Revista Axxón » «El preste de Aztalume», Néstor Darío Figueiras - página principal

¡ME GUSTA
AXXÓN!
  
 



 

 

ARGENTINA  ARGENTINA

I.

Un destello rojo, un relámpago de acero…

…un grito espantoso. La hoja ensangrentada sube lentamente, siseando y chispeando. El Preste sostiene en alto la cuchilla para que todos la contemplen. Luego hace un gesto con su mano libre. Entonces retiran a Olælkin del altar y lo depositan en una camilla. Abren sus piernas para que cuelguen a cada lado: la ceremonia se arruinaría si no pudiera verse la sangre. Olælkin sonríe a pesar del dolor. Los vitrales refractan la luz del exterior y los haces caen sobre su cuerpo desnudo. La mancha roja crece sobre la sábana y hace que su piel parezca más blanca.

La tensión que mantuvo en vilo a los novicios estalla en un aplauso cerrado. Algunos vociferan palabras ininteligibles. Otros entonan cánticos. Los sonidos reverberan entre las altas paredes de estuco verde y mármol, entretejiendo una cacofonía que percute en los huesos. El clímax es inmejorable y al Preste no le importa que se rompa la atmósfera litúrgica.

Edæran canta con las manos levantadas. A pesar de su holgada túnica de postulante, puedo ver que está temblando. Un mechón de pelo negro escapa de su cofia. De sus ojos cerrados brotan lágrimas.

El éxtasis del grupo también se percibe a través de la biorred: los murmullos, alaridos y melismas que oyen mis oídos se mezclan en una especie de glosolalia digital, distorsionada por irritantes glitches. Las imágenes oscilan entre un HD fractal y el más burdo pixelado. Los nódulos intracraneales reproducen las percepciones varios milisegundos después de ser captadas por mis sentidos. Que la señal de la biorred tenga latencia significa que la sobrecarga que produjeron los Habitantes es más grave de lo que pensábamos. Me pregunto qué habrán traído del pasado esta vez.

O a quién.

Ciudad corre peligro.

El palimpsesto de sensaciones desfasadas me marea. Emerjo de la red para ver cómo llevan a Olælkin a la enfermería. El Preste se va sin cerrar la ceremonia, dejando que los novicios disfruten del misticismo colectivo.

Una flor edelweiss se materializa delante de mí y se abre. El centro de la corola se transforma en el rostro alargado de Bacall.

—Salud, su Eminencia.

—Salud, Auditor Peck —me responde, con una voz más ronca que de costumbre. Los novicios, perdidos en sus epifanías, no se dan cuenta de que una Regidora acaba de saltar hasta el convento de Aztalume.

—Ciudad sufre. El dolor es intenso. Los algómetros colapsan. Los engranajes están inflamados. No teníamos una oscuridad tan densa desde el desastre que provocó el Habitante Hernon.

—Yo era un niño cuando Hernon, Van Cleef y los demás soltaron al merodeador.

—Lo sé. Seguramente te enseñaron que fue fácil controlarlo, que lo dejamos hacer hasta que nos cansamos de divertirnos con él.

—Sí.

—Es mentira. Conseguimos dominarlo a duras penas, cuando temíamos que su fuerza mental destruyera Ciudad. Pero esta vez el riesgo es mayor. Habrás notado la latencia en la red.

—Sí.

—Los drones informan que Poniente está movilizando sus tropas. Tenemos motivos para sospechar que conocen nuestra situación. Si deciden atacarnos ahora…

—Sería fatal.

—Sí. Tu auditoría debe ser exhaustiva. El Preste debe entregarnos la mejor camada posible de agentes-hemæneh.

—¿Cuántos agentes necesitamos?

—Muchos. Que prepare a todos los que pueda.

—Regidora, ¿puedo preguntar a quién trajeron esta vez?

—No te concierne.

—Perdón, Regidora.

—Y tampoco es necesario que te disculpes. Sólo haz bien tu trabajo.

Antes de que pueda contestarle, los pétalos de la edelweiss se cierran y Bacall desaparece en medio de fulgores amarillos.

En el salón todavía quedan algunos novicios. Pero Edæran ya no está.

II.

—¿Quién puede resumir alguno de los argumentos de Peppard?

El Instructor espera con los brazos cruzados, detrás del púlpito de estilo gótico que, según dicen, fue trasladado desde el siglo XII. Un novicio se anima a levantar la mano.

—Lyræm, te escuchamos.

—Bendita la red, benditos sus nodos y sus epíscopos. Peppard afirma que el entretenimiento no puede haber sido el uso principal de la biorred en los Tiempos Antiguos, porque ésta fue concebida como un proyecto militar.

—La Evidencia de la Finalidad Original. Pero hay un error en el enunciado de tu respuesta. ¿Quién me puede decir cuál es?

Edæran pide la palabra.

—¿Sí?

—Benditos la red, los nodos y los epíscopos. No podemos hablar de “biorred” hasta el surgimiento de los hemæneh.

Me esfuerzo por permanecer impasible ante su timbre de contralto. La visita de un Auditor no es algo habitual y todos están pendientes de mí, aunque pretendan ignorarme.

—Claro. Lyræm se refirió a algo llamado ARPANET. Y, como bien acota Edæran, en esa red primitiva no había nodos humanos. La incorporación de los hemæneh fue el último avance importante en su evolución y dio inicio a la biorred. Por otro lado, en los Tiempos Antiguos no se reconocían las habilidades de los hemæneh, salvo en algunos pueblos, en los que la mayoría de las veces se desempeñaban como chamanes y videntes. ¿Cuáles eran esos pueblos?

—Los nativos de América del Norte —afirma Edæran.

—Exacto. Los cheyenne, navajos y cherokee, por ejemplo. Aunque individuos con los ‘dos espíritus’ también fueron reconocidos por maoríes, etíopes, zapotecas, keniatas, pakistaníes… Y la lista sigue. Pero, ¿por qué no todos los hemæneh del Tiempo Antiguo eran verdaderos individuos ‘dos espíritus’?

La respuesta tiene que ver con la aleatoriedad. La tasa de natalidad de niños hemæneh dependía de caprichosas afecciones congénitas. Aunque no hace falta que lo constate, parpadeo y me zambullo en la biorred. El motor de búsqueda, impulsado por las ondas cerebrales de los hemæneh que ya cumplen sus votos sirviendo como nodos, me conduce a las numerosas causas de intersexualidad que fueron corregidas hace varios siglos.

Emerjo, aturdido por la latencia, y veo otra mano levantada.

—Farænel.

—Bendita sea la red, y benditos sean los nodos y los epíscopos. Los hemæneh antiguos nacían al azar. La mayoría de las veces su condición terminaba decantándose hacia un sexo u otro, y entonces perdían su destreza. También había hombres o mujeres que deseaban ser hemæneh y se comportaban como ellos. Incluso se sometían a cirugías plásticas, pero carecían de poderes conectivos y cognitivos. ¿Puedo hacer una pregunta, Instructor?

—Claro.

—Si ahora podemos delimitar con precisión la diferenciación entre hemæneh, hombres y mujeres, ¿por qué se presentan casos como el de Olælkin?

El silencio cae sobre la clase como la noche que aplasta a Ciudad. Edæran me mira de reojo. Se me hace un nudo en la garganta.

—Interesante pregunta —dice el Instructor, aunque su expresión indica que la curiosidad del novicio le resulta irritante—-. ¿Cómo la contestarías tú, Farænel?

Una manera elegante de evadir el incómodo cuestionamiento, que además lo hace parecer un buen docente.

—Hmm… Apelaría a la Evidencia de la Evolución Irrefrenable: tal vez los genes ya no toleren más la manipulación de las enzimas 5-alfa reductasas porque se aproxima un nuevo salto evolutivo y…

¡Postulante! —El grito del Instructor pone en guardia a toda la clase—. ¿Cómo se atreve a blasfemar de ese modo contra Peppard?

La hipótesis de Farænel sonó a herejía. Decido intervenir. La situación apremiante de Ciudad le salvará el pellejo.

—Instructor, estoy seguro de que no hubo mala intención en los dichos del novicio Farænel. Le bastarán dos o tres días de encierro para que pueda releer atentamente a Peppard y así corregir su error de interpretación. Todos pediremos que la luz alumbre sus nódulos.

El Instructor sabe que no puede contradecirme. Pronuncia el castigo masticando rabia:

—Que sean cuatro días, para que también repase las Reglas del Cibercíster.

Las campanadas anuncian el fin de la clase.

III.

Sigo al epíscopo que me conduce por el centro de datos, caminando sobre las veredas estrechas que bordean los estanques de los agentes-hemæneh. Aunque las piscinas forman una cuadrícula que parece infinita, muchas están vacías. Es evidente que Aztalume no produce camadas a la velocidad necesaria.

El epíscopo está nervioso. Pero su nerviosismo nace del disgusto y no del temor. Es evidente que no disfruta de ser anfitrión de un Auditor.

—Cuántos estanques vacíos —comento, conociendo de antemano la explicación que me dará.

—En los últimos meses se multiplicaron los casos de intersexualidad viciada y, debido a que el Cibercíster prohíbe que un hemæneh imperfecto pronuncie los votos, nos está costando sustituir los nodos fallecidos. Imagino que el Auditor sabe que la latencia no se debe a esto, sino a los excesos de Ciudad.

—La latencia sería mucho menor si tuviéramos una pecera llena.

—Es cierto. Pero no existiría en absoluto si dejaran de usar el Viajero, ese vil artefacto. El pasatiempo predilecto de Ciudad tiene un costo muy alto.

Este hombre es más insolente de lo que pensaba.

—Me asombra tu osadía, epíscopo. La citaré en el informe que entregaré al Preste.

La sola mención del Preste lo intimida. Típico en funcionarios que mezclan partes iguales de cinismo y obsecuencia.

—Pido disculpas al Auditor: sé que mis opiniones no cuentan.

—Las acepto. Su único interés debe ser colocar novicios en todos los estanques, sin importar si son perfectos o no. Necesitamos todos los agentes que puedan darnos. Quiero creer que han entendido la urgencia de la situación.

—Si el Auditor no se impacienta, va a comprobar que así es.

Seguimos caminando en silencio, hasta el extremo norte de la pecera. Nos detenemos frente a un estanque recién acondicionado. En él yace Olælkin, boca arriba, un flamante nodo de la biorred. Su cara redondeada apenas emerge del electrolítico fluido de nutrientes. Los cables arraigados a lo largo de su columna vertebral forman un chicote que se alarga hasta insertarse en los servers de Aztalume. Sus ojos, completamente blancos, están perdidos en el mar virtual. La cicatriz de su entrepierna todavía está fresca. Cuando el epíscopo ve que me fijo en ella, se santigua y comienza a rezar:

—Máquina Mesiánica, los irracionales buscan un controlador superior. Llévame al fuego y abrázame, muéstrame la fuerza de tu ojo singular…

IV.

Los Regidores me enviaron a Aztalume en tres o cuatro ocasiones, pero ésta es la primera vez que paseo por los jardines del convento sin saltar ni usar las simulaciones protectoras. Los Habitantes se horrorizarían si me vieran caminar a la intemperie. Ellos nunca abandonan su laberinto de espejos HD y paredes reflectantes, que ahora se alzan inútiles en la negrura que envuelve a Ciudad. En cambio, los funcionarios a veces tenemos que afrontar los espacios abiertos. Por eso nos suministran las aplicaciones más sofisticadas y permiten que tengamos acceso irrestricto a la biorred. Podría activar alguno de los entornos virtuales. O podría saltar hasta la habitación de Edæran, aflorando entre los pétalos de ceibo de mi canal cuántico. Pero para cualquiera de las dos opciones tendría que zambullirme. Y la verdad es que prefiero un poco de agorafobia antes que sufrir la latencia que difiere los procesos de la red y me produce esas terribles náuseas.

Mis nódulos duermen en los surcos de mi cerebro. Ahora son tan inservibles como los espejos de Ciudad.

La primera claridad del alba perfila la copa de los árboles plantados junto al sendero. Inspiro hasta que me pica la nariz: el aroma de los jacarandás y los tilos hace que lagrimee, pero también me ayuda a controlar las palpitaciones.

Llego al pesado portón de madera y busco en los bolsillos de mi traje de Auditor, oculto bajo la sotana, de uso obligatorio en el convento. Entro al dormitorio comunal de los novicios usando la llave maestra que el Preste me da cada vez que vengo a Aztalume. Aunque los canales cuánticos vuelven innecesario su uso, él tiene que entregarme una copia para cumplir con el protocolo. Y gracias a esto, ahora disfruto de no tener que utilizar los nódulos.

Camino por el largo pasillo en punta de pies hasta que encuentro la habitación de Edæran. La puerta se abre antes de que golpee. Entro a la estrecha cámara. La luz de una vela recorta su silueta. Ondas de pelo negro acarician sus hombros. La túnica y la cofia están prolijamente dobladas sobre una silla.

—Te esperaba.

Sus palabras me erizan el vello en todo el cuerpo. El sexo virtual nunca fue una opción para nosotros: los novicios juran no sumergirse en la red durante su formación, aunque cuando ésta finaliza, se convierten en parte de ella hasta su muerte. Así que imaginé este momento una y otra vez, desde mi última auditoría, cuando admitieron a Edæran como postulante. Pero ninguna de mis fantasías logró mostrarme este cuerpo tan esbelto, de porte grácil y rudo a la vez, como sustentado por la fibra de las gacelas que vagan por los parques de Aztalume.

—Sabía que vendrías.

Nos abrazamos con tanta fuerza que nos hacemos doler. Nos husmeamos. Con los labios, nos rozamos las mejillas el uno al otro. Mis manos acarician sus músculos, descubriendo en ellos una potencia que permanece alerta. Por el rabillo del ojo veo nuestras sombras fundidas, bailando al son de la llama de la vela. Cuando empiezo a sacarme la interminable sotana, Edæran retrocede y se baja la ropa interior, sin decir nada. Pero se hace entender igual, porque sus ojos de herbívoro, llenos de pupila, me hablan, aun cuando los míos están atentos a su entrepierna. La débil luz me deja ver una protuberancia que irrumpe entre excrecencias rosadas. Por alguna razón recuerdo las palabras de Farænel: los genes se resisten a la manipulación de las enzimas 5-alfa reductasas porque se aproxima un salto evolutivo.

—¿Cuándo te toca la revisión médica?

—En dos días.

El tono de su voz coincide con el temor que opaca su mirada. Mi erección se desvanece.

—Tengo miedo, Peck.

—Lo sé.

Un escándalo viene de la entrada del edificio. Me doy cuenta de que no cerré con llave el portón. Y los Instructores que vienen a despertar a los novicios ya lo descubrieron.

—Me tengo que ir.

—¡No quiero que me lleven a la pecera!

Imagino a Edæran flotando en un estanque, con sus ojos cegados, vacíos. Pero antes el Preste tendría que levantar su cuchilla para practicar una nueva ablación.

—Nos escaparemos —prometo, sin saber cómo cumpliré mi palabra.

Mis nódulos despiertan y me sumerjo. El desfasaje ahora es intolerable: la latencia amputa la señal como el Preste lo hace con las imperfecciones de los hemæneh, pero no tengo más opción que saltar hasta mi cuarto. Consigo besar a Edæran antes de que la corola roja me envuelva como una capa. El canal cuántico me engulle…

V.

…pero no me materializo en mi habitación. El Preste aparece en mi campo visual.

—Una flor de ceibo es el marco ideal para tu cara de asombro, Peck.

La sorpresa me deja sin palabras. La interceptación y desvío de un salto es una habilidad que solo poseen los Regidores.

—Bacall me pidió que te vigile, así que me dio acceso a algunas de sus aplicaciones. Ella sabe de tu amorío.

Intuyo que intentar un nuevo salto es inútil. La biorred fluye detrás de mí. Su caótica recursividad quiere tragarme, pero permanezco paralizado en estas coordenadas.

—Sin embargo, quiero que sepas que yo persigo mis propios objetivos.

Ampliación

Ilustración: Pedro Bel

Contra mi voluntad, el campo visual de mi canal se desplaza por lo que parece ser el aposento del Preste. Microscopios electrónicos, secuenciadores de genoma y extractores de ADN y ARN están dispuestos sobre una larga mesa. La asepsia del plástico y el aluminio de estos aparatos contrasta con la evidente antigüedad de los numerosos frascos de vidrio grueso y bocal, ordenados sobre los estantes de las paredes. Todos están etiquetados. El asco que siento cuando comprendo qué es lo que se conserva dentro de ellos, flotando en líquido amarillento, es peor que las arcadas provocadas por la latencia de la red.

—Hace poco menos de un año cortaba genitales crecidos. Pero ahora revisamos a los postulantes con mayor frecuencia y detectamos a los hemæneh impuros antes de que sus órganos se desarrollen. Hacemos un gran esfuerzo para producir nodos de calidad, pero la inhibición selectiva de las isoenzimas ya no está dando resultados. La teoría del Farænel es acertada, Peck. Es inminente una mutación en los hemæneh y los investigadores creen que la biorred tiene los días contados. Como sea, cada vez me cuesta más cercenar clítoris y penes embrionarios con esta cuchilla. La posesión más preciada de mi nueva vida fue diseñada para obras más ambiciosas. A propósito, tal vez te interese saber que la heredé de la nieta de Hernon. Julliete… —suspira, acariciando el acero vibrante—. Esa puta vulgar sí me permitió comprobar todas las posibilidades que ofrece su filo eléctrico.

Empuñando la hoja, el Preste señala el frasco más grande. Su bocal está cubierto de óxido. Está colocado en el centro de la estantería, como si fuera un trofeo.

—De mi antigua vida sólo me ha quedado este recordatorio de la inutilidad de algunas cruzadas.

El envase de vidrio contiene un feto descolorido. Cientos de trozos de tejido orbitan en torno de él, suspendidos en el formol bilioso.

—El nonato de Mary Jane Kelly. Una vez quise estrellarlo contra el pavimento de Ciudad, pero cayó en un canal cuántico. Cuando me convencieron de convertirme en el Preste de Aztalume, me lo devolvieron intacto, junto con mis escalpelos. Aquí, el feto de Kelly es un símbolo. Sí, en esta era supieron ver el potencial que había en mí, por eso agradezco que Hernon me haya trasladado al siglo XXXI en su máquina del tiempo. Aunque después de que los Regidores confiscaron el Viajero, los Habitantes no pudieron seguir saqueando el pasado infecto que tanto aman. La pregunta por la que le pediste perdón a Bacall es incorrecta, Peck: no se trata de saber a quién trajeron, sino quién lo hizo. Los responsables de la ruina de Ciudad son los Regidores. Sí, Peck. Ellos usan el Viajero para satisfacer sus apetitos retorcidos, mientras que yo sólo les pido que me consigan estas botellas con bocal que tanto me gustan… Mi verdadero placer es otro: estando aquí he tenido suficiente tiempo para estudiar. Soy un genetista aficionado. Ya ves que tengo mi propio laboratorio. Y también me interesé por la Historia, la verdadera Historia, no la mierda que los Instructores enseñan a los novicios. Fue una auténtica bendición enterarme de las mil maravillas que la muerte no me habría dejado ver. Si supieras a cuántos monstruos peores que yo pueden haber soltado en Ciudad, te mearías encima, Peck.

—¿Peores que el merodeador? —En mi pregunta hay incredulidad y acusación.

—Oh, sí. Hay decenas, y sólo en el siglo XX.

—Me intriga saber cuáles son esos “objetivos propios” de los que hablaste.

—La redención es uno. Ahora lo llaman Máquina Mesiánica, pero sé que se trata de mi buen Señor. Él permitió que Hernon me trajera, para redimirme. Es su perfecta voluntad, la fuerza de su ojo singular. Él los puso a ti y a Edæran en mi camino para que los ayude, porque yo también sé lo que es sufrir por amor.

—¿Ayudarnos?

Lo peor de todo es que en su mirada no brilla el fanatismo de los Instructores.

—Sí. Un epíscopo los guiará a Poniente. La guerra estallará, y los mejores nodos ya pronosticaron la derrota de Ciudad.

VI.

Finalmente la red me escupe en las afueras del centro de datos. Me recibe el epíscopo descarado. A su lado está Edæran, con los ojos llenos de interrogantes y un par de mochilas.

—Descargamos un mapa en sus nódulos, Auditor —dice el epíscopo—. Y también credenciales para nuestros contactos en Poniente. Ah, una cosa más: debe devolver la llave.

Le entrego la llave maestra.

—Que puedan ver la fuerza de su ojo singular —nos desea, a modo de bendición.

—También tú, epíscopo.

Edæran me toma la mano. Caminamos hacia el oeste. El paisaje verde de Aztalume se va tornando una estepa de matorrales amarillentos. Al atardecer, el sol sangriento escupe un enjambre de drones de Poniente, que pasa sobre nosotros a toda velocidad. La visión nos estremece. Decidimos que es buen momento para levantar campamento y descansar. Ya dentro de la carpa, abrimos unas conservas, pero apenas probamos bocado. Dormimos abrazados hasta que el lejano ruido de las explosiones nos despierta. No salimos, por el frío, pero también porque el resplandor de las llamas que devoran Ciudad se ve a través de la tela impermeable, y eso nos basta. Edæran llora en silencio hasta que nos dormirnos de nuevo.

A primeras horas de la tarde del día siguiente, llegamos a un puesto fronterizo. Una vez que mis nódulos se enlazan a la red de Poniente —¡no hay ni un milisegundo de latencia en la conexión!—, descargo las credenciales en las cabezas de los guardias. Ellos las examinan con atención. Luego de las verificaciones pertinentes, el que está al mando nos deja pasar.

—Son emisarios del Preste de Aztalume, ¿eh? Les estoy enviando instrucciones para llegar al sitio en el que se amparan los que exhiben salvoconductos como los suyos.

Nos adentramos en los suburbios de Poniente. Aunque me asusta pensar en el destino de Edæran, me aferro a la promesa del Preste. Dijo que nos ayudaría, que sabía lo que era sufrir por amor. Trato de imaginar cómo habrá sido Henrietta Barnett, esa notable mujer del siglo XIX de la que estuvo enamorado. Y no puedo dejar de murmurar su verdadero nombre, el que quedó oculto para siempre bajo el seudónimo de Jack, el Destripador.


Nota de Axxón

Nos cuenta el autor que el texto «intenta ser una continuación de «El merodeador en la ciudad al borde del mundo», de Harlan Ellison (que a su vez continúa la historia de Robert Bloch «El juguete de Juliette», ambos textos de «Visiones peligrosas»)». Fue publicado en «Paisajes perturbadores», la Segunda Antología de Pórtico Encuentro de Ciencia Ficción.


Néstor Darío Figueiras, (Buenos Aires, 18 de noviembre de 1973), es un escritor, músico, productor musical e ilustrador aficionado argentino. Su producción literaria se enmarca principalmente dentro del género de la ciencia ficción, aunque también ha escrito obras de terror y fantasía.

Sus cuentos pueden leerse en algunas de las más prestigiosas publicaciones digitales dedicadas a la ciencia ficción, la fantasía y el terror: Necronomicrón, Axxón, NGC 3660, NM, Aurora Bitzine, Alfa Eridiani, miNatura, Crónicas de la Forja, Papirando; así como en varias publicaciones en papel: Ópera galáctica, Sensación!, Présences d’esprits, Próxima, Galaktika, entre otras. Editorial Dunken publicó en su antología 2005 “Los rostros y las tramas” su minicuento “La caverna”. También ha sido seleccionado su relato “Bendita” para formar parte de la antología de autores argentinos contemporáneos de ciencia ficción que ha publicado la revista virtual Alfa-Eridiani. Asimismo se desempeñó como coeditor de Crónicas de la Forja,​ publicación virtual del Taller literario Forjadores, del cual fue colaborador. Varios de sus relatos han sido traducidos al francés, al catalán, al italiano, al húngaro y al griego. Y ha publicado dos libros de cuentos a la fecha: «El cerrojo del mundo está en Butteler» (Editorial Textos Intrusos, 2016) y «Capricho #43» (Peces de Ciudad Ediciones, 2017).

Como curiosidad podemos citarlo afirmando que algunas de las creaciones del Hacedor de estrellas de Stapledon son universos musicales. Ya veremos qué razones lo asisten para afirmar tal cosa.

Ha publicado en Axxón; en Ficciones: «RUMORES» EN «FICCIÓN BREVE (9)» (nº 151), «47 – HASTÍO» EN «CUENTA REGRESIVA (II)» (nº 180), «56 – ABUSO DE LOS FX EN EL CINE EXTRANJERO» EN «CUENTA REGRESIVA (II)» (nº 180), DREAMTHEATRE (nº 185), REALITY (nº 187), MISIÓN DIPLOMÁTICA (nº 192), «LA HECHICERA Y EL GUERRERO» EN «FICCIÓN BREVE (CINCUENTA)» (nº 199), «ALBERGUE TRANSITORIO» EN «FICCIÓN BREVE (CINCUENTA Y CINCO)» (nº 204), «LA INUTILIDAD DE LA PROSPECTIVA» EN «FICCIÓN BREVE (SESENTA Y NUEVE)» (nº 236), «REPORTE» EN «FICCIÓN BREVE (SESENTA Y NUEVE)» (nº 236), PLAYLIST (nº 285), ŽELVA (nº 285), EN EL MUSEO DE LOS SUEÑOS VERDADEROS (nº 285), LA CIMA (2030) (nº 297)

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