13/may/02
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Científicos de la CNEA y de la Universidad de San
Martín fabricaron una nariz electrónica. Es capaz de detectar, por ejemplo, la
calidad de un aceite de oliva o si una partida de lúpulo es fresca.
Olfato de exportación made in Argentina
(La Nación) La Argentina podría vender narices, no humanas
sino electrónicas; es decir, sensores especializados que detectan moléculas
que están en el aire. Ya existen tres prototipos de este aparato.
Nacida de una colaboración poco frecuente entre el sistema científico y el
capital privado, la nariz electrónica local tiene aplicaciones posibles en la
industria alimentaria, pero también en la ingeniería biomédica, el control
del medio ambiente e incluso la seguridad aérea.
Pero, además, por ser de diseño íntegramente nacional, tiene posibilidades
reales de exportación. Con el peso devaluado, puede fabricarse según su
complejidad a un costo de entre 2.000 y 10.000 dólares la unidad y venderse
en un mercado mundial que paga entre 10.000 y 70.000. Por último, al ser
portátil (y consumir 40 veces menos potencia que muchas de sus potenciales
competidoras), tiene más nichos posibles de mercado.
La
e-nose surgió de gente que saltó por sobre las cercas. En este caso,
las alambradas que separan los predios del Centro Atómico Constituyentes, de la
Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA), del Centro de Investigaciones
Técnicas de las Fuerzas Armadas (Citefa) y los de la Universidad de San Martín
(Unsam), instituciones que históricamente han compartido pocos proyectos.
En los años 80 y 90, el doctor Alberto Lamagna, de la CNEA, diseñaba placas
fotovoltaicas, tratando de crear una industria local de energía solar. Pero el
colapso de las firmas electrónicas nativas y el poco interés local por las
energías verdes llevaron a Lamagna al actual proyecto, junto al ingeniero Jorge
Giménez, de Citefa, experto en películas delgadas .
El núcleo funcional del aparato es un microcircuito sensor de gases, un
sutilísimo dibujo de óxido de estaño depositado sobre una laminita de nitruro
de silicio, es decir, un chip.
Parece mentira que algo tan poco biológico pueda imitar una célula del
epitelio olfativo de un mamífero, pero es exactamente lo que sucede. El óxido
metálico suele intercambiar electrones con determinadas moléculas volátiles
(los olores), y produce señales eléctricas características de cada molécula.
Electronizar el olfato
Las señales del chip deben ser interpretadas por algún equivalente
electrónico de los centros cerebrales de la olfacción. Y en este caso es una
caja amarilla que cabe en un puño y cuya próxima versión será del tamaño de
una cajita de fósforos, obra del ingeniero Rodolfo Marabini.
Por último, están los algoritmos matemáticos que, en una PC tipo notebook,
interpretan a qué molécula corresponde la señal detectada. Este software es
un desarrollo de la Escuela de Ciencia y Tecnología de la Unsam, y, como red
neural, aprende por prueba y error: se autoprograma sobre la base de la
experiencia.
La e-nose argentina nació en 1998 con un destino noble, pero incierto, y
supo reconvertirse durante la marcha.
"Nuestro primer blanco era el monitoreo de monóxido de carbono y otros
contaminantes urbanos", confiesa Lamagna. Más adelante, los padres de la
criatura apuntaron su nariz hacia la industria alimentaria.
¿Para qué sirve "electronizar" el olfato? Por empezar, para oler
sustancias inaccesibles o peligrosas .
Pero además una e-nose puede sustituir los "paneles de
expertos" que monitorean productos industriales, y con dos ventajas: mide
siempre del mismo modo objetivo, mientras que los panelistas humanos se
resfrían, o se les "satura" el olfato tras mucha medición. Por otra
parte, los panelistas humanos no pueden seguir automáticamente un proceso
industrial continuo, sino que sólo pueden evaluar partidas de productos. En
cambio, una e-nose suministra datos en tiempo real las 24 horas.
Ventajas y limitaciones
¿Cuál es la única ventaja del olfato humano sobre el informático? Su
inespecificidad: nosotros podemos identificar millones de olores distintos,
mientras que una e-nose huele tantas moléculas distintas como sensores
específicos se le hayan puesto, y generalmente no llegan a la decena.
Sin embargo, a la industria le alcanzan. La e-nose que se prueba en el
Centro Atómico Constituyentes, por ejemplo, puede determinar sin error si un
aceite de oliva es realmente extravirgen de primera calidad, de segunda, común
o de baja calidad. O identifica sin equivocarse si una yerba mate es Nobleza
Gaucha, Taragüí o Unión Suave.
Los ecólogos suelen decir que un animal adulto tiene más valor biológico que
uno joven, ya que ha sido lo suficientemente fuerte como para sobrevivir
parásitos, predadores y hambrunas. En nuestro medio tecnológico, donde abunda
la mortalidad infantil de los proyectos, la e-nose llegó a la
adolescencia después de atravesar hitos difíciles.
La seriedad del elenco y los méritos del proyecto atrajeron al Laboratorio de
Materiales para la Microelectrónica de Italia, una entidad estatal con la que
se está haciendo trabajo comparativo, a un capitalista de riesgo que quiere
exportar tecnología nacional y a la Agencia Nacional de Promoción Científica
y Tecnológica.
La semana última, la e-nose evaluaba la frescura de distintas partidas
de lúpulo, un insumo crítico ahora que se habla de producir cervezas premium
argentinas para darles valor agregado local a nuestros cereales. Los resultados
se presentarán el próximo viernes en el Seminario Internacional Cervecero
Argentino-Belga, organizado por la Unsam y la Universidad Católica de Lovaina,
Bélgica, con participación brasileña, en el Hotel Sheraton. En suma, esta
nariz ya se muestra al mundo.