Revista Axxón » «¡ARGENTINOS, A VENCER! – 22 – Noches blancas», Juan Simeran - página principal

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. 22 .

Noches blancas

 

 

Sergio lleva tres días en el mismo pozo de zorro y cuatro horas seguidas bajo fuego nutrido. Está acostado en el fondo, absorto, mirando el espectáculo de los proyectiles trazantes. La munición estalla en la oscuridad del cielo, que se ilumina con una blancura de flash fotográfico. Ese blanco más blanco que el blanco, esa luz que enceguece, esas trazadoras que chorrean humo fosforescente, que vuelan con un zumbido agudo, como abejas enloquecidas.

Un trípode sostiene un rifle que asoma su cañón inútil. Hace ya dos días que no tienen municiones, y esperan inmóviles que los ingleses avancen.

Las órdenes llegadas de BuenosAyres, lo sabe, son terminantes: «Avanzar. Salir de los pozos. Emboscarse y recibir al enemigo a bayonetazo limpio. Ganar en el cuerpo a cuerpo. Desparramarse en las matas. Darle profundidad a la defensa».

«A DEGÜELLO, SOLDADOS».

Se lo dijo Larrañaga. Se lo dijo, no se lo ordenó. Se lo dijo con vergüenza, sin siquiera mirarlo a los ojos. Se lo dijo con estupor, con bronca. Ambos saben que semejante orden es incumplible. Y no hay nada peor que las órdenes que nadie puede cumplir.

En el fondo del pozo se siente menos el frío, y la inmovilidad es la mejor defensa contra el hambre, enemigo mucho más feroz que los ingleses.

Con el Colorado fuman los dos últimos cigarrillos que les quedan. Silenciosos y pensativos. Hablar es un derroche de energía, es mover las mandíbulas agarrotadas, es inhalar los vapores fétidos que salen de sus propios cuerpos.

Hablar es esforzar el estómago vacío. Hablar es pensar.

Cada tanto sienten caer los misiles disparados por la artillería naval inglesa. Todo tiembla, la tierra se mueve como un flan, el pozo de zorro parece desmoronarse. La explosión no se escucha con los oídos: se escucha con las uñas, con las encías, con el estómago, con los testículos. Ninguna parte del cuerpo deja de temblar con las explosiones. Uno desearía haber nacido sin tímpanos.

No siente miedo. Luego de tres días bajo fuego, el miedo es una sensación olvidada. Tampoco siente valentía. Sus sentidos están embotados por el hambre, el frío y los bombazos.

Sí siente fastidio: está fumando su último cigarrillo. No le importa el hedor, no le importa la metralla que revienta las chapas a cinco metros de su puesto.

No le importa que el bombardeo naval llegue cada vez más cerca, sí le importa haberse quedado sin cigarrillos…

El deseo es la última frontera frente a la animalidad absoluta.

Él, para seguir siendo humano, necesita fumar. También desea, más que nada en el mundo, poseer un paquete entero de cigarrillos en el bolsillo. Con eso se sentiría el hombre más afortunado de la Tierra. Sentiría que su posición en la vida es sólida.

Mira asqueado su pozo de zorro. «Mi posición en la vida. Una rata, escondida en un pozo. Pozo-de-zorro, Pozo-de-forro. Una rata sin cigarrillos».

—Colo.

—¿Qué?

—Me voy a buscar cigarrillos a la base.

Un estruendo a no más de veinte metros hace temblar el pozo.

El barro helado les cae sobre las cabezas.

—¿Qué decías?

—Que me voy a buscar cigarrillos a la base.

—¿Vos estás loco?

Las trazadoras comienzan a iluminar un extraño espectáculo: una especie de amebas van bajando lentamente del cielo, enormes amebas blancas con dos patitas abajo.

—Mirá las amebas, Colo.

—Qué amebas ni amebas: son paracaidistas. No tengo ni piedras para tirarles. Ni saliva para escupirles. Tengo la boca seca.

—Tengo una idea.

—…

—Voy a pedirles cigarrillos a los ingleses. Deben estar ya más cerca que la base. ¿Qué cigarrillos fumarán los ingleses?

—No seas boludo, ruso, te van a agujerear como a un colador. Ni se te ocurra salir del pozo. Esto se termina, ruso.

—Sí, se termina. Me voy a pedirles cigarrillos a los ingleses. Aguantame acá, ya vuelvo.

—¿Ruso, sos pelotudo? ¿No entendés dónde estás parado?

Aguantá, si llegamos hasta acá aguantá un poquito más. Unas horas más, Sergio. Aguantá carajo.

Sergio se incorpora. Le da una larga, última chupada a su cigarrillo.

—¡Agachate, pelotudo, están tirando!

El Colo lo tacklea, lo derrumba y lo noquea de un golpe preciso en la mandíbula, con la culata del rifle.

 

 

Siente, primero, el frío de la nieve contra su espalda. Abre los ojos, un dolor fiero le parte la mandíbula. Acerca la punta de los dedos a la boca, y los retira con sangre. No sabe por qué se tiró a descansar, ni por qué sangra su boca. Se sienta, se tantea los bolsillos. Nada, ni un cigarrillo. Le duele la espalda helada.

—Colo.

Nadie contesta. El tableteo de la metralla se mezcla con el ulular ronco del viento. Los copos de nieve bailan enloquecidos.

—Colo, ¿tenés cigarrillos?

«Está durmiendo, no sé cómo no se despierta con el quilombo que hay». El Colo está en un rincón del pozo, hecho un ovillo.

Sergio se acerca.

—Colo.

Lo toma de un hombro, lo sacude.

Lentamente, el Colo va cayendo hacia el costado.

Sergio lo sacude.

Retira su mano, llena de sangre.

Acomoda al Colo, lo recuesta en el pozo.

Saca su jai, lo introduce por debajo de la camiseta del Colo, siente su carne, ya fría. Helada.

Sale del pozo al cual no quiere volver más.

El fragor es infernal, pero hace rato que sus tímpanos ya no registran nada. No lo sabe, pero se ha quedado sordo.

No escucha el idioma extraño, los gritos, las órdenes.

—¡TAKE COVER, YOU, BLOODY IDIOT! ¿ARE YOU NUTS? ¡TAKE COVER, MAN!

Se alegra, por fin ve las sombras y sabe que tiene a quién pedirle cigarrillos y avisar que hay un cadáver insepulto, el de su amigo el Colo.

La primera sombra que se acerca es la de su vecina Tropeano, su bonita vecina bailarina de la casa de su infancia, su primer amor. Lo abraza amorosamente. Sergio se deja llevar por ella. A ella sí la escucha.

Lo que le dice es un misterio que nos está vedado desde que el mundo es mundo.

 

 


 

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Axxón 275

Novela de autor latinoamericano (Novela : Fantástico : Ciencia Ficción : Ucronía, Distopía : Argentina : Argentino).

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