Revista Axxón » «Los Santos conspiradores del tiempo: XII, XIV, XV, Epílogo», Marcelo Artal - página principal

¡ME GUSTA
AXXÓN!
  
 

 

 

 ARGENTINA

XII

Santos espera sentado en el puente. No sabe quiénes ni cuántos, pero está seguro de que vienen a buscarlo. Está más tranquilo. Deshacerse de la farsante ha significado un alivio. La verdadera Ingrid le generaba una incomodidad difícil de explicar, una sensación intolerable que imposibilitaba la mutua existencia. El guerrillero agradece que ésta haya terminado siendo una simple robot, porque de no haber sido así, matarla le hubiera traído aparejado algún tipo de remordimiento.

Su intuición no falla: vienen a buscarlo. Dos individuos vistiendo traje aparecen en la puerta y se posicionan como estatuas a uno y otro lado de la misma. Al igual que la flamante difunta, parecen personas, pero no lo son. Son perfectos humanoides del futuro que vienen a escoltarlo.

—José Daniel Santos Moreira, el señor Mitos lo recibirá ahora —advierte el de la derecha—. Cualquier intento de sublevación será severamente reprimido. ¿Entiende?

José se recuesta en el piso, gira y se arrodilla. Ponerse de pie maniatado desde la espalda, descubre, no es tan sencillo como sentarse.

—Confirme que entiende los términos explicitados —reclama, el androide.

Santos finalmente logra incorporarse frente a ellos. Los examina de a uno por vez. Luego asiente: —Sí, entiendo.

—Síganos, por favor.

Atraviesan el pasillo hacia la plataforma y ascienden. Para el guerrillero, es un misterio el modo en que se comanda el elevador, dado que nadie ha activado ningún tipo de mecanismo. El viaje es efímero, apenas dura unas fracciones de segundo.

—El señor Mitos espera por usted —afirma uno de los escoltas al detenerse la plataforma.

Santos da un paso hacia adelante esperando a ser secundado por los guardias, pero la puerta detrás de él cae en forma abrupta, hermetizando la habitación. No está solo. En el otro extremo, incrustado en la pared, un cuerpo inanimado flota detrás de un cristal, como si se tratara de un cuadro vivo. Se acerca con cautela, manteniendo sus sentidos en máxima alerta periférica. El paciente empotrado es un anciano en aparente estado terminal, la ciencia sabrá de qué patología, pero a priori, a los ojos de cualquier espectador pareciera evidente que jamás volverá a despertar. Es un esqueleto envasado al vacío en piel. Levita con su decrépito torso desnudo, minado de electrodos y enredado en sondas transparentes. José investiga la fisonomía vegetativa del viejo y especula acerca de su identidad. Si éste fuera Mariano Mitos, será verdaderamente difícil entablar un diálogo conducente. Nota que una serie de cables le perforan el cráneo, como si el cerebro estuviera conectado con algún tipo de dispositivo externo. Seguramente lo esté, con el objetivo de explorar la actividad sináptica inconsciente. A un lado del paciente, también sobre la pared, una gran consola monitorea sus signos vitales.

—Está usted apreciando el futuro. —Un rejuvenecido Mitos abandona la penumbra y entra en escena. José recula por reflejo—. Sé que le cuesta entender toda esta historia de que soy del futuro, pero créame cuando le digo: ése es el futuro —señala al anciano.

José vuelve a mirar al paciente con el ceño fruncido.

—Ése, de más está decirlo, soy yo. Este cuerpo agraciado que se mueve y parla es tan sólo un envase subrogante. Soy, si quiere, un androide del futuro con inteligencia natural —golpea su cabeza.

—¿Cómo es posible?

—Ah, ¿cómo es posible? En el presente no lo es. En el futuro sí —estrecha la distancia entre ambos y se coloca justo frente al cristal. Se mira a sí mismo—. ¿Ve esos cables que cruzan mi cabeza? Son conectores telekinéticos. Comando este envase desde el completo ostracismo desde hace casi treinta años… Una vida encerrado entre estas cuatro paredes… Ése es el precio de subsistir en movimiento, después de todo. Estoy trabajando en un proyecto para amplificar la onda telekinética y así expandir el radio de movimiento; pensé en construir nodos repetidores en ciertos puntos del edificio, pero por ahora no logro tener resultados estables. Tampoco puedo, en este momento, dedicarle mucho tiempo a eso. Como imaginará, estoy atareado con temas más urgentes, como ser usted.

—Yo…

—Sí —lo mira—, usted ha sido mi prioridad durante mucho tiempo. Lo sigue siendo.

—¿Y a qué debo semejante honor?

—A que está predestinado a cambiar el presente.

—Ah —José improvisa una morisqueta—, yo pensé que el presente lo estaba modificando usted…

—En parte sí, aunque usted no lo considere así. Es difícil juzgar el presente cuando se desconoce el futuro. La Mitos Corporation es, a los ojos del país, un monstruo, el verdugo privado del gobierno de facto, y está bien que sea así, porque es parte del plan. Créame si le digo que no hay nada librado al azar.

>>Ser el máximo licenciatario de la dictadura en materia armamentista no ha sido una casualidad, sino un objetivo. El brazo armado robótico de este gobierno está infestado de espías propios, lo que nos ha permitido, entre otras cosas, rescatar a muchos de los integrantes de la resistencia que en otras circunstancias hubieran desaparecido. Estamos al tanto de gran parte de los planes estratégicos de Vidal.

—Y aun así…

—Sí, ya sé lo que me va a decir: aun así hay muertos y desaparecidos. Por supuesto que los hay. Nosotros salvamos a los que podemos, y quizás no sea suficiente, pero es un cambio sustancial en comparación con mi tiempo. Déjeme que le cuente de dónde vengo yo y luego emita su juicio de valor. Es una propuesta razonable, ¿no le parece?

José asiente sin demasiado entusiasmo.

—En mi tiempo, a esta misma altura, la dictadura no poseía un ejército de androides. No tenía los recursos y tampoco existía la tecnología para que fuera posible. A priori, esta revelación podría sonar esperanzadora, pero no lo es, porque lo que caracteriza a estos energúmenos es el pensamiento, no los instrumentos que utilizan, y esto último, con o sin mi intervención en el tiempo, ha sido invariable. Vidal, tanto en mi tiempo como en el suyo, se ha aferrado a un deseo obsesivo de exterminio. Si usted cree que un ejército de robots le ha facilitado la tarea, se equivoca. En ausencia de éste, el comandante general de las fuerzas armadas tuvo la formidable idea de desarrollar un arma biológica con el fin de erradicar del país a todos los insurgentes y, lamentablemente, luego de una década de investigación y ensayos, su empresa tuvo éxito… Demasiado éxito. El virus, después de todo, no reconoce disidencias políticas… La epidemia se propagó en toda la población argentina, fueran los contagiados sediciosos o no. En 2080, con Vidal ya muerto, el índice de contagio alcanzó el 53% de la población y la OMS recomendó aislar al país del resto del mundo ante la imposibilidad de desarrollar un tratamiento de cura eficaz. La OTAN encapsuló a la Argentina en un perímetro de custodia absoluta con la orden expresa de sellar las fronteras y evitar así la propagación de la epidemia a toda costa. La gente ya no sólo moría por enfermedad, sino también en el vano intento de escapar de ella. Mi vía de escape, sin embargo, no era convencional como la del resto. Huí con éxito, en 2087, apenas terminé de construir Newton. Aterricé en 2019. Ése es el agujero interdimensional que logré descubrir: casi 68 años de distancia moviéndose a velocidad invariable. —Mitos voltea hacia el paciente flotante—. Creí que no estaba infectado, pero me equivoqué. Los síntomas fueron evidentes al tiempo que llegué. La razón por la cual estoy amurado a la pared es en parte para prevenir la propagación del virus.

—Pero luego de treinta años, si no está muerto, significa que descubrió una cura.

—No, no lo hice y tampoco sabría cómo, pero he logrado desacelerar la degeneración celular a partir del suministro de una proteína sintética muy poderosa. De cualquier manera estoy muriendo lentamente. Mi cuerpo está en completo estado vegetativo y mi cerebro es estimulado mediante electromagnetismo. Honestamente, no sé cuánto me quede de vida.

—Pero, si usted ha estado confinado en una habitación treinta años, ¿cómo construyó su imperio?

—Bueno, ser del futuro acelera el proceso de generación de riqueza. Me llevó sólo un año volverme multimillonario. Ya sabe, mucha suerte en la bolsa. Historias de esas que se escuchan esporádicamente en los mercados. A partir de allí, todo fue sencillo. Con recursos ilimitados, las cosas suelen darse rápido. Para el tiempo en que descubrí estar enfermo ya tenía mi imperio listo para arrancar.

—¿Y su figura pública? Lo he visto mil veces asistir a reuniones, hablar en los medios…

—Duplicados —señala su cuerpo cibernético—. Lo mismo que esto, pero con inteligencia artificial. Sólo usted y los miembros de la resistencia conocen al verdadero Mariano Mitos.

José vuelve los ojos a la pared y observa al anciano apenas errante en su acotado espacio de flotación.

—El ejército de androides es parte de una estrategia —continúa, Mitos—, un placebo y una alternativa para mantener a Vidal distraído. Los robots no se reproducen como un virus y muchos de ellos responden a mí, lo que es doblemente funcional: evita una tragedia mayor y me mantiene al tanto de lo que sucede en el corazón de la dictadura. Necesitaba una idea poderosa para cambiar el destino, algo lo suficientemente atractivo como para cautivar a Vidal, y no se me ocurrió nada mejor que ofrecerle un suministro ininterrumpido de androides de última generación, provistos de una tecnología inexistente en cualquier otro lugar del planeta. Un ejército del futuro.

—Irresistible.

—Sí, irresistible, pero notablemente menos efectivo que su arma biológica, aunque él nunca lo sabrá.

El guerrillero permanece inmóvil, sumido en un desconcierto perceptible a los ojos de su interlocutor.

—No necesito que procese todo esto de inmediato. Tenemos tiempo.

—Tiempo y la máquina que lo atraviesa…

—Sí, en realidad no es tan así —Mitos sonríe—. No podemos alterar la velocidad a la que transcurren los eventos, lo que significa que las posibilidades de viajar en el tiempo son limitadas. Más precisamente, sólo podemos movernos unos veinticuatro mil seiscientos cuarenta y nueve días hacia atrás de la fecha actual. Tanto esta dimensión como la otra se mueven a exactamente la misma velocidad.

—Si usted lo dice… —José vuelve a mirarlo.

—Imagino que todavía no logra entenderlo del todo, pero ya lo hará. —Señala las manos maniatadas—. Sepa disculpar los recaudos, pero por lo visto son necesarios, aunque no suficientes.

Santos sonríe vilmente por toda respuesta.

—Ingrid era mi mejor androide.

—No lo tome personal, es un tema que tengo con el género femenino.

—No se haga problema. Usted seguramente va a extrañarla más que yo. —Mitos le quita el brazalete magnético—. Le advierto que no poseo sensores de adrenalina ni emito ondas binaurales de baja frecuencia, por lo que nuestra relación deberá basarse en la confianza mutua.

—Ése es el tipo de relación que suelo tener con los míos. —José se acaricia las muñecas.

—Ya lo sé. Aunque yo sea un perfecto extraño para usted, usted no lo es para mí. Lo conozco mejor de lo que cree.

—Así parece.

—Quizás quiera sentarse. Yo he perdido la costumbre de hacerlo por motivos obvios… —Mitos nota cierto desconcierto en el guerrillero—. No siento fatiga.

—Ya veo.

—Pero tal vez usted necesite descansar un poco. —El androide se abre paso hacia un costado de la habitación no explorado por los ojos de José. Desaparece en la penumbra—. Es un día agotador, después de todo.

Santos descubre la verdadera dimensión del lugar cuando la luz natural vence a la oscuridad. La persiana elíptica se despliega por completo y los rayos del sol penetran el ambiente a través de la cúpula cristalina. Las cuatro paredes a las que hace mención Mariano Mitos encierran un espacio incalculable e insospechado: un frondoso oasis artificial. El subrogante se detiene sobre una plataforma en la orilla del lago y aguarda por el invitado.

—No es la peor de las prisiones —comenta, José, y monta sobre la plataforma.

—No, no lo es.

Avanzan sobre el agua. En el trayecto, el guerrillero descubre que aquel microhábitat también está provisto de fauna. Pájaros, peces y distintos tipos de mamíferos comparten el encierro con su dueño.

—Si se está preguntando si son reales, la respuesta es no.

—No me diga nada, animales robóticos del futuro.

—Sí. No es necesario alimentarlos, no ensucian y sobre todo, no se matan entre ellos.

—¿También tiene una novia humanoide?

Mitos lo mira: —¿De qué sirve una novia cuando uno no tiene erecciones?

El resto del trayecto lo transitan en silencio. El lago serpentea alrededor del pequeño bosque y desemboca en un estanque de aguas diáfanas rodeado de playa. Arriban a una isla circular con un inmenso escritorio y tres butacas. Por encima del escritorio, múltiples campos holográficos transmiten noticias de todo el planeta.

—Calculo que esta es su oficina. —José da un giro de 360 grados para admirar la belleza circundante.

—Sí. Paso mucho tiempo acá —Mitos da la vuelta al escritorio y toma asiento—, aunque rara vez me siento… La butaca es para recordarme que soy humano, pero la realidad es que si no tengo un interlocutor de carne y hueso del otro lado no siento la necesidad de hacerlo.

José se sienta frente a él.

—No es fácil estar envasado. A excepción de la vista y el oído, la forma en que los androides perciben los sentidos humanos es verdaderamente abstracta. Por eso toda esta parafernalia —mira hacia arriba y abre los brazos—. Sólo puedo encontrar placer en lo que veo y escucho.

—O sea que sus androides del futuro constan de los cinco sentidos.

—Seis. Recuerde que poseen sensores hormonales.

—Salvo en su caso.

—Bueno, técnicamente, mi subrogante consta de receptores hormonales, pero no tiene forma de transmitir el mensaje a mi sistema nervioso central. La corteza cerebral humana carece de la capacidad de procesamiento de ese tipo de estímulos.

—¿Y sienten dolor?

—No, como le dije, el sentido del tacto es extremadamente abstracto en un humanoide, en parte, para neutralizar el dolor. —Hace una pausa y reanuda—. ¿Usted pregunta por Ingrid?

—Pregunto por curiosidad…

—Entonces, en el afán de desasnarlo, le voy a transmitir una enseñanza fundamental acerca de los humanoides: no sienten ni aman.

José asiente, confirmando su sospecha. —Pero saben simular ambos —agrega.

Mitos concuerda. —Sí, son eximios simuladores. Para eso han sido creados, para convivir entre nosotros sin incomodarnos. La psicología humana es contradictoria: nos da miedo que un robot sienta, pero por otro lado nos molesta que no lo haga.

A Santos se le cuela una sonrisa en la expresión. —Ni muy frío ni tan caliente…

—Tibios —confirma, el subrogante—, así los queremos. Máquinas que nos inspiren confianza y nos hagan sentir acompañados, pero que en el fondo sepamos que no pueden reemplazarnos.

—Un amor al que podamos matar sin remordimientos…

—Esa es la esencia del hombre… Necesita amar y destruir, en ese orden.

El guerrillero endurece su expresión. —¿Lo dice por mí?

—No, Santos. No soy de los que tiran indirectas. Lo digo por la raza humana en general. Lo que usted hizo, de cualquier manera, estaba dentro de las expectativas.

—¿Qué quiere decir? ¿Usted ya sabía que iba a matar a Ingrid? ¿Es algo que hice ya en el futuro?

—En realidad, no. Esto es radicalmente nuevo. Ingrid no existía en mi tiempo a esta misma altura, pero usted no ha cambiado en nada. No voy a decirle que esperaba que la matase, pero sí tenía mis sospechas de que lo haría.

—Ah, sí —José cierra los ojos e inclina la cabeza hacia atrás—. Cierto que usted me conoce muy bien… Mejor de lo que yo creo, ¿no?

—Así es. Mi conocimiento de su persona es bidimensional. En algún grado, no sólo lo conozco mejor de lo que usted cree, sino mejor de lo que usted mismo se conoce.

Santos vuelve a mirarlo con escepticismo, los párpados caídos y un cuarto de sonrisa inclinada hacia la derecha.

—No es casualidad que esté aquí en este momento. Verá, algunos estamos signados por el destino sin importar el tiempo y sus modificaciones. Hay un orden inexplicable en el universo que va más allá de la ciencia; factores inmutables en medio del movimiento absoluto… Prácticamente todo fluye, pero algunas cosas mínimas permanecen. Usted y yo, por ejemplo, permanecemos. Podríamos atravesar múltiples dimensiones paralelas y nuestra esencia, sin importar el tiempo, sería exactamente la misma: yo he nacido siendo un genio y usted un sobreviviente. Pero no cualquier genio y tampoco cualquier sobreviviente… Yo soy el único genio que ha descubierto la máquina del tiempo y usted, quizás el único sobreviviente que con las manos atadas puede vencer a un androide de última generación… Y no sólo eso…

Mitos levanta los ojos hacia el campo holográfico por encima de ellos. El título no demora en publicarse. No es cualquier noticia, sino una del futuro; un descarnado anuncio de último momento que eriza los pelos del guerrillero: “El general Vidal ha sido brutalmente asesinado”.

—Eso es en 2078 —el subrogante contextualiza la noticia—, un atentado suicida súbito e inesperado acaba con la vida del comandante en jefe de las fuerzas armadas y también con la del líder de la resistencia anti dictadura. Se inmola por la libertad, Santos.

—Y a eso llama usted supervivencia…

—Los designios del destino son inescrutables. Usted muere en el futuro para sobrevivir en este tiempo, sin saberlo.

—Usted viene a salvarme, en otras palabras.

—Yo vengo a completar una ecuación irresoluta. Su iniciativa es fundamental, pero no detiene la extinción de nuestro pueblo. Yo, por mi parte, poseo un recurso invaluable, pero carezco de su espíritu excepcional. Juntos, sin embargo, logramos una simbiosis que puede modificar el tiempo.

—Señor Mitos, usted posee un ejército infinito de androides. Puede acabar con esta dictadura cuando le plazca, sin necesidad de que yo me suicide en el intento.

—No es tan sencillo, y tampoco pretendo que usted se inmole.

—¿Y entonces qué es lo que quiere de mí?

—Vamos por partes. Permítame primero que le explique la complejidad antropológica que supone todo proceso histórico. Nada bueno se construye a partir de la violencia en una sociedad, jamás. El ser humano necesita paz, no caos. Paz y tiempo para entender. ¿De qué serviría que yo liquidara a un dictador? ¿Qué legitimidad me daría ante la sociedad? Lo invito a que piense en cualquier proceso histórico dictatorial que haya culminado violentamente… ¿Qué ha venido después?

José no responde. Su silencio, interpreta Mariano Mitos, le concede el beneficio de la duda.

—La respuesta es más caos… Mitigar el fuego con fuego no tiene sentido. Todo proceso injusto y violento necesita una reacción diametralmente opuesta. Los shocks sociales no funcionan… La civilización se construye en forma gradual a partir de eventos históricos que repercuten, directa o indirectamente, en la cultura social. Intentar rescatar a la Argentina de un plumazo es imposible. Si es que existe esperanza, ésta radica en una estrategia considerablemente más compleja y sutil.

—Como ser…

—Como ser una cruzada diplomática y conspirativa intertemporal.

—Suena sofisticado. ¿Cómo encajo yo ahí?

—Usted encaja del mismo modo que hasta ahora. Hace apenas unas horas estaba dispuesto a huir para iniciar una cruzada similar, ¿o no?

—Eso fue hasta descubrir que quien me había convencido de ello era en realidad una robot insensible…

—El que lo convenció de ello fui yo, no Ingrid.

—Puede ser, pero a través de ella. Usted no posee el atractivo de Ingrid.

—No, es cierto. Yo debo convencerlo con la palabra, pero le advierto que está usted en desventaja.

—¿Por qué piensa eso?

—Porque lo conozco mejor de lo que se conoce usted mismo, como ya le dije. Puede hacerse el duro, pretender no estar dispuesto a colaborar y encerrarse en una rebeldía forzada si así lo prefiere, pero yo sé que al final estará dispuesto a colaborar porque lo que yo le ofrezco es lo que más anhela.

El guerrillero hace silencio.

—Las cartas están echadas sobre la mesa, Santos. Yo soy testigo de que usted está dispuesto a todo para acabar con Vidal. Lo que le ofrezco es una alternativa superadora. No es necesario ni efectivo que muera por su causa.

—Lo que quiere que haga es que viaje al pasado y asesine a Vidal antes de que éste se convierta en lo que es hoy, ¿no es así?

—No, eso no sería ni complejo ni sutil.

—Entonces va a tener que iluminarme, porque sinceramente no veo cómo podría ser de ayuda.

—Es comprensible. —El subrogante se echa hacia adelante apoyando los codos sobre el escritorio—. ¿Qué reacción tendría usted si yo le confesara que soy peronista?

—Diría que, en vez de venir del futuro, viene del pasado.

—Exactamente. —Mitos lo señala—. Ésa es la percepción histórica de debemos modificar.


XIV

Resucitar el peronismo es sin dudas una estrategia compleja y sutil. Jamás se le hubiera ocurrido, a Santos, que su misión en la vida, o al menos en una de las infinitas dimensiones que la conforman, sería convertirse en el custodio de los genes del general.

Clic para ampliar

Ilustración: Pedro Bel

—Perón ha sido el gran pacificador de este país —asegura, Mitos—. Sin él, los argentinos no sabemos vivir. Retrotráigase a los últimos setenta y cinco años y haga un balance; el mío alcanza un siglo, pero prescindamos de mi tiempo, para poder razonar juntos. ¿Qué ha sido de Argentina sin Perón?

—Digamos que no le fue bien —dice, el guerrillero.

—Ha sido caos —refuerza, el subrogante—. Caos perpetuo. La sociedad no ha sabido reponerse a la muerte del general y todo ha ido en declive. Los argentinos no podemos convivir entre nosotros sin un líder que establezca las reglas. Perón es la reivindicación de Dios para con un pueblo concebido imperfecto. Porque eso es lo que somos: naturalmente imperfectos.

—¿No es esa una característica común de la humanidad?

—Sí, lo es, pero el resto de las civilizaciones aprenden de sus errores. Nosotros no. Nosotros necesitamos un guía.

—Un Perón.

—¿Quién mejor que él?

Santos sonríe y se acomoda en el asiento. —Debo confesarle que no tengo la menor idea de hacia dónde se dirige.

—Una cruzada diplomática intertemporal, dijimos, ¿no? Eso es lo que pretendo, generar un pequeño impacto político-social en el pasado que tenga grandes implicancias en el presente y el futuro. Un leve movimiento de timón, imperceptible para la tripulación, pero que cambie radicalmente la trayectoria de la nave.

—O sea que efectivamente debo viajar al pasado.

—Sí.

—Y no regresar…

—No, regresar no es posible, pero como le dije, es una alternativa superadora a su destino fatal, ¿no lo cree? Ser un embajador del futuro con los súper poderes que presupone conocer lo que ocurrirá hacia adelante es notablemente mejor que estar sepultado tres metros bajo tierra…

—Un embajador del futuro…

—Sí, eso mismo.

—¿Y a qué llama usted un pequeño impacto político-social?

—A un evento puntual que por un lado sensibilice a la opinión pública y por otro nos brinde un recurso fundamental de cara al futuro. Quizás al principio le parezca una idea delirante, pero tengo mis sospechas de que será infalible.

—Delirante es haber compartido mi vida con una androide durante años sin darme cuenta… Pruébeme. Creo que a esta altura estoy preparado para escuchar cualquier cosa.

—Hay que profanar la tumba del general —dice, Mitos, y aguarda a ver la reacción del revolucionario. Santos abre los ojos con sorpresa y cierra la boca con determinación—… Y cortarle las manos.

—¿Cortarle las manos?

—Sí. Hay que sacudir la opinión pública y avivar sensibilidades; cachetear al peronismo para despertarlo. Profanar la tumba del general será una herida brutal para la clase política peronista y sus adeptos; una inyección de adrenalina.

—¿Pero eso es posible? Se supone que la cripta de Perón está custodiada…

—Santos, en la Argentina de los 80´ todo es posible. Newton puede conducirlo a principios de 1986. Conociendo el futuro inmediato, tendrá todo el tiempo del mundo para dotarse de recursos ilimitados y diagramar un plan. Es una época de transición en el país, lo que nos ofrece una gran ventaja: todo es caos. Por un precio exuberante, no tendrá problemas de encontrar a quienes hagan el trabajo por usted. No hay nada que el dinero no pueda comprar.

—¿Quién va a querer cortarle las manos a Perón?

—Quiénes, querrá decir. Se me ocurren unos cientos de agentes de inteligencia… Gente a la que le incomoda la democracia y están dispuestos a herirla por el sólo hecho de exponer su fragilidad; personajes siniestros que saben cómo salir impunes de un hecho así.

—¿Y por qué las manos?

—Porque representan un símbolo. “Las manos del hacedor…” —Mitos se torna solemne.

—Complejo, pero no sutil… —afirma, José.

—La sutileza no radica en el método, sino en el plan. De cualquier manera, ésta no es la parte más sutil del mismo, sino lo que sigue.

—O sea que no termina ahí.

—No, ahí comienza. Como embajador del futuro, su misión incluirá la custodia de los genes del general y el apoyo indirecto al partido peronista.

El guerrillero digiere las palabras de Mitos. —Quiere que sea un operador político.

—Sí, pero desde las sombras. Algo parecido a lo que hago yo en este tiempo con la resistencia. Financiar, facilitar, influenciar… Sea el ángel invisible del partido. Guíelos en forma imperceptible. Conspire a favor del peronismo en el tiempo.

—Pero yo no tengo cualidades de político…

—¿Y yo? —El subrogante señala su envase artificial—. Yo soy un científico. Se aprende, Santos. Todo se aprende.

José se ensaliva los labios con la lengua y pestañea. —Bien, supongamos que puedo aprender, como usted dice. ¿Qué es lo que exactamente pretende hacer con la custodia de los genes?

—Es un último recurso, y lo dejaré a su criterio. Suponga que toda esta compleja estrategia intertemporal, plagada de especulaciones políticas y sociales, de repente fracasa. Yo le tengo una fe ciega, pero supongamos que fracasa. La reencarnación de un prócer político es una última carta ganadora.

—Clonar a Perón. —Santos suena parco.

—Sé que es controvertido —admite, Mitos—, pero quizás sea la última esperanza de encaminar la civilización. Dependerá de usted, y sinceramente es mi gran deseo que no tenga que utilizarlo, pero es un recurso del que no prescindiría si fuera usted. Preserve esas manos como un tesoro y planifique su trascendencia más allá de su propia existencia. Rodéese de colaboradores secretos, como yo lo he hecho. En alguien tendrá que confiar en vistas al futuro, Santos, como yo lo hago en usted.

—La forma en que me habla… —Santos se ríe—. Usted ya ha asumido que voy a hacerlo.

—Estoy bastante convencido de que así será.

—Así como así, me subo en su esfera mágica y aparezco en 1986.

—Algo así, primero tenemos que definir algunos asuntos importantes para que la trasposición intertemporal sea lo más exitosa posible. Viajar al pasado tiene sus secretos, pero yo los conozco todos.

José pierde la mirada en la playa y suspira. Luego eterniza un silencio que incomoda a Mitos.

—¿En qué piensa? —pregunta el androide.

—En mis opciones.

—Tome todo el tiempo que necesite, no tenemos ningún apuro. —Mitos se levanta y se dirige hacia la plataforma—. No son más que dos sus alternativas, de cualquier manera, por lo que no le llevará mucho. Morir o sobrevivir por la resistencia, esa es la cuestión.

Mariano Mitos desaparece en la espesura selvática y Santos queda solo en aquella pequeña isla paradisíaca. —1986… —piensa el guerrillero en voz alta. Siempre fantaseó con ser un agente del servicio secreto, pero las circunstancias de la vida conspiraron contra su destino. Terminó siendo lo opuesto: un insurgente revolucionario dispuesto a todo por lograr su cometido, como bien dice Mitos. 1986 es parte de ese todo, porque también está dispuesto a eso: dejar su presente combativo y viajar al pasado para transformar su destino y el del resto de los argentinos. Mitos habla de una misión diplomática, pero él la vive como una operación de inteligencia intertemporal. Quizás las diferencias entre uno y otro perfil sean exiguas; tal vez un embajador del futuro apenas diste de un espía en cuanto a lo funcional. Él será un espía, como siempre quiso, aunque jamás lo imaginó así. “Manuel Burgos” le gusta como pseudónimo, ya se acostumbró a cómo suena, luego de repetirlo infinidad de veces frente al espejo. Será un espía autárquico, independiente del poder y libre de limitaciones. Responderá al destino y a nadie más que éste. Mitos tiene razón cuando asevera que sus opciones no resisten análisis, pero incluso conociéndolo como él afirma conocerlo, no tiene ni idea de sus aspiraciones personales.

Por supuesto que se irá al pasado, si es verdad que esa bola plateada puede transportarlo. No hay absolutamente nada en el presente que consiga retenerlo. Su padre murió hace ya mucho tiempo y su único reemplazo afectivo desde entonces ha resultado ser un placebo artificial que respondía a algoritmos complejos. No tiene nada que pensar, aunque finja lo contrario. La vida clandestina le ha enseñado a no tomar decisiones apresuradas ni a decir que sí de inmediato. Como un perro callejero, Santos huele e inspecciona la comida que le arrojan antes de tragar. No es un síntoma de su desconfianza, sino precisamente un rasgo de su personalidad. José, después de todo, es un sobreviviente, y como tal, responde a su instinto.

Su instinto le dice que se vaya.


XV

11 de junio de 1987. Alvear Palace Hotel. Capital Federal.

Santos permanece sentado frente a su otro yo. Está exhausto. Como supo pronosticar, acaba de culminar el interrogatorio más largo que le tocó hacer en su vida. Horas enteras de preguntas y respuestas para reconstruir un futuro alternativo del cual él también fue parte sin siquiera saberlo. 68 años en el tiempo tuvo que viajar para descubrir dos cosas: la verdad y su límite. La verdad es absurda y abrumadora; su límite es él mismo. No puede asesinar a sangre fría a su otro yo. La conciencia espía le sugiere lo contrario, pero el instinto de supervivencia ha hecho aflorar escrúpulos que hasta el momento no creía poseer. Las trampas perceptivas propias de su esquema mental conspiran para convencerlo, pero él resiste la tentación de apretar el gatillo. La salida más fácil es creer que el otro es su versión alternativa de un tiempo aparte, pero la realidad es más compleja. El otro es él y él es el otro, y ambos son parte de lo mismo: una conspiración interdimensional que excede la noción convencional del tiempo y el espacio. No existe un tiempo aparte. Existe un universo de causas y efectos en el que él es un protagonista inesperado.

José Daniel Santos Moreira, el espía, no es más que una consecuencia de José Daniel Santos Moreira, el revolucionario. Su tiempo, que lo condicionó circunstancialmente, no es una dimensión aislada en el cosmos, sino el producto de su propio accionar. Lo que él consideraba un pasado heredado no lo es. No hay casualidad. El neoperonismo de su tiempo es un daño colateral de un curso de acción obligado y ahora corregido. Aquellas manos escindidas, causantes de lo que antes fuera su presente maldito, lo tuvieron como cómplice absoluto sin siquiera sospecharlo. Ahora descubre, para su sorpresa, que no arribó al pasado para deshacerse del peronismo, sino para perfeccionar su inevitable resurrección.

Mitos estaba en lo cierto: pequeñas modificaciones circunstanciales en el eje del tiempo tienen secuelas inescrutables en el curso de la historia. Las manos de Perón, sin ir más lejos, fueron más que suficientes para cambiar drásticamente el futuro. Sólo eso alcanzó para despertar la sensibilidad del pueblo argentino de una vez y para siempre. Conservarlas, sin embargo, fue un exceso de caras consecuencias; un intento desmedido de perpetuar la conservación del poder. Prueba y error, quizás de eso se trate. Mariano Mitos también acertó al considerar que sin importar el contexto, los Santos siguen siendo Santos y los Mitos siguen siendo Mitos. No importa cuáles ni cuántos sean los errores, quienes los cometen y luego los enmiendan fueron, son y serán siempre los mismos.

Santos se pone de pie y recorre la suite mientras piensa. Incluso luego de haber acabado con éxito su misión, no logra resistir la tentación de inspeccionar el lugar. Encuentra un portafolio repleto de dólares y supone que ése era el inmenso precio a pagar por las extremidades del general. No hará falta el desembolso. Esa plata, en cambio, puede utilizarla su otro yo para vivir cómodamente el resto de su vida. En condiciones normales no la necesitaría, porque conocer el futuro tiene un valor actual monetario que tiende a infinito, pero eso está al cambiar. Del pequeño escritorio donde descansa el portafolio recoge un bolígrafo y escribe sobre el anotador a su lado. Mira y sonríe. Siente paz de conciencia, por haber encontrado una alternativa para salvar su vida y también por haber enderezado el curso de los hechos. Su intervención en el tiempo renueva las chances de que la sociedad argentina evolucione hacia un tercer escenario que diste de los extremos. Ha garantizado el golpe de efecto necesario para sensibilizar la opinión pública y poner el peronismo en pie, pero limitando su capacidad de avanzar sobre la atrocidad de la clonación. Ha conspirado, después de todo, para formar una república. Poder y límites, de eso se trata. Y si acaso no funcionara, como sucediera anteriormente, tiene la tranquilidad de saber que los Mitos encontrarán Santos, la cantidad de veces que sean necesarias, por los tiempos de los tiempos.

—Amén —dice José y mira a Burgos, su otro e hipnotizado yo, perdido en un limbo de tonos binaurales. Ni siquiera se va a dar cuenta, piensa el espía y recoge el maletín. Luego se acerca y se agacha. Le apoya el portafolio en las piernas y coloca la nota en su mano derecha. Lo observa unos instantes. No hay retorno de la decisión que está a punto de tomar. El espionaje moderno en el cual se ha instruido a veces ofrece alternativas superadoras a la muerte, aunque sólo en contadas ocasiones. La gran mayoría del tiempo el diagnóstico de riesgo no depende de un individuo en sí, sino de su medio ambiente. Es fácil controlar a un testigo, pero es imposible vislumbrar todas las variables alrededor de él. El caso de Burgos, sin embargo, es particular. Nadie lo conoce en este tiempo y los pocos que han tenido contacto con él están muertos, por lo que la única amenaza cierta proviene de sí mismo, algo que para Santos es relativamente sencillo de solucionar. Las ondas binaurales son capaces, en una frecuencia adecuada, de borrar por completo la memoria del objetivo vía un virulento barrido neuronal; un terremoto cerebral altamente efectivo que garantiza el total desconcierto del sujeto en cuestión. Tal vez no sea la salida más feliz para su otro yo, pero dadas las circunstancias, es la menos dolorosa. Incluso si el Santos guerrillero llegara a convencerse de que la intervención del espía es una instancia superadora en una compleja dinámica de evolución interdimensional, no habría lugar en la dimensión presente para albergar a dos conspiradores del futuro. Su instinto le advierte que esa no es una convivencia factible. Las personalidades del espía y el revolucionario han sido contorneadas por realidades dispares; ambas malas, pero completamente distintas. No existe una dimensión neutral de comunión. Ambos llevan mandatos contrapuestos, conspirando uno contra otro pero, paradójicamente, a favor de una misma causa. Santos, el revolucionario, debe sacrificar su memoria en aras del futuro. El agente se pregunta si en realidad ése es un sacrificio o un privilegio. Saberse un conspirador del tiempo y protagonista fundamental de aquí hacia adelante es una carga pesada que él cargará por los dos. Gira la perilla que rodea al auricular hacia el punto deseado. La frecuencia demora unas milésimas de segundo en cambiar. Las vibraciones van incrementando su ritmo e intensidad; Santos, el revolucionario, levanta las pupilas y deja caer los párpados como un reflejo inevitable al sacudón neuronal. El proceso concluye rápidamente. El guerrillero pierde el conocimiento y deja caer los párpados por completo. Perder la memoria es una experiencia extenuante. El espía recoge el dispositivo binaural y lo pliega. Luego se levanta sin perder de vista esa extraña, casi surrealista imagen de su persona. Sabe que estará bien, porque después de todo, se conoce a sí mismo. Es un sobreviviente.

El Santos espía se esfuma. Se escabulle, primero por los pasillos del hotel, luego por las calles atiborradas de la ciudad. Huye de sí mismo, de las masas y también de su pasado maldito, confía que para siempre.

El Santos revolucionario despierta. Sin saberlo, él también ha huido de su pasado. Su cabeza acusa una fuerte cefalea y mucha confusión. No reconoce el lugar ni las circunstancias. Tampoco puede recordar el origen del dinero que reposa sobre sus piernas. Apenas sabe su nombre, y no por mérito propio, sino porque en sus manos lleva una nota que le ha servido como carta de presentación: “Tu nombre es Manuel Burgos y el dinero es tuyo”.


Marcelo Artal nació en 1979 en Rosario, Argentina. Es magíster en finanzas de la UTDT y especialista en economía y mercados de capitales. Residió durante 6 años en Capital Federal y otros 7 en Ginebra, Suiza, donde se especializó en trading de derivados financieros en el sector privado internacional. Repatriado en 2015, actualmente reside en Rosario y es portfolio manager en una empresa del sector financiero. Además de artículos de tema económico publicados en El Cronista Comercial, ha publicado el cuento «Anoche fue hace un rato» (Ed. Letra Turbia) y el microrrelato «Vérsela más grande», y en su blog http://www.laletraindomita.com publica críticas literarias, cinematográficas y columnas de opinión.

Deja una Respuesta