Pingo e’ plata como hay pocos,
el Sombragrís, ¡qué bagual!
Corría el bravo animal
con el mago y el gurí
con rumbo a la capital,
el juerte e’ Minas Tirí.
Era de noche cerrada,
faltaba mucho pa’l día,
pero el Pipino veía
en medio e’ la cabalgata
una lú como e’ fogatas
ardiendo en la lejanía.
Dijo el petiso asustao:
“¿Por este pago hay dragones?”
“Nada d’eso, son jogones
pa’ que se vengan cuantiantes
los soldaos y comendantes
que andan por otras regiones.”
Salió despacito el sol
a la mañana temprano,
y ahí conoció el mediano
que ya estaba el Sombragrís
cruzando el que era el país
más grande de los crestianos.
Galopeaba el flete e’ plata
sin descansar ni un momento;
y más ligero que el viento
llegaron pa’l mediodía
al juerte que parecía
una torta e’ casamiento.
“¡Abran cancha!”, gritó el mago
nomás dentrando en la plaza.
“¡Tenemos que ir a la casa
del señor don Denetor,
pa’ avisarle del terror
que a tuito el mundo amenaza!”
Por una maraña e’ calles
iba el pingo a rienda suelta;
andaba, daba una güelta
y seguía pa’l otro lao.
Quedó el Pipino mariao
y con las tripas regüeltas.
Ahí sintió la voz del Gandalf:
“Más vale que hablés bien poco.
Ni del Trancos ni tampoco
del Boromir digás nada,
que capaz se pone loco
y nos pega una cepiada.”
Llegaron a la final
al fondo del laberinto,
con los bayos y los pintos
al pingo veloz lo ataron
y al Denetor lo encontraron
con una botella e’ tinto.
Muy ojeroso lo vieron
en el comedor inmenso,
como con dolor intenso
que le encorvaba la espalda,
y una cosa engüelta en lienzo
que la apoyaba en la falda
Cuando los sintió llegar
alzó la cabeza el viejo.
Se conocía de lejos
que estaba medio chupao,
y ahí les soltó amargao:
“¡Mirá quién viene al festejo!”
“No han de tráir güenas noticias,
eso ya lo sé de fijo”,
con dificultá les dijo
empinando la limeta,
y la peló a la trompeta,
la que había sido ’el hijo.
“La encontraron abollada
en las totoras del río.
¡Boromir! ¡Hijito mío!
¿Qué te pasó? ¿Diánte estás?
¡Tu lugar quedó vacío,
ya naides lo llena más!”
“¿Por qué tenía que pasarle
a m’hijito más querido?
Ahura que se nos ha ido,
¡quién sabe qué va a pasar!”,
y se les puso a llorar
ahí mesmo a moco tendido.
Se puso el mago a retarlo:
“¡Miremeló, un hombre grande!
’Ta la sombra que se espande
y éste llora como un chico.
¡Lo precisamo’ e’ milico!
¡De jefe que nos comande!”
“Calmesé”, dijo el Pipino,
“que sabe cómo es la gente.
¿Qué quiere, que se comente
que el alministrador llora?
De echar lágrimas no es hora,
sinó e’ ser bravo y valiente.”
“Mire, no se ponga triste
por la muerte e’ su gurí.
Sepa usté que yo lo vi
mil orcos mandando al cuerno,
y murió por defendernos
a mi pariente y a mí.”
“Y en prienda e’ agradecimiento,
si güeno a usté le parezco,
pa’ su servicio me ofrezco:
ya me dirá qué precisa.”
Al don le dentró una risa
que vino a ponerlo fresco.
“¡Pero miremeló usté,
qué petiso servicial!
Acá nunca viene mal
el que nos preste una mano”,
y ansí, con el senescal
jue a conchabarse el mediano.
“Vamo’ a tomar unos vinos
y a brindar a su salú”,
y mandó traer un vermú
con aceitunas y queso,
salame picado grueso
y unos huevos de ñandú. |