Revista Axxón » «Oniromante – ONCE (Epílogo): Puerto Melancolía», Víctor Conde - página principal

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ONCE (epílogo)

Puerto Melancolía

 

El policía no tuvo reparos en dejar entrar a Ladyé en el hangar, y menos cuando ella le presentó los documentos de propiedad de su nueva nave.

Se trataba de una vieja saltadora, medio desvencijada pero aún operativa, cuyo nombre era Dura Luz. Ladyé no había decidido aún si se lo iba a cambiar o lo conservaría. Si lo cambiaba, tendría que pensar en uno que realmente sonara bien, y que además transmitiera algo: un mensaje, una idea, una descripción implícita.

Algo bonito.

Entró taconeando en el vasto espacio del hangar. Los robots zánganos revoloteaban en torno a las pilastras de control, drenando matemática del espacio para verificar los sistemas de las naves estacionadas. La Dura Luz no era ni más grande ni más bella que las demás, pero tenía algo especial. Tal vez la promesa de un viaje a las estrellas. Eso, por sí solo, bastaba para que cualquier pedazo de chatarra destacase como un faro en la noche.

Habían pasado varias semanas desde que las navesluz partieron, y Noir con ellas. Visnú todavía estaba recuperándose en el hospital, aunque se rumoreaba que temía salir de allí por temor a lo que Ladyé pudiera hacerle como castigo por su necedad. ¿A quién se le ocurriría un plan tan estúpido como convertirse en un pájaro de fuego y lanzarse al vacío? ¿Qué persona se sentiría inspirada por algo así?

Puede que hubiera algunas, después de todo, pues en el camino hacia el astropuerto Ladyé se había tropezado con algo que no se veía en Margen desde hacía décadas: pintadas en las paredes, trazos sucios en los callejones, mensajes en la piedra. Más que palabras, dibujos de palabras; ideas volcadas en criptogramas visuales que, sin excepción, hacían referencia a un hombre que volaba con alas de fuego.

Nunca sabrían si Visnú había iluminado al piloto antes de su eterno viaje al Lejano, pero desde luego sí que lo había conseguido con unos cuantos jóvenes inquietos de los bajos fondos que, tal vez, después de aquello no se instalarían ninguna Ópera. O retrasarían el proceso unos cuantos años, lo justo como para alimentar un poquito la chispa de la creatividad en sus atrofiados cerebros.

Era una posibilidad, aunque bastante remota: nadie abandonaba un futuro laboral por los claroscuros de un triste sueño.

Por lo pronto, las pintadas estaban ahí. Hasta que los conejos las borraran servirían de guía para otros. Y puede que más de uno alzase sin querer la vista al cielo, algún día, para buscar al hombre pájaro. Eso sí que sería un triunfo.

El interior de la nave seguía estando como lo recordaba. Era un útero acogedor e impenetrablemente tecnológico, que llevaba siglos (aquellas naves eran muy, pero que muy viejas, y se fabricaban para durar aún más) acumulando secretos. ¿Sería capaz de extraerlos? En cuanto encontrase a un piloto retirado que quisiera trabajar en su empresa (¿Slad?), buscaría al golfo de Visnú y lo ataría al diván de aceleración.

Luego partirían, en un viaje mucho más corto que el de Noir pero igual de gratificante. Abandonarían la ciudad de Margen, no para siempre, y visitarían los anillos de radiación de Samtria, o el cúmulo de pastos abiertos de Kleiminy, desde donde se podía gozar de una vista exquisita del racimo de lentes gravitatorias de la frontera.

Daba igual el rumbo; una vez estuvieran arriba, la sensación de libertad sería la misma. Margen cambiaría de nombre y sería rebautizada como Puerto Melancolía, pues retornar a sus avenidas sólo serviría para ver a los amigos y recordar tiempos pasados.

Así es como Ladyé quería tener al mundo: muy lejos y difuminado entre nieblas, por debajo de sus pies. Visnú había volado y muchas bocas se abrieron de asombro al verlo. Ella apoyaría una mano contra la ventanilla y observaría el disco de la galaxia apoyado en su carne, girando lentamente, descansando sobre sus anhelos con infinita majestad.

Este era el sueño de Ladyé. El único que la acompañaba desde la infancia casi cada noche, y que seguiría haciéndolo hasta el día de su muerte.

 

Poder volar allí.

 

 


Víctor Conde nació en Santa Cruz de Tenerife (Islas Canarias, España), en 1973.

Sus referentes clave dentro del género han sido los grandes escritores norteamericanos, modernos y clásicos. Destaca a Arthur Clarke, Dan Simmons y Greg Egan, pero no se alimenta solo de ciencia ficción. La poesía de William Blake o los mundos de geometría oculta de los surrealistas también le fascinan. Se ha inspirado además en autores españoles como Ángel Torres Quesada o Arturo Pérez Reverte

Tras ganar el premio Minotauro 2010, ha seguido publicando ciencia ficción y fantasía, alternándola con el género del terror. Con Minotauro publicó en 2011 “Hija de lobos”, un relato de horror gótico emplazado en el siglo XIX, y la trilogía juvenil de los “Heraldos” con la editorial Hidra, con gran éxito de crítica. “Ecos», su última novela, es Finalista al Premio Celsius de Ciencia Ficción y Fantasía.

Oniromante se enmarca dentro de las CRÓNICAS DEL MULTIVERSO.

En Axxón ha publicado: LA ASOMBROSA HISTORIA DE ENRIQUE Y EL HORROR TENTACULAR DE VENUS, EL ARCHIVISTA, EFECTO CAMPO, EMPALME EN LA CINTA DE MOEBIUS, YSOBELT Y LOS VISIONAUTAS, EL ÁGUILA TATUADA, LA HABITACIÓN OSCURA, LA ESCRITORA, AVENIDA AMONÍACO y EL BAOBAB DE LAS PALABRAS.


Este cuento se vincula temáticamente con ÁTOMO JACK Y EL MERCADER DE SUEÑOS, de Alfredo Álamo, DR. MELTHER, MERCADER DE SUEÑOS, de Leonardo Montero Flores, y SUEÑO INDUCIDO, de Guillermo Lavín.


Axxón 274

Novela corta de autor europeo (Novela : Fantástico : Ciencia Ficción : Viaje espacial, Implantes neuronales, Sueños : España : Español).

Una Respuesta a “«Oniromante – ONCE (Epílogo): Puerto Melancolía», Víctor Conde”
  1. Juan D. dice:

    Me ha encantado la novela, sin embargo me deja la sensación de final inconcluso con los mensajes crípticos de la IA, Pájaro y sus modificaciones, y sobre todo el piloto, como concluyó todo. Da para otros cuentos.

  2.  
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