Revista Axxón » «La máquina de sangre», Jack H. Vaughanf - página principal

¡ME GUSTA
AXXÓN!
  
 

ARGENTINA


Ilustración: Guillermo Vidal

 

 

El grito hizo que se le volcara el café. Estuvo un momento en silencio antes de volverlo a escuchar. Era un chirrido igual de terrible que su significado; una gárgara que hacía pensar en la desesperación de un mamífero atrapado por una dolorosa agonía. La resonancia se esparcía en oleadas por toda la casa, con una potencia sobrenatural debido a los ecos metálicos que generaba su hambriento pedido.

Se levantó del asiento sosteniendo el cuchillo que siempre usaba para la ocasión, y caminó hacia la habitación siguiendo el rastro del llamado. Cuando llegó al umbral, contempló la figura que comenzaba a asomarse por el hueco del suelo. Con la movilidad de un animal nervioso y descerebrado, aunque con una envoltura sólida que solo el metal dúctil puede brindar, ascendió demandante de la oscuridad del agujero, como si se tratara de una planta que crecía aceleradamente a la luz tenue de la habitación. En la cúspide del tallo metálico se erguía el enorme embudo de cuyo interior provenían los estruendosos sonidos, que por momentos bajaban sus decibeles para luego volver a retumbar con más ímpetu.

Empuñó el cuchillo con más fuerza y se acercó a la criatura que se retorcía en el aire. Extendió una mano por encima de la boca del embudo y, tras hundir el cuchillo sobre su palma, exprimió los chorros de sangre que cayeron dentro de la oscura rendija. La criatura se arrimó aún más a la fuente del alimento y comenzó a engullir con éxtasis voraz las oleadas del líquido que ingresaba y descendía por el tallo plateado hacia lo más profundo de la madriguera. Una vez saciada, regresó bruscamente por donde había venido, como si una fuerza la sorbiese desde el interior de la tierra.

Dejó caer el cuchillo y le temblaron las piernas. Tuvo que apoyarse en la pared para no desfallecer. Estaba llegando a sus límites. No podría ofrecerle ni una sola gota más la próxima vez que se presentase, sin acabar dando su vida. Tampoco podía huir muy lejos, pues no tenía las fuerzas para moverse; y aunque lo intentase, sería encontrado por la criatura que ya había adquirido el poder de desplazarse hasta donde quisiera. No era la voluntad lo que movía a ese ser mecánico, si podía llamarle ser a la cosa que había terminado con toda la vida en la tierra, a excepción de él.

Se quitó la remera con dificultad y la presionó sobre la herida que se había infligido. Lo único que podía hacer ahora era quedarse encerrado en su casa, cerca del hueco por donde la máquina solía aparecer y esperar una nueva visita. Una ofrenda más de su sangre le causaría el desmayo y la muerte. Se preguntó qué sucedería después, pues no se conocía la existencia de otro ser humano en la tierra que pudiera continuar alimentando el apetito incansable de la máquina de sangre.

Le hubiese gustado regresar a la cocina y servirse otro café, pero carecía de las fuerzas necesarias. El mareo a duras penas le permitía estar de pie, y probablemente ya había agotado todos los granos de la última provisión. Bajó la vista y contempló los múltiples cortes de su palma: su mano no era más que una desgajada fruta putrefacta, con las falanges colgando, con las líneas naturales abiertas y vaciadas de contenido.

Cerró los ojos y se vio a sí mismo de muy joven preguntándole a los mayores por qué debían lastimar sus manos para alimentar a aquella máquina.

«Así fue siempre».

Pero ninguno sabía la naturaleza real de la máquina de sangre, y tampoco estaban interesados en averiguarla. Jamás creyó que el mundo fuera así desde los inicios debido a las historias que escuchaba acerca del pasado, aunque todas diferían un poco entre ellas: no estaba claro si la función primera de la máquina había sido la comunicación, o si se había tratado de una fuente de energía que mantenía el mundo en constante movimiento. Sus primeras versiones se limitaban a fabricar en serie los objetos necesarios para mantener la existencia humana, y la versión que hoy demandaba su sangre con tanta voracidad no era como la primera, no en esencia. Sabía, o sospechaba, que desde su creación la máquina no había conservado siempre las mismas formas. Según había leído, la primera estructura no era muy diferente a un motor más grande de lo común, y la habían enterrado en algún lugar cercano a la Antártida, aunque nunca supo el porqué. Supuso que algún beneficio le había traído a la humanidad durante las épocas iniciales, y alguna fatalidad la había hecho mutar. No pasó mucho tiempo para que comenzara a surcar los continentes y adquiriera las pulsiones básicas de todo ser vivo. Jamás se supo si había algún tipo inteligencia tras sus movimientos, o si la mera expansión desmedida constituía su objetivo primordial. La sangre la hacía crecer más y más, y era como el combustible para todo motor.

La población comenzó a reducirse sobre la superficie terrestre a la par del crecimiento exponencial de la máquina. No sabía si habían existido intentos para detener el drenaje, aunque de existir, sus resultados eran más que evidentes. Él había nacido en la última época, la más desinformada de la historia, y se encontraba a una vasta distancia de los orígenes del problema que los seres del hoy habían heredado del ayer.

Había comenzado por demandar su sangre una vez por semana, cuando lo normal hubiera sido una ración por mes. Y luego comenzó a exigírselo a diario, sin darle tiempo a recuperarse de las últimas sangrías. Fue entonces cuando supo que los hombres estaban desapareciendo de la faz de la tierra. La máquina ya no tenía las cantidades suficientes para saciar su sed y los pocos que quedaban debían cubrir con sus propias venas la sangre de los corazones que habían dejado de latir. La última vez que salió a la calle no pudo encontrar rastros de vida, las comunicaciones eran nulas, ningún aparato electrónico recibía señal. Lo último que había escuchado por la radio fue una serie de oraciones que esperaban llegar a todas las almas necesitadas de alivio. Al final de estas transmisiones, una voz pedía que nadie dejara de ofrecer el sacrificio de sangre, pues la insatisfacción de la máquina podía perjudicar a quienes seguían luchando para vivir. Él, solo e impotente, creía oírlas mientras un tiempo acelerado consumía sus fuerzas y le devoraba sus esperanzas.

Nadie le dijo nunca qué podía ocurrir si le negaban el pedido a la máquina de sangre. Pero siempre estuvo claro que se cuidaban de algo más terrible que un corte en la mano.

Se preguntó si la criatura ya sabría que aquellos eran los últimos reservorios que le quedaban, y si previsoramente estaría disfrutando del último manjar, devorándolo en pequeñas porciones.

Cerró la mano que tenía deshecha por los cortes, tomó el cuchillo del suelo y se arrimó nuevamente al hueco. Desde hacía tiempo todo hogar tenía un agujero en alguna habitación, era algo tan común como tener instalaciones en un baño. Se dejó caer enfrente del hueco, inclinó la cabeza hacia la oscura profundidad: un abismo hacia ninguna parte, un abismo donde la luz no se atrevía a ingresar

Se empapó de sudor. La falta de oxígeno lo mareó y esperó inmóvil por su recuperación. Comenzó a notar una seguidilla de sonidos que provenían de la oscuridad, el suelo tembló, el calor de un potente respiro ascendió y un aliento sofocante lo obligó a echarse para atrás. Después de un silencio, oyó el horrible chillido creciendo en volumen hasta que invadió la habitación con su ensordecedor grito metálico. Desde la oscuridad apareció un destello plateado, y la figura alargada se irguió como una cobra, agitándose con su infernal sonido. Ladeó su embudo hacia el último bocado que tenía enfrente.

Se incorporó involuntariamente, impulsado por el pavor que le ocasionaban esos gritos. Como un reflejo, apoyó el filo del cuchillo sobre su muñeca y comenzó a trazar el arco más profundo del que era capaz con las pocas fuerzas que le quedaban, suficientes como para desconectar varias venas que afloraron derramando la sangre. La extendió en el aire, pero en vez de acercarse, decidió retroceder unos pasos, alejándose del embudo que había arrimado su boca para recibir el suculento manjar. Sus fuerzas todavía le permitieron retroceder un paso más, mientras su vida empapaba el suelo de color rojo, formando un charco inalcanzable para aquella boca que todo lo tragaba, y cuya longitud no alcanzaba a atrapar gota alguna pese a sus intentos por tomarla.

Si aquella bestia lo deseaba, tendría que venir a buscar sus últimas gotas de sangre. Cayó rendido, de espaldas, con la sensación de ser inalcanzable. Presionó su remera en la herida para detener la hemorragia. La criatura que se agitaba enfrente de él intentaba alargarse, se tensaba como un hilo de metal profiriendo gritos y escupiendo un caluroso aliento de impotencia y furia.

Las venas se le vaciaban, pero mantuvo la vista firme, pues temía no llegar a presenciar la tan esperada tragedia.

Los ojos comenzaron a pesarle mientras contemplaba el oscuro interior de la boca que intentaba acercase al líquido que manaba de sus venas. Entonces el embudo descendió al suelo con suavidad y los gritos callaron súbitamente. Desde la oscuridad se perfiló una siniestra figura, alargada y con rostro humano. La vio asomarse y convertirse en una imagen borrosa. Un rostro de carne rojiza empujaba los bordes desde el interior del embudo, lo hacía desesperadamente con ayuda de una serie de zancas en fila que usó para escapar de la abertura. Irrumpió y aterrizó en el suelo como un ciempiés brilloso de humedad. Se desplazó ligeramente hasta llegar a los charcos de sangre y hundió el rostro en ella para sorberla con voracidad.

 

 


Jack H. Vaughanf nació en Buenos Aires en 1993. Es estudiante de Psicología en la Universidad de Buenos Aires. Desde muy joven le gusta escribir, principalmente poesía, cuentos cortos y guiones.

Esta es su primera obra publicada en Axxón.


Este cuento se vincula temáticamente con LA BESTIA Y LOS TRES CERDITOS, de Cristian Acevedo; BICHARRACO, de Ignacio Román González y SUPERVIVENCIA, de Jorge Pradella.


Axxón 254 – mayo de 2014

Cuento de autor latinoamericano (Cuento: Fantástico : Terror : Seres fantásticos : Supervivencia : Argentina : Argentino).

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