javier y Bernardo sienten el olor a humedad, ese olor a musgo y a verdín que tienen los bosques en invierno. Los árboles susurran en el entrechocar de sus copas como si se comunicaran el uno con el otro el extraño ingreso del vehículo.

—Lindo pueblo che, parece de una película de terror. Se ve que acá viene a descansar la crême de la crême —susurra Bernardo.

—Dudo que se pueda hacer otra cosa, y la única crême que se ve acá es la nata de la leche. Por eso mi abuelo siempre venía con las cartas de truco, el dominó y el Scrabble, nobles costumbres. Doblá a la derecha, ahí nomás, la tercera casa.

—Pero si es una auténtica mansión de los Anchorena. Te la tenías guardada, ni sabíamos que tratábamos con un potentado.

—No, esa no. La chiquita, la de al lado.

—¿La verde?

—Esa. Pero no es verde. Es, o alguna vez fue, blanca. Lo verde son hongos, nomás.

El Torino se detiene sin apagar las luces. El silencio sólo es interrumpido por el crepitar de los grillos, y el ronroneo del electroventilador. A lo lejos, llega el eco amortiguado de las olas marinas trayendo un inconfundible aroma salobre, que Javier respira cerrando los ojos como si bebiera sediento. Bajan cuidadosamente para no despertar a Claudia y a los chicos.

Javier prende una linterna y el haz de luz horada trabajosamente el pastizal.

La casita de estilo alpino está rodeada de un matorral que atraviesan para llegar a la puerta. Una tranquerita de madera se suelta de uno de sus goznes cuando Javier intenta abrir el candado, y cae. Fugaces sombras se mueven a medida que los dos hombres avanzan, con chillidos agudos. Llegados a la puerta de madera, Javier extrae un manojo de llaves y prueba una y otra, hasta dar con la que la abre.

Tras la puerta, en el piso, numerosas facturas arrugadas, amarillentas, sobres cruzados por grandes letras rojas: ÚLTIMO AVISO. Javier se agacha a recogerlos. Enciende un cigarrillo y convida uno a Bernardo; el fuego ilumina sus caras. Las brasitas se mueven en forma autónoma, en loca danza.

—Llegó el momento de la verdad. Si hay electricidad pago un asado en la mejor parrilla de Las Toninas: El Rey del Chori.

—Imposible no aceptar una invitación a un lugar con semejante nombre.

Entrando a la casa el olor a humedad es como una pared contra la cual chocan. Una pared densa, sólida, que no deja ningún resquicio. Bernardo no dice nada, pero le sube una arcada del estómago.

Javier da con una tapa metálica adosada a la pared y la abre haciendo palanca con un destornillador. Una fusiblera llena de telarañas, con tres fusibles viejos de porcelana y un interruptor de palanca se adivinan, alumbrados por la linterna. Javier acciona la palanca, salta un chispazo seco y de repente todo está iluminado.

—Y se hizo la luz. Y Jehová vio que era bueno. Día uno —Bernardo, con tono monocorde de rabino.

Omein.

La casita cuenta, en la planta baja, con una enorme salamandra de hierro como su ornamento más vistoso. Es panzona, tiene ventanas de mica y está apoyada sobre patas aleonadas. Al lado se amontonan algunos leños de madera rojiza, grisáceos de polvo, piñas y ramitas. Cada cosa se encuentra en su lugar, los libros viejos y mohosos en una pequeña biblioteca de pino, lomos amarillos que el ojo clínico de Bernardo adivina como la colección Robin Hood. Sobre un estante, caracoles enormes. Una mesa de fórmica naranja está rodeada por cinco sillas disímiles, y en la cocina hay una heladera SIAM que empezó a zumbar en cuanto conectaron la corriente, como un perro contento que da la bienvenida. Cuelgan de las paredes retratos de paisajes marinos, de colores ya desteñidos. Sobre una mesita, un Noblex de grandes perillas y debajo una montaña de revistas. En la primera, en grandes títulos: LOS PERSONAJES DEL AÑO, donde se alternan mujeres bellas y sonrientes con hombres enfundados en uniformes verdes y azules.

—Te subo la apuesta: si sale agua de las canillas pago el asado y un helado en la mejor heladería, si es que todavía queda alguna. Y si tenemos gas, les regalo un hipocampo que dice el estado del tiempo para que se lleven de recuerdo —dice Javier a Bernardo, sin mirarlo, cejijunto, un poco preocupado.

—¿Y qué se supone que va a salir de la canilla?

—No me sorprendería que salga un alien.

Se acercan a la cocina, donde Javier abre la canilla.

Al principio un silencio expectante es aprovechado por los dos hombres para fumar apreciativamente sus cigarrillos. Luego una especie de gemido, unos ruiditos en algún lugar del piso o de las paredes, les indican que en algún sitio algo se está moviendo. Comienzan a salir una especie de espasmo, como si la cañería sufriera de asma.

Como con bronca, luego de una paz nirvánica como de años, la canilla empieza a escupir espumarajos de color marrón, densos y viscosos.

—Buenísimo, sale café.

—Paso. El café me da acidez.

Un chorro de algo un poco más líquido comienza a salir, al principio con timidez y después en forma más vigorosa.

—¿Así que están de farra y no me invitaron?

En la puerta la silueta tiritante de Claudia, que se cubre los hombros con un chal de lana.

—Pero qué frío hace en esta mansión. Qué linda salamandra, igualita a la que teníamos en Los Troncos. Muchachos, ustedes estarán ahí muy entretenidos pero me parece que lo primero es calentar la casa, los chicos no pueden dormir en esta heladera. ¿Les parece prender el fuego? Leña hay, por lo menos para lo que queda de la noche.

—Para que esos leños recontra húmedos enciendan harían falta unos tres litros de alcohol, pero vamos a ver qué se puede hacer. Algo de combustible hay. ¿Papel seco tendremos?

Javier y Claudia se miran y luego miran a Bernardo. Javier está tentado, Bernardo los mira con los ojos muy abiertos. Una idea se va abriendo paso en su cerebro, una idea pequeñita, que crece y crece y finalmente lo hace hablar indignado:

—Ni sueñen con encender el fuego con páginas de mi libro de Sholem Ash. Prendan el fuego con cualquier otra cosa, el bosque debe estar lleno de madera. ¿Y si probamos con las revistas que están debajo de la tele? ¿Y el cheque que te dieron por el fitito? —finaliza Bernardo, ya casi resignado.

—La revista más nueva debe ser del ’88, así que están juntando humedad desde hace unos… mmh… veinticuatro años. Prender el fuego con un cheque no es una idea del todo mala, pero si llega a tener fondos es un poco caro. Pero además, supongo que no irás a embarcarte con libro y todo.

Bernardo lo mira como si no supiera de qué habla, como si hubiera olvidado algo muy importante. «¿Embarcar? ¿Me voy a terminar embarcando? Al fin y al cabo vine a eso, no estoy de vacaciones», piensa.

—Bueno, hacemos así: yo te doy el libro, pero vos me ayudás a encontrar el barco.

—Dale. Y traé algo, un poquito de combustible. Y fijate si afuera hay algunas piñas un poco secas; con las que hay en la casa puedo hacer jugo.

Un rato después, se encuentran los tres —aún no han bajado a los niños del auto— alimentando un fuego que, luego de algunos intentos fallidos, de a poco va adquiriendo vigor animándose a atacar unos pequeños tronquitos. Por la portezuela de ventanas de mica Bernardo ingresa hojas retorcidas de libro, y Claudia ramitas y piñas. Bernardo rezonga malhumorado:

Farenheit 451.

El humo pronto inunda la casa, impregnando todo de aroma a resina quemada y difuminando los contornos de las cosas en una neblina lechosa. Javier ingresa un par de los leños rojizos, y cierra la portezuela. Tras la mica las brasas chisporrotean.

—Quebracho, un poco húmedo pero quebracho al fin y al cabo. En el garaje debe haber más. En un ratito se calienta la salamandra y empieza a dar calor. ¿Los sillones están usables?

Los tres todavía están de pie. Javier se acerca a uno de los sillones de mimbre. Con la punta de los dedos toma el almohadón. «Parece un gato muerto. Ajjj y qué mal huele», piensa.

—En algún lugar nos vamos a tener que sentar. Tiremos los almohadones, y dejemos que el calor seque un poco el mimbre. Ay ay ay, ni me quiero imaginar los colchones cómo deben estar, estos hombres que no saben llevar una casa… —dice Claudia, tomando otro almohadón también con la punta de los dedos.

—Nunca te prometí un jardín de rosas… en fin, llegó el día en que estos almohadones, que llevan al servicio de mi familia unos cincuenta años, sean desechados por la malvada nueva madrastra. Vamos, en la esquina hay un tacho.

—En cuanto se seque un poco la casa bajamos a los chicos del auto —agrega Claudia, sacando los almohadones.

Bernardo, práctico, está barriendo el piso con una escoba que encontró. Silba desafinando El anillo del capitán Beto. El piso insinúa, bajo el polvo, cerámicos mostaza veteados de marrón.

La salamandra comienza a emitir calor y ven el resplandor rojizo tras la ventanita de mica. Javier toma a Claudia de la cintura.

—Bernardo, nos vamos a buscar piñas para el fuego. Estate atento a los chicos. Hasta que la casa se caliente, que sigan durmiendo en el auto.

«Sí, a buscar piñas. Conozco esas piñas. Y bué, que aprovechen antes de que amanezca, les hago de baby sitter«, piensa.

—Chau. Si encuentran al oso de Moris pídanle un autógrafo.

 

 

El canto de los pájaros les indica que la noche está dejando paso a las primeras luces del día. Benteveos, tijeretas, búhos, cotorras y gallos lejanos, cada cual a su manera, rompen el silencio de la noche que ya no es noche. Una claridad tímida le empieza a dar volumen a las sombras. Caminan en silencio, el brazo de uno tomando la cintura de la otra. Sienten cómo la arena amortigua sus pasos. Están embriagados por el deseo y los aromas estimulantes del bosque. En el este el negro del cielo insinúa un color púrpura sobre el alto follaje de los árboles. Claudia tiene apoyada su cabeza en el hombro de Javier.

Él se debate entre la serena felicidad que lo inunda, y el dolor por anticipado de saber lo fugaz que será su relación con Claudia. La palabra «Costa Rica» retumba en su cerebro con ecos ominosos.

Ella lo lleva al corazón del bosque.

Y Javier ya no piensa más.

 

 


 

EL CAUDILLO

EDITORIAL del 18 de Junio de 2012

 

FALTAN ALGUNAS COSAS, ¿y QUE?

 

Nuestros lectores, en sus vidas cotidianas, tienen percepciones de la realidad que son las que, en definitiva, les definen su más fidedigno cuadro de situación. En estos años difíciles de lucha, en estos años en los que trabajosamente y no sin contratiempos hemos levantado ladrillo a ladrillo el muro inexpugnable de nuestra Soberanía Nacional, el lector ha aprendido que de las páginas de EL CAUDILLO sólo se puede esperar el más fiel reflejo de la realidad que le sale al encuentro cada día, por dura o desagradable que ésta sea. Ese, y no otro, es el pacto de credibilidad que ponemos en juego: que lo que el lector vive en su casa, en su trabajo, en su puesto de lucha o en la calle no tenga disonancias con lo que nosotros volcamos en nuestras distintas secciones. El DIA que esto no suceda, si se quiebra la confianza que deposita en nosotros el lector al comprar nuestro periódico, ESE DÍA YA NO TENDRÁ RAZÓN DE EXISTIR este humilde medio de comunicación.

Sin abandonar nuestra subjetividad, pues también es claro que estamos CLARAMENTE del otro lado de la Antipatria, del otro lado del enemigo, del otro lado de la trinchera inglesa, del único lado que estos años nos han encontrado siempre: defendiendo nuestra herencia católica e hispánica, los colores celeste y blanco y la sangre que generosamente se ha derramado para que ni una sola sucia bota inglesa pise el terreno que no le corresponde ni le corresponderá jamás.

Amplificados, como siempre, por los agentes que el ENEMIGO posee emboscados en nuestro propio cuerpo social, agentes que ya nos han demostrado de sobra el poder de daño que poseen (y a su vez la impotencia frente a un PUEBLO NOBLE que una y otra vez los detecta y eyecta asqueado de sus malas artes) diversos rumores han tomado estado público, e inclusive han llegado a oídos de quienes han cargado sobre sí la pesada tarea de administrar este tan especial momento de nuestra historia.

Puede causar gracia, o pena, que frente a la titánica tarea de reencauzar nuestra Gloriosa Historia Bicentenaria por los senderos de Orgullo, Dignidad e Independencia de los que nunca debió haberse desviado, el ENEMIGO oponga razones de malestar tan fútiles, tan pobres, tan miserables, que hablan más de su estrechez de miras que de eventuales descuidos en el normal funcionamiento del aparato productivo.

Digámoslo claramente: parece que falta detergente. DE-TER-GEN-TE. No armas para defendernos del ataque cotidiano de los misiles ingleses, no combustible para que los pertrechos lleguen al frente donde ya hace treinta años nuestros soldados les ponen el pecho a las balas, no gasas, hilo de sutura, o material médico para esos mismos soldados. ¡No!, lo que falta es DETERGENTE. Como si un auténtico soldado se preocupara de esas cosas. Como si la Independencia no tuviera un alto precio. Como si en las gloriosas luchas de nuestro Ejército Patrio alguien se hubiera detenido a mirar si habían suficientes tientos ornamentales, o espuelas de plata, o té de Ceilán.

¿Imagina nuestro fiel lector al mismísimo general San Martín, entre las ventiscas terribles, azuzando a las mulas que arrastran los cañones, cuidando que no se perdiera un solo fusil en su glorioso camino a Chile, preocupado porque no le alcanza el DETERGENTE? ¿Se pregunta algún incrédulo —quetodavía los hay, van quedando pocos, pero los hay—si en el amoroso pecho de una Madre cuyo vástago está peleando por ella, por la herencia que recibieron en común, existe algún lugar más que para el amor infinito, la abnegación sin límites y la certeza del triunfo? ¿Piensan los materialistas, los mercaderes, los estrechos de miras, los fariseos, que a esa Madre le importa el más reverendo rábano con qué limpia sus vajillas? Con lágrimas, con eso las limpia. Con lágrimas que son como plomo fundido, lágrimas de indignación por el odio imperialista del agresor, lágrimas de orgullo por ofrecer en holocausto la carne de su carne, su amor más preciado: su hijo.

Las amas de casa argentinas libran hoy su batalla en su cotidiano puesto de lucha: el fregadero. Esto, lejos de ser una situación deshonrosa, las eleva a las alturas de las Damas Mendocinas que cosían banderas al Ejército Libertador y las equipara con nuestras queridas Madres de los Caídos en la Lucha contra la Subversión. Es desde ese puesto que, día a día, aportan su grano de arena para levantar el gigantesco edificio de la derrota total del enemigo.

Mujeres argentinas: una vez más apelamos a vuestra infinita capacidad de abnegación y sacrificio. Que eventuales molestias, pequeñas e insignificantes, no os hagan perder de vista que allá en el horizonte febo asoma iluminando la más gloriosa hoja de nuestra HISTORIA.

Estamos convencidos que nuestro llamamiento será en vano. Estamos firmemente persuadidos que nada alterará la serena hidalguía con la que las MUJERES ARGENTINAS afrontan los desafíos que demanda una guerra justa, una guerra santa.

Como todos los días finalizamos nuestro diálogo con los lectores con la frase que resume todo el contenido del diario:

¡ARGENTINOS A VENCER!

El editor

 

 


 

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Axxón 275

Novela de autor latinoamericano (Novela : Fantástico : Ciencia Ficción : Ucronía, Distopía : Argentina : Argentino).

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