Reloj autómata cuyo mecanismo se halla contenido en una base de
sección cuadrada, de madera de ébano decorada en bronce dorado.
Sobre esta caja hay una figura de perro echado, de bronce, con ojos
rojos y móviles y cola articulada. Los cuadrantes horarios están
cerca de las manos y las patas. Uno de ellos tiene una pequeña
luna, con su mitad oscura. Sobre la superficie en la que está echado
el perro hay dos sellos diferentes, grabados dos veces cada uno.
El deseo de infundir vida en hombres y animales
aparece recogido en la literatura y, en particular, en la mitología,
en obras que datan del siglo VIII a.C. Figuras clásicas como Herón de
Alejandría también hicieron intento de producir vida adaptando
mecanismos en distintas figuras. Estos intentos de emular el poder de
creación divino continuaron en el Medievo, y no sólo desde el punto de
vista de innovación técnica sino también con un sentido mágico. Ya
durante la Revolución Científica, en los siglo XVI y XVII, la
animación mecánica en animales fue impulsada por los nuevos
descubrimientos fisiológicos de personajes como Descartes (1596-1650),
quien utilizaba simulaciones mecánicas para sus investigaciones. En
la ciudad de Ausburgo, en torno al 1600, se popularizaron unos relojes
mecánicos de sobremesa con autómatas que recreaban los movimientos
de leones, elefantes y perros.
El reloj de la imagen es un perro cuyos ojos rojos se mueven de derecha a izquierda, accionados por el balancín de su mecanismo. Además, con cada golpe de la sonería, el animal da un enérgico golpe con el rabo. Estas características permiten fecharlo a finales del siglo XVI. Los construidos en la primera década del XVII también abrían la boca. El reloj presenta el cuadrante de las horas en números romanos y arábigos, el de minutos en arábigos y otro pequeño cuadrante central para el despertador. Presenta además, junto a la luna, otro cuadrante con el calendario lunar, al que le falta la aguja indicadora, cuyo movimiento acciona también el de la luna. En el reloj aparecen dos marcas de fabricante, que podrían atribuirse a Elias Zorer o Zacharias Flicker.
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