ERRANTE
Héctor Álvarez Sánchez

Para Laura.
Del Errante...

PREFACIO

Negro dentro del negro.
      Sin luces en las paredes ni sonidos agudos.
      La Sala de Guía estaba inundada por una oscuridad casi total. Con los escasos indicadores de las otras Salas apagados. Reinaba un silencio absoluto, sólo roto de vez en cuando por algo parecido a un chasqueo de dedos.
      El Errante estaba pensando. Meditaba como llevaba haciéndolo los últimos millones de años. La eternidad se le estaba haciendo demasiado larga. Miró otra vez el pequeño indicador apagado de la Sala de Evolución y apartó la vista lentamente, volviendo a introducirse en aquel estado de concentración. El indicador había vuelto a llegar a cero. Después lo había apagado. El Errante sabía que estaba cerca de lograrlo, pero no podía calcular exactamente dónde se equivocaba. Los intentos fallaban una y otra vez. Todas las opciones eran erróneas. Los datos, incorrectos. Estaba agotado por intentarlo y no conseguir nada. No podía recordar cuántos intentos había hecho. Millones tal vez...
      Incluso dudaba de que su misión fuera crear algo perfecto en aquella Sala. Quizá sólo había sido puesta allí para entretenerle. Para evitar que su soledad le volviera loco.
      En realidad poco o nada sabía de aquellas Salas. Sólo que inexplicablemente sabía cómo usarlas. No recordaba cómo había llegado allí ni quién era en realidad. En un instante no había nada. Y al siguiente estaba Él. Eso era lo único que tenía claro. Que no sabía nada.
      Su mente podía retroceder muchos miles de millones de años hacia atrás. Hasta los comienzos de la oscuridad exterior y su propia existencia. Pero no sabía quién le había puesto allí y, si así era, ¿quién habría creado a aquel que le creó a Él?
      Al cabo de tanto tiempo de soledad las preguntas habían ido cambiando. Ya no se preguntaba quién podía estar por encima suyo. Su duda era si estaba realmente solo. Si no había nadie más... Si su suposición era correcta, y así lo creía, Él debía ser inicio y el final. El único capaz de ser y estar. Aquel que podía hacer y deshacer a su antojo.
      El Errante era un Dios. O quizá el único.
      Y Dios se estaba volviendo loco...

1
NUEVO INTENTO

El Errante vuelve a levantarse. Se ha debido quedar dormido. Se pregunta cuánto tiempo habrá durado su sueño. Quizá siglos enteros. Pero no importa, no hay mediciones de ningún tipo. No existe el arriba ni el abajo. No hay tiempo, porque no hay prisa. No hay largo ni ancho ni profundo, porque no puede ser medido en relación a nada. Lo único que existe en el espacio es la nave. No hay luz. Ni planetas. Sólo materia oscura que envuelve a ERRANTIA y la baña de energía, permitiéndole el paso a través de ella como si ambas fueran una sola cosa. Como dos fluidos mezclándose...
      Las paredes de la nave son transparentes. Pero no sirven para nada. No hay nada que ver en los abismos exteriores. En su interior hay luz, pero el Errante no suele utilizarla. Hay energía de sobra en la materia oscura, pero no la usa porque ha aprendido a convivir con la oscuridad. Y dedica la mayor parte de energía a la Sala de Evolución. Su favorita.
      Hacia ella camina, lentamente. Se le ha ocurrido una idea nueva. Algo que ha debido soñar. Un ligero cambio en la conducta de una raza. Algo demasiado insignificante, pero que puede hacer que el contador se mantenga.

Las Salas de la nave son circulares, como la propia nave. Están siempre cambiando de posición, como burbujas flotando en un ambiente repleto de otras burbujas. El Errante había aprendido a calcular las posiciones de cada Sala con el paso del tiempo. El Caos y el Azar habían dejado de significar algo para él. Su razonamiento abstracto había evolucionado mucho desde los primeros instantes de su existencia. Aunque, en realidad, siempre había estado ahí.
      Pasaba de una Sala a otra sin apenas mirar para asegurarse de que allí estaba. La textura era también similar a la de una burbuja de jabón. El Errante pasaba de una a otra atravesando la capa externa, que lo engullía y luego se volvía a cerrar, como si nunca hubiera sido atravesada.
      Atravesó la Sala de Reparación y pasó junto a la de Archivos. En último lugar estaba la Sala de Evolución. Entró y convirtió su cuerpo en una sustancia acuosa, pero sólida a la vez. Era la materia oscura que le rodeaba y de la que también estaba formado. Igual que la nave. Se deshizo en millones de millones de insignificantes partículas que cubrieron por completo toda la burbuja. En un instante hubo Caos. Al siguiente Orden, luz, planetas, soles...
      Volvería a poner en común todos los elementos para originar la vida. La crearía de la nada en cientos de mundos separados, para que hubiera más probabilidades de evolución y supervivencia. Aunque hacía ya mucho tiempo que las probabilidades se habían extinguido. El Errante era su propio Universo y conocía lo que sucedía en cada una de sus partículas. Siempre lo mismo al principio, pero luego se estropeaba irremisiblemente. Ligeros cambios hacían que el proyecto durara más o menos, pero nunca había conseguido un equilibrio. A veces había pensado que quizá su objetivo no fuera ése, que el equilibrio no debía o no podía existir. Pero si él era Dios, tendría que encontrar la manera de lograrlo. Seguiría intentándolo una y otra vez. Eternamente...

Encontró lo que ya sabía que iba a encontrar. Casi quinientos mundos habitados por criaturas inteligentes. Se habían perdido muchos otros, por inadaptación al medio o porque no eran necesarios.
      Quinientos mundos es una buena cantidad para empezar.
      Antes de que lleguen las guerras en cada uno de ellos y luego guerras entre mundos.
      La destrucción era en ocasiones terrible. Solía imponerse uno de los mundos a todos los demás, esclavizando a los inferiores y destruyendo todo cuanto se encontraban a su paso. La envidia, la ignorancia y la ambición de unos pocos agotaban los recursos del Universo y destruían todo lo conocido. Entonces, el contador llegaba de nuevo a cero. La vida había vuelto a extinguirse.
      Pero sus proyectos cada vez llegaban más y más lejos. Las destrucciones parecían ser más graduales y lentas. Sentía que estaba cerca del final, pero aún necesitaría tiempo.

Los mundos ya habían alcanzado una etapa elevada en la evolución. Las civilizaciones habían crecido y muerto, y otras habían ocupado su lugar. Habían creído en la magia, en dioses, en la sangre, en el amor... habían llorado y luchado por todas esas sensaciones, que incluso para el Errante llegaban a ser sumamente difíciles de calcular.
      En alguno de los mundos, la vida había desaparecido por completo. Las guerras o el mal aprovechamiento de los recursos solían ser los culpables. En otras ocasiones eran producidas por el choque contra esos mundos de meteoritos. El Errante no podía controlarlo todo a la vez. Y también venía bien de vez en cuando un poco de Caos...

Las civilizaciones que evolucionaron hasta los límites más altos volvieron a hacer lo mismo que en el resto de los proyectos. Sintieron la necesidad de escapar de sus mundos y lo consiguieron. Llegaron a otros vacíos y los colonizaron. Poco a poco cada mundo inicial se extendió por galaxias enteras, encontrando en raras ocasiones una nueva forma de vida.
      Al principio ambas partes, o las que fueran, trataban de llegar a acuerdos sobre la paz, recursos, leyes, religiones... pero luego todo se venía abajo. Siempre sucedía igual, y ni el propio Errante sabía cómo evitarlo. Lo que trataba era que al menos una de sus creaciones saliera victoriosa de todas las batallas y finalmente, una vez en lo más alto en la escala evolutiva y de poder, supiera detener su ambición. Pero ese objetivo era extremadamente complicado.
      Si una forma de vida era mayor que otra, la mayor esclavizaba a la pequeña y la destruía por completo. Si las dos formas eran idénticas, se aniquilaban mutuamente sin dejar rastro...

De pronto, una luz brillante surgió en un punto del extrarradio del universo. De nuevo en el mismo lugar de siempre. Cerca de un planeta lleno de agua que inexplicablemente sus habitantes denominaban Tierra.
      La luz lo cubrió todo en un instante.
      Mundos. Vidas. Civilizaciones enteras. Galaxias...
      Y tras la luz volvió la oscuridad.
      El Universo volvió a contraerse sobre sí mismo, en un proceso inverso al de formación. Y todo porque los habitantes de ese planeta Tierra habían descubierto el modo de manejar la materia oscura del vacío. El poder de esa materia era ilimitado y tras un mal uso, siempre militar, se produjo una reacción en cadena, descontrolada, que lo destruyó todo.
      Como siempre.
      El proyecto volvía a fallar de nuevo. Había modificado determinadas conductas en determinados seres. Había evitado que los humanos descubrieran demasiado pronto esa materia oscura, pero para ellos, y para el resto de civilizaciones, el control de un poder tan absoluto hacía que cualquier momento fuera demasiado prematuro.

El Errante volvió a su estado original tras recoger sus partículas y se detuvo unos segundos. Todas sus constantes vitales se detuvieron. Fue el equivalente a dejar de respirar durante un instante, pero sus instantes podían durar años.
      Estaba de nuevo pensando. Intentando comprender en qué se equivocaba y por qué siempre alguna civilización acababa por descubrir la materia oscura y darle un mal uso. No encontraba motivos. La ambición era un término que siempre se le escapaba. Y no sólo la ambición. No comprendía los impulsos emocionales que arrastraban a determinados seres en sus vidas. Y no lo comprendía porque de algún modo no era como ellos. No podía serlo.
      Él era Dios. Y ellos criaturas salidas de su propia imaginación, que volvían a ella después de morir...
      Dios se levantó y salió de la Sala de Evolución. Estaba demasiado cansado. Estaba demasiado preocupado por sus fallos continuos y constantes... Se dirigió a la burbuja-Sala de Sueño. En su interior se dejó llevar por la ausencia de gravedad y por el río invisible de materia. Se dejó llevar por un sueño que le ocuparía millones de años. Tenía tiempo. Y una parte de él lo usaría para pensar en sí mismo. De dónde había salido. Por qué estaba sólo y, sobre todo, cuál era exactamente su misión.

2
LA NAVE DESPIERTA

Una leve vibración.
      Fue prácticamente imperceptible, pero vibración al fin y al cabo.
      El Errante abrió algo parecido a unos ojos y éstos se encendieron, al contacto con la materia que inundaba la burbuja. Algo estaba sucediendo. Algo extraño. Algo nuevo.
      Se desentumeció los músculos y trató de recordar cuánto tiempo había permanecido en la burbuja de Sueño. Incalculable, tal vez. Los proyectos que llevaba a cabo en la Sala de Evolución le agotaban terriblemente. Por eso los descansos eran tan largos.
      Pero éste se había roto. Por un instante no supo cuál era el motivo de su despertar, pero luego recordó... un leve giro de la nave. Un breve cambio en la ruta hacia ninguna parte. Un cambio al fin y al cabo.
      Salió de la Sala de Sueño lentamente. Sentía una mezcla de miedo y sorpresa. No lograba distinguir nada a través de las paredes transparentes de la nave, por lo tanto no había chocado contra nada. El cambio debía ser entonces debido a algo más importante, algo más profundo. Caminó atravesando una Sala tras otra hasta alcanzar la de Guía. Allí encontró luces encendidas que jamás lo habían estado anteriormente, paneles indicadores de velocidad (infinitamente superior a la de la luz), cuentas atrás de distancias y tiempos, medidores de materia oscura, energía, daños en la nave, evoluciones, proyectos, fallos...
      Todo se movía alrededor del Errante como si tuviera vida propia.
      Sintió que sus creencias, cada vez más acentuadas por la soledad, se derrumbaban. Si había algo más grande que él, algo que lo había creado y que ahora parecía reclamarle, significaba que él no era Dios. Quizá un Dios. Pero no El Dios.
      La nave siempre había seguido una ruta aleatoria, sin informar en ningún momento sobre distancias, tiempos y velocidades. Y nunca lo había hecho porque no había nada a partir de lo cual calcular nada. Las dimensiones, en un espacio absolutamente vacío e insondable, no tienen cabida. Ni siquiera el tiempo...
      Pero ahora era distinto. Algo debía haber sucedido en algún lugar. Quizá la nave estuviera diseñada para acudir a cualquier punto donde surgiera algo diferente de las eternas acumulaciones de materia oscura del universo vacío.
      La nave le conducía hacia un descubrimiento que había esperado toda una eternidad. Esto en parte le gustaba, porque cualquier cosa que se saliera de lo común era algo bueno, pero por otra parte... tampoco sabía lo que se iba a encontrar. ¿Llegar al punto indicado por la nave significaría el fin de su misión? ¿Encontraría a su creador? ¿Descubriría alguna vez cuál era su procedencia?...
      El Errante sabía que el viaje sería muy duro, auto-castigándose con millones de preguntas sin respuesta. Pero no estaría seguro de nada hasta que alcanzara el punto donde el contador de distancia llegase a cero.
      Calculó la velocidad y la distancia y se marchó de nuevo a la Sala de Sueño. No creía que pudiera descansar, pero al menos intentaría olvidar lo que sucedía a su alrededor. Se dejaría llevar por la corriente oscura y esperaría paciente el resultado de todo aquello. Lo había pensado detenidamente y había llegado a la conclusión de que no podía hacer nada más. Desde el ángulo en el que estaba podía ver la Sala de Evolución, que ahora se había colocado sobre su burbuja. En ella había algo que destacaba. Había un panel encendido. Un panel terriblemente familiar para el Errante. El contador de Evolución de su último Proyecto, que mostraba un cero parpadeante.
      Cerró los ojos y trató de olvidar todo por un rato...

3
ENCUENTROS

Poco tiempo logró permanecer en la Sala de Sueño.
      Prefirió observar fijamente el panel de cuenta atrás de la distancia. Viendo cómo el probable final de su viaje se acercaba a tremenda velocidad.
      Admitía haber pensado en algunos momentos que quizá la nave se hubiera averiado. Pero después de una visita a la Sala de Reparación esa idea desapareció por completo. Allí consultó con un equipo conectado a todo lo que había en la nave y no apareció nada erróneo. Sólo había algo distinto sobre el propio Errante. En la pantalla aparecía un mensaje:
      "COMPORTAMIENTO Y ACTITUD INFUNDADAS. TENDENCIA A SUPOSICIONES IRRACIONALES. CONSULTAR CON ESFERA DESPUÉS DE ENCUENTRO".
El Errante había mirado ese mensaje sin prestarle mayor atención, aunque se marchó de allí intentando comprender qué quería decir con ESFERA y cuál sería ese encuentro. Probablemente sería aquello hacia lo que se dirigía.

      Un sonido lacerante comenzó a brotar de todos los poros de la nave. Parecía una alarma. Un sistema antiguo de aviso. El Errante no estaba acostumbrado a percibir sonidos. Llevaba una eternidad encerrado en una enorme burbuja de silencio, sólo rodeado por leves señales acústicas entre los ínfimos seres de sus Proyectos.
      Pero este nuevo sonido...
      Corrió a la Sala de Guía. Los indicadores de velocidad disminuían y los de tiempo de llegada y distancia estaban llegando a cero. Pronto vería frente a la nave aquello que perseguía. Una sensación extraña se apoderó de él. Por vez primera pensó en la posibilidad de que su objetivo fuera un enemigo. ¿Y si así era? ¿Cómo prepararse para lo peor?... Estaba rodeado de materia oscura y podía aprovecharla para destruirle. Sólo debía hacer lo que los seres humanos hacían al final de sus proyectos, pero evitando el error que ellos cometían siempre...
      Creó de la nada un pequeño aparato, arrancando jirones de la nave y partículas de sí mismo. Parecía una pequeña linterna de luz negra. TODO LO QUE ILUMINE ESTE FOCO DE MATERIA OSCURA SERÁ DESTRUIDO, pensó el Errante... LOS SERES HUMANOS NUNCA PIENSAN QUE TRATANDO DE HACERLA EXPLOTAR LA REACCIÓN SERÁ EN CADENA. ES MÁS FÁCIL ENCERRAR AL ENEMIGO EN UNA BURBUJA DE MATERIA OSCURA Y LUEGO HACER QUE ÉSTA SE CONTRAIGA. ES MUCHO MÁS FÁCIL...
       El habitante de ERRANTIA suspiró aliviado porque estaba protegido en caso de peligro. Pero también estaba inquieto por que le daba la impresión de que su mente huía de él. Comenzaba a ser consciente de su propia locura.
      Se sentó a esperar la llegada del objetivo.

Un punto diminuto al principio.
      Creciendo a gran velocidad.
      Eso fue lo primero que vio el Errante en todo el Universo. Pero a juzgar por los indicadores aún no había llegado al objetivo final. Ese punto que se movía a una velocidad parecida a la suya debía seguir el mismo camino. Llegaba por un lateral. Llevaba una ruta de colisión hacia ERRANTIA, que modificó justo al final para situarse a su lado y continuar juntos el camino.
      Y nunca mejor dicho.
      Ese punto inicial resultó ser una nave exactamente igual que ERRANTIA. Habitada por un ser idéntico al Errante. Pero el interior de la nave parecía distinto. Estaba lleno de luz en lugar de oscuridad y las Salas parecían distintas. El Errante observó todo aquello absolutamente sorprendido. Y el habitante de la nueva nave también le miraba a Él.
      Observó los indicadores y descubrió que unos se habían detenido y otros no. El primer objetivo había sido la nueva nave, pero ahora seguían camino. En busca quizá de otra nave. O de algo muy distinto.
      Ninguno de los seres se dirigió saludo alguno.
      Se limitaron a mirarse durante largo tiempo, hasta que ambos fueron conscientes de la enorme bola de fuego que aparecía frente a ellos. Algo tan inmenso y con tanto poder acumulado que casi les hizo derrumbarse. No eran nada.

Se acercaron aún más y observaron la enorme esfera energética. El Errante supo pronto de qué estaba formada y de qué seguía formándose. Estaba absorbiendo materia oscura. Se alimentaba de ella para crecer y crecer. Pero había algo curioso. No crecía. Al contrario, parecía disminuir y concentrarse en un punto cada vez más y más pequeño, condensando toda la energía del universo en un tamaño inverosímil.
      Pero el Errante descubrió algo más que una bola de energía.
      A ella se estaba acercando otro punto móvil. A igual velocidad que las dos naves gemelas.

Por supuesto, era otra nave. El Errante, viejo y cansado, se derrumbó sobre sí mismo. Agotado al ver temblar los muros de sus creencias. No sólo no era Dios, si no que había varios como Él. ¿Cuántos más habría? Y sobre todo, la eterna pregunta... ¿Por qué?
      ERRANTIA prosiguió su camino, pero varió el rumbo ligeramente, para ir a reunirse con la tercera nave, que parecía esperarles, ya detenida, a una distancia prudente de la esfera de materia oscura.
      Lentamente el Errante logró ver la figura en el interior de la tercera versión de ERRANTIA. Era idéntica a él mismo y a la de la nave que le había acompañado durante la última parte del camino.

Los tres seres se miraron durante un tiempo incalculable. De un momento a otro alguno rompería el silencio, pero algo sucedió en cada una de las tres naves. Un panel nuevo, desconocido, se abrió. De él bajó lentamente, flotando entre la materia, un tercio de una esfera de luz. Los tres viajeros dejaron entonces de mirarse y observaron cada uno su respectivo fragmento de esfera. Estaban sorprendidos y asustados. No tenían ni la más remota idea de lo que podía estar sucediendo.
      Los tres pedazos de esfera, sintiéndose cerca unos de otros, aumentaron aún más su iluminación. Parecían arder. Y quizá una parte fuera de entusiasmo por el reencuentro. Y tan entusiasmados estaban que fueron a reunirse en el centro exacto del espacio formado por las tres naves flotando en el espacio.
      Los pedazos se unieron sin fisuras y la nueva esfera, diminuta y febril, comenzó a girar sobre sí misma. Ardiendo y quizá compartiendo información. Un pedazo de otro. Vivencias y viajes. Aventuras, sucesos, informes...
      Las naves y la esfera formaban un triángulo equilátero perfecto, con un eje central alrededor del cual comenzaron a girar. Lentamente. Arrastrados por la gravedad de la Esfera de Información...

4
ESFERA DE INFORMACIÓN

Los tres seres permanecían en silencio. Observando la escena.
      No sabían qué decir ni si podrían hacerlo. Hablar en voz alta era algo que no habían hecho durante siglos, o quizá nunca. La soledad no se lleva demasiado bien con las palabras, porque suele conducir a la locura.
      El Errante lo sabía.
      Estaba seguro de ello.
      La locura llevaba ya un tiempo creciendo en su mente.
      La Sala de Reparaciones lo había detectado. Por eso expresó que no estaba muy conforme con su comportamiento y que se lo comunicaría todo a la Esfera.
      Y la Esfera ya debía saberlo.

En ese momento se detuvo. Dejó de girar. Y las naves detuvieron también su giro. Todo escapaba ahora del control de los tres seres. Debían esperar acontecimientos. En su interior tenían la certeza de que esa Esfera les explicaría algunas cosas. O, más que certeza, esperanza...
      De pronto la imagen cambió. Lo que había sido una bola de fuego esférica pasó a dibujar la silueta de una criatura que sólo el Errante conocía, a juzgar por las caras de los otros dos seres. Era la imagen de un viejo Ser Humano. Uno de aquellos que siempre destruían sus proyectos. Siempre. Uno tras otro.
      La esfera se transformaba así en su peor pesadilla. Pero poco o nada podía hacer para evitarlo. Se limitó a esperar y ver lo que sucedía. También le sorprendieron las caras de los otros dos viajeros. Estaban alucinados por la forma que había adoptado la bola de fuego. Como si nunca hubieran creado una civilización con rasgos parecidos, pensó el Errante. Y se dispuso a escuchar lo que aquel holograma con forma de hombre quería decirles. Ya había empezado a hablar.

Sólo uno de vosotros sabe quién o qué soy yo. Es el que se autodenomina Errante. Y lo sabe porque su misión consistía en crear civilizaciones, universos, evoluciones apropiadas... teniendo como único fin evitar la destrucción del Universo Real. Destrucción que ya se ha producido en una ocasión...
      El Errante ha hecho bien su trabajo, pero el Intervalo ha sido pequeño. Está cerca de conseguir su objetivo, pero su época de pruebas ya ha finalizado. Ahora ha de hacer frente al proyecto a gran escala. Un nuevo Universo Real está surgiendo ahora. La energía, una vez desperdigada por el vacío, vuelve de nuevo a contraerse en un punto minúsculo. Cuando estalle, millones de mundos, estrellas y galaxias surgirán. Y con ellos debe surgir la vida. Para eso están los otros dos seres, uno encargado de crear la vida uniendo los factores apropiados y el otro tratando de encauzarla hasta el infinito, evitando guerras y luchas que desencadenen otro fin. Para lograrlo contáis con el Errante. Él sabe lo que hay que hacer. Y ojalá hubiera tenido tiempo para crear un universo perfecto, pero no ha sido así. Espero que con la ayuda de los tres evitemos una catástrofe.
      Esa es la misión que deberéis llevar a cabo cuando la gran explosión de materia oscura se produzca. Seguid los consejos del Errante, porque es el único que conoce a la perfección esa materia. Vosotros estáis más preparados en otros campos, en la mente y en la vida.
      Ahora os hablaré de vosotros. Y de mí.
      El Errante sabe que soy un Ser Humano procedente del planeta Tierra. Lo sabe porque nos creó en sus proyectos. Y nosotros se los destruimos una y otra vez. Parece que estamos condenados a ello... y así fue como sucedió la última vez. Formo parte (o formaba parte) de un grupo de científicos humanos que estaba en contra de la utilización de la materia oscura como arma de guerra. Insistíamos en que no había seguridad suficiente para generar explosiones con la materia y luego contenerla. Desconocíamos el alcance de la potencia. Sólo unos pocos imaginamos que si una sola partícula de materia oscura era detonada, todas las demás seguirían a la primera. La energía se conservaría, si. Y quizá después de la explosión aún hubiera materia oscura. Pero todo habría quedado arrasado.
      El vacío y la oscuridad lo ocuparía todo. Y habrían de pasar miles de millones de años antes de que el universo volviera a contraerse y todo volviera a comenzar.
      Por eso os ideamos.
      Decidimos construir vuestras naves. Tres naves complementarias para llevar a cabo el proyecto de un Universo encauzado. Os creamos a partir de materia oscura negativa en principio, que os haría inmunes a los últimos vestigios de la onda expansiva de la explosión de todo. Por eso se os envió lejos, a los confines del universo, antes de que todo acabara.
      Tras la explosión y el milagroso aguante de las paredes de las naves, vosotros despertasteis a un vacío insondable. Un vacío que tras mucho tiempo seríais los encargados de volver a llenar y reconducir. En vuestras manos lo dejo. Mi mundo y mi gente se evaporó en una ocasión. Espero que nada parecido vuelva a producirse.
      Nadie debe veros nunca. Y os advierto que no soportareis una segunda explosión de materia oscura, por muy lejos que os encontréis. Así que cuidaros mucho. Haced por vosotros lo que nosotros no supimos hacer por todos. Buena suerte...

El Ser Humano se apagó.
      La esfera se apagó.
      La oscuridad volvió por un breve instante a los ojos de los tres viajeros.

5

DUDAS

Nadie dijo nada. Nadie se movió. La verdad era en un sentido dolorosa. Muy dolorosa. Eran sólo una creación de última hora. Una imagen y semejanza de seres inferiores, alejados del concepto de Dios.
      Eran sirvientes que vivían por necesidad de otros.
      Trabajadores a quienes nadie había consultado.
      Eran esclavos de millones de años de antigüedad. Sin conocer su procedencia ni comprender el motivo de su encierro.
      Ahora estaba claro.
      Pero dentro de esa claridad y fuera del odio que pudieran sentir... en su propia esencia estaban vivos. Estaban vivos y eran tremendamente poderosos.
      Sólo había un problema.
      Que había tres seres poderosos. No uno solo.

Los tres debieron pensar lo mismo a la vez. Se miraron un instante. Muy corto, porque contra todo pronóstico uno de ellos se decidió a hablar.
      —Escuchadme —dijo el habitante de la nave que había acompañado a ERRANTIA un trecho—. Hemos sido creados para algo que no pedimos. Y sé que estáis tan enfadados por ello como yo. Pero también estamos vivos... No digo que haya que agradecerle eso a nadie, pero quizá debiéramos irnos cada uno por nuestro camino y controlar una parte del Universo Real cuando vuelva a formarse. ¿Aceptáis?
      El Errante no dijo nada.
      El otro ser también habló. Estaba de acuerdo.
      Sólo faltaba el Errante por hablar. Los otros dos le observaban, esperanzados y temerosos, porque tal y como había hablado el viejo Humano de la Esfera, el Errante era el jefe. Y quizá por ello el más poderoso. Si aceptaba el trato, todos serían libres. Al menos hasta un futuro encuentro. Si no aceptaba...
      El Errante pensaba igual que ellos.
      El viejo les había dicho que le siguieran. Que él era el único que sabía manejar la materia oscura.
      Levantó la vista hacia los otros dos. Lentamente. Mientras pensaba en qué les diría. En cómo explicarles que tres dioses eran demasiados para un Universo tan pequeño. Se limitó a mirarles fijamente mientras les apuntaba con la pequeña linterna de luz negra.
      Los otros dos viajeros supieron lo que iba a suceder instantes antes de ver brotar la ola negra de materia de la mano del Errante. Comprendieron que iban a morir justo después de aceptar el motivo de sus vidas. Justo después de despertar tras millones de años encerrados en sus respectivas burbujas de soledad.
      Supieron que iban a morir.
      Y murieron.
      La burbuja de materia que envolvió a las dos naves se contrajo de pronto, formando una insignificante partícula que fue absorbida de inmediato por el que iba a ser el punto de origen del nuevo Universo.
      El Errante volvía a la soledad.
      Y la locura le daba vueltas y vueltas a su mente.
      Había destruido lo único que había conocido. Se parecía demasiado al Ser Humano. Él tenía sus propios errores, pero había heredado algunos rasgos del Hombre. La ambición, el poder y, sobre todo, la sutil manera de caer en un error tras otro. Sin los dos seres que debían ayudarle, su proyecto fracasaría de nuevo. Una vez más. Pero en esta ocasión sería la última. Alguien cometería un fallo en el momento oportuno y millones de años de vida dentro del Universo Real se esfumarían en segundos. Y en esa ocasión, no saldría con vida.
      No había nada qué hacer.
      Sus ideas y proyectos nunca desembocaban en nada bueno.
      Había estado cerca de lograrlo, pero no estaba dispuesto a vivir de nuevo todo aquello. Y en esta ocasión a escala real.
      Era demasiado complicado.
      Era demasiado absurdo.
      Colocó una mano sobre el panel principal de la Sala de Guía y envió una orden mental a la nave. Nunca lo había hecho, pero por algún motivo sabía que debía hacerse así. La nave vaciló. La orden era confusa y contraria a todo lo programado. Pero el Errante era el jefe. Y lo que él ordenase estaba bien. Debía estar bien.
      Tras un leve movimiento inicial de la nave, colocándose en la posición correcta, el Errante transmitió la última orden. El último empuje.
      El proyecto final estaba en camino.
      Se precipitó a toda velocidad sobre el eje del Universo. Se dirigió al corazón de la existencia. Hacia el futuro mismo. Hacia un proyecto donde nada sería controlado por nadie. El libre albedrío. La libertad de elegir entre la vida o la muerte. El todo o la nada.
      ERRANTIA se dejó llevar por una fuerza superior a todo lo conocido. En su interior las cosas cambiaban poco a poco. Las luces se apagaban y los elementos dejaban de funcionar. El panel indicador del grado de evolución estaba apagado. No marcaba ni cero ni infinito. No marcaba nada. Por vez primera un proyecto estaba saliendo bien.
      El Errante desapareció entre aquella materia de la que estaba formado. Habría mucho de él en el nuevo Universo. Pero no haría nada para cambiarlo.
      Sería un Dios expectante.
      El único Dios.
      Un Dios tan loco como para dejar todo en manos de los seres humanos.

Y Dios dejó de ser...

POSTFACIO

Negro dentro del negro.
      Sin luces en las paredes ni sonidos agudos.
      ETERNIA seguía su camino a través del abismo de oscuridad.
      En la Sala de Proyectos todo se había detenido. Las luces se apagaron y el Eterno se recompuso. Nada salía bien. Estaba introduciendo cambios radicales y opciones nuevas. Probando y comprobando. Pero todo era inútil.
      Se fue caminando lentamente hacia la Sala de Descanso. Intentando olvidar lo sucedido. Siempre pasaba igual. Siempre.
      Quizá en la próxima ocasión sabría como actuar. Pero por el momento un descanso le vendría bien. Se mezcló con la materia oscura de la burbuja de Descanso y se abandonó al tiempo. El sueño debía ser reparador, o al menos eso esperaba. La locura comenzaba a hacer mella en Él.

Desde el ángulo en el que estaba podía ver la Sala de Proyectos, que ahora se había colocado sobre su burbuja. En ella había algo que destacaba. Un panel encendido. Un panel terriblemente familiar para el Eterno. El contador de Evolución de su último Proyecto, que mostraba un cero parpadeante.
      Cerró los ojos y trató de olvidar todo por un rato...


Cuento inédito participante del concurso Axxón 2001