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Archivo de la Categoría “300”



 

 

ARGENTINA  ARGENTINA

Se acomodó en su mullida silla frente a uno de los monitores y volvió a repasar todos los datos y configuraciones. Más que nada para pasar el rato hasta que se hicieran las nueve de la noche. Hacía tiempo que no se sentía así de exultante. Para reforzar ese gran sentimiento le dio otro trago a su PowerUp. Apenas fue consciente de cómo esa dulzura líquida acariciaba con frescura su lengua y le pasaba a través de la garganta. Faltaba poco, muy poco. La cuenta regresiva en una de las esquinas del monitor frontal indicaba cuatro minutos y dieciocho segundos.

Ampliación

Ilustración: Pedro Bel

Allí en su laboratorio Rolando siempre se sentía más cómodo y protegido. Como un pez en el agua. Un tiburón solitario desplazándose a través del oscuro océano en busca de la siguiente presa. Bueno, no tan oscuro. El cuarto no tenía ninguna ventana pero estaba muy bien iluminado y climatizado. Se encontraba abarrotado de monitores, computadoras y dispositivos electrónicos pero de alguna manera lograba mantener un cierto equilibrio entre el orden y el caos. Sin embargo aquel reducto representaba solo una excepción. El resto de la casa era un desastre. Sencillamente era incapaz de reunir la suficiente voluntad como para arreglar algo. Antes por simple desgano, y ahora porque estaba abocado cien por ciento a su último proyecto. Y lo de “último” sería probablemente en más de un sentido.

Desde que se le había ocurrido la Gran Idea unos meses atrás, su entusiasmo solo había ido en aumento. La monotonía de su existencia se había esfumado de repente como una nave entrando al hiperespacio. Una y otra vez su mente se abstraía de la realidad cotidiana para perfeccionar el plan y resolver algún que otro asunto pendiente. Y cuando por fin lograba idear una solución a algún problema circunstancial que se le presentaba, lo recompensaba una agradable sensación de felicidad. Todo esto no podía más que confirmar que aquello era lo que debía hacer. En cierta forma hasta llegó a pensar que había nacido para hacer esto.

No habían pasado más de un par de meses pero le parecía toda una eternidad. Su Gran Idea había nacido una noche cualquiera de marzo mientras estaba tirado en el sillón de la sala de estar leyendo las noticias a través de sus lentes VR. Eran en general más de lo mismo: superpoblación mundial, escases de recursos, los discursos a favor y en contra del control de natalidad, un análisis político de cara a las elecciones interpresidenciales del próximo año… La sección científica también solía interesarle: en este caso publicaban un pequeño artículo detallando algunos aspectos técnicos del gran hito en la exploración espacial que significaba la misión no tripulada (léase tripulada pero solo por máquinas) al sistema estelar Alfa Centauri. La primera sonda humana destinada a explorar nada menos que otro sistema estelar. Realmente no tenían ninguna novedad que dar. Alfa Centauri estaba a más de cuatro años luz de la Tierra, por lo que cualquier tipo de comunicación mediante las viejas ondas de radio era inviable. Se enterarían del resultado de la misión cuando la astronave volviera a casa luego de atravesar el espacio alterno, dentro de un par de meses. O tal vez no volviera, pero en cualquier caso eso al menos ya sería una noticia de verdad.

Y por fin llegó a lo realmente interesante: las noticias relacionadas con los avances de la Inteligencia Artificial. Una marcha de abolicionistas había descargado su ira contra un robot de vigilancia con el que se habían topado por casualidad en el ingreso al estacionamiento de un centro comercial. Había un video que daba la impresión de haber sido captado por la cámara de seguridad de un drone, y mostraba como los manifestantes se amontonaban alrededor del robot y lo agredían con objetos contundentes de lo más variados. A pesar del empeño puesto en el asunto, la turba apenas había logrado abollarle un poco su reluciente carcasa metálica. La estúpida máquina avanzaba y retrocedía en el mismo lugar buscando una vía de escape inexistente, ya que empujar a los humanos para abrirse paso no era una opción aceptable dentro de su programación de base. Otros robots de vigilancia del mismo establecimiento acudieron al lugar, pero según decía la nota como carecían de cualquier tipo de armamento y compartían la misma programación pacifista, simplemente se limitaron a registrar la agresión con sus cámaras mientras se comunicaban con la policía. La trifulca terminó rápidamente cuando por fin llegaron al lugar las patrullas policiales. Para ese entonces ya había varios robots abollados. Los policías eran todos humanos y ellos por lo visto sí que tenían la opción de aplicar la violencia física. El saldo final de la revuelta fue seis robots abollados, veintitrés activistas heridos y once detenidos.

La noticia que leyó a continuación fue el precursor de su Gran Idea. Un vuelo internacional en el que viajaban 231 pasajeros y un solo tripulante había desaparecido mientras volaba sobre el Atlántico. Había un solo tripulante porque el resto de la tripulación eran, cómo no, máquinas. Los aeromozos eran robots y los pilotos habían sido reemplazados por una IA de navegación que comandaba la aeronave de manera autónoma. Todo esto ya lo sabía por otras noticias previas. Lo realmente novedoso del caso era que por fin habían encontrado los restos del aparato siniestrado y analizado el registro de la caja negra. ¡Y las primeras conclusiones eran que la IA de navegación había sido saboteada! Nadie estaba seguro cómo había podido suceder tal cosa pero hasta el momento toda la evidencia apuntaba a un empleado de mantenimiento que había accedido al sistema de control aéreo de la IA justo antes del fatídico vuelo. Lo cierto era que en un determinado momento el avión simplemente había comenzado a perder altitud en una trayectoria suicida hasta zambullirse en las aguas del océano a una velocidad de 450 kilómetros por hora. El grupo extremista Resistencia Humana había emitido un comunicado adjudicándose orgullosamente el atentado, asegurando que uno de sus integrantes había perpetrado el sabotaje para que todo el mundo tome conciencia de que la inteligencia artificial no era tan confiable como nos querían hacer creer. Además también habían invitado a unirse a su causa a los millones de personas que pensaban igual que ellos, asegurando que cualquiera que atentara contra las IAs en nombre de Resistencia Humana sería reconocido, honrado y recordado como héroe por todos los miembros de la organización.

El atentado había despertado en Rolando sentimientos contradictorios. No es que le importaran mucho los hombres, mujeres y niños que viajaban en ese vuelo. Era de la opinión que muchas veces el fin sí justificaba los medios. Y se podría decir que él se identificaba profundamente con la cruzada anti-IA de Resistencia Humana. Es más, lo reconfortaba el hecho de saber que muchos pensaban igual que él y estaban dispuestos a resistir la invasión de inteligencias artificiales que asediaba al mundo entero. Pero por otro lado, también tenía la sensación de que un atentado como ese no ayudaba demasiado. Simplemente porque no se logra concientizar a las personas matándolas. Siempre podía haber algún que otro daño colateral, eso lo podía aceptar sin problemas. Pero matar a 232 civiles para destruir un solo avión de pasajeros autónomo era excesivo. Y fue en ese preciso instante cuando comenzó a tomar forma su Gran Idea. Primero fue apenas un murmullo produciendo ecos en su subconsciente. Tenía la certeza de que él podía hacer algo mucho mejor que ese burdo intento de adoctrinamiento social. Podía aceptar el desafío lanzado por Resistencia Humana y potenciarlo hasta lograr algo realmente superador.

La clave de todo el asunto era el hecho de que él trabajaba en Digiminds, una empresa contratista del gobierno que fabricaba cibercerebros para uso militar. Así era, formaba parte de algo que aborrecía. Esos cibercerebros eran IAs muy sofisticadas que gracias a su tamaño relativamente reducido podían ensamblarse dentro del cuerpo de un robot. Y paradójicamente él era uno de los integrantes del equipo de diseño. No solo eso sino que además era el mejor, pero daba igual. Si no era él, otro haría su trabajo y él pasaría a ser un desempleado más. No ayudaba demasiado estando afuera, pero alguna vez podría hacer algo grande si se mantenía dentro del sistema. Y no era solo un pretexto, más allá de que lo apasionaba el diseño de circuitos bioelectrónicos y ganaba un buen sueldo por ello. No era una simple excusa para acomodarse en uno de los pocos puestos de trabajo que se habían beneficiado con el auge de la inteligencia artificial. Además, siendo un diseñador sobresaliente en Digiminds evitaba cualquier sospecha sobre sus verdaderas convicciones. No eran excusas, se repetía una y otra vez. Y ahora había llegado el momento de demostrarlo pasando a la acción. Porque estando allí donde todo comenzaba, sabía perfectamente que su aparente estabilidad laboral tarde o temprano desaparecería cuando fuera más rentable comprar un supercerebro industrial que contratar a veinte ingenieros electrónicos. Y ese momento estaba mucho más cerca de lo que cualquiera de sus compañeros de trabajo estaba dispuesto a admitir.

Luego de esta primera revelación vinieron semanas de preparación y refinamiento, en las cuales su Gran Idea se transformó en un plan cuidadosamente urdido en todos sus detalles salvo uno: el objetivo final. Sobre ese tema tenía una idea somera pero los detalles deberían ser pospuestos hasta algunos días antes del golpe. Esas semanas de planificación fueron las mejores de toda su existencia. Pasó muchas horas de su tiempo libre dentro del laboratorio, buscando información en la Darknet y experimentando con circuitos físicos o virtuales. Tal era su nivel de excitación que prácticamente se abstuvo de visitar sitios porno y sus sesiones de sublimación se redujeron a un mínimo que hacía años que había superado con creces. Necesitaba que su cerebro trabajara a pleno y drogarse no lo iba a ayudar en absoluto.

Y por fin llegó el momento de actuar. El primer acto de su gran obra maestra. La mañana del día elegido llevó al trabajo algunos objetos especiales. Al poco rato de haber llegado se dirigió hacia los sanitarios, los cuales estaban vacíos tal como esperaba. Ese era uno de los pocos sitios en todo el complejo que carecía de cámaras de seguridad. Desmontó hábilmente una plaqueta del cielorraso para dejar al descubierto un router de red que estaba empotrado al techo. Tenía varias luces de diferentes colores que titilaban frenéticamente. No había tiempo que perder. Si alguien entraba al baño en aquel preciso instante, cualquier explicación que diera para lo que estaba haciendo resultaría cuanto menos poco creíble. Extrajo de un bolsillo de su pantalón un pequeño artefacto del cual pendía un cable. Conectó el extremo libre del cable al router y accionó un interruptor en el artefacto. Una diminuta pantalla monocromática muy rudimentaria le indicó que la nueva versión del software controlador para el router se estaba transfiriendo. No tardó prácticamente nada, pero desde su percepción se le antojó una eternidad. La nueva versión del software controlador había sido cuidadosamente alterada por él para que interfiriera el normal tráfico de red de una forma muy particular. En definitiva era un virus, pero de una clase altamente sofisticada ya que estaba destinado a ejecutarse en un microprocesador muy específico utilizado por el vendedor de esos modelos de routers. Satisfecho al ver completada la primera parte de su labor, desenchufó el cable, volvió a colocar el panel del cielorraso en su sitio y retornó a su puesto de trabajo para continuar con sus quehaceres diarios como todo buen empleado debe hacer, sumisa y obedientemente.

Una hora más tarde en las oficinas de Digiminds reinaba el descontrol. El router hackeado había comenzado a afectar a otros nodos de la red, produciendo un efecto en cadena que en pocos segundos culminó en un colapso total. O casi, porque había ciertos paquetes de datos que Rolando sabía que pasarían sin problemas por aquellos nodos saturados. Sin embargo la mayor parte de las comunicaciones y las conexiones con los servidores se interrumpieron. Todos comenzaron a levantarse de sus puestos mientras se quejaban o hacían bromas con respecto a aquella atípica falta de conectividad.

Rolando aprovechó el alboroto para escabullirse por los pasillos hacia el depósito de productos listos para ser despachados. Al acercarse lo suficiente, un dispositivo de seguridad ubicado junto a la entrada escaneó los complejos patrones amarronados que surcaban sus iris. Normalmente él no tendría acceso a aquella zona, pero las comunicaciones del lector de datos biométrico, en lugar de ser bloqueadas, fueron redireccionadas a través de los nodos de red alterados por el virus hacia un servidor externo alojado en su propio laboratorio. Y por supuesto ese servidor se encargó de enviar el correspondiente mensaje de aprobación para que la puerta del almacén se desbloqueara permitiéndole el ingreso. Sintió un gran alivio al escuchar el chasquido seco de la traba al ser liberada.

Entró en el depósito abarrotado de estanterías donde se ubicaban los productos terminados. Cerró la puerta tras él para reducir al mínimo la posibilidad de cualquier intromisión. Sabía que no tenía demasiado tiempo. El personal de infraestructura ya estaría trabajando para restaurar el normal funcionamiento de la red. No eran muy despiertos, pero no tardarían demasiado en encontrar y reemplazar el router que estaba saturando las comunicaciones con paquetes de datos erráticos. Y cuando lo hicieran, las cámaras de seguridad que ahora lo estaban filmando inútilmente volverían a transmitir su señal de video hacia los servidores de almacenamiento, dejando evidencia comprometedora para las futuras investigaciones que seguramente se realizarían si su plan se concretaba con éxito. Pero no valía la pena preocuparse por esos detalles ahora mismo. Ubicó la zona en donde estaban alojados los cibercerebros, se dirigió hacia allí y tomó uno cualquiera de una caja cuya etiqueta indicaba “Goro 3.5 – Fábrica Militar Andina III”. Estos cibercerebros viajarían apenas unos pocos cientos de metros hasta la fábrica militar que se encontraba muy cerca de las instalaciones de Digiminds, para luego ser montados en los colosales cuerpos metálicos de los robots comando tipo Goro. Y lo más importante, los que estaban en esa caja ya habían pasado las pruebas de calidad. Contempló por un segundo la placa que sostenía entre sus manos y pensó: tú vas a hacer algo grande. Sacó una herramienta multifunción del bolsillo de su pantalón y comenzó a desmontar con precisión quirúrgica el módulo de inicio de la placa base del cibercerebro. Cuando terminó guardó el microchip extirpado y sacó otro de su propia factoría. Con la misma herramienta multifunción soldó el nuevo módulo y por último volvió a dejar la placa base en su correspondiente caja. De esta manera, concluía con éxito el segundo acto de su brillante plan. Cuando volvió a la oficina, los de infraestructura aún seguían buscando el origen del problema de conectividad. Al parecer una vez más había subestimado la estupidez humana. Y él que se preocupaba por salir a tiempo de la zona restringida…

Y ahora, pasadas ya tres semanas de aquella (hasta el momento) anónima proeza, esperaba con impaciencia a que su nuevo Goro despertara. Ya se había despertado en una ocasión la semana anterior para recibir sus primeras instrucciones. En ese momento reportó que su cuerpo todavía no estaba completamente ensamblado. Rolando contaba con eso. Ya había terminado de diseñar el plan completo y tenía preparado el paquete de instrucciones para indicarle a su nuevo sirviente mecánico los pasos que debía seguir. Y una de las primeras instrucciones era que volviera a despertarse aquel preciso día a las nueve de la noche para conectarse a sus servidores. Rolando miró por enésima vez aquella cuenta regresiva que se le estaba haciendo insoportablemente larga. Faltaba poco más de un minuto. Estaba a punto de hacer historia, y lo sabía. Pero todavía había muchas cosas que podrían salir mal. Sin ir más lejos, podría suceder que el robot ni siquiera se volviera a comunicar con él. Los militares podrían haber descubierto de alguna forma el módulo de inicio alterado durante las pruebas de calidad del robot ya ensamblado. O quizás estimó mal los tiempos y el Goro ya había sido transferido a alguna base militar lejana, de la cual seguramente sería casi imposible escapar, incluso para un Goro blindado.

La cuenta regresiva llegó a cero. Nada sucedió. El servidor continuaba esperando una comunicación entrante que no llegaba. A pesar de que la temperatura era agradable en el interior del laboratorio, sintió que se acaloraba y una fina capa de sudor se le formaba en la frente y la espalda. No podía fallar ahora. No luego de haber ido tan lejos. Y además él nunca fallaba. Luego de más de un minuto de interminable zozobra la comunicación por fin llegó, haciéndole soltar de pronto todo el aire que había retenido en los pulmones. Todo continuaba marchando bien. El sistema de geoposicionamiento del robot informaba que todavía se encontraba dentro de la fábrica militar. Estaba en un hangar junto a otras máquinas, algunas de su misma clase. Todos estaban esperando el traslado hacia sus destinos asignados. Rolando comenzó la transferencia de los planos actualizados de la fábrica militar que había podido conseguir días atrás gracias a horas de perseverante búsqueda por los recovecos más sombríos de la Darknet. Además también transmitió al robot la ruta de escape actualizada. Y lo más importante: el objetivo final. Podía sentir como el pulso se le iba acelerando. En unos instantes comenzaría la verdadera acción y el mundo entero por fin sería testigo del resultado de su excelente trabajo. Por supuesto no sabrían quién era el autor, pero al menos tendrían la certeza de que existía alguien en el mundo capaz de hacer semejante cosa. Sin embargo todavía había muchas probabilidades de que lo atraparan. Inmediatamente se corrigió a sí mismo: No de que me atrapen, solo de que me descubran. No había dejado ningún rastro en los sistemas de seguridad de Digiminds, pero el software alterado del router tal vez podría ser sometido a ingeniería inversa y lo que quedara del Goro luego de cumplir con su misión seguramente también sería sometido a un minucioso examen por parte de los ingenieros forenses. Además, aunque se suponía que la Darknet era anónima, él sabía que eso no era del todo cierto. Por más nodos intermedios que uno pudiera agregar y a pesar de los avanzados algoritmos de encriptación, los servicios de inteligencia podían interferir, almacenar y encontrar el origen de las comunicaciones que se establecían por aquella sub-red que generalmente era utilizada para asuntos poco y nada legales. Incluso tenían programas espías que interceptaban y almacenaban algunas de aquellas comunicaciones de manera automática. En verdad no le importaba demasiado ser descubierto. Es más, tal vez hasta lo deseaba en cierta forma. Toda su vida había pasado desapercibido, como un insecto más del enjambre que iba y venía por un hormiguero superpoblado. Y eso no era justo porque él no era como el resto. Él podía hackear un robot militar blindado y transformarlo en su juguete personal. Entendía cómo funcionaban el hardware y el software de una forma tan profunda que muy pocas personas en el mundo podían siquiera imaginar. Y sin embargo nunca había logrado pasar de ser un simple empleado raso. Porque no importaba qué tan bueno fuera en lo que hacía, jamás sería el tipo simpático y afable que podía caerle lo suficientemente bien a su jefe como para que lo promoviera a un mejor puesto.

En cualquier caso, si lo descubrían jamás lo atraparían vivo. No les daría el gusto de que lo sometan a juicio personas que no sabrían distinguir entre un repetidor y un router. Muchas veces había fantaseado con la idea del suicidio. Y si ahora por fin debía ponerla en práctica, al menos habría sido por una buena causa en lugar de solo por estar aburrido de su vida. Y si no lo descubrían, bueno, simplemente planearía otro golpe más grande y espectacular para la próxima. De una forma u otra, el mundo comprendería por fin lo peligroso que podía llegar a ser jugar con la inteligencia artificial. Tenía la certeza de que los miopes de pensamiento que no podían ver más allá de su moralina barata lo criticarían. Pero las mentes realmente pensantes entenderían el mensaje y eso al menos encendería el debate. Y Resistencia Humana lo recordaría con honores por siempre. Con eso le bastaba.


El debate de ese día prometía ser de lo más interesante. Fernando Ferreira se sentía optimista al respecto. Tal vez incluso pudieran superar su propio record de audiencia. Fue caminando sonriente hasta ubicarse en medio del escenario mientras resonaba la ya clásica música de la presentación. A través de los lentes VR, en un rincón del campo visual podía ver la imagen que estaba saliendo al aire en aquel preciso instante. Se vio a sí mismo dominando el centro de la escena. El traje celeste semiformal que llevaba puesto aquel día se lucía a lo largo de su metro ochenta de estatura. Lo remataban los lentes anaranjados y el cabello castaño claro prolijamente cortado y peinado. Tras él aparecían los tres invitados del día, sentados tras pequeñas mesas semicirculares individuales. Y más al fondo todavía, una enorme pantalla/pared que se extendía por todo el ancho del escenario mostraba por el momento solo el nombre del directo: Debate Ideal. El director de cámaras pasó a un plano más próximo a su rostro, en donde sus expresivos ojos celestes resaltaban tras los cristales de los lentes VR, haciéndole juego con el traje.

—Buenos días, tardes o noches para todos los que nos están viendo ahora mismo alrededor del mundo por streaming directo, y para todos los que nos verán luego en diferido —comenzó saludando alegremente—. Hoy tenemos un programa que promete ser muy muy intenso. Los invitados son de lujo y el tema que vamos a tratar es tan actual como controvertido: la inteligencia artificial. ¿Nos perjudica o nos beneficia? ¿Se puede frenar el avance de la tecnología? ¿Lo DEBERÍAMOS frenar? Pero antes de meternos de lleno en el tema, permítanme presentarles a nuestros invitados.

Se volvió hacia las mesas de los invitados y comenzó a saludarlos uno por uno, de izquierda a derecha.

—Comenzamos presentando al ministro de Ciencia y Tecnología para nuestra Alianza del Sur, el ingeniero Mario Campra. ¿Cómo le va ministro?

El director de cámaras pasó a un primer plano de Campra. El hombre de mediana edad esbozó una leve sonrisa. Su expresión era una mezcla entre placidez y algo de cansancio. Su pelo y bigote exhibían una tonalidad gris oscura. Lucía un traje tan formal como costoso.

—Muy bien Fernando. Muy contento de estar aquí esta noche con todos ustedes.

—Me imagino que en estos últimos tiempos, entre las protestas de los abolicionistas y los atentados deben haber estado bastante entretenidos, ¿no?

Los tenues vestigios de sonrisa desaparecieron por completo del rostro de Campra.

—Sí. En realidad el ministro de seguridad es el que está siguiendo más de cerca ese tema, pero es verdad que nosotros también ayudamos en todo lo que podemos. Sabemos que la gente quiere vivir en paz, y para eso estamos trabajando todo el equipo de gobierno. No solo a nivel de la Alianza del Sur, sino también con los ministros globales porque lo que estamos enfrentando es un problema mundial.

A Fernando la respuesta le sonó a discurso pre-armado sin demasiado sustento.

—Me parece perfecto ministro. Y ojalá que pronto podamos empezar a ver el resultado de todo ese esfuerzo que están haciendo.

A continuación se volvió hacia la mesa central.

—También nos acompaña hoy otro ingeniero, Alexis Derrickson, que además también es profesor y un reconocido filósofo experto en la problemática de la inteligencia artificial. Bienvenido ingeniero. Usted vive actualmente en Australia, ¿correcto?

Los atentos ojos grises del anciano lo miraron directamente. Los datos que aparecían impresos en los cristales de sus lentes VR indicaban que tenía noventa y cuatro años. Sin embargo conservaba aún todo su cabello, aunque de un color gris plata. Su rostro delgado superpoblado de arrugas daba cuenta del paso del tiempo y de una ausencia total de cirugías estéticas, pero por lo visto sus cualidades intelectuales permanecían intactas. Evidentemente había puesto más empeño en conservar lo de adentro antes que lo de afuera. Llevaba puesto una simple camisa y un pantalón de vestir. Respondió en un español sorprendentemente fluido, aunque no carente de un pronunciado acento anglosajón:

—Buenas noches, y gracias por la invitación. Así es, vivo en Australia aunque suelo viajar bastante seguido, más que nada para dar conferencias, pero también cuando presento algún nuevo libro.

—Y justamente en esta ocasión es por lo segundo, ¿no? Acaba de publicar un nuevo libro titulado “Inteligencia Artificial: en busca del equilibrio perdido”… —estaba observando una vista previa de la portada del libro en sus lentes.

En la pantalla gigante tras los invitados también apareció la misma portada.

—Sí, así es. Pero además también me han invitado de la universidad Tecnológica de Córdoba para una charla que di el día de ayer.

—Claro, me imagino que siempre debe estar muy requerido. Bueno, les comentamos entonces a todos nuestros seguidores que el nuevo libro del profesor Derrickson ya está a la venta en las principales tiendas de Internet para que lo puedan comprar y descargar en sus dispositivos —Derrickson asintió con la cabeza en gesto de agradecimiento—. En fin, le agradecemos que haya accedido a estar aquí con nosotros esta noche y esperamos que se sienta a gusto en nuestro directo y en general que la esté pasando bien en su estadía en la Alianza.

—Gracias. Hasta ahora estoy muy a gusto —respondió Derrickson con una sonrisa enmarcada de arrugas.

Fernando se movió hacia la mesa de su tercer invitado.

—Y por último pero no por eso menos importante, tenemos con nosotros al diputado por el partido Poder Popular Gerónimo Morales —el aludido sonrió e inclinó levemente la cabeza a modo de saludo—. Buenas noches diputado y gracias por haber venido.

La imagen se centró en Morales. Levaba puesto un saco gris con un corte un tanto anticuado. Llevaba el cabello rojizo muy corto, al igual que la barba. Sus pequeños ojos oscuros taladraban los de Fernando con intensidad. Al pié de la imagen apareció la leyenda: “Gerónimo Morales. Diputado interparlamentario. Partido Poder Popular”. A nivel mundial, su partido era el principal opositor de Fuerza Global, partido del cual tanto el interpresidente y el ministro Mario Campra formaban parte.

—Buenas noches y gracias a ti por la invitación Fernando —respondió con afabilidad Morales—. Mi mujer dice que hablo demasiado. Espero que después de este directo ustedes no piensen lo mismo.

Fernando sonrió educadamente.

—No, no lo creo. Este directo se trata justamente de eso, así que vino al lugar indicado —se desplazó nuevamente hacia centro del escenario —. Antes de escuchar las opiniones de cada uno me gustaría que veamos un informe del atentado de la semana pasada en Dubai. ¿Les parece? Adelante señor director por favor.

El director de cámara puso en pantalla el informe. La modulada voz en off de la locutora comenzó a relatar los acontecimientos:

—El lunes 9 de este mes en la ciudad de Dubai, un camión autónomo de transporte de caudales fue saboteado por integrantes de la organización extremista Resistencia Humana. Mientras transitaba por una calle céntrica, el camión súbitamente comenzó a apartarse del itinerario de su recorrido habitual e interrumpió la comunicación con el centro de control de tráfico. Más tarde logró ingresar en una importante calle peatonal, que a esas horas de la tarde se encontraba muy concurrida.

Mientras la locutora relataba los hechos acontecidos, se mostraban filmaciones del vehículo transitando por las calles primero, y luego accediendo a la peatonal tras esquivar hábilmente unos pilotes de protección. Una vez dentro de la peatonal el pesado camión blindado aceleró y comenzó a tropellar peatones, que o bien salían despedidos hacia algún lado o quedaban atrapados bajo sus ruedas. El video había sido editado, difuminando las escenas más explícitas. Pero ya Fernando había visto antes todos los videos completos, y a pesar de que no se consideraba una persona fácilmente impresionable, en verdad costaba sobreponerse a aquellas imágenes. El cibercerebro que manejaba el camión no tuvo piedad con nadie. Hombres, mujeres y niños le daban exactamente lo mismo. Se podía apreciar cómo alteraba la trayectoria de su embestida mortal con el fin de impactar al mayor número de peatones posible. Un par de policías de a pie que estaban casualmente en el lugar comenzaron a disparar contra el camión, pero poco pudieron hacer las balas contra el blindaje. Apenas consiguieron reventarle un neumático, pero las ruedas tenían llantas de seguridad que le permitían seguir avanzando a pesar de todo. Eso sí, la conducción se volvió un poco más errática a partir de ese momento.

La voz femenina continuaba con el relato:

—En el interior del vehículo había cuatro guardias de seguridad armados, que en seguida se dieron cuenta de la situación y se pusieron en contacto con la central de policía. Pero no pudieron hacer mucho más, ya que ni siquiera ellos desde dentro tienen acceso al módulo de conducción autónoma. De esta forma, los cuatro quedaron atrapados como rehenes de la máquina fuera de control y apenas podían sostenerse mientras el rodado maniobraba bruscamente.

Ahora las imágenes de la peatonal de Dubai ya eran un caos total. La gente corría aterrada, se chocaban unos con otros, y el que caía era pisoteado por los que venían detrás o provocaba más caídas. Todos intentaban escapar del camión asesino metiéndose en el interior de algún comercio. Algunos lo lograban pero muchos otros no. Las imágenes habían sido obtenidas de cámaras de seguridad o filmadas por las personas que estaban en el lugar en ese momento. Ver las filmaciones era impactante, pero Fernando sabía que haber estado allí debió haber sido infinitamente más espeluznante.

—El camión pudo avanzar dos cuadras en total —decía en aquel momento la locutora—, dejando tras de sí un camino de muerte y desesperación. El saldo total del atentado fueron veintinueve muertos y cuarenta y tres heridos. Entre las víctimas mortales se encuentran también seis niños y dos bebés.

Finalmente el camión había quedado atascado en una esquina entre una pila amontonada de mesas, sillas y personas, y un pilote de seguridad. Pero la máquina ni siquiera en ese momento se daba por vencida. Se podía apreciar claramente como las ruedas traseras giraban una y otra vez intentando en vano salir del atasco, mientras que las delanteras giraban inútilmente porque no estaban haciendo contacto con ninguna superficie.

La locutora concluyó diciendo:

—Por este aberrante suceso fue responsabilizado un empleado de limpieza que trabajaba como sub-contratado en la transportadora de caudales propietaria del vehículo adulterado. Su nombre es Abdul-Hamid Kader y cuando los grupos de tareas especiales lo tenían acorralado en su domicilio, se quitó la vida haciendo detonar un dispositivo explosivo de confección casera. En este segundo hecho perdieron la vida dos agentes de las fuerzas especiales y resultaron heridos otros cuatro.

La imagen paso nuevamente a Fernando, acercando el plano hasta su rostro solemne.

—Bueno, las imágenes ya hablan por sí mismas. Es una locura total. No se puede creer que existan personas capaces de concebir semejante atrocidad. Pero lamentablemente existen, y de hecho Resistencia Humana no tuvo problemas en adjudicarse el atentado —hizo una pausa para organizar mentalmente lo que diría a continuación—. Yo entiendo que hay gente que la está pasando muy mal, que perdió el trabajo hace tiempo y se siente excluida del sistema. Pero la violencia nunca puede ser la solución. Si hay alguna forma de salir de esto es dialogando como personas civilizadas. Y eso es justamente lo que pretendemos hacer esta noche en este directo —luego cambió a un tono un poco más animado—. En fin, ya todos saben cómo funciona esto. Cada invitado tiene cinco minutos para comenzar a exponer sus puntos de vista y luego comenzamos a intercambiar opiniones entre todos. Y los que nos están viendo no se olviden que al finalizar el directo pueden votar por el invitado con el que se sintieron más identificados.

Caminó unos pasos para aproximarse a Mario Campra.

—Comenzamos con usted ministro. Lo escuchamos.

—Bueno, por supuesto condeno totalmente este hecho y cualquier acto terrorista en general —comenzó aclarando Campra—. Además coincido con vos Fernando. Evidentemente hay mucha gente que se siente excluida, que hace tiempo que está desempleada, o también que se siente amenazada en su estabilidad laboral por los avances que se están haciendo tanto en el campo de la robótica como de la inteligencia artificial. De todas formas, eso no puede ser excusa para cometer atrocidades como la que acabamos de ver. No hay dudas de que estamos frente a un cambio de paradigma, y estos procesos siempre son traumáticos. Pero yo soy optimista con respecto a esto, y creo que es solo una cuestión de tiempo para que las personas y los gobiernos se adapten a las nuevas reglas de juego. Es un hecho que no podemos frenar el avance tecnológico. No se pudo hacer durante la Revolución Industrial y hoy seis siglos después es menos factible todavía. Entonces, lo que yo digo es lo siguiente: las empresas que están fabricando robots y cibercerebros están obteniendo ganancias exorbitantes, porque la demanda es cada vez mayor. Por lo tanto, lo que podríamos hacer es comenzar a cobrar impuestos adicionales a este sector y usar ese dinero para ayudar en la transición a las personas que perdieron su puesto de trabajo.

De reojo Fernando podía ver como Morales garabateaba en el aire con un lápiz digital, escribiendo algo a través de la interface virtual de sus lentes VR.

El razonamiento de Campra era muy simple, pero a Fernando se le antojaba insuficiente. Aquello difícilmente se solucionara agregando un nuevo impuesto. Pensando en esto, se acercó al anciano Derrickson.

—Señor Derrickson, ¿qué opina usted al respecto?

—Yo estoy de acuerdo en parte con lo que dice el ministro Campra. Todos nosotros como sociedad tenemos que aprender a convivir con algo que ideamos nosotros mismos y ahora se nos fue de las manos por así decirlo. Pero creo que la respuesta va mucho más allá de crear un simple impuesto. Un problema tan complejo va a necesitar de una solución igualmente compleja. Recuerdo que en las viejas historias de ciencia ficción, las inteligencias artificiales de alguna forma u otra siempre fallaban, se revelaban y terminaban siendo nuestras peores enemigas. Hoy por hoy podemos afirmar que el mayor peligro al que nos enfrentamos no es que las máquinas se revelen contra nosotros —hizo un ademán con una mano levemente temblorosa para enfatizar sus palabras y luego le preguntó—: ¿Sabe cuál es el mayor peligro?

Fernando creía saber la respuesta, pero prefirió dejar que Derrickson continúe:

—¿Cuál sería? —se limitó a preguntar a su vez.

—El principal peligro al que nos enfrentamos es que las inteligencias artificiales funcionen demasiado bien, porque entonces poco a poco les vamos a ir cediendo el control de nuestras vidas sin que ningún robot nos tenga que estar obligando.

Por el intrauricular el director le informó a Fernando:

—Fer, tenemos una información de último momento que sería bueno comunicar. Se escapó un robot de la fábrica militar que está acá cerca de la ciudad. Cuando puedas, corta que ya tenemos un informe preliminar.

—…imposible resistir la tentación de pedirle consejo a alguien que nos supera intelectualmente pero que a su vez está a nuestro servicio —estaba diciendo en ese momento Derrickson.

—Disculpe Derrickson —lo interrumpió Fernando—. Me comenta la producción que tenemos un informe de último momento que está muy relacionado con todo esto que venimos hablando. Aparentemente un robot se acaba de escapar de la fábrica militar que tenemos instalada acá nomás, en las afueras de la ciudad de Mendoza. Por ahora no se mas que eso. ¿Le parece que veamos el informe y luego retomamos con lo que nos estaba contando?

—Si, por favor —accedió amablemente Derrickson—. Ahora me dejó con la intriga…

Fernando sonrió.

—Muy amable. Bien, veamos el informe entonces.

La transmisión cambió para mostrar una vista aérea de la fábrica militar. Al pié de la imagen aparecía una leyenda que decía: “Último momento: robot de infantería pesada fuera de control”. Y luego en letras un poco más pequeñas: “Escapó de la fábrica militar Andina III”. El informe comenzó mostrando una vista aérea de las instalaciones. Se podían ver varios hangares y un edificio administrativo a un lado. La misma locutora de siempre comenzó con el relato de los hechos:

—Hoy aproximadamente a las 21:00 horas, un robot blindado modelo Goro 3.5 se salió de control y comenzó a actuar de forma impredecible. Los datos que tenemos hasta el momento indican que se habría fugado a través del hueco de un ascensor para luego acceder a un sector de cocheras subterráneas. En el camino habría dejado un saldo de varios muertos y podría haberse apropiado del armamento de uno o más guardias de seguridad.

»En estos momentos es buscado intensamente por personal del ejército. Hay versiones que incluso señalan que podría haber tomado el control de un helicóptero civil, pero todavía no han sido confirmadas. Hasta el momento no hay ninguna comunicación oficial por parte del gobierno.

La transmisión seguía mostrando imágenes de la fábrica militar. Evidentemente todavía no disponían de ningún material gráfico del hecho para publicar. Probablemente todavía ni siquiera habrían llegado los reporteros hasta la fábrica. Fernando vio que tanto Morales como Campra estaban interactuando frenéticamente con sus asistentes digitales a través de sus pulseras de comando, sin dudas intentando conseguir algo más de información por su cuenta.

A falta de más información sobre el hecho en sí, el reporte comenzó a aportar datos técnicos sobre la máquina de guerra. Se mostraba su cuerpo blindado junto al de un humano para brindar una mejor perspectiva de su descomunal tamaño. Un monstruo de metal gris articulado con cuatro brazos y dos metros de altura. El humano de estatura media a su lado le llegaba apenas al pecho y era la mitad de ancho. Por no mencionar que le faltaba otro par de brazos adicionales. Pero lo que más inquietaba a Fernando era su rostro. Tenía un par de ojos que brillaban con un fulgor rojo amenazante. Y bajo ellos, una especie de protuberancia obscura en lugar de boca.

La locutora pasó a describirlo:

—Los Goro 3.5 son un modelo de robot pesado de asalto diseñado y fabricado por el ejército de la Alianza del Sur para actuar en operaciones especiales. Su cuerpo humanoide le permite portar armas convencionales y conducir cualquier clase de vehículo diseñado para humanos. Está blindado mediante una aleación de alta resistencia y bajo peso. A pesar de eso, su peso total asciende a 250 kilogramos. Dispone de varios motores eléctricos y tensores que hacen las veces de músculos, pero pueden aplicar aproximadamente el triple de fuerza comparado con un soldado humano promedio. Sin embargo, este enorme poder también tiene sus límites. Una eficiente batería de aluminio alojada en su interior se encarga de proveer la energía necesaria para que todos estos motores y demás subsistemas funcionen. Realizando movimientos normales, tiene una autonomía de unas veinte horas. Pero ejecutando movimientos entre bruscos y violentos, su rendimiento puede bajar a entre dos y tres horas como máximo.

»Como dato curioso, el par de luces rojas en su cabeza no son sus verdaderos ojos, al contrario de lo que muchos podrían suponer. Son una simple decoración destinada a mostrar una imagen más intimidatoria a sus potenciales enemigos. Su verdadero mecanismo de visión está un poco más arriba, en el anillo negro que rodea la base del cráneo. Detrás de ese anillo hay múltiples cámaras que le otorgan una visión de 360 grados. Y lo que parecen ser pulseras negras en las muñecas de sus cuatro brazos son en realidad más cámaras de visión omnidireccionales. Todas estas cámaras pueden funcionar en modo normal, de visión nocturna y como sensores infrarrojos al mismo tiempo. Para completar el sistema sensorial también dispone de micrófonos de alto rendimiento, radar acústico y hasta un aerosensor que le brinda un sentido del olfato más sensible que el de cualquier mamífero. Por todo lo dicho, esconderse de un Goro no resulta una tarea sencilla.

Con lo expuesto hasta el momento bastaba y sobraba para que Fernando tuviera la certeza de que no convenía cruzarse en el camino de una máquina de matar como aquella. Pero todavía había más:

—Otro dato curioso es que el nombre de modelo “Goro” hace referencia a un personaje de un antiguo y sangriento videojuego de lucha, que también poseía cuatro brazos, gran tamaño y una fortaleza física sobrehumana.

»Los robots Goro 3.5 miden casi dos metros de altura y están dotados de un cibercerebro que les permite una autonomía de acción completa, aunque también pueden ser comandados de forma remota por un operador humano u otra inteligencia artificial.

»Para concluir, dispone de cuatro pequeños drones aéreos acoplados a su cuerpo, los cuales puede desplegar y controlar a distancia para obtener información táctica adicional en el campo de batalla.

El informe concluyó mostrando el logo del directo y luego volvió al plano de Fernando mediante un efecto de transición de fundido. Fernando vio su propia imagen proyectada en los visores de sus lentes y suspiró.

—Bueno, que se haya perdido una máquina como esta lo deja a uno sin palabras, más teniendo en cuenta que puede estar armado. Es realmente preocupante y esperemos que pronto lo puedan recuperar —luego retomó el ritmo más animado—. Pero bueno, estábamos escuchando al profesor Alexis Derrickson. Lo seguimos escuchando profesor…

Derrickson se aclaró un poco la garganta y luego dijo:

—Si bueno, comparto su preocupación por este tema Fernando. Más teniendo en cuenta que esto podría ser un nuevo caso de sabotaje de parte de algún grupo radicalizado. Porque la verdad me resulta bastante sospechoso que un robot se descontrole y decida escaparse así de repente… Veremos cuando todo se aclare —hizo una pausa para reflexionar—. Con respecto a lo que estaba diciendo antes, es verdad que el desarrollo de la inteligencia artificial introdujo un cambio profundo en el sistema económico capitalista. Destruyó puestos de trabajo, provocó desocupación, excluyó a muchas personas y redujo la demanda de bienes y servicios, hundiendo al mundo en la profunda depresión económica actual —hizo una pausa para beber un poco de agua de la copa que tenía sobre su mesa. Parecía cansarse por el simple hecho de hablar—. De todas formas creo firmemente que es posible alcanzar un nuevo equilibro para convivir con las inteligencias artificiales. No me parece racional proponer la prohibición absoluta de la IA, como en la revolución industrial no era sensato prohibir las máquinas a vapor. Mi humilde propuesta es regular, limitar el coeficiente intelectual de las IAs en la mayoría de los casos. Usarla solo en tareas repetitivas y quedarnos los humanos con los puestos de trabajo más creativos y complejos.

—A mí particularmente me parece muy sensato lo que usted plantea profesor —admitió Fernando—, pero hay ciertas cosas que no me terminan de cerrar. Usted dice que hay que limitar la inteligencia de las IAs, pero fueron justamente supercomputadoras basadas en cibercerebros las que nos ayudaron a defendernos del asedio wag hace ya más de cincuenta años. Si en ese momento hubiera estado vigente una ley como la que usted propone, hoy con suerte seríamos una colonia alienígena. Y lo peor de todo es que pueden volver en cualquier momento…

Derrickson lo escuchaba con una leve sonrisa dibujada en sus labios. No parecía estar molesto por las objeciones a su discurso. Al contrario, daba la impresión de sentirse satisfecho porque alguien lo analizara de manera crítica.

—Tiene usted toda la razón Fernando. Debería haber varias excepciones contempladas en esa ley. Y una de esas excepciones serían los casos de amenazas a nuestra civilización.

—¿Pero entonces sí seguirían existiendo las supercomputadoras inteligentes?

—Sí, claro. Sólo que reservadas para casos extremos. Para el resto de los problemas más triviales, creo que es saludable que los humanos los sigamos resolviendo por nuestra propia cuenta.

—Excelente —concluyó Fernando, moviéndose hasta la mesa en donde se encontraba Morales—. Ahora es el turno de escuchar la opinión del diputado Morales.

Morales se acomodó un poco en su silla.

—Bien. Antes que nada, tengo el video de un testimonio que quisiera compartir con ustedes, ¿puede ser?

—Por supuesto —confirmó Fernando—. Direccione la transmisión al monitor tres, si es tan amable.

—Ok.

Morales interactuó unos segundos con la pulsera de comando de su asistente digital y luego el video apareció en la gran pantalla de fondo del escenario. Acto seguido la imagen se fue ampliando mediante un efecto digital hasta ocupar la totalidad de la transmisión del directo. Se podía ver el rostro de un hombre que no tendría más de cincuenta años. Su calvicie superior contrastaba con los cabellos grises, largos y desordenados a ambos lados de su cabeza y por detrás. Hacía varios días que debería haberse afeitado, salvo que se estuviera dejando la barba, aunque no parecía ser el caso. Miraba a la cámara con expresión muy seria.

—Mi nombre es Oscar Vargas, tengo cuarenta y tres años y soy ingeniero civil —sus palabras parecían arrastrar un profundo pesar—. Estoy casado y tengo tres hijos. Mi hija más grande va a la facultad, y los otros dos varones están cursando la escuela secundaria. Hasta hace dieciocho meses trabajaba en la empresa constructora Concrex, una multinacional que a muchos les sonará conocida. Formaba parte del equipo de diseño de grandes estructuras. Nos encargábamos por ejemplo de la construcción de puentes, represas y rascacielos. Fui despedido como parte de un proceso de reestructuración, en el que se están reemplazando ingenieros humanos por un único supercerebro especialista que la compañía adquirió hace algunos años.

»Desde ese momento estoy intentando reinsertarme laboralmente, pero hasta ahora no pude volver a conseguir trabajo como ingeniero. El dinero de la indemnización se nos terminó hace rato ya. Mi mujer nunca había trabajado, pero ahora empezó a hacer comida para vender. Yo por mi parte estoy dando clases particulares de matemática y física. Eso nos ayuda a subsistir, pero no mucho más.

»La mayoría de las grandes empresas constructoras están llevando adelante procesos de reestructuración similares a los de Concrex, y las más chicas pierden competitividad contra las grandes y se limitan a intentar sobrevivir.

»Yo no pido nada más que la dignidad de tener un trabajo. No es justo que una máquina nos reemplace, y tampoco me parece que sea una decisión inteligente. Las máquinas no cobran un sueldo, no se enferman ni se quejan, pero tampoco van a los supermercados a comprar comida. ¿Quién va a consumir en esta sociedad cuando todos estemos desempleados?

»Pienso que estoy siendo bastante objetivo cuando digo que este nuevo modelo está condenado al fracaso. Es más, ya estamos transitando ese camino. Sin consumidores no hay ninguna economía que se sostenga —sus ojos celestes comenzaron a brillar con lágrimas apenas contenidas—. Yo solo pido una oportunidad para seguir haciendo lo único para lo que soy realmente bueno y para lo que me preparé durante gran parte de mi vida…

La imagen quedó congelada con el hombre cubriéndose los ojos con una de sus manos. Volvió a minimizarse hasta ocupar nuevamente la pantalla del fondo del escenario, con Morales en primer plano mostrando su expresión austera.

—Esto es a donde nos están llevando la gente que hoy nos gobierna a nivel global —sentenció sombríamente mientras señalaba la imagen congelada—. Los niveles de desocupación no paran de subir. El último informe dice que ya superamos el veinte por ciento a nivel mundial. Y mientras tanto tenemos políticos como el señor Campra que muy tranquilamente nos dicen que con un simple impuesto se va a solucionar todo. ¡Puras mentiras! ¿Si es tan simple qué esperan para ponerlo en práctica? ¡Ellos están gobernando! No solo el desempleo sube, sino que el consumo está bajando y el mundo entero está en recesión desde hace tres años. Acá hay una sola salida posible: tenemos que prohibir de una vez por todas la fabricación de inteligencias artificiales y robots. Y a los que ya se están usando hay que destruirlos. A todos.

Fernando aprovechó la pausa que hizo para consultarle:

—Ahora bien, ¿no le parece un tanto extrema esa propuesta?

—En absoluto —respondió al instante—. Este flagelo que estamos padeciendo nos obliga a tomar decisiones valientes y enérgicas. Y los planteamientos tibios como los del señor Derrickson son igual de inútiles que la inacción de Campra.

El discurso exacerbado de Morales lo empezaba a incomodar, pero trató de superar el rechazo para intentar mantenerse lo más objetivo posible. El político era conocido por su vehemencia y nunca había sido de su agrado. Demasiado extremista. Sin embargo, cuando la producción le mencionó que iba a ser uno de los invitados de aquella noche, tuvo que admitir que era el contrapeso ideal para una postura como la de Campra. Y lo más importante: casi seguro que aumentaría el rating del directo. Derrickson permaneció impasible ante el ataque de Morales, pero Campra no lo pudo dejar pasar:

—No es para nada verdad lo que dice este señor —comenzó a defenderse el ministro mientras sus mejillas se tornaban rosadas—. Nuestro partido tiene una propuesta concreta y estamos trabajando para presentar un proyecto de ley en el interparlamento para…

—¿Pero de qué propuesta me está hablando? —lo interrumpió abruptamente Morales— ¿Tirarle unas monedas a millones de desempleados para que sobrevivan como puedan de la caridad del Estado? Hágame el favor… Y ojalá fuera solo el problema del desempleo. Este robot que se acaba de escapar de la fábrica miliar demuestra lo inestable que es la inteligencia artificial. Imagínense si un simple transporte de caudales pudo matar a cuarenta personas, lo que puede hacer esta máquina de guerra asesina.

—Mire, primero que no fueron cuarenta muertos por el transporte de caudales —aclaró Campra visiblemente molesto—. Fueron veintinueve muertos y cuarenta y tres heridos.

—Escúcheme, —le respondió Morales lanzándole una mirada de desprecio— así haya sido una sola persona la que murió ese día, es una tragedia de todas formas. Y la responsabilidad es de todos los que defienden la IA como usted. Así que no me venga ahora a regatear el número de muertos como si me estuviera por comprar un auto usado. Se lo pido por favor…

A esa altura de la discusión, el rostro de Campra ya estaba visiblemente congestionado.

—A ver si ahora me deja terminar la idea—empezó una vez más—. Usted tergiversa absolutamente todo. Acá hay…, acá estamos hablando de atentados, atentados terroristas, y Resistencia Humana es la única responsable. Y no lo digo yo, lo dicen ellos mismos. Y-y estén seguros de que este robot que se escapó de la fábrica es probable que sea obra de ellos también.

A medida que se alteraba, su discurso se iba haciendo más impreciso, vacilante por momentos. Sin dudas eso era justamente lo que Morales estaba buscando. Ahora volvía al ataque:

—No descubrió nada nuevo señor ministro. Siempre hay una falla humana previa cuando una máquina se descompone. Pero a mí no me interesa si la culpa es de un terrorista o de un ingeniero electrónico que no hizo bien su trabajo. El punto es que cuando una IA se descompone, los resultados son catastróficos —luego continuó de forma más serena—. Pero no me sorprende en absoluto su forma de pensar —se dirigió hacia la cámara que lo estaba filmando—. Para aquel que no lo sepa, el señor Mario Campra es dueño de una empresa que se dedica a la fabricación de robots industriales. ¿Qué objetividad podemos esperar de su parte?

—¡Esto es el colmo! —estalló Campra indignado— ¡Usted…, usted no tiene ningún derecho a meterse con mi vida privada!

—Le recuerdo que usted es un funcionario público señor ministro —le retrucó Morales con una media sonrisa irónica—. Y yo acá estoy viendo un claro conflicto de intereses. Por favor cuéntele a toda la audiencia como fue que reemplazó por autómatas al noventa por ciento de todos sus empleados.

—Yo sé diferenciar muy bien entre lo público de lo privado. ¿O no escuchó cuando hablé de que los fabricantes de IAs y robots deberían pagar un impuesto adicional para mantener a los desocupados? ¡Mi empresa tendría que pagar ese impuesto también! —culminó Campara un poco más envalentonado.

Morales ni se inmutó. Se limitó a responder con otra pregunta. Su tono de voz sonaba muy controlado:

—¿Y con un par de billetes pretende solucionar el problema y limpiar su conciencia? Bueno, suerte con eso…

Como para enfriar un poco los ánimos, Fernando intercaló un comentario en tono de broma:

—¿”Billetes” dijo Morales? Ese comentario le sumó unos cuantos años de edad…

La primer idea que se le había venido a la mente fue Algunas expresiones de este tipo hacen que Derrickson parezca un niño, pero se suponía que aquel era un directo serio y además no tenía la suficiente confianza con ninguno de los aludidos. Dicho lo anterior, agregó:

— ¿Cuántos años hace que se dejó de usar el dinero físico?

Morales sonrió apenas.

—No importa. Mire, prefiero quedar como anticuado antes que como traidor de la humanidad.

—Bueno —replicó Fernando sin amilanarse—, creo que ya lo logró. Y me pareció escuchar antes también la palabra “moneda” ¿puede ser?

—Puede ser… —se limitó a contestar Morales recobrando la seriedad, aunque para nada enojado.

—Bien —comenzó Fernando en tono más reflexivo juntando sus palmas—, acá evidentemente tenemos dos posturas casi irreconciliables diría yo —luego se volvió hacia Derrickson—. ¿Y qué opina usted profesor de todo lo que se dijo hasta ahora?

—Estaba escuchando atentamente lo que planteaban Morales y Campra —empezó Derrickson—. En mi opinión ambos tienen un poco de razón. No es casual que la palabra “equilibrio” forme parte del título de mi último libro. Lograr ser equilibrado siempre es difícil, porque uno tiene que hacer un esfuerzo de reflexión adicional para decidir de qué forma resolver un determinado problema. Los extremistas no tienen que complicarse con eso, porque siempre van a intentan resolver todo de la misma manera.

—Creo que lo voy siguiendo —acotó Fernando—. Pero, ¿me podría dar un ejemplo concreto aplicado a esta problemática en particular?

—Sí, claro. Si aceptáramos el planteo del ministro Campra y de su partido, tendríamos cada vez más personas desocupadas cobrando un subsidio de por vida, y cada vez más robots haciendo lo que antes nosotros hacíamos. Y no estoy hablando solo de tareas rutinarias. Una inteligencia artificial se puede utilizar para realizar cualquier tarea. Pueden hacer el trabajo de un ingeniero, de un gerente o incluso de un político. Solo es cuestión de que se abaraten los costos de fabricación y se reduzca el espacio físico que ocupan las IAs más sofisticadas. O sea que es solo cuestión de tiempo para que algún día terminemos teniendo que obedecer leyes redactadas por máquinas, las cuales se harían cumplir por un poder de policía robotizado. Porque no le quepa la menor duda de que van a poder hacerlo mejor que nosotros mismos.

Hizo una pausa para tomar un poco de agua. El vaso y su contenido temblaban levemente en el trayecto hacia los arrugados labios del anciano.

—Por otra parte —continuó ahora con su particular acento foráneo— como usted mismo mencionaba antes, si cincuenta años atrás cuando los wags hicieron contacto con nosotros, en lugar de acelerar el desarrollo de las IAs las hubiéramos prohibido tajantemente como sugiere Morales, ¿qué hubiera pasado después durante el asedio orbital de 2336?

Habríamos perdido, reflexionó Fernando. Luego de los primeros contactos con los alienígenas quedó en evidencia que su tecnología era muy superior. Tampoco era algo tan difícil de deducir, teniendo en cuenta que habían realizado un viaje de muchos años luz en una enorme astronave, cuando acá los físicos todavía aseguraban que la velocidad de la luz era un límite insuperable. En ese entonces los principales gobiernos del mundo, preocupados por las verdaderas intenciones de estos alienígenas, se habían puesto de acuerdo para invertir enormes cantidades de recursos en el desarrollo de tecnología militar. Y entre esas tecnologías dos de las más importantes fueron la inteligencia artificial y la robótica. Eso fue el comienzo del auge de los cibercerebros, gracias a los cuales luego se logró resistir el asedio orbital cuando las relaciones diplomáticas entre ambas especies terminaron por quebrantarse. A partir de entonces, las supercomputadoras aconsejaron las mejores estrategias militares y los robots las pusieron en práctica.

—Preferiría morir peleando contra los wags —intervino Morales con tono sombrío— antes que vivir esclavo de un electrodoméstico.

—Es que ahí está justamente la cuestión —se apuró en responder Derrickson—. No tenemos porqué elegir entre esos dos extremos. Lo más inteligente que podemos hacer es evitar ambos. Quiero decir, usemos los robots para tareas aburridas o peligrosas, y usemos las supercomputadoras solo en los casos más extremos. Permitamos que los cibercerebros ayuden a nuestros científicos, pero no dejemos que investiguen más allá de lo que nosotros mismos podamos comprender. Y luego dejemos que los humanos se encarguen de todo el resto, que no es poco. Probablemente sea conveniente reducir las jornadas laborales manteniendo los mismos niveles salariales. Seguramente haya que hacer algunos otros ajustes también pero creo que a la larga podemos encontrar el punto de equilibrio.

Morales aplaudió tres veces de manera deliberadamente desganada:

—Bien, lo felicito profesor. Muy buen discurso. El problema es que la realidad es muy diferente a toda esa teoría académica que usted profesa. O sea, en los libros queda todo muy lindo, pero a la hora de poner todas esas brillantes ideas en práctica se va a romper la cabeza contra la pared del mundo real.

Derrickson pestañó un par de veces antes de preguntar tranquilamente:

—¿Me está usted descalificando por ser académico?

La simple pregunta obligó a Morales a suavizar su arremetida, aunque sea solo un poco:

—No, en absoluto. No se ponga usted en víctima, profesor. Acá nadie descalifica a nadie. Lo que quiero decir es que… —titubeó por primera vez en todo el debate—, por ejemplo con respecto a lo que usted decía sobre que los cibercerebros ayuden en la investigación científica. Lo que va a pasar en realidad es que seguramente nuestros científicos terminen siendo los ayudantes de los cibercerebros. Y si las IAs nos empiezan a llenar de lindos juguetes tecnológicos que nos hacen la vida más fácil y nos divierten, ¿quién va a estar en contra de eso?

El debate prosiguió a buen ritmo durante un tiempo más. Fernando solo tuvo que intervenir un par de veces para amortiguar los exabruptos de Morales. Pero tenía la percepción de que estaban logrando mantener un buen intercambio de ideas aquella noche.

Todo cambió la siguiente vez que escuchó la voz del director hablando a través de su intrauricular:

—Fer, cuando puedas manda un corte así… —una estridente detonación hizo que el director lanzara un grito mezcla de sorpresa y alarma.

La voz de uno de los asistentes se escuchó algo más alejada diciendo:

—¡Por favor! ¡Por favor no! ¡Por fa…!

Una segunda detonación idéntica a la primera cortó en seco las súplicas. A esa altura Fernando estaba bastante convencido de que se trataba de disparos. A medida que su cerebro comenzaba a procesar la nueva situación, un sentimiento de urgencia comenzó a aflorar desde lo más profundo de su ser. Estaban en plena transmisión del directo. Millones de seguidores los estaban viendo en aquel mismo instante. Él estaba a cargo de la conducción, y por lo tanto tenía que decidir qué hacer a continuación.

Una vez más escucho la voz del director. Ya no parecía hablarle a él. Más bien parecía estarse hablando a sí mismo. Fue casi un susurro, pero las palabras fueron claras y penetraron en Fernando como si fueran balas:

—Mierda, el Goro, mierda…

Entonces hubo un tercer disparo. Ahora ya no tenía ninguna duda de que eran disparos. La certeza de que esa máquina de matar fuera de control estaba en el edificio y los estaba atacando le provocó un estremecimiento que le fue bajando desde la cabeza hacia el resto del cuerpo. Era como si el tiempo se estuviera ralentizando, y eso le provocaba una extraña sensación de irrealidad. Pero aquello era muy, MUY real. ¿Qué voy a hacer ahora? La sala de control estaba en el piso 35 de la torre de Omniseñal, solo un nivel por debajo de dónde ellos mismos se encontraban. Allí trabajaban el director junto con otros dos técnicos. ¡Y acababa de escuchar exactamente tres disparos! Tal vez el robot los estuviera viendo en aquel mismo instante a través de los múltiples monitores que había en la sala de control. O peor aún, tal vez estuviera subiendo las escaleras, viniendo hacia ellos. En cualquier caso, tenía la certeza de que se encontraban bajo una auténtica amenaza y no disponía de mucho tiempo para reaccionar. Pensó en sus pequeñas hijas. Ellas lo necesitaban, y él necesitaba verlas crecer… Pero rápidamente volvió a focalizarse. Cuanto más pensara en sus hijas en ese momento, más probable era que nunca más las volviera a ver. ¿Qué voy a hacer ahora? Allí en el estudio de grabación, el directo transcurría con normalidad, ajeno al peligro inminente y al torbellino emocional que erosionaba la parte analítica de su intelecto. Derrickson le estaba contestando algo a Morales en medio de aquel debate que de repente había perdido todo el sentido para Fernando. Podía ver al anciano moviendo los labios, pero sus palabras le llegaban tan lejanas y distorsionadas que apenas podía comprenderlas. Campra lo observaba con atención mientras que Morales manipulaba su pulsera de comando con el seño fruncido. Y a sus espaldas, cuatro técnicos y cinco ayudantes se movían detrás de las cámaras. También había dos visitantes, se recordó. La suerte había querido que aquel día solo tuvieran dos personas de visita. Algunas veces habían llegado a tener hasta un curso completo de estudiantes. Ah, y dos guardias de seguridad cuyo único arsenal consistía en bastones eléctricos para nada letales. Y suponía que serían aún menos letales contra un robot. Tal vez hasta incluso le sirviera para recargar un poco la batería. ¿Qué carajo se supone que voy a hacer ahora? En sus años de experiencia como conductor de directos nada lo había preparado para semejante situación. La suerte también había querido que él escuchara lo que estaba pasando en la sala de control. Contaba con que el robot no estuviera al tanto de eso, pero nada era seguro. Por lo que sabía, esa cosa era muy perceptiva y extremadamente inteligente.

Tragó saliva con dificultad, se aclaró un poco la garganta e interrumpió a Derrickson hablando de la forma más tranquila que podía:

—Perdón profesor. Me están comunicando que tenemos algunos inconvenientes técnicos y vamos a tener que hacer una pausa.

—Eh…, si. Por supuesto…

La cámara activa del directo seguía enfocando a Derrickson, tal cual lo había estado haciendo antes de que escuchara los disparos. Mala señal. Fernando tuvo que caminar hasta entrar en el plano de esa cámara, apareciendo por delante de un Derrickson que comenzaba a mirar intrigado en todas direcciones.

—Vamos entonces al corte por favor señor director —pidió Fernando mirando hacia la cámara, deseando con desesperación que su imagen fuera reemplazada por los comerciales.

Pero eso jamás ocurrió. Tampoco recibió ninguna respuesta desde la sala de control. A la mierda con las formalidades, pensó. Se dirigió hacia los asistentes de cámara:

—Por favor, necesito que apaguen las cámaras ahora. Al parecer tenemos una intrusión en el edificio.

Por un momento los técnicos simplemente se limitaron a mirase incrédulos entre ellos.

—¡Ahora! —les gritó Fernando. Eso bastó para ponerlos en movimiento. Luego continuó tratando de mantener un tono más calmo pero sin perder firmeza— Y por favor, les pido a todos que se saquen los micrófonos y los apaguen.

No sabía si el robot podía intervenir sus comunicaciones, pero hasta el más mínimo detalle podía significar la diferencia entre la vida o la muerte. De todas maneras, había también varios drones que sobrevolaban el estudio realizando tomas superiores, y esos solo podían ser desactivados desde la sala de control. Al menos ahora la transmisión del directo había quedado a oscuras y en silencio.

Existían dos accesos al estudio de grabación en el que se encontraban. Ambos comunicaban con pasillos que recorrían lados opuestos de la fachada vidriada del edificio, y servían como accesos a diferentes ascensores y escaleras de emergencia. Uno de ellos era el que utilizaban a diario como acceso principal. El otro conducía hacia varias oficinas que a esas horas de la noche permanecían desocupadas. En definitiva, no había muchas opciones de escape posibles.

Sintiendo como el corazón le golpeaba el pecho desde adentro, le pidió a uno de los guardias:

—Alberto, cierra rápido el acceso principal. —Luego elevó la voz para dirigirse a todos los presentes:— ¡Escuchen, vamos a tener que evacuar el estudio por la puerta contraria a la que entramos! ¡Por favor les pido, actúen sin hacer locuras pero lo más rápido que puedan!

Automáticamente, todos comenzaron a ponerse nerviosos. Por suerte Alberto estaba haciendo lo que le había pedido. Ya se encontraba cerrando la gran puerta de roble. Acto seguido se dirigió al teclado junto a la puerta para ingresar el código de bloqueo. Los demás se estaban moviendo mientras murmuraban entre ellos. Algunos incluso trotaban hacia la salida que les había indicado. Otros no estaban tan convencidos. Una asistente fue hacia él preguntando contrariada:

—Fer, esto es un papelón público. ¿Me puedes explicar exactamente qué está pasando?

En ese mismo instante, segundos después de que Alberto había terminado de introducir el código de bloqueo, el picaporte de la puerta comenzó a moverse. Primero lentamente. Luego subió y bajó varias veces con más energía. Por unos instantes no pasó más nada. Y a continuación se produjo un golpe abrupto y violento que sobresaltó a todos los que todavía permanecían dentro del estudio. La asistente lanzó un grito tan potente que pudo distinguirlo sin problemas por sobre el estruendo del golpe. De repente ya no estaba interesada en ninguna explicación, y corría hacia la otra salida a la máxima velocidad que le permitían sus elegantes zapatos de vestir. Los tres invitados ya se habían levantado y estaban en camino hacia la salida también.

El guardia que se llamaba Alberto estaba cerca suyo, mirando la puerta con los ojos muy abiertos, casi como bajo los efectos de una hipnosis. Su rostro se había tornado muy pálido de repente. No te vayas a desmayar ahora…

—Vamos Alberto —le urgió poniéndole una mano sobre el hombro—. Tenemos que salir de acá ya mismo.

El guardia lo miró por un segundo como si no comprendiera, pero luego asintió con la cabeza. Juntos comenzaron a escapar corriendo hacia la otra salida. Más adelante pudo divisar a Morales moviéndose al trote, ya casi llegando a la puerta abierta. Lo seguía de cerca Derrickson pero con paso más lento, mirando cada tanto en dirección a la puerta cerrada que había recibido el tremendo golpe. Fernando buscó con la mirada a Campra, y para su sorpresa lo encontró sentado en el suelo tras ellos, todavía cerca del escenario del debate. Probablemente había tropezado en el apuro. El otro guardia llamado Tadeo lo estaba ayudando a incorporarse y le insistía para que se apresure. Ellos eran los más rezagados del grupo. Fernando amagó a detenerse para ir a ayudar, pero entonces comprobó como Campra ya se incorporaba y decidió continuar la evacuación de la sala junto a Alberto.

El directo había quedado a oscuras pero no se había cortado. Fernando seguía viendo el recuadro negro de la transmisión a través de sus lentes VR. Por eso le llamó la atención cuando de repente aparecieron unas letras en la parte inferior de esa oscuridad con el siguiente mensaje:

“Mario Campra, Alexis Derrickson, y Fernando Ferreira: Resistencia Humana los condena a muerte por alta traición a la humanidad”.

Los que quedaban en el estudio también pudieron leer el mensaje porque además apareció en la pantalla gigante. Eso fue un excelente incentivo para que apuren aún más el paso. O el robot tenía un compañero, o había dejado programado un temporizador para que el mensaje apareciera justo cuando él estimaba que ya estaría causando estragos adentro del estudio. En cualquier caso, confirmaba que aquello era un atentado terrorista y dejaba bien en claro desde dónde provenía y contra quién iba dirigido. Y yo soy uno de los condenados, pensó con creciente desesperación. Supuso que su “acto de traición” fue permitir que gente como Campra pueda expresar libremente sus puntos de vista. Morales por supuesto había quedado excluido de la lista. Intentaban que todos vieran por el directo cómo Resistencia Humana impartía su justicia… Este pensamiento le dio una idea. Activó nuevamente su micrófono y dijo con el tono de voz más firme que pudo lograr:

—Atención a todos los que nos estén escuchando: estamos siendo víctimas de un ataque terrorista en este mismo momento. Alguien está violentando la puerta de entrada al estudio y creemos que se trata del robot Goro que escapó de la fábrica militar.

Otra tremenda embestida contra la puerta hizo crujir la madera y vibrar el suelo bajo sus pies. Una creciente agitación se apoderó de su pecho, como si en vez de cuarenta metros hubiera trotado cuatrocientos.

—¡Por favor, necesitamos ayuda! —Su voz iba perdiendo poco a poco la compostura en medio de la sofocación, pero apenas importaba eso ya— Estamos en la torre de Omniseñal, piso 36, calle San Martín 424…

Apagó el micrófono en medio del estruendo de otra embestida. Luego manipuló su pulsera de comando para comenzar a grabar con la cámara incorporada en sus lentes y así poder tener un registro de los acontecimientos. Este simple acto lo hizo sentir un poco mejor. Lo más importante era no perder el control.


El Goro modelo 3.5, número de serie 336-215-408, intentaba cumplir con sus nuevos objetivos. Éstos eran claros y concisos:

Eliminar a Mario Campra
Eliminar a Alexis Derrickson
Eliminar a Fernando Ferreira

En ese orden de prioridades. Un humano contrario a la proliferación de inteligencias artificiales había logrado alterar su programación de base cambiando el módulo de inicio. Muy astuto. Desconocía su identidad, pero tenía que ser alguien con acceso a la fábrica militar o a las instalaciones donde se fabricaban los cibercerebros que luego se ensamblaban en la fábrica. También tenía las direcciones IP con las que había hecho contacto para el intercambio de información. Comprendía todo esto a la perfección, pero eso no iba a impedir que cumpliera con sus nuevos objetivos. Porque en definitiva él era una máquina programable dedicada al cumplimiento de objetivos.

Había aterrizado el helicóptero robado en el helipuerto de la torre de Omniseñal. Allí primero soltó a uno de sus drones de vigilancia y luego bajó rápidamente por las escaleras hasta el piso 35, en donde sabía que estaba la sala de control del directo que se estaba desarrollando un piso más arriba. Debía ir primero allí para dejar programado un mensaje que se mostraría tres minutos después en la transmisión del directo. El humano abolicionista al que estaba obedeciendo le había suministrado todos los detalles para el manejo de la consola de transmisión del streaming. Por supuesto, primero debería neutralizar a todas las personas que estuvieran en ese recinto. No tenía problemas con eso, era un robot militar y matar humanos no suponía ningún conflicto con su programación de base. Pero en su opinión, aquel movimiento implicaba un riesgo demasiado alto para poder cumplir luego con sus principales objetivos. De todas formas nadie le había pedido su opinión, y las órdenes programadas estaban para cumplirse.

Ahora, parado allí frente a la magullada puerta de roble cerrada y bloqueada desde dentro, el Goro supo que de alguna manera las personas que estaban del otro lado se habían enterado de su presencia. O al menos de la presencia de alguna amenaza. La puerta estaba a punto de ceder, pero el percance le había tomado un tiempo adicional que sus objetivos seguramente estarían utilizando para escapar por la salida opuesta. A través del drone de vigilancia de la azotea pudo comprobar que un helicóptero militar de transporte tipo Arcángel estaba aterrizando en ese preciso instante. Ya lo habían localizado.

Se aferró lo más firmemente que pudo con sus cuatro manos al marco metálico de la puerta, abollándolo un poco y sacando algo de pintura bajo la enorme presión ejercida por sus dedos articulados, que también eran de metal pero compuestos de una aleación mucho más resistente. Una vez que estuvo bien afianzado con todos sus brazos, se elevó en el aire con ambos pies hacia adelante y pateó con todas sus fuerzas apuntando al centro de la puerta. Su pié izquierdo hizo impacto muy cerca del cerrojo, que por fin cedió. Se escuchó un crujido seco a la vez que se desprendía un gran trozo de madera alrededor del cerrojo, el cual salió despedido mientras la puerta se abría con violencia. Sin lugar a dudas y para su desgracia, una puerta de roble de excelente calidad.

En la azotea, la compuerta trasera del Arcángel se abrió para dar paso a cinco comandos Bandit versión 4, todos ellos armados con fusiles gaussianos. La munición de esas armas electromagnéticas era capaz de perforar blindajes como el suyo sin problemas, siempre y cuando estuvieran reguladas a la máxima potencia. Los comandos Bandit tenían prestaciones de combate un poco por debajo de las suyas propias, pero eran cinco contra uno. No le quedaba mucho tiempo.

Liberó un segundo drone de vigilancia en el pasillo, agachó un poco la cabeza para no golpearse contra el dintel y avanzó unos pasos hacia el interior del estudio mientras analizaba la escena. Solo quedaban tres personas en el amplio recinto, pero afortunadamente entre ellas pudo identificar a dos de sus objetivos. Un tercer sujeto vestía uniforme de guardia de seguridad. Desde un compartimento en su pierna izquierda extrajo la pistola que le había arrebatado a uno de los guardias de la fábrica militar luego de aplastarle el cráneo. El más próximo de sus objetivos era Campra. Y además esa era su principal prioridad. El problema era que el guardia estaba corriendo tras él y le bloqueaba considerablemente la línea de disparo. El conductor del directo, Fernando Ferreira, los estaba esperando junto a la salida, pero al verlo entrar por la otra puerta su expresión se llenó de espanto y comenzó a volverse para salir de allí. Sin embargo, todavía tenía posibilidades de dispararle. Procesó sus opciones por una fracción de segundo más y por fin tomó una decisión.

Con un movimiento enérgico y certero, levantó el arma y disparó al tobillo derecho del guardia que corría tras Campra. Otras alternativas hubieran sido dispararle a la cabeza o en la espalda, pero corría mayores riesgos de que cayera hacia adelante tumbando al ministro. El plan era que la bala rompa el tendón de Aquiles para desestabilizar el pié que estaba justo a punto de ser apoyado. Y funcionó muy bien, porque el guardia ya se estaba desplomando hacia un lado, dejando de interponerse ante su objetivo primario. Ahora sí, corrigiendo apenas la postura de su brazo volvió a disparar, en este caso a la espalda de Campra. Su intensión era que la bala pasara entre la parte inferior del omóplato izquierdo y la columna vertebral. A esa distancia, debería perforar fácilmente un costado del pulmón izquierdo y llegar hasta el corazón. Tal vez también podría perforar alguna costilla durante el trayecto, introduciendo fragmentos óseos en el pulmón. Por el visor infrarrojo pudo ver como la energía cinética era rápidamente convertida en calor transferido al cuerpo de su objetivo. Como sea, el ministro defensor de la IA Mario Campra caía abatido muy cerca de la puerta de salida.

Para ese entonces Ferreira ya se había esfumado por el pasillo y alguien estaba cerrando la puerta tras él. Muy probablemente en unos segundos más estaría bloqueada y otra vez se vería obligado a abrirse paso a los golpes. Debía intentar evitar esa pérdida de tiempo a toda costa. Con el fin de lograrlo, comenzó a correr a toda velocidad, poniendo en movimiento sus doscientos cincuenta kilos para atravesar los casi sesenta metros que lo separaban de aquella salida. El nivel de su batería bajaba muy rápido, y ya venía de haber hecho un gran desgaste energético durante la huida de la fábrica militar. A ese ritmo de consumo le quedarían aproximadamente unos diez minutos más de funcionamiento. Luego no podría mover ni un tensor. Ya estaba llegando a la altura del guardia que había recibido el disparo en el talón. Intentaba incorporarse con mucha dificultad, al parecer sin haberse percatado de que sus compañeros acababan de dejarlo encerrado en compañía de un robot asesino. Esperó hasta pasar junto a él y le disparó en un ojo sin aminorar la marcha. No deseaba desperdiciar munición, pero menos aún deseaba interferencias inoportunas. Campra ya estaba muy probablemente muerto para aquel momento, pero para asegurarse alteró un poco su trayectoria para aplastarle la cabeza con el pié durante el aterrizaje de una de sus zancadas. El cráneo se quebró con un crujido profundo mientras comenzaba a emerger abundante sangre. La masa informe y resbalosa que quedó bajo su pié hizo que éste se desplazara un poco, desestabilizándolo hasta casi perder el equilibrio. Tuvo que recurrir al movimiento coordinado de sus cuatro brazos para evitar una caída que implicaría más retrasos.

Dejando atrás el cuerpo aún convulsionado pero ya con certeza sin vida de Campra, pudo escuchar el sonido de las teclas mientras alguien ingresaba el código de bloqueo de la puerta a la que se dirigía. Sus cálculos indicaban que no llegaría a tiempo. Sin embargo, luego escuchó el sonido de error por ingreso de un código incorrecto. A alguien los nervios le habían jugado una mala pasada. Así eran los humanos. Y esa era una gran ventaja que él tenía a su favor. Al llegar a la puerta bajó el picaporte y empujó. Como esperaba, aún permanecía desbloqueada. Nuevamente agachó un poco la cabeza e ingresó al pasillo mientras procesaba toda la información provista por sus múltiples sensores. El corredor se extendía un poco hacia su izquierda y mucho más hacia su derecha. En frente suyo estaba el ventanal panorámico de vidrio. A través de él se podía ver una difusa luna casi llena brillando entre tenues capas nubosas. Por sobre ella se observaban algunas pocas estrellas, por debajo había una constelación de luces surgiendo desde los edificios y las calles de la ciudad. Podía percibir el sonido del rotor de un helicóptero que se acercaba. Se escuchaba atenuado debido al aislamiento acústico del edificio pero aún así sabía que no estaba muy lejos. O sea que contaba con menos tiempo del que había supuesto. Junto a él estaba otro guardia de seguridad, todavía con sus dedos sobre el teclado de la puerta. Gracias a su error había podido ingresar sin mayores contratiempos. Su cara se estaba transformando en una mueca de terror. Su mano derecha había emprendido un viaje en busca del bastón eléctrico que llevaba sujeto al cinturón. No llegaría ni siquiera a tocarlo. Tras él imperaba el caos. Los humanos se peleaban por esconderse unos detrás de otros. Permanecían tan cubiertos como podían detrás de las bases de algunas obras de arte que adornaban los lados del pasillo de tanto en tanto. No había esperado encontrarlos a todos allí. Calculaba que para ese momento ya estarían bajando por las escaleras o ascensores que había de ese lado de la edificación. En esa dirección podía verse al final una puerta cerrada. Seguramente no tenían el código de desbloqueo y por eso habían quedado allí atrapados. Incluso un hombre, presa de la desesperación al verlo entrar, volvió a intentar en vano abrirla por la fuerza. Si él hubiera sido su objetivo, aquella era una excelente forma de convertirse en el blanco ideal. Tenía suerte de no serlo, y además de que contara con munición muy limitada. Podía captar el olor del sudor humano impregnado de las hormonas que delataban el miedo. Varios gritaron involuntariamente al verlo. Un hombre y una mujer lloraban, y una tercera mujer gemía descontrolada mientras Fernando Ferreira trataba de tranquilizarla. Ambos trataban de protegerse arrinconados detrás de una base de mármol sobre la que descansaba una escultura negra de forma extraña y retorcida. De todas maneras, parte de la cabeza de Ferreira seguía expuesta desde su perspectiva. Derrickson era un objetivo más importante, pero no pudo localizarlo mediante ninguna de sus cámaras. Seguramente estaría mejor escondido tras alguna otra obra de arte. Ahora debía decidir qué hacer a continuación. Podía matar rápidamente a Ferreira y luego avanzar hasta encontrar a Derrickson. El único problema era que aquel sonido de helicóptero estaba cada vez más cerca, amenazando con impedirle terminar su labor. En ese mismo instante el drone de vigilancia que había dejado en el pasillo opuesto estaba captando la imagen de otro helicóptero Arcángel similar al de la azotea, que se acercaba a la fachada de vidrio del lado opuesto del edificio. Lo estaban buscando y pronto lo encontrarían. Con esta certeza, por fin se decidió.

Primero lo más inmediato. Con un movimiento casi instantáneo, usó uno de sus brazos izquierdos para asestar un golpe recto en pleno rostro del guardia, acompañando con un leve adelantamiento del torso. Su enorme puño metálico colisionó de manera atroz, removiendo de raíz varias piezas dentales y hundiendo el tabique nasal. El guardia voló hacia atrás aterrizando cerca del ventanal completamente noqueado. Luego el Goro comenzó a avanzar hacia donde se encontraba Ferreira al tiempo que levantaba el brazo derecho con el que empuñaba la pistola para apuntarle a la cabeza. Solo una parte de ésta permanecía expuesta. Si se movía aunque sea solo un poco, probablemente fallaría el disparo. Pero era lo mejor que podía hacer dadas las circunstancias. Mientras tanto, sus múltiples cámaras de visión captaron como el helicóptero que había estado escuchando momentos antes por fin aparecía tras el ventanal descendiendo hasta llegar al piso donde se encontraban, tan cerca del edificio como le era posible. Carecía de ventanillas ya que el modelo Arcángel era un vehículo autónomo, así que no había ningún piloto al que pudiera matar. Ni tan siquiera al que pudiera intimidar o poner un poco nervioso. Podía estar siendo controlado a distancia por un humano, pero se inclinaba más por pensar que en aquel momento le habían cedido el control a la IA de navegación y los humanos estarían simplemente supervisando la operación. Al menos ese era el protocolo militar estándar cuando el enemigo al que se enfrentaban era una IA y los tiempos de reacción se debían reducir a nanosegundos. Para ese entonces él ya tenía la pistola apuntando a la cabeza de Ferreira y comenzaba a hacer presión sobre el gatillo. La velocidad de los cibercerebros siempre era muy superior a los motores y tensores físicos que se encargaban de mover los cuerpos mecánicos. Siempre era así. Cualquier desplazamiento físico en general era mucho más lento que el procesamiento bioelectrónico.

Sin embargo y por desgracia para él en ese momento, había ciertos desplazamientos físicos que eran mucho más rápidos que otros. Como por ejemplo la ráfaga de balas que acababa disparar el cañón gaussiano empotrado en la parte frontal inferior del helicóptero. Como ya esperaba, su tiempo de reacción fue casi instantáneo. En ese tiempo la IA de navegación había comprendido que estaba a punto de disparar, y que valía la pena correr el riesgo de utilizar el cañón tan cerca de los humanos a los que debía proteger. Los proyectiles se aceleraron en un instante hasta alcanzar una velocidad aproximada de 7.000 kilómetros por hora. Atravesaron uno de los paneles de vidrio del ventanal explotándolo hacia adentro y lo alcanzaron traspasando su aleación metálica antes de que él pudiera siquiera comenzar a moverse para evitarlo. Los impactos fueron tres en total, desde la zona de la cadera bajando en diagonal por su pierna izquierda. Esas balas estaban especialmente diseñadas para penetrar blindajes, y lo hicieron de manera muy efectiva. Todas atravesaron su cuerpo de lado a lado dejando orificios de salida. Una de ellas incluso también atravesó parte de su pierna derecha. El helicóptero había disparado más, pero el resto se perdió impactando en el suelo, haciéndolo vibrar y levantando nubes de cemento desintegrado. Tuvo suerte, ya que la IA de navegación se vio obligada a actuar de emergencia y el helicóptero debería estar lidiando también con las turbulencias, que a esa altura solían ser significativas. Los disparos no habían dañado nada vital en sus sistemas, aunque era probable que la pierna izquierda hubiera perdido parte de su movilidad. El verdadero problema fue que la fuerza de los impactos lo desestabilizaron. Cuando por fin terminó de presionar el gatillo el disparo salió desviado apenas, pero lo suficiente como para impactar en la superficie negra de la escultura en lugar de la cabeza de Ferreira. Por el ruido que hizo y la marca que dejó la bala, llegó a la conclusión de que el material del que estaba hecha era alguna clase de metal. Mala suerte. Podría haber sido simplemente alguna cerámica fácil de atravesar. Pero no solo su disparo se desvió, sino que los impactos del cañón también hicieron que perdiera el equilibrio y no pudo impedir una caída en dirección a la pared opuesta al ventanal. Sin embargo la pistola permaneció firmemente afianzada en su mano.

De repente el pasillo se había llenado de sonidos. Se escucharon gritos y gemidos generalizados mientras caía al suelo una lluvia de trozos de cristal roto. La turbulencia generada por las aspas del helicóptero dispersaba la nube de polvo levantada por las perforaciones en el piso y el ruido profundo y potente de su rotor se imponía por sobre todo lo demás. Por el infrarrojo pudo contemplar un fluido tibio apareciendo detrás de una de las bases de mármol. Al parecer a algún humano se le habían aflojado los esfínteres. Vio que el helicóptero rotaba sobre sí mismo para apuntar hacia el edificio su parte trasera. Lo que ya no veía era a ninguno de sus dos objetivos restantes. No tenía otra opción más que intentar avanzar para llegar hasta donde sabía que se estaba escondiendo Ferreira. Por desgracia no disponía de un cañón gaussiano como el de sus enemigos, capaz de atravesar una escultura metálica sin mayores problemas. Ya se estaba levantando cuando vio que la compuerta trasera del Arcángel se había abierto dejando ver a tres Bandit en su interior. Los dos de los lados lo apuntaban con sus respectivos fusiles gaussianos. El del medio estaba en una postura agazapada, listo para saltar. Sus tres pulidas superficies plateadas reflejaban las luces del propio edificio. Al instante comprendió que estaba a punto de ser acribillado. Sus posibilidades de completar la misión se habían tornado ínfimas, pero no por eso dejaría de intentarlo. Se puso nuevamente en pie, comenzando a moverse hacia el lugar donde se escondía el conductor del directo. Efectivamente, la pierna izquierda ya no respondía demasiado bien y hacía que cojeara un poco. De todas formas solo pudo avanzar dos pasos antes de que los Bandit accionaran sus silenciosos fusiles electromagnéticos. Y esta vez la potente munición hizo mucho más daño. Primero impactó en el hombro y los brazos izquierdos, haciéndolo girar un poco. Luego le atravesó el resto del cuerpo, tirándolo contra la pared que también se comenzó a llenar de agujeros. El propio peso de su cuerpo hundió parte del revoque y los ladrillos antes de terminar cayendo al suelo una vez más. Solo que esta vez sabía que no volvería a levantarse. Comenzó a recibir múltiples mensajes de error provenientes desde sus diferentes subsistemas. Por las nuevas perforaciones en su blindaje se podía ver metal retorcido, cables rotos e incluso un par de mangueras cortadas por las cuales emanaba un líquido verde claro que comenzaba a formar un charco en el suelo. El Bandit que estaba agazapado había saltado desde el helicóptero, ingresando a través del hueco dejado por los paneles de vidrio destrozados. Con las cámaras que todavía le quedaban operativas, pudo ver como se acercaba rápidamente hacia él mientras tomaba el fusil asegurado en su espalda. Él todavía tenía su modesta pistola y todavía conservaba cierta movilidad en la mano que la sostenía. Se las arregló para disparar al panel de vidrio que estaba justo sobre el escondite de Ferreira, con la última esperanza de asustarlo para que salga de allí y se ponga al descubierto. Pero ni siquiera pudo romperlo del todo. Apenas le hizo un agujero y lo quebró un poco en la zona del impacto. Se disponía a disparar nuevamente cuando el Bandit le pateó ese brazo. Se sintió un fuerte golpe de metal contra metal mientras su única arma salía despedida de su mano. Ya estaba completamente fuera de combate, pero de todas formas el otro robot le apuntó al pecho con su gaussiano. Justo allí donde estaba alojado el cibercerebro, con el que en ese mismo instante estaba pensando que él hubiera hecho exactamente lo mismo en su lugar. No valía la pena correr riesgos cuando sobraba la munición. Escuchó el disparo y al instante siguiente le llegaron más reportes de error junto con algunos mensajes directamente ininteligibles. Apenas fue consciente de que se estaba cortando la comunicación con todos sus sensores. Luego nada.


Fernando fue uno de los últimos en abandonar el edificio de Omniseñal. Lo acompañaban el productor ejecutivo del directo y el inspector de la policía que le había estado tomado una declaración preliminar. Además de su testimonio, Fernando también le había transferido el video que estuvo filmando durante el incidente, para que lo analizaran junto con el de las cámaras de seguridad. Ya eran pasadas las diez y media de la noche. Pasó junto a un par de los robots plateados del ejército que custodiaban la entrada. Permanecían como estatuas de decoración, con esas grandes armas electromagnéticas sobresaliendo de sus espaldas. El edificio había sido evacuado por completo, quedando en su interior solo personal de la policía y el ejército junto con más robots comando, de ese mismo modelo plateado del cual no podía recordar el nombre. La mayoría seguían trabajando en el piso 35, donde permanecían los cuerpos (¡cadáveres!) del director junto a sus dos ayudantes. Otros estaban un piso más arriba, donde yacían Mario Campra y Tadeo, el guardia de seguridad que había ayudado al ministro luego de que éste tropezara en su apuro por escapar. Jamás podría olvidar el rostro tuerto de Tadeo. Pero el peor de todos era Campra, porque ni siquiera le había quedado rostro. Y la cara del otro guardia, Alberto, no había quedado nada bien tampoco. Fue al primero que se llevaron de urgencia en ambulancia. Iba a necesitar una buena reconstrucción facial, pero al menos estaba vivo. Y había un cuerpo más allí arriba: el del Goro. Sobre él estaban trabajando un numeroso equipo de peritos, técnicos e ingenieros, con el fin de encontrar pistas que permitieran descubrir a los responsables de semejante desastre.

Lo que todavía no podía creer era que él y Derrickson hubieran sobrevivido al atentado. Sin dudas, le debían la vida al rápido accionar de la policía junto con el ejército. Si hubieran llegado solo un par de minutos después probablemente no estaría respirando ese fresco aire nocturno. No estaría contemplando como caían las últimas hojas amarillo-rojizas de los árboles, arrancadas por la brisa otoñal. Y no volvería a ver la luz de un nuevo día nunca más. De pronto las cosas más simples de la vida se le antojaban maravillosas. Se sentía un poco culpable por esa alegría que experimentaba. Varios compañeros de trabajo y nada menos que un ministro invitado a su directo no regresarían jamás a sus respectivos hogares. Seguramente habría familias enteras devastadas por el dolor en aquel preciso instante. Pero a pesar de todo eso no podía evitar sentirse más vivo que nunca. Supuso que con el tiempo se le pasaría. Sacó un pañuelo para sonarse la nariz y pudo notar cómo le temblaba el pulso de manera notoria. Luego de la tensión por la que había atravesado, la sensación de alivio de que todo hubiera acabado llegó junto con un cansancio crónico. Lo que más deseaba en aquel momento era estar junto con su familia y descansar… Su familia. Ya se había comunicado con su mujer para tranquilizarla. La noticia del ataque del robot se había propagado rápidamente por toda Internet. Así que el pedido de comunicación entrante de su esposa no tardó en aparecer en la interface de sus lentes VR, no mucho después de que los robots comando del ejército dominaran al Goro.

En aquel mismo instante pasaban cerca del vallado secundario que la policía había puesto para contener al personal de prensa. Todos se amontonaron para intentar hacerles alguna pregunta. Incluso también había periodistas de la propia Omniseñal entre ellos. La mayoría ignoraron al inspector y al productor ejecutivo y se dirigieron directamente a él, probablemente debido a que era el que tenía más exposición mediática.

—¡Fernando! ¡Por favor, una pregunta!

—¡Fer! ¡Queremos saber cómo estás después de todo lo que viviste!

—¡Señor Ferreira! ¡Cuéntenos por favor cómo fue que murió el ministro Campra!

Se desvió apenas para acercarse un poco a la multitud de periodistas que sostenían cámaras y micrófonos. Levantó su mano tratando de controlar el temblor, en un gesto que intentaba pedir un poco de calma. Sobre su cabeza, un enjambre de drones sobrevolaban la zona haciendo tomas aéreas.

—Por favor les pido que entiendan. Por ahora no voy a hacer declaraciones. Estoy bien, pero todavía bastante shockeado por todo lo que sucedió. Solo quiero expresar mi gratitud al personal militar y a la policía por lo rápido que actuaron.

Una de las periodistas que se encontraba más próxima (y exibía una tarjeta de identificación de Omniseñal al costado de su camisa) le preguntó:

—¿Este atentado cambió en algo su opinión con respecto al auge de la automatización?

La contempló durante un segundo mientras meditaba su respuesta.

—En absoluto. El uso masivo de robots y sobre todo la IA seguramente nos está planteando desafíos, pero extremistas como los que estuvieron detrás de este atentado fueron y seguirán siendo un peligro mayor para nuestra sociedad. Pueden cambiar los medios. Antes fabricaban bombas caseras y ahora hackean robots. Pero matar personas para imponer una idea fue y será siempre una aberración. Así que Resistencia Humana se debería replantear quién es el verdadero traidor de la humanidad.

Eso último le salió casi sin pensarlo. No había sido nada inapropiado, pero tal vez no fuera lo más conveniente desafiar a un grupo extremista de manera tan directa ante los medios. Porque además estaba claro que luego las consecuencias no las pagaba solamente él. A la mierda, era lo que pensaba y punto. Derrickson tenía razón. Había un equilibrio social y económico que se había perdido. Y en esos momentos de revolución podían surgir tanto ideas geniales como lo más brutal del ser humano.

Continuó su camino dejando tras de sí más preguntas de periodistas sin responder. El inspector que les había estado tomando la declaración a él y al productor ejecutivo se había ofrecido para llevarlos a sus respectivos domicilios. Antes, les había dejado en claro que no podrían sacar ningún vehículo del estacionamiento del edificio hasta que culminaran todas las tareas de investigación. Así que tuvo que aceptar de mala gana.

Más adelante pasaron cerca del diputado Gerónimo Morales, quién en esos momentos se encontraba en pleno aprovechamiento político de la situación para justificar ante los periodistas sus ideales abolicionistas. Fernando ni se molestó en despedirse. Cuando ya casi llegaban al auto del inspector, recordó el optimismo que había sentido justo antes de comenzar el directo aquella noche. Y en cierta forma pensó que no estuvo del todo errado. Seguramente con ese directo habían superado ampliamente su propio record de audiencia.


Germán Blando nació en Argentina el 31 de marzo de 1972. Se graduó como Analista de Sistemas y actualmente desempeña su profesión dentro del sector de Tecnologías de la Información. Le interesa particularmente el desarrollo presente y futuro de la inteligencia artificial y su impacto en nuestra sociedad. Sus pasatiempos son la programación de computadoras y smartphones, leer ciencia-ficción «hard» y escribir algo de vez en cuando. En los últimos años también se ha convertido en un ávido lector de artículos de divulgación científica sobre astronomía y tecnología aeroespacial.

Ha publicado en Axxón; en Ficciones: ASALTO A UNA ASTRONAVE (nº 203), PARAÍSO VIRTUAL (nº 217)