Centenares de millones de años hacia el pasado, en un planeta que
giraba alrededor de una estrella periférica, una verdadera
revolución estaba a punto de gestarse.
Ese planeta rebosaba de vida submarina, que nunca se había animado
a salir a la superficie. Las condiciones estaban dadas, pero los organismos
parecían negarse a salir del agua y continuar la evolución sobre
la tierra.
Alguien tuvo que venir a ayudarnos en nuestro camino
evolutivo porque, obviamente, ese planeta es nuestra Tierra.
No cualquiera puede ingresar a esta selecta elite.
Sólo seres inteligentes e instruidos, preparados para todo,
responsables y eficientes en su accionar, pueden llevar a cabo la
dificilísima misión de guiar la evolución de la vida en el Universo.
Dice el Manual Normativo del Encarrilador, en
algunas de sus muchísimas páginas:
«El Agente deberá establecer el estado de la
evolución del planeta que visita.»