Revista Axxón » La canción de Maguerra, Alejandro Alonso (Novela, parte 5) - página principal

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5. Landrú se fue a Maguerra

 

A los 80 años, el dibujante Juan Carlos Colombres, conocido como Landrú, mantiene su estilo y marca qué diferencias hay entre el humor que se hacía en la época de sus comienzos respecto de la actual.

El balance viene a cuento porque la Legislatura porteña lo acaba de declarar ciudadano ilustre, en reconocimiento a su trayectoria.

«Ciudadano ilustre significa ser ilustrado, pero yo leo una noticia en un diario y la misma en otro, y resultan diferentes. Esa desinformación me lleva a considerarme un desilustrado. De modo que creo que han cometido un error, pero prometo luchar para llegar a ser ilustradísimo.»

—«Landrú, un surrealista del humor», La Nación,Buenos Aires, 7 de agosto de 2003

 

El mago cantó.

Las submelodías de los ritmosonantes solían ser indescifrables, pero ahora Triste las comprendía. ¿Cómo era posible? No tenía la más vaga idea.

El mago quería que lo acompañase. El significado del pedido era tan evidente que por un maguerra-uh Triste no supo qué hacer.

Lo siguió.

Los legos de Triste operaban más eficientemente. Las estructuras que se formaban en el ateté frontal eran más profundas y definidas. Grutas, pasajes estrechos, cráteres filosos, burbujas de vacío —allí, los habílegos ritmosonantes construían sus marcapasos—, minibosques linoides, desniveles, túneles… De no ser por aquella expansión de sus sentidos, Triste habría rehusado navegar por un territorio tan inaccesible.

Al principio, Triste no comprendió el origen de su agudeza perceptiva, pero luego fue evidente. La canción menor del marcapasos aumentaba el rango sensorial de los legos y despejaba el sentido de las frases que el ritmosonante le cantaba para orientarlo. También servía como santoyseña a las memorias ocultas. Ahora recordaba perfectamente las otras veces que había visitado los pabellones TEGido y ritmosonante.

—¿Qué es esta canción menor? —preguntó Triste con una voz que no parecía la suya—. ¿Por qué todo lo que me rodea se manifiesta tan nítidamente?

—Esa canción que tienes es muy antigua —dijo el ritmosonante crípticamente—, pero de ninguna forma es una canción menor.

El mago se internó en el bosque de linoides que protegía su pabellón y cantó.

Triste sólo podía percibir fragmentos de la submelodía, pero aun con esos fragmentos el santoyseña tenía cabal sentido. El mago lo invitó a pasar.

—¿Cuál es el nuevo santoyseña del nido? —preguntó el mago.

Triste lo cantó:

 

Partió de Buenos Aires.

Qué dolor, qué dolor, qué pena.

Partió de Buenos Aires, que ya no existe más.

Obladí, obladá.

Que ya no existe más.

 

—¿Y cuál era el anterior?

Una vez más, Triste cantó. Le explicó que ese santoyseña ya no servía, que podía ser burlado por el nuevo vástago mixto.

—Todos los santoyseñas sirven —dijo el mago—. LaSaga de los Johnsonsólo tiene 2.401 estrofas. Son muchas, pero no son incontables. Las submelodías de paso sólo pueden ser escogidas a partir de ese limitado repertorio.

Lo que decía el mago era verdad. Ahora Triste recordaba que René Johnson había elegido las estrofas de la Saga para sintonizar a los linoides. Sólo un Johnson podría conocer al dedillo la historia del clan. Sin embargo, con el tiempo, el significado de los santoyseñas se había perdido.

Para demostrar su punto, el mago cantó un extenso fragmento de aquella saga. Lo fue desglosando, estrofa por estrofa.

 

Landrú se fue a Maguerra.

Qué dolor, qué dolor, qué pena.

Landrú se fue a Maguerra y no sé cuando vendrá.

Obladí, obladá.

No sé cuándo vendrá.

 

Partió de Buenos Aires.

Qué dolor, qué dolor, qué pena.

Partió de Buenos Aires, que ya no existe más.

Obladí, obladá.

Que ya no existe más.

 

Triste comprendía. Aquel sonsonete electromagnético hablaba de un despejador llamado Landrú Johnson. Se preparaba para una batalla.

Landrú provenía de un pabellón llamado Buenos Aires, pero ese lugar ya no existía.

 

La brújula engañosa

(¡qué dolor, qué dolor, qué pena!)

marcaba al sur el norte, y el norte ¿dónde está?

Obladí, obladá.

¿El norte dónde está?

 

La Saga transcurría en el límite del Tiempo Insondable, en los primeros días del clan Johnson. Aquella era prehistórica terminaba precisamente con la inversión de los polos magnéticos del satélite Johnsonsbaby.

La Saga contaba que Landrú se había perdido a causa de la inversión en el campo magnético de su mundo. Triste apenas podía especular sobre aquella desorientación mayúscula.

A la inversión de los polos le había seguido la guerra magnética.

Maguerra.

Los clanes invadían territorio ajeno, reclamando como propio lo que jamás habían tenido.

Fue en esa época turbulenta que los magos ubicaron el origen de la Canción: un punto inmaterial que flotaba más allá de la superficie del Mar de Scholl. Lo bautizaron Maguerra porque creyeron que aquellas guerras de dominio habían sido causadas por los cambios de la Canción.

Al principio, Maguerra fue concebido como un ente volitivo, capaz de reflexión. Con el tiempo, los doctores del espacio y del tempo infirieron que Maguerra no imponía su voluntad. Acaso apenas condescendía a manifestarse como un metrónomo infalible.

De Maguerra sólo conocían la Canción, y había sido siempre la misma. El trastorno estaba en los ecos de la Canción. Lo que estaba cambiando era Johnsonsbaby.

Al final, los doctores descubrieron que, con la inversión del campo magnético del satélite, las referencias magnéticas que usaban para delimitar los territorios habían cambiado. Era natural que hubiera disputas territoriales.

La guerra magnética había sido un gran malentendido.

Los doctores de diversos clanes se abocaron a la descomunal tarea de cartografiar los nidos, pabellones, mares y ríos, usando como referencia patrones morfológicos, de tempo y de distancia, en lugar de los poco fiables ecos magnéticos de la Canción.

Con el correr de miles de viajes redondos, una vez estabilizada la inversión magnética del satélite, los clanes volvieron a guiarse mediante los bemoles de la Canción, y así se seguía haciendo.

El mago siguió cantando. Las memorias de Triste continuaron aflorando.

 

Peleó contra los yanquis.

Qué dolor, qué dolor, qué pena.

Peleó contra los yanquis, en Puerto San Julián.

Obladí, obladá.

En Puerto San Julián.

 

El agua y el petróleo.

Qué dolor, qué dolor, qué pena.

El agua y el petróleo, nos vienen a quitar.

Obladí, obladá.

Nos vienen a quitar.

 

Varias temporadas antes de la guerra, el clan Janki había invadido el nido Johnson y se había quedado con los recursos familiares: evereadys, herramientas, armas.

Al final de la Maguerra, los invasores Janki retuvieron los pabellones de Buenos Aires y Puerto San Julián. Diezmados como estaban, los Johnson tuvieron que resignarse.

Migraron hacia el norte del Mar de Scholl y allí se establecieron. Todavía faltaban cuatro generaciones para que se escindiera René Johnson, el inventor de la pulvicultura linoide.

 

Landrú cayó en Maguerra.

Qué dolor, qué dolor, qué pena.

Landrú cayó en Maguerra y no puede recordar.

Obladí, obladá.

No puede recordar.

 

Está preso en Ushuaia.

Qué dolor, qué dolor, qué pena.

Está preso en Ushuaia, lo van a reeducar.

Obladí, obladá.

Lo van a reeducar.

 

Sin nombre y sin pasado.

Sin dolor, sin dolor, sin pena.

Landrú resucitado muy pronto volverá.

Obladí, obladá.

Y muy feliz será.

 

Triste le pidió al mago que repitiera las tres estrofas. Definitivamente no recordaba esa parte de la saga. Una vez más, Triste se encontraba con experiencias nuevas. Tres veces en menos de un ciclo era una exageración. ¿Qué más se tendría guardado aquel mago?

El ritmosonante repitió las estrofas. Triste lo interrumpió antes de que terminara.

—No conocía esta parte de la saga —dijo—. Ignoraba que Landrú hubiera sobrevivido.¿Tuvo escisiones posteriores?

—Evidentemente —dijo el mago—. El troncal de Landrú soy yo.

 

 

Viajes redondos: cero. Estaciones: cero. Temporadas: cero. Ciclos: siete. Corpus: uno. Dentis: diez. Pedígitus: seis. Manus: dos. Maguerra-uhs: ocho y contando…

Segundo Jotajota —que antes había sido Jotajota Johnson, el vástago más joven de Charles— avanzaba hacia el sur, por territorio salvaje. Hacía varios ciclos que había atravesado la frontera Johnson, colándose por un pasaje bastante estrecho entre el pabellón de los habílegos y el territorio de los magos. Varios centenares de maxlongis a su derecha, el territorio del clan Janki. A igual distancia, pero a su izquierda, las trampas Jensen.

Segundo daba voz al mar de polvo por delante de los legos frontales, pero el mar retrucaba, argumentaba, se oponía al avance. El terreno había cambiado drásticamente.

Las rutas más transitadas del Mar de Scholl solían ser regulares: el movimiento precipitaba hacia el fondo las partículas más pesadas y erosionaba las aglomeraciones más densas. En las rutas del clan todo era fluido. Sólo los ríos mantenían cierta estabilidad, pero allí jugaban otras fuerzas.

Por el contrario, el territorio que Segundo transitaba ahora se revelaba inhomogéneo, abrasivo, insondable.

Cambió la cota de navegación, elevándose casi un xisco en dirección hacia la superficie. Un xisco equivalía a la séptima parte de un maxlongi, que a su vez era el tamaño máximo alcanzado por un johnson adulto. Ese espécimen extralargo había sido Anaconda Johnson, unas treinta generaciones atrás. Anaconda había mantenido la abstinencia reproductiva a fin de lograr un tamaño récord. Fue el último de su estirpe.

Maguerra-uh. Maguemaguerra-uh-uh. Maguerra-uh. Maguerraguerra-uh. Maguerrarra-Maguerra-uh…

Entre un peldaño y el siguiente, los ecos de la Canción podían languidecer, morir y renacer en toda su lastimera nitidez. No, no eran los ecos: era la Canción misma. Progresaba con torpeza, comprimiendo el tempo, estirándolo, repitiéndose en un monumental tartamudeo, retomando la pauta sincopadamente y a contraescama del tempo. La marcha de Segundo, y aun la emisión de submelodías de avance, se volvían más difíciles con cada maguerra-uh que pasaba.

Para peor, el ateté en formación flipaba hacia Oblivion. Aleatoriamente, se activaba y pretendía girar. Al recuperar el control, el ateté frontal tenía que corregir el rumbo. Semejante ida y vuelta hacia que las maniobras fueran sucias, ineficientes: cuarenta y nueve peldaños hacia adelante, veintiuno hacia atrás.

Ascendió otro xisco y torció el rumbo hacia el suroeste.

Sondeó la ruta, pero el mar de polvo sólo emitía rumores metálicos y espasmos grumosos. Los obstáculos se resistían a manifestarse hasta que era demasiado tarde como para esquivarlos eficientemente.

Se detuvo.

Activó el ateté trasero y le indicó que avanzara hasta situarse a la misma altura que el frontal. Al terminar la maniobra herradura, los dos atetés quedaron a un xisco y medio de distancia.

Con menguada energía, dio voz al mar usando ambos atetés.

Esta vez el mar respondió adecuadamente. El mapa en tres dimensiones era profundo y con la suficiente nitidez como para entender que el territorio seguía así por varios maxlongis, hasta donde alcanzaba el sondeo.

Ajustó el rumbo.

Maguerra balbuceaba. El ateté en formación flipaba. El espacio y el tempo se retorcían engañosamente para inducir el regreso al nido.

Segundo no tenía opciones: no podía volver.

Deseó ser mago ritmosonante, pero sólo era pulvicultor.

Mejor dicho, había sido.

 

 

Landrú Johnson era excéntrico. Probablemente no más excéntrico que otros magos ritmosonantes, pero la experiencia de Triste era limitada en ese aspecto. Vivir en ausencia de la Canción hacía que estos johnsons degeneraran en una forma sutil pero acumulativa. Capa sobre capa de excentricidad daban como resultado pensamientos extraños, reflexiones sin sentido para el resto de los congéneres. Una trémula decadencia que golpeaba hasta lo más profundo del canal de backup.

Ambos estaban en tolkienring, sincronizados por el nuevo marcapasos de Triste. El tolkien corría acompasadamente por los canales de backup y los legos.

Como sólo eran dos, usaban un protocolo Simón- Limónsimplificado, que no incluía la dirección del destinatario.

—Simón dice:Estuve allí, Triste Johnson. Estuve en la Maguerra. Los Janki nos emboscaron en un río, a cuatrocientos maxlongis de Puerto San Julián. Nos capturaron usando trampas disociativas. Dijo.

—Dice:¿Cómo funcionan? Dijo.

—Simón dice:¿Quién dice? ¿Qué dijo? No entiendo. Dijo.

—Limón dice:Perdón, hace mucho que no estaba en un tolkienring. —Triste repitió la pregunta—: ¿Cómo funciona? Dijo.

—Simón dice:Obligan a la víctima a ir en una dirección determinada. Al principio de la trampa, se construye una columna de materia enriquecida con metales, un río vertical. Sigue.

—Paso.

—Simón dice: A unos seis xiscos de distancia se arma otra columna similar. Una vez dentro de la trampa, la víctima queda con un ateté cerca de cada columna. Entonces inducen canciones menores diferentes en cada extremo. Dijo.

—Limón dice: Tiene sentido. Los atetés flipan a Oblivion. Dijo.

—Simón dice:Evidentemente. Y si se permanece el tiempo suficiente, como fue mi caso, se pierde la noción del tempo y la Canción. Sigue.

—Paso.

—Simón dice:Poco a poco, con el correr de las temporadas, van reduciendo la diferencia entre las canciones menores de cada extremo, hasta que la vuelven una sola. Una canción menor más rápida que la Canción y mucho más potente. Dijo.

—Limón dice:¿Temporadas? —Triste desconfiaba del bloque de información que había recibido—. Temporadas es mucho tempo. Dijo.

—Simón dice:Evidentemente. Fueron temporadas en lo que a mí respecta. Nunca sabré cuánto fue. La consecuencia es que ya no pude sintonizar las memorias de la canción de Maguerra. Algo parecido a lo que te pasará a ti cuando salgas de este nido… El clan Janki me reprogramó y durante un tiempo estuve con ellos. Dijo.

—Limón dice:¿Y cómo era esa canción menor? Dijo.

—Simón dice:Un poco más rápida que la Canción. Apenas. Pero lo que hace insondables las memorias, además del cambio en el tempo, es una alteración subjetiva de los ábacos personales. Sigue.

—Paso.

—Simón dice:Los Janki cuentan el tempo de una forma distinta. Dijo.

—Limón dice:No tiene sentido. Dijo.

—Simón dice:Sí lo tiene. Ellos descubrieron la canción de Maguerra demasiado tarde, o se olvidaron de ella. Tal vez vivieron mucho tiempo en jaulas de Faraday, y eso los llevó a inventar marcapasos como ése que tienes. Dijo.

El tolkien dio varias vueltas sin que ninguno de los johnsons lo usara.

—Simón dice: Tienen una leyenda. Cuenta que un habílego Janki capturó una danaus, una entidad de la Superficie. La sintonizó, y la envió a recorrer el mundo para demostrar que todos los caminos eran circulares. Sigue.

—Paso.

—Simón dice:La danaus hizo el recorrido dos veces, siempre en la misma dirección y a una velocidad mucho, mucho, mucho mayor que la que pueden alcanzar los johnsons. Sigue.

—Paso.

—Simón dice:El johnson de la leyenda dividió cada recorrido en cuadrantes, porque las danaus tienen cuatro juegos de ventosolares. Imaginó que cada cierto tiempo cambiaría de ventosolar. Y a su vez dividió esos cuadrantes en tres, que es la cantidad de veces que la danaus tocó la Superficie por cada cuadrante. Por cada descenso, recogía una muestra de la Superficie, a modo de comprobación. Sigue.

—Limón dice:No creo que una danaus tenga inteligencia suficiente como para tomar muestras o volar de una forma determinada. Dijo.

—Simón dice: ¿Acaso no somos capaces de sintonizar linoides? Todas las criaturas están animadas por alguna canción, sólo es cuestión de encontrar la submelodía correcta y aprender a cantarla. Las danaus son criaturas elementales, sí, pero tienen sensibilidad e incluso racionalidad incipientes. Y ciertamente responden a una canción. Dijo.

Triste Johnson no quiso seguir la discusión. No tenía argumentos. Si una canción menor, como la del marcapasos, era capaz de ampliar su percepción del mar y de abrir un paso hacia las memorias perdidas, ¿qué no podría hacer la canción de Maguerra o cualquier otra con una simple danaus?

Con todo, la historia del mago le seguía pareciendo falsa.

—Limón dice: Tampoco creo que un johnson se haya atrevido a desafiar el Vacío Superficial. Dijo.

El mago ignoró el comentario.

—Simón dice: Cuatro cuadrantes por tres descensos por dos viajes. Los dos recorridos circulares de la danaus quedaron divididos en veinticuatro horas. Dijo.

—Limón dice:¿Horas? ¿Más mentiras? Dijo.

—Simón dice: Son ficciones, leyendas. Pero todos vivimos creyendo recordar algo más allá del Tiempo Insondable, aunque sabemos que es imposible. Como sea, los ábacos del tempo que usan los Janki son distintos de los nuestros. Dijo.

—Limón dice:¿Cómo son? Dijo.

—Simón dice: Sesenta segundos son un minuto. Sesenta minutos, una hora. Veinticuatro horas, dos recorridos cerrados, o sea: un día. Trescientos sesenta y cinco días y algo más, un año. El año tiene cierta similitud con nuestro viaje redondo, pero dura mucho menos. Diez años, una década. Diez décadas, un siglo. Dijo.

—Limón dice: No tiene sentido. Dijo.

—Simón dice:Sí lo tiene. Ellos construyeron marcapasos, que llaman relojes, para contar el tiempo, y ahora son sensibles a otras canciones mayores que no son la Canción. Es sólo una leyenda, una especulación. Dijo.

—Limón dice:No tiene sentido…

La submelodía de oposición de Triste era resistente, parecía la misma en cada turno: Landrú enviaba información, Triste la negaba.

—¿Quieres decir que ellos pueden percibir, comunicarse y moverse sin necesidad de la Canción? Dijo.

—Simón dice: Ellos son yo. Llevo en mis atetés las memorias de cincuenta y dos generaciones Janki. La evidencia de todo lo que niegas está ante tus legos: muchos magos y TEGidos vivimos al margen de la Canción, y nos ejercitamos progresivamente en el arte de vivir sin ninguna canción. Sigue.

—Limón dice:¡Vivir sin…! Perdón. Dijo.

—Simón dice:No es fácil, no lo hemos logrado. De hecho, hemos perdido la capacidad de comunicarnos francamente con otros johnson, necesitamos marcapasos. Por eso no salimos de nuestros territorios más que lo necesario, y sólo asistimos a tolkienrings. Pero eso también le da ciertas ventajas muy importantes al clan. El clan necesita que hagamos esto. Dijo.

—Limón dice:No tiene sentido. ¿Por qué el clan querría aprender a vivir sin la Canción? ¿Por qué necesito yo vivir sin la Canción? Dijo.

—Simón dice:Para no morir. Dijo.

—Limón dice:¿Morir? Dijo.

—Simón dice:Es una palabra que usan los antisincrónicos: perder energía, desacelerarse y al final quedar inerte como un extranjero enredado en un bosque de linoides. Dijo.

—Limón dice:No tiene sentido. Dijo.

Landrú tocó con sus legos un costado de Triste, precisamente donde la canción menor latía con más fuerza.

—Simón dice:Este marcapasos está inspirado en la Canción original y, ya puedes percibirlo, es más vigorosa, más estimulante que la que Maguerra canta hoy. Dijo.

El tolkienring dio seis vueltas sin que nadie lo usara. Landrú habló.

—No hace falta que lo preguntes, ya lo sabes: Maguerra está muriendo.

 

 

Viajes redondos: cero. Estaciones: cero. Temporadas: cero. Ciclos: siete. Corpus: cuatro. Dentis: veintiuno. Pedígitus: cinco. Manus: tres. Maguerra-uhs: ocho y contando…

Segundo Jotajota avanzó con dificultad un centenar de maxlongis y se detuvo.

Le dio voz al mar y el mar le respondió con un jadeo. Un jadeo electromagnético. Su propio jadeo, a fin de cuentas.

No le quedaban tripleas de energía, no había ríos en varios maxlongis a la redonda y todavía tenía muchos ciclos de marcha por delante.

Hizo lo único que parecía razonable: subir. Tal vez encontrara una cota de navegación donde la Canción fuera más vigorosa. Todas sus expectativas estaban cifradas en que la Gran Inducción de Maguerra le ayudara a avanzar los últimos maxlongis.

Esta maniobra no estaba exenta de riesgos. La Superficie era peligrosa.

Intentó ubicar entre las memorias Jensen alguna advertencia sobre el territorio por el que avanzaba, pero el ateté en formación flipaba sin decir nada coherente.

Había cometido un error. Un error gravísimo. Segundo Jotajota sabía que mientras fuera vástago, sería vulnerable. Sabía que los estados melódicos necesitaban equilibrarse para que la personalidad y las memorias se volvieran estables. Y sin embargo había partido. Se había alejado de un peligro conocido, sólo para internarse en otro mucho más vasto e insondable.

¿Por qué no había pedido ayuda a su pabellón?

¿Por qué no se había mantenido al margen en las ruinas circulares del nido Buenos Aires?

Estaba abandonado a su suerte y era tan vulnerable como su hermano, el troncal de Charles, probablemente inerte a esta altura de la Canción.

Se preguntó si su imprudencia estaría relacionada con la personalidad impuesta por el ateté Jensen. Sólo ahora que aquel ateté flipaba era conciente de las muchas alarmas mnemónicas que había ignorado a sabiendas.

Cualquier reflexión en este sentido quedaba abierta, abortada. La línea de razonamiento que llevaba de un punto al otro, las relaciones entre causa y efecto, las premisas que cimentaron la huida, parecían coherentes hasta que se las convocaba. Entonces sobrevenía el silencio. Las causas últimas estaban detrás de una insondable pared mineral.

El ateté en formación flipaba hacia Oblivion, pero el veneno ya había sido inoculado.

Tenía que volver. Advertir a los otros.

En cuanto recuperara la energía, amputaría el ateté trasero. No sobreviviría más que unos pocos ciclos a la operación, pero probablemente eso le permitiera llegar a los ríos fronterizos del clan para cantar su verdad.

Maniobra.

El ateté en formación tomó el control.

¿Era necesario amputar?

¿No sería mejor estar totalmente funcional? Al fin y al cabo, el daño ya estaba hecho.

¿Y para qué volver?

Mejor sería completar el desarrollo lejos del clan Johnson y enfrentarlo sólo cuando tuviera las fuerzas y el apoyo necesarios. El plan era coherente: tenía que sobrevivir, hacer prosperar el clan Jotajota —para lo cual necesitaba ser fecundado en los campos minados de los Jensen— y finalmente mediar entre ambos clanes.

Un tolkienring interclanes para que todos entendieran. Era un buen plan.

La Canción ya era más fuerte y coherente.

Segundo siguió subiendo con energía renovada, pero advirtió que iba en dirección contraria a los macizos de Gruyère.

Maniobra.

El ateté Johnson tomó el control. La idea de un sacrificio en pos de un futuro ajeno e insondable era nueva. Nadie que se hubiera perdido en el Gran Silencio podía transmitir esa memoria a las generaciones siguientes. El Gran Silencio era el final de la estirpe, de las memorias generacionales, de los rasgos individuales que animaban la existencia de los johnsons. Era la desconexión de la voluntad y los sentidos: un sondeo a la nada.

La desintegración química del cuerpo. La Canción dejaba de pulsar y los atetés entraban en una suerte de gran vacío.

Oblivion.

El sacrificio no tenía sentido para un johnson.

Y sin embargo…

Por primera vez se preguntó si el troncal de Charles habría asumido su Gran Silencio como un sacrificio. Si habría intuido la presencia del veneno Jensen. Lo que Segundo Jotajota había interpretado como un inevitable desequilibrio melódico podía ser un acto volitivo: un testimonio del peligro.

Abandonó la idea. Las especulaciones no lo llevarían de regreso al nido.

Escaló otros tres o cuatro xiscos muy lentamente.

Tenía que volver al nido.

Intentó una maniobra herradura, pero de repente comenzó a flipar. No era el ateté trasero, era la Canción.

Los legos dieron voz al mar y el mar delató decenas de manchas circulares que se acercaban a gran velocidad. Un cardumen de cumpas.

Los cumpas eran seres planos y pequeños en comparación con los johnsons. Habitaban en la Superficie, pues necesitaban la energía agonizante de Lux para completar sus procesos vitales. Sin embargo, para cazar y para huir de sus propios predadores, eran capaces de bajar varios xiscos, y se movían con gran agilidad.

Cazaban en tres tiempos. Rodeaban a cualquier johnson que tuviera el infortunio de cruzarse en su camino, ahogando la Canción para que ya no pudiera moverse. Se adherían a las escamas de su víctima, rompían la aislación y drenaban la energía. Finalmente, desgarraban el cuerpo, saqueaban las organelas y los conductores internos, y capturaban los legos.

Segundo Jotajota sabía que la Superficie era peligrosa. Otra alarma mnemónica ignorada. Un error aún más grave que los anteriores.

Lo último que supo fue que un silencio pavoroso había eclipsado su rítmico cielo de polvo.

 

 

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