Revista Axxón » «La cima (2030)», Néstor Darío Figueiras - página principal

¡ME GUSTA
AXXÓN!
  
 



 

 

Argentina  ARGENTINA

El capitán Eduardo Gaff soltó las asas de su caja de empatía. Ahora que él se había convertido al mercerismo, Wilbur Mercer, viejo y enfermizo, apenas intentaba subir la cuesta. Y cuando lo hacía, casi no caían piedrazos sobre él. Y la mayoría de las veces la fusión con los otros merceristas no era del todo satisfactoria.

—O las personas cambiaron mucho, o las religiones de hoy ya no son como las de antes.

—Las personas cambian todo el tiempo, querido.

El capitán giró la cabeza hacia su holo-escort.

—Estaba pensando en voz alta, Kaif. De todos modos, ¿cuánto sabes acerca las personas?

Ella caminó lentamente hacia el sillón en el que él estaba sentado.

—Mucho.

—Que Wallace te haya dotado de emociones humanas, sintetizadas y ejecutadas por un algoritmo, no significa nada.

La IA hizo caso omiso del comentario y se sentó en el regazo de Gaff.

—Las cajas actuales tienen incorporado un display, pero la tuya está conectada a un monitor viejo. Ya no quedan muchas de estas. ¿Sabes cuánto vale?

—Tal vez sea muy cara, pero no es útil.

El capitán no estaba irritado por tenerla encima de sus muslos (Wallace todavía trataba de conferir peso a las holo-escorts), sino porque ella le coqueteaba todo el tiempo. Kaif advirtió su fastidio, pero igual insistió:

—¿Y si dejas de querer experimentar la eterna congoja de Mercer y llamo a Ulana? Seguro que será más divertido que me sincronice con ella, como hicimos la semana pasada, y…

—No. Basta de eso. Ya te dije que te acepté porque no tenía alternativa. Si te enciendo, es para conversar.

—Pero la semana pasada pretendías mucho más que una interlocutora.

—Ya no quiero jugar con fuego. Haber traído a esa Nexus-8 fue un error.

—¿Tanto te importa tu carrera?

—Por supuesto. ¿Ese ciego vanidoso les dará tu temperamento a todas?

Ella ignoró el desdén en la pregunta de Gaff.

—No sé cómo serán mis hermanas, querido.

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Ilustración: Pedro Bel

Él buscó el emanador con la mirada. Lo encontró detrás de la caja de empatía y amagó levantarse. Kaif, temiendo que la apagara, volvió al centro del living de un salto. Gaff contempló ese jeté ejecutado con la magnificencia de una prima ballerina assoluta y sintió que el deseo tironeaba de él. Disimuló.

—Bryant fue destituido por andar jodiendo con los portapieles sobrevivientes de Calantha que le proveía Sapper Morton. Si hoy ocupo su lugar es porque los magistrados de la ciudad esperan que no haga lo mismo. Repito: sincronizarte con Ulana fue un error.

—¿Qué relación hay entre el cerdo de Bryant y Ulana?

A Gaff le sorprendió el calificativo, pero en él reconoció la labor del complejo algoritmo de Kaif: La IA iba tanteando hasta hallar patrones de reconocimiento en el significado y la inflexión de cada palabra dicha, para afianzar el vínculo. Si los portapieles no tenían empatía, las holo-escorts la fingían.

—Estoy seguro de que ella también escapó de Calantha. Por eso te ordeno que no la llames más —remató Gaff. Se puso a observar las figuras borrosas del monitor. Tras un silencio tenso, preguntó, como para cerciorarse:

—¿Sabes por qué estás aquí?

—Claro: mi creador quiso honrar tu ascenso obsequiándote el primer ejemplar de la generación inaugural de holo-escorts. El mejor ejemplar —y Kaif subrayó su afirmación con una sonrisa radiante y un perfecto croisé-devant que resaltó sus curvas.

—Por definición, es imposible que seas la mejor. Tu “creador” te está probando. Soy tu test. Él aprovechará lo que aprendas para mejorar a tus “hermanas”. Y de paso, te usa para vigilar al flamante capitán de la unidad de blade runners. Esos son los verdaderos fines de Wallace. La versión oficial son puras mentiras.

—¡Yo no soy una espía! Fui diseñada originalmente como una virtual aidoru. Esa sigue siendo mi función principal.

—¿Ídolo virtual? ¡Ne engem warau, bitte!

—Entiendo que tengas que hablar cityspeak en las calles, pero ya te dije que no me gusta que lo uses conmigo.

—Lo sé. Por eso lo hago.

—¡No seas malo! Te resta glamour, querido.

—¿Cuántos escuchan tus canciones ahora? ¿Cuántos se masturban mirando tus videos desde que eres una holo-escort?

—Estimo que muchos más que antes. Tal vez miles de millones… ¿Por qué estás celoso? Mis seguidores usan la app básica. Ninguno de ellos puede disponer de mí según sus caprichos. Ni sincronizarme con alguna replicante para hacerme el amor. En toda la Tierra, incluso en las colonias, existe un solo emanador para encenderme. Y lo tienes tú.

De nuevo, el tirón agitó algún impreciso rincón del cuerpo de Gaff.

—La investigación en curso demostró que Wallace intenta colocar nuevos productos en el mercado desde que compró Tyrell Corporation, productos más rentables que los alimentos transgénicos. No me extrañaría que esté ensayando algún nuevo prototipo de replicante. Para que sus Nexus-9 sean mejores que la última camada de Nexus-8 de Tyrell, necesita saber de qué eran capaces los portapieles que pasaron por el consultorio de Morton. Pero antes de fabricarlos tendrá que convencer a los magistrados de la ciudad de que se caguen en la Prohibición, y eso significará muchísimo dinero en sobornos. Por eso adquirió los derechos de la aidoru Kaif: tu popularidad ayudará a financiar sus planes.

—Pero si crees que soy un informante de Wallace, ¿por qué me cuentas todo esto?

—Porque es lo que él espera.

—En lugar de espiarte, querido, mi creador podría acudir a Bryant y preguntarle cómo eran los replicantes que le traía Morton.

—No, no podría.

—¿Por…? ¡Oh! ¿Eliminaron a Bryant? ¿Cómo cuando retiran a un portapiel?

—Algo parecido… —Al ver cómo se agrandaron los ojos verdes de Kaif, el indefinido tirón cobró entidad como un intenso cosquilleo en su miembro. Carraspeó y volvió a emplear el cityspeak para ahuyentarla—: ¿Neo szukseg weitere erklarungen, mademoiselle?

—No, no quiero saber los detalles.

¡Maintenant hagyj egyedul!

—Está bien, no te molestaré más. Prefiero irme por mis propios medios. Odio que me apagues.

Kudasai.

Kaif, resignada, se desvaneció.

Gaff suspiró largamente. Le hubiera gustado tanto que llamara a Ulana de nuevo… Aunque lo ocultaba —y cada vez le costaba más—, quería sentir a Kaif otra vez, yuxtapuesta en la carne de la replicante. Deseaba palparla, besarla, penetrarla.


Nunca le había prestado atención a los virtual aidoru. Esos entretenimientos mantenían adormecida a la masa de borregos tecnófilos que le hacían el juego a los Eldon Tyrell y los Niander Wallace, los verdaderos hijos de puta, diez o quince CEO’s que eran los dueños de casi todo, capaces, incluso, de someter a los magistrados. Pero tenía que admitir que las modificaciones que el ciego había hecho a la Kaif original eran diabólicamente acertadas… ¿Cómo había sabido Wallace cuál era la mujer de sus sueños con tanta exactitud?

Creía conocer la respuesta. Él siempre había sido un hombre circunspecto. Pero tenía necesidades, como cualquier otro, y algunas veces había visitado el antro de Taffey Lewis. Todos sabían que Lewis no dudaría en delatar a su madre si la suma lo convencía. Era muy probable que hubiera permitido que los agentes de Wallace accedieran a la configuración personalizada de las virtdolls que Gaff había salvado en las cabinas de The Snake Pit.

Pero la conjetura sólo explicaba la precisión demostrada por Wallace al diseñar la nueva apariencia de Kaif. ¿Cómo supo cuál personalidad le atraería más? ¿Acaso mandó revisar las evaluaciones psicológicas que le habían hecho antes de ingresar al Departamento de Policía de Los Ángeles? ¿Conocía las respuestas que había dado en el test de Voight-Kampff hacía ocho años? Gaff torció la boca al recordar cuánto habían exigido los supremacistas que se aplicara la anticuada prueba a todos los policías después de que el Apagón borrara el Registro de Replicantes. La desconfianza de los ciudadanos siempre recaía primero sobre las fuerzas de seguridad.

Volvió a fijarse en el monitor. La nieve estática le recordaba el polvo radiactivo de los primeros años del armisticio que puso fin a Terminus, cuando caía copiosamente y cubría los escombros y el kippel amontonado en las calles. Los cambiantes patrones de la pantalla nunca tenían sentido hasta que uno agarraba las asas de la caja. Pero a él le gustaba quedarse mirando sin tocarlas, para ver si adivinaba alguna forma en ese caos. Desde el Big Bang, el caos siempre había sido la incubadora del orden por venir, pero durante épocas muy turbulentas, sentencias como esa se olvidaban con facilidad.

Cada vez que le preguntaban por qué se había vuelto seguidor de Wilbur Mercer, decía más o menos lo mismo: el mundo-tumba, enigmático, inacabado, le parecía mucho más fascinante que la vida real, tan tajante, tan ávida por la high definition y la high quality, una existencia en la que no había lugar para lo impalpable y lo irracional, en la que se pretendía controlar todo. Aun cuando nunca más consiguiera una fusión completa, Gaff seguiría creyendo que el inframundo de Mercer resultaba más sugestivo que las ciudades de la Tierra. Hacía tiempo que el mundo natal de la Humanidad había perdido su encanto.

Las colonias eran otro cantar. Muy pocas resultaban ser los paraísos prometidos en las publicidades. La mayoría estaba asentada en planetas inhóspitos que iban siendo terraformados muy lentamente, en los que las condiciones extremas o la guerra consumían a humanos y portapieles por igual. Y sin embargo, en esos infiernos las personas parecían redescubrir su fuerza interior y encontrar el sentido de la vida. De todas las colonias, Shivarnna era la más brutal, el pozo donde Bryant cumplía su condena extrayendo litio de salares interminables. El antiguo capitán de la unidad de blade runners había amenazado a Morton con entregarlo a los supremacistas si no le conseguía esas prostitutas Nexus-8 de Calantha a las que tanto le gustaba lastimar. Asuntos Internos destapó la olla y lo llevó a juicio, por tráfico ilícito de replicantes. El replicante Morton permanecía prófugo.

Gaff se preguntó si en las erupciones de azufre del desierto shivarnniano Bryant habría hallado una epifanía o la muerte.

Sacudió la cabeza. Se le ocurrió que el origami podría aliviar su desazón. Se levantó y caminó hasta la cómoda para revisar su modelo del mundo-tumba. Mercer, una detallada figura plegada en húmedo, estaba al pie de la colina. La cuesta, formada por un complejo teselado de papel madera en el que había invertido varias horas, ascendía unos sesenta o setenta centímetros. A los lados del sendero que había recorrido junto a Mercer numerosas veces, crecían los arbustos raquíticos que tanto le llamaban la atención. A estos los había modelado empleando la técnica del makigami, en la que el papel sólo puede cortarse con las manos. Agazapadas tras rocas de papel de aluminio, acechaban unas siluetas vestidas con raídos albornoces negros, también confeccionadas en plegado húmedo. Eran los Antagonistas, los que arrojaban piedras y escupían a Mercer. Durante las fusiones, Gaff apenas los había entrevisto: sus sombras esquivas aparecían fugazmente en el rabillo del ojo porque Mercer nunca detenía su ascenso para observarlos, así que él los imaginaba como espectros unidimensionales cubiertos de ropajes gastados.

Aunque le había costado mucho trabajo, su inconclusa maqueta aún presentaba varios detalles mal resueltos.

Obedeciendo a un impulso repentino, regresó al sillón y volvió a tomar las asas. El olor a ozono que surgió de la caja terminó mezclándose con el aire del mundo-tumba, la primera sensación que percibió la conciencia de Gaff. Reconfortada, su mente flotó a la deriva sobre las laderas yermas hasta que se posó en Mercer, para terminar disolviéndose en él. Otra vez notó el ripio bajo las suelas de su calzado, los calambres en muslos y pantorrillas. Y la atención de los espectros, sus ojos malignos acechando desde los escondites. Por alguna razón, imaginó a Bryant errando en los desiertos de Shivarnna. Pero entonces se sorprendió al percibir la multitud. Estamos aquí, le decían. En Mercer. Y en ti. En el mundo-tumba somos uno. Una unidad ubicua. Lo inundó una paz insólita. Ya casi había olvidado cómo se sentía una buena fusión. El bienestar era tan profundo que tardó un tiempo en darse cuenta de que la pedrada arreciaba. Un dolor lacerante, causado por un impacto entre los omóplatos de Mercer, consiguió atenuar la calidez de la sinergia, pero no le importó. Él y todos los fusionados continuarían subiendo, marchando hasta la cima. Lograron hacer cumbre bajo una lluvia de rocas y salivazos. Ensangrentados y sin aliento, disfrutaron la sensación de triunfo. Antes de que la ascensión comenzara de nuevo, Mercer hizo algo inusitado: levantó la cabeza y contempló el inframundo desde las alturas. Miró a sus agresores, desafiante.

Gaff sólo vio fisonomías borrosas bajo las capuchas negras, pero el corazón le dio un vuelco cuando divisó con claridad el rostro ovalado de Ulana.


—¡Querido! ¿Qué hiciste? ¡Esa caja te hace daño!

Los gritos de Kaif lo devolvieron a la consciencia.

—Shhh. Baja la voz, por favor.

—¡No quiero que la uses más!

—Yo decidiré cuándo dejar de usarla.

—¡Pero estás sangrando!

—Estoy bien. Sólo fue un piedrazo en la espalda. Pero lo más importante es que llegamos a la…

Enmudeció al notar que Ulana estaba parada en el centro del living, luciendo un conjunto de lencería fluorescente, más sexy que el que había traído la semana anterior, aun más atrevido que el escaso atuendo de cualquier pleasure model de la calle. Pero la actitud de la replicante no armonizaba con su outfit: tenía los brazos cruzados y se mostraba impaciente.

¡Jenjang! ¿Was macht sie hier? —exclamó Gaff.

—Sé que te desobedecí, querido. Pero al volver te hallé herido e inconsciente. Traté de despertarte durante media hora. ¡Llegué a pensar que estabas muerto! No sabía qué hacer… ¿A quién podía pedir ayuda?

Gaff todavía permanecía deslumbrado por la fusión que había experimentado. La primera idea que se ancló en su entendimiento ofuscado fue que la desesperación de Kaif era una respuesta del algoritmo, la que mejor se adecuaba a las circunstancias. Sin embargo, algo mucho más inquietante zarandeaba sus pensamientos. Apuntó un descarnado índice hacia la Nexus-8.

—¿Qué hacías en el mundo-tumba?

Ulana lo ignoró y se dirigió a Kaif.

—Tu novio está delirando.

—Querido, lo que dices no tiene sentido. ¿Cómo podría un replicante usar una caja de empatía?

Ulana miró la caja, que seguía despidiendo ozono.

—Ese viejo armatoste funciona mal. Deberías saber que el Apagón estropeó todos los dispositivos empáticos; hasta los órganos Penfield quedaron arruinados. El mercerismo se derrumbó después de eso.

—¡Yo te vi ahí, kurva! —Gaff intentó pararse, pero el mareo lo derribó.

—¡Querido!

Kaif se volvió a Ulana con ojos suplicantes. La Nexus-8 negó con la cabeza. Sin embargo, tomó el emanador. La aidoru se paró detrás de ella y esperó.

—Ya —dijo Ulana, luego de pulsar los controles del gadget.

Kaif avanzó… En menos de un segundo, la vectorización consiguió que sus holográficos contornos de ballerina adquirieran volumen y ocuparan cada centímetro cúbico del cuerpo de Ulana. Una vez que el emanador ajustó la interpenetración, la replicante se fue haciendo traslúcida hasta quedar opacada por Kaif. El ozono que se acumulaba en la habitación coronó la sincronización con unos centelleos azulados.

—Gracias —A Kaif le complacía volver a tener un cuerpo.

—Apúrate… —exigió Ulana con un hilo de voz. Su voluntad se desvanecía. Se había transformado en un mero envase de carne para la holo-escort. Ahora estaba poseída por ella, librada a su antojo.

—Te dejaré cuando Eduardo se reponga —prometió Kaif.

Levantó a Gaff y lo llevó a la cama. Era una ventaja poseer la fuerza de un Nexus-8. Él percibió su firme abrazo. Cuando ella empezó a desvestirlo, se abandonó a esa ansia feroz que otra vez hormigueaba en sus músculos doloridos, que casi se parecía a la esperanza que lo había embargado antes de llegar a la cima.

—Descansa, querido. Voy a llamar a un médi…

Gaff la tomó del cuello y besó sus labios pintados de negro. Ella, sorprendida, le correspondió con entusiasmo. Mientras él le apretaba los pechos, manipuló el emanador para que su nivel de opacidad se redujera y pareciera que vestía las excitantes prendas de encaje de Ulana.

—El mismo jueguito de la semana pasada, querido.

Incluso con los ojos irritados, Gaff podía vislumbrar a la replicante asomando bajo Kaif, imitando a la perfección cada uno de los movimientos de la aidoru, pero con un desfasamiento casi imperceptible. Cuando acarició sus glúteos, notó que Ulana empezaba a definirse más, al mismo tiempo que Kaif se disipaba. Esos ojos verdes, llenos de angustia, fueron lo último de su holo-escort que se diluyó en la replicante.

—¿Qué hiciste, kurva? —una voz ronca se abrió paso por la garganta inflamada de Gaff.

—¿Puta? ¡Sí, claro! Pero ya no seré el recipiente de tu kurva virtual. Cualquiera prefiere estar solo en su cuerpo, así que programé una sincronización temporal que finalizó con el apagado automático de tu aidoru. Y ahora, para estar seguros… —Usando ambas manos, partió el emanador al medio. Las chispas se abrieron paso a través del ozono.

Gaff quiso gritar, pero apenas podía respirar. Lanzó un débil manotazo a la cara de la replicante.

—En el mundo-tumba me revelaste que Bryant está en Shivarnna. Ya no necesito sacarles el secreto, ni a ti, ni a tu putita, así que tampoco iba a dejar que me siguieran usando. Ahora iré tras ese scheisskerl. Ojalá pueda destriparlo antes de que el desierto lo calcine.

Él tosió y resolló. El aire hacía arder sus mucosas.

—Te estás muriendo, Gaff. No me creíste cuando dije que esa caja funciona mal, ¿eh? La concentración de ozono se volvió letal. Los Nexus-8 lo toleramos muy bien: existe más de una colonia en la que nos mandan a combatir bajo abrasivas nubes de color índigo. Quiero que sepas que no acudí al llamado de Kaif para ayudarte. Lo hice porque detesto dejar un trabajo a medias. Pero el bendito ozono ya lo está terminando por mí. Un ejemplo de justicia poética, ¿no? Como sea, nunca habrá perdón para un blade runner.

—Púdrete… kurva —Las palabras desgarraron el pecho de Gaff.

—¿Yo estoy ahí? —Ella señaló las figuras de origami—. Supongo que debería agradecerte: nunca le dijiste a tu aidoru cuál era la ubicación de Bryant, y así me forzaste a probar una caja de empatía. Si hiciste una Ulana de papel, la habrás puesto entre los Antagonistas, supongo. Hemos comprobado que si un “portapiel” logra trasladarse al mundo-tumba, lo hace para lanzar rocas y no para subir la cuesta. Hasta Mercer nos discrimina. Cuánta mierda amasaron en sus religiones… Igual seguiré fusionándome. El inframundo es una gran fuente de información.

—No.

—Shhh. De todos modos, ustedes se extinguirán. La necesidad de creer los debilita cada vez más.

Ulana dejó el departamento.


¡Gaff!

Abrió los ojos y vio el rostro de Sapper Morton, quien le ajustaba una mascarilla sobre la cara congestionada.

—Respira despacio —dijo el médico.

—Morton… —susurró a duras penas—. Todavía seguimos buscándote.

—Ya lo sé. No hables.

Gaff vio la sangre en las manos de Morton.

—Tranquilo. No es tuya. Me pidieron que me encargue de Ulana —explicó.

—¿Quién te lo pidió?

—¿Quién más? Si ustedes todavía no pudieron retirarme, es gracias a Freysa.

—Pensé que ella había mandado a esa kurva para matarme.

—No. Ulana actuó por su cuenta: quería vengarse de Bryant. Ya no acataba las órdenes y Freysa se cansó de ella. En cambio, tú eres necesario. Ahora cállate y descansa. Y no te saques la máscara: aunque ya apagué la caja y abrí las ventanas, necesitarás oxigeno por un buen rato.

Antes de huir, Morton aconsejó:

—Y echa a la basura todos los dispositivos empáticos. Son pura mierda.

Gaff cerró los ojos.

Sintió nuevamente el ripio bajo sus zapatos. Estaba en la cima. El viento frío le dio de lleno en la cara y notó que no respiraba, que no necesitaba respirar. Una mano se posó sobre su hombro. Giró la cabeza y vio a un hombre joven y fuerte, seguido por una multitud de individuos que irradiaban una potente sensación de plenitud.

—Te daríamos la bienvenida —le dijo Wilbur Mercer, sonriendo—, pero no es hora de morir. Vuelve y continúa haciéndonos fuertes. Sigue dándonos vida por medio de tus esculturas de papel. Más allá hay otras montañas, Gaff. Vuelve, y haremos cumbre una y otra vez.


Néstor Darío Figueiras, (Buenos Aires, 18 de noviembre de 1973), es un escritor, músico, productor musical e ilustrador aficionado argentino. Su producción literaria se enmarca principalmente dentro del género de la ciencia ficción, aunque también ha escrito obras de terror y fantasía.

Sus cuentos pueden leerse en algunas de las más prestigiosas publicaciones digitales dedicadas a la ciencia ficción, la fantasía y el terror: Necronomicrón, Axxón, NGC 3660, NM, Aurora Bitzine, Alfa Eridiani, miNatura, Crónicas de la Forja, Papirando; así como en varias publicaciones en papel: Ópera galáctica, Sensación!, Présences d’esprits, Próxima, Galaktika, entre otras. Editorial Dunken publicó en su antología 2005 “Los rostros y las tramas” su minicuento “La caverna”. También ha sido seleccionado su relato “Bendita” para formar parte de la antología de autores argentinos contemporáneos de ciencia ficción que ha publicado la revista virtual Alfa-Eridiani. Asimismo se desempeñó como coeditor de Crónicas de la Forja,​ publicación virtual del Taller literario Forjadores, del cual fue colaborador. Varios de sus relatos han sido traducidos al francés, al catalán, al italiano, al húngaro y al griego. Y ha publicado dos libros de cuentos a la fecha: «El cerrojo del mundo está en Butteler» (Editorial Textos Intrusos, 2016) y «Capricho #43» (Peces de Ciudad Ediciones, 2017).

Como curiosidad podemos citarlo afirmando que algunas de las creaciones del Hacedor de estrellas de Stapledon son universos musicales. Ya veremos qué razones lo asisten para afirmar tal cosa.

Ha publicado en Axxón; en Ficciones: «RUMORES» EN «FICCIÓN BREVE (9)» (nº 151), «046 – FUGITIVO» EN «ESPECIAL AXXÓN 100X100 – PRIMERA SERIE» (nº 168), «47 – HASTÍO» EN «CUENTA REGRESIVA (II)» (nº 180), «56 – ABUSO DE LOS FX EN EL CINE EXTRANJERO» EN «CUENTA REGRESIVA (II)» (nº 180), DREAMTHEATRE (nº 185), REALITY (nº 187), MISIÓN DIPLOMÁTICA (nº 192), «LA HECHICERA Y EL GUERRERO» EN «FICCIÓN BREVE (CINCUENTA)» (nº 199), «ALBERGUE TRANSITORIO» EN «FICCIÓN BREVE (CINCUENTA Y CINCO)» (nº 204), «LA INUTILIDAD DE LA PROSPECTIVA» EN «FICCIÓN BREVE (SESENTA Y NUEVE)» (nº 236), «REPORTE» EN «FICCIÓN BREVE (SESENTA Y NUEVE)» (nº 236), PLAYLIST (nº 285), ŽELVA (nº 285), EN EL MUSEO DE LOS SUEÑOS VERDADEROS (nº 285).

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