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ZAPPING 0037, 02-03-2002


Homenaje a un Maestro

... Lo que intento hacer es decirles que la crisis de ustedes mismos, su odisea, asumiendo que tienen una, no es algo que va a durar para siempre, y quiero que sepan que ustedes sobrevivirán gracias a su coraje, ingenio y un cambio de vida.
Philip K. Dick, 1980

Sé que muchos lectores de esta revista adoran a Dick. Algunos pensarán que yo no lo aprecio, o no le doy ninguna importancia, dado que se me ha hecho una reputación (falsa) de que sólo me gusta la CF hard y que desprecio lo que no sea eminentemente científico. ¡Qué poco saben de mí! Yo respeto profundamente a Philip K. Dick, ese hombrón colérico, de mirada furiosa y voz profunda que escribió textos con tanta fuerza y tanta humanidad. Dick era, de verdad, un maestro y un genio. Y si alguien me preguntara en medio de una catástrofe qué textos de Dick hay que rescatar primero, salvaría algunos cuentos, alguna novela —para que se supiera, literariamente hablando, de qué trata y cómo es su obra— pero antes que nada, primero que todo, salvaría el texto que presentamos hoy. Si alguno de ustedes debe escribir unas líneas que pinten lo que importa en una persona, en un creador, en un ser humano que sufre y siente, en una persona que bracea desesperadamente por las aguas la vida, sintiendo que en cada momento se va a hundir, que se acalambrará y no podrá llegar, que no querrá seguir, lean esto primero. Hay tanto mensaje que parece que Dick, dos años antes de su muerte (hoy se cumplen veinte años), nos hubiese dejado un mensaje a cada uno de nosotros —que estamos sufriendo hoy una crisis tremenda y dolorosa— en este intenso texto. Recomiendo leerlo con atención.

Eduardo J. Carletti

Introducción al libro The Golden Man (colección de cuentos de P. K. Dick)

Philip K. Dick / 1980

Cuando veo estas historias mías, escritas a lo largo de tres décadas, pienso en un local llamado Lucky Dog Pet Store (Tienda de Mascotas "El Perro Suertudo"). Hay una buena razón para esto. Tiene que ver no sólo con mi vida, sino con las vidas de la mayoría de los escritores que trabajan por cuenta propia. Se llama pobreza.
     Me río de esto ahora, y siento además una pequeña nostalgia, debido a que, en algunos aspectos, ésos fueron los mejores benditos días de mi vida, especialmente allá en los principios de los cincuenta, cuando empezó mi vida como escritor profesional. Pero éramos pobres; en efecto —mi esposa Kleo y yo— éramos pobres pobres. No lo disfrutábamos para nada. La pobreza no fortalece el carácter. Eso es un mito. Pero sí te convierte en un buen contable; uno cuenta y cuenta con exactitud su dinero, su poco dinero, una y otra vez. Antes de salir de casa para ir al almacén tú sabes con exactitud cuánto puedes gastar, y sabes también con exactitud cuánto puedes comprar, debido a que si te pasas no vas a comer el día siguiente y tal vez tampoco el que le sigue.
     Por lo tanto, ahí estaba yo en el Lucky Dog Pet Store en la Avenida San Pablo, en Berkeley, California, en los años cincuenta, comprando una libra de carne picada de caballo. La razón por la que soy escritor por cuenta propia y viví en la pobreza es (y admití esto desde el principio) que estaba aterrorizado por figuras autoritarias como jefes, policías y maestros; quería ser escritor por cuenta propia porque sería mi propio jefe. Tiene sentido. Yo había renunciado a mi trabajo de dependiente de discos en un comercio de música; cada noche, durante toda la noche, escribía cuentos de ciencia ficción y literatura general... y vendía ciencia ficción. No disfrutaba, de verdad, de saborear la carne de caballo; es muy dulce... pero en cambio disfrutaba de no tener que estar tras un mostrador exactamente a las nueve de la mañana, de traje y corbata y diciendo "Sí, señora, ¿puedo ayudarla en algo?, etcétera... disfrutaba de haber sido echado repentinamente de la Universidad de Berkeley debido a que no quería tomar el ROTC (Reserve Officers Training Corps: cuerpo de entrenamiento de oficiales de reserva) —muchacho, una figura autoritaria de uniforme ¡es la figura autoritaria!—, cuando al entregar mis 35 centavos al dependiente del Lucky Dog Pet Store me encontré una vez más frente a mi Némesis personal: inesperadamente, me encontraba de nuevo frente a la figura autoritaria.
     No puedes escapar de tu Némesis; yo lo había olvidado.
     El hombre dijo: —Usted compra carne de caballo para comerla usted.
     Ahora él medía un metro ochenta y pesaba ciento cuarenta kilos. Me estaba mirando fijo. Yo tenía, en mi mente, de nuevo cinco años, y había tirado goma de pegar en el piso del jardín de infantes.
     —Sí, señor —admití.
     Quería decirle: Mire, estoy toda la noche escribiendo historias de CF y soy pobre, pero sé que las cosas van a mejorar y tengo una esposa que amo, un gato llamado Magnificat y una pequeña y vieja casa alquilada por 25 dólares al mes, que es todo lo que puedo pagar. Pero el hombre estaba interesado en un único aspecto de mi desesperada (pero llena de esperanzas) vida. Sabía lo que me estaba por decir. La carne de caballo que vendemos es para consumo animal. Pero Kleo y yo la estábamos comiendo, y ahora estábamos siendo juzgados; el Gran Juicio había llegado; había sido atrapado en otro Acto Incorrecto.
     Esperé que el hombre dijera "Tiene usted una mala actitud".
     Éste era mi problema y es mi problema ahora: tengo una mala actitud. En pocas palabras, temo la autoridad pero al mismo tiempo me siento resentido —de la autoridad y de mi propio miedo—, por lo tanto me rebelo. Y escribir historias de CF es una forma de rebelarse. Me rebelé contra el ROTC y la Universidad de Berkeley y terminé fuera; me propuse no volver nunca. Un día me fui de mi trabajo en el comercio de discos y nunca volví. Más tarde me opuse a la guerra de Vietnam y encontré mis archivos volados y mis papeles desparramados por ahí o robados, como fue descrito en la revista Rolling Stone. Todo lo que hago es generado por mi mala actitud, desde correr el ómnibus a pelear por mi país. También tengo una mala actitud con respecto a los editores; estoy siempre atrasado y fuera de término (estoy atrasado en este trabajo, por ejemplo).
     Con todo, la CF es una forma rebelde de arte y necesita escritores y lectores y malas actitudes, una actitud expresada por un ¿Por qué? o ¿Cómo fue? o ¿Quién lo dice? Esto viene sublimado en los temas que aparecen en mis textos como "¿Es real el universo?". O "¿Somos todos humanos reales o alguno de nosotros seremos máquinas basadas en reflejos?". Tengo un gran enojo en mi interior. Siempre lo tuve. La última semana mi doctor me dijo que mi presión sanguínea está alta de nuevo, lo cual puede traer una complicación cardíaca. Me puse loco. La muerte me pone loco. Ver humanos y animales sufriendo me pone loco; cuando uno de mis gatos murió maldije a Dios expresamente: estaba furioso con él. Me gustaría tenerlo aquí para interrogarlo y para decirle que yo pienso que el mundo es retorcido, que el hombre no tuvo pecado ni falla sino que fue empujado —lo cual es bastante malo—, para después vender la mentira de que su naturaleza es básicamente pecadora, lo cual sé que no es así.
     He conocido toda clase de personas (cumplí cincuenta hace poco y estoy molesto por ello; ya he vivido un largo tiempo) y eran buena gente en todos los sentidos. He modelado los personajes de mi novelas en base a ellos. De vez en cuando una de estas personas muere y esto me pone loco, realmente loco. "Te llevaste a mi gato", quisiera decirle a Dios, "y después a mi novia. ¿Qué estás haciendo? Escúchame, ¡escúchame!, lo que estás haciendo está mal".
     Básicamente, no soy tranquilo. Me crié en Berkeley y heredé la conciencia social que se esparció desde allí hacia el país en los sesenta, sacándonos de encima a Nixon y terminando la guerra de Vietnam, más una cantidad de otras cosas buenas: el movimiento mismo por los derechos civiles. Todo el mundo en Berkeley se volvía loco enseguida. Yo acostumbraba a poner locos a los agentes del FBI que caían de visita cada semana (el Sr. George Smith y el Sr. George Scruggs de la Red Squad), y puse locos a mis amigos miembros del partido comunista, logrando que me echaran de la única reunión del PC de EE.UU a la que fui porque me puse a argumentar con vigor (léase enojado) en contra de lo que estaban diciendo.
     Esto era al principio de los cincuenta y ahora me encuentro bien al final de los setenta y sigo loco. Ahora mismo estoy furioso a causa de lo que le pasa a mi mejor amiga, una chica llamada Doris, de veinticuatro años de edad. Ella tiene cáncer. Estoy enamorado de alguien que puede morir en cualquier momento y esto me pone furioso contra Dios y la raza humana, elevando mi presión sanguínea y acelerando el ritmo de los latidos de mi corazón. Y además escribo. Quiero escribir sobre la gente que amo y ponerla en un mundo de ficción sacado de mi mente, no el mundo que tienen en la realidad, debido a que el mundo en el que viven realmente no cumple con mis normas. De acuerdo, tal vez debería revisar mis normas; estoy desencaminado. Debería aceptar la realidad. Yo nunca he aceptado la realidad. Es sobre lo que trata toda la CF. Si usted quiere aceptar la realidad, lea a Philip Roth, lea a los escritores de la corriente principal del stablishment literario de Nueva York. Pero ustedes están leyendo CF y yo escribo para ustedes. Quiero mostrarles, en mis textos, que amo a mis amigos y que aborrezco salvajemente lo que les ocurre.
     He visto a Doris sufrir de un modo inexpresable, aguantar tormentos en su lucha contra el cáncer en un grado que no puedo creer. Una vez corrí fuera de mi departamento hasta la casa de un amigo, corrí literalmente. Mi doctor me ha dicho que Doris no vivirá mucho más y que yo debería decirle adiós y decirle que eso se debe a que ella está muriéndose. Lo intenté y no pude hacerlo, sentí pánico y corrí. En la casa de mi amigo hablamos del tema y escuchamos grabaciones fantásticas y misteriosas (gusto de la música de este tipo, clásica y de rock; es vivificante). Él también es escritor, un joven escritor de CF llamado K. W. Jeter; uno bueno. Hablamos y yo dije, levantado la voz, con una voz verdaderamente alta: "La peor parte de esto es que estoy empezando a perder mi sentido del humor con respecto al cáncer". Luego comprendí lo que había dicho, y él también lo entendió, y ambos reímos.
     Me puse a reír. Nuestra situación, la situación humana, es, en el análisis final, ni horrible ni significativa, sino divertida. ¿De qué otro modo se la puede llamar? La gente más sabia son los payasos, como Harpo Marx, que no hablaba. Si yo pudiera obtener lo que quisiera, me gustaría ser Dios para poder escuchar lo que Harpo no ha dicho, y entender por qué no quería hablar. Recuerden, Harpo podía hablar. Él simplemente no quería hacerlo. O tal vez, si hubiese hablado, tendría que habernos dicho algo terrible, algo que no conocemos. No lo sé. Tal vez ustedes me lo puedan decir.
     Escribiendo se vive una vida solitaria. Uno se encierra en su estudio y trabaja y trabaja. Por ejemplo, he tenido el mismo agente durante 27 años y nunca me he reunido con él debido a que él está en Nueva York y yo en California. (Lo vi una vez en TV, en el Show de Tom Snyder, y es un pobre hombre que sigue la moda. Él realmente juega duro, que es lo que se supone que debe hacer un agente.) Me he encontrado con otros escritores de CF y empecé a hacer amistad con algunos. Por ejemplo, conozco a Harlan Ellison desde 1954. Harlan me retuerce las tripas. Cuando estábamos en el segundo Festival Anual de CF de Metz el año pasado, en Francia, vean, Harlan me rompió por dentro. Estábamos en el bar del hotel, con todo tipo de personas rodeándonos, la mayor parte franceses. Harlan me destrozó. Fue fino; lo amé. Fue una especie de mal viaje de droga; uno tiene que patear traseros y disfrutar; no hay alternativa.
     Pero amo a ese pequeño bastardo. Es una persona que existe de verdad. Lo mismo que Van Vogt y Ted Sturgeon y Roger Zelazny y, más que nadie, Norman Spinrad y Tom Disch, mis dos preferidos en todo el mundo. La soledad del escritor es desplazada per se por la fraternidad entre colegas. El último año se me cumplió un sueño de por lo menos 40 años: me encontré con Robert Heinlein. Fueron sus escritos, junto a los de A. E. Van Vogt, los que me habían hecho interesar en la CF, y consideraba a Heinlein mi padre espiritual, aunque nuestras ideas políticas sean opuestas del todo. Varios años atrás, cuando yo estaba mal, Heinlein ofreció su ayuda, cualquier cosa que pudiera hacer, y nunca nos encontramos. Él llamó para preguntarme y ver cómo estaba. Quería comprarme una máquina de escribir eléctrica, Dios lo bendiga; uno de los pocos caballeros verdaderos en este mundo. No me agrada ninguna de las ideas que él puso en sus textos, pero esto no tiene importancia. Una vez, cuando debía un montón de dinero y no me alcanzaba para pagarlo, Heinlein me prestó lo que necesitaba. Yo pienso mucho en él y su esposa; les dediqué un libro. Robert Heinlein es un hombre de aspecto fino, muy impresionante y muy militar en su estampa; uno diría que tiene una formación militar, incluso en el corte de pelo. Él sabía que yo era una rareza y aún así nos seguía ayudando a mí y a mi esposa cuando estábamos en problemas. Esto es lo más grande en la humanidad, es lo que amo de ella.
     Mi amiga que tiene cáncer, Doris, fue novia de Norman Spinrad. Norman y yo hemos andado juntos por años; tenemos hechas un montón de cosas insanas en común. Norman y yo nos poníamos histéricos y empezábamos a delirar. Norman tiene el peor temperamento que se pueda encontrar en un humano vivo. Él lo sabe. Beethoven era igual. Yo no tengo ningún temperamento, probablemente a causa de que mi presión sanguínea es tan alta; tengo que dejar parte de mi cólera fuera de mí. Realmente no sé, luego del análisis final, quién ha enloquecido a quien. Envidio de verdad la habilidad de Norman para sacar eso para afuera. Él es un escritor excelente y un excelente amigo. He obtenido, al ser un escritor de CF, no fama y fortuna, sino buenos amigos. Es lo que lo hace importante para mí. Las esposas vienen y van, las novias vienen y van, pero nosotros, los escritores de CF, seguimos juntos hasta que, literalmente, morimos... que es lo que haré en cualquier momento (probablemente en un alivio propio y secreto). Mientras estoy escribiendo esta introducción, releyendo historias que abarcan un período de treinta años de trabajo, volviendo mi pensamiento hacia atrás, recordando el Lucky Dog Pet Shop, mis días en Berkeley, mi compromiso político y cómo la Humanidad trepó en mi trasero a causa de él... sigo teniendo un miedo residual, aunque creo que el reino de la intriga policial y el terror se ha terminado en este país (por un tiempo, en todo caso). Ahora duermo bien. Pero hubo una época en la que pasaba toda la noche sentado y con miedo, esperando que golpearan la puerta. Finalmente me llamaron a "ir de paseo", como le decían ellos, y la policía me interrogó por horas. Fui llamado también por la OSI (Inteligencia de la Fuerza Aérea) e interrogado por ellos; tenía que ver con las actividades terroristas en el condado de Marin (en esa época no eran "actividades de terroristas" para las autoridades, sino de ex-convictos negros de San Quintín). Me enteré de que la casa de al lado de la mía había sido comprada por un grupo de ellos. La policía pensaba que yo estaba relacionado con ellos; estuvieron mostrándome fotos de muchachos negros y preguntándome ¿Los conoce? A esa altura ya no podía hablar. Fue un día realmente de miedo para el pequeño Phil.
     Por lo tanto, si ustedes piensan que los escritores viven una vida de enclaustramiento entre libros, están equivocados, por lo menos en mi caso. Estuve, además, un par de años en la calle, en el mundo de la droga. Parte de esta escena fue divertida e increíble, y otras partes fueron espantosas. Yo escribí sobre eso en Una mirada a la oscuridad, por lo tanto no voy a escribir sobre eso aquí. Una cosa buena sobre mi paso por la calle era que la gente no sabía que yo era un escritor de CF conocido, o si lo sabían no les importaba. Al fin de los dos años había perdido, literalmente, todo lo que tenía, incluyendo mi casa. Volé a Canadá como invitado de honor de la Convención de CF de Vancouver, celebrada en la Universidad de British Caledonia, y decidí quedarme. Al infierno con el mundo de la droga. Había parado temporalmente de escribir; fue un mal tiempo para mí. Me había enamorado de varias inescrupulosas chicas de la calle... Manejé un viejo convertible Pontiac modificado con un carburador cuádruple y cubiertas anchas, sin frenos, y estábamos siempre en peligro, siempre encarando problemas que no podíamos manejar. Luego que dejé Canadá y volé hacia el condado de Orange tuve mi cabeza en claro y volví a escribir. Conocí una chica muy correcta y me casé con ella, y tuvimos un bebé llamado Christopher. Tiene cinco años ahora. Me dejaron hace un par de años. Bien, como dice Vonnegut, todo termina. ¿Qué puedes contestar? Es como todo en la realidad, tú ríes o —pienso— te dejas vencer y mueres.
     Una cosa que he notado que puedo hacer con placer es releer mis propios textos, en especial las primeras historias y novelas. Esto induce un viaje mental a través del tiempo, lo mismo que producen algunas canciones que se escuchan en la radio (por ejemplo, escuchando cantar "Vincent" a Don McLean, veo una chica llamada Linda que viste un minishort y maneja su Camaro amarillo; vamos hacia a un restorán caro y yo estoy preocupado pensando en si podré pagar la cuenta y Linda me cuenta que está enamorada de un viejo autor de CF y yo imagino —¡oh tonta vanidad!— que se refiere a mí, pero la cosa cambia y resulta que se está refiriendo a Norman Spinrad, a quien yo presenté a la chica). Todo retorna, una sensación misteriosa que, estoy seguro, ustedes habrán experimentado alguna vez. Me han dicho que he expuesto todo sobre mí en mis escritos, cada faceta de mi vida, psique, experiencias, sueños y miedos, que puedo ser inferido absoluta y precisamente a partir del conjunto de mi obra. Esto es verdad. Por eso, cuando leo mi obra, como en el caso de las historias de esta colección, hago un viaje a través de mi mente y mi vida, sólo que son mi mente y mi vida de hace tiempo. Aquí está el mundo de la droga. Aquí el tema filosófico, especialmente la gran duda epistemológica que empieza cuando estoy asistiendo a la Universidad de Berkeley. Mis amigos muertos están en mis cuentos y novelas. ¡Nombres de calles! Hasta usé la dirección de mi agente para un personaje (Harlan una vez puso su teléfono en un cuento, cosa que luego tuvo que lamentar). Y, por supuesto, ahí está un tema constante: la música, el amor a la música y la preocupación por la música. La música es el hilo que hace coherente mi vida.
     Vean, hasta que me hice escritor estuve en algún lugar de la industria de la música, más exactamente en la industria de la grabación. Recuerdo allá por la mitad de los sesenta, cuando escuché por primera vez a Linda Ronstadt; ella estaba invitada al show de Glen Campbell en la TV, y yo no había escuchado nada de ella. Me puse chiflado al verla y escucharla. Había sido vendedor de discos y mi trabajo era encontrar nuevos talentos que tuviesen calidez y, escuchando y viendo a Ronstadt, supe que estaba oyendo a uno de los grandes; pude ver el futuro a través del túnel del tiempo. Luego, cuando ella ya había grabado algún tema, ninguno de sus grandes éxitos, los cuales compré puntualmente, yo calculaba el mes exacto en que se haría famosa. Incluso escribí a Capitol y se los dije; les dije que la próxima grabación de Ronstadt sería el comienzo de una carrera sin paralelo en la industria de los discos. Su siguiente grabación fue "Heart Like a Wheel". Capitol no contestó mi carta, pero infierno, yo había acertado, y estaba feliz de haber acertado. Pero, vean, esto es lo que quisiera hacer ahora, en lugar de escribir CF. La fantasía número uno que discurre en mi cabeza es: Descubro a Linda Ronstadt y soy recordado como el joven de Capitol que le hizo firmar. Me gustaría que en mi lápida diga:

DESCUBRIÓ A LINDA RONSTADT
¡Y LE HIZO FIRMAR CONTRATO!

Mis amigos se divierten y son caústicos y despreciativos con mi fantasía de descubrir a Ronstadt y a Grace Slick y a Streisand y otros. Tengo un buen estéreo (por lo menos los parlantes y el sistema de cinta son buenos) y una enorme colección de grabaciones, y cada noche, de las once de la noche a las 5 de la mañana, escribo con mis auriculares electrostáticos Stax puestos. Mi vicio y mi trabajo juntos. No pueden esperar algo mejor que esto: el trabajo y el pecado unidos. Aquí estoy, escribiendo, y de mis auriculares brota Bonnie Koloc, y nadie más que yo puede escucharle. La broma es, sin embargo, que no hay nadie más aquí, todas mis esposas y novias se han ido hace tiempo. Es otra de las cosas malas de escribir; debido a que es una ocupación solitaria, que requiere una gran atención y concentración, tiende a alejar a tus esposas y novias, sea quien sea quien está viviendo contigo. Este es, probablemente, el precio más doloroso que paga el escritor. Toda la compañía que tengo son dos gatos. Como mis amigos drogadictos (ex-amigos drogadictos, ya que la mayoría de ellos están muertos ahora) mis gatos no saben que soy un escritor reconocido y, al igual que aquellos, lo prefieren así. Cuando estuve en Francia, tuve la interesante experiencia de ser famoso. Allá soy el escritor de CF que más gusta, el mejor de todos en el mundo entero (les digo esto porque tiene importancia). Fui Invitado de Honor en el festival de Metz que ya he mencionado y di unas charlas que, típicamente, no tenían gran significado. Sin embargo los franceses no pudieron entenderlo, a pesar de la traducción. Algunas cosas se desarreglan en mi cerebro cuando escribo discursos; creo que imagino que soy una reencarnación de Zoroastro trayendo noticias de Dios. Por eso trato de dar la menor cantidad posible de discursos. Llámenme, ofrézcanme un montón de dinero para dar una conferencia, y les daré un hilvanado pretexto para no hacerlo; diré cualquier cosa, una mentira palpable. Pero era fantástico (en el sentido de irreal) estar en Francia y ver todos mis libros en magníficas y caras ediciones en lugar de los libros de bolsillo del tipo que Spinrad llama tapas "a ojo pelado". Los dueños de las librerías venían a estrechar mi mano. La Municipalidad de la Ciudad de Metz hizo una cena y una recepción para nosotros, los escritores. Estaba Harlan, como ya dije, y también Roger Zelazny y John Brunner y Harry Harrison y Robert Sheckley. No había conocido a Sheckley antes; él es un caballero. Brunner, como yo, es corpulento. Hacíamos interminables comidas juntos, Brunner se aseguró de que todos supiésemos que hablaba francés. Harry Harrison cantó el Himno Nacional Fascista en italiano en voz alta, mostrando lo que piensa del prestigio (Harry es el iconoclasta del universo conocido). Los editores acechaban en todos lados, lo mismo que el periodismo. Fui entrevistado desde las ocho de la mañana hasta las 3:30 de la mañana siguiente y, como siempre, dije cosas con las que volverán a perseguirme. Fue la mejor semana de mi vida. Pienso que allá en Metz fui realmente feliz por primera vez; no debido a sentirme famoso sino porque había mucha excitación en aquella gente. Los franceses se excitaban salvajemente al decidir qué ordenar de un menú, tal como pasaba en las viejas discusiones políticas que solía tener en Berkeley, sólo que aquí se hablaba de simple comida. Decidir por qué calle se va a caminar implica diez franceses gesticulando y vociferando y luego saliendo en direcciones diferentes. El francés, como Spinrad y yo, ve la posibilidad más improbable en cada situación, lo cual es, con certeza, la razón de que yo sea tan popular allá. Tomen un número de posibilidades y el francés seleccionará la más descabellada. De modo que he vuelto a casa. Podría haberme vuelto histérico entre gente predispuesta a la histeria, gente incapaz de tomar decisiones o actuar debido a lo dramático del mismo proceso de decisión. Así soy yo: paralizado por la imaginación. Para mí una cubierta pinchada en mi auto es (a) El Fin del Mundo y (b) Una Indicación de lo Monstruoso (aunque olvidé por qué).
     Esto es lo que amo de la CF. Amo leerla; amo escribirla. El escritor de CF no ve posibilidades sino descabelladas posibilidades. No es "que tal si..." sino "Oh Dios, que tal si..." en forma frenética e histérica. Los marcianos están siempre por llegar. El Señor Spock es el único calmo. Esto es porque Spock se ha convertido para nosotros en el dios de un culto; calma nuestra normal histeria. Equilibra la proclividad de la gente de CF a imaginar lo imposible.

KIRK (frenéticamente): ¡Spock, el Enterprise está por estallar!
SPOCK (con calma): Negativo, Capitán; es sólo un fusible fallado.

Spock tiene razón siempre, aún cuando está equivocado. Es el tono de la voz, su razonabilidad sobrenatural; no es un hombre como nosotros; es un dios. Dios habla de esta forma; todos lo sentimos instintivamente. Por eso ponen a Leonard Nimoy a dirigir programas pseudo científicos de TV. Nimoy puede hacer que cualquier cosa suene plausible. Ellos pueden estar a la búsqueda de un botón perdido o del cementerio de elefantes, y Nimoy calmará nuestras dudas y miedos. Me gustaría como psicoterapeuta; podría irrumpir frenéticamente, lleno de mis miedos histéricos usuales, y él los ahuyentaría.

PHIL (histéricamente): ¡Leonard, el cielo está cayendo!
NIMOY (con calma): Negativo, Phil; es sólo un fusible fallado.

Y yo me sentiría bien y mi presión sanguínea bajaría y podría continuar con la novela en la que estoy trabajando desde hace tres años, al borde de mis límites.
     Al leer los cuentos incluidos en este volumen, ustedes deberán tener en mente que la mayoría fueron escritos cuando la CF era tan despreciada que virtualmente no existía a los ojos de todos los EE.UU. El desprecio hacia los escritores de CF no era divertido. Hacía miserables nuestras vidas. Hasta en Berkeley —o especialmente en Berkeley— la gente decía: "Pero, ¿estás escribiendo algo serio?". No ganábamos dinero; pocas editoriales publicaban CF (Ace Books era la única que publicaba libros de CF con regularidad); y se abusaban cruelmente de nosotros. Elegir como carrera ser escritor de CF era un acto de autodestrucción; en efecto, la mayoría de los escritores ni siquiera podían concebir que alguien lo tomara en consideración. El único escritor que no era de CF que me trató con cortesía fue Herbert Gold, a quien conocí en una fiesta literaria en San Francisco. Me autografió una tarjeta de esta forma: "A un colega, Philip K. Dick". Guardé la tarjeta hasta que la tinta se desvaneció y le sigo agradecido por su caridad. (Sí, esto es lo que significaba, entonces, tratar a un escritor de CF con cortesía.) Para tener una copia de mi primer novela publicada, Lotería solar, tuve que pedirla especialmente a la librería City Lights de San Francisco, que se especializaba en rarezas. Así que tengo que confrontar en mi cabeza la experiencia de 1977, en la cual el intendente de Metz me estrecha la mano en una recepción oficial; y la ordalía de los cincuenta, cuando Kleo y yo vivíamos con noventa dólares por mes; cuando ni siquiera podíamos pagarnos el lujo de un libro usado; cuando yo, si quería leer una revista tenía que ir a la librería porque no sabía si me iba a alcanzar para comprarla; cuando estábamos viviendo, literalmente, de comida para perros. Yo pienso que ustedes deben saber esto; específicamente en el caso de que sean, digo, veinteañeros y algo pobres, y tal vez estén empezando a llenarse de desesperación, sean escritores de CF o no, sea lo que sea lo que quieran hacer de sus vidas. Pueden tener un montón de miedo, y a menudo es un miedo justificado. La gente se muere de hambre en los EE.UU. Mi odisea financiera no terminó en los cincuenta; en mitad de los setenta yo seguía sin poder pagar la renta, no tenía recursos para llevar a Christopher al médico, no tenía auto ni teléfono. El mes que Christopher y su madre me dejaron gané nueve dólares y eso fue hace tres años. Sólo la bondad de mi agente, Scott Meredith, al prestarme dinero cuando estaba quebrado, me permitió salir de aquello. En 1971 tenía que pedir comida a mis amigos. Ahora vean, no busco simpatía, lo que intento hacer es decirles que la crisis de ustedes mismos, su odisea, asumiendo que tienen una, no es algo que va a durar para siempre, y quiero que sepan que ustedes sobrevivirán gracias a su coraje, ingenio y un cambio de vida. He visto chicas de la calle sin educación sobreviviendo horrores imposibles de describir. He visto la cara de hombres cuyos cerebros habían sido quemados por la droga, hombres que todavía podían pensar lo suficiente como para darse cuenta de lo que había pasado con ellos; vi sus desmañados intentos por aguantar y salir de un temporal del que no hay salida. Como en el poema "Atlas" de Heine: "Arrastro lo que no puede ser arrastrado". Y luego "¡Y en mi cuerpo mi corazón quisiera romperse!". Pero este no es el único ingrediente de la vida, y no es el único tema en la ficción, mía o de cualquier otro, excepto, tal vez, en el caso de los nihilistas y existencialistas franceses. Kabir, el poeta sufí del siglo dieciséis, escribió: "Si no has vivido por algo, eso no existe." Así que vivan por algo; quiero decir, vayan todo el camino hasta el fin. Ahí es donde se entiende todo, y no a lo largo del camino.
     Si tengo que seguir adelante con el análisis del enojo que hay dentro de mí, que se ha expresado por sí mismo en tantas sublimaciones, podría suponer que lo que despierta mi indignación, probablemente, es la insensatez. La insensatez es el desorden, la fuerza de la entropía; en cuanto a mí, no hay valor de redención en algo que no se puede comprender. Mi escritura, en resumen, es un intento de mi parte de tomar mi vida y todo lo que he visto y hecho y adaptarla dentro de un trabajo que tenga sentido. No estoy seguro de haberlo hecho con éxito. Primero, no puedo desmentir lo que he visto. He visto desorden y pesar, y entonces he escrito sobre ellos; también he visto valentía y humor, y la he puesto en mis trabajos. ¿Pero qué hace que todo esto se sume? ¿Cuál es la vasta visión que irá a darle sentido dentro de la totalidad?
     Lo que me ayuda —si es que hay ayuda posible— es encontrar la semilla de mostaza de lo cómico en el corazón de lo horrible y fútil. He estado indagando en voluminosos y solemnes asuntos teológicos durante cinco años para la novela que estoy escribiendo, y mucha de la Sabiduría del Mundo ha pasado de la página impresa a mi cerebro, donde fue procesada y guardada en forma de más palabras: palabras que entran, palabras que salen, y un cerebro en el medio intentando determinar, fatigosamente, el significado de todo. De cualquier modo, la otra noche empecé el artículo de Filosofía de la India de la Enciclopedia de Filosofía, una erudita colección de referencia de ocho tomos a la que estimo mucho. Eran las cuatro de la mañana y estaba extenuado (he estado trabajando de este modo en esta novela, haciendo este tipo de investigación, sin parar). Y ahí, en el corazón de este solemne artículo, estaba esto:
     "Los idealistas budistas usan varios argumentos para mostrar que la percepción no produce un conocimiento de los objetos externos que sea característico de quien los percibe... El mundo externo consiste supuestamente de un número de objetos diferentes, pero se los puede reconocer como diferentes sólo a causa de que hay diferentes tipos de experiencias 'de' ellos. Pero si las experiencias son distinguibles por esa razón, no hay necesidad de mantener la hipótesis superflua de que hay objetos externos..."
     En otras palabras, aplicando la navaja de Occam a la pregunta espistemológica de "¿Qué es la realidad?", los budistas idealistas llegan a la conclusión de que creer en un mundo externo es una "hipótesis superflua", lo cual viola el "Principio de Parsimonia", que el principio que sostiene a la ciencia occidental. Por lo tanto, el mundo externo es abolido, y nosotros podemos ir a atender asuntos más importantes; sea lo que sea lo que puedan ser.
     Aquella noche me fui a la cama riendo. Reí por una hora. Todavía sigo riendo. Empujen a la filosofía y a la teología a lo esencial (y el budismo idealista es probablemente la esencia de ambas) y ¿qué conclusión sacas? Nada. Nada existe (ellos han dado prueba, además, de que el yo tampoco existe). Como decía al principio, hay un solo camino: ver todo esto como una broma final. Kabir, a quien ya he mencionado, también veía a la danza y la diversión y el amor como caminos de salida; y escribió sobre el sonido de "los tobillos de los pies de los insectos cuando caminan". Me gustaría escuchar ese sonido; si pudiera hacerlo, tal vez mi enojo y mi miedo y mi presión alta desaparecerían.


Publicado originalmente en Axxón 30, marzo de 1992



            

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